¿Tenía derecho a ser feliz? (Diario)
Publicado en Feb 10, 2014
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Fue en la temporada primavera-verano de 1969, una vez ya superada aquella famosa revuelta parisina del Mayo del 68 que ni me importaba ni me ha importado jamás, cuando conocí a Juan Luis. Juan Luis formaba parte del grupo de amistades de Luis, universitarios y universitarias de la "gente guapa" madrileña; aunque lo curioso es que Luis ni era universitario ni lo sería jamás mientras yo planificaba la manera de serlo. Era un grupo de "gente guapa" madrileña de la élite de la Facultad de Filosofía, el ICADE, los Colegios Mayores y todo aquel mundillo que yo empezaba a descubrir aunque todavía era totalmente ajeno a todos ellos y a todas ellas. Sólo merecía la pena estar en aquel grupo por la estudiante de Magisterio y por Guillermina (que no tenía nada que ver con la cantante Mota ni mucho menos con el humorista Mota) porque los demás y las demás del grupo de aquella "gente guapa" madrileña pasaron por mis vivencias "sin pena ni gloria" pero siempre dentro del más absoluto respeto por mi parte.
 
Juan Luis no era "normal". Tenía graves defectos fisicos y me contaron que sufría de una grave enfermedad en la sangre. Quizás resultaba ser que como tenía un título nobiliario (me parece que el de conde) había sufrido aquella enfermedad por eso de cruzarse primos o primos hermanos entre sí para no dejar el título nobiliario en manos de personas ajenas a la "familia". En realidad a mí todo aquello de la enfermedad o no enfermedad de Juan Luis no me importaba para nada pues yo trataba a Juan Luis como un compañero más y hablaba con él sin darle importancia nada más que a la comunicación interpersonal que mantenía con él.
 
El caso es que compartí con Juan Luis algo así como unas dos, tres o cuatro excursiones a lugares cercanos a Madrid y algo así como unas dos, tres o cuatro reuniones en las casas de algunos de los componentes de aquel grupo de "gente guapa" madrileña. Lo más sorprendente sucedió en un guateque del grupo, en la casa de Juan Luis, durante el cual, en medio de mi aburrimiento, me estaba yo fijando solamente en la estudiante de Magisterio y en Guillermina; puesto que eran las que mejor estaban de todas y, ¡vaya sorpresa!, en un momento concreto -mientras yo comia algún panchito que otro y algún pinchito que otro con su respectivo cubata- se entabló una conversación sobre el fútbol y el fútbol con chapas y resulta que Juan Luis, en su profunda soledad, había sido jugador de fútbol con chapas y todavía las tenía guardadas en cajas por ver si alguna vez podía jugar el último partido. Aquello despertó mis ganas de jugar y propuse a Carlos, Luis y Juan Luis, que celebráramos el último partido del último guateque (me refiero a los guateques con aquel grupo de "gente guapa" madrileña pues voví otros varios guateques posteriores). Los tres respondieron que sí ante el gesto de felicidad que se reflejó en el rostro de Juan Luis. Jugamos los cuatro. No era lo mismo que el fútbol de chapas que jugábamos en casa los cuatro hermanos. Era mucho más rústico y mucho menos divertido... pero resultaba ser interesante ver a Juan Luis olvidarse de todos sus problemas mientras jugábamos...
 
