La historia de las Espadas: el resurgimiento de los guerreros. Captulo VII. La carta.
Publicado en Nov 11, 2014
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Era una noche fría y tranquila en la aldea Délciran. Cuando la neblina bajaba de más por las noches, la mayoría de los negocios cerraban más temprano y las actividades se dejaban para el siguiente día. La mayor parte de la gente del pueblo permanecía en su casa hasta la mañana siguiente cuando se tenía que volver a trabajar, a excepción de los negocios que atraían a gente de vida nocturna, como bares y prostíbulos, aunque sólo era una pequeña calle de toda la aldea la que albergaba este tipo de negocios. En la última junta general de Délciran, por una mayoría se tomó la decisión de que los centros nocturnos permanecieran lo más alejados de los niños y menores de edad, y en la calle privada de Bustos, en el ala este de la aldea y casi al terminar la misma, era el lugar indicado. La decisión causó molestia en los dueños de los lugares, los asiduos clientes y algunos vecinos de ese sector, pero la mayoría de los 2 mil habitantes de la aldea votó porque se tomara esta acción, y el Alcalde tuvo que acatarla, ya que en su poder no estaba vetar o contradecir las decisiones que se tomaran democráticamente en una elección. Desde que llegaron los occidentales a la aldea, que prácticamente se habían apoderado del territorio y transformaron su sistema de gobierno. Además de que no recibieron mayores réplicas de los orientales de la aldea, ya que también estaban de acuerdo en dejar sólo una calle para los establecimientos que fomentaban el vicio. Así que en la calle de Bustos se instalaron cinco cantinas, tres prostíbulos y dos restaurantes que venden bebidas alcohólicas, y sólo tienen como menú carne de res casi podrida o mal cocinada. De unos de los prostíbulos, llamado el “Cliente Candoroso”, salió Hart, tambaleando por los efectos del alcohol y con dos mujeres, cada una bajo un brazo. Salió del lugar muy animado, ebrio y con ganas de seguir de fiesta, con la intención de llevarse a estas dos trabajadoras nocturnas a un lugar más privado donde divertirse, pero olvidó pagar la cuenta y eso irritó al dueño del lugar, quien salió con algunos de sus empleados para tratar de detenerlo y cobrarse lo que el cliente había gastado, aunque sólo lo pudieran hacer con una golpiza para darle un susto y no volviera a poner los pies en esa calle de perdición y placer. - Oye pedazo de mierda, quien te crees que eres para irte así de mi lugar sin pagar la cuenta y además llevarte a dos de mis mejores mujeres, por lo que veo debes estar borracho y drogado para pensar que podrías salirte con la tuya, imbécil- dijo el dueño del Cliente Candoroso, quien era un hombre de mediana edad, calvo y con la panza como un barril que sobresalía sobre sus senos y brazos aguados. Atrás de él había otros tres hombres, más altos y fuertes, que veían amenazantes a Hart– y ustedes, par de locas, regresen adentro si no quieren perder su empleo o les pase algo peor- les dijo en tono amenazante a las dos mujeres que acompañaban a Hart. 
El “Discípulo” de Drulicz se tambaleó al momento de que las mujeres se apartaron de él, un poco resignadas y molestas al oír las palabras del jefe y tener que volver al lugar donde cada vez que caminaban por los pasillos recibían nalgadas, algunas demasiados fuertes, de hombres horrendos y ebrios. Por lo menos Hart no era feo, aunque ya tenía algunas cicatrices en la cara que reflejaban que era un hombre de batalla, pensaron las mujeres cuando decidieron salir con aquel personaje místico. Hart miró a los hombres con ojos enfurecidos, que reflejaban ebriedad y disgusto a la vez. - Ese lugar está lleno de prostitutas baratas y feas, las únicas excepciones son las dos con las que salí, por eso me las llevo, no merecen estar en una pocilga asquerosa como ésta, y en cuánto al dinero, no pagaré nada por un alcohol que sabe a orines con saliva- comentó Hart con desprecio hacia el dueño del prostíbulo mientras su cuerpo no dejaba de moverse por el exceso de alcohol que corría por sus venas. 
