Crónicas de Agthbalen
Publicado en Oct 15, 2013
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Al principio nadie supo cómo se inició el Caos o quién lo había traído, pero con mano dura gobernaba sobre los ahora Páramos Infinitos, cuna de gloriosas civilizaciones; de ciudades con arquitectura inigualable, simétricas y que nunca se desbordaban, pues no había límites; de seres increíbles que rebasan toda la imaginación actual, porque eran hermosos, fuertes, autónomos e incansables.
            Antes  de la Era del Caos, había paz, o eso dicen los textos antiguos, muchos de los cuales han sido quemados y destruidos por el Caos. Sin embargo, todavía queda un ser que puede contar toda su historia. Los Páramos Infinitos eran una tierra, como su nombre lo indica, sin fin. En ella vivían seres hermosos con poderes inimaginables. Pero utilizaban sus poderes para el bien, y entre ellos dieron vida a los Páramos Infinitos y los poblaron. No siempre se llamó así. Según los textos antiguos, de lo poco que se ha podido recuperar, lo llamaban Agthbalen, que se puede traducir como “Reino Infinito” en una lengua hoy largamente olvidada.
            Sólo había ocho seres al principio. Se llamaban entre sí como los “Cratorohme”, que significa “Hermanos de la Creación”. El primero de ellos, y más fuerte de todos, era Anshurgh, Señor de la Creación y de la Destrucción. Él se encargó de dar forma y vida a la gran ciudad, de alzar sus grandes torres, sus murallas, sus templos, edificios, casas y castillos. Porque vio en su imaginación el llenar el sinfín oscuro con grandes edificaciones, altas y hermosas, de colores blancos y dorados. Anshurgh vislumbró su creación en la mente, y de la mente a la materia creó la ciudad infinita. Pero Anshurgh era visionario de  materia, y no de vida. Y aunque podía crear vida con sus poderes perfectos, él sólo creaba objetos materiales porque así lo deseaba, y no quería más.
            La segunda Cratorohme era Aufen, Señora de los Vientos y las Mareas. Ella dio ríos, mares, océanos, cascadas, olas y vientos a la creación de Anshurgh. Porque él creó una ciudad sin movimiento y Aufen le dio motor a sus ciudades. El agua recorría por ríos y  por acueductos la ciudad, y daba movimiento y sonido a la creación estática de Anshurgh.
Después, vino Eurbes, Señor de los Fuegos. Con su poder, trajo la luz y el calor a la infinita ciudad. Iluminó sus callejones, sus avenidas, y las habitaciones atemporales de sus grandes edificaciones. También creó las fogatas, las antorchas y las chimeneas no sólo para dar luz a la ciudad, sino para darle calor, porque el frío infinito congelaba todas las cosas y las destruía.
            Posteriormente, se alzó Egheborn, Señor del Nacimiento, que vio lo que sus hermanos hacían y pensó que los valles y grandes llanuras en donde estaban los cimientos de Agthbalen, no podían ser sólo para ellos, así que después de consultarlo, creó a los Ounonborn, “Los Primeros Nacidos”, que poblarían las edificaciones de la enorme ciudad. Y sería su tarea terminar lo que ellos habían empezado. Egheborn le dio alma a su creación, así como vida. Pero eran seres informes e invisibles entre ellos que deambulaban por los barrios de la ciudad. Entonces, decidió darles un motivo: habitar Agthbalen, llenar de vida sus edificaciones, crear una organización y sociedad. Darle un sentido a todo lo que ellos habían formado.
            La más hermosa de todas las Cratorohme era Insheraton, Señora de la Sabiduría y de la Belleza. Como ella sabía que con una gran belleza se adquiría un gran poder, también estaba dotada de una enorme sabiduría para utilizar su poder para el bien de esta creación y no para el contrario de la idea principal de Anshurgh. Ella conoció a las criaturas hechas por su hermano Egheborn  y pensó en concederles el regalo de la forma, ya que si entre ellos no podían verse, no se lograría una sociedad. Entonces la hermosa dotó de forma a los Ounonborn. Les dio una cabeza, que resguardaría la mente, cuna de todo conocimiento, pues ella, además, les transmitiría saber, y ellos lo guardarían ahí. En la cabeza les puso ojos, para que pudieran ver a sus semejantes e identificarlos; les dio una nariz, para poder identificar el aroma único de cada uno de ellos, así como de todas las cosas; les dio oídos para hacerlos capaces de escuchar los sonidos de las diferentes entidades reunidas en Agthbalen, y también les dio una boca, no sólo para poder diferenciar el sabor de aquello que pudiesen probar, sino para emitir sonidos, cada uno con un tono diferente y poder así comunicarse entre ellos. Crearon entonces el lenguaje oral. También les dio el resto del cuerpo: un cuello, que conectaba la cabeza con un torso; éste comunicaría las extremidades del cuerpo: en él se conectaban dos brazos, cuya función sería servir como los instrumentos de la voluntad de los Ounonborn. Ellos tenían manos, con las que podían tocar, sentir, crear cosas a partir de otras o romperlas en pedazos. T también llevar su lenguaje al mundo escrito. Más abajo en el torso, se conectaban las piernas que terminaban en pies, los cuales servirían como los instrumentos móviles, con ellos se podrían sostener, mover, caminar, correr y realizar todas aquellas cosas que en su mente pudieran  imaginar.  Los Cratorohme vieron lo que Insheraton había creado, y decidieron todos tomar formas parecidas a los Ounonborn, pero invisibles para ellos.
