Cultura de la experiencia (Reflexiones).
Publicado en Jun 18, 2013
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Umberto Eco escogió a Supermán como mito del siglo XX: una iconografía extendida por 75 años que se fue diluyendo hasta convertirse en fábula, en paradigma de un tiempo que abrió sus fauces y lo engulló. ¿Cómo poder reiniciar una experiencia similar? Batman no llegó ni a la mitad de lo que Supermán, a quien Marlon Brando llegó a interpretar en 1979. ¿Es el mito gran parte de la cultura como decían los filósofos de la Antigua Grecia? Yo no opino eso. Yo supero eso; porque más allá del mito, lo que es realmente cultura pasa por vivir nuestra experiencia y eso no lo consigue ni Júpiter ni todas sus deidades. Lo que es cultura son nuestras propias visiones/versiones. Somos visiones/versiones externas para los demás; pero eso sólo es un arquetipo de nuestra realidad, un falso cliché. Lo que de cultura tiene la experiencia es algo de mucho más valor que el mito. Es el mundo de uno mismo expresado en lo que se ve y en lo que se siente.

Todos llevamos un mito en nuestro interior. Esto es falso. Todos llevamos un Gran Sueño en nuestras almas. Esto es cierto. Con el Gran Sueño de cada ser humano se puede producir la más interesante serie cinematográfica que un realizador puede soñar: la aventura de vivir entendiendo los conceptos de la reflexión y eso es algo que ni Supermán ni ningún otro mito endiosado puede lograr; porque una película es grande solamente cuando nos hace reflexionar lo suficiente como para sentirnos viajeros con posibilidades de sobrevivir. Eso es la cultura de la experiencia. Esa es la razón principal de los que escribimos guiones superiores. Al menos ese es mi caso y eso es lo que aparece, cara a los demás, cuando escribo como hablo, como siento, como experimento...

Muchos creen que conocer la gloria es caminar por la alfombra roja de Hollywood y, sin embargo, muchos de los que lo han hecho ni tan siquiera saben plantearse un buen punto de partida; solamente se dejan guiar por la moda que fluctúa entre los vaivenes de las apariencias de quienes se la imponen. Si les quitas las máscaras contemplas un vacío. Pero la cultura de la experiencia está muy lejos de ser eso.

La cultura de la experiencia es la propia vida y no la especulación de la forma en que nos quieren imponer la vida. ¿Cuántas especulaciones hacen falta para ser famoso? ¿Es la fama el límite al que hay que llegar para formar parte de la cultura? Pensar eso es terminar por no ser nada porque nada hay más inexacto... puesto que la cultura no forma parte de los términos opuestos: o eres culto o no eres culto; o eres culta o no eres culta. Observando las posibilidades que hay para alcanzar la fama, uno se da cuenta de que el verdadero éxito es ser tal como somos, sin máscaras ni paradigmas metafísicos, metafórico, metalingüísticos.

Escribir un verdadero y emocionante guión cinematográfico es eso. Es eser tal como somos hasta convertirnos en lo que queremos se. En este sentido la experiencia es la distancia que existe entre el mito artificial y el verdadero sentido de nuestras vidas. Y entonces sí. Cuando descubrimos esa enorme distancia es cuando nos transformamos en lo que soñamos. 

Los psiquiatras del más allá dicen que eso es la inocencia más despreocupada. Los psiquiatras del más allá dicen que eso es el destino de quienes escribimos para salvarnos de quienes nos han olvidado. Los psiquiatras del más allá dicen que eso es recurrir a la improvisación para interpretarnos mucho mejor y totalmente ajenos al sufrimiento de los que, para glorificarse, sólo conocen las apariencias. Una amiga de Guayaquil llegará a decir que "lo que soy yo, dedico todo el tiempo que puedo a leer a Jorge Carrera Andrade porque me recon forta y me lleva al pasado". Pero yo no. Yo no admiro a quien para poetizar sobre la vida se suicida. Yo estoy lejos. Mucho más lejos. 

Según escribe Raúl Rivero hoy: "Yo no soy más que el que acaricia las cosas simplemente porque es el único patrimonio de los hombres". Yo tampoco soy así. Lejos de lo etéreo del pensamiento no soy aire sino fuego de mi propio sentir. Y en eso entra en juego mi espíritu que es mucho más que todas las cosas juntas. Me dirijo a mí mismo y abro el libro de mis emociones. Nunca escribo para los que mitifican a sus predilectos, hombres de paja nada más, ni para dictar recetas para los descreídos. No me interesan quienes no creen en mí8. Para nada. Absolutamente para nada. Yo sólo guionizo cultura abierta a todos los sentidos y nunca al desconcierto que han producido tantos "terrestres" mitificados. Porque, cuando escribo, no soy más que yo mismo y ningún elemento ajeno me preocupa. Ni aire. Ni agua. Ni fuego. Solo con mi espíritu de creación. 

Para que el mundo sepa reconciliarse con el silencio es necesario tomar unos cuantos folios en blanco, no seguir el camino de lo ya trillado y, guiándonos por cómo éramos cuando jugábamos en el patio del colegio, escribir como entonces; escribir unas redacciones escolares llenas de aventuras. Son los mejores guiones para un futuro cinematográfico que contienen cultura de la experiencia vivida y por vivir. 

Cuando te convences de que eres tal como deseas ser has alcanzado tu éxito. Ya me lo decía Don Florencio: "Sé tú en todo momento". Y aquí estoy. En el punto exacto de la cultura de mis experiencias. Sólo un último dato para humanizarnos dentro de las carcajadas: "Mirando fijamente a las flores siempre hay un capullo que se abre". Ni Woody Allen lo diría mejor.
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