Dos. La gran voz, la cascada y el Seor del Bosque.
Publicado en May 25, 2013
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II
Que trata de la voz del bosque y de la cascada y de cómo Draanek recibió ayuda del Señor del bosque.
 
¡Ay! El lamento del bosque comenzaba a subir con el declinar del día, pobre y buen Draanek que sin esperanzas miraba hacia el vacío. Triste estaba su corazón y lleno de angustia, sentía que aquello que amaba se alejaba ahora a muchas leguas, y el horizonte de bosques no le traería recuerdo alguno de su tesoro. Había un rumor en el aire empero, algo terrible y subrepticio, algo verde y muy vivo. Y el aire se humedecía más y más.
Y la náyade habló y su voz llegó a la vez serena y perentoria como desde los pilares más antiguos de nuestro mundo, como una gran dama servidora del bosque y sus designios.
—El rugido del Señor del bosque se sentirá aún en el amanecer del mundo, pero no le seguirá el Sol, sino la nube y su hermana la tempestad. Y nadie saldrá en persecución por un tiempo. Imposible se ha tornado viajar ahora para cualquiera bajo su ira, sea benigno o maligno.
Draanek puso medida atención a lo que la náyade decía, pues sentía que era una sutil advertencia.  “Viajar con la tormenta sería cosa de tontos” pensó. Y el rostro de la náyade era puro y sin mácula. Y Draanek la miró por un tiempo, mientras el rumor se paseaba por las hojas.
El bosque era cruel y la ira de su Señor era muerte, pues en el aire aún había rastro de la inmundicia dejada por la Gran Bestia. Y el Rey debía limpiarla. No la dejaría pasar, y a su tiempo se vengaría.
Volved—os aconsejo dijo de pronto la náyade con su voz cantarina—no podréis seguir, las aguas crecerán y ya no podrás cruzar el río. Continuar sería tu perdición.
Vuestro Señor es quien  me impide continuar—exclamó Draanek—Os pido antes, rogadle que me deje pasar, pues si me demoro otro tanto mi enemigo no estará a mi alcance y no le podré detener con mi cadena ni asestar golpe alguno con mi espada. No será sino una sombra en el norte, una nube de polvo infecto que matará aún más.
Yo no soy quien para interpelar a mi Señor, ni para hacer que su no sea sí; no me ha sido otorgado ese don. Pero mi Señor es sabio sin duda, y él no desea que partáis ahora. No tenéis aliento ya, y no podréis contra la amenaza del Norte.
Draanek sentía que la impotencia le hervía la sangre, y por un momento olvidó que tenía hambre, pues muy enceguecido estaba por perseguir al Gusano.
Estruendos en los cielos se oían de vez en vez ahora, aunque ningún alma que pisa esta tierra podría haber sabido si venían de lo alto o del mismo bosque. Pero un rugido parecía unirse con el cielo y desencadenar la lluvia y el viento. Como un grito de ira y desconsuelo. Ya que grande era el rastro de la bestia que había atravesado insolente los dominios del Señor del bosque, y por donde pasaba la hierba no volvía a crecer y los árboles caían y sus raícen morían, y el vaho pútrido como de muerte hacía sucumbir a los animales que encontraba.
Ahora la lluvia caía fuerte sobre la capa de viaje gris de Draanek. A la náyade parecía no afectarle, aunque otrora hubiese disfrutado del agua hoy sólo se mantenía seria y benévola ante lo que parecía ser la ira de su Señor.
Y las aguas de la cascada comenzaron a crecer, y la desesperación de Draanek con ellas. El cielo se volvió muy gris y se llenó de nubes de nuevo, tapando los montes en el horizonte al Oeste. La luz decayó.
Calma—exclamó la náyade, como adivinando los pensamientos de Draanek—mi Señor os habla ahora, escuchad si sois capaz.
Draanek sólo podía oír el rugir de la catarata mezclado con el repiqueteo de la lluvia al caer sobre su capa de viaje, pero el viento traía también un sonido como de trompeta, algo profundo y natural. Como venido desde lo más salvaje del bosque.