            Entonces vino Oghlom, Señor de la Vida, y aunque de él no dependía dar vida a las cosas, o crearlas, les dio conciencia de vida a los Ounonborn, para que así llevaran a cabo su propia voluntad y cumplieran la misión para la que fueron creados. Con la sabiduría de Insheraton, y la consciencia de Oghlom, los Ounonborn cobraron conciencia de que estaban vivos, y de que sus acciones marcaban una diferencia en la historia naciente de Agthbalen. Tomaron una voluntad y un libre albedrío. Entonces ejercieron sus propias decisiones, siempre bajo el cuidado de los Cratorohme.
            Cuando Ogrodrum vio la creación de sus hermanos, pensó que todo Agthbalen no podía ser para ellos o para los Ounonborn, entonces, el Señor de las Bestias, trajo de sus entrañas toda clase de seres vivos, a quienes llamaría “animales” o “bestias”. Les dio vida y alma, también, pero una conciencia no tan profunda como la de los Ounonborn. Y les dio también muchos cuerpos diferentes. Algunos caminarían en cuatro miembros, que se llamarían patas, y otros en dos. Algunos serían grandes y otros pequeños. Otros volarían y algunos otros vivirían en los mares, ríos y lagos.  Todos vivirían en Agthbalen, mas no todos tendrían voluntad propia, algunos se someterían a la de los Ounonborn, y les ayudarían a hacer sus labores, pero también los acompañarían, y entonces, estos seres conocerían el afecto, la pasión, la misericordia. Fue a través de los animales de Ogrodrum, Señor de las Bestias, que los Ounonborn adquirieron sentimientos. No todas las bestias eran pacíficas, también había unas violentas que atacaban a los Ounonborn, con lo que conocieron también el miedo y decidieron mantenerse lejos de algunas de estas criaturas. Pero también crearon armas y armaduras para defenderse de los ataques de aquéllas, y aun cuando llevaron cosas negativas a las creaciones de sus hermanos, como el conocimiento del miedo, las bestias de Ogrodrum les inspiraron también otros sentimientos como bondad, cariño, afecto y hasta amor. Y los Ounonborn no sólo compartían estos sentimientos con sus compañeros animales, sino también entre ellos y se crearon las familias. Con las familias, se dividió la sociedad y se crearon clanes, castas y grupos que vivían en armonía.
A la postre, llegó Urwe, Señora de las Tempestades, y vio todo lo que ante ella se regocijaba. Acudió pronto a sus hermanos, y todos acordaron que los Ounonborn serían víctimas de las catástrofes. Así, Urwe, siempre medida, creó las catástrofes: tormentas, huracanes, inundaciones, diluvios, maremotos, enfermedades y, al final, con ayuda de Anshurgh, Urwe creó la muerte. Entonces los Ounonborn se preguntaron por qué perecían y comenzaron a buscar formas para alargar su vida, maneras para mejorar la calidad de ésta, para curar enfermedades, aliviar el dolor o evitar catástrofes, y con esto se fundaron los primeros hospitales en Agthbalen. Tal como algunos se dedicaron a estudiar cómo curar a otros y cómo alargar la vida, otros se dedicaron a estudiar los fenómenos que los azotaban y se creyó pertinente que transmitir la sabiduría de persona a persona era importante, por lo que se fundaron las escuelas y las universidades. Entonces los Ounonborn se decidieron a escribir su historia, pues comprendieron que al morir, las memorias se perdían y que transmitirlas de boca en boca las hacía caer en el olvido, al que combatieron fieramente, pues se convirtió en el peor de los males. Y todo esto porque Insheraton limitó sus mentes, orillándolas a olvidar pronto las cosas. En la escritura, en cambio, durarían para siempre. Los libros habían llegado a ser los bienes más preciados de la sociedad, que eran signo de sabiduría y de conocimiento. Y como no era fácil tener libros, entonces también se convirtieron en signos de riqueza y posición social.
