ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (CONTINUACIN DEL TEXTO SUICIDIO)...
Publicado en Feb 23, 2015
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      Llegó con su amigo al que le faltaba un brazo. Creí que eran una pareja homosexual. En realidad el que tenía la tercera parte de su cuerpo quemado, ya no podía más soportar ese  juego entra  la vida y la muerte. Esta historia la supe después de unos tragos de run.
       En un pequeño hotel, por lo general, con los días se conocen de forma personal a los huéspedes. Más bien me gusta conocer quienes son y qué hacen  los clientes. El Quemado sin un brazo no se registro, entonces supuse que el que iba a ser un problema para mí  el próximo mes, era el que se iba a quedar en uno de nuestros cuartos. Me pidió uno de los más baratos. Pagó, un par de noches y luego nos pusimos a platicar, mejor dicho, él se quedó escuchando, muy callado, y agarrándose las manos fuertemente, para que no se notara que le temblaban, mientras su amigo me contaba como había perdido su brazo y se había quemado su cuerpo. Me dijo que regresaría el próximo día, sin embargo, se tranformó en un fantasma durante tres semanas, hasta que me habló para saber como estaba su amigo que, al día siguiente, de la tarde en donde estuvo callado, se me apareció todo mojado, lleno de arena y con muchas raspadas en todo su cuerpo. Espantado, le pregunté con mi acento francés: "¿Qué ha hecho? ¿ Se quiere suicidar?". Entonces, él me contestó -seguro que le dolían sus heridas que en ese momento sangraban-, con una cara de niño juguetón y con lágrima en los ojos : "Fui a bañarme al mar y las pinches olas me trataron mejor que las mujeres. Me dieron un revolcón que no sabía si estaba en Acapulco o en Japón". Como todavía desconocía su enfermedad, lloré de la risa por la ocurrencia. Sin embargo, cuando me fui a dormir pensé que el viejito tenía Alzheimer. Para mí, no tenía ninguna lógica que el que con trabajo se ponía poner de pie, fuera a retar a esas majestuosas olas  que se llevan, no solo mis ramadas en tiempo de huracanes, sino la  de los restaurantes improvisados de la  barra, cuyos concesionarios vuelven a levantarlas cada verano. Esa noche me dormí con una reflexión: "No estoy de acuerdo con el suicidio, pues estamos aquí para aprender hasta el final, aunque sea sufrido".
     Al otro día, desayunando con el que apenas podía masticar, entre sus pequeñas pausas, mientras se tomaba los frijoles con un popote, me enteré de la verdad: Se había inyectado un frasco de insulina y luego se tiró al mar mirando a los peces. Pero, las olas lo voltearon. Abrió los ojos, observó la inmensidad del cielo azul, y con el meneo de las olas se sintió libre de su enfermedad. Por ese majestuoso momento, olvidó que quería morirse hasta esa potente ola que lo sacó a la orilla todo raspado con su realidad la cual, en combinación con los huevos rancheros me provocaron intensos dolores de estómago cuando el que fuera buen nadador me dijo: "En este momento, usted es el único que puede ayudarme. Lo que más me gustaría, sería ahogarme...deseo ir con una lancha bien adentro del mar y que ahí me dejaran...¿Podría conseguirme una lancha?".." ¿Una lancha?", pregunté, todavía incrédulo, pensando cómo me persigue la muerte: Con mis amigos en Francia, teníamos la costumbre de pasar por una montaña que tenía dos caminos. Siempre elegíamos el del puente, sobre él que podíamos ver un paisaje con color verde de esperanza para que los cazadores no se acabaran los bellos venados con enormes cuernos, que se espantaban con nuestra presencia cerca de un río con agua azul y con una blanca espuma, que tomábamos directamente de la corriente cuando nos alcanzaba la sed en esos días soleados de verano. Una mañana, enfrente de la montaña que dividía las dos vías, alcancé a oler un perfume muy particular, el cual me llevó a elegir la otra senda donde hay una autopista. Sin saber que