Empero el muchacho no entendía lo que parecía ser una potente voz y un antiguo lenguaje. El viento la arrastraba por entre las ramas de los árboles y por sobre el agua del Río, y por entre las hojas y el bosque y el cielo plomizo. Y muchos animales y habitantes del gran bosque del Sur que conocían aquella voz se inclinaron con reverencia noble ante el estruendo, y le oyeron, pero nadie entendió. Incluso la matriarca vidente de los zíngaros al Oeste la pudo escuchar, pues su campamento bajo el álamo dorado estaba cerca del gran bosque y su conocimiento de la naturaleza y sus designios eran vastos, mas no entendió el lenguaje y sólo se limitó a advertir a su gente de la ira del Señor del bosque. Y la voz también fue oída por el ermitaño del norte, en la laguna del reflejo profundo en los lindes del bosque, pero él no se inclinó y sólo tuvo de súbito una congoja y un temor en su corazón.
Finalmente, podemos decir que un solo vigilante del ejército del Dragón Rojo alcanzó a oír un rumor, pero como su campamento se hallaba muy al sur, y la tormenta que se desataba a lo lejos en el horizonte del norte parecía un sueño pasado hace muchos años, no le prestó atención y siguió vigilando sigiloso.
Porque la voz y el lenguaje antiguo del Señor del bosque sólo podía ser comprendido por sus huestes incólumes, de sempiterna existencia y de gracia y belleza infinitas. Y el árbol y la roca y el agua y la hoja le obedecían y los espíritus que vivían en ellos le amaban.
El estruendo era terrible ahora, y ninguna cascada impediría a Draanek oírlo. Era magnífico como el Sol que alumbra los campos al sur, o como el vuelo de las aves de Unái, el puerto del Este. Algo poderoso, imponente, que no dejaba a nadie de pie.
La náyade alzó la voz luego, y era ésta de un dulzor fino entre la trompeta que venía del cielo y el bosque.
—No quedará inmune el mal que persigues, pues su daño alcanzó a mi reino y, ¡ay! mi ira sobre él será terrible, porque su otoño ya llega. Empero llamaré a mi hermano el Rey del Monte al Norte, amo y Señor sobre el risco y el acantilado y juntos demoraremos a la criatura en la cañada y en el bajo y grande será  su duda y su confusión pues no encontrará el camino de vuelta a su cubil. Y tú no partirás ahora, ni al anochecer ni en la madrugada del mundo; tú serás servido y mi voluntad irá junto a ti.
La voz siguió tronando luego de un rato, pero la náyade advirtió a Draanek que lo que su Señor decía no iba dirigido al muchacho y que ella no era portadora de tal mensaje, pues sería desobedecer, y no había nacido para eso. Todo esto dijo la ninfa a Draanek y en todo no mintió y su voz fue delicada como una  tonada aguda y limpia, como un vástago de pureza del Señor de todo el bosque del Sur. La lluvia amainó un tanto cuando el tronar de la gran voz se apagó, pero no cesó el agua del cielo en toda la noche empero.
Draanek quedó en silencio, se había refugiado bajo un grueso árbol de desnudas raíces que se hallaba casi en el risco. Y llegaron las luces como de trueno y relámpago, y el cielo se iluminó y la paz cesó de nuevo, la tempestad volvía a caer.
—Seguidme—dijo la náyade.
Majestuosa la náyade se puso de pie, su manto de enredadera se sacudió, el lino que la cubría ondeó en el viento bajo la lluvia, y comenzó a caminar por entre la roca y la madera y la rama y la hoja. Y su paso era hermoso, como de sueño, su ritmo hipnotizaba, pues había nacido de la paz de la brisa que silba entre los brazos del bosque del sur.
¿Cómo podré seguiros?—le preguntó Draanek, pues en verdad ahora todo estaba oscuro como boca de lobo—No consigo veros, e inútil sería encender un fuego bajo esta lluvia, no hay llama que la soporte.
