Casandra
Publicado en Aug 31, 2009
Es posible que la pasión por la historia y la mitología, que me inculcaron de niño, con el paso de los años y por carecer de otras motivaciones, se convirtió en obsesión. Mi vida, se repartió, en la adolescencia, entre el estudio y un trabajo que de artesanal, pasó a lo meramente práctico y rutinario. Respondía, habitualmente, a las necesidades de los clientes, gente de barrio que acudía a la fragua en busca de la seguridad relativa que podía brindarle una reja, un portón ó el refuerzo de las aberturas de sus hogares. De vez en cuando y era lo que más me gustaba, pedían una veleta para dar una categoría especial a sus tejados. El placer de calentar el metal hasta volverlo maleable, dominarlo a mi antojo y conseguir formas y volúmenes que respondían a mi efervescente imaginación, era muy gratificante, cuando lograba lo que me proponía. Al adolescente creativo y fantasioso, que bullía en mí, el tío Hefaisto, opuso, valga la redundancia por tratarse de un herrero, su férrea voluntad y le ordenó que limitara sus esfuerzos a las exigencias de los clientes. Desde ese momento, el trabajo se hizo monótono y rutinario. Me convertí en un ser ensimismado y taciturno, al llegar a casa, me sumergía en la lectura. Ni la cariñosa solicitud de mi madre, ni más tarde el amor de mi mujer, ni mi preciosa hijita, Casandra, lograron rescatarme de esa frustración. Deben haberme amado mucho para soportar a este hijo, esposo y padre fácilmente reemplazable por un cuadro ó una foto. Simplemente, me reduje a cumplir lo que consideré mi obligación, es decir, proporcionar a mi familia lo suficiente para que nada les falte pero mi ceguera mental, me impidió ver que la privé de todo. Como al “Caballero dela Mancha, “la compulsión por cierta lectura, me secó el cerebro e hizo que me pareciera normal la vida que llevé, hasta esa noche en que festejamos los siete años de Casandra. La providencial caída que sufrí, absolutamente real, no metafórica, mi cuerpo magullado y dolorido, vivo testimonio para corroborarla, me sacó de ese confuso estado en que el tiempo dejó de ajustarse a los valores establecidos y produjo el caos en mi vida. Afortunadamente, después del caos, se hace la luz. Casandra A la hija de Príamo y Hécuba, / Apolo, ofreció enseñar los secretos más ocultos / del arte de adivinar. Casandra aceptó encantada, / aunque Apolo, le advirtió Que el pago será en “especies”/ por la ciencia que adquirió Dueña de las profecías, / Casandra se vuelve atrás. Se niega a pagar el precio./ Furioso, Apolo, se va. Casandra, todo lo sabe / el futuro y el ayer Pero el dios, la ha maldecido / Nadie le habrá de creer. § El destino de Héctor, está signado por sus vivencias infantiles. En ellas es su tío, Hefaisto, la imagen paternal y dominante, hermano de su progenitora, herrero de profesión, de bondadoso carácter, reemplaza al padre ausente y en ocasiones, a la sencilla y tímida mujer que es su madre. Ella intuye que su pequeño, necesita una referencia masculina como modelo a imitar y está convencida que no sería posible hallar otra mejor. Atentos, sus ojitos no pierden de vista al gigante, presto a doblegar el hierro en la fragua al golpe certero del martillo ó rodeado de una constelación de estrellitas cuando usa el equipo de soldar, así pasa en el taller buena parte del día. Cuando Hefaisto da por finalizado su trabajo, sienta al sobrino sobre las rodillas y relata episodios históricos y mitológicos incomprensibles para el niño, que sigue la vehemencia de las palabras y los gestos, con atenta e infantil inocencia. Héctor es un buen alumno, la maestra lo distingue por sus conocimientos de historia y por las citas mitológicas que emplea y que la obligan a desempolvar la biblioteca para estar a la altura del niño y no ser tildada de ignorante. El mejor premio que recibe, al terminar el ciclo primario, es un libro con escogidos relatos mitológicos y el permiso para incursionar, durante las vacaciones, en el oficio de herrero, eso