TODAS LAS MAANAS DEL MUNDO
Publicado en Feb 27, 2009
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El celular siempre me despierta temprano. Suena con una urgencia vibrante que se estira y permanece en la implacable mañana que llega, que empuja hacia la intemperie fuera de las sábanas. Entonces lo busco, casi a tientas en la humareda gris del amanecer, y lo apago. El silencio. Sobreviene cortante, nítido, como un mudo compás de espera, más urgente aún. Hay que levantarse.

Luego la ducha. El agua y el jabón van limpiando esa primera piel, pesada de modorra, de sueños y pensamientos inconexos, hasta dejarla limpia y aromática. Me seco lento y respiro. Ahora el aire de la mañana huele más a sí mismo, más al día que se avecina y que ya se instala en todas las cosas. Miro el celular. Aún hay tiempo. Y empiezo a vestirme. Calzo cada prenda y la sensación de confortante abrigo es casi inminente. Todo vestigio de ese despertar urgente e implacable es un pálido recuerdo de otra vida, de otro ser. Ahí está el vacío que dejó en la cama, un ovillo extraño vuelto sobre sí mismo, aún caliente, pero sin substancia, ajeno a mí. Termino de anudar mis zapatos. Busco el celular y lo guardo.

El desayuno transcurre tranquilo. Sin apuros. Reconfortante. Sentir el primer sabor en la boca, la calidez del té, el sonido de las tostadas deshaciéndose lenta y deliciosamente mientras la mañana avanza. Ya es otro territorio. Desde allí el dormitorio parece una tierra lejanamente olvidada, cubierta por un manto de aromas y cosas en que pensar, dilatándose de pronto hacia delante, más allá del tiempo presente. Asuntos que atender, lugares a donde ir, el día que se precipita, ruidoso. Me lavo los dientes con la misma estudiada calma, pero con otro ritmo. La luz se inclina sobre el mundo y debo darme prisa. Palpo los bolsillos y lo encuentro. Miro la hora y lo vuelvo a guardar. Aún queda un margen de tiempo razonable para los preparativos finales. Abro el bolso de mano, meto los libros y papeles necesarios para el día, lo hago con cuidado, en el orden correspondiente. Entonces salgo.

La mañana ha iniciado su bullicio irreversible. Me instalo en ella, impaciente por sumergirme definitivamente. Cierro la puerta y, por última vez, busco en mis bolsillos. En los de la chaqueta, en los del pantalón, una vez, dos. Nada. Y de pronto hay un breve segundo de angustia, imposible de concebir. El celular. En el fugaz destello de caos veo en mi mente la cama, la ducha, el desayuno, el bolso. Intento recordar. Dónde, dónde. Hasta que mi mano logra descubrir el bulto escurriéndose en el bolsillo interno de la chaqueta. Ahí está. La sensación de calidez y serenidad vuelve a instalarse en algún rincón de mi alma. Lo miro y manipulo las teclas, reviso. Ahí están los mensajes, las llamadas, el directorio, y la alarma. 7:00 a.m. Bien. Y lo programo para un nuevo día.
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Foto del autor Horacio Lobos Luna
Textos Publicados: 50
Miembro desde: Jan 25, 2009
2 Comentarios 921 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Cuento cotidiano

Palabras Clave: cuento maanas mundo literatura prosa narrativa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Enlace: http://www.lobosluna.webs.com/


Comentarios (2)add comment
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Horacio Lobos Luna

Verano, gracias mil por tu tiempo para leer y agregar algunas palabras. He estado lejos de esta página hace bastante tiempo. Espero retomar su ritmo en estos días. Un abrazo.
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May 21, 2009
 

Verano Brisas

Horacio: Creo que describes muy bien la celularitis aguda que aqueja a la humanidad. Somos esclavos de cualquier cosa, incluyendo el diminuto celular. Cordialmente. Verano.
Responder
April 22, 2009
 

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