• carl stanley
carl stanley
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  • País: Argentina
 
EL ARBOL DEL AHORCADOSiempre tuve una actitud incrédula y desdeñosa en lo que a mitos y leyendas se refiere, estuviesen o no fundadas en hechos reales, poseía  un verdadero escepticismo con respecto a todo lo que no pudiere explicarse mediante la lógica o la ciencia.Muchas veces, en medio de entretenidas historias fantásticas contadas en círculo de amigos, mis sarcásticos y burlones comentarios sobre un relato, sacaban de contexto a historia y a narrador, haciéndole perder toda la magia y encanto que se supone tienen aquellas.Tenía treinta años por aquel entonces, un flamante título de ingeniero, y próximo a contraer matrimonio con Roseane; cuando ambos fuimos de visita a una hermosa granja campestre, siendo ésta, una valiosa propiedad de los padres de mi prometida. Por supuesto, en aquella ocasión, nos acompañaron mis progenitores, a lo que seríauna reunión de familia previa a la boda y para ultimar los detalles del inminente y feliz evento.De esa forma, nos trasladamos los cuatro en mi flamante automóvil; desde la gran ciudad hasta aquel punto situado en medio del campo, cercano a una pequeña localidad llamada Riverside. Despreocupados, felices, estábamos dispuestos a pasar dos o tres de días en estrecho contacto con la naturaleza, en aquel apacible lugar apartado del mundano bullicio.Al siguiente día de haber arribado, muy temprano por la mañana y antes que los demás abandonaran el lecho; decidí salir a dar un breve paseo por aquel verde y paradisíaco entorno. Escogí un viejo, estrecho y casi abandonado camino de tierra para emprender mi marcha. Sin prisa alguna, mientras el fresco y puro aire del campo llenaba mis pulmones.Media hora más tarde, decidí detenerme a descansar a la vera del camino y bajo un raro y enorme árbol seco, decidí tomar asiento.Fue entonces, cuando un rubio mozalbete montado un corcel de dos colores se acercó de repente.-- Buenos días mister.... - dijo con una amplia sonrisa, quitándose el sombrero en franco gesto de cortesía.-- Muy buenos días joven. - contesté retribuyendo el saludo.Mas de pronto, aquel joven se puso serio.-- Yo que usted, mister, no me sentaría bajo ese árbol... Reí con ganas interrumpiendo y presto le respondí:-- No veo por que no debo, no es propiedad privada. Tampoco de hormigueros debe tratarse el asunto, pues de ello me he cerciorado antes. Y para serte sincero, lo demás poco me importa, no me interesa si detrás de esa advertencia hay alguna historia de fantasmas.  El joven se encogió de hombros.-- Allá usted si eso desea. - terminó diciendo, y meneando la cabeza, con su caballo se alejó a paso lento.Enseguida presentí que aquella advertencia se relacionaba con alguna patraña campestre, y olvidando de inmediato tan absurda sugerencia, al rato estaba yo profundamente dormido.En algún momento más tarde me desperté, estiré mis brazos y mis piernas en toda su longitud, y aspiré profundo aquel aire del campo. -- ¡Ahhh!... el aire puro. - exclamé muy complacido.De pronto, observé pasmado, que el paisaje antes frente a mí había desaparecido. En lugar de tupidas arboledas, se extendía una planicie verde y donde se divisaba una casita cercana, con un corral a su lado conteniendo diversos animales de granja. Miré en derredor cada vez más asustado, para descubrir que en realidad el entorno había cambiado por completo; tanto era así, que hasta el árbol bajo el cual yo me hallaba sentado, lucía mucho más pequeño, pleno de verdes hojas y largas ramas.Restregué mis ojos con fuerza, pues no daba crédito ni aceptaba  lo que ellos percibían, como si una simple ilusión óptica se estuviese burlando de mí. Pero la inutilidad de hacerlo comprobé enseguida, pues seguía viendo aún el mismo paisaje  .De repente, al observar que también mi ropa había cambiado, pegué un brinco quedando sobre mis pies parado. Mi jean había desaparecido, ocupando su lugar un corto pantaloncito color marrón claro y ajustado, el cual llegaba hasta un poco más abajo de mis rodillas y ceñido en sus extremos.Una camisa color blanca, de mangas largas, con volados en los puños, y sobre ella, un chaleco color té completaba mi atuendo. Alelado no salía de mi asombro, cuando  y para completar aquella vestimenta que parecía de carnaval, comprobé calzadas un par de botas de caña mediana.¡Ay de mí! ¿De que absurda broma estaba siendo víctima? ¿Que disparate era éste?Por un momento pensé que me encontraba en medio de un sueño y el tremendo pellizco que me apliqué hizo que chillase por el dolor. Pero no, no estaba soñando.Por fin, me largué a reír. Supuse que todo se trataba de alguna especie de broma  de parte de mi prometida Roseane, en complicidad con mis padres y mis futuros suegros. Supuse con toda seguridad, que me habían colocado aquella indumentaria ridícula del siglo dieciocho, para luego llevarme hasta aquel lugar, bien diferente al sitio al cual yo había quedado dormido.Sin embargo, algo no encajaba en mi mente.¿Cómo habían logrado cambiar mi vestimenta sin que yo despertara? ¿De que manera sutil me trasladaron sin que yo ni un ojo abriera?Lo único que cabía dentro de mi estricta lógica, era que me hubiesen suministrado algún somnífero. Pero aquello también resultaba imposible, pues en el momento de partir de la casa, se hallaban todos durmiendo.Volví a sentarme bajo aquel árbol, con la cabeza tan confusa que mis ojos escudriñaban hacia todos lados sin entender en lo absoluto. Todo lo que había visto al despertar permanecía en su sitio y sin cambiar en lo absoluto. Percibí incluso el mugido de una vaca blanca con manchas negras y el cloquear de las gallinas que provenían del corral junto a la cabaña.En un momento dado, una rubia muchacha emergió desde el interior de la vivienda con un gran canasto cargado de ropa en sus brazos, y más tarde, comenzó a tenderla al sol de la mañana en una fina cuerda atada entre dos largas estacas. De inmediato me puse de pié para luego dirigirme hacia allí, pues pensé, que cabía la posibilidad que ella me aclarase las ideas sobre aquel sitio en donde me encontraba.  Aún sin saber todavía muy bien que cosa iba a preguntarle,  y cuando casi llegaba junto a ella; la joven, advirtió mi presencia. El corazón me dio un vuelco, cuando con una amplia sonrisa se abalanzó sobre mí para estrecharme en un fuerte abrazo.-- ¡Oh, Jack mi amor! ¿Dónde estabas?...ven, dentro está listo el desayuno. Estupefacto, paralizado, quedé mirando sus hermosos ojos azules. Se trataba de una hermosa joven de finos rasgos, la cual vestía una larga falda celeste casi llegando hasta el suelo; ajustada en su cintura pero muy amplia en la parte baja, junto con una blusa rosa de largas mangas, que con adornos y bordados cubría su bello cuerpo.Casi me arrastró tomado de la mano al interior de aquella cabaña; para luego hacerme tomar asiento junto a una rústica mesa de madera de pino claro. No supe que decir en aquel momento, ni que actitud tomar respecto a la situación harto extraña que estaba viviendo. Mi mente, ahora en blanco por completo, se encontraba  atorada por los inexplicables sucesos ocurridos tan de repente.La muchacha hablaba y hablaba, pero yo me hallaba tan, pero tan confundido, que no prestaba la más mínima atención a lo que decía, y su voz, sonaba para mis oídos como un murmullo de fondo.Por fin, plantó ante mí y sobre la mesa, un gran tazón con  té y leche, junto con media hogaza de pan de maíz.Entonces, la miré fijo por un instante y ella tal vez percibió la angustia que mis ojos expresaban, por lo que preguntó enseguida tornándose serio su rostro:-- ¿Qué te ocurre Jack?... luces extraño esta mañana.Entonces, me animé a decir:-- Mi nombre no...no es Jack, mi nombre es Richard, Richard J. Stevens....y no sé donde me encuentro, ni que hago aquí....ni quien eres tú.  Luego tomé el tazón y bebí un sorbo de aquel té con leche.Se puso mucho más seria y frunció el ceño. Permaneció así durante casi un minuto, pero luego sonriendo dijo:-- ¡Vamos Jack, déjate de hacer bromas! -- Mira...te estoy hablando en serio. Mi nombre es Richard Javier Stevens y...y...¡¡¡No se que como diablos llegué aquí, pero te advierto que si esto es una mala broma de Roseane, ya ha ido demasiado lejos!!!  Sorbí un poco más de aquel tazón. Ella me observó extrañada y luego de pensar un poco dijo:-- Jack, ¿te has dado tal vez algún golpe en la cabeza? -- No, no me he golpeado, ni tropezado, ni caído....ni cosa por el estilo...¿Cuál dices que es mi nombre? -- Jack, Jack Wilson, ¿acaso no sabes tu propio nombre?-- ¡Aja! ¡Con que Jack Wilson eh! ¡¿Y quien demonios se supone que es Jack Wilson?! ¡¿Tu esposo?!-- ¡Por supuesto que eres mi esposo! - respondió vehemente, y dio media vuelta para desaparecer por una puerta interior de la cabaña. No tardó un minuto en regresar con un chiquillo de dos años cargado en sus brazos, el cual trataba de despabilarse restregando sus ojos, pues  a todas vistas se encontraba durmiendo hasta hacía un instante.-- ¡ Y éste es nuestro hijo, Robert ! ¡¿O me dirás ahora que tampoco sabes quien es él?! Advertí que la hermosa muchacha se había puesto muy nerviosa, y pronto comprendí que de ninguna broma se trataba. La joven tenía llorosos sus hermosos ojos azules, pues vaya a saber que cosas también pasarían por su mente. Intentando calmarla dije:-- Lleva al niño a su cama para que descanse un poco más...es temprano todavía.Luego de hacerme caso, regresó para sentarse frente a mí.-- ¿Es que ya no me amas y quieres marcharte? - preguntó, mientras por sus mejillas rodaban inconsolables lágrimas. Tomó mis manos entre las suyas. Su rostro era hermoso y dulce.-- ¿Me escucharás si te cuento? - dije enseguida.Mi voz sonaba insegura, pero conté lo que me había ocurrido, además de quien era yo, o tal vez en ese momento.... quien creía ser.Cuando terminé mi extenso relato, estaba tan confundida como yo, y no sólo eso, pensó que había perdido la razón al golpear mi cabeza en alguna parte. Por lo que enseguida se puso de pié y colocándose a mi lado, comenzó a revisar mi cuero cabelludo.Yo permití que lo hiciera, pues no había nada malo en ello, y además serviría para aclarar un tanto las cosas. Luego volvió a sentarse frente a mí y preguntó:-- ¿Re..recuerdas mi nombre? -- No. No sé como te llamas. - respondí con sinceridad.-- Mi nombre es Mary y tengo veintitres años. Nuestro hijo se llama Robert y tiene dos...y...y...No pudo continuar y rompió en desconsolado llanto. Entonces, cogí una de sus manos entre las mías y dije:-- Mary, por favor,  no quiero que te preocupes, ya veremos como resolvemos esto.... Pero sólo fueron palabras vanas, meras palabras para infundirle cierta calma, pues no tenía ni la más remota idea sobre lo que había ocurrido conmigo, o por que me encontraba en aquel extraño sitio. Sin embargo, con amargura comprendí que sí de algo estaba bien seguro, todo era real.Un poco más tarde, pasé a preguntarle que se suponía que debía yo hacer, y ella, echándome una mirada triste, me dijo en voz muy baja:-- Debemos recoger el maíz. Así, todo el resto de aquel día lo pasé trabajando en el pequeño cultivo sobre una parcela detrás de la cabaña; haciendo sólo una pausa para almorzar en silencio junto a la joven y el pequeño Robert. Cuando bajó el sol, luego de una agotadora jornada de trabajo rural, me eché rendido sobre la que se suponía era nuestra cama de matrimonio.Hasta ese momento, la única explicación racional y científica que pude hallar para lo que me estaba sucediendo, era que, de manera inexplicable, yo había traspasado algún portal en el espacio tiempo para luego aterrizar en aquel sitio y en aquella remota época, y que según me había dicho Mary, se trataba del año mil setecientos sesenta.Pero no lograba comprender, el porqué yo me había transformado en Jack Wilson, si aún conservaba el aspecto normal y corriente de quien yo era, Richard J. Stevens.Esa noche me eché sobre la cama y rendido me dormí al instante, con una sola idea abarcadora en mi mente, que al día siguiente despertaría en mi mundo, del cual yo formaba parte, y además que todo lo acontecido habría resultado un mal sueño.Apenas asomó el sol en el horizonte un gallo me despertó con su canto; con rapidez y emocionado salté de la cama; pero luego, comprobé con tristeza que aún me hallaba en el dormitorio de aquella modesta cabaña. Mary dormía plácida a mi lado, y en un pequeño camastro, el pequeño Robert. Tomé mi cara con manos temblorosas y salí al exterior.Aquella insólita situación había desbordado mi entendimiento y amenazaba mi cordura. Una angustia feroz me invadió y rompí a llorar desconsolado cual un chiquillo.Dos días más tarde, acabada de juntar la cosecha de amarillas mazorcas, fue cuando Mary mencionó que debíamos cargar la carreta y dirigirnos hasta la ciudad para vender, aparte de aquel maíz, otros productos de nuestra granja.Yo casi no emitía palabra, me había concentrado de tal forma en buscar la forma de salir de aquella situación, que todo lo que me rodeaba, no tenía para mí la más mínima importancia. Me había convertido en una especie  de espectador de un dramático filme.Un par de meses más tarde, sólo un par de meses; integraba yo la comunidad de aquella comarca. Me había resignado a vivir en aquella época, muy distante de mi tiempo y a la cual no pertenecía. También pasé a descubrir en los días subsiguientes, que tenía amigos y alguno que otro pariente, a los cuales fui conociendo con el correr del tiempo. Mi relación con Mary cambió por completo, refiero esto respecto a mi anterior conducta y cercana a la fecha de mi "arribo".Como era inevitable, comencé a enamorarme de aquella hermosa muchacha, a querer al pequeño Robert  y  a mi nueva vida; la cual continuó como la de cualquier matrimonio. El tiempo pasó y casi estaba todo bien. Casi, pues el gobierno del rey nos tenía a mal traer con sus fuertes impuestos y sus duras leyes, aplicadas con mano de hierro a través de su ejército colonial.Con el tiempo, nosotros los colonos, comenzamos a organizarnos; no sólo en aquella región, sino en todo el territorio americano. Era de esperarse, pues por mi parte conocía la historia de aquellos habitantes del nuevo mundo y había llegado la hora de la independencia. Una cosa llevó a la otra y comenzó la resistencia armada hacia los que por aquellos tiempos eran nuestros amos.Mis manos endurecidas por la dura tarea del campo, estaban más que dispuestas y con el correr de los años de abuso, a empuñar un mosquete contra del ejército del rey. Diversos alzamientos se produjeron en muchos sitios, que con o sin éxito, yo sabía que sucederían. Así, me sumé a las filas del ejército irregular insurrecto; para sentirme participante de aquel trozo de historia y que "antes", sólo conocía por libros. La mayoría de los combates y escaramuzas que se produjeron más tarde, nos fueron desfavorables en un principio, y como sabía yo que ocurriría. Pero poco me importaba, pues conocía su desenlace. Casi ya no recordaba a mi amada Roseane, a mis padres y a mis futuros suegros, era cosa del pasado, y de manera paradójica, el pasado era mi presente. Sólo en algunas noches, cuando fuera de la cabaña me encontraba, fumando mi pipa de madera y contemplando las estrellas; acudían a mi mente algunos vagos recuerdos de aquella vida anterior, a la cual casi había olvidado. Diez años desde mi llegada a aquel sitio, mi hijo Robert se había convertido en un hermoso jovenzuelo, y no sólo eso es lo que puedo contarles; con mi esposa Mary, que permanecía tan linda como siempre, habíamos tenido dos hijos más, Jonathan y Lisa.A mis cuarenta años, era un jefe de familia ejemplar, un buen y respetado ciudadano de aquella comunidad, hábil en sus tareas, en el manejo de la espada y el mosquete de chispa. De esto último, me había ocupado y con el correr de aquellos años, en aprender con los mejores, por considerarlo de fundamental importancia para la supervivencia en aquel salvaje territorio.Un buen día en que comandaba mi grupo rebelde; pues debo agregar que había sido honrado con el grado de teniente; recibí una bala de mosquete sobre el costado izquierdo de mi cuerpo. Y créanme que un poco asustado estaba, cosa que muy bien supe disimular debido a mi rango de líder.Sufrí bastante para recuperarme, por supuesto también temiendo la posibilidad de contraer una infección que me enviase directo a la tumba, dado que por aquel entonces no existían los antibióticos y la cirugía tal como yo la conocía. Tiempo después y como era de esperarse, la guerra de independencia se desató con toda su furia. El ejército regular de las colonias enfrentó abiertamente a los soldados del rey, y simples escaramuzas pasaron a ser verdaderas batallas por controlar uno u otro territorio.Pero un fatídico día, luego de una fallida emboscada a los soldados, y cuando me encontraba cortando leña fuera de la cabaña, un grupo de jinetes se acercó al galope. Los reconocí desde lejos por sus rojizas casacas.No atiné a tomar el rifle, pues a mi querida familia a peligro grave expondría, y haciéndome el distraído, continué la labor con mi hacha. Un capitán lideraba aquella tropa, la cual se detuvo a escasos metros de mí y luego prestos descabalgaron.Mary salió de la cabaña muy asustada y traté de tranquilizarla diciéndole que no temiera, que no ocurriría nada malo, y que era mejor permanecer dentro de nuestra casa mientras yo solucionaba cualquier posible problema. Entonces, aquel arrogante capitán desenvainó su brillante sable de batalla y colocó su filosa punta tocándome el centro del pecho.  Permanecí inmovilizado por aquel acto que a decir verdad no esperaba. Enseguida me rodearon cuatro o cinco soldados prestos a disparar con sus rifles si me resistía, mientras un veterano sargento, leyendo un amarillento papel que desenrolló de inmediato, dijo:-- Jack Wilson, se le acusa de traidor a la corona, rebelde e insurrecto súbdito de su majestad el rey Jorge. De combatir en contra de los soldados del ejército real y dar muerte a varios de ellos. Por lo tanto, se lo condena a morir en la horca sin juicio previo y en vigencia de la ley de guerra. Firmado : general Douglas Malcom Haggerty. Terminando de decir éstas palabras, dos soldados me sujetaron firme por ambos brazos. No resistí en lo más mínimo, pues comprendí que era inútil, mientras bajo un gran árbol me arrastraban y lanzaban una cuerda alrededor de una gruesa rama.Supe entonces de inmediato, que allí todo terminaría para mí, estaba condenado y moriría en unos minutos más.Mary tuvo que ser detenida por otros dos de aquellos infames  esbirros y que forcejearon con ella, pues la pobre, se sumió en un mar de gritos y lágrimas durante todo lo que duró aquella secuencia. Minutos más tarde, me subieron sobre un caballo y ataron mis manos a la espalda. Rogué a Dios que recibiese mi alma, y luego, sin más, ellos el caballo azuzaron. Un fuerte tirón sentí en el cuello, y luego todo fue oscuridad para mí. Sabía, es decir suponía, que iría al encuentro del Creador, pues mi fe había sido siempre y seguiría siendo,  muy grande.Acudieron a mi mente, a último momento, imágenes de toda mi vida, además de los relatos sobre la muerte, que tantas veces había escuchado. Lo único que lamenté en aquel aciago momento, fue abandonar a mi esposa Mary y a mis hijos, a quienes amaba con locura.Pensé por un momento, y al percibir una brillante luz delante de mis ojos que me encandiló de sobremanera; que todas aquellas historias  de la vida luego de la muerte, eran ciertas.Entonces, esperé encontrarme con Dios. Y así lo creí, cuando de improviso percibí una borrosa silueta, a la cual no pude distinguir muy bien debido a la intensa luminosidad que todo lo inundaba. Luego, sentí un fuerte sacudón sobre mi hombro y una voz femenina dijo:-- ¡Richard!...¡Richard!¡Despierta,despierta!.... te has quedado dormido a pleno sol y te hará mucho daño.  -- Te hemos buscado toda la mañana y no te podíamos hallar.¡Sinvergüenza! - recriminó mi padre. A duras penas abrí mis ojos, sólo para ver el rostro sonriente de Roseane; quien estaba en cuclillas a mi lado tocándome con suavidad los cabellos.Permanecí anonadado, mudo por completo, pues no podía articular palabra. Tal es así, que ella preguntó si me encontraba bien e insistió en llevarme a consultar un médico cercano para tratarme por insolación.Más tarde, cuando llegamos hasta la casa de los padres de mi futura esposa, prestos me auxiliaron, dado el color rojizo de mi cara y mis brazos, y además, aparentaba encontrarme al borde del desmayo. Me recostaron sobre una cama y bebí agua fresca. Así estuve durante una hora, más o menos, hasta que llegó el médico y llevó a cabo una exhaustiva inspección sobre mi cuerpo. Este, concluyó que no se trataba de algo serio, sólo un poco asoleado, nada más. Pero antes de irse, con rostro intrigado, se acercó y me dijo con inquisitiva curiosidad:-- Que fea marca esa que tienes sobre el cuello muchacho... ¿En que situación te la has hecho? En aquel preciso momento, como si mil resortes de gran potencia instalados en la cama me dieran fuerte impulso, salí disparado hacia el baño para observar mi cuello en el espejo. La visión fue aterradora. Tuve que sostenerme del pequeño lavabo para evitar caer al suelo, ya que mis piernas se aflojaron y temblaron como un par de hojas.Alrededor de él, lucía una huella entre rojiza y morada sobre la piel. Poco tiempo después, según refirió mi futuro suegro, una vieja leyenda contaba que en aquel viejo árbol, y bajo el cual quedé dormido; el ejército colonial del rey había ahorcado a un patriota de nombre Jack Wilson, quien había luchado en las guerras de independencia. Además, era una realidad, que ningún lugareño se atrevía a sentarse debajo de él. ¿Por qué razón sería?.......No tuve más remedio que hacerme el tonto ante aquella leyenda histórica, fuera cierta o no, pero no miento si les digo, que me llevó varios años superar aquel episodio. Aún hoy, tengo alguna pesadilla cada tanto.  Créanme mis amigos, sin mentir  en lo absoluto, que el que les habla vivió diez años en un día, y nunca más olvidaré por mucho que el tiempo transcurra, que viví dos vidas en una.Desde ese día, todo aquel que narre una historia por muy fantástica que parezca, sepa que tiene en mí, a su más atento oyente.FIN         
