Por un país
Publicado en Apr 09, 2013
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Leximar Hernández 
Sueño despierta. Prefiero así aquella esperanza que se estaciona en un anhelo por la igualdad, la paz y el amor. Dormida suelo revolcarme en una agonía de escalofriantes pesadillas, que tocan, diariamente, las puertas de cualquier ser humano en el país (no preguntan estatus económico ni político y, menos, social). Tampoco, si me gusta el amarillo, el azul o el rojo. Imposible, en estos momentos, que estas pesadillas no ocupen un  lugar en las páginas de los periódicos. Su espacio fijo: sección de sucesos, es lo más seguro.

Quizá pueda caminar con tranquilidad, sí, con tranquilidad en mi habitación, en la cocina y en la sala de mi casa, pero en la calle ¿lo puedo hacer? Tengo que activar mis alarmas: mirar atrás para ver si alguien, con aspecto de ladrón, me sigue, y por último, observar hacia los lados, por si las “moscas”. Aunque, no está de más guardar el celular u objetos de valor. Si comienzo a contar los atracos en los que fui víctima, la lista es larguísima. Lamentablemente.

Ahorita, Venezuela está en cuidados intensivos. No sólo porque una madre venezolana, quizá, en este instante, está afuera de una morgue a la espera del cuerpo de su hijo, víctima de una bala perdida o de la delincuencia, sino por el desgobierno que desunión a un pueblo y lo “educó” para el rencor, el odio y la descalificación.

Mientras muchos ciudadanos de esta tierra se comunican con atropellos, gritos y ofensas, este país se complica en cualquier sala de emergencia. La inseguridad no se cansa de protagonizar los principales hechos, y la economía cae en un barranco por las arbitrariedades de este mal Gobierno, que no es más que una película de terror, contada durante estos 14 años.

No hay. Sí, no hay es la respuesta desalentadora que escucho en cualquier abasto. No hay harina, azúcar, mantequilla, leche, aceite y tampoco pollo. Y si hay, debo formar parte de las más largas filas de la historia. Ahora, los abastos se convierten en rines de boxeo cuando los productos no alcanzan. Incluso, el colmo está en que ahora los miembros de la Milicia me entregan los alimentos en las manos. Antes podía elegir. Ahí está la diferencia.

Las nubes conviven con los precios de los principales productos de la cesta básica venezolana. El precio regulado de la harina Pan es 6, 00 bs, pero los revendedores la tienen a 20,00 bs. Es decir, 14,00 más que el precio normal. El procedimiento de la elevación de los precios es igual para todos los rubros. ¿Y la devaluación? De 4,30 a 6,30 el dólar. Los bolsillos de los venezolanos están en banca rota. ¿Y los míos? Mejor no digo.

Existe un desastre en este país. No se puede ocultar. Los gobernantes intentan tapar el sol con un dedo, pero no pueden. Si me preguntan: ¿En qué siglo vives? La verdad y nada más que la verdad. Vivo en Venezuela, en el tiempo del siglo XXI, que no es modernidad para todos. Todavía veo ranchos de cartón, zinc y de barro. ¿Y el petróleo? El Gobierno lo regala a otros países. Gracias a Dios, yo vivo en una casa con paredes de bloques, pero mis hermanos venezolanos siguen aguantando las calamidades de su rutina, la miserable pobreza. Cuánta razón tuvo Alí Primera al escribir: “¡Qué triste vive mi gente en las casas de cartón!”.

¡Se fue la luz otra vez!, exclamo con rabia y, a la vez, resignación. Aquí, en Venezuela, las fallas de electricidad es otro problema más. Los electrodomésticos se dañan y ¿quién responde? Se quedan dañados, porque Corpoelec no se hace responsable. Los poderes del Estado están en manos de politiqueros ineficientes, sustentados en un fracasado partido político. No hay tiempo para fanatismo. Es tiempo de las soluciones. Es la oportunidad de salvar a Venezuela.

Yo quiero seguridad, unión, paz, igualdad, inclusión y progreso para mi pueblo, tu pueblo, el pueblo de todos. Yo quiero un país libre, sin azotes, sin amenazas… un país con pluralidad de voces, donde mi opinión no sea un motivo de amordazamiento, donde pueda vestir de cualquier color sin ser criticada y excluida y donde la tolerancia sea la protagonista de las relaciones comunicativas de los venezolanos.

Por un país representado por una bandera tricolor y no por el rojo rojito que otros imponen, por un país sin injerencia y sin descontrol, por un país que ofrezca oportunidades a los jóvenes profesionales, por un país sin violencia, donde los adolescentes prefieran los deportes, la educación y no los vicios. Por eso, yo estoy dispuesta a trabajar en la reconciliación de Venezuela, a exterminar, de una vez por todas, la destructora polarización y ayudar a recuperar la seguridad, la paz, el amor, la unión y las oportunidades de progreso. Yo puedo contribuir con el cambio a través de mi voto, un derecho ciudadano de expresar mi opinión y determinación. Ya el tiempo se está acabando para este fracturado y remendado Gobierno. 14 años de destrucción material y humana, pero el 14 de abril es la fecha en que puedo elegir el progreso que quiero y que tú también quieres.

Votaré por Henrique Capriles Radonski,  un candidato con acertadas propuestas, un gran ser humano que se dirige a sus seguidores a través de discursos impecables, un hombre inteligente con capacidad para gobernar este país.

El voto jamás se pierde cuando se ejerce. Al contrario, lo pierdo si no participo. Yo soy venezolana, por eso cumpliré con mi responsabilidad. El 14 de abril, para mí, es una oportunidad de Dios.

¡Venezuela vale la pena y su pueblo también!
 
 
 
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Este es un texto que describe la realidad que vive Venezuela.

Palabras Clave: Venezuela pueblo progreso y unión.

Categoría: Artículos

Subcategoría: Comentarios & Opiniones



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