Testigo absoluto de la otra orilla
Publicado en Sep 09, 2014
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Testigo absoluto de la otra orilla
 
A estos labios de buen abrigo
no cumplen  acompañando.
Acompañarán más,
negras las sombras en la oscura noche,
que la mano que no acaricia,
el pacho que no ama
y el labio que  no besa
Valiera más, quién besará una espina.
Que me importa esa figura de fuego,
si no comparte su llama con mis dedos.
Que no sólo a tus ojos rogué
Que no a tu pecho llegó.
¿Quién pondrá una mano sobre esa astilla?
Si de su pecho brota el cañón de sus rencores.
Que ni sombras queden aun de las cenizas
del áureo fuego de sus ojos idos. 
Si ya  nos trasmitimos en un beso, por eso creí en el cielo azulísimo de sus ojos, cuando su labio me bendijo, y puse su nombre en alabanza. Visité su templo, adoré sus reliquias; como si todo fuese a la medida de mi gusto, confié como verdadera la visión de mi mundo, que expresaban su fe y su esperanza a través de sus melódicas curvas que aquí  se transcriben en mis versos.
La amé: Con la fuerza del sacrificio, con la voluntad del deseo, pero con la abundancia de mi miseria, y no alcanzó. 
Mi juicio es un perjuicio. Me llevó la corriente, me arrastró por los repechos barranca  abajo, para terminar con voz exánime y ánimo decaído; en semejante situación de mi espíritu, dejándome torcido para toda la cosecha, mostrando mis pesadillas físicas; así, finalicé : Como un muestrario de andrajos, de los que ahora se dicen “libres”
Con una actitud más propia de un mendigo que de un enamorado. Lloré mucho, echándome las manos a los ojos, escondiendo la cabeza entre las piernas como el pobre que se humilla y sólo se reconcilia a los  pies del suplicio, pero no alcanzó, las mil súplicas no dejaron en blanco los cien pecados cometidos de mi indigencia.
 Cuando la vi, le dije: Ahora no te andes con etiqueta, con esas ridículas delicadezas; que ya me di cuenta que son engañadas mis esperanzas. Con unas copas tomé coraje, y con mi lengua,  sierpes de fuego de agitador undoso, le escupí mis verdades en cumplimiento de mi deseo, Lo que yo quería,  cantarle cinco frescas.  Le dije: ¿Qué delito cometieron mis ojos cuando te vieron, para recibir tanto castigo del cielo?
Aunque sólo te amé, no entiendo con qué te pude ofender, por eso quisiera saber. Negándome la verdad no alcanzaré la calma, pues  mi pecho y mi alma ya te hicieron juramento. No me pidas que espere un momento. El perfume a la flor delata. Que una fría moneda de plata puede más que este pobre juramento.
Tan linda, tan ángel. Apariencia mentida. Comerás del pan que el mismo diablo amasó.
Ella movió la cabeza de un lado al otro negando, y me dijo: A trueque de perder los sentidos. Que no hay quién en el  vino no tenga razón, en él siempre se vive de verdades exclusivas. Vos tendrás tu razón, yo las mías.
Después de eso me nació una implacable urgencia de abandonar esos ojos claros, que me quedaban tan lejos, tras eso, una angustiosa necesidad de estar solo.
Había tomado más copas de vino que el mismo Baco; de cuando en cuando, algunos tropezones me recordaban porque no tomo seguido, pero aun así, más de un gesto de desprecio me hicieron conocer, que es mejor ser  amigo del vino y dar la cara contra el piso, que poner el pecho entre sus manos.  Pero, después, hay que aguantar sus obsequios, a la mañana me quedo con un coscorrón bien fuerte y torniscón por despedida de tan desconsiderado cariño. 
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Foto del autor gonza pedro miguel
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Descripción

relato

Palabras Clave: Testigo absoluto de la otra orilla

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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