EL  EXTRAÑO  CASO  DEL  SEÑOR  WILSON Hacía un par de meses que había terminado el curso de detective privado, sentado en el sillón de la pequeña y flamante oficina leyendo el diario, esperaba ansioso mi primer caso.Debo admitir que dos meses de espera, y bastante dinero que debía, a estas alturas hacían que me sintiera impaciente y en parte descorazonado. Los avisos publicados en el periódico informando sobre mis servicios no resultaban muy onerosos, pero se mezclaban con muchos otros, tal vez de investigadores conocidos o con más experiencia.Una mañana, mientras dormitaba de puro aburrido nomás, con mis piernas descansando sobre el escritorio, un leve carraspeo me sacó de mi sopor.Abrí los ojos de inmediato intentando de despabilarme, a la vez que bajaba mis piernas del mueble, cuando lo vi parado justo frente a mí. Mi primer cliente.--Buenos   días. - dijo con voz muy leve.--Buenos días tenga usted ¿señor...? - respondí tratando de despabilarme.Se trataba de un hombre de unos cincuenta años, vestido con su traje de color negro por cierto bastante antiguo, y con un sombrero del mismo color sobre su cabeza. Lucía impecable. En su mano derecha sostenía un elegante maletín de cuero.Me miró fijo por un instante y luego dijo:-- Espero, pueda usted ayudarme. -- Estoy a su servicio.-- Wilson, Thomas J. Wilson, y necesito de sus servicios como investigador privado.-- Perfecto, caballero, usted dirá que problema tiene, y yo trataré de resolverlo de la mejor forma y lo más pronto posible. - dije mostrando una amplia sonrisa. La alegría de mi primer caso me embargaba. -  Por favor, tome asiento.-- No, estoy mejor de pie - respondió enseguida.Se produjo un silencio por más de un minuto, mientras yo esperaba que aquel individuo de aspecto muy pulcro y antigua vestimenta, hablara sobre su problema. Por fin, luego de mirar de un lado a otro mi reducida oficina, se decidió:-- Sospecho que mi esposa me engaña. -- Ahh. Un caso de infidelidad. - respondí de inmediato.-- Exacto.-- ¿Y usted quiere que investigue y reúna las pruebas del hecho, verdad?-- Así es.-- Bueno, no hay problema. Debe darme algunos datos, el nombre de sus esposa, su dirección, y si dispone de alguna fotografía reciente deberá entregármela. Por supuesto que debo identificarla. - dije mientras con una libreta de notas sobre el escritorio estaba listo para tomar la información que aquel hombre me diese.-- Por desgracia no dispongo de una fotografía reciente de ella en éste momento, pero puedo darle los datos que usted requiera.-- Bien, bien. Ustedes viven juntos por supuesto, dígame su dirección.-- Calle Carruthers 615. Su nombre es Elizabeth.-- ¿Porque presume usted que lo engaña?-- Tengo serias sospechas de ello. Sus extrañas salidas...y algunas cosas más.-- ¿Cómo cuales?-- Ultimamente me ignora, no me dirige la palabra, siempre sale y no se adonde va. Por eso pienso que se encuentra con alguien... un amante tal vez.-- ¿No ha intentado seguirla?-- No, mis obligaciones de trabajo no me lo permiten, viajo de manera constante en avión a Lisboa.-- Comprendo, comprendo, tiene negocios que atender en Portugal.-- Así es.-- Bueno, esto es sencillo. Mis honorarios son de setenta y cinco pesos diarios, más gastos. ¿Esta de acuerdo?-- Me parece bien.Luego quedé esperando me dijera él como iba a pagarme, cosa que luego de un minuto de silencio comprendió y dijo:-- Disculpe usted, no me había percatado, usted mismo deberá retirar su paga, yo le diré donde. Tomará el importe de ésta investigación. ¿De acuerdo?Aquello sonaba raro, pero era mi primer caso y me hacía falta el dinero. -- Por completo. Diga usted Mr. Wilson..... -- Bien, deberá ir a la calle Riverside 1416. Hay una llave oculta bajo una tabla de la escalerilla del porche, para ser exacto debajo del último escalón. Se encuentra dentro de una bolsita de plástico, para su protección, ¿entiende verdad?-- Sí, sí, por supuesto.-- Bueno, ingrese en la casa y diríjase hasta el primer piso. La primera puerta de la derecha conduce al dormitorio principal, en el rincón derecho y junto a la ventana, hay una tabla en el suelo que puede retirarse pues está floja. Es un escondrijo, y allí encontrará el dinero. Tome lo necesario.Mientras tomaba notas en mi libreta todo aquello me parecía demasiado extraño. -- ¿Quedó todo claro? - preguntó Wilson.-- Sí, muy claro. Pero luego, cuando tenga la evidencia, ¿dónde y como me comunico con usted para entregársela?, seguro no querrá que sea en su casa. Debe darme un teléfono donde llamarlo. -- No es necesario. Yo me comunicaré con usted.-- Descríbame de forma breve a su esposa entonces.-- Es rubia, muy bonita, tiene cuarenta y cinco años. Un metro setenta de estatura y ojos verdes, cabello largo sólo un poco más allá de sus hombros.-- ¿Vive alguien más en la casa?...digo, otra persona con la cual pueda yo confundirla.-- No, mis hijas están casadas y no viven con nosotros. Elízabeth y Helen. -- Bien, creo que eso es todo por ahora. -- dije, mientras me ponía de pie y me disponía a despedirlo.Wilson ahora permanecía en silencio. Había agachado levemente su cabeza como apesadumbrado. Deduje que le resultaba incómodo y en parte vergonzozo exponer aquel problema a un extraño. Pero en aquel caso, yo era el profesional que debía ayudarlo y pensé que aquel hombre no debía sentir vergüenza alguna, cual quien se desnuda frente a un médico para que éste lo revise.-- No debe usted sentirse mal al confiarme su caso señor Wilson. Soy un profesional y sepa usted que ninguna información trasciende los límites de esta oficina... - comencé a decir mientras daba media vuelta y me paraba a observar hacia el exterior junto a la ventana - ... nada de lo que usted me confía saldrá de mí, además...De pronto volteé y me encontré hablando con nadie, mi cliente se había retirado de forma intempestiva. El señor Wilson había desaparecido sin siquiera saludarme. Entendí de inmediato como debía sentirse aquel hombre mayor al confesarme la infidelidad de su amada esposa. Lo comprendí y justifiqué su momentánea y descortés actitud.Pero, en fin, ya tenía mi primer caso y estaba muy contento y dispuesto. Un simple seguimiento.Con suerte resolvería todo y tendría las pruebas en una semana o tal vez un poco más, si resultaba cierto que aquella dama lo engañaba. Y si no, en parte me alegraría por aquel, mi primer cliente.Al día siguiente, desempolvé mi cámara fotográfica, los binoculares, y tomé una libreta de apuntes. Primero iría a recoger parte del dinero de la paga donde me había dicho Wilson y luego iniciaría mi tarea.Luego de media hora en automóvil, arribé a la dirección que aquel me había dado, Riverside 1416. Para mi total sorpresa, comprobé que la dirección correspondía a una casa de dos pisos abandonada por completo. ¿Habría algún error en los datos que me había suministrado aquel hombre? No, la dirección que había anotado era la correcta, y además recordaba muy bien cuando él mismo me la había dicho. Por fortuna  poseo buena memoria.La casa estaba casi en ruinas, presumiblemente y por su aspecto hacía ya muchos años que estaba deshabitada. En un tiempo debía haber sido hermosa, según mostraban algunos restos de blanca pintura ahora descascarada por completo. Los yuyos estaban crecidos y el aspecto general de la vivienda era calamitoso.-- Menudo lugar tiene este hombre para ocultar su efectivo. - pensé. Se arriesga demasiado a que cualquier ladrón ocasional u algún indigente, penetre en la casa vacía y halle el dinero oculto. Entonces, por un momento me detuve a pensar.¿Será cierto que éste tipo Wilson oculta una suma importante bajo el piso de una vivienda deshabitada? ¿No se trataría de alguna pesada broma concebida por alguno de mis amigotes?De todas maneras, en aquel momento no existía otra opción más que seguir adelante y averiguar la verdad.Traspuse la puertita cancel del cerco perimetral de la casa y me detuve frente a su puerta principal, donde una destartalada escalera de cuatro escalones formaban parte del porche de entrada.Por un momento pensé que si alguien me veía dentro de aquella propiedad, bien podía llamar a la policía y ellos detenerme por invasión ilegal. Sería todo un embrollo justificar mi presencia allí.Miré hacia todos lados por precaución, y luego procedí a meter la mano buscando la llave bajo la tabla del cuarto escalón y según mi cliente había indicado. La madera estaba media podrida y en el lugar había un hueco. Sólo rogaba que no me picara algún insecto venenoso o mordiera algún roedor al invadir sus dominios.Luego de escarbar un par de minutos, y cuando estaba por desistir convencido de que se trataba de una mala jugada, como dije,  de parte de alguno de mis amigos. Encontré la bolsita plástica. Por completo llena de tierra y restos de madera corroída, creo que fue en realidad una casualidad que la hallase. A todas vistas se trataba de una llave de emergencia que no se usaba y vaya a saber hacía cuanto tiempo estaba oculta en aquel escondrijo. Munido de ella, abrí con cierta dificultad la puerta principal y me introduje en la casa.El olor rancio de moho y humedad era muy fuerte. El interior se hallaba en penumbras, debido a que casi todas sus ventanas estaban cerradas, y la poca claridad que penetraba desde el exterior lo hacía de manera escasa a través de vidrios opacados por la tierra acumulada.Extraje una pequeña linterna que siempre llevo en el bolsillo de mi chaqueta, y comencé a escrutar el interior.Comprobé que se hallaba vacía, sin muebles o artefactos. Sólo una araña de hierro pendía del techo en la sala de entrada, cubierta por millones de hilos de telas de araña, valga la redundancia.-- Esto está abandonado hace diez años al menos. - dije en voz baja.Por un momento me detuve pensando que en realidad era parte de algún complot. ¿Pero de que tipo? Hasta ahora todo había sido como el tal Wilson me había dicho. Luego, comencé a subir por la escalera y hasta llegar al primer piso. Los crujidos que emitió me hicieron temer a que en algún momento se desarmara sufriendo yo un accidente.Un minuto después, ya en el dormitorio y según me había dicho Wilson, hallé sin mucha dificultad la tabla floja del piso, la cual levanté de inmediato para toparme con un envoltorio doble de envases de nylon sujetos por una gruesa banda de goma, que en cuanto intenté quitar, se desgranó.El corazón me dio un vuelco cuando vi lo que contenía aquel paquete.Un voluminoso fajo de billetes de cien y un antiguo reloj de oro de bolsillo, en cuya tapa al abrirla, descubrí una vieja fotografía de Wilson y de la que presuntamente era su esposa, ambos muy jóvenes. Tomé mil pesos de aquel fajo, y luego guardé el resto junto con el reloj en el mismo envoltorio y sitio donde lo había hallado.Cogí lo que consideré más que suficiente, si aquel trabajito resultaba costando menos, le devolvería a Wilson la diferencia, pues no deseaba regresar a aquel lugar a retirar otra suma.Al día siguiente, muy temprano en la mañana, decidí permanecer dentro de mi automóvil y vigilar desde escasos cincuenta metros, la casa de la calle Carruthers 615.Llevaba cerca de dos horas y bastante café bebido, que dentro de  un termo me había provisto junto con algunas galletitas, cuando una mujer que se ajustaba a la descripción de  Elizabeth Wilson, salió de la casa en compañía de otra mujer de bastante edad y canos cabellos.Tomé los binoculares para ver más detalles no quedándome luego ninguna duda de que de ella se trataba. Ambas mujeres, minutos más tarde, ascendieron a un automóvil que se hallaba estacionado frente a la casa y partieron. Yo, por supuesto, comencé a seguirlas a una distancia prudencial.Un buen rato después y luego de un largo trayecto, se detuvieron frente a otra vivienda, descendieron del vehículo e ingresaron en ella.Nuevamente y siempre desde el interior de mi automóvil, comencé una nueva guardia para observar al detalle todo movimiento que involucrase a la mujer en cuestión. Pero contrario a todas mis expectativas, estuve hasta avanzadas horas de la tarde sin que lograra captar algo relevante.Aquel primer trabajo encomendado resultaba tedioso, aburrido, y por demás de incómodo. Había  bajado de mi automóvil incontables veces a estirar las piernas; aunque siempre alerta a cualquier movimiento de personas que entrasen o saliesen de la casa.Nada ocurrió hasta entrada la noche, y cuando un automóvil de nuevo modelo, color negro, llegó para luego ingresar en el garage.Luego, un hombre portando un maletín descendió de él y penetró en la vivienda. En aquel momento decidí que debía por lo menos averiguar, en parte al menos, que era lo que ocurría dentro.Hasta el momento no sabía quien era la mujer entrada en años que acompañaba a la que yo había identificado como Elizabeth Wilson, como tampoco la identidad del cuarentón que  había arribado hacía escasos minutos.Ya había oscurecido y me deslizé por los alrededores, atisbando lo mejor que pude por todas las ventanas que me fue posible. Corría el riesgo de que alguien descubriese mi furtiva presencia y alertara a la policía confundiéndome con un ladrón al acecho que merodeaba el lugar. Pero debía cumplir con mi trabajo, y si algo ocurría, daría luego explicaciones. De todos modos, tenía como justificarlo y por supuesto mis credenciales de detective privado en orden.En un momento dado, y al acercarme a una de las ventanas, descubrí a la presunta Elízabeth Wilson, a la mujer de avanzada edad, y al caballero que había llegado hacía un rato, todos cenando en torno a la mesa de un amplio comedor. Pero lo que más me dejó intrigado y sorprendido, fue que en un extremo de aquella mesa se hallaba sentado el mismísimo señor Wilson.¿Quién era la mujer mayor? Seguro la madre de Elízabeth.¿Quién era el hombre cuarentón que había llegado hacía un rato?No lo sabía, pero averiguaría pronto.En vista de la presencia de Mr. Wilson, decidí retirarme de la escena, no tenía objeto quedarme a observar, e informarle luego algo que él ya sabría.Obviamente me había mentido al decir que debía abordar un vuelo hacia Lisboa y por lo que estaría ausente. A menos que hubiese ido y vuelto en tiempo record, cosa que no resultaba posible.Tracé un plan de acción ya de regreso a mi oficina, que consistía en averiguar quien era el hombre que cenaba con la familia, quien era la mujer mayor y quien vivía en aquella casa del 5789 de la calle Arrow. Por supuesto que de poder comunicarme con mi cliente, eso lo hubiese sabido de inmediato, cosa que por ahora no era posible y hasta que él se comunicase conmigo otra vez y para aclarar en algo aquel confuso panorama.Por la mañana del día siguiente, logré indagar a través de la guía telefónica que la casa de la calle Arrow pertenecía a un tal Michel N. Morrison, con seguridad el hombre cuarentón de la noche anterior. Deduje que era probable se tratase de algún pariente o amigo que  había invitado a los Wilson a cenar.Los dos días subsiguientes vigilé la vivienda de la calle Carruthers 615, y además donde habitaban los Wilson, pero sólo comprobé y en varias oportunidades la presencia de la mujer mayor. De Elizabeth Wilson, ni rastros.¿Sería posible que se mantuviera dentro de la casa sin asomar siquiera?Dos días más transcurrieron sin que aún lograra verla salir de aquella vivienda. Sin embargo, en un par de oportunidades, observé a Mr. Thomas Wilson parado en el frente de ella, con su mismo traje antiguo y su maletín en la mano.Su actitud me resultó muy extraña en aquellas dos ocasiones, ya que permaneció por más de una hora en el mismo sitio, estático y observando.¿Qué se traía este tipo entre manos? ¿Tal vez planeaba algo que yo desconocía hasta ese momento?¿Por qué contratar a alguien para vigilar a su esposa?, siendo que de ella no había ni rastros en más de cuatro días, y  además era evidente que él no se había ausentado como me había dicho que haría. A todo esto, la única persona que iba y venía, era aquella mujer que yo suponía hasta ese momento que era su madre.¿Estaría enferma Elizabeth y su madre la cuidaba? Sí, esa era una posibilidad lógica.Habiendo pasado una semana completa sin ocurrir ningún hecho que hiciese pensar que aquella mujer era infiel, decidí de manera simple esperar a que aquel señor me visitase, informarle sobre el resultado de mi investigación, y terminar con aquel caso. Por la noche del octavo día, luego de cerrar la ventana de mi oficina antes de marcharme, al volverme me topé con mi elegante cliente frente a frente.En realidad me sobresalté bastante al no haberlo escuchado entrar.-- ¡Ah, Mr. Wilson!....lo esperaba, tome asiento por favor. Sabe usted, ya estaba por retirarme. - dije, acomodándome en el sillón detrás de mi escritorio.-- Prefiero permanecer de pié. - dijo con voz suave.-- Como guste. Bueno, debo informarle que su esposa no ha salido de su casa. Por supuesto que hasta este momento no ha podido serle infiel. Pero eso ya debe usted saberlo.... - dije. Haciéndole notar que sabia que él había estado en su domicilio hacía poco tiempo y no de viaje, como él había pretendido hacerme creer.-- ¿Porque habría de saberlo?-- ¿No ha viajado en estos días verdad?...como usted había programado supongo.-- Viajo de manera constante a Lisboa señor. - afirmó.Ante tal afirmación decidí cambiar el rumbo y pregunté:-- ¿Quien es Michel Morrison?, de la calle Arrow, ¿un amigo o un pariente suyo? -- ¡Ah! Veo que ha investigado todo. Es mi yerno, el marido de mi hija Elízabeth.-- ¿Y la mujer mayor que entra y sale de su casa?-- Pues no lo sé.... - dijo. Luego como pensando de quien podría tratarse afirmó - ...tal vez usted haya visto a la madre de mi esposa que estaba de visita, tal vez.-- Mire Mr. Wilson, a su esposa la he visto en una sola ocasión. Al que dice usted que es su yerno, también. Nadie entra y nadie sale de su casa a excepción de la que entonces supongo es su suegra.