Justo cuando terminaba de decir esto el manto de la náyade comenzó a encenderse lentamente, con una luz titilante de luciérnagas, así fue como alumbró el sendero serpenteante de Draanek, que se internó en el bosque y bajó hacia un riacho que alimentaba la gran cascada, y cruzándole llegaron hasta una cueva oculta por un muro de hojas perenne a los pies del monte cuyas faldas bañaba el río. La náyade desapareció tras las hojas y su luz se apagó un poco, pero los ojos atentos de Draanek la siguieron velozmente y él pudo pasar también al interior de la gran cueva.
Era un camino que se internaba en lo profundo del monte y que parecía descender, Draanek se descubrió la cabeza para admirar las paredes del túnel por el que caminaba la náyade. Era de unos ocho pies de alto, y estaba alumbrado por raíces que reflejaban su belleza en las paredes y parecía como si su existencia hubiese sido dibujada por los faunos y las oréades. Las raíces describían hermosas figuras y abovedaban el techo proveyendo de una luz celeste a todo ojo que le mirara, pues si no había ojo, su luz desaparecía. El suelo, sin embargo, era húmedo y tenía rocas resbalosas. Draanek caminó tras la náyade que ninguna palabra le dirigió por un momento. Fascinado estaba de contemplar la belleza del túnel, pero su estómago sentía hambre y pronto la fatiga le recordó que se sentía muy débil.
—Vuestro Señor posee grande sabiduría y hermosea de manera sutil todo lo que es suyo—le dijo a la ninfa.
Pero ella nada le respondió. Pronto salieron a una cueva grande con una escalera que trepaba pegada al muro a la derecha, y a la izquierda no había camino, sino un desfiladero profundo y abajo el rumor del agua se sentía como gárgaras de una gran bestia. El daño del norte no había pasado por aquí afortunadamente, el lugar se iluminaba hacia lo alto, pues la escalera describía círculos y subía y subía. Pronto volvió a ver el muchacho las raíces que iluminaban las paredes de la cueva. Y llegaron hasta un saliente en la pared, una abertura muy ancha y alargada que se había hecho de manera natural y por la cual el agua caía hacia el fondo de la cueva como una cascada interior. Pudieron pasar sobre ella pues el agua era tranquila y suave. Y la náyade condujo a Draanek hacia esta cámara donde se formaba una laguna y había mucho espacio donde poder recostarse pues era un banco de piedrecillas. Y todo estaba magníficamente iluminado con gemas y raíces que reflejaban la luz del vestido de la náyade.
Con ojos cansados y con rostro de angustia miró Draanek la cámara de piedra.  El suelo estaba un poco húmedo y a un lado corría un riacho que salía de la lagunilla y que iba junto al muro y se perdía tras ellos cayendo hacia el infinito. Del cielo descendían enredaderas y raíces que brillaban a ratos y en las paredes había piedras que resplandecían y otorgaban una extraña y salvaje luz. Con todo, la cámara era fría y oscura, sin embargo, la náyade con sus blancos y silvestres vestiduras daba algo de claridad y al caminar dejaba leves huellas.
La cámara no era demasiado grande, y Draanek se dio cuenta que simplemente era la boca por la que salía en río subterráneo y caía al abismo.
El muchacho quiso saber entonces  hacia dónde era que la náyade le conducía. La ninfa le miró con gracia y le indicó un lecho de anchas hojas y hierba que había sido preparado para él.
—Pasarás aquí la noche, bajo la gran cascada. Y podrás descansar y comer y por la mañana partirás. Serás libre y podrás escoger tu camino, pero he e aconsejarte, escoge con sabiduría.
Draanek se sentía muy cansado, se acercó al lecho y se quitó el gran abrigo y las botas. Decidió luego lavar sus manos en la lagunilla, tenían barro y sangre producto de la batalla y la persecución del gran mal del norte. Cuando se arrodilló y metió sus manos en el agua, grande fue su sorpresa al sentir que estaba tibia, lavó sus manos y escuchó el suave tintineo del agua que era como un canto. Un canto que se movía entre las ondas y acariciaba las enredaderas, y se paseaba por entre las luminosas rocas al fondo del abismo.
Lumbrera al camino
Es el dulce trino
Del profundo río
A fines del estío.
 