Estas palabras enfurecieron al empresario, quien con los puños cerrados hizo unas señas a sus guardias para que se acercaran a aquel hombre que se creía lo suficientemente fuerte para poder con tres hombres más grandes y más fuertes que él. - Bien idiota, veo que has decidido que nos cobremos por la vía difícil, creo que con tu dentadura y uno que otro hueso roto bastará, destrócenlo muchachos- le respondió el cantinero a Hart. Los tres hombres rodearon a Hart, y de sus pantalones holgados sacaron algunas macanas para propinarle una mejor golpiza. A los ojos de ellos, sólo era un hombre viejo, comparado con su fuerza e ímpetu juvenil, de menor estatura y más delgado que ellos, además borracho, por lo que sería demasiado fácil dejarlo como un saco machucado de huesos y sangre. Uno de ellos, el más grande y fuerte, atacó primero y con su macana se dispuso a darle un porrazo en la cabeza a Hart, pero tal fue su asombro cuando ese vejo detuvo el arma de madera con una sola mano, y no se podía liberar a pesar de utilizar las dos manos. Los otros dos hombres se sorprendieron al ver como su amigo, más grande y fuerte que ellos, estiraba con las dos manos su macana, mientras el otro hombre más pequeño ni siquiera se inmutaba y no parecía estar haciendo el mayor esfuerzo. Luego se horrorizaron cuando el palo empezó a arder en llamas, y éstas llegaron al brazo de su compañero, quien soltó la macana gritando de horror y dolor. El fuego se propagó por la manga de su camiseta así que comenzó a revolcarse por el suelo, ante la risa burlona de Hart, mientras que los acompañantes del pobre hombre, que temieron correr la misma suerte que su compañero, decidieron darse por vencidos y reingresar a la cantina corriendo para seguir su noche tranquila. - ¿Qué hacen tontos, porque se van así?- les preguntó el dueño del tugurio a sus empleados. - Ese hombre es maligno y poderoso, yo no me voy a meter con él, es mejor que olvide su dinero y déjelo en paz, no ve lo que le pasó a Joe- el otro hombre asintió ante las palabras de su compañero y lo siguió hacia la puerta de la cantina, de la que ya habían salido hombres ebrios y mujeres curiosas ante los gritos del quemado, que a estas alturas ya había apagado la manga de su brazo, sólo salía humo de ésta y desprendía un olor cochino a carne quemada. Ante el enojo del cantinero al ver como sus empleados huían de una pelea que consideraba ganada, no se dio cuenta que Hart se había puesto a sus espaldas a menos de 30 centímetros de distancia. Cuando aquel hombre volteó y notó la mirada de Hart, sintió el terror de lo que le pasaría y, para error suyo, se arrodilló ante Hart, quien sólo bajo la cabeza para mirar al cantinero rogándole con las manos, como si estuviera orando. - Por favor, lo siento mucho, se puede ir sin pagar, sólo fue un mal entendido, creo que lo mejor es dejarlo todo así- dijo el hombre con casi lágrimas en los ojos. - No te preocupes, pequeño gusano, soy muy misericordioso y por esta vez perdonaré tu miserable vida, aunque le haría bien a este pueblo que ya no estuvieras aquí, para que tu asqueroso negocio, que solo sirve para que sus visitantes se infecten de enfermedades venéreas, se acabe- le respondió Hart, mientras ponía una mano sobre la calva del hombre. - Gracias señor, y no se preocupe, correré a las muchachas que tengan problemas de salud, aunque déjeme decirles que la mayoría están certificadas… - Ya cállate idiota, ya te dije que te voy a perdonar- lo interrumpió Hart. El cantinero balbuceó un sonido parecido a “gracias”, y se quiso abrazar a las piernas de Hart, pero lo pensó y lo evitó para no enfurecerlo. Cuando creía que ya se había librado de un castigo, sintió como su cabeza comenzaba a calentarse, sobre todo donde Hart tenía puesta la mano. Llegó un momento en que empezó a arderle y lo único que pudo hacer fue gritar de dolor y tomarse la cabeza, pero al hacerlo se dio cuenta de que salían