-- Yo no le he solicitado que vigile a mi suegra sino a mi esposa, y cuando estoy de viaje, que es casi en forma constante. ¿Me ha entendido usted? - alzó el volumen de su voz y su rostro cambió de expresión.-- Sí, perfecto. Lo que no quiero es robarle el dinero enfrascándome en una larga vigilancia que vaya a saber cuanto tiempo más demandará.-- Usted vigílela el tiempo necesario y tome el dinero que haga falta. ¿Lo halló verdad? -- Esta bien. Continuaré si usted lo quiere. - dije un poco enfadado. Luego agregué:-- Excúseme por un minuto. Y me retiré al baño a orinar, pues mi vejiga ya estaba a punto de estallar.Al salir, Wilson ya no estaba. Otra vez se había retirado sin despedirse siquiera. Supuse que era evidente que no le gustaba dar explicaciones. De esa forma complicaba demasiado las cosas y además, mentía de forma descarada al afirmar que viajaba en todo momento. ¿Qué planearía? ¿Tal vez asesinar a su esposa?¿Con que motivo querría involucrarme? ¿Para armar tal vez una coartada?Mi vigilancia continuó por cinco días más, sin que nada importante sucediera. Sólo la madre de Elizabeth que entraba y salía de la casa y otra vez mi cliente parado en el frente de ella en algunas ocasiones, en lo que yo consideraba una pasiva y estúpida actitud observadora, dado que me pagaba a mí por realizar esa tarea.Aquella situación se había vuelto tediosa y exasperante. Por lo que decidí echar un vistazo a la casa de la calle Arrow, donde según  Wilson, vivía una de sus hijas y que calculé tendría veintitantos años, casada con un tipo mucho mayor que ella de nombre Michel Morrison.En aquella casa, descubrí que habitaban aparte de Morrison, la que supuse Elizabeth hija de Wilson, una bella joven de veitiuno o veintidos años, un jovencito de unos dieciocho años y otro de escasos quince. Pero lo que en realidad me dejó sin palabras, era que allí se encontraba viviendo la esposa de Wilson.Primero supuse que estaba de visita, pero luego comprobé de manera fehaciente que convivía con su joven hija y su yerno. Con respecto a los dos jovenzuelos, aún no podía imaginar quienes eran.Unos días más pasaron, cuando quedé pasmado por los hechos que constaté a través de mis binoculares, hallándome encaramado en un árbol cercano. La esposa de Wilson, compartía el dormitorio y por supuesto la cama con su yerno, el Sr Morrison, mientras la joven Elizabeth dormía en otro cuarto.Me sentí realmente escandalizado. Había algo que yo no entendía del todo, o se trataba de una familia de degenerados morales, o pertenecían a alguna secta. Por un momento sentí lástima por Mr. Wilson, el que consideraba un caballero muy correcto, y por fin  comprendí su problema.Antes de presentar un informe completo a mi cliente, y para cerrar mi investigación de forma definitiva, decidí aprovechar una oportunidad que se me presentaba de manera casual. Una propiedad cercana a la del Sr. Morrison estaba a la venta, más precisamente dos casas de por medio.Por lo que me dirigí hacia donde vivía aquella extraña gente y toqué el timbre. Luego de un minuto la puerta se abrió, y apareció la esposa de Wilson en persona. Con una sonrisa me dijo:-- ¿Qué desea señor?-- Usted sabrá disculparme señora. Mi nombre es Gabriel M. Joyce, y he visto el cartel de venta en aquella propiedad casi lindera con la suya... - enseguida extendí mi mano presentándome y ella me la estrechó sonriendo -...usted sabe, los mejores para informar como es el barrio y la vivienda en cuestión, por...tal vez algún problema de plomería,  eléctrico, o de gas, son los vecinos. Ese es el motivo por el cual me atreví a molestarla y desde ya le pido mil disculpas.-- No tiene porque hacerlo señor Joyce. Le comprendo. Bueno, le digo desde ya que se trata de un vecindario muy agradable, tranquilo. Bastante pintoresco y arreglado, como puede usted comprobar. Hay un par de escuelas cercanas, ¿tiene usted niños?-- No, por ahora no, pero con mi esposa pensamos tenerlos pronto...esteee, ella está esperando. - mentí en forma descarada.La pobre mujer creyó mi historia y dijo:-- ¡Ahh, que alegría! Lo felicito. Los hijos son lo mejor que puede ocurrirnos el la vida. -- concluyó con satisfacción dibujada en el rostro al pronunciar éstas palabras.-- Veo que usted tiene hijos, por supuesto. - sonreí.-- Sí, por fortuna tengo tres, una hermosa hija de veintidos y dos varones, de dieciocho y quince años.-- Que bien, que bien. - dije, mientras se me armaba una real confusión en la cabeza -- Hoy en día es duro mantener una familia tan grande. Es decir, hay que tener un buen empleo para ello, je,je. - dije, dispuesto a seguir indagando.-- Sí, es verdad. A nosotros nos cuesta mucho, pero por fortuna mi esposo tiene un buen empleo, si llegamos a ser vecinos ya tendrá tiempo de conocerlo, espero.-- Si, por supuesto. Me encantará conocerlo al Sr.....-- Michel, Michel Morrison es su nombre, el mío es Elizabeth.Luego de escuchar aquellas palabras estaba más  confundido aún. ¿Casada con el yerno? En realidad no entendía nada en  lo absoluto.-- Bueno, creo que ya he robado mucho de su tiempo señora Morrison. - intenté cortar aquella charla y despedirme, debía tomar un tiempo para replantearme un poco aquella situación.Pero ella continuó diciendo:-- No, ha sido un placer señor Joyce. Mire, la casa es en realidad muy hermosa y no tiene problemas de instalaciones de servicios, o al menos Emma no me los ha comentado nunca. Emma era la mujer que antes vivía allí y éramos amigas.-- He visto muchas propiedades hasta ahora, pero a decir verdad ésta es la que más me agrada. - se me ocurrió de repente decirle.-- ¿Ahh sí?-- Sí, la anterior que visité estaba en la calle....en la calle ....Carruthers, sí, en la calle Carruthers, no me salía el nombre, je,je.La mujer saltó de inmediato y como yo lo esperaba, enseguida dijo:-- ¡No me diga, en esa calle vive mi madre! ¡Que coincidencia!-- ¡¿Su madre?! - exclamé, ahora total y desconcertado por completo.La mujer me contempló con asombro, ante lo que pensó era una reacción exagerada de mi parte. Pero no pude evitar reprimir la sorpresa que me causó aquella afirmación de parte de la mujer.-- Sí, mi madre. Pero... parece usted sorprendido.-- No, no, es que es una gran coincidencia. - sonreí tratando de mostrarme lo mas centrado posible.-- Sí, ella vive en la calle Carruthers-- Bueno señor Joyce, está usted informado entonces.-- Señora, ha sido un verdadero placer charlar con usted. Mucho le agradezco y que tenga muy buenos días. - le estreché la mano.Me retiré con una total confusión en la cabeza y mil interrogantes por responder.Entonces: el señor Wilson vivía en la actualidad con su suegra, su esposa estaba casada con el que presuntamente era su yerno, ¿y tenía tres hijos, dos adolescentes y una joven de veintidos años? Nada encajaba en toda aquella cuestión.Mi cliente me había mentido con alevosía y se burlaba de forma descarada de mí. Su pretendida esposa se hallaba casada al parecer hacía muchos años o Elizabeth no era su esposa en realidad.Pero si no era la mujer que vivía con Morrison en la calle Arrow,  ¿quien era su esposa? ¿Acaso la anciana de más de setenta años que convivía con él en el 615 de Carruthers? No, esto último no era posible. En definitiva resultaba importante reunirme con Wilson para aclarar bien y del todo las cosas. Me sentía demasiado furioso, engañado. Apenas apareciera el tipo  le pediría explicaciones. Una semana transcurrió sin que yo retomara aquel misterioso e incomprensible caso y sin que Wilson apareciera. No valía la pena continuar con aquella estupidez, y además mi cliente, aunque no lo aparentara era un tremendo mentiroso. ¿O tal vez un enajenado? Pensaba cobrarle los honorarios y mandarlo de paseo.Pero en vistas de que no aparecía por mi oficina, decidí sin más, ir hasta su casa y sondear la situación. De todas maneras estaba en mi derecho de cantarle cuatro frescas por la tomadura de pelo de la cual me había hecho víctima.Cuando llamé a la puerta de la casa, la señora que había ya observado decenas de veces me atendió enseguida.-- ¿Que desea?-- ¿El señor Wilson, está?-- No, no está. ¿Quien le busca?-- Mi nombre es Joyce señora. Debo hablar en privado con él, un asunto de negocios, ¿usted me entiende verdad?La mujer sonrió vagamente y luego dijo:-- ¿Algún problema grave?-- No, sólo debo aclarar algunas cosas con él, ¿está presente?...¿o está de viaje? - mi paciencia se agotaba.La mujer se puso seria de repente.-- ¿Se trata de alguna broma de mal gusto?Al escucharla la miré sin entender. Casi respondo que sí, que se trataba de una broma de mal gusto y de la cual había sido yo la víctima.-- Si es así, usted disculpe... - dijo, y comenzó a retirarse disponiéndose a dejarme plantado cerrando la puerta en mis narices.-- No señora. No se trata de ninguna broma, es un asunto serio. -dije poniendo énfasis y enarcando mis cejas.-- ¿Qué edad tiene joven? - preguntó.-- Treinta años señora.-- Entonces usted no pudo haberlo conocido, pues era un chiquillo de sólo tres años de edad cuando él falleció. Insisto en que o usted se ha confundido de persona, o se trata de alguna broma de muy mal gusto.-- Mire señora, él....De pronto quedé mudo.-- Joven, no debemos estar hablando de mi esposo...o sea, usted se ha equivocado de persona.-- ¿El señor Thomas J Wilson, su esposa se llama Elizabeth, tiene dos hijas, Elizabeth y Helen?-- Joven, ¿quiere pasar? creo que aquí hay una gran confusión. Pase, le invitaré a un café y dentro charlaremos más tranquilos.Acepté ingresar en la casa y minutos después estábamos bebiendo ambos una taza de café. Aquella anciana y yo.-- Mire, sé que a lo mejor todo esto le parecerá ridículo. ¿Acaso su esposo no viste un elegante pero antiguo traje negro, sombrero, tiene cuarenta y cinco años más o menos y usa un maletín de cuero negro también? Además siempre viaja a Lisboa, según me ha dicho.La mujer se tomó la cara con ambas manos y meneó la cabeza.-- ¿Le ha dicho que siempre viaja a Lisboa?-- ¿Es mentira acaso? - pregunté, mientras la mujer me contemplaba en silencio con evidente tristeza en sus vidriosos ojos -- ...¿según veo entonces, no es cierto lo de los viajes, acaso sufre de alguna alteración mental?-- Vuelvo a repetirle que mi esposo falleció hace veintisiete años. ¿Quién le ha dado su descripción. Le ha visto en alguna fotografía?-- Mire señora, él estuvo en mi oficina hace muy poco, un par de semanas. Contrató mis servicios, pues soy un detective privado y deseaba que siguiera a su esposa para ver si ésta era fiel durante su ausencia, ¿me entiende ahora?...pero descubro que su esposa vive con un tipo llamado Morrison y tiene tres hijos.Decidí decir la verdad, total, ahora que más daba.-- Aguarde joven, usted está confundido por completo o en realidad no entiende. Yo soy Elizabeth Wilson, esposa de Thomas J. Wilson y madre de Elizabeth, que está casada hace muchos años con Michel Morrison y tiene tres hijos... que son mis nietos. Mi esposo falleció en un accidente aéreo hace veintisiete años en un vuelo a Lisboa que se precipitó al océano ¿Le quedó todo más claro ahora?-- ¿Ahh sí?¿Y entonces porque hace unos días atrás estaban cenando los cuatro en esta misma casa, su hija, su yerno y Thomas?...-- ¿Cómo dice?...es cierto que cenamos, pero...¿de donde sacó usted que estaba presente mi difunto esposo?-- ¡Por favor señora, lo he visto con mis propios ojos desde esa ventana!...disculpe usted el hecho que los espiara, pero es mi profesión. - señalé hacia el sitio con mi dedo índice.La mujer se tomó la cabeza con ambas manos alisándose el cabello en forma nerviosa, luego preguntó:-- ¿Usted lo vio?-- Sí, sentado en aquel extremo de la mesa. Usted se encontraba ahí, su yerno allí... y la que dice que es su hija en ése lugar. - dije señalando cada sitio en la mesa. Luego procedí a dar descripciones sobre como vestían en aquella ocasión y otros detalles.-- ¿Y dice que fue a su oficina a contratarlo?-- Correcto.-- ¿Y con que pagaría sus servicios, con un pasaje al cielo?-- No, con dinero contante y sonante, es más, ya he cobrado por mi trabajo.-- ¡¿Qué me está diciendo usted, joven?!-- El me dijo que concurriese a una vivienda que hoy se halla abandonada, en la calle Riverside 1416, debajo del último escalón recogiera una llave para la puerta del frente y luego retirase el dinero que fuera necesario para cubrir mis honorarios y demás gastos debajo de una tabla del piso del dormitorio principal. En el rincón derecho junto a la ventana. Es más, junto con el dinero hay un reloj de bolsillo con una antigua fotografía de él, con... presumiblemente su...su esposa, ambos jóvenes.La mujer se cubrió la boca espantada, luego se puso a llorar desconsolada.-- ¿Entonces ha fingido su muerte, supongo? - pregunté con inocencia.-- No. Usted ha hecho tratos con un difunto, es decir con un fantasma. - respondió. -- ¡¿Queee?! - exclamé anonadado.-- Sí, joven. Usted lo ha visto con su aspecto antes de morir. Recuerdo que era muy celoso de mí y siempre desconfiaba, pensaba que yo podía engañarlo mientras él permanecía de viaje, estaba obsesionado...pobre. Pero siempre le fui fiel , si en realidad se comunica con él, dígaselo. Puede que así descanse en paz ....Quedé helado. Sin saber que más decir.-- Le....le traeré el resto del dinero y el reloj. - dije con voz titubeante.-- ¿Puede usted hacerme ese favor?, era nuestra vieja casa y aún es nuestra, algún día la pondremos en venta. Es un recuerdo y nos hemos resistido a deshacernos de ella.-- Está bien señora Elizabeth, tranquilícese. Yo ahora debo irme, gracias por el café y lamento todo esto.-- Usted no tiene culpa alguna joven. - sus ojos estaban enrojecidos.Por la tarde estaba yo en camino a la calle Riverside 1416, no quería postergar más aquella cuestión, retiraría el reloj y el dinero y se lo llevaría a Elizabeth. Luego me olvidaría de aquel asunto que ahora comenzaba a aterrarme.Llegué hasta ella poco después, ya anochecía, y cuando me paré frente a ella un temblor me recorrió el cuerpo. Toparme con el que ahora sabía se trataba del fantasma de Wilson, me tenía muy atemorizado. Dudé por un momento, pero luego pensé que si aquel no había tratado de hacerme algún daño antes, tampoco había razón para pensar que quisiera hacérmelo ahora.Pero una vez dentro, el miedo volvió a apoderarse de mí. Estuve a punto de salir disparado hacia la planta alta, y a toda velocidad recoger el dinero y el reloj, para retirarme lo más rápido posible de aquella casa. No lo hice. Debía comportarme como un hombre valiente, con agallas, como todo un investigador privado.Subí despacio por la crujiente escalera, mis ojos miraban hacia todos lados con desconfianza mientras mi corazón acelerado parecía querer salirse del pecho.Las sienes me retumbaban y un intenso calor recorría mi cuerpo.Tenía miedo y no lograba controlarlo.Por fin, retiré la tabla, cogí el dinero y el reloj y me dispuse entonces a salir de forma rápida e inmediata.Pero cuando me puse de pie y volteé, ahí estaba, Mr. Wilson, parado frente a mí  mirándome con fijeza.-- Ah...ah...ah... - sólo salió de mi boca.Ahora estaba temblando de forma descontrolada y temía que me diese un ataque.--¿Y? ¿Que averiguó? - preguntó con su suave voz.En aquel momento estuve a punto de salir corriendo, en cambio dije:-- Na...na...nada señor...su...su esposa no lo engaña señor Wilson, pude comprobarlo...pude comprobarlo...no dude de ella mister...-- ¿Está usted seguro? ¿No lo parece?-- Mu...mu..muy seguro.-- ¿Recogió su paga?-- Sí, pero...¿le caería mal a usted que le llevase el resto a ella?...además del reloj de bolsillo...digo, a ella le vendría bien el dinero.-- No, pienso que no, no me molestaría. Estoy algo confundido Joyce, tal vez muy confundido y hay cosas que aún no comprendo, y que me suceden a diario, ¿usted sabe algo de ello?-- No, mister, no lo sé. Pero no se preocupe...todo se resolverá pronto.Me encontraba obnubilado, no sabía lo que ahora estaba diciendo y yo le respondía de forma ambigua.-- ¿Usted cree?-- Sí, todo estará bien.-- En fin, si usted lo dice, ¿pero está bien seguro que mi esposa no me engaña?...¿no?...-- En lo absoluto...en lo absoluto Wilson.Estaba traspirando profusamente y tomé el pañuelo de mi bolsillo trasero del pantalón para luego secarme la cara con manos temblorosas e inseguras.Cuando volví la vista hacia el frente el fantasma de Wilson había desaparecido, entonces, aprovechando aquel momento, salí corriendo a la máxima velocidad que daban mis piernas, abandonando aquella casa, y  esperaba que fuese para siempre.Al siguiente día entregué dinero y reloj a Elizabeth, quien lo agradeció, e hizo que le contase todos los detalles desde el principio. Más tarde, le acompañé hasta el cementerio donde visitamos la tumba de su esposo, por supuesto vacía. Sus restos jamás fueron recuperados.En un momento dado, y mientras contemplaba aquel amplio parque con miles de sepulturas, como a cincuenta metros de distancia divisé la inconfundible silueta de Wilson.Estaba parado observándonos, estático, con el maletín en su mano. Aunque se me erizó hasta el último pelillo de mi cuerpo, evité alertar a Elizabeth; que junto a mí, y con su vista fija en la lápida, vaya a saber en que pensaba.En un momento dado y luego de permanecer mirándonos por unos minutos, Mr. Wilson alzó una mano saludándome, un instante después dio media vuelta para desaparecer entre las tumbas con paso lento.Nunca más volvía a verlo. Pienso, o mejor dicho creo, que ahora  descansa en paz.Corto tiempo después, cerré la oficina de detective privado para siempre. FIN