            Los Cratorohme vieron su creación y estaban complacidos. Observaron que los Ounonborn estaban realizando la tarea para la cual fueron creados: hacer una sociedad y poblar Agthbalen. Pero Anshurgh vio más en su mente: crear naturaleza. Y llenó secciones de la gran ciudad con bosques, grandes tramos de pastos verdes con riqueza en árboles, y de los árboles crecía fruta que los Ounonborn comieron y cosecharon. Mas no todos los bosques se convirtieron áreas de cosecha, algunos de ellos permanecieron lejos de los dominios de los Ounonborn, y nunca fueron vistos o documentados por ellos, porque la creación de Anshurgh era infinita, e incluso había lugares de Agthbalen que nunca fueron habitados por los Ounonborn o por los animales. Y algunas bestias de Ogrodrum habitaron los inmensos bosques que los Ounonborn no habían tocado, e hicieron de ellos su hogar. Entonces, como si fuera otro ser vivo, el agua se abrió camino también por los bosques, trayendo nueva vida a lugares remotos y desconocidos de Agthbalen.
            Los Ounonborn se dieron cuenta de que su ciudad era tan grande que pensaron dividirla en zonas, y empezaron a explorar, mapear y dividir la Ciudad Infinita. Mientras exploraban los grandes distritos, conocieron nuevas estructuras que no habían visto antes, y algunas de ellas eran los templos que Anshurgh había construido. Dentro de los templos se relataba en escritos y pinturas la creación de todo. Los Ounonborn conocieron, a través del dibujo, a sus creadores, mas los Cratorohme no se presentaban ni interactuaban con los Primeros Nacidos. Imitaron el dibujo y la pintura, también ellos grababan en sus muros. Y los Ounonborn adquirieron nuevos conocimientos sobre su creación, y así se fundó la religión. Algunos decidieron consagrarse a estudiar estos relatos para poder comunicarse con sus creadores. Y se preguntaron dónde podrían vivir, y sus exploraciones por todo Agthbalen se redoblaron. Los Ounonborn se empezaron a dirigir a sus creadores como “Dioses”.
            Anshurgh vio la determinación de los Ounonborn, y decidió crear el cielo. Porque arriba de Agthbalen flotaba otro infinito oscuro que no era hermoso, pero él lo hizo hermoso. El cielo era azul oscuro. Era inmenso e infinito, y en él se podían ver las estrellas, lejanas luces brillantes que iluminaban el cielo de Anshurgh. Eurbes voló por el cielo y observó las estrellas. Determinó que las estrellas eran seres de calor y fuego que flotaban muy lejos de ellos, y él creó una estrella para Agthbalen: Urunfeim, La Tierra que Arde. Ella trajo luz a toda la ciudad. Urunfeim no tenía vida ni conciencia y, sin embargo, volaba sobre Agthbalen, daba vueltas en su propio eje, y los Ounonborn se dieron cuenta del tiempo y lo midieron. Aun cuando parecía que su estrella sobrevolaba los cielos de Agthbalen, estaba muy lejos y era imposible acercarse a ella. Y en muchos intentos hacerlo, los Ounonborn crearon los primeros aeroplanos.
            Con Urunfeim, la bóveda oscurecida de Anshurgh cobró un color celeste claro y brillante. Y los Ounonborn observaron cómo el calor de Urunfeim acogía a todos, y se regocijaban a su resguardo. También las aguas creadas por Aufen se evaporaban formando nubes blancas y trayendo lluvia cuando Urwe no las convocaba, pero eran precipitaciones normales y moderadas, no los diluvios que ella hacía. Así nació el cielo, y los Ounonborn creían que Urunfeim era el reino lejano donde los Cratorohme yacían y moldeaban a Agthbalen a su gusto. Pero Urunfeim era una estrella y ni los propios Cratorohme podrían habitarla, lo que no impedía que Anshurgh y sus hermanos se complaciesen al saber que los Ounonborn los creían tan lejanos.
            Agthbalen estaba completa; era una tierra de ensueño hecha realidad tal como la visionaron los Cratorohme. Lo único que faltaba era que los Ounonborn escribieran la historia del Reino Infinito, y lo llevaran a la grandeza.
