LA ASESORÍA SOBRE HEGEL. (+18)
Publicado en Sep 22, 2013
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Me miras desde tu pupitre, levantando tu falda como por accidente; en tu pecho se nota la respiración rápida, el sudor. Hay pequeñas gotas que resbalan, jugueteando en tu piel. Es un día caluroso, mal día para una asesoría sobre Hegel. 
No entiendo -dices.
Mija -te digo- la dialéctica del amo y el esclavo se explica fácil. El que tiene miedo a morir, pierde. El amo gana porque puede matar.
Te agitas, cruzas las piernas; el sol entra por los ventanales altos del salón, haciendo franjas que iluminan tu cabello; eres una visión. Un ángel con sonrisa de demonios. 
¿No dijo que el amo también, al final, resultaba esclavo? -Sentencias, clavando tu pupila en mi pupila como un cuchillo de lumbre.
Tienes razón -te digo, apenas disimulando mi corazón estremecido- esa es la dialéctica hegeliana. Sin esclavos, no hay amo, se complementan.
(Me pregunto cómo a tus dieciséis tienes esas piernas, esos pechos, ese culo tan redondo. Tu olor entre niña y mujer me excita, pero disimulo lo más que puedo, mantengo la compostura, no debo olvidar mi ética laboral.)
Recuerda que el amo manda porque el esclavo tiene miedo de morir, pero el amo es esclavo de los esclavos porque sin ellos no es amo. -Le explico, dando pequeños golpes en el pizarrón con la regla. 
¡Yo no entiendo nada! -gritas histérica y arrojas tu lápiz lejos, cae cerca de mis pies. Te levantas de tu asiento, pataleas en el piso. Aunque es una escena patética, en mi mirada eres como una ninfa aplastando uvas con sus diminutos pies para el más delicioso vino.Disculpe, profe -dices y te acercas, te agachas delante de mí. No puedo evitar ver tu escote, tu blusa entreabierta, la línea de tus senos. Sujetas tu lápiz y volteas a verme; no puedo disimular mucho más tiempo mi excitación. Notas el bulto en mis pantalones. Mi verga es una bestia indómita que me delata. Te acercas. Me das un beso en la boca; inesperado, húmedo, tierno, sensual, divino… Se derrama tu carmín por mis labios, es poesía tu dulce saliva. Correspondo el beso, meto mi mano debajo de tu falda, comienzo a acariciar tu pubis por encima de tus calzoncitos. El beso no cesa. Bajo tus bragas. Meto mi dedo índice en tu vagina, en la parte superior de tu cueva sagrada, acaricio, aprieto. Te estremeces, me deleito. Cuando siento más humedad, meto también mi dedo medio. Los deslizo suave por la parte superior de tus paredes; el beso no ha cesado.
¿Ahora entiendes a Hegel? -te pregunto, con una sonrisa maliciosa.
Entiendo que tengo miedo de morir en sus manos, me tiene sujetada de mi punto de muerte. Ese miedo que le tengo también me excita. -dices. Entiendo -continúas- que soy su esclava y su puta. Pero que usted me necesita tanto como yo lo necesito a usted para seguir el juego.
(Sonrío.)
Es un juego curioso -te digo- porque ahora que has aprobado el curso sobre Hegel, en lugar de premio te daré unas nalgadas.
Eso para mí es un premio -dices-, pues siempre que mi papá me nalgueaba, le dejaba las rodillas mojadas de mi excitación. Soy una sucia.
Bueno, bueno, a Freud lo veremos otro día. -te digo. Y te pongo sobre mis rodillas, es verdad, de sólo decírtelo estás más húmeda. Hago hueco con la mano derecha y dejo caer sonoras nalgadas sobre tu hermoso culo blanquecino. Puede que seamos descubiertos, eso nos excita. Dejo caer varias nalgadas sobre ti; una franja de sol sobre tu culo hace más brillantes las huellas rojas de mis dedos. Es tarde. Te levanto, te agarro de los cabellos y te vuelvo a besar en la boca. Estás excitada y agitada. Te digo “la asesoría ha terminado”. Me miras incrédula, excitada y enojada; puedo cocinar cualquier sentimiento en tu mirada. Recojo mi portafolio, abro la puerta y… me voy.