llamas de ésta, lo que le provocó aún más terror y empezó a gritar como loco y a revolcarse en el suelo. Las personas que habían salido del bar a ver qué pasaba se dispusieron a ayudarlo, y con una cubeta de agua detuvieron el fuego, e ignoraron a Hart, quien se fue del lugar tambaleándose, aún ebrio. El pobre hombre se desmayó del susto y la mayoría de los que fueron a ayudarle pensaron que había muerto, pero Hart cumplió su promesa, lo dejó con vida, sólo con una quemadura en forma de mano en su cabeza sin pelo. Así terminó la noche de parranda en la calle de Bustos. La noticia de aquel hombre sádico que, además de fuerte, tenía la capacidad de quemar a las personas con sólo tocarlas se expandió por todo el pueblo en sólo las primeras horas de la mañana siguiente. Hubo gente que lo comparó con el diablo o un enviado del mismo para detener la ola de lujuria y perdición que provenía de la calle de Bustos. El mensaje fue claro para mucha de la clientela de esta calle, dejaron de ir por lo menos las tres semanas siguientes del acontecimiento, y aquel callejón de la perdición se empezó a convertir sólo en un lugar para vagabundos y desamparados. En el dojo de Drulicz, temprano al siguiente día de aquella noche recordada como la vez en que se apareció el diablo en Délciran, los discípulos del anciano comenzaban el día con los estiramientos usuales del entrenamiento para después proceder con lo que el maestro les tenía preparado. Cuando llegó Hart, aún en estado de ebriedad, a ninguno le sorprendió, ya que era usual que se desapareciera por unos días y regresara en ese estado. - Vaya, otra noche interesante Hart- le dijo Eleazar cuando Hart pasó cerca de él hacia una tina con agua que estaba por la entrada de la choza. 
Hart hizo caso omiso a este comentario, tomó la tina, bebió como un hombre que llevaba un mes en el desierto sin ninguna compañía más que el sol y después se echó a la cabeza el resto del líquido. - No sé cómo puedes hacerle eso a tu cuerpo, creo que está bien pasar un buen rato y liberarte de las presiones, pero los excesos para cualquier lado siempre son malos Hart- aconsejó Shin a Hart, quien aunque se veía débil por seguir tambaleándose y beber agua como si se fuera acabar en el mundo, todos sabían que aún podía matar alguien con sólo levantar un dedo. 
Hart, después de secarse un poco la cara y la boca con la manga de su camiseta negra, se volteó hacia sus compañeros, aunque él no entrenaba con ellos. - Qué ven pedazos de mierda, nunca han visto a un hombre por las mañanas después de pasarla bien en compañía de bellas mujeres, bueno, creo que eso es algo que ustedes no saben verdad, ya que se la pasan en este apestoso lugar, en especial tú- comentó Hart a los jóvenes, para después dirigirse solamente a Shin. - Oye engreído, crees que porque te la pasas una noche acompañado de mujerzuelas eres un hombre, no es lo mismo probar algo que ya muchos lo han hecho a algo más puro y donde ningún hombre ha estado jamás- le contestó John, para luego soltar una carcajada y golpear con el codo en el brazo de Abel, quien no se mostraba tan entusiasmado como su amigo occidental. 
Hart miró a John con una sonrisa malévola, ya que había tocado un tema del que esperaba comentarlo con desesperación. - Sí crees que Soria es pura y que nadie más la ha tocado, pues te equivocas güerito, ya que según he escuchado, y comprobado, tiene más experiencias con hombres que tú con regaños del viejo. 
Estas palabras retumbaron en lo más recóndito del orgullo de John, quien se abalanzó sobre Hart como un loco, con una ira en sus ojos que reflejaban las ganas de clavar sus uñas en el cuello de Hart. Abel trató de detenerlo, pero sólo alcanzó a rasgarle la manga de la camiseta azul a John, ya que éste al sentir el pequeño jalón de Abel movió el brazo con una brusquedad brutal. - Te voy a matar maldito, como te atreves a hablar así de Soria- le vociferó John a Hart. 
