Puede que alguno de nosotros protestara justo cuando todo fue a suceder, no sé si Eulalia se echó atrás unos pasos, si la cogió su novio y la guardó en su pecho, no todos estábamos justo enfrente de aquello y el daño, siendo irreparable para cada uno del grupo, no afectó de modo igual a sus componentes; el agua se elevó como una bestia y al mismo tiempo resultó ser sangre surgida de los depósitos que explotaron, por eso toda la tragedia nos manchó como los pecados del mundo y caímos de hinojos como si se fuera a pedir un perdón general, por si alguien allí arriba podía hacer algo. Fueron los instantes de la barbarie, fue todo lo guardado por los padres y abuelos en aquel almacén sin fondo lo que se nos abalanzó y salió a nuestra caza: recibimos de la genética un mar de culpas que nos anegó en chorros a presión, no hay seres más desgracidos que los sucesores, veníamos detrás y el camino se terminó de improviso, concluyó debajo de nuestros pies y por eso lloramos: éramos los niños que se pierden antes de que llegue el amanecer, no pudimos ni tocar con la punta de los dedos el preámbulo del alba, caímos como ante ametralladoras enemigas que disparaban desde atrás: el pasado. ¿Dónde están las flores tiernas de la que era la nueva generación? En un cementerio sin lugar concreto, en ninguna población construído, en ningún mapa señalado... allí yacemos culpables bajo la tierra, con las cuencas de los ojos vacías para que no podamos escupir miradas pidiendo socorro.