había pasado un accidente automovilistico, me dirigí con mis compañeros hacia allá donde nos encontramos con ese fatal incidente. De repente, observé con una mirada que me suplicaba por ayuda. Era una chica de dieciséis años con una posición grotesca: La pierna izquierda sobre la pierna derecha, un ojo sobre su mejilla y un tubo que le había perforado la garganta. Cuando me observó con su único ojo, sentí la mirada de la muerte como un puñal en el estómago, a pesar de esto, me acerqué a ella que tenía mucha dificultad para respirar. Puse mis manos sobre su cabeza para tranquilizarla hasta que llegaron los paramédicos que se miraron incrédulos y tristes. Mientras iba hacia el río para lavarme todo mi cuerpo bañado de su sangre, escuché que también tenía los pulmones perforados,. Mojado, pero oliendo a sangre, solo me dirigí hacia el puente donde; simplemente, me quedé mirando la corriente, hasta que llegó la luna que me alumbró el camino a mi casa en donde a las nueve de la noche, olí nuevamente el mismo perfume que me había llevado al accidente: Era el olor de  las flores que les llevan a los muertos. Al otro día me enteré por las noticias que los padres agradecían la ayuda brindada a la chica que había muerto esa noche en la misma hora que yo había olido el perfume de las gladiolas, el cual me llevó al lugar de accidente, impregnado nuevamente en mi nariz, ese primer día del otoño del dos mil catorce en que hallaron en un río, no parecido donde yo tomaba agua porque el Desconocido del períodico, todavía se quejó de los ciudadanos que tiran sus desperdicios en las calles cuando observó el cauce desde el puente llenó de basura, aunque el paisaje fuera espectacular con las montañas en el fondo, cuya grandeza era tapada con una fila de pelícanos, gaviotas y buitres que, seguramente, no alcanzaban a ver ningún animal muerto por el reflejo del sol sobre el agua y las piedras, a pesar de que algunas de ellas eran alcanzadas con el agua, mezclada con lodo como hallaron, quinientos metros más abajo del puente, el cuerpo del Desconocido a quien no amé, no lo quisé, le ¨humane¨ porque lo que pasó entre nosotros, fue una cuestión humana, porque a un ser humano se le debe tratar con humanismo y dignidad hasta la última gota de su existencia, como traté darle apoyo a esa chica que casi murió entre mis manos y no tuve la oportunidad de compartir con ellla ni un día más. Ese chance lo tuve con el Desconocido quien un día en el hotel Evación se sintió muy mal y me pidió llevarlo al hospital. Fuimos al Seguro Social, donde no lo quisieron atender porque su afiliación estaba vencida, y no nos quedó otra que ir a Hospital General donde los empleados hacen su trabajo con desgano y, enojados, tratan al paciente peor que aun perro tan feo y sucio como el mismo hospital, en cuyos baños apestosos a caca y meados llevé al que se le estaba saliendo el excremento por una hernia que había explotado porque el médico, ni las enfermeras quisieron limpiarlo en la camilla. Ahí supe que, algunas veces, la dignidad se paga,y por eso  también supe que el enfermo había tomado una buena y valiente decisión, pues sin dinero y casi sin moverse, él se sintió en esos baños mal olientes como un pedazo de carne molida, en consecuencia, empecé a pensar en todas las alternativas de sucidio, sobre las que hablé con el Desconocido..