Pero no tardó más Hart en derribar a John de un golpe en la cara después de esquivar un puñetazo del joven de pelo amarillo, que Soria en salir del dojo para ver que otra vez aquellos discípulos que estaban destinados para ser los nuevos salvadores del mundo peleaban como niños de escuela. Cuando Hart vio a la mujer soltó una risa maliciosa. - Vaya, ya salió la mujerzuela por la que babea este idiota- dijo el más viejo de los hombres que se encontraban viviendo en el dojo de Drulicz. 
Estas palabras no causaron en Soria ni una milésima de ofensa, ya que estaba acostumbrada a los insultos machistas que Bou y Eleazar le hacían frecuentemente, ante la mirada de enojo de John. También, cuando visitaba la aldea para realizar algunos mandados de Drulicz, en ocasiones pasaba por la Calle de Bustos y algunos ebrios o vagabundos le decían cosas peores. Además, era lo que esperaba de un hombre como Hart, quien no reflejaba ningún tipo de sentimiento ni de respeto hacia la mujer, y sólo había visto dirigirle la palabra a alguna cuando tenía planes carnales con ella. El verdadero sobresalto de la mujer fue ver a John con la cara totalmente manchada de sangre, sin saber de dónde emanaba, de la boca, nariz, o alguna herida que ya se imaginaba Hart le había provocado. Se acercó a John para asistirlo, y al ver que sólo era una herida en el pómulo la que sangraba, y que John se había encargado de manchar su propio rostro con sangre al sobarse la herida y pasar la mano por todo su rostro, se tranquilizó un poco.- Eres un idiota y un mal nacido Hart, deberías largarte de aquí, nadie te quiere, ni siquiera Drulicz, y si crees que con esa actitud vas a obtener una espada, que es por lo que creo te mantienes aquí, pues nunca podrás conseguirla. Esas armas son para personas de buen corazón, y no cerdos sádicos como tú que parece que nunca tuvieron madre. 
Esta ofensa principalmente fue la que prendió la mecha de Hart, quien se acercó a Soria rápidamente. Abel trató de detenerlo pero fue retirado por un empujón de Hart. Tomó a Soria de un brazo tan fuerte que ella sintió como en su mano dejaba de circular sangre por sus venas y se tornaba blanca, más blanca que el tono de piel que tenía. - Será mejor que mantengas la boca cerrada perra, y no te metas conmigo, sólo para darte una muestra y me respetes, te lastimaré un poco. 
De la otra mano de Hart, salió una llamarada y se disponía a acercarla a la cara de la mujer. Al ver esto, Shin fue a ayudar a Soria, pero un grito, con un tono de autoridad y gravedad lo interrumpió. - ¡Suéltala inmediatamente, Hart!- vociferó Drulicz desde la puerta del dojo, con una mirada de severidad que nunca ninguno de los jóvenes bajo sus enseñanzas había visto. 
Hart miró el rostro del anciano con un semblante de autoridad tan difícil de ignorar que dudó un poco, el fuego de su mano desapareció y soltó a Soria, quien se dirigió hasta Drulicz sobándose la mano maltratada. - Escucha bien Hart- dijo Drulicz un poco más calmado, pero con un tono de voz que sólo los hombres con gran autoridad podían ejercer- puedo aceptar tus actitudes rebeldes, tus constantes peleas y burlas hacia tus amigos que son más débiles que tú, hasta puedo ignorar tus constantes adjetivos negativos hacia mí persona, pero lo que nunca podré tolerar es que lastimes a Soria, no sólo porque es una mujer, sino porque hace muchas cosas por ustedes, así que si quieres mantenerte en este lugar, independientemente cuáles sean tus razones ya que no entrenas, te sugiero que empieces a respetarla. 
