Genoma y feromonas: El reloj paraltico
Publicado en Dec 04, 2009
Una madrugada desperté sumergido en la desazón de un propio infierno espiritual (no hay otro infierno), desperté a la pesadilla de estar sin Ella, una madrugada en la que dando una bocanada desesperada, como un grito reverso de pulmones que se aferraban a la vida del escaso oxigeno de la habitación, desperté para perder los ojos con lo único por lo que llora un hombre.
El Buda Casero estaba en lo cierto: olvidar es sólo tiempo. La vida es Ella, es mujer. Es luna reflejada en el agua que a carcajadas te envuelve, contrayendo músculos invisibles, y que, al instante, con repentina indiferencia, te impugna, destrozándote los resortes, y herrumbra los más aceitados engranajes de la lógica. Te quedarás solo si no tomas toda la sopa. Viva la vida. Viva ella. Pero mas allá de su aroma y del misterio oculto en aquella mirada, no hubo nada. Aquí estoy. Pero ya no soy. Veo al cobarde con las ojeras del insomnio (fantasma en una existencia esencialmente onírica) al cadáver sentado, en calzoncillos, sus párpados vacíos, sus ojos secos entreabiertos, clavados en una página en blanco virtual, en el cursor que titila, el único latido que subyace en la habitación glacial. Grisáceo pero aún divino, transita la sobredosis. Quiere vivir. El reloj quedó clavado puntual en las seis, hora del deceso. Inocencio: sólo un nombre para ese cuerpo tan inerte como el fruto caído al césped; mera cosa que pretendió darse demasiadas ínfulas hasta, finalmente, terminar en nada, como todo. El reloj, náufrago en el océano del empapelado, ha muerto puntual, un seis fatal. ¿De la mañana? ¿De la noche? Da igual cuanto lleva el mecanismo paralizado. El reloj muestra con sus brazos perplejos, lo inevitable; un tiempo que nunca vuelve atrás en el filtrar de las arenas, en las órbitas de cometas o en el estallido de una burbuja de metales líquidos en algún planeta por siempre desconocido por nuestro arrogante y limitado raciocinio, del que el reloj es intérprete necesario; la civilización, regida por las agujas, va dictando razones segundo para justificar los desatinos de su loca carrera a su propio exterminio. Montado en el infinito, el hombre vive la tragedia de su destino de ya no ser. Soy nada, lo soy todo; olvidé el peso y el pesar de la diadema de recuerdos en sincronicidad con este eco sempiterno; y así, en presente perfecto, soy el ahora eterno, el cantante ahora de las aves en el jardín en el que inhuman a Inocencio. Soy todos los inútiles llantos, el polvo de los libros, el agujero de polilla en el abrigo. Soy el nuevo fantasma en la casa, también esa cucaracha que pasea inmortalidad en forma de esperanza invertebrada en la primavera falsa y descascarada del empapelado de la pared de un nicho sembrado de colillas, bañado de alcohol y de muerte, en el que sangré mi vanidad a lágrimas, y en el que aún llueve verdad a raudales.
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inocencio rex
Ricardo Fernndez
inocencio rex
gracias por comentar, amigo robert
inocencio rex
Roberto Langella de Reyes Pea
facundo aguirre