El cdigo celeste
Publicado en Jan 13, 2010
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                                                        I
                                                              "Escribo estas páginas porque se me ha dicho hasta el basta que si logro escribir recuperaré con creces la salud" J. M. Arguedas

 ¿Es posible escribir una novela sin argumento? Seguro no seré yo el primero que se lo plantee, pero ¿tiene acaso algún sentido? Y si superamos acaso la pregunta ontológica, cabría quizás esta otra: ¿cómo se escribe una novela sin argumento? ¿planteando preguntas que se van contestando al tuntún, como viene siendo el caso, o mejor, escribiendo hasta con los detalles más ínfimos lo observado, lo percibido, lo sentido -como supo hacer Mario Levrero en ese paradigma de las novelas sin argumento que es el discurso vacío-? Lo cierto es que una oscura intención me invade desde hace tiempo y me empuja a acometer esta empresa, cuya ridiculez y falta de novedad solo puede ser compensada por un fuerte sentimiento de rebelión. Rebelión contra la huera falta de imaginación de los argumentos de la novela posmoderna. Supongamos el caso de un mono. Supongamos que ese mono responde al patrón ordinario de los monos. Su comportamiento es el de esperarse en un mono, sus hábitos son los del perfecto mono, hasta sus horarios. Pero una siesta el mono baja del mango en el que vive -solo, en cautiverio, apenas domesticado- se mete por la puerta de la cocina aprovechando que el señor Flores, ferretero, y su señora Olga, ama de casa, duermen la mona, y, después de vestirse -combinando los colores- con la ropa de Virginia, la quinceañera hija menor del matrimonio, se sienta en el sillón del teléfono con un vaso de soda y disca.
-Hola... se escucha del otro lado... ¡Hola! repite una voz huraña, importunada en su mansa siesta de pueblo... ¡Hola la puta madre, holaaa! alcanza a vociferar casi gruñendo la voz del otro lado del teléfono.
Y el mono se lleva una mano a la boca, y se ríe con carcajada mandril. Uno viéndolo de afuera podría pensar que ese mono travestido -o quizás solo vestido, porque antes no tenía puesta ropa alguna- hace como que se ríe, en una verdadera pantomima de risa. Exagera el chillido, los movimientos del diafragma y el ademán de su mano en la boca. Todo parece indicar que este ejemplar de mono se está burlando soberanamente de lo que a diario ve y observa de su familia de humanos.  
Pero no, ya le estamos dando un argumento a la novela. Ya se materializó un mono en la siesta del pueblo chico y ya remedó a quienes lo confinaron en ese árbol de patio trasero. Y yo quisiera una novela abstracta. Lo más abstracta que pueda. Una que simbolice tantas cosas a la vez que todos puedan identificarse con eso que designa, pero que a la vez no exprese sentimiento alguno. Una monstruosidad. Algo como un círculo. Pienso en un círculo, con los contornos rojos y el fondo blanco como de papel. De repente el contorno comienza a fluctuar ligeramente, como si fuera un circuito de ondas magnéticas flotando en un éter, esta vez sobre un fondo no de color blanco sino del profundo tono del espacio exterior, esas ondas son ahora fuego y ese fuego se incrementa y casi que tapa parte del espacio del circulo con sus llamas y el intenso humo. Y es una motocicleta la que salta y atraviesa a toda velocidad la argolla de fuego, y acto seguido dos o tres malabaristas en hilera, y más atrás el payaso miguelito se acerca para reparar en su salto y no se anima, haciendo dramáticas morisquetas al público. Finalmente saca un cigarrillo, lo acerca al aro y lo enciende. De atrás viene el mono y le pega tal palazo en el culo que lo hace cruzar el disco con cigarrillo y todo. El mono, envanecido frente a su público, que se ríe a rabiar y aplaude, luego de alzar largos segundos sus brazos repite el mismo gesto de cuando el teléfono.
El circo termina su función y esa sombra que se cierne por toda la eternidad sobre esos pobres artistas trashumantes, esa especie de karma circense, esa tristeza desoladora y la miseria del mundo regresan a las carpas cuando las luces se apagan. Miguelito está quitándose el maquillaje frente a un espejo sucio y partido, con un vaso de caña sobre el aparador. A unos pocos metros, el mono, encadenado, fija su vista a la lona oscura y gastada que hace de pared. Los ojos del mono son los más tristes del mundo. Son ojos de humano. De humano padeciendo en silencio y con una sobriedad estoica ese otro lado del circo. Miguelito ya le ofreció un trago de caña, pero el mono con un ligero movimiento de cabeza le hizo entender que esa noche no desea beber. Es el último animal en ese circo. Hace dos meses se murió el viejo león. Estaba tan viejo que se le había caído la mayor parte de su hermosa melena. En los últimos tiempos ya no podía ensayar sus figuras y no tenía sentido que el domador entre en escena a su jaula porque, pese a los latigazos y las arengas, ya no quería moverse del rincón donde, acostado, movía la cola de un lado a otro, quizás emulando la pericia de su domador con el látigo. Pero igual lo llevaban con el circo ¡tan rara es la manera que tienen de quererse los integrantes de un circo! Porque si inhumano en general es el trato para con los componentes humanos basta solo imaginar lo que será para con los de la familia animal. Cada vez que el circo llegaba a un pueblo -las grandes ciudades ya no reciben a los circos, se manejan con modernos espectáculos asentados en un gran predio, con infraestructura y organización propias- dejaban la jaula del viejo león en las banquinas o en terraplenes en las entradas para que los chicos puedan acercarse a verlo. En el último tiempo hubo criaturas que hasta se animaron a acariciarle el lomo, que el león de buena gana y mansamente consentía. Miguelito venía de linaje de payasos y humoristas. Un tatarabuelo suyo calabrés había sido bufón en la corte del reino de las dos Sicilias, su bisabuelo fundó una compañía que llegó al plata representando obras de teatro grotesco, su abuelo se hizo célebre de la mano de su inolvidable creatura: el payaso Benedetto. Su padre, que le transmitió el oficio, no poseía el arte de la dinastía, pero con sus limitaciones fue de todas maneras un buen maestro de su hijo y le enseñó los variados trucos que aún conserva y que fue perfeccionando y transformando con los años. Pero a Miguelito le cagó la vida una mina, y ese desamor le agrió el carácter a tal punto que apenas quedaba sombra de aquel que supo ser en sus mejores tiempos. La historia de ese amor que terminó en tragedia y que llenó páginas enteras de los policiales de los diarios durante semanas es digna de los grandes clásicos de la literatura y el cine. Pero volvamos al círculo primero, o mejor, volvamos a la cuestión de los argumentos, sobre si es posible escribir una novela que no cuente nada, que se centre solamente en la caligrafía, o en la sintaxis. A esta altura parece una estupidez, yo nunca descarté que lo fuera.                  
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Palabras Clave: argumento novela mono

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (12)add comment
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Mastropiero

Querido Verano: Muchas gracias por sus cálidas palabras y por acercarse a leer. No hay demasiada intención en esta novelita folletinada, apenas un ejercicio de escritura un poco automática, para ver qué sale. El título sugiere algo que está cifrado en los cielos, verdad? Esa modesta trampa quizás me permita el vagabundeo mental que pretendo. Un gran saludo.
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January 16, 2010
 

Verano Brisas

Mi querido Mastropiero: Resulta que en prosa te defiendes tan bien como en poesía. Ha sido una fortuna descubrirte. Recibe mi cordial saludo. Verano.
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January 15, 2010
 
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