    Meses atrás, su hermano le dijo que no tenía los huevos para suicidarse y que mejor se fuera a un geriátrico. "¿Y con qué dinero?", le preguntó el Desconocido que tenía miedo de quedar vivo en el intento del suicidio. pero con él yo me dí cuenta que no le tengo miedo a la muerte por eso quise ayudarle a tomar esa gran decisión. Siento que casi lo empujé a tirarse en el puente. Probablemente, con dinero hubiera podido vivir algunas meses más, igual a mis padres que murieron de cáncer, asistidos por una enfermera particular porque cada mes con su salario pudieron pagar este seguro, el de su entierro y otros más. Sin embargo cada uno de esos treintas días fueron unos mierdas conmigo. Probablemente, algún día, antes de que muera  les diga que los amé en su tumba como amó a su hermana esa viejita que atendí en sus últimos días en el hospital donde trabajé en Canada: Se había peleado sin dirigirse ninguna palabra por varios años con su hermana que era monja y secretaria de un arzobispo en Roma. El día que dejó de existir iban a santificar a Santa Bernadet de Quebek por eso la monja no pudo venir a ver a la que se estaba muriendo, quien convencida, entre suspiros, me comentó que después de muerta iría a verla  a Roma para decirle que la amaba. Ese día en que lloramos abrazados, sentí que el Desconocido quería morir, pues luego de contarle esta historia me dijo que él no tenía ni un perro que le moviera la cola, por lo tanto, no regresaría del más allá para decirle a alguien que lo amaba. Por eso, en verdad, no sé sí hice mal o bien de abandonarlo en el puente. Pero, en esa tarde  sentí que fue una buena decisión llevarlo para que alcanzara esa luz que no sé si exista cuando partimos al último viaje.  De regreso al hotel con una mirada fija en la línea que divide la carretera, mientras iba manejando, medité: "¿En qué me he metido?". Reflexión que fue escuchada solamente por el vacío de los asientos cuando contesté en voz alta: "Y quién mierda hubiera podido hacerlo...nadie, más que yo con todas sus consecuencias". Así que estoy listo, si la policia me detiene y se me acusa de ayudarle al Desconocido con su suicidio, porque creo que auxilié a una persona que tenía un asqueroso futuro y, aunque yo no lo asesiné, luego de aquel revolcón con las olas, buscamos también hoteles, no de cinco estrellas, sino de gran altura de quince metros. Cuando regresábamos de nuestras excursiones para buscar el perfecto sitio de su muerte, hablamos tan natural sobre ella como si comentáramos sobre algún libro de algún famoso o de alguna película. Porque también fue un gran lector y un cinéfilo. Una noche en que me comentó que sería más conveniente tirarse de cabeza porque debería ser feo quedar vivo con todos los huesos fracturados elegimos un hotel de cinco pisos en una caleta del puerto. Al otro día cuando llegamos pagué ochocientos pesos para su hospedaje -su crédito se había agotado en el par de tarjetas que tenia-, luego le ayudé a cargar sus maletas hasta el quinto en donde la baranda estaba muy alta, asi que pensamos en la técnica de cómo debería tirarse -yo no quería estar en ese momento-, por lo tanto, le alcancé una silla para que recargara sus nalgas en la barra metálica. Además, le dije que debería asegurarse de que en la calle no hubiera ningún auto que amortiguara la caída, pues se podría salvar. Pero, en el piso de la banqueta quedaría, sin ninguna duda, exparcido su cerebro que, olvido ese fin de semana el suicidio porque el Desconocido se puso a jugar en la alberca del hotel con algunos niños que se encariñaron del abuelito del quinto piso. El lunes por la mañana, me habló para que yo, con los nervios de punta, lo recogiera. Regresamos al hotel Evación, almorzamos, cenamos y tomamos unas copas de vino. Esa noche me contó que no se había casado porque no sentía tanta atracción por las mujeres como por los niños a los que consideraba los más preciosos del universo por eso, el mismo, creía que era un pedófilo controlado. Luego de ese sentimiento, me pidió prestado dinero para comprar un lazo. Quería ahorcarse...
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Foto del autor Carlos Campos Serna
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Descripción

Cansado, enfermo y sin amor; simplemente, el Desconocido quera morir...

Palabras Clave: Suicidio vida muerte

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Carlos Campos Serna

Derechos de Autor: Carlos Campos Serna


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