De duendes, fantasmas y cigarrillos Nota del autor: La siguiente historia, en su mayor parte, está basada en hechos y personas reales, por lo cual he decidido no mencionar sus verdaderos nombres.Debo confesar, he meditado bastante sobre el hecho de sacar a la luz la presente historia. Muchas veces no resulta fácil tomar decisiones de tal naturaleza, dada la innegable tendencia de la mayoría de las personas a desacreditar sucesos verdaderos, los cuales no pueden explicarse mediante ciencia o lógica.Sin embargo, creo que el ser humano tiene un conocimiento nulo si no escaso sobre muchos fenómenos, los cuales, sí suceden.La ciencia ha avanzado de forma vertiginosa durante los últimos cien años, describir la operación de una computadora, un viaje del trasbordador, el rayo láser, la microcirugía, el submarino atómico, o las imágenes que nos envía desde el espacio el telescopio Hubble, sucesos que hoy nos parecen normales, relatarlos hace una centuria, hubiesen sido causa suficiente para un inmediato tratamiento psiquiátrico. Y si retrocedemos mucho más en el tiempo, ¿cómo vería un cavernícola el disparo de un cañón del siglo XVII?  Sin embargo, nunca nos detenemos a pensar en ello y  trasladarlo por analogía a nuestros tiempos. Siempre consideramos estar en la cumbre de la ciencia y la tecnología, y con no poca modestia el hombre dice: "esto es imposible, pues las leyes físicas establecen que....."  Hace algunos años, me encontraba inmerso en una desesperada búsqueda de empleo, la crítica situación económica por la cual atravesaba había comenzado a hacer mella en mi estabilidad emocional.Nada había salido bien en los últimos años. Todos mis emprendimientos habían acabado en rotundos fracasos. El destino, junto a mi propia estupidez a la hora de tomar decisiones, parecían empeñosos en acabar conmigo. Mi mente se encontraba en todo momento acuciada por los fantasmas del pasado, fantasmas que hablaban de anteriores mejores épocas y me enrostraban mis malas decisiones.Un buen día, o mejor dicho una buena tarde, cuando montado en un automóvil barato cumplía las funciones de "remisero trucho" (n.del a.) , e impelido por mi necesidad de hallar un empleo estable, concurrí a  una cierta dirección indicada en el periódico dominguero.  Figurabajunto con la solicitud de un empleado técnico para cumplir funciones de jefatura de seguridad.Aquel día, la suerte o la desgracia, quisieron que el entrevistador y jefe de personal de dicha empresa, viera en mí al candidato perfecto. Y así, luego de los pertinentes exámenes de salud, comencé en mi flamante ocupación el día lunes próximo.Mi función consistía en velar por la seguridad del personal, al cual proveía de elementos de protección y además supervisaba su cumplimiento de las normas establecidas.Aquella fundición de plomo, con todo el daño que esta actividad acarrea, situada a varios kilómetros de la urbe, distaba mucho de ser un sitio en condiciones mínimas para trabajar las personas. Entonces fue, cuando caí en la cuenta del porqué de mi rápida contratación. Yo, un técnico cincuentón y que a pesar de su experiencia, en los países subdesarrollados como el nuestro se los discrimina por ser "viejos", no tenía muchas exigencias a la hora de escoger un empleo.En aquel sitio, se reciclaban por día y por millares, los acumuladores electrolíticos ya inservibles de los vehículos de calle, obteniendo así la materia primigenia de su elaboración, el malévolo plomo. Metal necesario para muchos elementos de uso cotidiano, pero el cual, día a día la sociedad moderna busca reemplazar por otros menos contaminantes. Y todo el mundo sabe, en mayor o menor medida, que la manipulación de dicho metal es perniciosa para la salud.Al cabo de un breve tiempo, descubrí que aquel sitio era una especie de el último rincón de los que necesitaban trabajar para vivir.Las condiciones de trabajo eran realmente penosas para casi todos los empleados. (nota del autor: Remisero: conductor de remises. Trucho: Ilegal, no autorizado)A  excepción de algunos que tenían puestos de mando, la dotación estaba integrada por hombres jóvenes, pertenecientes a los estratos más bajos de la sociedad en cuanto a cultura e instrucción involucra, dicho sea de paso, sin ánimos de discriminar.Polvos de compuestos derivados del dañino metal impregnaban el aire constantemente, y el suelo del predio estaba cubierto. Todos debían  utilizar una máscara apropiada durante las jornadas de trabajo sin excepciones, y yo debía velar que así lo hicieren.Aún permanece fresco en mi memoria, el recuerdo de la entrevista con L.M.O. , el jefe de personal de turno y quien me contrató de inmediato. En un momento dado y durante la entrevista, me preguntó:-- ¿Usted fuma?Respondí con la verdad. Pienso que, y aunque muchas veces es preferible mentir para salir ganancioso, siempre la verdad prevalece.-- Sí, fumo. ¿Por?-- Humm...le aconsejo que deje de fumar. - respondió él.-- ¿Puedo saber el porqué?-- Es simple, fumar dentro de la "fábrica" está prohibido. Primero, por que la contaminación con plomo aumenta mucho al fumar, dado que para hacerlo usted debe quitarse la máscara filtrante y aspirar.Segundo, porque usted debe velar para que no ocurra...por supuesto que nadie fume.Tercero y última razón, el dueño es una persona terrible...como decirlo....mala, avasalladora, y odia a muerte a los fumadores. ¿Está claro?Aquel trabajo representaba la subsistencia de mi familia. Había llegado la hora de mentir. -- Dejaré de fumar, esteee...no se preocupe, seguiré las normas y las haré cumplir. - dije con seguridad.Prometí algo que sabía de antemano sería muy difícil llevar a cabo.Un fumador empedernido como yo lo era, no dejaría de fumar de un día para otro. Más tarde, pensé fríamente en lo conversado con aquel sujeto y me dije: -- Ya le buscaré la solución.Y así fue.Resultó ser, que más de la mitad de los empleados eran adictos al cigarrillo. Fumaban a escondidas de mí, el jefe de seguridad y celoso guardián "antitabaco". Y  yo, por otra parte, siempre estaba en la búsqueda de algún escondite, lejos de los ojos del personal, para "pitar" un cigarrillo.Como dije en un principio, el ambiente laboral en aquel infame sitio, era muy distante de ser siquiera aceptable.La delación, el hurto, y la malicia eran moneda corriente. Parecía ser como si aquel lugar hiciese aflorar los más bajos instintos y sentimientos de las personas que convivían sus horas de trabajo.Mi jornada de ocho horas en dos turnos rotativos, se transformaba en una especie de tortura sufrida día tras día. Nada se desenvolvía de manera normal o convencional. Todo era retorcido y complicado. Un clima odioso, opresivo y asfixiante, reinaba dentro de aquella "sucursal del infierno", como comencé a llamarla al poco tiempo de estar empleado.Pero como toda sucursal del infierno, debe tener un demonio regente. Su propietario era un digno exponente del malvado patrón o amo de esclavos del sigo diecisiete.Para colmo de males, y contrario a lo que sucede en las empresas modernas, concurría a diario y al menos un par de veces, para supervisar el funcionamiento de su empresa. Su palabra era la ley, avergonzaba, gritaba y vapuleaba a quien se le diera la gana y en presencia de cualquiera. Era común escuchar de boca de los empleados, referirse a él como Hitler, el demonio, Himmler y otros tantos calificativos que describían su malévolo carácter y peor conducta.Sin embargo, algunos decían que no siempre había sido así de maligno.-- Se volvió malo por la abusiva conducta de sus empleados. - me confesó A. A. ,  en una oportunidad. Uno de los pocos amigos que conseguí durante el año y medio que trabajé en aquel infame sitio.Dejando de lado mi descripción del entorno laboral, y sobre el cual no hay palabras suficientes que lo describan, debo decir que mi vida allí, y desde el primer día, resultó un tanto complicada por mi perniciosa afición por el tabaco.Las primeras semanas en mi flamante función y con el objeto de consolidarme en mi nuevo empleo, en una franca demostración de mi capacidad como jefe, me convertí a los ojos del jefe de planta y del mismo dueño, en un implacable perseguidor de los esquivos fumadores ocasionales.La descarnada realidad y brutal paradoja, si a una actitud moral  correcta nos referimos, me señalaba como el peor de los hipócritas.Escondido cual sucia rata en lugares inaccesibles a la mirada del resto, sitios tan inimaginables que hoy me produce asco recordar mis acciones, servían para que saboreara un cigarrillo con el mayor de los placeres.El turno de la tarde, o tarde noche, abarcaba desde las cuatro hasta las doce, y se había convertido en  mi horario de trabajo favorito, ya que durante esas horas, el personal trabajador era reducido a un mínimo. Los tres grandes galpones de chapa acanalada y una edificación en ladrillos que ocupaban oficinas y laboratorio, estaban situados en medio del descampado, alejados de la ciudad alrededor de quince kilómetros y en un extenso predio.Una noche de aquellas, decidí alejarme de los ojos del resto de los empleados para fumar tranquilo, recorriendo un estrecho camino de cemento de unos cien metros de longitud y sobre el cual se desplazaban las máquinas para desechar los desperdicios de la planta.A un lado y en el extremo, ciento y cientos de "tarimas" de madera, se apilaban para ser desechadas también.Debo decir que aquel sitio, en medio de la casi total oscuridad de la noche, digo casi, pues llegaba sólo un ligero resplandor de los reflectores externos, resultaba ideal para sentarme a fumar un cigarrillo sin temor a ser descubierto.¡Ah! Que placer nos provoca lo prohibido.De repente, un ininteligible cuchicheo, muy cercano a mi oído, hizo que voltease sobresaltado.Nadie. Por supuesto, estaba solo, en medio de la penumbra.Pero pronto hallé una explicación lógica. A ochocientos metros o tal vez algo más, la estación de peaje sobre la ruta, mostraba sus brillantes luces sobre el horizonte nocturno. Cualquiera con un mínimo de conocimientos, sabe que el sonido es arrastrado por el viento grandes distancias...o al menos eso creí en ese momento.Varias noches subsiguientes, ocurrió con exactitud lo mismo. Hasta que, acostumbrado al fenómeno percibido, dejé de sobresaltarme y tomarlo como un suceso  normal.Hasta que un buen día, al comprobar la reticencia de parte de algunos de los empleados que se desempeñaban en el turno de noche a visitar predios alejados de los galpones o mal iluminados, decidí indagar sobre la razón de su aversión a incursionar en la oscuridad del descampado.Y fue entonces, cuando me fueron relatadas no sin mostrar cierta vergüenza, algunas historias sobre fantasmas, duendes, gnomos y otras apariciones.Me mantuve incrédulo ante tales narraciones y reí por la ocurrencia.-- No creo en nada de eso. - fue mi afirmación en todos los casos.Hasta que mi seguridad sobre la inexistencia de lo que califiqué como patrañas, me llevó a relatar sobre lo percibido como un cuchicheo en mi oído, y de que forma el viento puede arrastrar los sonidos en la distancia, produciendo una interpretación engañosa a las personas asustadizas. Por supuesto, evité mencionar el verdadero motivo de mi paseo nocturno. B. B. , uno de los encargados del sector hornos, al enterarse de mi comentario, enseguida vino a preguntarme:-- ¿Es verdad que escuchaste algo....?Respondí afirmativamente y minimicé el hecho aludiendo que el viento arrastra el sonido de las voces.-- Pero...si el peaje está como a un kilómetro. Además, ¿quien conversa fuera de sus instalaciones durante horas de la noche?...¿y demás... todas las noches?Cuando medité sobre tal afirmación no pude evitar sentir un escalofrío.Cantidades de historias me fueron narradas desde entonces, y muchas de ellas, acompañadas con pruebas contundentes de haber ocurrido. Como la de aquel policía, el cual durante una guardia nocturna (n. del autor) huyó despavorido y luego de correr seiscientos metros para llegar hasta la estación de peaje, llamó por teléfono para que lo viniesen a relevar con urgencia, pues él no estaba dispuesto a trabajar nunca más en aquel sitio.Jamás retornó aquel sujeto, alegando haber visto durante la madrugada, una dama de blanco que, surgida de repente sobre una balanza de pesar camiones, le hizo señas con una mano pidiéndole se acercase.La de un joven muchachito empleado de la empresa, que al estar peinándose dentro de unos baños, (que para entonces estaban sin funcionar y abandonados por haberse habilitados unos más grandes y nuevos) a través del reflejo que le devolvía el espejo, vio detrás suyo con toda claridad, a dos personajes pequeños y de color verde oscuro.¿Gnomos? ¿Elfos? ¿Duendes? Desconozco el tema.Lo que sí me confirmó D.S. (persona de fiar), es que dicho joven sufrió más tarde severos daños mentales.(nota del autor: durante las 24 Hs del día, un miembro de la policía vigilaba el predio)A.A. , una de las pocas personas con quienes entablé una cierta amistad y no me cabe la menor duda sobre la veracidad de sus relatos, me confesó que después de la media noche, en aquel sitio "ocurría de todo". Piedras arrojadas sobre los autoelevadores mientras eran operados y sin que hubiese persona alguna que las lanzase, y también sobre las paredes de chapa de los galpones.Gritos desgarradores de mujeres, que más de una vez, y a causa del irracional miedo que les había provocado, hacía permanecer al reducido grupo de trabajo nocturno (luego de las doce de la noche), reunidos y sin separarse unos de otros hasta para ir al baño o tomar agua.La voz de algún operario solicitando algún elemento de trabajo, que era escuchada por algún otro, y que cuando éste último cumplía con el pedido, resultaba ser que el primero no había abierto la boca pidiendo absolutamente nada y se encontraba lejos de allí.El aterrador relato de uno de los operarios más antiguos y que describía como, en circunstancias en que éste se hallaba en el interior de uno de los cubículos del baño, escuchó voces de personas conversando muy próximas y sin que hubiese alguien presente en las inmediaciones.Y muchas otras escalofriantes narraciones, que pienso no vale la pena mencionar.Por mi parte, aunque fingí no creer las historias y alegar que me causaban gracia, nunca más me aventuré a fumar lejos de las instalaciones en medio de la oscuridad.Nunca más.Un buen día, el encargado de la sección "P", D.S, quien mencioné antes y sobre cuya honestidad no me caben dudas, en un momento dado en que se encontraba charlando con uno de los empleados, vio con toda claridad, caminando sobre unas gruesas cañerías fijadas en altura y sobre la pared de uno de los galpones frente a ellos, para luego desaparecer sobre uno de los techos, un ser color verde oscuro, de orejas puntiagudas, cabellos un poco largos detrás de su cabeza y cuya estatura no sobrepasaba los cincuenta centímetros.Pocos minutos más tarde, cuando me llamaron para referirme lo visto con lujo de detalles, pude comprobar el estado emocional alterado del subalterno. La palidez de su rostro me hizo descartar cualquier duda sobre la veracidad del suceso.Luego de haber tomado conocimiento sobre todos aquellos sucesos paranormales, la fundición tuvo para mí una nueva, desconocida, y misteriosa faceta. Me dediqué desde entonces, a recopilar todos los relatos relacionados con hechos anormales, y créanme mis amigos, no resultaron ser pocos.Incluso algunos, hacían referencia a las instalaciones más antiguas, donde había funcionado muchos años atrás una cremería y supuestamente cuando con posterioridad permanecieron abandonadas durante años, se convirtieron en un escondrijo para alojar detenidos en las épocas más duras de la última dictadura militar. Sitio en el cual, podía presumirse y habiendo sido un centro de detención clandestino, utilizado por las falanges del terrorismo de estado para eliminar a los denominados subversivos y tal vez desaparecer sus cadáveres. Por entierro, por cremación en una caldera que por aquel entonces aún podía funcionar, o por ser arrojados a un profundo pozo de petróleo o brea.La existencia de un insondable pozo de petróleo, cubierto años después por toneladas de tierra, me fue confirmado por B.B., uno de los encargados de la sección horno. Tampoco dudo de su veracidad.Todos aquellos relatos recopilados, comenzaron entonces a formar un gran rompecabezas, cuyas piezas iban coincidiendo entre sí, y en la medida que yo indagaba más y más sobre el tema de las misteriosas apariciones.También acopié toda la información posible sobre esos seres, gnomos, elfos, silfos, duendes, fantasmas y otras yerbas. Además de una gran cantidad de relatos, de parte de gente que afirmaba haber visto en alguna ocasión uno de ellos.Un buen día, cuando realizaba una de mis recorridas por la planta fundidora, mi atención se centró en una tapa de grueso metal, la cual fijada sobre el suelo, estaba ubicada dentro de una de las edificaciones antiguas, muy cerca de la entrada al baño y vestuario del personal. Muy cerca de aquella chapa de acero, antigua a todas vistas, yo transitaba infinitas veces al día en mi recorrido y sin que hasta el momento hubiese llamado mi atención.Entonces, aquel mismo día, pregunté que función cumplía dicha tapa, al encargado de la sección "P" del turno tarde/noche, D.S.  Simplemente sonrió y dijo:-- En realidad no conozco muy bien su función, pero sí tengo por seguro que se trata de la entrada a un túnel. Es de la época durante la cual funcionó la cremería...hace muchos años.Algunos dicen que desemboca en la caldera....vaya a saber.-- ¿Alguien ha entrado a investigar? - pregunté.-- No, no creo. Al menos que yo sepa.... y eso que me considero uno de los empleados más viejos. ¿Qué habrá dentro?....Sería bueno investigar, pues tu has escuchado los relatos de la época de la dictadura...en una de esas hay armas escondidas...El rostro de D.S. , reflejó de inmediato su entusiasmo por saber más.-- Puede ser, pero imagina la cantidad e insectos...arañas y demás que puede haber allí dentro. Y no sólo eso, el supuesto túnel debe estar extremadamente sucio...y oscuro.El meditó unos segundos y luego dijo:-- Eso no sería un problema, nos conseguimos una buena linterna y podemos utilizar uno de esos trajes herméticos descartables que se utilizan para limpiar los filtros del horno...¿qué te parece?...-- ¿Me estás sugiriendo que investiguemos? - pregunté de inmediato.-- ¡Por supuesto, en una de esas vale la pena y encontramos algo de valor allí dentro! Ahora, eso sí, debe ser en éste turno de la noche, cuando hay poca gente trabajando.-- ¿Y quien sería el voluntario?-- Si convoco a uno de mis operarios...se va a armar un revuelo bábaro. Tu has comprobado, son gente no se guarda nada, al poco tiempo el dueño estará enterado y... - D.S, me echó una mirada de una manera muy especial.Supe de inmediato que él no estaba dispuesto a meterse allí dentro ni por todo el oro del mundo.-- Es cierto. Yo me animo. - dije confiado.A decir verdad, la imagen que yo había presentado ante el personal, de ser un tipo valiente y no temer a fantasmas u otras apariciones, ahora me llevaba a tener que demostrarlo.Debo reconocer que aquella idea dejó de agradarme a los pocos minutos.Sin embargo, luego de meditarlo con detenimiento horas después, arribé a la conclusión que nada malo podía ocurrirme, mi espíritu aventurero se vería satisfecho con aquella investigación y de paso, mi figura de persona valiente y ego, acrecentados ante operarios y encargados.Hoy reconozco que el ser humano adulto, muchas veces suele comportarse como un niño y ser tremendamente estúpido.Para el día siguiente, ya tenía preparado uno de los trajes herméticos y una poderosa linterna. D.S. , por su parte, se había procurado un cepillo de cabo largo y una escoba, con el fin de que el audaz investigador, limpiase el camino por delante dentro del ignoto túnel.Todo estaba listo y aprovechando la pausa del personal para cenar, a las diez de la noche, decidimos llevar a cabo nuestra operación. Aquel día, la cantidad de gente trabajando era reducida, el equipo encargado del horno tenía su dotación normal de cinco, a los que se sumaban ocho de la sección"P" y uno más a cargo del mantenimiento mecánico y eléctrico.La misteriosa tapa no se dejó abrir con facilidad, sólo utilizando una barra de metal pudimos lograrlo. Apenas lo habíamos hecho, y al encender mi linterna, pude comprobar una corta escalerilla que descendía hasta un piso de cemento, unos dos metros por debajo. En discrepancia con lo supuesto por nosotros en un principio, no había gran cantidad de telas de araña, pero sí mucho polvo fino.Descendí sin dudar los pocos escalones, e hice pié sobre el polvoriento suelo.Al girar, se presentó ante mí la boca de sección cuadrada de escaso metro de lado del aquel misterioso túnel.Pronto, dirigí el haz de luz de mi linterna hacia su interior, pero sin alcanzar a ver absolutamente cosa alguna allí delante.Nada. Sólo oscuridad.Aunque lo intenté forzando mi visión, mis ojos no percibieron objeto alguno allí dentro.-- ¿Y? Escuché la voz impaciente de D.S.-- No alcanzo a ver nada en absoluto. Debe ser un túnel muy extenso... - respondí.Luego de un minuto de observación previa, agregué:-- Bueno... aquí vamos.Y comencé a avanzar.Por fortuna, la cantidad de telas de araña era muy escasa allí dentro. Parecía que aquellos pequeños insectos, eran más sabios de lo que puede suponerse y evitaban contaminarse con plomo.Pero el polvo era mucho. A poco de andar, mi traje hermético especial color blanco estaba hecho un desastre y las antiparras transparentes impedían una correcta visión del camino.Me detuve un instante para limpiarlas con un trozo de tela que había previsto para tal fin y continué avanzando.En un momento dado y cuando estimo llevaba unos cincuenta metros recorridos, una voz lejana y apagada, resonó dentro del túnel.-- ¿Y?....¿Todo bien?Era D.S.Respondí afirmativamente alzando la voz.Unos metros más adelante, aquel canal subterráneo presentaba un desmoronamiento parcial. Al acercarme, pude comprobar, y por la gran cantidad de cenizas que había ingresado al desmoronarse una de sus paredes laterales, que se trataba con toda seguridad de un sitio ubicado debajo de la caldera.Me detuve para echar una ligera mirada hacia el montículo de cenizas y recobrar el aliento, la asfixiante atmósfera allí dentro y aquel traje hermético, me habían provocado agotamiento. Mi cuerpo transpiraba profusamente.  