Diez meses ( 41, 42 )
Publicado en Mar 27, 2014
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41
Era la primera vez que se encontraban fuera de la librería, una circunstancia que no pasó inadvertida a ninguno de los dos. Su conversación, siempre fluida, parecía resentirse con el cambio de ambiente, una cafetería cercana a la plaza.
–Ya sabes que te pasa – afirmó Pedro.
Alicia dejó de remover el café. La corriente de espuma que había formado se desplazó al centro de la taza.
–No he sido capaz de llamar a la puerta.
–Es normal sentir miedo cuando nos enfrentamos a una situación desconocida. Tú puedes vencerlo, lo has hecho antes.
Alicia le miró extrañada sin saber de qué estaba hablando.
– ¿Cuánto hace que nos conocemos? ¿Un año?
–Diez meses – respondió Alicia.
Pedro bajo el tono de voz como si quisiera preservar sus palabras de la curiosidad ajena. Algo innecesario pues, a excepción del camarero, no había nadie más en la cafetería.
–Durante todo este tiempo he visto muchas veces el miedo en tu mirada, pero la curiosidad era mayor en ella, y ese querer saber es la mejor garantía de que no cejaras hasta encontrar el modo de sentirte en paz.
Alicia respiró profundamente. ¿Por qué no podía ella ver lo mismo que Pedro? ¿Y si miraba en su interior sólo hallaba rabia y decepción por no haber tenido el valor de renunciar a su empleo?
– ¡Vámonos! – dijo Pedro apurando el café.
– ¿Adónde?
–A dar un paseo, ¿no dices que andar te ayuda a pensar?
– ¿Recuerdas todo lo que digo? – dijo Alicia apartando su taza.
–Casi todo.
Caminaron despacio, ignorando el arriesgado color que adquiría la tarde. Al llegar a la plaza, Pedro rompió el silencio que nuevamente se había creado.
– ¿Sabes quien no tiene miedo?
–El que no se pone a prueba.
Pedro sonrió relajado.
– ¿Y si sale mal? – preguntó Alicia.
–Tendrás que empezar de nuevo.
–Eso no me ayuda – protestó Alicia.
La amenaza de tormenta se materializó en forma de gruesas y espaciada gotas que rápidamente humedecieron el suelo.
En lugar de ponerse a cubierto, como ya habían hecho los niños y las palomas que aquella hora habitaban la plaza, Pedro y Alicia se pararon junto a la valla verde que acotaba la zona infantil.
–Hagámoslo a tu manera – dijo Pedro.
– ¿Hacer qué?
–Fantasear.
– ¿Cómo has dicho? – dijo Alicia simulando no haber escuchado la palabra que meses atrás originó el primer y último desencuentro entre ellos.
–Imagina – dijo Pedro sonriendo –que mañana vas a trabajar a tu tienda. ¿Cómo te sentirías? ¿Qué pasaría?
Tras la sorpresa inicial, Alicia aceptó el experimento que Pedro le proponía.
–Hablaría con la gente de las molestias que ocasionan las obras – dijo Alicia –, de lo revuelta que se presenta la primavera…
La mirada de Alicia se encontró con la de Pedro animándola a continuar.
–No me despertaría cada mañana deseando que la primera parte del día ya hubiera transcurrido; no estaría, permanentemente, consultando el reloj, corriendo de un sitio a otro con la sensación de que no hago nada bien; nunca llegaría a casa tan cansada como para olvidarme de comer; pero sobre todo, no me dormiría anhelando una vida diferente.
Pedro carraspeó dos veces antes de hablar.
–No sé que más te puedo decir.
Alicia observó aquel semblante serio, casi severo, en el que ella había descubierto una ternura infrecuente.
–Vete ya. Está lloviendo y se hace tarde.
– ¿Estás bien? – se interesó Pedro.
–Si, gracias.
Alicia sonrió ante el gesto de contrariedad que apareció en la cara de Pedro. No le gustaba que le diera las gracias, y aunque ahora apenas lo hacía, en ocasiones no podía evitarlo.
Aguantando la lluvia, le vio alejarse por el mismo camino que, minutos después, tomaría ella para volver a casa.
 42
