El clandestino arte de vivir quebrando al destino 
(escribir a horas bajas será lo mismo bajo la manga mortal)
Tenemos tanta vida como tanta muerte en nuestros ojos,
ojos que miran espantos ojos que miran maravillas.
Tenemos un ballet descoordinado en nuestros corazones
siempre que con nuestras bocas besamos la fría pared.
Aparecen los fantasmas de la noche a plena luz del día
porque nos sentimos humillados, mucho menos, mucho mal
dentro de nuestra ropa, de nuestra piel.
Hemos de ser ángeles caídos que no trajeron más que dolor
a una tierra que ya era suficientemente dolorosa en soledad.
Almas vagabundas en el medio exacto del infierno
o espíritus quebrados en la mitad del amor.
Bahías de río dulce que se va como se va el tiempo en desuso 
o todos los caballos blancos... 
o los reos cuando se marchan de la ciudad
por la senda de las penitas y hacia sitios inhóspitos...
Tenemos tanta ternura como crueldad en nuestra mente,
en nuestros actos cotidianos o pesados (o todo lo contrario)
Y dañamos y sentimos matar a un inocente y nos herimos,
nos herimos con uñas y dientes y cuchillas de carnicero
porque nos sentimos culpables de las miserias ajenas
o de las propias
o ponemos un vaso en la pared y hostigamos con nuestros oídos al vecino.
Somos mucho, somos poco, somos todo, somos nada,
somos lo que el mundo quiere seamos o somos todo lo opuesto:
entonces somos los rebeldes, los 22...
Tenemos todo para vivir, y morimos sin siquiera intentarlo
porque el miedo puede más que un corazón en llamas
porque siempre está el incendio
en nuestras jarras o corazones...
Pero tenemos siempre a quién cuidar o quién nos cuide
y eso es lo que me consuela saber
al final de este poema.