Retiré mis antiparras y rebuscando en el bolsillo derecho del traje en pos de un pañuelo  sequé el sudor que corría desde mi frente.En ese momento, pensé si debía abandonar la incursión subterránea o continuar un poco más. En apariencia, aquel canal no conducía a sitio alguno y supuse que tampoco hallaría objetos interesantes. Sólo una atmósfera opresiva y mucho polvo.Recorrí unos diez metros más, y en el preciso momento en que me disponía a regresar sobre mis pasos, mis ojos percibieron un ligero resplandor azulado. La tenue luz parecía provenir de algún sitio metros más adelante.Sin embargo, cuando dirigí la linterna nuevamente hacia el túnel para dilucidar de que se trataba, nada pude observar.Aquello acicateó mi curiosidad e hizo que me decidiera a investigar un poco más avanzando otro trecho.Pero luego de un par de minutos, el túnel parecía terminar abruptamente sobre una pared de cemento.Entonces el resplandor azulado que mis ojos habían percibido momentos antes...¿de donde provenía?¿Acaso mis ojos me habían jugado una mala pasada haciéndome ver algo inexistente?Presentí por un momento que aquella aventurita había concluido en nada. A escaso metro y medio del final de aquel túnel, decidí apagar por un instante la luz de la linterna, y de ese modo, poder comprobar si existía alguna misteriosa fuente de luz tenue allí dentro. Si nada extraño ocurría daría media vuelta para abandonar el conducto.De pronto y para mi asombro, el resplandor azulado surgió ante mis ojos como una realidad irrefutable.Un segundo después, cuando alcancé lo que aparentaba ser una pared de cemento bloqueando el paso, descubrí que hacia la derecha, el túnel se desviaba en ángulo recto, para continuar unos pocos metros más y terminar en una pequeña puerta de añosa y maltratada madera, a través de cuyas rendijas, escapaba aquella extraña luz de color azul pálido.Quedé petrificado por el temor y a punto de abandonar aquel mugriento conducto lo más pronto posible. Mi corazón comenzó a latir deprisa acuciado por el miedo a lo desconocido.¿Qué habría tras aquella puertecilla misteriosa?¿Algo terrorífico?Mi mente se convirtió en un torbellino de alocados pensamientos. Surgieron todos los relatos escuchados, aumentando cada uno de ellos mi temor a lo desconocido y a lo sobrenatural.Sin embargo no me moví.Permanecí largos minutos intentando recuperar la calma y poder planificar mis próximas acciones con cordura.¿Y si aquel resplandor provenía del exterior?Resultaba muy posible que aquel conducto tuviese una derivación, la cual, ascendiendo hacia la superficie, fuese la que traía aquella misteriosa luz, y proveniente de los potentes reflectores exteriores de la fábrica.--¡Sí, eso es!...¡Que estúpido he sido!... - dije en voz baja sonriendo.Pensando en salir al exterior, retornar hasta la boca del túnel y darle un susto a D. S. , quien con toda seguridad permanecía intrigado esperando mi regreso, lanzándome hacia delante, di un empellón a la pequeña puerta y caí del otro lado.Hasta el presente, permanece vívida en mí, aquella sensación de fuerte shock eléctrico que recorrió mi cuerpo, como si de mil agujas se tratase.No recuerdo muy bien que ocurrió luego.Cuando abrí los ojos, fue para despertar en un extraño bosque, un sitio casi indescriptible, y que recordarlo, aún hoy me produce escalofríos.No era un bosque cualquiera, sus árboles de gruesos e irregulares troncos y largas ramas retorcidas, engendraban caprichosas formas, que mecidas por la brisa nocturna bajo la luz de la Luna, parecían ser rostros, cuerpos y brazos, de gigantescos y monstruosos seres dispuestos a abalanzarse sobre mí.Comencé a temblar como una hoja. Mis ojos casi salían de sus órbitas en un vano afán de registrar aquel entorno.¿Dónde demonios me encontraba?¿Era mi mente presa de una alucinación?De repente, recordé algunos relatos de mi amigo E.Q. , quien ha dedicado gran parte de su vida a estudiar ciencias ocultas. Y para ser más preciso, una ocasión en que mencionó en uno de ellos, la existencia de "puertas" ocultas hacia mundos o dimensiones desconocidas.¿Habría yo traspasado una de esas puertas?Me puse de pie mientras intentaba lograr algo de lucidez en mi confuso cerebro, y echando una mirada hacia aquel estrellado y diáfano cielo donde la luna brillaba con intensidad, por un momento pensé,  que de tratarse del mismo cielo contemplado por mí todas las noches, no había razón para preocuparme.La lógica me decía que la mejor forma de salir, era regresar por donde había venido, cruzando la misteriosa puertecilla y luego regresando por el túnel.Pero...¿dónde diablos estaba la pequeña y añosa puerta? Comencé a caminar sin rumbo dentro de aquel ignoto y extraño bosque. Todo parecía ser diferente, maleza de gruesas y largas hojas, arbustos espinosos que nunca había visto y por supuesto, aquellos deformes árboles.De repente, mi corazón dio un vuelco. Un par de sombras furtivas cruzaron por delante sin que alcanzase a dilucidar de que se trataba.El miedo paralizó mis piernas y me detuve en seco, atisbando en la penumbra.-- Debo recuperar la calma, debo recuperar la calma... soy un hombre, un hombre valiente y debo enfrentar... - había comenzado a decir en voz baja, cuando un sonoro chistido hizo que todos los pelos de mi cuerpo se erizaran.No pude entonces evitar ser presa de un inenarrable pánico y eché a correr como un galgo entre la espesura. Cada tanto, sin detenerme, giraba mi cabeza por un segundo para ver si alguien o "algo" venía tras de mí.No sé cuanto tiempo duró mi alocada carrera, pero al cabo de unos minutos, debí detenerme a causa de mi tremenda agitación.Me eché sobre el suelo, recostando mi espalda sobre el tronco de un árbol intentando recuperar el aliento. Pero mi visión se había tornado borrosa y supe de inmediato que estaba al borde de sufrir un colapso.Sin embargo no ocurrió, al cabo de un rato mi respiración había casi vuelto a la normalidad; pero no mi mente, que aún permanecía obnubilada.Cuando creí haberme recuperado de tal susto y ante mis atónitos ojos, finas raíces comenzaron a enredarse como cordeles alrededor de mis piernas.¡Ay de mí!Fui presa de un incontrolable pánico, y lanzando un desgarrador alarido,  me puse de pié como impulsado por un resorte para luego emprender otra vez una veloz carrera. Sin embargo no llegué muy lejos. Una rama que cruzaba a mi paso, hizo que cayera de bruces con violencia y mi cabeza chocó contra el tronco de un árbol próximo.Tal vez la fortuna o simplemente el destino, quiso que perdiese el sentido en aquel aterrador momento, de lo contrario, mi corazón hubiese estallado a causa de un mortal infarto.Desperté sobresaltado. Cuando recuperé la conciencia y antes de abrir los ojos, rogué que todo aquello hubiese sido una vulgar pesadilla.Pero no, no había sido un mal sueño. Yacía tendido boca abajo sobre el húmedo suelo, bajo un árbol de enorme tronco y ramas mecidas por la brisa.-- Por todos los demonios... ¿donde me encuentro? - dije en voz baja.-- Estás en Xan.La voz sonó muy cerca de mí e hizo que volteara con rapidez.Cuando vi aquella criatura, a sólo un par de metros de distancia,  mi corazón se detuvo y mis ojos casi saltan de sus órbitas.Mi garganta se anudó de tal forma que me fue imposible respirar, menos articular palabra alguna.-- ¿Cuál es tu nombre, humano? - preguntó.-- ¡Ggggg!... Su estatura no alcanzaba al metro. Su rostro era muy arrugado, de nariz regordeta y enrojecida, y su enorme bocaza mostraba una sonrisa sobradora.-- E..e...eres....un....eres...un......eres...-- No lo digas, no lo pronuncies, lo soy. Mi nombre es Zuxl.Supe de inmediato que sin lugar a dudas era un gnomo o duende. A ciencia cierta, no sabía por aquel entonces diferenciar a unos de otros.Su indumentaria era muy similar a la que había yo visto en dibujos o filmes, sólo que no lucía prolija, y menos, pulcra.Sus grandes y brillosos ojos estaban clavados sobre los míos y su mirada me producía escalofríos.-- Has atravesado el umbral.... no debiste haberlo hecho. ¿Qué deseas humano?...¿Tal vez codicias el oro de alguno de los nuestros?....-- Ha...ha sido un accidente...quisiera...quisiera irme lo más pronto posible de...de este lugar...¿sabes tú de que manera puedo hacerlo?-- Hummm...los humanos mienten a menudo, no sé si deba creerte. ¿Dices que has cruzado una de las puertas sin haberlo deseado?-- ¡Así es!...¡Debes creerme!Rascó su cabeza y quedó pensativo por unos instantes, luego preguntó:-- Y...¿cuánto me pagarás por ayudarte a salir?Abrí el traje hermético, y presuroso metí la mano en el bolsillo para extraer todo el dinero que llevaba conmigo.Cuando se lo ofrecí, soltó una risita siniestra.-- Son solo papelitos, ¿estás burlándote de mí?-- No, en lo absoluto, es dinero...dinero real que usamos los...los humanos.Meneó su cabeza y dispuesto a marcharse dijo:-- No hay trato. Que tengas suerte... te hará mucha falta.Entonces una brillante idea acudió a mi mente.-- ¡Espera! ..te daré mi reloj.Me quité el valioso reloj de Titanio que abrazaba mi muñeca para ofrecérselo con suma rapidez.Le echó una ojeada, y dijo con cierto desdén:-- No es de oro.-- No, no lo es, pero es un reloj muy bueno, está fabricado con un metal muy especial, muy valioso para los humanos...es indestructible.Lo cogió y acercó a su oído.-- Veo que insistes engañarme. Este reloj no funciona.Sonreí y le respondí con suficiencia:-- Je, je...mira sus agujas y verás que funciona perfectamente, es más, es un reloj mágico...- alardeé.Me miró sorprendido. -- Nunca tendrás que darle a la cuerda para que funcione... pero si no lo quieres...en fin... - extendí mi mano pretendiendo me lo regresara.Su mirada continuó fija sobre las agujas y por fin dijo:-- Está bien. Creo que haremos el trato. Tu reloj mágico a cambio de mostrarte el camino de regreso.Al ver tanto interés reflejado en sus ojos, llevé mi mano sobre la barbilla mostrando un claro gesto dubitativo.-- ¿Hacemos el trato? - dijo insistente.-- Hummm... pensándolo bien...el reloj mágico es muy valioso...-- Te daré un doblón y quedaremos a mano....¿trato hecho? - dijo.-- Igual saldrás con beneficio...pero...está bien, trato hecho. Metió su mano en una bolsita que extrajo de uno de sus bolsillos y me extendió una moneda brillante y dorada.Cuando la cogí, el inconfundible reflejo del oro destelló sobre mis ojos. Sonreí, aquel doblón de oro superaba sobradamente el valor del moderno reloj a pilas que le había dado.  Sin demorar un segundo más, lo guardé en mi bolsillo y dije:-- Bueno, vamos de una buena vez, tu guías y yo te sigo.-- Bien, no te separes de mí. El bosque es peligroso para los humanos. Hay árboles malos y duendes dañinos que pueden hacerte pasar un mal rato...o peor aún.No pude evitar que un escalofrío recorriese mi cuerpo ante tal afirmación y comencé a escudriñar los alrededores en busca de un posible peligro.Durante una hora lo seguí a través del bosque. Una hora plagada de extraños sonidos, y misteriosas y fugaces sombras que cruzaban de tanto en tanto, a los lados o por el frente.Durante todo el tiempo que duró la travesía, permanecí aterrado, con mis nervios a punto de colapsar.Por fin, arribamos al pié de un cerro rocoso, en cuya ladera se recortaba la boca de una pequeña caverna de forma más o menos circular.-- Aquí hay un pasaje al mundo de los humanos. - dijo señalando la ominosa y oscura entrada.-- Espera, antes de irme deseo preguntarte algunas cosas. - dije.-- Puedes preguntar. - respondió.-- ¿Quiénes son los que cruzan hacia el mundo de los humanos y que nosotros a veces vemos?-- Los duendes y los elfos. Ten cuidado, los oscuros, por lo general, son malignos y muy peligrosos, otros, simplemente buscan divertirse asustando o haciendo bromas.Ellos van y vienen a su antojo a vuestro mundo, por el contrario, ustedes no deben venir nunca al nuestro. Tu has tenido la suerte de encontrarte conmigo... de lo contrario hubieses muerto.¡Ah! No debes mostrar a nadie el oro de los gnomos.Me despedí de aquel increíble personaje y luego me lancé al interior de la caverna.Unos minutos más tarde un verde resplandor me guió hacia una puertecilla de madera vetusta. Al atravesarla, un shock eléctrico recorrió por mi cuerpo.No recuerdo más.-- ¡Despierta...vamos....despierta!La insistente voz de D.S. hizo que abriera mis ojos .Me encontraba tendido sobre el escritorio de mi oficina.-- ¡Gracias a Dios!...creí que no despertarías. Buen susto me has dado. - dijo D.S.Lucía muy sucio, su rostro y sus manos estaba cubiertos de polvo de tierra.Me incorporé hasta quedar sentado.-- ¿Qué me ocurrió? - dije a media voz.-- Como demorabas demasiado entré al túnel a buscarte... estabas sin sentido. Presumo que ha sido a causa del excesivo calor dentro del traje y la falta de aire. Me ha costado bastante trabajo arrastrarte fuera del conducto.Creo que ambos debemos ahora ir a las duchas y sacarnos la mugre de encima. Si esto llega a oídos del patrón, la pasaremos mal.Una hora después, aún algo atontado a causa del desmayo, abandonaba el turno de trabajo y regresaba a mi hogar a bordo del ómnibus de la fábrica.Permanecí callado durante la media hora que duró aquel viaje hasta la ciudad. No tenía ánimos de hablar con persona alguna o comentar lo ocurrido.-- Duendes, gnomos, elfos...¡bah, puras patrañas! .. -- dije por lo bajo en un momento.Pero cuando rebusqué en mi bolsillo y palpé el grueso doblón de oro, mi corazón se aceleró a punto de estallar. Y con un movimiento veloz de mi brazo, pude comprobar la ausencia de mi reloj de Titanio.A nadie relaté lo sucedido, ni siquiera a mi esposa, quien nunca supo que me había ocurrido cuando regresé a la casa con el rostro pálido al igual que un difunto.Aquel extraño doblón de oro, con inscripciones aún más extrañas, nunca fue visto por persona alguna, celosamente guardado durante años permaneció lejos de la vista de mi mujer e hijos y dentro de un escondrijo bajo el piso del dormitorio.Pero un buen día, cuando consideré que había transcurrido bastante tiempo y si lo mostraba a mi esposa nada malo ocurriría, éste desapareció misteriosamente. Se desvaneció. O tal vez, algún fabuloso ente, decidió venir a buscarlo en la oscuridad de la noche.Fin
LA GEMA AMARILLA  Contaba yo con treinta y tres años por aquel entonces, mi esposa, María, y Marcos un pequeñín de tres, cuando el cartero arribó con una misteriosa carta.La misiva provenía de una provincia del norte, de un estudio legal y contable de un tal Dr. Frank Norris.Aquella fría mañana de un sábado de invierno, dispuesto a leerla, me arrellané en mi sofá favorito junto al calor del hogar de la modesta vivienda que rentábamos. Su texto muy escueto decía: "Mr. Carl  Higgins. De mi mayor consideración: Tómese  Usted la molestia de viajar lo más pronto posible a Silver Tower City. Herencia disponible."Firmado al pié y aclaración de la rúbrica, Dr. Frank Norris, abogado.Di un respingo en mi sillón y lancé: --¡María!....¡María.... somos ricos!.... Mi buena esposa acudió de inmediato, tal vez pensando que había enloquecido de repente, y con ojos intrigados preguntó:-- ¿Puede saberse que es lo que ocurre? -- ¡Es que recibiremos una herencia! -  exclamé emocionado al borde de las lágrimas.Debo confesar en este punto, que en aquellos aciagos tiempos nuestra situación económica distaba mucho de ser floreciente, y mucho menos estable. Mi humilde empleo como vendedor de calzado en la pequeña ciudad donde vivíamos, sólo proveía un paupérrimo sueldo apenas suficiente para proveernos a los tres de las necesidades más básicas. Mi muy querida esposa, en más de una oportunidad, obligada se vio, y frente a aquellas apremiantes circunstancias, a  vender productos comestibles de fabricación casera puerta a puerta en la calle.Cada tanto y con seriedad, discutíamos sobre la posibilidad de emigrar de aquel sitio que sin futuro nos tenía a ambos. Ahora y frente a semejante noticia, era de esperarse la tremenda emoción que había hecho presa de nuestros corazones.Al día siguiente, decidido a no perder ni un segundo, solicité permiso para ausentarme de mi empleo durante toda una semana. Y provistos del escaso dinero que con mucho sacrificio mi esposa había ahorrado, luego de breves preparativos, emprendimos el viaje en nuestro desvencijado automóvil.Aquel invierno fue muy crudo y con mucha nieve en los caminos,  de hecho, nos demandó interminables catorce horas aquel viaje. Pero gracias a nuestra ocasional buena fortuna, llegamos a destino casi sin contratiempos graves. Digo casi, pues durante el transcurso del mismo, en dos ocasiones, tuvimos que detenernos a reparar los neumáticos del viejo y achacado automóvil; el cual a decir verdad ya no se encontraba en condiciones de rodar el pavimento.Silver Tower se trataba de una pequeña localidad campestre, lo que favoreció nuestra búsqueda del tal Norris. Preguntando un par de veces a ocasionales transeúntes, llegamos luego de un rato hasta la dirección indicada en el sobre de la misteriosa carta, y que correspondía a su estudio legal y contable.Poco después, el pequeño y anciano hombre nos atendió amable, luego que su sesentona y coqueta secretaria le anunciara de nuestro reciente arribo. Su rostro mostró de inmediato una amplia y franca sonrisa, al anunciarme que había heredado una propiedad con todo lo que ella contenía; situada ésta en los suburbios del pueblo y propiedad de mi fallecida tía abuela Gertrudis.Al mencionarlo aquel caballero, enseguida acudió a mi mente el recuerdo de tan agradable y bondadosa mujer. La última imagen de ella que guardaba en mi memoria, era la de una elegante mujer que rondaría los cuarenta años y cada tanto llegaba a visitarnos, además siempre, pero siempre, me traía algún valioso obsequio.Sentí un poco de vergüenza al recordar estos hechos, pues pensé que tal vez había tenido yo una actitud ingrata hacia ella, debiendo haberla visitado por lo menos alguna vez durante sus últimos años. Pero, en fin, lo sucedido sucedió, y lo hecho, hecho está. Tal es  como decidí justificarme ante lo que a ingratitudes refiere y me achacaba la conciencia.Nuestra imaginación, es decir la de María y la mía; volaron de inmediato evocando la imagen de alguna suntuosa y costosísima mansión, que luego y mediante su venta, acabaría con nuestro padecimiento  económico.Norris se ofreció de buen talante a guiarnos hasta el sitio donde estaba la herencia, por lo que en mi automóvil trepamos de inmediato, y al cabo de recorrer un corto trecho llegamos a las afueras del pequeño  Silver Tower. Minutos más, y Norris hizo que me detuviese frente a la propiedad heredada.¡Ay que desazón nos embargó! La casa en cuestión, aunque no pequeña en dimensiones, era muy antigua y de aspecto destartalado.-- ¡En su época era muy linda!  Quiso componer un poco las cosas el abogado, muy probable al percatarse  del cambio que se produjo en nuestros rostros.-- Sí, puede que tenga razón, pero ahora.... - le respondí enseguida en tono de reproche.El percibió enseguida nuestra intención subyacente, pues de tonto no tenía un pelo, y agregó sin perder tiempo:-- Si ustedes me lo permiten, puedo ver de alguien con interés en comprarla.-- Eso sí resultaría bueno. - acotó al instante María desde el asiento trasero, donde se hallaba sentada junto al pequeño y ahora dormido Marcos.-- Por lo pronto descendamos para que conozcan su interior. - dijo Norris, intentando abrir la puerta de mi vehículo para salirse de él pero sin lograrlo.Por más que tironeaba de la manijilla ésta no cedía. Presto descendí, y rodeando el automóvil logré abrirla desde afuera.-- Je,je, estos automóviles.... - dijo en forma condescendiente. Enseguida imaginé a su otro yo diciendo:  -- ¡Estos cachivaches viejos!Llave mediante, nuestro anfitrión abrió la rechinante y amplia puerta principal de aquella casa. Encendió la luz de la estancia, y de inmediato quedamos asombrados.A pesar de su triste aspecto externo, una gran sala central se mostraba muy cuidada. Una importante araña de hierro forjado colgaba del alto techo de madera, que con sus múltiples tulipas  iluminaba muy bien el sitio. Una gran mesa con su respectivo juego de sillas de robusta y labrada madera ocupaban un lado. Todos los muebles eran antiguos, pero cuando fuimos retirando las telas que cubriéndolos servían de protección, observamos su fina manufactura y excelente estado.La planta baja de la casona, además de su gran sala central, poseía una cocina, un cuarto de lectura pequeño y un comedor diario. Escaleras arriba, un pasillo de gastada alfombra con arabescos en color ocre y negro,  brindaba acceso a tres dormitorios, un baño, y sobre el final, una escalerilla angosta conducía hacia el desván.