Su luz proviene encantada
Desde la gran arca dorada
Del Señor de la tormenta eterna
Al norte en la montaña yerma
 
Pero, ¡ay! una sombra se ha levantado
Porque un gran tirano ha llegado
Y su bestia por aquí ha pasado apresurada
Destruyendo y matando nuestra morada.
 
El héroe de la cadena negra
Cuyo destino la gran bestia enhebra
Se levantará contra la gran sombra acechante
Y de un golpe de su espada pondrá fin al mal pululante.
 
Draanek sintió miedo. El canto no parecía ser una oda a la victoria, era más bien como un lamento de muchas voces que pedían venganza. De pronto en el agua una luz se encendió y de ella extraños seres dibujaron sus siluetas y se irguieron lentamente saliendo de la laguna, moviendo parsimoniosamente la espuma. Miraron a Draanek quien estaba sentado en la orilla. Dos de las criaturas tenían apariencia femenina, el tercero era algo así como un niño. Sus cabellos tenían líquen, y eran pardos y verduzcos. Sus ojos habían sido rasgados por el Señor del Bosque y eran negros como la nada. Sus atavíos no eran más que algas silvestres, y su piel era luminosa, muy parecida a las piedras en las paredes.
Y miraron a Draanek riendo, y sus risas llenaron la cámara. Una de las criaturas se adelantó y depositó un paquete pesado frente al muchacho. Parecía hecho de corteza de árbol. Luego las tres siluetas se fueron hundiendo nuevamente en la espuma de la laguna y nunca de dejaron de mirar a Draanek a los ojos, con sus sonrisas eternas, incluso cuando cayeron por la cascada hacia el abismo.
 
La náyade seguí aún ahí. Había estado mirándolo todo con sus nobles ojos claros y benevolentes. Estaba sentada sobre un pequeño montículo y desplegaba ya sus enredaderas sobre él, pequeñas ramitas que caían pacíficamente.
 
—“Mindra” es el nombre que mi Señor les da a los que ríen bajo el agua, y oréades de las aguas son. Mensajeros del Rey, traen un preciado regalo ante tus pies, siéntete feliz pues comida del Rey es. Come y disfruta. Duerme y sueña.
 
Y Draanek respondió:
—Mi corazón agradecido de tu gente y de tu Rey está. La misericordia del Soberano es inmensa. “Maukye” son en nuestra lengua, y leyendas son en la lengua de los hombres del Sur, una lengua que rara vez distingue entre lo que es espíritu y lo que produce sombra.
 
La náyade sólo miraba a Draanek. Sabía algo que el muchacho no sabía, de seguro. Pues el Rey del Bosque no era el ser más bueno de la tierra.
El muchacho abrió el envoltorio con delicadeza, estaba hecho de corteza de eucalipto y de lianas y hojas, y tejido con el más fino cáñamo. Dentro había frutos y algo que parecía ser parte de un panal de abejas con mucha miel.
 
Nada dijo Draanek por un instante y se limitó a devorarlo todo. Había granos y almendras, fresas y manzanas, nueces y también higos. Cuando hubo terminado recordó que la náyade seguía ahí mirándole, impertérrita, perfecta y eterna. Y Draanek lloró. Lloró como no lo había hecho en mucho tiempo. Se lamentó en silencio por aquello que le había sido arrebatado, y por lo cual no dejaría de luchar. Su llanto era amargo y sin consuelo. El llanto de un guerrero, un llanto silencioso, para no dejar que la desesperanza absorba la poca fe que queda. Una forma de deshacerse de la tensión del día, y olvidarse de la derrota y reponerse ante la pérdida.
 
Draanek intentó ordenar un poco lo que había quedado, y guardó algo de nueces y manzanas en un saquito de cuero que traía. Bebió del agua de la laguna, la tibiez de ésta le hizo sentirse mejor, estaba repuesto para dormir, estaba listo para descansar. No sin antes hablar con la ninfa.
 
