Catanamb (Cuento Africano)
Publicado en Oct 29, 2013
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- ¿Le falta algo, señorita Lablanche?
- No se preocupe, Alphonse, llevo todo lo imprescindible.
 
El jeep avanzaba dando tumbos de vez en cuando debido a los baches del camino arenoso.
 
- No se asuste, señorita Lablanche, este cacharro nunca falla. Sólo quiero advertirle que llega usted en la peor época del año. Hace un calor inhumano y Catanambú es el poblado más seco y ardiente de todo el país.
- No me preocupa el calor, Alphonse. 
- ¿En qué está pensando, señorita Lablanche?
- En saber cómo voy a ser recibida.
- Llegué aquí cuando cumplia los veinte años de edad y eso ya hace treinta. Le puedo afirmar que he visto a muchas personas morir asfixiadas o muertas de hambre. Tendrá usted que amoldarse a Catanambú porque Catanambú no se amolda a nadie y menos si es usted mujer. La van a recibir con demasiadas esperanzas. ¿Está usted preparada para hacer milagros?
- Yo soy de las personas que afirman que la ciencia sólo es posible porque es un cúmulo de milagros tras milagros. Creo en los milagros porque precisamente soy científica. 
- ¿Y qué hace una chica como usted en un lugar como éste?
- ¿Cuál debe ser el lugar donde se erradique una chica como yo?
- Por ejemplo, y no se enfade por ello, en un club de alterne del viejo París.
- Es usted bastante deslenguado y majadero, Alphonse.
- Quizás por eso he salvado el pellejo multitud de veces. 
 
Ella prefirió no entrar en más detalles.
 
- ¿Falta mucho para llegar al campamento base?
- Media hora.
- Pues si no le importa prefiero dormir un poco.
- Parece que le duele reconocer ciertas verdades.
- Alphonse, prefiero no hablar más con usted.
- ¿Le molesta si enciendo la radio?
- Por mí puede irse usted al mismo infierno. Haga lo que le dé la gana. Cuanto más hablo con usted más convencida estoy de que es usted un hombre muy vulgar. Es usted más vulgar que un empleado de Banco sin Enseñanza General Básica. ¿Lo de Alphonse se lo pusieron para hacerle un favor o para disimular?
- ¡Señorita Lablanche!
- Ni señorita Lablanche ni Teresa de Calcuta; yo soy como soy pero usted es más basto que un bocadillo de tachuelas. Veo que es usted muy corto de estatura pero que es todavía más corto de entendimiento. Si fuera usted el único hombre de la Tierra, Alphonse de las narices, yo me nacionalizaría marciana.
- Así comenzó la Guerra de Troya... 
- ¿La Guerra de Troya? ¿Acaso sabe usted algo sobre la Guerra de Troya, ignorante?
- Me sé el título que ya es bastante.
- Bastante corto de entendimiento. Lo confirma usted mismo.
 
Alphonse Péres Ginet se dio por derrotado.
 
- ¿No quería usted encender la radio?
- Prefiero seguir en silencio. Me ha amargado usted el viaje.
- Dudo que yo le haya amargado algo porque es usted el tipo más margado que he conocido en mi vida, Alphonse Péres Ginet. Está usted más amargado que un pepinillo aderezado en vinagre y aromatizado con licor de cardos borriqueros.
 
Minutos después habían llegado al campamento base y les salió a recibir un apuesto y verdadero atleta de color negro.
 
- Esperábamos que llegaran ustedes dos horas antes.
- Es que mi cacharro no ha funcionado bien del todo. Se me está haciendo viejo. 
 
Ella intervino jocosamente.
 
- Ya veo que su cacharro no funciona bien del todo y dudo de que alguna vez haya funcionado medianamente bien.
 
El atractivo y juvenil atleta africano soltó una alegre carcajada.
 
- ¡¡Jajajajaja!! ¿Quién es usted, señorita?
 
Ella bajó del jeep.
 
- Madeleine Lablanche Delacroix. Soy la nueva enfermera.
 
Se dieron un cálido apretón de manos y ella sintió que el corazón le daba un vuelco.
 