-- Ustedes miren bien todo, tómense su tiempo. Yo debo retirarme. Mañana por la mañana pueden concurrir a mi oficina y hablaremos sobre el precio de venta... ¿Está bien? - dijo Norris.-- Está bien. - le respondí, luego de consultar con la mirada a María. Ya se retiraba cuando de improviso se detuvo, y volteando hacia nosotros dijo:-- Creo que querrán comer algo y tal vez dormir....esteee, yo no les aconsejo que lo hagan aquí, es una casa grande y fría; además de estar sucia, llena de polvo y telas de araña. Conseguirán alojamiento en el Holliday, es el hotel que está en la entrada del pueblo, además podrán comer en su restaurant. -- Hizo una pausa como pensando agregar algo, pero concluyó diciendo:- Hasta mañana. Luego de retirarse el hombrecillo, pregunté a María:-- ¿Y? ¿Qué opinas? Ella me abrazó y me dijo:-- Con la venta de esta propiedad, mucho o poco lo que obtengamos, estaremos mejor que antes. Le sonreí y le di un beso sobre los labios.  Tenía razón.Hicimos una pausa para ir a cenar, y más tarde, al regresar, continuamos revolviendo en todos los rincones de aquella vieja casa, por supuesto en busca de objetos que pudiéramos rescatar antes de su venta. Pero por desgracia para nosotros, no había nada de gran valor, vajillas viejas, adornos, cuadros, etc, etc, etc.Entonces, decidimos que la entrega se efectuaría con todo lo que aquella propiedad contenía; resultaría menos problema para nosotros, pues considerábamos un incordio cargar con alguna pertenencia hasta nuestro hogar muy lejos de allí.Más tarde, habiendo hurgado en todos los rincones, aún no habíamos hallado la llave del robusto candado que cerraba la puertita del desván. Sólo faltaba investigar su interior y todo sería asunto concluido. Sin embargo, por más que nos esforzamos, no logramos hallarla por ninguna parte, y por supuesto, no estaba incluida en el llavero que Norris nos había dejado.Utilizando la punta de un pico que hallé en un reducido cuartucho de herramientas de la planta baja, que contenía además alguno que otro cachivache; forcé  el asa del candado que cerraba la puertita de aquel desván empeñoso en ocultar su contenido.A tientas busqué el interruptor que encendiera alguna luz en aquel oscuro recinto, y luego de encontrarlo, una bombilla suspendida solo por sus cables sujetos al bajo techo, echó claridad a aquel sitio.Dos pequeños ventanucos ovales daban hacia el frente, por los que probablemente, durante el día penetraba la luz del exterior. Un segundo más tarde, cuando echamos una mirada , descubrimos algunos muebles y enseres viejos que se hallaban apilados unos sobre otros en un rincón. Por lo pronto, no había nada en aquel lugar que llamara nuestra atención.  Consultando mi reloj, descubrí que ya era muy tarde y sugerí a María que debíamos ir al hotel a pasar la noche; además el pequeño Marcos ya se hallaba entre bostezo y bostezo. Pero luego, y con el objeto de comprobar si no quedaba algo de valor, decidí dejarlos en el Holliday para luego retornar a casa de Gertrudis; deseaba echar una última y final revisión, pues por la mañana nos esperaba Norris en su oficina. No convenía demorar nuestro retorno, pues con escaso dinero contábamos para permanecer  en aquella localidad por más tiempo.Un buen rato mas tarde, me hallaba yo revolviendo en el desván de la casona heredada, cuando descubrí un viejo baúl entre aquel revoltijo. Hacia el centro de la habitación y con bastante esfuerzo, arrastré aquella antigüedad para después de abrir su tapa mediante un fuerte golpe que apliqué al pequeño candado que lo cerraba. Me topé con una gran cantidad de pequeños objetos y fotos viejas,  se trataba con toda seguridad de recuerdos y souvenirs que mi tía atesoraba, y supuse que sólo para ella tendrían algún valor.Un buen rato permanecí contemplando toda una colección de viejas fotografías; muchas de ellas de parientes conocidos por mí, otras, de personas que yo nunca lograría identificar.Por fin, ya dispuesto a terminar con todo el asunto y retirarme para siempre de la casona, un misterioso atadito de vieja tela llamó  mi atención. El misterioso envoltorio, estaba prolijamente rodeado con una cinta de color rojo, que en forma apretada remataba firme aquel paquete.Al desatar la cinta y desenvolver la tela, encontré dentro una pequeña cajita de simple cartón. La sorpresa de aquel hallazgo, despabiló mi mente y disipó el persistente sueño que empeñoso estaba en apoderarse de mí.La sorpresa que me produjo su contenido, hizo que mis ojos se agrandasen. Apareció ante mí, una hermosa y llamativa gema de color amarillo ámbar, que tallada con múltiples caras echaba reflejos de oro.Tal hallazgo me arrancó una sonrisa, pues enseguida pensé en su probable  elevado valor. Debajo de ella, lo descubrí al tomarla, un pequeño, añoso, y amarillento papel escrito con negra tinta y prolija letra que decía:"Si me aprietas firme en la palma de tu mano, con sinceridad dentro de tu corazón, y  dices en voz alta que crees en mí; todo lo que tú des, con creces recibirás."No supe que pensar al leer aquella frase y esbocé una sonrisa. Releí un par de veces sin saber muy bien a que se refería, tal vez por la avanzada hora que era y producto de mi cansancio.La cosa es que, sin dudarlo ni siquiera por un instante; tomé la gema apretada en mi mano derecha y dije en voz alta:-- Creo en ti .Con sinceridad, debo confesar que sentí un poco de vergüenza al hacerlo, pues pensé que era ridículo y me sentí tan estúpido que eché a reír. Metí dentro de su cajita la gema, y con ella en el bolsillo de mi abrigo, partí echando llave y abandonando aquella casa para siempre.Al día siguiente, acordamos con Mr. Norris un acomodado precio de venta para la casona, muebles y todo, y emprendimos el regreso.Durante el largo viaje, no comenté a María en ningún momento  sobre mi extraño hallazgo. Sin embargo, mientras por la carretera y conduciendo mi automóvil me encontraba hacía más de una hora; recordé cierta pregunta que me había formulado como al descuido el abogado:-- Esteee....y dígame Mr. Higgins...¿No encontró algo que resultase de su interés en la casona de Gertrudis....y que quiera usted conservar?Lo miré fijo un instante y le respondí que no, en lo absoluto. Noté entonces que en el rostro del anciano se pintaba cierto reflejo de decepción. El mismo debió advertir aquel cambio en su actitud, por lo que enseguida buscó cambiar de tema.¿También buscaría aquella misteriosa gema? No sé el porque, pero me cruzó por la mente la idea de que aquel viejo zorro estaba detrás de algo.Antes de retirarme, no sé tampoco la razón, mencioné que también por mi cuenta buscaría un ocasional comprador para la casona. En estos pensamientos estaba, cuando más adelante y al borde del camino; divisé una mujer que hacía señas junto  un automóvil que detenido sobre la nieve aparentaba encontrarse averiado.La apenada mujer en cuestión tendría alrededor de unos setenta y tantos años. Muy agradecida por haberme yo acercado, según me explicó luego, hacía largo rato que esperaba que alguien la recogiera, pero no había tenido suerte y se estaba congelando. La pinchadura de un neumático, había sido la causa de su infortunado percance, y ella no tenía fuerzas suficientes para reemplazar la rueda desinflada por la de auxilio que se encontraba dentro del baúl.Presto le brindé mi ayuda, y luego de solucionarse el problema, dándome un efusivo agradecimiento continuó su viaje.Un par de días más tarde, mis sospechas con respecto a Mr. Norris se confirmaron. Habló por teléfono mostrando evidente apuro, y para comunicarme que los cincuenta mil dólares que habíamos acordado, ya le habían sido ofrecidos por aquella propiedad.Desconfié de inmediato de tan rápida transacción, y enseguida le manifesté mi cambio de parecer, diciéndole haberlo considerado bien, y que por ahora no  estaba dispuesto a deshacerme de aquella propiedad.Algo que no pude entender dijo entre dientes, luego, refunfuñó un poco y se despidió de manera breve.Sólo dos días pasaron y Norris llamó de nuevo. Esta vez, y según manifestó, el presunto comprador había ofrecido la suma de ochenta mil dólares.Mi desconfianza aumentó en aquel punto, respondiendo escueto y enseguida, que desdeñara la oferta. Deduje de inmediato que los compradores, o aquel astuto anciano, buscaban algo que yo ignoraba.La propiedad carecía de un valor tan elevado, ¿sería posible la causa de tanto interés, la misteriosa gema amarilla? No lo sabía.Una semana transcurrió cuando se produjo un tercer llamado. Esta vez, manifestó Mr. Norris, que si bien no era ni remotamente el valor real de aquella vieja casona, y trató de convencerme de que aceptar sería un pingüe negocio, la oferta había trepado a ciento cincuenta mil.Alelado escuché pronunciar aquella cifra. Entonces, me dije que tal vez él, era el verdadero interesado en adquirir la propiedad. Recordaba muy bien, cuando aquel viejo zorro había preguntado si no había hallado yo algo interesante en la vieja casa.  Luego de pensar un poco, afirmé que por menos de doscientos mil no vendería. Protestó durante un largo rato, alegando que dicha suma de dinero era descabellada y no sé cuantas cosas más, pues a decir verdad no le presté demasiada atención. A la semana siguiente, volvimos a Silver Tower a concretar el negocio.Luego de obtener aquella jugosa suma de dinero, adquirimos nuestra propia  casa y un automóvil más nuevo. No crean dejé de pensar en la realidad del poder de aquella gema, pues a ciencia cierta lo hice. Y durante todo el tiempo que me fue posible, repartí a diestra y siniestra, limosnas y grandes propinas.El dinero, luego llovió a manos llenas. Invertí en una modesta industria farmacéutica, la cual pasado un corto tiempo creció en forma vertiginosa y me brindó tremebundos dividendos. Con el gran capital amasado hasta ese momento, volví a invertir en otros negocios, resultando en más y más dinero en mis manos.Al cabo de cinco años, nos mudamos a una lujosa mansión con jardines, tres finos autos importados en la cochera. Viajamos a muchos sitios que siempre habíamos deseado conocer, y nos convertimos en nuevos ricos.Sin embargo y por desgracia, el tremendo y radical cambio que se produjo en nuestras vidas terminó afectándome.Ensoberbecido por el poder con que contaba y otorgado por el dinero, me volví frío, especulador, torcido y sobre todo muy arrogante. La abundancia me llevó a una vida disipada, desenfrenada de fiestas, exceso de alcohol y hermosas mujeres.Una infausta noche, cuando pasado de copas me encontraba, y regresando solitario de una cena de negocios en la capital, pues en una antojadiza  decisión había decidido prescindir del servicio de mis dos choferes, quiso la fatalidad que atropellara y sin mala actitud de mi parte pues fue a causa del alcohol, a una pobre anciana que cruzaba la calle y no advertí.Me detuve de inmediato para luego descender de mi lujoso automóvil obnubilado y a duras penas. Entonces comprobé su estado de inconsciencia, junto con graves heridas producto del brutal golpe recibido.Voló mi mente a cortes y demandantes. A un evidente culpable en estado de ebriedad y a juicios que no deseaba.-- ¿Y si tenía la mala fortuna que la anciana muriera? ¿Echaría por la borda mi flamante condición de rico? - pensé.¡De ninguna manera lo permitiría! Decidí entonces, que no estaba dispuesto a sacrificar tanto dinero en lo absoluto. Eché un vistazo a los alrededores, y comprobando la ausencia de ocasionales testigos del luctuoso accidente dado lo avanzado de la hora, decidí huir del sitio lo más rápido que pude, olvidándome de la anciana y del trágico suceso.Tan profundo había resultado el cambio producido en mi persona en los últimos años, que con sinceridad debo admitir, ni una pizca de culpa sentí por lo sucedido.Olvidado creí aquel asunto, cuando un par de semanas más tarde y a través de un llamado telefónico, un hombre, que por supuesto no se identificó, me advirtió que si no le entregaba medio millón de dólares, estaba dispuesto a acudir a la policía como testigo del accidente del que yo había sido protagonista.Evitando tomar decisiones apresuradas, manifesté estar de acuerdo; pero así mismo le dije, que llamase al día siguiente para ultimar bien los detalles de la entrega del dinero. Debía darme tiempo para buscar una salida a semejante extorsión.En efecto, al siguiente día llamó para concertar conmigo el sitio donde le haría entrega de la abultada suma. Sin embargo, otra jornada transcurrió, hasta que acordamos, luego de una breve puja por decidir en que lugar sería efectuada la entrega, hacerlo en la parada número  doce del subterráneo del Este. Para él resultaba perfecto un lugar lleno de gente, evitando por supuesto, que yo pergeñara algo malo en su contra. A la hora y sitio señalados me presenté, y él, al verme, se acercó temeroso. Su rostro, aunque me resultó familiar, no pude identificarlo como conocido.Un minuto más tarde, nos encontrábamos al borde del andén del subterráneo rodeados de gente apretujada, pues con toda premeditación yo había sugerido la hora de mayor afluencia de personas en aquella estación. Como así también mi cercanía al borde mismo de las vías por donde en pocos segundos más arribaría el tren.Entonces, cuando sentí la vibración producto de la proximidad de aquel y divisé sus brillantes luces acercarse por la negra boca del túnel, estiré mi brazo ofreciendo el negro portafolios con una franca sonrisa en mi rostro. En ese preciso instante, cuando el maldito extorsionador extendió su mano para tomarlo, tremendo empujón le apliqué, por supuesto, luego de cerciorarme que la gente que nos rodeaba no reparaba en nosotros por estar pendiente del arribo del transporte.El pobre cayó indefenso sobre las vías. Sin detenerme para observar el resultado del fatal empellón, di con rapidez media vuelta y huí del lugar con disimulo. Luego, un ensordecedor griterío se escuchó a mis espaldas. Debo confesar que, en aquel instante, sentí el compulsivo, irrefrenable, y morboso deseo de presenciar como aquel deleznable sujeto era descuartizado por el tren.Me alejé con una sonrisa a flor de labios y por lo bajo murmuré:-- Esto  te ocurrió por buscar problemas conmigo. De manera definitiva y sin lugar a dudas, me había convertido en una persona maligna y sin escrúpulos. Claro estaba, que por aquel entonces no me daba cuenta en lo más mínimo del tremendo cambio sufrido.Pero no terminaron allí mis problemas. De la noche a la mañana y por cuestiones de la bolsa, cayeron todas las acciones que en inversiones tenía, dando por tierra con mis finanzas y con toda mi fortuna. Más pronto de lo que imaginaba me vi obligado a vender la mansión y los automóviles, junto con todas mis otras propiedades. Acabaron para siempre los viajes de placer junto con nuestra fortuna, y tuvimos que  mudamos poco tiempo más tarde a una casita sencilla. De allí en adelante, las peleas con María resultaron cosa de todos los días y llegamos al extremo de agredirnos, cosa que antaño, resultaba  impensable. Descender de aquel encumbrado estatus, había sido terrible también para ella, pues al igual que yo, había cambiado en su forma de ser, convirtiéndola en una terrible y malhumorada mujer.Una fatídica mañana, luego de protagonizar una agria discusión, me dirigí al garaje de la casa obnubilado por completo por la ira, y luego de poner en marcha mi automóvil, retrocedí con violencia.Nunca, durante todo el resto de ésta miserable vida, podré perdonarme aquel suceso.Sin advertirlo siquiera, arrollé a mi pequeño hijo Marcos de ocho años. Cuando me percaté de lo ocurrido, ya era demasiado tarde. La defensa trasera había golpeado de menera fatal su cabeza.Intenté quitarme la vida muchas veces, sin embargo, no tuve el valor suficiente.Mi esposa María dejó de dirigirme la palabra. Permaneció encerrada en un total mutismo, y desde aquel desgraciado accidente, sólo odio hacia mí reflejaban sus ojos. La pobre era consumida poco a poco por un estado de locura y silencio.Un fatídico día, en circunstancias que me encontraba haciendo cuentas papel y lápiz en mano, en un intento de administrar nuestro escaso dinero; fue cuando de improviso, y sin que nada me lo advirtiera; clavó violencia inusitada sobre mi espalda una filosa cuchilla de cocina, para luego lanzar un desgarrador aullido propio de un animal salvaje.Girando de inmediato, ensangrentado y con el atroz dolor que aquella herida me había causado, con inusitada e irracional furia incrusté en su ojo izquierdo, el lápiz que sostenía en la mano. Por fortuna o por desgracia, la afilada hoja no tocó ningún punto vital y logré sobrevivir. Pero María, cayó muerta al instante sobre el piso de la cocina.Huí de allí enloquecido, abandonando lo poco que poseía, para transformarme más tarde en un insano prófugo de la justicia.Dos años después, estaba yo convertido en un menesteroso, anónimo y mugriento que vagaba por las calles de una ciudad lejana. Así, un trágico día, trepando a un convoy ferroviario, perdí pié en el apuro por subir al tren en movimiento para caer bajo sus ruedas. Estas, en forma inmisericorde, me cercenaron ambas piernas. Mi vida ruin salvaron por un milagro los médicos de emergencias. Tiempo después, recuperado de aquel horrible accidente, en mi destartalado sillón de ruedas que la caridad me había brindado, me desplacé hasta un cercano puente sobre el río, y a sus turbias aguas arrojé la maldita gema amarilla. Aquella fuente de todos mis males. Y que como un idiota, por poder y por dinero, su culpa yo me empeñé en ignorar. Amigo mío, si por mera casualidad la encontráis, olvida que la habéis visto; pues si no actúas haciendo el bien y por el resto de tu vida, ella te devolverá con creces todo lo que tu des. FIN 
La gema amarilla
Autor: carl stanley  554 Lecturas