Insheraton sintió hastío de volar siempre por Aghtbalen sin tener un lugar donde descansar, pues aun cuando no necesitaban descanso, a ella le habría gustado experimentarlo. Entonces propuso tener una parte del Reino Infinito sólo para ellos, y todos accedieron. De esta forma, los  Cratorohme bajaron a Agthbalen con formas mortales y fundaron Alaros, la Ciudad de Oro Blanco, un distrito lejano al dominio de los Ounonborn, del que los separaba un inmenso bosque oscuro que éstos no se atrevían a cruzar. Muy pocos lograron descubrir Alaros, y aunque sabían que existía, que algo había detrás de las altas murallas blancas que la rodeaban, también eran conscientes de que era una ciudad inaccesible, y por más que quisieron atravesar sus murallas altas, extrañas voces los hacían regresar llenos de miedo, y de una gran curiosidad.
Y los Cratorohme, desde Alaros, observaron a los Ounonborn. Las murallas más grandes de todo Agthbalen resguardaban las torres más altas, porque desde ahí los hermanos observaban la culminación de su creación. El Reino Infinito era el lugar más bello jamás imaginado, y aunque los Cratorohme no tienen conciencia de dónde vienen ellos mismos, o de qué había antes de Agthbalen, saben que nada nunca podrá igualar las hermosas edificaciones que había en Agthbalen, porque sus construcciones, sus bosques, su cielo y sus habitantes eran perfectos, ya que así lo querían ellos, los Creadores.
Alaros no era el más grande distrito, como ellos lo llamaban, de Agthbalen. Era, sí, el más hermoso que Anshurgh había creado. El hogar de los Cratorohme, Hermanos de la Creación. Y aunque se llamaban hermanos, no tenían semejanza entre ellos. Eran hermanos en sus pensamientos.
            La forma de este distrito era circular. Sus avenidas, suelos, paredes y techos estaban todos hechos de oro blanco, tan duro como el granito, y tan brillante como los diamantes. Sus ventanas eran altas, tal como los Cratorohme. Sus construcciones eran cuadradas y circulares, llenas de cúpulas y domos. Alaros, el distrito poseedor de las torres más altas de todo Agthbalen, tenía ocho torres de forma circular, cada una de las cuales albergaba el hogar de alguno de los Cratorohme. En el centro se alzaba Anan Tuhr, “Centro de Reyes”, el palacio principal de Alaros, donde se erigiía la torre de Anshurgh. En Anan Tuhr se reunían todos los Cratorohme a conversar y discutir sobre los Ounonborn. Era la más alta, en su cima se levantaban grandes columnas y en su centro, un trono. Era el sitio de todo el poder, asiento de Anshurgh, quien observaba todo y juzgaba a los mortales Ounonborn.
            Las otras siete torres estaban posicionadas de forma circular alrededor de Anan Tuhr, pero en diferentes y alejadas estructuras. Todas estas medían lo mismo, pero eran diferentes. Y aunque en Alaros había varios edificios y casas, sólo los ocho Cratorohme vivían ahí.
            Entre ellos nunca discutían su nacimiento o de dónde venían, porque nunca lo habían pensado. Ellos eran el principio de todas las cosas y no tenían padres o creadores, como los Ounonborn. Y no fue sino hasta que adquirieron conciencia de sí, que cuando decidieron crear Agthbalen. Ellos flotaban en un vacío infinito estrellado por luces distantes que se negaban a conocer, o dar importancia, porque estaban fuera de sus dominios y no viajaban más allá de ellos.
            Tampoco habían pensado en la relación entre ellos o su propósito primordial. Estaban ahí para guiar a los Onounborn en secreto. Aunque nunca se hablaban de sentimientos, claramente los Cratorohme comunicaban sentimientos, no sólo eran adquisición de sus creaciones. Los Cratorohme sentían cariño, amor y admiración por los Primeros Nacidos, pues sin tener los poderes magníficos de sus creadores, ellos habían organizado una sociedad, y habían mejorado, en lo que les pareciera, las edificaciones de Agthbalen que poblaban sus dominios. Y eran carne de la carne de los Cratorohme, porque Egheborn tomó parte de todos sus hermanos para crear a los Ounonborn.
            Antes de la creación, los Cratorohme volaban, sin forma, por un espacio oscuro e intercambian pensamientos, colores, sonidos y formas. Entonces, en un instante, Anshurgh dio vida a sus pensamientos. Le siguió Aufen, que se unió maravillada de Agthbalen. Los Ounonborn pensaban que los vientos eran dioses recorriendo las tierras y susurrándoles al oído. Se dieron cuenta, también, de que con el agua, los Ounonborn se sentían mejor y muchos malestares desaparecían, y la aceptaron como el líquido vital.
            Cada uno de los Cratorohme aportó grandes cosas a la creación  y ninguno envidiaba el poder de otro: eran poderosos y suficientes con lo que tenían.