Yo bromeaba con Juan Luis, desde que le conocí, de la misma manera que bromeaba con todos los demás y todas las demás del grupo; porque para mí, y aunque fuese solamente para mí, yo consideraba a Juan Luis como uno más y no me importaba que tuviese o no tuviese defectos físicos ni enfermedad en la sangre. Juan Luis era, más allá o más acá de su título de conde, un ser humano y como a un ser humano le trataba yo. Pero Juan Luis llevaba "la procesión por dentro". La enorme tragedia suya era que quería ser tan "normal" como cualquiera otro del grupo. Algo sucedía en las aspiraciones y los sueños de Juan Luis puesto que, para considerarse "normal", no hacía otra cosa más que buscar pareja entre todas aquellas chicas que formaban el grupo de "gente guapa" madrileña. Y, como respuesta a sus peticiones, recibía negativa tras negativa mientras todas y todos comentaban que estaba desesperado por casarse y gastaban guasas, risas y burlas, contra él, contra sus aspiraciones y contra sus sueños. Incluso les escribía poesías que todas se las tomaban a chirigota. Él, en el colmo de su desesperación, decía en las reuniones que lo importante en las personas era solamente lo que había en su interior cosa que, por supuesto, yo no compartía porque el físico exterior de las personas también tiene importancia en el amor. Y a veces más improtancia de la que dicen los hipócritas. 
 
La madre de Juan Luis amaba profundamente a su único hijo a pesar de los defectos físicos y su grave enfermedad de la sangre; por eso le protegía de los hirientes rechazos que sufría por parte de aquellas señoritas de la "gente guapa" y pedía, al grupo en general, que no le "calentaran" la cabeza a su hijo para luego burlarse cruelmente de él. Comprendí a aquella madre desesperada y siempre respeté a Juan Luis quien, pese a todos los rechazos, daba a conocer que su gran sueño y su gran anhelo era ser padre de familia y tener algún vástago. Era su esperanza y nadie tenía derecho alguno de burlarse por tener tal esperanza.
 
La última vez que pude compartir vivencias con Juan Luis fue durante la represetnación de "La mordaza" de Alfonso Sastre. Él era solamente el apuntador pero se sintió importante, tan importante como si, en verdad, hubiese sido uno de los actores; quizás hasta hubiese soñado que era el esposo de Pilar, la actriz más guapa del Grupo de Teatro del Banco Hispano Americano de de Madrid. Después ya no supe más de él hasta que, meses después, nos encontramos a Juan Luis (Carlos, Luis y yo) sentado en la terraza de una lujosa cafetería de la "Zona Azul" de la capital de España. A mí eso de los colores en que habían dividido a Madrid me la sudaba por completo; pero Juan Luis se había casado con una chica que sufría del Síndrome de Down y, entre los dos, habían tenido un bebé que presentaba graves defectos y deterioros físicos. Era triste la escena pero nosotros tres guardamos silencio aunque nos supo a patético cuando Juan Luis nos dijo que era el bebé más guapo del mundo. ¿Y por qué no? Si a él le parecía el bebé más guapo del mundo es porque le amaba de verdad. Y esa es la verdad del amor. No sé lo que sucedió con su esposa, que padecía el Síndrome de Down, ni con su hijo; pero otros meses más tarde me enteré de que Juan Luis había muerto no sin antes llevarse el último cruel rechazo de la cruel sociedad bancaria, puesto que fue totalmente olvidado cuando, en sus sueños de ser alguien importante en el Banco Urquijo de Madrid, presentó todo un estudio económico (que lo pedían los altos cargos del Urquijo para ascender a categoría de alto cargo ejecutivo) que nadie se molestó ni tan siquiera en leer el título, cuando menos leer el contenido. Fue rechazado por no ser "gente guapa".
 
Después de todo lo que había sufrido Juan Luis, la pregunta que me he hecho siempre tras haber conocido en profundidad todos sus anhelos y todos sus sueños, es ¿tenía derecho a ser feliz? Juan Luis murió siendo muy joven pero, al menos, había cumplido con uno de sus grandes sueños: ser padre de familia aunque hubiese sido por tan corto tiempo. ¿Tenía derecho a ser feliz aunque fuese con aquellas trágicas consecuencias? Pregunta que sólo puede responder Dios, pero que algo en mi interior me dice que sí. Recuerdo que Juan Luis ganó aquel partido de fútbol con chapas. Quizás fue la única vez que triunfó de verdad pero se lo merecía.
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Foto del autor José Orero De Julián
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Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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