El gordo Yoni
Publicado en Dec 06, 2014
El gordo Yoni
El mes pasado, no tenía un mango en el bolsillo, pero ni un mango partido al medio. Estaba desesperado, había hecho varias promesas a cuanto santo se me cruzara, había visitado a varias brujas para quitarme la mala onda. Si ya sé. La mayoría son unas chantas pero… ¿Qué más podía hacer? Ya había vendido todo lo material que tenía, sólo me quedaba vender mi alma. Meditaba seriamente sobre esa posibilidad... cuando un amigo me comentó que estaban buscando un gordito para un trabajo temporal, ¿Un gordito? Pregunté -¡Pero te digo que sí! ¡Te juro que no te miento!-, me dijo, mientras besaba la cruz tres veces. Él estaba seguro que mi perfil daba. Como no tenía nada que hacer y tiempo era lo que más me sobraba, así que sin dudarlo, tomé nota de la dirección. Tempranito a la mañana encaré para la dirección. No me costó encontrarla ya que era una esquina conocida de Moreno. En un comercio de electrodomésticos era la cita. Me atendió la dueña del local: Una viejita, pero tan viejita, que me parecía que no se cocinaría nunca con el primer hervor, Je, Je… Con un aspecto de ser bastante cascarrabias, algo desdentada, bajita, delgadita de manos nudosas que caminaba algo encorvada, Me miró atentamente con esos ojos hundidos. Me escaneó con la mirada de arriba abajo. Dio una vueltita alrededor. Y yo traspiraba la gota gorda ¿viste? La gota gorda, así de gorda. Y si…si estoy un poquito nervioso me traspiran las manos, los pies, la cabeza, la espalda, el pecho, todo me traspira. Y esta viejezuela que daba vuelta y no decía nada. Parecía que el tiempo se había detenido, Yo sentía como me bañaba en sudor, sentía como brotaba cada gota y esta vieja que no largaba una letra. Con el ceño fruncido me miraba buscando algo. Y yo que no entendía qué buscaba esta vieja. Para esta altura yo ya era un mar de sudor y ella me seguía midiendo. Después de una eternidad me dijo con aire triunfal –¡Bueno, bueno! Me alegra que haya venido porque es justo la persona que estaba buscando. Se me hizo un nudo en la garganta ¿Viste? Uno de esos nudos que ni un mago puede desatar. No sabía que decir. Las palabras se atropellaban para salir, y solo alcance a balbucear un gracias. Como no dije nada más que gracias. La viejita me explicó que era para trabajar como promotor del comercio. Yo asentía, así…con la cabeza, ¿Viste? Claro si no podía hablar. Me tomó del brazo y me acompañó hasta el final del comercio. Allí estaba, colgaba de una percha. Era un traje de Papá Noel. La vieja me indicó un lugar y me dijo que me lo probara, después de un rato salí cambiado. Me estaba esperando impaciente. Cuando salí me hizo dar una vueltita y a la vieja se le dibujó una sonrisa así de grande ¿Viste? –Bueno, bueno- dijo la vieja –Todavía faltan: El gorrito, los guantes, la campanita y los caramelos. Tenía sus ojos encendidos. Su rostro desbordaba alegría. Parecía más joven. Me miraba complacida. Evidentemente le gustó muchísimo como me quedaba el traje de Papa Noel. Yo envuelto como para regalo y ella con cara de feliz cumpleaños me dijo -No queda otra que trabajar. Me paré en el frente del local y a los dos minutos empecé a sentir como cada rayo de sol me penetraba como una flecha. Suave y lentamente me cocinaba al vapor dentro de ese traje rojo. Mientras tocaba la campanita sentía como ríos de sudor me caían por la espalda, el pecho y se convertían como esos rápidos serpenteantes característicos de Mendoza. Se me empañaban los ojos, pero yo, firme como un estoico. Negaba el traje, el dolor, el calor, el sol, la sed. No queda otra me decía, hay que aguantar…aguantar. Tocaba la campanita mientras miraba al cielo y rogaba ¿Hasta cuándo Dios? ¿Hasta cuándo? Fue en ese momento mítico que recibí una revelación. ¡Dios existe! Escuchó mis ruegos, miró mi dolor y mi sufrimiento, se apiadó de mí y me mandó un ángel. Una abuelita bajó del cielo con una jarra, con mucho hielo. Se veía fresca, pura, celestial. La tomé con las dos manos cual sumo sacerdote de los necesitados y sedientos. La levanté al cielo en señal de agradecimiento y di las gracias por este regalo divino. Como perpetuo sacerdote de los necesitados bebí del jugo sacramental. De un solo trago me baje la jarra. Después de esto el sol de enero ya no me hería con sus ardientes dardos. A partir de ese momento me acariciaba, su luz me abrazaba. Poco a poco el mundo se pintaba de color y la gente reía y cantaba. Desperté al día siguiente, es todo lo que puedo recordar. Si, ya sé, la pregunta es ¿Qué pasó? Lo que pasó fue que la tierna abuelita me regaló una jarra llena de Gancia con mucho hielo y limón. Yo pensé, es limonada y con la sed que tenía de un saque me bajé la jarra. El pedo que me agarré fue monumental. Y qué queres, con el calor que hacía.
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