Volviste a mis brazos y atravesaste nuevamente mi pecho con esa espada de hierro forjada a besos. Volviste. Y el crepúsculo lloró al vernos, los ángeles cantaron a los sufrientes huesos quemados que habitan en el infierno y Dios bendijo al amor por ser amor. Los querubines flecharon a los cansados, a los cansados de lo que una vez fue capricho y adoraron al nuevo amor de esos casados cansados. En el reino del fuego, en el infierno, se escuchó alegría y se vieron sonrisas; los demonios por un día fueron tiernos. Volviste. Y el infierno, por un día, fue como los cielos.