Fue apagando luces hasta llegar a la habitación. Al abrir la ventana, el visillo voló sin control ocultando la pila de libros que crecía en paralelo a la mesilla. La tormenta había refrescado el ambiente y Alicia sintió frío, pero deseaba escuchar el sonido de la lluvia que caía sin fuerza, después de los excesos de esa tarde.
También ella estaba cansada, sin embargo, todavía le quedaba una cosa por hacer antes de poder cobijarse dentro de la cama. Si no quería que el día terminara en un rotundo fracaso tenía que ser capaz de sacar algo positivo de lo ocurrido.
Cogió el diario, semioculto bajo el visillo, y comenzó a leer la última página. Todo era optimismo y determinación. ¿Qué había pasado? Retrocedió un día más. Aunque firme, su decisión de renunciar al trabajo, dejaba entrever algunas dudas. Se remontó una semana en el tiempo. Allí estaba el miedo, recogido en unas descuidadas palabras de gran tamaño. Miró la fecha. Era el día del cumpleaños de Marta. Con la niña dormida a su lado, recogió atropelladamente la conversación con Elena. El sentido común de su hermana le había afectado más de lo que pensaba.
Se había propuesto dividir el miedo en situaciones concretas que pudiera desmontar o, al menos, contemplar con la mayor objetividad posible. Le parecía una buena idea que llegaba con una semana de retraso. A pesar de todo decidió ponerla en práctica, convencida de que no le faltarían oportunidades para comprobar su efectividad. Más animada se dispuso a enfrentarse a su miedo de manera consciente, pues las otras veces en que, según Pedro, lo había hecho continuaban siendo una incógnita para ella.
Acarició la tapa del diario. Pedro no podía tener más información de la que guardaban aquellas páginas.
Eran más de las tres de la madrugada cuando dejó de leer, cuando tomó plena conciencia del incierto camino que había recorrido desde que acudió a la biblioteca empeñada en poner nombre a lo que estaba sintiendo.
Aceptar que María había salido de su vida fue la etapa más dolorosa del camino. María formaba parte de todos sus recuerdos, pero los recuerdos y la costumbre no bastaban para sostener una amistad en la que no había hallado consuelo, fallaba la comunicación y no existía  complicidad. El miedo a perder a su mejor amiga la mantuvo durante años en una amistad que no aportaba nada a ninguna de las dos. El previsible final, del que ya no se consideraba responsable, había supuesto un descanso no exento de nostalgia.
El tramo más inquietante de aquel viaje lo inició en el hospital, cuando creyó encontrar similitudes entre la enfermedad que padecía Susana y el proceso que ella estaba viviendo. Tenía miedo, pero seguía viendo a Susana.
El periodo de tranquilidad, que también lo hubo, se produjo durante las vacaciones. Las páginas escritas en ese tiempo no se correspondían con el número de días que había pasado en el pueblo. Pocas reflexiones, menos preguntas y ningún análisis. Su mente rechazaba todo esfuerzo en ese sentido. Admitía, en cambio, la soledad, en otro tiempo temida, el silencio y la inactividad. De este plante surgieron algunas certezas. Su estabilidad no podía depender de la presencia de una persona, ni limitarse a un espacio concreto, por muy especial que éste fuera.
Después de repasar aquellos meses tan convulsos se dio cuenta de que quedaba muy poco de la desesperación de las primeras páginas. Los altibajos, como el que había sufrido hoy, se distanciaban en el tiempo, pero con idéntica capacidad para alterarla. Si en lugar de enfrentarse a ellos los observaba, perdían fuerza.
Acababa de iniciar un camino que, con toda probabilidad, no concluiría nunca. Si alguna vez llegaba conocerse por completo significaría que no existía posibilidad de progresar, de crecer, de aprender.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Descripción

Diez meses

Palabras Clave: Diez meses

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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