El soador
Publicado en Sep 18, 2014
El soñador
…Te miro y te miro con ese capricho y esa impunidad que me da el amor PMG Estas líneas en blanco no alcanzarán a cubrir los muchos elogios que para ella tengo, una sola de sus miradas basta para entorpecerme, para quitarme el raciocinio y terminar embobado y sin sentido, quedo perdido en su trasatlántica mirada, en ese momento crítico, cuando me mira, me vuelvo un idiota y ella lo sabe, se da cuenta que me explota por los ojos, en ese preciso instante me brota, un deseo y una pasión que nunca es calculada, me nace así, espontáneamente, casi instintivamente y sin buscarlo. Siempre hay una zona equívoca, no sólo en las palabras, también en los gestos y los silencios, y ella sabe pasearse muy bien por esos lindes de lo difuso. Coquetea ella con esas miradas conspiradoras que impiden justificar mis tímidas sospechas, mientras yo, me conformo sólo con mirarla, en esta dicha sin pretensiones, para luego tenerla vigente en mis fantasías, la única felicidad que parece posible: El sueño, sueño donde yo recibo en alarde de sinceridad todos los elogios de su mirada. Ella funciona como un fijador para mi pecho, sus ojos, sus manos, su pelo, no necesito esforzarme para recordarla, soy como un espectador inclaudicable de su belleza. Yo también ya quisiera que ella pudiera, como yo, retenerme en la mirada y que mutuamente con la misma franqueza nos recordáramos…pero ella a veces, me mira con una atención de segunda mano, en esa frontera imprecisa de la amistad. Otras veces es sostenida su indiferencia, mientras me ejecuta el éxito de su tímida crueldad; casi sin convicción a veces me escucha, con sus respuestas monosilábicas parecería que niega mi existencia, mientras siento el peso de toda su ternura obligada, pero otras veces, con más suerte, siento como brilla sobre mí, el sol de su mirada y veo como me contempla, como si yo, fuese un espíritu importante, quizás por la poesía, no sé, quizás se imagina hablando con un poeta, no sé… dudo mientras su voz me arrastra y yo, sin poderme resistir, hasta dejarme con la voz temblorosa y quebrada; ella mirándome y yo desesperado, confirmando que cuando ella me mira y me habla, el mundo es un callejón sin salida. Por eso siento que, cuando me habla, me quedo sin defensa y recubro mi cobardía con gestos forzados de amable cortesía, soñando con esa posibilidad, quizás vana, de que me pueda corresponder su amor. En un momento así, sólo pensar en su ausencia, me desvela. No le temo a la muerte, si no a una idea de una vida sin verla. Todo mi temor se precipito el día que me presentó a su novio, se me encharcaron los ojos; yo le dije rojo de vergüenza: Es de felicidad mientras pensaba: A ella la fortuna le dio un amor y a mí… a mí sólo la amargura de los celos, junto con esta bronca. Bronca que en mi mano es la que se levanta y se hace puño y golpea mi pecho. En un momento así, tanto odio mi suerte, tanto duele mi dolor, tanto quiero mi muerte. Recordando o mejor dicho, intentando olvidar su gracia prescripta después que de mi destino desapareció, por eso ruego, suplico; que ni en mis ojos, ni en pecho, que de ella ni la sombra quede, ya mi pena a su castigo dejo, que a mí me queda una tristeza de adoquín; aquí me quedo desollando las nostalgias, no queda otra. ¡Que la espuma refrescante borre en esta noche de farra! ¡Que suba hasta los umbrales del abandono y llegue hasta los vaivenes en esta tierra firme en borracheras que se pasean por el fuego de su castigo! Primero la música, la risa, el barullo, el bochinche, después el vino tiró para otro lado, filosa la bronca entrando a matar, así nació la tristeza, el llanto, que el vino no quiso calmar. Al final lo reconozco, soy como ese otro pobre hombre, que en su falsa prosperidad quiso ser lo que no es, sólo me queda, de algún modo, perderla cuando estoy despierto y recuperarla en mi sueño.
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