            Sin embargo, aun completos, se relacionaron más y más, hasta que Anshurgh vio en Insheraton lo que nunca había visto en las demás Cratorohme: su gran belleza, pero no sólo observó, sino que comenzó a admirarla. Y fueron ellos quienes decidieron acompañarse uno al otro. Anan Tuhr se convertiría en el palacio principal de Alaros, y hogar de Anshurgh e Insheraton.
            Cognos Tor, la Torre de la Sabiduría, la que fuera hogar de Insheraton, se convirtió en la primera biblioteca de todo Agthbalen, y la única torre deshabitada. Los Ounonborn creaban libros e Insheraton se complacía en ello. La Bella tomaba estos libros y entre sus manos los multiplicaba, creando copias para Alaros y regresando los originales a sus amos en las distintas tierras de Agthbalen. La Torre de la Sabiduría resguardaba todos los conocimientos de los Ounonborn y también los textos elaborados por los Cratorohme, pues ellos vieron la iniciativa de sus creaciones y decidieron también escribir su historia y atesorar sus conocimientos.
            Anshurgh creó a los Aurucurae, quienes protegerían con celo la Torre de la Sabiduría y la información que allí guardaba, pero también caminarían por las calles de todo Alaros. Eran, como Anshurgh los llamaba, los primeros autómatas de Agthbalen. Seres dotados de cuerpo, cubiertos de armaduras negras, doradas y blancas dependiendo de sus rangos, con mente propia y conciencia, pero sin voluntad ni alma. Su voluntad era la de los Cratorohme. Y aunque atacarían a cualquier intruso en el instante en que lo vieran, eran incapaces de realizar cualquier otra tarea, a menos de que uno de sus maestros, los Cratorohme, se lo pidieran.
            Los Aurucurae, esos incansables guardianes de oro que rondaban las calles y los edificios, hacían que la enorme ciudad se viera habitada todo el tiempo. Pero entre ellos no hablaban, no había los comercios que los Ounonborn habían creado, ni las relaciones, las familias o la cultura “civilizada” del resto de Agthbalen. Eran muchos los Aurucurae, pero Alaros era silenciosa. Se escuchaban en el viento sólo los susurros de los Cratorohme.
            Sus hermanos vieron con alegría la unión de Anshurgh e Insheraton. Complacidos vieron que ellos, los más poderosos entre todos, fueron los primeros en mostrar interés por los sentimientos. Entonces todos se inclinaron ante ellos, en el palacio de Anan Tuhr y los alabaron como reyes. Anshurgh e Insheraton serían los Señores de los Cratorohme. Y mientras nadie veía, los Cratorohme escribían esto en las paredes de los templos de Agthbalen para que los Ounonborn lo aprendieran. Y si bien el creador de la Ciudad Infinita y la hermosa Cratorohme fueron coronados como reyes de Alaros, los Cratorohme seguían siendo hermanos y entre ellos se amaban, se respetaban y siempre buscaban consejo los unos de los otros.
            Conforme pasaba el tiempo, los Cratorohme observaban cómo el reino de Agthbalen crecía en habitantes, y partes antes inexploradas del Reino Infinito estaban entonces habitadas. Mas Alaros siempre permanecía lejos de ellos, inaccesible. La sociedad en Agthbalen había crecido, y así como ellos lo habían hecho, los Ounonborn también coronaron a sus Reyes. Los más reconocidos y queridos entre ellos habían tomado uno de los templos más hermosos que Anshurgh había fundado y lo hicieron el Palacio de Agthbalen. Con sabiduría reinaron y sus creadores se complacían con ello. 
            Pero los Ounonborn seguían haciendo expediciones a las murallas de Alaros. Querían saber qué había detrás de esas enormes murallas, más grandes que cualquier otra estructura en Agthbalen. ¿Era el final del reino? ¿Era otro reino ajeno a ellos? ¿Era la ciudad de sus dioses? Imaginándose esto, los reyes de los Ounonborn emprendieron su viaje hacia Alaros. Ansiaban el poder que había detrás de las murallas. Ansiaban, sencillamente, la inmortalidad…
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Foto del autor Tomás Arriola Ruiz
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Descripción

La fantástica narración sobre la creación. Es una historia de fantasía y misticismo que nos adentra a la creación de una ciudad llamada Agthbalen y cómo sus creadores decidieron habitarla con numerosas criaturas.

Palabras Clave: agthbalen autherius fantasía magia creación ciudades dorado blanco reino mitología

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasía


Creditos: Tomás Arriola

Derechos de Autor: Corporaciones Arriola


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