Hart miró al anciano con brusquedad, sus ojos aún mostraban vestigios de la ebriedad que tuvo la noche pasada y, después de unos segundos de pensar qué responderle a Drulicz, se dirigió hacia él. - Mira anciano, en primer lugar ellos no son mis amigos, en segundo lugar no tengo porque respetar a nadie de aquí, ni siquiera a ti o a ella, en tercer lugar, yo no vivo ni entreno aquí, sólo quiero una de las espadas que tanto has escondido de mí, y por último, no me hables así, que en cualquier momento puedo abofetearte, tú fuiste grande alguna vez, pero desde que tu espada te dejó ya no eres más que un decrépito, que de seguro lo único que buscas es también babeas por Soria como lo hace este imbécil- pronunció con fuerza estas últimas palabras apuntando a John. 
Todos los presentes que no participaban en la conversación, Bou, Eleazar, Shin, Abel, Soria y John, quien se había restablecido y al escuchar a Hart buscó atacarlo de nuevo, pero fue detenido por Abel, se quedaron entre sorprendidos y asustados por las palabras de aquel hombre, del que conocían sus desplantes de rebeldía y menosprecio hacia ellos y su maestro, pero nunca había insinuado que fuera más fuerte que Drulicz, ni tampoco había ofendido tan duramente al anciano como lo acababa de hacer. Todos veían la relación de Drulicz y Soria como de padre e hija, y aunque no sabían cuál era el origen de Soria, no creían que su maestro fuera el padre biológico, aunque tampoco se sorprenderían si lo fuera. Hubo un rato de silencio, en el que todos esperaban que Drulicz hiciera o dijera algo, pero él sólo se limitó a sacar su pipa rústica, encenderla y dar unas cuantas bocanadas. - Bueno, no esperaba que fuera a llegar este momento tan pronto, pero veo que por las palabras ya no entenderás, y creo que ya estás demasiado grande para hacerte cambiar de opinión, así que sólo me limitaré a humillarte y darte una lección, Hart. 
Drulicz había dicho estas palabras con la misma serenidad que lo hacía usualmente, pero habían provocado una gran sorpresa a todos. Nunca habían escuchado anteriormente a su maestro decir que humillaría a alguien, ni tampoco que le daría una lección a nadie, aunque como maestro, era lo que hacía todos los días. Nunca se refería de esa manera hacia ellos, siempre lo hacía con respeto y con un tono de amistad, no de superior. Además, estas palabras sólo querían decir una cosa, que el antiguo portador de una de las espadas sagradas, la de fuego, volvería a pelear, a pesar de medir menos de metro y medio, tener movimiento lentos y no asustar ni a una mosca con su temple. Al escuchar esto, Hart se echó a reír, ya que esas palabras no le causaban ningún tipo de miedo. - Bah, así que tú vas a darme una lección, como si lo pudiera creer, pues anda, qué esperas, te doy la ventaja de que me des el primer golpe si lo deseas, para que tus achichincles no digan que soy un abusivo. - Yo nunca dije que pelearía contigo, Hart, dije que te daría una lección, pero no vendrá directamente de mí, lo cual creo que te dolerá más- el viejo se sentó en el escalón de la entrada- Shin, quiero que le des una paliza a Hart. 
Los discípulos de Drulicz se quedaron con la boca abierta cuando escucharon estas palabras, especialmente Shin, ya que el maestro siempre les decía que sólo utilizaran la violencia contra el mal, contra alguien que pusiera en peligro la paz en el mundo y la vida de las personas, y aunque lo que había dicho Hart era grave, no pensaban que fuera tanto como para atacarlo. - Pero maestro….- se limitó Shin a responder, ya que no encontraba las palabras adecuadas para expresar su sorpresa. - Te di una orden, soy tu maestro Shin y espero que la cumplas, luego entenderás mis razones ¡Hazlo! 
Al ver el autoritarismo de su maestro, Shin se acercó a dos metros de Hart y se puso en pose de pelea. Hart, al verlo, lo único que hizo fue soltar una risa irónica, sin ponerse en posición de defensa. - Así que mandas a uno de tus nenes para que haga tu trabajo sucio viejo, está bien, si quieres que les dé una paliza a uno por uno, lo haré. 