— ¿Por qué tu Rey me ayuda? No es su guerra, ni su pérdida. No soy yo su servidor para que me dé cobijo, y, sin embargo, me ha hecho comer de su despensa—le dijo.
Sin duda que la náyade esperaba esta pregunta, pues su respuesta fue casi inmediata.
—Existe un propósito que sólo el Rey conoce para todas las cosas—le confesó—pero es muy pronto para ser revelado. El Rey te acoge en sus dominios, pues necesita de tu ayuda. Él sabe el momento exacto en el que compartirá contigo tal preocupación. Pero ahora no es el momento.
La náyade se alzó cuan alta y bella era, y sus enredaderas cayeron flojas ante sí, luego se dirigió al lecho de Draanek y se sentó en la cabecera.
—Ven, joven Draanek, y  Cuéntame, ¿cómo fue que el mal del Norte llegó hasta tu puerta?
El muchacho fue atraído como embriagado hasta el lecho, sin dejar de mirar a la ninfa que ahora resplandecía, y se inclinó y se sentó frente a ella. Y la dama extendió sus brazos y dejó que la cabeza de Draanek reposase sobre sus enredaderas. Y las hojas y las flores jugaron con su pelo. Y recostado comenzó a hablar. Su voz se elevó por la caverna y se mezcló con el goteo del agua de las paredes, y con el bramido de la cascada que caía hacia lo profundo.
 
—Fue muy temprano, cuando la gran estrella despuntaba—dijo Draanek como recordando un sueño, y con cada palabra sus ojos se cerraban más y más—Y emergió desde el claro, y llamó mi nombre y yo acudí. Mi cadena y mi espada conmigo. Me habló y me dijo:
“Yo vengo del Norte a buscar lo que tú guardas. Pasé por mucho y cavé muy profundo, pues mi hambre nunca cesa. Luego de tanto viajar, mi única recompensa será llegar de vuelta a mi cubil con tu preciado tesoro, y depositarlo a los pies de mi Señor, aquel que mora entre la sombra y la niebla.”
“Nunca te harás con lo que me pertenece, dije yo saborearás mi espada y mi cadena te apretará, tu sangre será mi recompensa y bailaré sobre ella cuando salga la luna.
La bestia enloqueció ante mis palabras y se alzó sobre mi cabeza y le esquivé, se hundió en la tierra y le seguí, pero cuando emergió de nuevo casi me comen sus gigantescas mandíbulas. Miles y miles de dientes, sobresalían como espinas desde su interior, y su vaho era fétido y mortal. Se retorcía y levantaba polvo para desorientarme. Fue una larga lucha, mi espada sólo le hería de manera superficial, pues mis ataques no parecían dañarle en lo absoluto. Intentaba darle al primer anillo tras su boca, suponía ése sería su punto débil. Así que desplegué mi cadena y le retuve con mi ira. Pero mi cadena se aflojó, y mi espada nunca llegó si quiera a tocarle, y la bestia me lanzó lejos. No recuerdo más. Pero no me mató, y yo no…
Pero Draanek ya no seguiría hablando. Su cabeza reposaba sobre las hojas de la ninfa y ésta le acariciaba el pelo, se había quedado dormido. El cansancio había sido mayor.
—Duerme Draanek, que mi Señor ha detenido al Gran Gusano al Norte, pero tú no lo sabes aún. Descansa, que sólo mi amo conoce el verdadero tesoro que tu guardas y él no te dejará ir solo. Ahora viaja en el interior de tu pensamiento, que mañana seguirá lloviendo, pero hay un amigo que vendrá a rescatarte y te llevará lejos, y volverás de nuevo hasta mí, y yo te llevaré hasta él. El supremo Señor de todo lo que es verde.
 
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Foto del autor Edgar Valdebenito Martnez
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Descripción

Draanek recibe ayuda de la ninfa. Y se refugia bajo la cascada. Su destino es incierto. Segunda parte del Arnodardo.

Palabras Clave: cascada literatura ninfa aventuras bosque

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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