“El Estado fue creado para ustedes. El Estado son ustedes. Nadie más se encuentra fuera, todos estamos cobijados por la magnanimidad de su protección. Hemos decidido vivir en democracia, que permitirá un mejor porvenir para los hijos de esta, nuestra creación determinante. Por tanto, cualquier afrenta al Estado se considera una afrenta a cada uno de sus hijos, porque nosotros somos el Estado, y el mismo vive en…” El gobernador tenía los ojos desorbitados, cada palabra que profería aumentaba el tono de un discurso sumamente cuidado desde días antes. Toda su carrera política dependía de la efectividad de su peroración y del impacto de la misma en los gobernados, que se encontraban en suma cansados evitando el desencadenamiento de una guerra civil entre el sector más radical y el más conservador. Tenía conocimiento que si lograba persuadir al grueso del populacho de su postura, no existiría revolución alguna o por lo menos no pasaría de una simple y llana sedición.
 
Estaba a punto de concluir y referir que el propio Estado necesita en ese momento de sus hijos para lograr ir todos al unísono cuando el ruido sordo de un disparo que impactó en su ojo izquierdo cortó abruptamente su perlocución. Cual hormigas cuyo hogar ha sido destruido, los asistentes al mitin corrían como si hubieran perdido la capacidad de razonar. Los noticieros principales reportaban en tiempo real el lamentable suceso, los miembros del estado mayor presidencial usaban sus teléfonos inteligentes para hablar entre sí, ubicar el punto ciego en el que se encontraba el tirador. Temían precisamente eso, que alguien disparara mientras el discurso se pronunciaba y su temor, como es común en la vida, se hizo patente. Al estar por caer solo podía recordar que estaba fallando como señuelo y el no acabar el discurso pondría en aprietos al verdadero líder, quien estaba observando toda la escena desde un edificio contiguo a la plaza del centro de la ciudad a pocas cuadras  de donde ahora su doble moría. Alarmado, el gobernador se dirigió a la salida de emergencia junto con lo principal de su gabinete sin mirar hacia atrás y pensando en cómo explicaría el uso de un doble para discursos, las preguntas de la prensa acerca del porqué de su miedo a dar la cara a la gente y la eventual caída de los intereses del partido que representaba al verse desmoronar la imagen del máximo dirigente del estado.
 
Mientras tanto, encima de una de las azoteas cercanas al lugar del discurso el francotirador informa que ha cumplido con el objetivo “A” y que espera nuevas órdenes, lo único que escuchó después de su informe fue un “enorgullécenos”, quedando desconcertado por el uso de esa palabra. Guardó con calma sus pertenencias en un portafolio, se puso un saco azul que tenía colgado en un tendedero de la azotea y se ajustó el nudo de su elegante corbata, volviéndose a colocar el gafete de miembro del estado mayor presidencial. Pensó en su familia, en la seguridad económica que les estaba brindando por terminar con la vida de un pseudo político sin importancia. Cuando recordó su prioridad, su objetivo principal, tomó sus cosas y empezó a bajar las escaleras del hotel.
 
Fue una mañana muy pesada para el jefe de los agentes especiales que tienen por objeto el cuidado de la máxima autoridad en el Estado y el disparo hacia el doble del gobernador acentuaba más esa sensación de malestar que pesaba sobre su cabeza. No era correcto participar en una conspiración organizada por quien sabe qué personaje de la alta esfera política del país. El solo recibir órdenes de una voz extraña que proveía mágicamente de todo cuando recibía la llamada del teléfono celular era en suma extraño, y más aún que de repente todo lo que había previsto y de lo cual le había informado se estaba cumpliendo al pie de la letra. Esa sensación de vacío se incrementaba a medida que estaba bajando por las escaleras dirigiéndose al verdadero gobernador.
 
El cuarto 07 del hotel Imperial por lo general había albergado familias de turistas, jóvenes enamorados en su luna de miel y parejas de adultos mayores que pedían tan solo un poco de tranquilidad, pero el cuadro que se presentaba este día era harto distinto. El jefe de seguridad, el agente del estado mayor que previamente había disparado al doble y el propio gobernador se encontraban en esa habitación. Un ambiente de tensión se dejaba sentir en el aire, que podía cortar cualquier cosa con solo articular un sonido. El agente fue el primero en hablar. – Señor gobernador, han inmolado su investidura, tenemos que irnos, tienen el cuerpo de su doble, lo reportaremos estable a usted, y en un par de días podrá regresar a la labor política con un parche en el ojo, en lo que podemos inventar que la herida es superficial y que solo lo usará por algún tiempo -. El jefe de seguridad asintió y dijo – el muchacho tiene razón, si los terroristas siguen en este lugar es probable que conozcan su ubicación en este momento – detuvo abruptamente su idea cuando vio que su subalterno tenía un detonador en su mano- . ¿Qué haces imbécil? Eso no era parte del plan – Atónito, el agente lo observó y no hizo nada más que soltar el dedo del detonador. Sólo se escuchó un chasquido, nada más. El jefe le lanzó un puñetazo al joven, dejándolo inconsciente y cayendo boca arriba. Entonces le dijo al gobernador – vámonos señor, aquí es muy peligroso – entonces escuchó sonar su teléfono con el timbre especial con que recibía llamadas del hombre que lo había llevado hasta ese punto ¿valdría la pena tanto, para empezar de nuevo?  Entonces tomó el teléfono y  contestó, solo que al voltear a ver al gobernador, este tenía también un teléfono en su mano y pegado a su oreja, como si hubiera marcado un número. Lo único que alcanzó a escuchar fue – agradezco tus servicios, empezar de nuevo es algo a lo que todo hombre tiene derecho, y tú me lo acabas de permitir-. Entonces el gobernador sacó una pistola que tenía escondida en su pantorrilla y le disparó en la cabeza al hombre. Una sonrisa se dibujaba en su rostro, la sonrisa de quien logra una segunda oportunidad, la sonrisa del cinismo, del político aplicado.