Puso su vista en Shin, tomó pose de pelea, y aquellos dos hombres, los más fuertes de los que habitaban el dojo, se disponían a enfrentar una dura batalla, ante la mirada expectante de los demás. Lo único que se escuchaba era el aire romperse cuando algunos de los peleadores lanzaban un golpe, que era esquivado por el otro. La igualdad de fuerzas era impresionante, y después de casi media hora de pelea lo único que habían logrado era darse unos cuántos golpes. El agotamiento se empezaba a reflejar en Shin y Hart, ya que sus cuerpos empezaban a moverse con más torpeza, sus caras a llenarse de sudor y a respirar por la boca. Ambos utilizaban técnicas de pelea diferente, Shin utilizaba el Sango, un arte marcial que aprendió en su estancia en el ejército y que fue depurando con el paso del tiempo y el entrenamiento constante. Hart, por otra parte, no parecía utilizar ningún tipo de técnica conocida, sino que simplemente mezclaba golpes de box y karate a su conveniencia, como si fuera un estilo de pelear ideado por él, además, a veces abría sus manos e intentaba tocar con éstas alguna parte del cuerpo de Shin, pero éste no se dejaba ya que sentía el calor que emanaba de la mano de Hart, tan fuerte que podía quemarlo. El que más rápido empezó a resentir la falta de condición física fue Hart, ya que en los últimos instantes de pelea, Shin ya había logrado darle unos golpes en la cara porque Hart descuidó su defensa al tratar de terminar la batalla lo más rápido posible. De su boca salía una comisura de sangre y su pómulo se hinchaba cada vez más, mientras Shin se tomaba el brazo derecho, debido a una fuerte patada de Hart en éste. Él sabía que este era el brazo fuerte de Shin y que lo utilizaba principalmente para la defensa, una de las principales reglas del Sango: primero defenderse, después atacar. El oriental se acercó a Hart y empezó a lanzar golpes y patadas, las cuales Hart logró esquivar casi sin ningún problema. Shin era muy hábil, no dejaba que Hart detuviera sus golpes con las manos ya que podía quemarlo si lo hacía, y esa sería una ventaja excelente para su contrincante. Hart se alejó de un salto de Shin y fue a dar al techo del dojo, al ver que la pelea cuerpo a cuerpo no llegaba a nada, desde su punto estratégicamente bien elegido empezó a lanzar bolas de fuego a su rival, quien las esquivaba con facilidad, aunque éstas iban a dar al suelo o los árboles cercanos, lo que provocó un mini incendio, que Abel, John y Soria se encargaron de apagar con tinas de agua, en algunas ocasiones también tuvieron que esquivar una que otra llamarada lanzada por Hart, quien comenzó a desesperarse después de que ninguno de sus ataques pudo conectar con Shin, y su energía, al igual que su cuerpo, se empezaba a agotar. Shin, por otro lado, sólo estaba esperando el cansancio y desesperación de su rival, y encontró el momento indicado para lanzar su ataque cuando Hart levantó sus manos al aire y empezó a crear una bola de fuego más grande que una pelota de básquetbol. Shin también vio un gran peligro en esto ya que un cúmulo de fuego como ese podía crear un mayor incendio. Así que rápidamente arrebató de las manos de John una tina de agua, otra se la quitó a Abel, saltó hacia el techo del dojo y arrojó las dos tinas a Hart, quien al concentrarse al máximo para poder generar tanto poder no vio los movimientos de su oponente, y recibió de lleno el agua, que apagó al fuego y su ímpetu, y al ver a Shin de frente a él, pensó que sería el fin. Pero de alguna parte de su cuerpo salió la suficiente fuerza y astucia para tomar el antebrazo izquierdo de Shin cuando éste quiso lanzarle un golpe, y mientras más lo apretaba más quemaba y hacía daño al oriental. Lo único que pudo hacer Shin fue retorcerse de dolor e intentar atacar a Hart con su otra mano, pero estaba lo suficientemente debilitado para lanzar un buen golpe y su enemigo tomó con facilidad su otro antebrazo, y empezó a quemar. La cara de triunfo de Hart lo reflejaba todo, se sentía ganador de la contienda y quien daría una lección a Drulicz y a los demás, demostrar que él es el más fuerte e indicado para ser poseedor de alguna de las espadas. Pero así como él logró sacar fuerzas de flaqueza, Shin lo hizo también, y le asestó un cabezazo en la cara a Hart, que lo dejó aturdido y mareado, soltó las manos de Shin, y con una patada propinada en la boca del estómago, el oriental logró derribar a su oponente y hacerlo caer el suelo. Hart ya no se pudo levantar del mismo, y así terminó la pelea. - Sin duda eres muy fuerte Hart- comentó Drulicz mientras se acercaba al cuerpo caído del derrotado- puedes acabar con casi cualquier habitante de este mundo sin ni siquiera despeinarte, pero no puedes resistir una pelea con un oponente de tu mismo nivel por mucho tiempo, ¿Ves cómo no es tan malo cargar piedras gigantescas y subir montañas? 