sí, bajo la supervisión de Hefaisto. Es todo lo que Héctor desea, aunque su tío, le advierte, que debe obtener por lo menos, un título secundario con orientación técnica, si quiere trabajar en su taller. Finaliza el secundario y cumple su deseo de trabajar en lo que más le gusta. Hefaisto, el tío, entiende que ya no tiene nada más para enseñarle. El sobrino es un experto y cada día delega en él, nuevas funciones. Terminada la tarea pesada, Héctor, en su hogar, se dedica a la lectura que más le apasiona, historia antigua y mitología. Esa absorbente afición, lo transporta al mundo mágico y fantástico, de héroes fabulosos con poderes de dioses y debilidades de hombres. Su atención se concentra en la página que lee, mientras come lo que su madre, solícita, le pone en el plato. Ella Intenta, de vez en cuando, iniciar una conversación que se vuelve monólogo e invariablemente languidece. Entonces, con un resignado : -“Hay cosas peores” vuelve a sus tareas hogareñas. Pasa el tiempo, Héctor es socio de su tío. “ La Fragua de Hefaisto”, da trabajo a muchos vecinos del lugar. La empresa, crece en proporción directa al aumento de la inseguridad, lo que no es poco decir. En el tiempo que el trabajo y sus lecturas, le dejan libre, conoce a Helena, una hacendosa y linda chica. Durante el breve noviazgo, ella, se entera de la obsesión de su elegido. No le hace perder el sueño. Se siente segura de poder modificarla. Al año de casados, son padres de una niña. La llaman Casandra, el nombre es elegido por el orgulloso papá. Helena, inmersa en su rol maternal, deja pasar el tiempo y a la larga, igual que su suegra, primero acepta y luego se resigna a la ausente- presencia de su marido. -Casi no habla, -le comenta a su mejor amiga- -Eso no es un defecto, es una virtud,-es la respuesta. Como proveedor, es excelente, incansable en el trabajo, cariñoso, fiel. Sabe de la vida matrimonial de sus hermanas y amigas, compara e infiere que debe conformarse y aceptar su manía como un mal menor. Casandra celebra sus siete años, es una nena preciosa que llama la atención por su prestancia más que por su belleza, que no es poca. Tiene los ojos negros y brillantes como el pelo, la piel tersa y clara, de rosada trasparencia. La familia, gente sencilla de barrio, se reúne junto a un grupo de amigos para agasajarla. Uno de ellos, recién llegado de Madrid, donde actualmente reside, deslumbrado por el encanto de la nena, con aduladora intención, desliza al oído del padre : –¡ Pronto, artillería pesada necesitarás para correrle los pretendientes! Héctor, pensativo, mira a su niña, que ajena a los comentarios, alborozada, recibe obsequios y elogios. Helena, rodeada de parientes y amigas, observa, escucha y piensa si ser la mamá de Casandra, justifica seguir unida a ese hombre que la tiene condenada al silencio. Los invitados se van, Casandra, recoge papeles y cajas y las coloca en una bolsa de residuos. Helena y su marido, en silencio, levantan vasos y platos, desocupada la mesa, aprovecha Héctor para ir en busca de su última adquisición un voluminoso libro que abre gozoso, luego de acomodarse en su lugar preferido. Ella, vuelve a su rutina de silencios-cotidianos, mientras lava y acomoda la vajilla. Hay cosas peores, piensa. Concluida su tarea, llama a la pequeña y después de dar las buenas noches al marido y al padre, suben a sus habitaciones. Héctor, está releyendo la historia de Casandra, princesa troyana, cuyo nombre rescató de la mitología para dárselo a su, hasta ahora, única hija. Ella se acerca, es la única en atreverse a sacarlo del autismo en que se siente a sus anchas. La contempla asombrado, estará en los quince años y es tan hermosa, que siente una mezcla de admiración y temor. Necesita dinero para ir de compras con una amiga. Es afortunada de tener un padre tan generoso. Roza ligeramente los labios en la mejilla de su progenitor y desaparece. Vuelve a ensimismarse en la lectura, recuerda perfectamente el motivo que lo decidió a elegirle ese