La Foto
Publicado en Aug 28, 2009
Descoloridas por el tiempo, esfumadas imágenes, me observan desde el viejo álbum. Esa que sonríe soy yo, pequeña, insignificante, eclipsada por la belleza de quien posa a su lado, Odile. Llegó un día de Francia con sus padres para instalarse en la casa frente de la mía. Preciosa, como una muñeca de porcelana e igualmente fría y distante. Recibía elogios, como un tributo merecido. Íbamos a la misma escuela y en ocasiones, su mamá nos daba lecciones de francés y de piano. La buena señora, me consideraba una influencia positiva para Odile y confiaba que mi carácter, alegre y expansivo, atenuaría el suyo, frío y altanero. El papá, ingeniero aeronáutico, los domingos, nos llevaba a pasear en el auto descapotado de la familia. Regresábamos cantando, después de haber sido gratificadas con sabrosos helados. Un día de febrero, al volver de vacaciones, corrí a llevarle una caja de alfajores, adquirida con mis ahorros. Odile, aporreaba el piano, sin prestar atención a mis insistentes llamados. Era jueves, día en que se quedaba sola, pues su madre, daba clases a domicilio. Molesta por su actitud, apoyé la caja en el muro y arrojé una piedra hacia la ventana abierta. Enmudeció el piano y enseguida oí el impacto de su cuerpo contra el piso de madera. Traspasé la verja y me precipité al interior de la casa con el corazón queriendo salirse de mi pecho. Odile, bajo la oscura cabellera ensortijada, yacía inerte. Caí a su lado, llorando, ¡había herido a mi querida amiga! La policía vendría a buscarme y la fuerza de la ley caería sobre mí con todo su rigor. ¡Lo tenía merecido! ¡Me dejé llevar por un loco impulso! Aparté el cabello de su rostro para descubrir, sin lograrlo, la herida que creí haberle provocado. Me temblaban las manos y abundantes lágrimas nublaban mi visión. Hice un intento por levantarla, era más alta y corpulenta que yo y sobre llovido, mojado, fui a dar al piso con mi preciosa carga. La impotencia y la desesperación aniquilaron mis escasas fuerzas y abrazada a su cuerpo, pedí a Dios que me llevara con ella. – ¡Te suplico, Señor, mi vida, ahora, no tiene sentido! ¡La hiciste perfecta, pero orgullosa y altanera! ¡Nada le era suficiente, iba a ser muy difícil conseguirle marido! ¡Su padre trabajó duro para satisfacer sus gustos y también su madre que se privó de muchas cosas, por complacerla! Egoísta y despótica, fui su única amiga. ¡La única que la soportó! Con mis ahorros, Señor, sabes que mis padres no son pudientes, compré estos…. recordé la caja de alfajores y corrí a buscarlos. Al volver, Odile, atisbaba, sentada en el taburete del piano, con cara de pocos amigos, Me flaquearon las piernas y a punto estuve de caer sino fuera porque logré asirme a un sillón. -Odile, Gracias a Dios ¡estás viva! – le dije entre risas y lágrimas. Al espontáneo intento de abrazarla respondió con su habitual frialdad y mal genio: - ¡Esto ha sido bueno para enterarme del concepto que te merezco!, y con imperativo gesto de su mano, me señaló la puerta. ¡Claro que fue bueno, muy bueno, a partir de ese día comenzó a cambiar! ¡No por causa de la piedra, que ni siquiera la rozó! ¡Hoy continúa siendo excelente comediante, además de mi mejor amiga!
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