Ante estas palabras Hart vio con odio al anciano, después se sobrepuso, se levantó y observó a todos los espectadores. John tenía una sonrisa en su cara, Abel, Eleazar, Bou y Soria se notaban serios y Shin de un salto bajó del techo, doliéndose de las partes donde Hart lo había quemado. Todos habían sido testigos de su derrota y humillación. Sin más que decir, Hart se fue del lugar y se perdió entre los árboles de más de cinco metros de altura que rodeaban el pequeño campamento. - Así que ahí está el gran peleador, aquel que según esto podía destruir montañas y matar a personas con sólo chistar los dedos, después de la paliza que recibió no parece más que un perrito faldero con la cola entre las patas- comentó John. - Basta John, que ese perrito faldero por lo que veo te dejo en el suelo con un sólo golpe, debes aprender a no festejar el triunfo de los demás, así como las derrotas de los demás, tú busca tus metas personales, que te beneficien a ti y a los que están a tu alrededor- le contestó Drulicz, siempre con palabras sabias. 
Shin se acercó al maestro, aún con huellas de la batalla en su rostro. - Maestro, ¿por qué me ha pedido que pelee con Hart?, no es que me moleste, ya que su comportamiento aquí no ha sido bueno, pero nos había comentado que la violencia sólo se usa contra los que atentan contra la paz del mundo o contra la vida de las buenas personas, y a pesar de lo que hizo Hart, no me parece que sea como para golpearlo- dijo Shin. - Te entiendo Shin, pero no lo hice porque Hart se mereciera unos golpes, sino como una forma de enseñarle que aunque sea muy fuerte, no puede dejar de entrenar, la constancia y la práctica son partes importantes para la superación, y él no ha hecho nada en el año y medio que ha estado aquí, y la única manera de enseñárselo era mostrarle que no es el más fuerte. 
Shin comprendió un poco las razones del maestro, así que sólo se limitó a hacerle un gesto de aprobación, y volvió con el grupo de jóvenes, aun doliéndose de los brazos. - Bien, debido a este incidente hemos empezado tarde el entrenamiento, Shin, tú descansarás hasta la tarde, los demás, vayan al monte que está cerca del Valle de las Esmeraldas y traigan un puñado de flores amarillas, deben de estar aquí para la hora de comida o se la perderán. 
Todos los discípulos con excepción de Shin se disponían a cumplir las órdenes de Drulicz, Eleazar y Bou con desgano, cuando el anciano les hizo otro anuncio. - Ah, y por cierto, he recibido una carta del Rey Baltaz de Occidente, al parecer me necesita en su castillo en dos semanas, a pesar de que le dije que yo llegaría cuando estuviera listo, pero ni hablar, creo que es testarudo al igual que su padre, pues bien, en una semana partiré a Ciudad Central, y ustedes vendrán conmigo, nos vemos en la tarde, ahora váyanse. 



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Foto del autor Luis Mario Garca
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Palabras Clave: Espadas guerreros torneo artes marciales hroes literatura fantstica

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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