EL CUENTO DEL LABERINTO
Publicado en Sep 28, 2014
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Erase una vez una niña que vivía en una gran casa, con  hermosos jardines y con su perrito Tristán. Pero, a pesar de tener todos los lujos, se quejaba porque siempre estaba sola. Sus padres, muy ocupados con sus negocios y actos sociales, no podían dedicarle mucho tiempo, no lo disponían.
Mía, que así se llamaba, solía desayunar con los criados, quienes eran los que realmente la cuidaban y mimaban, luego daba clases particulares con una institutriz alemana muy estricta, comía, echaba una pequeña siesta, daba clases de música y danza( sus gran pasión), y disponía de seis a ocho de la tarde para jugar. Lo hacía sola, quizás cada día se inventaba una amiga para utilizar su  juego de té y cocinita, mientras se disfrazaba  con ropas de su madre que achicaba con gomillas e imperdibles.
Todos los días eran iguales, solo disponía de los Domingos para  comer en familia y de  las cenas los días de diario, que era cuando les contaba todo lo que había ocurrido, si había tenido algún problema o alguna alegría.
Su vida no era mala, más bien cómoda y fácil pero carecía de la compañía de otros niños y de la familia, por lo que Mía no era muy feliz. Entonces un día cuando estaba con Tristán montada en su columpio sin balancearse  empezó a pensar en su regalo de cumpleaños.  Recordó los cuentos que  ella misma se leía por las noches, y pensó en un laberinto que vio dibujado en el cuento de “Alicia en el País de las Maravillas”,  decidió que ese sería su regalo. Le construirían un laberinto en su hermoso jardín donde poder jugar con su perro, su único amigo.
Llegó la fecha indicada y se despertó con el ruido de los camiones de la obra,  ese mismo día estaría construido. Ella desde la cama, porque ese día  se lo dejaban sin obligaciones, soñaba como iba a recorrerlo, como iba a encontrar la salida, bueno al menos el centro para desde ahí poder buscarla. Y daba vueltas en la cama pensando en él,  en como Tristán se perdería y ella lo encontraría… volvió, aunque eran más de las doce de la mañana , a  dormir, porque aunque sus deberes no la dejaban,  era muy dormilona y le gustaba soñar, incluso despierta, y ahora ese era su sueño: su laberinto, su mejor regalo y había llegado cuando cumplió los diez años, toda una etapa en la vida, donde ya tendría recueros y pensaba que ese sería el más hermoso.
Se levantó pasadas la  una por lo que comería a la vez que desayunaría, la cena  la haría con sus papás, como siempre. Los criados la habían hecho una tarta de chocolate con galletas, su preferida,  cerró los ojos, pidió el deseo rodeada de quienes la cuidaban, y sopló con fuerzas para que todo sucediera como ella deseaba.  Se apagaron todas a la vez y todos aplaudieron, incluso ella, que echaba de menos a sus padres y sobre todo a más niños, a una infancia normal.
Llegó la noche y aún se escuchaban los ruidos de los camiones trabajando, se preparó para la cena. Se puso un vestido blanco, casi de fiesta, con un lazo celeste en la cintura y otro en el pelo, el primer día que se vistió y peinó sola, también lo había pedido, lo hizo recordando a Alicia.
  Bajó al salón, al más grande y frío de todos pero, por supuesto, el más hermosos y lujoso.  En una mesa grande, donde casi no podía adivinar el maquillaje de su madre, que a veces imitaba en sus ratos de juegos. La mesa estaba llena de comida, que se quedaría para los criados porque no podrían comer tanto, y con un detalle: a ella le pusieron una pizza hecha con masa de hojaldre, su comida favorita, porque  la mimaban aunque no la dedicaban tiempo, que era aún más preciado que cualquier regalo. Se había acostumbrado a esa vida, y ya no lo echaba en falta. De postre  tomaron fresas con zumo de naranja y kiwis con mucha azúcar. Y en la última cucharada se dejaron de escuchar  los camiones.  Alicia, esa noche, bueno Mía, abrió los ojos deseando descubrir su regalo. Sus padres se dieron cuenta y se sonrieron, eso sí, ellos dos se querían mucho y estaban casi siempre juntos. Se levantaron,  le cogieron la mano a Mía, cada uno una. Ya eran casi las doce, sabía que sería tarde para jugar, pero al menos podría verlo.  