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Foto del autor Getzemaní González
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Descripción

LA ASESORÍA SOBRE HEGEL. Getzemaní González Castro. Me miras desde tu pupitre, levantando tu falda como por accidente; en tu pecho se nota la respiración rápida, el sudor. Hay pequeñas gotas que resbalan, jugueteando en tu piel. Es un día caluroso, mal día para una asesoría sobre Hegel. No entiendo -dices. Mija -te digo- la dialéctica del amo y el esclavo se explica fácil. El que tiene miedo a morir, pierde. El amo gana porque puede matar. Te agitas, cruzas las piernas; el sol entra por los ventanales altos del salón, haciendo franjas que iluminan tu cabello; eres una visión. Un ángel con sonrisa de demonios. ¿No dijo que el amo también, al final, resultaba esclavo? -Sentencias, clavando tu pupila en mi pupila como un cuchillo de lumbre. Tienes razón -te digo, apenas disimulando mi corazón estremecido- esa es la dialéctica hegeliana. Sin esclavos, no hay amo, se complementan. (Me pregunto cómo a tus dieciséis tienes esas piernas, esos pechos, ese culo tan redondo. Tu olor entre niña y mujer me excita, pero disimulo lo más que puedo, mantengo la compostura, no debo olvidar mi ética laboral.) Recuerda que el amo manda porque el esclavo tiene miedo de morir, pero el amo es esclavo de los esclavos porque sin ellos no es amo. -Le explico, dando pequeños golpes en el pizarrón con la regla. ¡Yo no entiendo nada! -gritas histérica y arrojas tu lápiz lejos, cae cerca de mis pies. Te levantas de tu asiento, pataleas en el piso. Aunque es una escena patética, en mi mirada eres como una ninfa aplastando uvas con sus diminutos pies para el más delicioso vino. Disculpe, profe -dices y te acercas, te agachas delante de mí. No puedo evitar ver tu escote, tu blusa entreabierta, la línea de tus senos. Sujetas tu lápiz y volteas a verme; no puedo disimular mucho más tiempo mi excitación. Notas el bulto en mis pantalones. Mi verga es una bestia indómita que me delata. Te acercas. Me das un beso en la boca; inesperado, húmedo, tierno, sensual, divino… Se derrama tu carmín por mis labios, es poesía tu dulce saliva. Correspondo el beso, meto mi mano debajo de tu falda, comienzo a acariciar tu pubis por encima de tus calzoncitos. El beso no cesa. Bajo tus bragas. Meto mi dedo índice en tu vagina, en la parte superior de tu cueva sagrada, acaricio, aprieto. Te estremeces, me deleito. Cuando siento más humedad, meto también mi dedo medio. Los deslizo suave por la parte superior de tus paredes; el beso no ha cesado. ¿Ahora entiendes a Hegel? -te pregunto, con una sonrisa maliciosa. Entiendo que tengo miedo de morir en sus manos, me tiene sujetada de mi punto de muerte. Ese miedo que le tengo también me excita. -dices. Entiendo -continúas- que soy su esclava y su puta. Pero que usted me necesita tanto como yo lo necesito a usted para seguir el juego. (Sonrío.) Es un juego curioso -te digo- porque ahora que has aprobado el curso sobre Hegel, en lugar de premio te daré unas nalgadas. Eso para mí es un premio -dices-, pues siempre que mi papá me nalgueaba, le dejaba las rodillas mojadas de mi excitación. Soy una sucia. Bueno, bueno, a Freud lo veremos otro día. -te digo. Y te pongo sobre mis rodillas, es verdad, de sólo decírtelo estás más húmeda. Hago hueco con la mano derecha y dejo caer sonoras nalgadas sobre tu hermoso culo blanquecino. Puede que seamos descubiertos, eso nos excita. Dejo caer varias nalgadas sobre ti; una franja de sol sobre tu culo hace más brillantes las huellas rojas de mis dedos. Es tarde. Te levanto, te agarro de los cabellos y te vuelvo a besar en la boca. Estás excitada y agitada. Te digo “la asesoría ha terminado”. Me miras incrédula, excitada y enojada; puedo cocinar cualquier sentimiento en tu mirada. Recojo mi portafolio, abro la puerta y… me voy.

Palabras Clave: LA ASESORÍA SOBRE HEGEL. Getzemaní González Castro. Me miras desde tu pupitre levantando tu falda como por accidente; en tu pecho se nota la respiración rápida el sudor. Hay pequeñas gotas que resbalan jugueteando en tu piel. Es un día caluroso mal día para una asesoría sobre Hegel. No entiendo -dices. Mija -te digo- la dialéctica del amo y el esclavo se explica fácil. El que tiene miedo a morir pierde. El amo gana porque puede matar. Te agitas cruzas las piernas; el sol entra por los ventanales altos del salón haciendo franjas que iluminan tu cabello; eres una visión. Un ángel con sonrisa de demonios. ¿No dijo que el amo también al final resultaba esclavo? -Sentencias clavando tu pupila en mi pupila como un cuchillo de lumbre. Tienes razón -te digo apenas disimulando mi corazón estremecido- esa es la dialéctica hegeliana. Sin esclavos no hay amo se complementan. (Me pregunto cómo a tus dieciséis tienes esas piernas esos pechos ese culo tan redondo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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