nombre. Las advertencias solapadas ó directas de familiares y amigos, referidas, las más osadas, al dudoso sostenimiento de la virtud de una hija tan codiciada, producen una transformación en su conducta. Lo que no hizo de novio, lo hace de padre. Se convierte en vigilante- guardabosque. Deja de ocuparse de la historia y la mitología. No tiene paz ni tranquilidad para esos menesteres. El tiempo que ahora le sobra, lo malemplea en rastrear las salidas de Casandra. Regresa del trabajo y sorprende, en la sala, a su hija junto a un extraño. Está más linda que nunca, se acerca sonriente y le dice: - Apolo, es un amigo, nos vamos al cine, volveremos temprano. Los ve subir al auto del joven, demasiado ostentoso para su gusto, silencioso, se pierde en la próxima esquina. Comenta con Helena, ella lo toma como algo natural. -¡Se besaron en la boca! Grita ofuscado. -¿y...? responde ella, inmutable. Sale a tomar aire, adentro, se ahoga, la atmósfera es muy densa. Vuelve, abre sin entusiasmo un libro, son las 20hs. no puede concentrarse en la lectura, las palabras pierden significado, las oraciones no tienen sentido. Lo cierra. Intenta un diálogo con su esposa que prepara la cena. Acostumbrada a sus eternos silencios, no responde. Hipnotizado mira correr las agujas del reloj, su plato, intacto, con la comida fría. Helena se retira, va a acostarse, esta mañana, se levantó muy temprano y está agotada. Tiene sangre de pato, no se preocupa por su hija.-piensa Héctor indignado. Pasa otra hora, la impaciencia por verla llegar sana y salva, lo consume. Afuera estacionan un auto. Deben ser ellos, se dice. Casandra, resplandeciente, se adelanta y besa al padre. Como un perro rastreador, olfatea el perfume del muchacho, en la piel de su hija. Empieza a sentir un calor que lo abraza y se convierte en una energía maligna y destructiva. Casandra, entusiasmada, comenta la película, sin reparar en la transformación del padre, el eco de sus palabras golpea los oídos de Héctor, ¿ O es quizás el bullir furioso de su sangre? Contiene un impulso Trata de calmarse. Apolo se acerca, ella toma dulcemente su mano. -Estudia futurología, pronto obtendrá su licenciatura. Traerá libros de su maestro, Alvin Toffler, la próxima vez que nos visite, que espero, sea muy pronto. Quiero estudiar lo mismo, ¡es muy interesante! Apolo prometió enseñarme todo lo que sabe. ¡Estoy tan entusiasmada! ¡Creo que voy a convertirme en su alumna preferida! Como eyectado, el furioso padre, se precipita sobre Apolo con las peores intenciones. Los jóvenes ríen mirándose a los ojos, ajenos al humor de Héctor, que desorbitado, vocifera: -¡Maldito, maldito!, ¿A cambio de qué le enseñarás tus patrañas a mi hija? Sus brazos se mueven como aspas de molino, busca asirlo por el cuello y no lo consigue, se aleja rodeado por el amoroso abrazo de su Casandra. En un supremo esfuerzo por alcanzarlos, toma impulso y salta. El estrépito de su caída, provoca la inmediata aparición de Helena que, asustada y en camisa de dormir, baja las escaleras para auxiliarlo. Héctor, se incorpora ayudado por su mujer. Nombra a Casandra y maldice a Apolo. -¿Quién es Apolo? Pregunta Helena, desconcertada. -¿ Cómo que quién es? El sinvergüenza ese que pretende enseñarle el don de las profecías, el que acaba de desaparecer con ella, grita su marido temblando de rabia. Dentro de esas paredes acostumbradas al silencio de sus moradores, los gritos del padre, provocan el súbito despertar de la niña que llora desconsolada en el rellano de la escalera. Helena, nada entiende, sólo atina a subir para calmar a la pequeña Casandra. Héctor, confundido, mira a su alrededor, sin comprender. Hace una promesa y jura cumplir. En adelante va a dedicar tiempo y atención a su familia. Cuando se jubile, dispondrá de muchas horas para leer lo que tanto le gusta. Con firme propósito, y el cuerpo todo magullado, sube lentamente por la escalera. Autora: Haydée Magdalena López Argentina
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