El mejor momento de mi vida.
Publicado en Jan 16, 2023
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                              "Está escrito: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"» (San Mateo, 4, 3-4)
 
                        El mejor momento de mi vida. 
 
En el entorno de aquel agitado verano, ligeramente agresiva una tibia brisa costera se perfilaba sobre la fina y rubia arena de Maitencillo, el delicioso balneario  costero del litoral central chileno, orgullosamente lleno de glamour, bellos parajes, encanto y –sobre todo—bellas mujeres. Y tú allí, con tu delicada y atrevida cadera desnuda, enfundada en un provocador bikini color magenta, resistías porfiadamente su paso, cual fueras la proa de una barca arrogante partiendo en dos la fuerza de sus olas…
 
Porque de pie, intrépidamente emergiendo hacia las alturas, cual monumental torre morena perlada de sueños, te dedicabas a dominar la escena de la admiración, sintiendo frívolamente en la piel las ardientes caricias de las ávidas y aventuradas miradas de quienes te mirábamos.
 
Los contornos dorados de las formas sinuosas de tu cuerpo, alineados generosamente en tu femenino andamio perfecto, usurpaban en el núcleo del universo y también en cada polo de la hermosura cósmica, reluciendo magnificamente junto al absorbente aroma de tu ego que te hacía soñar ser la reina vigilante de la grava playera y permitiendo que yo disfrutara de los preciosos detalles del perfil de tus cimientos, mirándote encaramada allí en tus piececitos pequeños, con tus cenceños tobillos, tus pantorrillas torneadas, el encuadrado impecable de tus firmes rodillas y la copa gustosa de tus muslos venusianos, presumiblemente impregnados con la suavidad del gusto de un chocolate orgásmico…
 
En fin… Con toda esa efigie cumplida eras absolutamente admirable y era explicable la razón por la que yo, con la obnubilada noción de mi óptica, mi mente tropezara con mil preguntas acerca de las raíces de tu esencia, del infinito destino de tus pensamientos, o de la factibilidad de tus respuestas, porque te asemejabas a un hada frágil de fácil desvanecer en medio de una fugaz  nube de polvos de estrellas y salir huyendo tras la horrorosa mención de una palabra sosa, o de una pregunta venida de la nada… Era ese el temor que yo tenía…
 
Sin embargo, la magia de tu encanto fue capaz de impactar en la loza de mi cobardía y forzar mi iniciativa para llevarme hasta la revelación de tu maravilloso rostro de diosa del Olimpo, pararme obligadamente frente a tu dominio, asombrarme con la impecable y tentadora forma de tu boca rosa y encarar la penetrante luz de tus grandes ojos pardos que, sin dudas, penetrarían hirientemente en lo restante de mi vacilante valentía.
 
Íntimamente no dudé de mi decisión de estar allí frente a ti, pero aparte de ello en mi mente los verbos se habían atormentado ridículamente, como una desastrosa estampida animal y en ese instante no tuve la necesaria capacidad para lograr hilvanar  un miserable argumento razonable que te impresionara.
 
Tú, lejos de extrañarte por  mi abrupta intervención, me quedaste viendo como a un mísero pajarito acorralado y compasivamente me sonreíste con desfachatada naturalidad. Una de tus manos sostuvo tu agitada y fulgurante cabellera trigueña que ondeaba con la tenaz brisa marina y, patrona de las circunstancias,  con tus labios sensuales abriste mágicamente la puerta de salida de ese frío silencio diciendo, con un irónico y melodioso tono de voz:
 
--Hola, joven audaz ¿Deseas que te cuente cuán fría está el agua del mar? O: ¿Quieres que te diga cuál es la fecha de hoy? O: Prefieres que te señale en qué lugar del planeta nos encontramos. ¿Cuál es la alternativa que buscas…? Acaso ninguna de las anteriores…
 
Sin que la escena estuviera precisamente planificada, esa especial dulzura de tus ironías, de inmediato hizo que en mí se soltara la chispa que incendiara la combustible acumulación de mi anhelo y, sin poder sortear exitosamente los balbuceos, respondí raudamente:
--Qué puede importar el lugar, ni qué día sea hoy, o cuán fría está el agua del mar... si tus ojos, tu voz y tu increíble estampa pueden ser el gran faro que ilumina el tonto recorrido de mi camino… Perdóname el atrevimiento, pero posees una belleza irresistible y necesité aproximarme al hechizo de tu atmósfera... No he podido evitar el hacerlo…  
--¡Ajá! Veo que no solo eres atrevido, sino, también, eres muy romántico y eso me halaga y me encanta; pero ¿qué más contiene tu currículum?
--Lo que vez…
Se rio.
--Si, me gusta, pero seguimos en el tramo de la insuficiencia.
--Entonces necesito más tiempo para mostrar mis virtudes y mis sueños.
--¡Qué suerte tienes! Es de lo que más dispongo en este momento porque, casualmente, hace solo unas horas acabé con un ingrato compromiso que no tenía sentido y es justo lo que ahora me tiene en este lugar muy sola, gozando de la amplitud del panorama, hurgueteando claridades en el horizonte y disputando la comodidad con este antipático viento.
--Qué pena, entonces, que yo me aparezca torpemente para sumarme a tu tedio—te interrumpí sin ocultar la culpa en mi semblante.
--No te rindas. Puede no ser así… Depende de qué más tengas para negociar... 
Como no estabas cerrando la puerta de un golpe, me decidí en hacerte la mejor de mis ofertas y adelantando mi mano, rápidamente te dije:
--¿Aceptarías formalmente que me presente?
El tamaño de tu sonrisa creció en luminosidad ostensiblemente, de manera semejante a ese vital momento cuando se asoma el sol majestuosamente en la alborada y cubre todas las dormidas y grises sombras de la madrugada, otorgando renovadas y motivadoras energías a las mañanas de la vida…
Tendiste dignamente la suavidad de la femineidad del  dorso de tu exquisita mano y exclamaste:
--Soy Penélope, una nueva amiga... ¿Y tú… quién eres?
 
                                                       Epílogo
Ese fue el comienzo de un romance que se fraguó en un largo período de tiempo suficientemente maravilloso, logrando registrar una dichosa e imborrable huella plasmada con justicia en las posteriores e innumerables páginas escritas con cariño, placer, aventuras y mucha complacencia.
 
No obstante, no solo de caricias y poesía está hecha la vida y en ella existen caminos que es necesario recorrerles de modo muy personal y que, sin mucha voluntad –en la mayoría de las veces—, nos precipita hacia la resignación de raras, injustificadas, amargas y tontas despedidas.
 
Y dentro del inevitable resto de nuestra existencia es obligatorio continuar escribiendo sobre más y variados capítulos, con actores diferentes, circunstancias de otra índole, destinos diversos y así poder cerrar dignamente la obra total de nuestra presencia terrena con un suspirado epílogo que, en realidad, cuesta demasiado editar.
       
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Foto del autor juan carlos reyes cruz
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Descripción

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Palabras Clave: Hermosura de mujer

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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