- Yo soy Yannick Haon.
- ¿No tiene usted apellido materno?
- No conocí a mi madre ni en fotografía. Por eso no nombro su apellido para nada; pero observo que es usted un verdadero monumento viviente. ¿Por qué se ha decidido a venir aquí en lugar de dedicarse a las Artes Plásticas?
- ¿Eso lo dice como un halago?
- Eso lo digo como una verdad.
- ¿Cómo es eso de que no conoció a su madre ni en fotografía?
- Un mes después de haber nacido yo la fusilaron los del Ejército de Liberación. 
- ¿Se libera a todo un pueblo fusilando a personas inocentes?
- Así lo creen esos fanáticos Musulmanes Negros.
 
Alphonse Péres Ginet se dio cuenta de que había sido derrotado por completo y que la bellísima y escultural Madeleine Lablanche Delacroix ya le tenía completamente olvidado; así que intentó recuperar el terreno perdido ante Yannick Haon. 
 
- Cuando yo era paracaidista...
- ¿No me diga que ha sido usted alguna vez paracaidista? 
- Pues sí, querida Madeleine.
- Habrá sido alguna vez soñando.
- ¡Señorita Lablanche!
- Le vuelvo a repetir que ni señorita Lablanche ni Teresa de Calcuta, a lo más que ha podido usted llegar a ser habrá sido trabajando de paragüero y ha debido confundir los paraguas con los paracaídas.
- ¿No cree usted que yo he sido paracaidista?
- No me importa si lo ha sido o no lo ha sido pero escuchándole bien quizás fuese usted el que limpiaba las letrinas.
- ¡Me está usted ofendiendo, señorita Lablanche!
- Pues yo veo que le está diciendo unas cuantas verdades, Don Alphonse.
- No se moleste usted en llamarle Don porque este tipo tiene menos Don que Don Nadie. Me da la sensación de que solamente es un cotilla que siempre quiere intervenir en conversaciones ajenas porque es un chismoso por muy guapo que se crea; lo cual es tan falso como que el Mar Muerto es el mismo que el Mar Rojo.
- ¿Lo dice en serio, Madeleine?
- Lo digo en serio, Yannick. Y ahora me gustaría que este Alphonse se perdiera definitivamente de mis vista para no verlo más en esta vida ni en la posterior. ¿Ha escuchado bien, Alphonse Péres Ginet? 
 
Alphonse Péres Ginet, machista empedernido, no estaba dispuesto a obedecer órdenes dadas por una jovencita por muy sexy que ésta fuera.
 
- No me apetece hacerla caso, señorita Lablanche. Es más interesante tenerla cerca como a las zorras.
- ¡Ya ha oído usted a Madeleine, Alphonse Péres Ginet! Veo que es cierto que no se puede malgastar el lenguaje llamándole Don.  
 
El cincuentón machista y malhablado cerró la boca, dio una furiosa partada en la rueda delantera izquierda del jeep y, soltando un exabrupto propio de un carretero barriobajero, montó en el coche y se perdió de vista en medio de la polvareda.
 
- ¡Me caes muy bien, Yannick!
- Y usted me cae mucho mejor, Madeleine. Tiene usted un nombre muy dulce. Me recuerda a las madalenas que me sirven en Catanambú cuando desayuno. 
- ¡Jajajá! No sólo eres muy atractivo sino que eres muy elegante e inteligente cuando lanzas piropos, Yannick. ¡Tú y yo vamos a ser grandes amigos!
- ¿Solamente grandes amigos?
- ¿Qué estás pensando, Yannick?
- Estoy pensando en ser su guardaespalda. En Catanambú es muy peligroso que una chica tan guapa y tan sexy como usted camine sola por las polvorientas callejuelas.
- Me gusta tu caballerosidad, Yannick. ¡Estoy de acuerdo en que seas mi guardaespalda!
- ¿Solamente guardaespalda nada más?
- ¡Jajajá! ¡Vamos demasiado deprisa, Yannick!
 
Ambos se quedaron mirándose a los ojos y como si un imán los atrajera mutuamente juntaron sus bocas.
 
Aquel largo y prolongado beso fue el inicio del romance. 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Cuento Africano.

Palabras Clave: Literatura Prosa Cuentos Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Moraleja & Fbula



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