ALCIDESMe hallaba yo felizmente casado hacía dos años, un próspero industrial que en el transcurso de los últimos cinco años, había visto acrecentarse a pasos agigantados la respetable fortuna que de mi fallecido padre había heredado.No tenía casi problemas y era muy feliz con mi buen pasar económico; que sin pecar de mentiroso o exagerado, podía tildarse de opulento. Pero la naturaleza del ser humano es bien complicada, vive en pos de la felicidad sin saber muy bien donde ella se encuentra, busca y rebusca por doquier menos en el lugar donde él mismo está. Treinta y cinco años tenía yo, cuando obedeciendo a una caprichosa decisión,  se me antojó realizar una excursión al aire libre y que no había llevado a cabo nunca en toda mi vida.Se trataba de una de aquellas cosas que le quedan a uno dentro del tintero, y que tarde o temprano debe realizar para sentirse bien consigo mismo. Nunca faltó oportunidad a lo largo de mi vida hasta aquel momento, para realizar alguna excursión de ese tipo; pero siempre y arguyendo estúpidas excusas, había yo evitado embarcarme en tales aventuras, siempre poseído por infundados y exagerados temores a todo lo malo que pudiere ocurrir con mi persona.Mi fértil imaginación me hacía ver mordido por una serpiente venenosa, despeñado por un barranco, o arrastrado por las tumultuosas aguas de un rápido de algún ignoto río, y al cual me había precipitado luego de una trágica caída.Un buen día, ante la inútil protesta de mi esposa y de mis asociados en las finanzas, decidí dejarlo todo por un par de semanas y partir hacia las montañas, solo por completo.Cargué una mochila conteniendo todo lo necesario en el baúl de mi automóvil y emprendí el viaje hacia lo que esperaba, fuera un feliz encuentro con la naturaleza, bien lejos del mundanal ruido.Había escogido las sierras de Green Valley, por su singular belleza, y con más razón, escaso turismo en aquella época del año.Así, luego de un día y medio de hermoso viaje, dejé mi lujoso y moderno automóvil en un antiguo parador donde cuidarían de él hasta mi regreso y partí con mi mochila al hombro en feliz caminata.En realidad, para no faltar a la verdad, no se trataba de una zona muy despoblada que digamos, pues según había observado antes en el mapa, existían varias pequeñas localidades, no distantes entre sí por más de cincuenta kilómetros. Además de una buena cantidad de carreteras, otros caminos de tierra secundarios,  varios riachos donde según se comentaba abundaba la pesca. Media docena de pequeños lagos, completaban aquel maravilloso edén para todo el que desease una temporadita al aire libre.Mi primer día de marcha, debo admitir que resultó bastante agotador a pesar de mi buen estado físico, pues era obvio que no estaba acostumbrado a una travesía tan larga. Por la tarde, armé mi pequeña tienda de campaña en las cercanías de uno de esos riachuelos de cristalinas y frescas aguas. Pero mi felicidad se vio colmada, al lograr capturar una gran trucha con mi equipo de pesca portátil  que luego asé a la luz de la luna.Antes de irme a dormir, contemplé durante largo rato y extasiado, aquel universo repleto de estrellas, que en medio de aquella soledad, me mostraba la grandiosidad de la naturaleza. Aquella noche dormí plácido y como nunca. Desperté muy temprano en la mañana para prepararme un aromático y exquisito café. Todo era perfecto, y además, todo sucedía como si lo que percibían mis sentidos y desde que me encontraba en esos parajes, se hubiese magnificado en intensidad y en belleza. Tal es así, que por un momento lamenté no haber tomado la decisión de emprender aquella aventura mucho tiempo antes, o por no haber realizado excursiones similares de forma periódica y a lo largo de mi vida pasada. Había estado ciego o sido un verdadero estúpido. Por todas esas razones, me hice la firme promesa de volver a repetirla en un futuro cercano, en solitario, con mi amada esposa, o con quien quisiese acompañarme. En los cinco días subsiguientes visité tres pequeñas localidades, pintorescas, dotadas de una tranquilidad sobrecogedora; con sus amables pobladores y su paisaje de belleza natural.Para el séptimo día, y hoy lo recuerdo muy bien; tomé por un camino lateral, un desvío que partía del cual yo estaba transitando. No sé si por curiosidad impulsada por el deseo de saber hacia donde conducía, ya que no figuraba en el mapa o porque así lo quiso el destino.Luego de unas dos horas de firme marcha, habiendo ya recorrido casi unos diez kilómetros, me detuve a descansar un rato sentándome sobre una gran roca. Encendí un cigarrillo y comencé a pensar con seriedad en volver sobre mis pasos, pues aquella vía aparentaba no conducir a ninguna parte.¿Dónde desembocaría el estrecho camino? ¿En alguna localidad que no figuraba en mi mapa? ¿Tal vez en algún rancho agricultor o ganadero?-- Vaya uno a saber. - dije en voz baja.La simple y mera curiosidad, un empecinamiento de último momento y cuando estaba a punto de regresar por donde había venido, me acicateó para continuar por aquella senda.Otras dos horas de marcha sin llegar a ninguna parte en concreto, sólo aumentaron mi intriga; por lo que en vez de desistir, aquel hecho hizo que me empeñase aún más en continuar en aquella dirección.De pronto, a poco más de cien metros de donde me había yo detenido a encender otro cigarrillo, logré divisar un cartel asomando en un recodo próximo.Eché a andar y me detuve al llegar al pié del mismo.No era muy grande en dimensiones, su fondo de color blanco donde letras rojas decían:  "ALCIDES".-- Por fin he llegado al pueblo de Alcides. - dije por lo bajo.Estaba ya por retomar la marcha por aquel camino, que presuntamente conducía hasta el presunto pueblo, cuando advertí que a un lado de aquel cartel se erigía un pequeño trípode de un metro de altura, pintado en negro, y en cuya cúspide se hallaba emplazada una base circular de unos veinte centímetros de diámetro. Sobre ella, una flecha cual la aguja de una brújula giraba libre.  La curiosidad hizo que me acercara al instante, para descubrir que algo se encontraba escrito en aquella base dividida en cuatro sectores: "TE QUEDARÁS" / "NO TE QUEDARAS"/ "TE QUEDARAS"/ "NO TE QUEDARAS". Sonreí al pensar en la ocurrencia de su creador y decidí echar a girar la flecha para ver que me tocaba en suerte. Por fin, y luego de varias vueltas, se detuvo indicando "TE QUEDARAS".-- Entonces me quedaré. - dije en voz alta, para luego agregar sonriendo. -- Al menos por hoy. Un poco pasadas las doce del mediodía, ya comenzaba a sentir las quejas de mi vacío estómago, lo cual hizo que apurara el paso con todas las intenciones de comer algo en alguna cantina o posada que encontrase en aquel ignoto pueblo. Minutos más tarde, llegué a transitar por lo que supuse se trataba de la calle principal. No tenía el lugar nada de nuevo, muy similar en aspecto a otros lugares pequeños que había visitado en esos días. A simple vista, luego de andar unas cinco cuadras, estimé que se trataba de una pequeña población, a lo sumo de diez calles de largo por otras seis o siete de ancho, no más que eso.A mi paso, recibí el saludo amable de algunos lugareños que deambulaban a pié o en bicicleta. Así, luego de unos minutos, me detuve un instante para preguntar a un hombre de unos sesenta y tantos años que barría el frente de una barbería, donde podría yo encontrar algún lugar para poder almorzar.-- Disculpe usted caballero, ¿podría indicarme un buen lugar donde pudiera comer algo? El tipo me miró y sonrió, enseguida respondió:-- ¡Ah! ¿Un forastero supongo?, continúe usted dos calles más y sobre la derecha encontrará el bar de Angie. A propósito, ¿encontró ya donde alojarse? -- No esteee, yo pienso almorzar, dormir un poco y por la tarde me marcharé. -- Ahhh, entiendo....pero si va a quedarse, yo tengo una vivienda desocupada que con gusto le rentaré. Además le diré que a orillas del lago hay un par de playas hermosas y a sólo cinco minutos de caminata desde aquí. Sé que apreciará tomar un poco de sol o tal vez darse un baño. Pensé en lo que me había informado y le respondí que tal vez lo hiciese luego. De todas maneras, continué hasta la pequeña taberna propiedad de la tal Angie.El lugar era pequeño pero muy pulcro y bien arreglado, una barra con taburetes para cinco personas, y unas diez mesas con sus respectivos grupos de sillas alrededor. Allí seis despreocupados parroquianos en dos grupos de tres, bebían y charlaban alegres.Al verme ingresar al local, sus miradas se volvieron hacia mí con un no disimulado asombro. Me pareció escuchar que uno de ellos susurró:-- Miren, uno nuevo....El resto de lo que dijo no pude percibirlo con claridad, dado el bajo volumen de su voz,  es probable para que yo no me percatase de lo que él repetía. Pero era algo así como: "--  ¿Qué le habrá.....?"Resté importancia al hecho y me acomodé en la barra. Enseguida, proveniente de una puerta detrás, apareció una mujer cincuentona, que al verme agrandó sus ojos y mostró una amplia afable sonrisa.-- ¡Muy buenos días forastero! ¿Qué desea tomar o comer? Devolviéndole la sonrisa le respondí:-- Desearía comer algo, no sé que puede usted ofrecerme, y además tomaré una cerveza. -- Le aclaro caballero, que todo lo que usted puede comer aquí es casero y también la cerveza. Tenemos huevos con tocino, jugosa carne a la plancha, verduras frescas en ensaladas, pasteles de carne y jamón, puré de papas....-- Humm, la verdad todo eso suena exquisito. Comeré huevos con tocino y un poco de puré de papas, pero la cerveza prefiero que sea comercial. Y concluí diciéndole la marca que yo prefería.-- Lo siento caballero, pero toda las bebidas son caseras...créame que son muy buenas Mr..... -- Aldridge, Jim Aldridge, está bien, tomaré una cerveza casera. - respondí.De todos modos probaría algo nuevo y... ¿qué tan malo podría llegar a ser?Almorcé opíparamente, y a decir verdad, la cerveza era muy buena tal como lo había mencionado Angie. Dispuesto ya a retirarme solicité la cuenta por lo consumido y ella preguntó:-- ¿En moneda local o en dólares? La pregunta me resultó un tanto desconcertante y absurda, pero enseguida respondí que abonaría el importe de mi almuerzo en dólares; por lo que ella dijo:-- Siete con cincuenta. Le alargué un billete de diez agregando que se quedara con el cambio.Luego, enfilé hacia el pequeño lago, guiado por un par de carteles que indicaban el camino. Caminata de por medio, al llegar, me eché despreocupado en la pulcra arena de una de las playas que estaban sobre la orilla, donde me quedé profundamente dormido, pues cuando desperté ya eran casi las cuatro y media de la tarde. En aquel momento, decidí de manera intempestiva marcharme de aquel sitio para continuar mi travesía. Desanduve el camino hasta el lago, y desde allí el camino que conducía  hasta Alcides, pasando por su cartel de bienvenida con la extraña ruleta a su lado.Al pasar junto a él, sonreí pensando en cual habría sido en realidad la idea del creador de aquella tonta ruletita al concebirla.-- Vaya a saber. - dije.Un par de horas de marcha sostenida, hicieron que me detuviera a descansar por un momento; sentándome al costado del camino y próximo a una curva que estaba un poco más adelante. Estaba yo disponiéndome a encender mi cigarrillo, que ya sostenía entre los labios y el tercero en aquel día, cuando divisé una mancha blanca que sobresalía luego de la curva próxima.Me puse de pié de inmediato, pues quería negar lo que delante de mí estaba viendo. Troté apurado y lo más rápido que pude con aquella pesada mochila sobre mis hombros, hasta que llegué a la curva para sólo comprobar mis sospechas.El cigarrillo cayó de mis labios y mi boca quedó abierta en un gesto de perplejidad absoluta.Me hallaba frente al blanco cartel que anunciaba con sus rojas letras: "ALCIDES".-- ¡¿Cómo es esto posible?! - dije para mis adentros.Que endemoniado rodeo había dado yo sin darme cuenta en que dirección marchaba. Me resultaba imposible y tremendamente desconcertante, encontrarme otra vez en la entrada de aquel pueblucho, pero por desgracia así era, ni más, ni menos.Maldije por el tiempo perdido, y girando con rabia sobre mis pies, comencé a caminar en dirección contraria, esta vez valiéndome de la brújula que traía conmigo.Lo que más llamaba mi atención era que no había otras sendas, caminos laterales, o bifurcaciones que pudiesen haberme confundido llevándome una y otra vez hasta aquel sitio. Nada.Dos horas más tarde el sol se ocultaba, pero aún así, decidí avanzar un poco más, con la esperanza de llegar a la carretera principal y al sitio donde nacía aquel  camino que desembocaba en Alcides. No tuve mayor problema en continuar mi marcha en medio de la noche, pues la luna llena brillaba en todo su esplendor y ni siquiera tuve necesidad de utilizar mi linterna. Al cabo de media hora más, y cuando doblaba uno de los tantos recodos me detuve en seco. Ante mí y a sólo unos treinta metros, se erguía otra vez el dichoso cartel blanco con sus letras rojas.Lancé un insulto a viva voz y me tomé la cabeza con ambas manos. No sabía que rayos estaba sucediendo. ¿Me habría extraviado debido a la oscuridad? No, eso resultaba imposible, el camino era uno sólo y no cabían dudas. ¡Otra vez en el mismo lugar luego de cuatro horas de marcha no representaba algo normal de suceder!Estaba más que confundido y no hallaba una explicación lógica; por lo que, cansado como me encontraba, armé con presteza la tienda de campaña a un lado del cartel, y enfundado en mi bolsa de dormir decidí que lo mejor sería dejar todo para el día siguiente.Desperté como a las nueve en una mañana radiante de sol, sin una nube en el azul y diáfano cielo. Me desperecé estirando mis brazos y mis piernas, dejando por el momento de lado el tema de que estaba anclado en aquel sitio desde el día anterior, y me preparé un poco de café caliente haciendo un pequeña fogata con ramas secas a la orilla del camino.Bebía de a sorbos aquel elixir, pues supuse, despejaría un poco mi mente, mientras contemplaba aquel maldito nombre de Alcides.-- Vaya nombre con que te han bautizado. ¿Quién habrá sido? ¿Tal vez el fundador? - pensé por un momento.Cuando hube terminado mi café acompañado de un par de galletas; recogí mis pertenencias y partí de nuevo alejándome, o a decir verdad intentando hacerlo. Alejarme de aquel pueblucho de mala muerte al cual ya comenzaba a odiar. Además y como era de esperarse, no tenía la más mínima intención de regresar a él otra vez en mi vida.Algo que me resultaba por demás de extraño, era el simple hecho de que no había visto transitar en lo absoluto ni un solo automóvil o algún otro vehículo, ni siquiera un ocasional caminante.Cuando dos horas más tarde, arribé al mismo sitio de entrada a Alcides, casi sufrí un colapso. Estuve a punto de desmayarme y mi corazón se aceleró. En ese preciso instante, supe que lo que estaba ocurriendo era algo sobrenatural; no sabía porque o como, pero algo extraño sucedía conmigo y con aquel maldito sitio.Comencé a pensar que todo era obra de extraterrestres, como recordaba haber visto en algún film, o que tal vez yo había traspasado y vaya a saber cómo, un insólito portal hacia otra dimensión.Mi ahora acalorada mente, trataba de explicar lo inexplicable a través de cantidad de ideas fantasiosas que acudían de manera repentina.Luego de cavilar un rato, decidí que lo mejor sería entrar por enésima vez en aquel pueblo y tratar de resolver aquel entuerto de alguna forma lógica y coherente, si es que la había. Ingresé por la calle principal, y desde allí en adelante, comencé a observar con cuidado, tratando de registrar hasta el más mínimo detalle de todo lo que mis ojos veían. Un poco más tarde y como si nada ocurriera en realidad, me hallaba yo en el bar de Angie, acuciado por la sed, bebiendo una cerveza casera bien fría. La mujer me atendió con simpatía y de forma cortés, como si nada pasara e igual que la vez anterior. Sin embargo noté que me observaba bastante, como esperando a que yo dijese o preguntase algo. Por supuesto, no lo hice.Otros parroquianos que allí había, también me observaban más de lo normal y para mi gusto. Por fin, Angie rompió aquel tenso silencio que se había producido en algún momento y dijo:-- ¿Y, que tal? ¿Le gusta nuestro pueblito?.... -- Sí, es muy bonito. - respondí haciendo una mueca.Un poco más tarde, abandoné el bar de Angie, y más adelante, me detuve en la acera para observar a un vecino que continuaba lavando con prolijidad su automóvil, y que yo había observado al llegar.Me acerqué y estirando la mano me presenté:--  Jim Aldridge. El hombre que tendría unos cincuenta y tantos años, interrumpió su tarea y me echó una mirada de arriba a abajo, luego estiró enseguida la suya para darme un efusivo apretón mientras con una sonrisa decía:-- John Peltier, es un verdadero placer señor Aldridge. -- Hermoso automóvil tiene usted mister, un poco viejo pero muy bien cuidado, ¿lo usa a menudo?... La última pregunta, al señor  Peltier debió caerle como un balde de agua fría. Detuvo la labor que había recomenzado hacía unos segundos, y mirándome fijo, me respondió escuetamente:-- No mucho. Luego de aquel cambio repentino en su expresión me pareció que tuvo la intención de agregar algo más y se arrepintió. Luego, continuó con su lavado sin siquiera mirarme a la cara.Continué mi caminata hasta salir de Alcides por el extremo opuesto al que había ingresado, pase junto a parcelas de cultivos varios, donde pobladores se encontraban trabajando de manera ardua. Luego, tomé por un estrecho camino de tierra y anduve por más de una hora, por fin, atravesé un hermoso y tupido monte donde me detuve para echar un vistazo  a mi mapa.Con sorpresa descubrí que aquella zona en realidad no existía en él, o al menos no figuraban detalles u otra información gráfica que indicara la existencia de un pueblo.Continué mi marcha por una hora más, y luego de atravesar otro monte de árboles, pude divisar más adelante, y para mi total sorpresa y desazón...otra vez , Alcides.Créanme si les digo, que me pasé el resto de aquella terrible jornada, entrando y saliendo por distintos caminos, pero retornando siempre y de forma inexorable al maldito lugar. Cuando cayó la noche, recurrí al hombre que había yo encontrado la primera vez que había entrado a Alcides y el que me había ofrecido alojamiento. La barbería ya había cerrado sus puertas, sin embargo él se encontraba aún en la entrada del negocio. Cuando me vio, esbozó una sonrisa. Me acerqué y le dije:-- ¿Me recuerda usted?....he decidido aceptar su oferta de lugar para alojarme. -- ¡Como voy a olvidarme! Venga, acompáñeme, le gustará, y además el precio será muy accesible mister..., a propósito, mi nombre es John Collins. -- Jim Aldridge. - dije presentándome.La vivienda a la que me condujo, se trataba de una casa pequeña pero muy agradable y bien arreglada. Con un jardín en su frente, donde lucían su colorido unas flores muy bonitas, además de un patio trasero con un par de árboles de mediano tamaño.Allí pase la noche, y por la mañana siguiente, luego de ordenar un poco mis ideas, decidí salir a recorrer el pueblo en forma mucho más exhaustiva. La única librería del lugar no tenía mucho que ofrecer, pero al menos pudo proveerme de papel y lápiz. Así, con estos dos elementales utensilios, me propuse trazar un detallado plano del pueblo y sus inmediaciones. Ello, suponía, me permitiría evaluar una posible ruta de escape de aquel siniestro sitio. Pues más que una salida, ahora lo consideraba en realidad un escape de vaya a saber que poder o fuerza misteriosa que se empeñaba en retenerme.Por la tarde, examiné el plano que con todo detalle había dibujado; para descubrir que sólo era un plano común y corriente. Sin embargo todas las entradas o salidas, y que ya había recorrido, se perdían en la nada para luego retornar a Alcides. Era como si dieran una gran curva para luego volver al punto de partida, ingresando de nuevo al poblado por un camino distinto.Al siguiente día, decidí intentar otra vía de salida. Esta vez, decidido, no tomaría por un camino o una senda, sino que marcharía en una dirección determinada, atravesando montes, pastizales o lo que fuera. La lógica me decía que si no perdía el rumbo, y orientado por mi brújula; lograría al fin  salir del pueblo.Así lo hice, escogiendo la dirección norte comencé una ardua y dificultosa travesía; sin apartar por supuesto, la vista de la aguja de mi instrumento de orientación.Pero muy a mi pesar y luego de muchas horas de penoso andar, creo que alrededor de seis en dos intentos diferentes, mis pasos me condujeron otra vez a Alcides.Regresé a la casa que había rentado donde comencé a gritar desaforado, presa de un descontrolado ataque de ira y nervios y hasta quedar casi mudo por la ronquera.¿Qué era lo que sucedía? ¿En que endemoniado lugar me encontraba atrapado? ¿Sería obra de algún ente? ¿Tal vez obra de Dios, sobre cuya existencia siempre tuve dudas y ahora El me daba una lección de aquella manera cruel? No lo sabía.Cuatro días más tarde, ya conocía a muchos de aquellos pobladores y había ensayado más de una docena de caminatas por distintos rumbos, buscado huir pero sin lograr nada en absoluto. La gente que allí vivía, se abastecía con lo que ellos mismos producían; pues observé que ningún producto, de cualquier índole, entraba o salía de Alcides. Es más, parecía que nada entraba o salía.Pasado un tiempo, sus pobladores no tenían reparos en mostrarse amables conmigo; pero apenas  trataba de indagar de forma sutil que era lo que allí sucedía; cambiaban de tema o interrumpían abruptamente la conversación, y despidiéndose apurados, se alejaban de mí. Casi todas las veces alegando haberse olvidado que tenían que hacer tal o cual importante cosa.Mirando el plano que yo mismo había dibujado, advertí que Alcides tenía una pequeña estación del ferrocarril, incluso yo había pasado frente a ella pero sin darle importancia en aquel momento.Me di una palmada en la frente y exclamé:-- ¿Cómo pude ser tan, pero tan estúpido? Hacia ella me dirigí de inmediato. Se trataba de una bien cuidada edificación a todas vistas antigua pero en perfecto estado de conservación, con sus paredes de ladrillo color marrón y su techo de tejas rojas a dos aguas. Un corto corredor atravesaba el edificio justo en la mitad, y que conducía desde la parte que daba al pueblo hasta el andén por donde estaban los rieles.