Se dirigieron al Jardín y en el centro, surgió como de la nada, el mencionado Laberinto, cubierto de paredes con flores, no eran piedras solamente, lleno de color y olor, que lo hacía aún más bello. Mía sonreía y abrazaba a sus padres por haberle dado el mejor de los regalos que se podía dar, aunque ella no lo supiera aún. Pidió permiso para pasar, pero los padres se lo prohibieron porque aún no tenían el mapa y no quería que se perdiera, aunque  tenía luz artificial por la noche, era perfecto, como todo lo que hacían.
Se dirigió a la casa cogiendo de la mano a sus padres, y apretándolas fuertes, deseando que  llegara el nuevo día, que a pesar de volver a tener sus obligaciones, dispondría de un poco de tiempo para poder empezar a jugar.
Durmió nerviosa, dio sus clases sin prestar mayor atención que la necesaria para no repetir las lecciones, llegó la hora preciada, las seis, sus dos horas de juegos, y se marchó con Tristán al laberinto. Allí se descalzó frente a la entada, porque claro está, el suelo era de una maravillosa hierba que ella quería sentir, y dejó que su mejor amigo la guiase. Dejó que su perro entrara primero y la llevara por buen camino. Empezaron a correr los dos, como nunca, y justo cuando su respiración era más acelerada de lo normal llegaron al centro, o eso creían porque había como una especie de habitación, con bancos, columpios, arboles que daban sombras, en fin,  un acogedor refugio donde descansaron porque los dos estaban cansados. Mientras se reponían respirando pausadamente, a la vez los dos, en cuestión de segundos Tristán empezó a ladrar dirigiendo la mirada hacia una de las cuatro salidas que tenía. Pero Mía aún estaba algo cansada, no prestaba atención. De repente el perro se marchó por ese camino por lo que hizo que ella se levantara, sin aún estar recuperada, y un poco más lenta se dispuso a andar, descubrió que ese camino era un camino recto, que no veía el final pero que no había que escoger nada, era un camino hacia un sitio que ella aún no había descubierto,  por eso aceleró la marcha, aunque había dejado de escuchar lo ladridos de su preciado amigo.  Llegó el final, ahí apareció una puerta, la que no sabía si debía abrir o no, pero al no sentir a Tristán, con miedo y un poco de desesperación: la abrió.
Allí su pequeño universo cambió, ante sus ojos apareció un PARQUE  lleno de columpios y juegos,  lo más importante lleno de niños de su edad con lo que podría jugar. Uno la llamó para que lo empujase en el columpio, y Tristán la despertó del sueño que creía vivir pero que era realidad,  fríamente, con desconfianza empezó a empujar a un niño que era un desconocido… sin creérselo se sentía FELIZ. También de la nada aparecieron sus padres, y le preguntaron si le había gustado su regalo, a lo que ella no supo que contestar porque aún estaba excitada por la gran sorpresa. Entonces su madre le dijo que a pesar de no poder estar con ella mucho tiempo siempre quería que fuera feliz, que había cosas que no le podría comprar pero si intentaría facilitarle el camino para lograr la preciada felicidad, aunque debía aprender que no siempre se consigue rápidamente, que se necesitan esfuerzos para llegar a tener esos momentos tan preciados, como el descubrir el camino adecuado, como ella el del laberinto que le llevó al parque. También le advirtió que no siempre se acierta a la primera ni tan fácilmente, por lo que hay que enseñar a ser fuerte e inteligente para no caer por el camino. La dio un beso, le acarició la frente, la subió al columpio de al lado del niño, y el padre la empezó a empujar hasta que ella supiera balancearse sola…
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Foto del autor Sandra María Pérez Blázquez
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Descripción

CUENTO INFANTIL

Palabras Clave: LABERINTO

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Infantiles



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