-- ¿Cómo podía haber sido tan idiota de no percatarme? - seguí pensando. Atribuí el hecho de pasar por alto la existencia de aquella estación, a mi calenturiento frenesí por huir a toda costa de aquel lugar.Una vez allí, casi corrí hasta la pequeña ventanilla de la boletería que daba hacia el andén y las vías. Me detuve, y con mis nudillos ejecuté con ansiedad golpecitos sobre el vidrio.Enseguida apareció un anciano y algo adormilado hombre que con seriedad me preguntó:-- ¿Qué es lo que se le ofrece señor? Lo miré fijo y le dije:-- ¿Hacia donde puedo viajar desde aquí?-- El único servicio es hasta el parador Junction River.-- Bien, bien, ¿y a que hora pasa el tren por aquí? - pregunté.-- A las once de la mañana, aproximadamente. - respondió el anciano.Sonreí de buena gana, y una loca euforia se apoderó de mí. Tal es así, que no dejé de reír y sonreír, cobrando la apariencia de un enajenado.El boleto me costó trece dólares, y luego de retirarlo, tomé asiento en el único banco que había en el lugar, a esperar impaciente el arribo del tren que me sacaría de aquel sofocante  sitio.Eran las once y diez y yo aún esperaba. Cuando comenzaba a pensar que el tren no arribaría nunca a aquella estación, que todo era un cruel y triste engaño; justo a las once y veinte, cuando ya me dirigía hacia la boletería enfurecido dispuesto a tomar del cuello a aquel anciano timador con el propósito que me brindara explicaciones; a mis oídos llegó sobresaltándome el conocido silbato. No podía creerlo pero estaba ocurriendo. El pequeño convoy compuesto por una negra y antiquísima locomotora a vapor, su vagoneta depósito de carbón, y dos vagones de pasajeros detrás; arribó traqueteando para luego detenerse en medio de sibilantes chorros de vapor. No podía dar crédito al magnífico suceso, y dudaba ya que estuviese ocurriendo en realidad. Mis ojos lagrimearon y hasta saludé emocionado al conductor asomado fuera de su máquina, que como el empleado de la boletería, se trataba de otro canoso anciano. Subí y me acomodé en uno de los asientos del primer vagón. No había pasajero alguno además de mí, y llamó mucho mi atención aquel hecho, por lo que me puse de pié para desplazarme hacia el otro. Nadie. Yo era el único en ambos vagones.-- Esto es muy raro. - pensé.Por fin, y luego de una espera de diez minutos, el tren comenzó a moverse, no sin antes que la locomotora emitiera un par de pitidos anunciando su partida.Media hora más tarde, cuando me devoraba la ansiedad por llegar al lugar llamado Junction River, el tren disminuyó la marcha y se detuvo por completo. Intrigado me asomé por la ventanilla, y con tremenda alegría pude leer un negro y alargado cartel donde con letras blancas decía Junction River.Bajé apresurado y a los tropezones de aquel vagón, mientras una emoción inimaginable me embargaba. Había descendido sobre el pedregullo del terraplén de las vías y junto a aquel cartel. Pero allí no había nada, solo una larga hilera de pinos bien recortados. Pensé en ese momento que por un error involuntario de mi parte, había descendido del lado opuesto a la estación del ferrocarril.Cuando el tren partió, observé que frente a mí solo había otra interminable hilera de árboles, nada más.Estaba en medio de la nada.  ¿Podía ser esto posible?Crucé las vías corriendo, desesperado, hasta casi chocar del otro lado con un cartel de chapa bastante más pequeño y bastante oxidado que decía:" PARADOR JUNCTION RIVER.DISFRUTE USTED DE ESTE MAGNÍFICO LUGAR DE   DESCANSO Y DE SU HERMOSA PLAYA JUNTO AL RÍO."Maldije en voz alta. En mi apuro por abandonar Alcides, no había preguntado al anciano de la boletería, de que se trataba el lugar llamado Junction River. Ahora sabía que sólo era un parador. De todos modos, decidí que no debía hacerme ya tanto problema, pues al menos había abandonado aquel endemoniado pueblucho, y ahora, desde donde me encontraba, podía dirigirme hacia cualquier otra parte.  Decidí cruzar una línea de setos por un sendero que encontré más adelante, y siguiendo por el mismo, luego de un corto trecho, llegué a orillas de un río de aguas transparentes donde me topé con una desierta y hermosa playa de arenas blancas. Nada más. Ninguna persona a la vista.A la fresca sombra de un árbol, comí unas galletas que traía en mi mochila, y que entre otras cosas eran las últimas, para luego emprender otra vez la marcha. Comencé a caminar siguiendo los rieles del ferrocarril en el mismo sentido en que había continuado su marcha el tren, esperando ansioso arribar a alguna población rural. No me importaba esta vez el tiempo que la caminata me demandase.Por la tarde, y luego de cuatro largas horas.... arribé a Alcides.Ya en la casa que rentaba, me eché sobre la cama y comencé a llorar como un chiquillo. Mi voluntad y mis esperanzas de salir de allí, junto con mi ánimo, se habían desmoronado, se habían quebrado como un frágil palillo de madera.Al siguiente día abandoné la casa en sólo dos oportunidades, ambas para comer en el bar de Angie y estrictamente durante el tiempo necesario que ello me demandó. Mi cerebro navegaba en un mar de confusión y descabelladas ideas. Pero al fin, comprendí que debía serenarme y buscar una solución de forma tranquila y ordenada. Supe que no debía caer presa del pánico, pues mi inestabilidad emocional conduciría de manera inexorable  al enajenamiento de mi torturada mente.Un par de días más tarde, y habiendo recobrado bastante la calma, me dirigí a un edificio donde según anunciaba en su fachada, funcionaba el ayuntamiento. Supuse que era el lugar indicado para recabar información sobre aquel endemoniado pueblo, sobre sus orígenes, y todo sobre su historia, si es tenía alguna.Me recibió un señor mayor, muy amable y quien dijo ser el alcalde. Arguyendo tener que marcharse por un asunto urgente, me invitó a pasar, y sin más explicación, otorgó su permiso para que yo investigase sobre lo que deseara. Sólo me recomendó que cuando concluyese, dejara todo donde lo había encontrado. Luego  se marchó sin más.Encontré una biblioteca como cualquier otra, con gran cantidad de literatura de toda clase, una oficina de información con libros conteniendo actas de nacimiento y defunciones, otros libros con registros de obras de infraestructura y mejoras realizadas en el pueblo; nada más.En determinado momento, llamó poderosamente mi atención una pequeña puertita lateral, que luego de abrir, acción producto de mi curiosidad, pude comprobar que conducía a un cuarto de paredes descascaradas y donde cantidad de cachivaches de todo tipo yacían apilados a diestra y siniestra. Iba a retirarme, cuando no sé por que rara intuición, decidí investigar entre los trastos amontonados.Luego de revolver un poco, descubrí un viejo cartel corroído y despintado con el nombre de Alcides. En un instante me di cuenta que con toda certeza había sido retirado para ser reemplazado por uno nuevo, era lógico. Pocos minutos más tarde, encontré otro en apariencia más viejo que el anterior, y luego otro, y otro más, y así hasta que para mi sorpresa uno de ellos decía "ALSIDES". El nombre se hallaba escrito con una "S" en el lugar donde debía haber una "C". De improviso, escuché un extraño ruido detrás de mí y giré de inmediato para ver desde donde provenía. Se trataba de un hombre de alrededor de cuarenta años de edad que me observaba inquisitivo, con un balde en una mano y con un cepillo de cabo largo en la otra.Entonces me apuré a decir, con la intención de que no sospechara de que estaba yo haciendo algo malo:-- Ehhh...el alcalde me autorizó a investigar, mi nombre es Jim Eldridge y soy nuevo aquí. -- Bien, no hay problema. Mi nombre es Jack  Hollis y me encargo de la limpieza de los edificios públicos. - contestó gentil.Estaba a punto de retirarse, cuando lo llamé para preguntarle:-- ¿Sabe usted porque este cartel dice "ALSIDES" y no "ALCIDES"? - dije señalándoselo. -- Según tengo entendido, ese viejo cartel estuvo colocado muchos años; hasta que se decidió que estaba mal escrito el nombre, y cuando hubo que reemplazarlo, se procedió a escribir "ALCIDES" con la letra "C" ¿Alguna otra pregunta? - respondió el hombre.-- No, no, está bien. - agregué.El tal Jack se retiró y yo continué revisando. Pronto me topé con otro cartel aún más antiguo que los anteriores, y donde aún se leía a duras penas no sólo el nombre de ALCIDES mal escrito, sino que de la siguiente forma:  "  ALSI    DES"En apariencia habían ido reemplazándose unos detrás de otros y con el correr de los años, al volverse estos inservibles por envejecimiento. Sólo que éste último, parecía ser el más antiguo de todos. Llamó mucho mi atención, la forma en que estaba escrito, por ello, lo llevé hasta que la claridad del exterior que penetraba por una de las ventanas lo iluminó por completo. No había nada extraño en él, sólo la separación de las sílabas; como si entre ellas faltasen algunas letras. De inmediato, decidí indagar sobre aquel curioso hecho, por lo que me dirigí hasta el escritorio del alcalde, y rebuscando en uno de sus cajones hallé una poderosa lupa, con la cual regresé para observar con más detalle la inscripción.Un rato más tarde, había reconstruido aquel maldito nombre y permanecí mudo, asombrado; pero tal vez un poco más satisfecho por haber encontrado la razón por la cual aquel endemoniado lugar se llamaba así.Con ayuda de la lupa y un trozo de tiza, fui observando bien de cerca, marcando luego con ésta última lo que aparentaban ser microscópicas huellas de pintura vieja.El cartel decía: "SALSIPUEDES"Deduje que bien justificado estaba el nombre con que habían bautizado el pueblo, y obedecía a una verdad irrefutable y absoluta, que por desgracia yo estaba viviendo en carne propia en aquel momento. ¡No podía salir!En los días subsiguientes y durante un par de semanas, traté de huir por lo que consideré otras vías de escape alternativas. Pero todos mis esfuerzos resultaron siempre y de forma inexorable, en vano.Incluso intenté probar la suerte girando como un enajenado, una y mil veces la extraña ruleta que yacía en la entrada del pueblo, también sin resultado. Al acabarse el dinero que traía conmigo, no tuve otra alternativa más que buscar un empleo, el cual por suerte no me fue difícil hallar, ya que los integrantes de aquella comunidad y a la cual ahora yo pertenecía, solidarios entre sí en su desgracia de estar allí varados, no dudaban en brindarse ayuda mutua.Así, con el tiempo escuché los muchos rumores que corrían de boca en boca entre sus habitantes. Rumores que se comentaban muy en secreto y a modo de leyendas. Pero todo giraba en torno a la manera de escapar, y como habían hecho algunos de sus habitantes para abandonar el sitio, pues de la noche a la mañana nunca más se había tenido noticia de ellos.Nunca faltaban historias mencionando que si no se hablaba del tema  de salir, o se olvidada uno de aquello, un buen día lo lograba. Pero en todos los casos, el misterio de la imposibilidad de abandonar SALSIPUEDES o ALCIDES, como ustedes prefieran llamarlo; permanecía esquivo al conocimiento de sus moradores. Creo que muchos habían quedado atrapados al igual que yo, y otros, los más jóvenes, habían nacido en aquel pueblo. No puedo decirlo con certeza pues nadie me lo confesó en forma abierta. Así, luego de tres meses en SALSIPUEDES, conocí a Caroline Baker, hermosa mujer de treinta años y con la que estreché vínculos de amistad. No seré hipócrita con respecto a este tema, pues debo confesar que me sentía profundamente atraído hacia ella y para ser sincero no con intenciones de ser su amigo.Fue con la única persona de aquel lugar con la que yo hablaba abiertamente sobre aquel espinoso tema, y pienso que para ella también yo era su único confidente.Un buen día, una idea, que para ser honesto no se si calificarla como descabellada o genial, acudió a mi mente. Pensé que era muy posible que existiera alguna línea, barrera o límite, que dividiera aquella zona; barrera infranqueable para sus pobladores pero de alguna forma penetrable para los del exterior. Pues yo había entrado como si tal cosa. El quid de aquella cuestión era descubrirla, para luego buscar la forma de traspasarla, terminando así con aquella aterradora realidad que estaba viviendo y que día a día se tornaba más opresiva. Pero para mi desgracia, por mucho que busqué y rebusqué durante los meses sucesivos a la ocurrencia de aquella teoría; tampoco obtuve ningún resultado positivo a mis expectativas. Sólo logré retornar cada vez al pueblo maldito, de forma tan simple como había salido.Cuando llevaba casi un año de vivir prisionero, y mis esperanzas de abandonar SALSIPUEDES casi se habían desvanecido; me hallaba yo sentado y meditando a la vera del camino, justo en la entrada del poblado; cuando de repente un joven con una voluminosa mochila sobre sus hombros se acercó, y sin que yo advirtiera su presencia en un primer momento...-- Disculpe mister.... - su voz rompió el silencio de aquella tranquila mañana haciendo que me sobresaltara en sobremanera.Entonces, casi sin poder dar crédito a lo que mis ojos percibían, lo miré fijo por un instante y con voz temblorosa le pregunté:-- ¿Tu...tu no vives en SALSIPUEDES, verdad? -- En ALCIDES querrá decir, si es que al pueblo próximo usted se refiere. - contestó tranquilo.-- ¡Sí, sí, ALCIDES o como diablos quieras llamarlo! - exclamé.-- No. No vivo allí, y es más, ni siquiera lo conozco. -  afirmó sonriendo.El joven de unos veintitantos años, al verme tan nervioso preguntó luego:-- ¿Se siente usted bien? Lo miré con fijeza y lancé la temida pregunta:-- ¡¿Te has acercado al cartel?! ¡¿Has jugado a la ruletilla maldita?! El muchacho debió pensar que estaba loco, pues sin decir más, dio media vuelta y se dirigió hacia la entrada.-- ¡¡¡Detente!!! - grité desesperado y me puse de pié.Al escuchar mi grito, el joven se detuvo en seco y se volvió con rostro temeroso -- ¡Por lo que más quieras.... no entres en este lugar maldito y menos te acerques al cartel o a su ruletilla del demonio!...¡Gracias a Dios!.... El continuó mirándome fijo, desconcertado, lejos de entender lo que yo trataba de advertirle. Palpité su confusión por lo que le dije:-- No creas que estoy demente o algo por el estilo, sólo confía en mí. Ni te acerques a esa entrada, pues si en algo aprecias tu libertad, darás media vuelta y te marcharás de inmediato. El muchacho no se atrevió a articular palabra, es probable me viese aspecto de loco, pues dio media vuelta y comenzó a alejarse de allí. Fue en ese preciso instante, cuando una luz iluminó la oscuridad de mi mente y se me ocurrió aquella loca idea.-- ¡Espera! - le grité con toda la fuerza de mi voz.El joven se detuvo en seco, y entonces en veloz trote lo alcancé de inmediato.-- Iré contigo...si no te molesta que te acompañe. Sólo por un trecho... te prometo que no hablaré si tu no lo deseas. - le dije sonriendo. -- ¡Si el sale y yo estoy junto a él, entonces también saldré! - pensé.El me miró con cierta desconfianza, y asintió con la cabeza para luego decir:-- Está bien, por mí no hay problema. La caminata se prolongó por unas cuatro horas, y como era de esperarse, fuimos charlando durante casi todo el tiempo. Mi mirada estuvo todo el tiempo fija en él, tal vez temía que si por un segundo se apartaba, aquel joven se esfumara por alguna misteriosa y desconocida causa. Primero permanecí muy nervioso, pues esperaba que algo raro ocurriera; todavía no creía que aquella simple e ingenua solución diera resultado;  pero luego me calmé y decidí que más me valía pensar en otra cosa. Tuve así tiempo de relatarle mi aterradora experiencia y entonces el comprendió, o por lo menos así lo creí; el porque yo había evitado que entrase en SALSIPUEDES o ALCIDES, como mejor gusten llamarlo.Por fin, tras unas horas de marcha llegamos junto a la carretera, donde nacía el desvío hacia aquel lugar maldito.  Con una alegría tremenda vi de pronto pasar de largo un par de automóviles. La simple vista de aquellos vehículos estremeció mi cuerpo hasta sus fibras más íntimas. Reía y lloraba a la vez, y me embargó una felicidad nunca antes experimentada. Por fin, luego de un rato nos separamos, pues le dije que debía descansar un poco, y que además necesitaba permanecer a solas por un par de horas. Creo que aquel joven, desorientado, nunca tuvo una cabal idea acerca de mi cordura. Nos estrechamos las manos y allí mismo, el continuó por su camino, y yo me senté a un costado a fumar con tranquilidad un cigarrillo que tan amable me ofreció antes de irse. Hoy pienso que en realidad se alegró de liberarse de mi compañía.No sabía donde me encontraba o en que dirección debía encaminarme, pero poco me importó en aquel momento.Poco después, regresé a mi hogar, causando tremenda sorpresa para todos, por supuesto en mayor grado a mi esposa. Mi imprevista aparición sin mochila ni pertenencia alguna encima, tanto tiempo después y cuando me daban por muerto; se trataba de un hecho muy extraño e insólito a la vez.No quise narrar a persona alguna mis peripecias, nada en absoluto sobre lo que me había ocurrido; pues seguro en un manicomio terminaría mis días.Así, pasaron diez años desde mi aterradora estancia en SALSIPUEDES. De donde yo pude salir.Un buen día, y cuando toda aquella odisea había quedado atrás, pero juro que no olvidada; decidí regresar a aquel sitio para investigar a fondo, y no quiero que por esto me juzguen de loco,  demasiado audaz  o desafiante.Claro está que tomé mis precauciones, tres amigos me acompañaron, mi esposa, y además dos automóviles de policía locales y que gustosos se ofrecieron a escoltarme al saber que buen dinero extra les daría.Poco más tarde el cuerpo comenzó a temblarme, cuando a través del parabrisas del automóvil vi el blanco cartel ahora muy deteriorado y que decía    AL  SI     DES.El cambio en aquel nombre, me produjo una total intriga; pero lejos estaba yo de imaginar que más adelante y al llegar, me encontraría con un pueblo abandonado y en apariencia hacía muchos, muchos años.Descendí del automóvil mudo de miedo en medio de aquellas ruinas, sólo para escuchar que uno de los policías me decía:-- Este pueblucho está abandonado desde hace unos....yo diría cuarenta años, si mal no recuerdo. Lo miré intrigado y pregunté de inmediato:-- ¿Está usted seguro? -- Por supuesto. He nacido, y siempre he vivido muy cerca de aquí. - respondió sonriendo.Solicité que por favor me dejaran solo, y comencé a recorrer sus abandonadas y polvorientas calles. Edificaciones y casas en ruinas era todo lo que allí había. Por último, me dirigí hacia el cementerio sin saber muy bien el porqué, pensé que encontraría en aquel sitio alguna respuesta.Comencé a leer las inscripciones sobre las lápidas que allí se encontraban, sólo para descubrir con horror algunos epitafios:" Aquí yace Angie Williams"  1906 - 1956. "Aqui yace John R. Peltier"    1898 -  1962. Fallecido en accidente automovilístico.Pero mi corazón dio un vuelco, y casi se detuvo, al leer en una vieja y casi ilegible lápida blanca: "Caroline Giselle Baker"    1893 - 1934 No seguí leyendo pues era inútil hacerlo. Salí de allí desconcertado y confundido, trepando con rapidez al automóvil y ante el asombro de mis acompañantes, sólo dije:-- Vamos....no hay más nada que ver.  El resto del viaje de regreso permanecí encerrado en un total mutismo.Nunca mencioné a persona alguna todos estos hechos, pero les juro que fueron ciertos y aún hoy, vívidamente los recuerdo.FIN   
Alcides
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