• Juan Martin Cabral
elirresponsable
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  • País: Argentina
 
El monte lleva al silencio,letargo de cada uno,donde amalgama la risa,se entumece,o resuena,estremecida entre frondasde dolientes hojas secas.El monte no se compartesino con la propia suerte,como la canción primeraque surge a golpes de hacha,de cansancios,de esperanzas,como espectro trémulo quieto.Y el viento que husmea alegre,acerca el canto lejano, el sabor del agua fresca,el rubor de grana amargadesprendida de quimiles(para colorear las almas).¿Sensaciones? Son ambiguasllorar o reír da lo mismo.Y en la soledad del monteañeja, brumosa esencia,se escuchan pasos que vienen,que se alejan,se aletargan...¡Y no llegan...!
Soledades
Autor: Juan Martin Cabral  450 Lecturas
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Presagiando zambas se elevó la lunaconcierto de chicharras cantaron amor,y en el valle seco de soles y vientosdanzó una silueta, ternura y pregón.Las blancas cigüeñas del tiempo callarontan solo un racimo de nubes quedóprendida del sauce junto al Quilloamira,cerca el Salamanca tronaba su voz.La frágil figura rasgó el aire calmoy un parche legüero tañía su voz,cuerdas endiabladas surcaban la calma,un violín de hechizos cantó su dolor... Tal vez Telesita prestó su donaire,¿o será la Niña que ha vuelto otra vez?Cuerpo enloquecido en ese paisajela vieron danzando, volviendo a nacer...Como en un espasmo de amor y locuradonosa pollera planeando giró,la zamba era nube sobre su pañueloy su brazo un ave reclamando amor...La suave silueta, fantasmal figura,lenta y suavemente empezó a pararla danza a la luna que se iba del cielocuando la mañana comenzó a llorar...Cuando llegó el día encontró a la nochepreñada de bailes, de danza y de luz; como un remolino giraba la lunadeseosa de cuerdas en un cielo azul...
Danza a la luna
Autor: Juan Martin Cabral  475 Lecturas
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Ese niño que en tu vientreCrece como la mañanaMe envuelve el alma de júbiloPorque me nace en el alma.Tu niño, que es niño mío,Tu voz que suena en su risaY tus ojos que transmitenLa paz de una caricia.Ese niño que te creceMe crece en cada mañanaCuando despierto a la vidaQue la Vida me regala.Quiero que tengas la manosAbiertas para los cuatroQue yo pondré por tus hombrosLa caricia de mis manos.Ese niño que te creceMe crece pero tanto, tanto,Que el júbilo me acompaña,Los días no pesan tanto.Ese niño, niño mío,Risa que sabe a esperanzaAcaricia tu cabelloCon la luz de la mañanaY que se convierte en risaCuando a mi lado, cantas.Juan Martín Cabral22/08/02 10:30:32
Ese niño
Autor: Juan Martin Cabral  453 Lecturas
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  Todas las mañanas se despertaba transpirada, el sudor corría como un río por su joven y desnudo cuerpo. La quietud del alba, los olores del amanecer, el canto de los pájaros llamando a sus parejas, el tibio de la brisa matutina sobre su rostro le producían una sensación extraña, una especie de melancolía nacida vaya a saber uno de qué parte del alma. Pero Eva trataba de reprimir cada día ese impulso, ya hacía mucho tiempo que venía sintiéndose de igual manera, y sin embargo no había tenido el coraje ni la confianza necesaria para contárselo a El Gran Sabio Creador que todos los mediodías venía a ella para compartir un momento de «comunicación y entendimiento», como le gustaba decir al Gran Señor. Allí, Eva, aunque le costara se desnudaba por dentro, ya que por fuera no era necesario, todos los seres creados vagaban alegremente por el espacio de la selva, sin pudor se amaban, se cortejaban, copulaban y se reproducían a granel poblando toda la tierra. Y a Eva todo ésto le conmovía, de noche no podía reconciliar el sueño y tenía pesadillas extrañas con un ser que aún no había podido encontrar en el lugar. Un ser como ella pero que la abrazaba con sus fuertes músculos, un ser que la acariciaba y ella entendía en ese abrazo que había algo de muy bueno en ello, algo que después de despertarse aún seguía bullendo en su cabeza como un río de hormigas asesinas que taladraban su cerebro.           Las hojas de los árboles se mecían con el viento, el calor del sol seguía aumentando mientras se elevaba sobre el azul del cenit. La humedad del lugar era muy confortable llenando de minúsculas gotas aún a las especies vegetales más pequeñas donde el sol aún no había podido llegar. La volvió a asaltar el recuerdo del sueño de la noche anterior: era de su misma especie ¿En qué lugar de la Selva se encontraría? ¿Cómo podía hacer para encontrarlo si El Gran Sabio Creador le había pedido que no saliera de La Selva a costa de no poder entrar más en ella? Y, ¿qué había más allá de esa Selva que la cobijaba cada noche? ¿Valía la pena seguir con la incógnita y con ese extraño sentimiento de angustia, dolor y alegría que tantas veces la embriagaba?           En esos pensamientos estaba cuando todo comenzó a ponerse silencioso, las hojas de los árboles se aquietaron, los pájaros en las alturas se callaron y las bestias del monte dejaron de rugir por el momento. Los pasos se hacían cada vez mas cercanos, suavemente casi como acariciando la hierba, un par de pies levitaban a pocos centímetros del suelo. Eva fue levantando respetuosamente la vista desde los pies ascendiendo ante ese cuerpo perfecto, radiante, que transmitía una paz como ninguna otra, llegó su vista a su cara y ésta era aún más resplandeciente. A pesar del tiempo que hacía que todos los días venía a visitarla, aún no podía soportar la luz que su rostro irradiaba. Nunca pudo detenerse más de un segundo en sus ojos, eran una púa que traspasaba su cerebro, su alma y su corazón. Su voz logró apaciguarla con un saludo ante el encuentro: - La paz esté contigo, Eva. El corazón de Eva latía desesperadamente, su mente ardía como ninguna otra vez le había sucedido, estaba turbada y temía que El Gran Sabio se diese cuenta. - ¿Qué te sucede, Eva? Te noto preocupada. - Nada, Gran Señor - se animó a contestar. - Sin embargo no saliste a recibirme como otras veces, ¿es que ya no me esperas o no tienes necesidad de conversar conmigo? - No es eso Gran Sabio. - Y ¿qué es lo que te sucede? Dentro de Eva las preguntas daban vueltas, giraban, se contorsionaban, revolvían su interior aguijoneando sus neuronas. Pero no podía resolver el conflicto. No sabía cómo preguntar. No sabía cómo dirigirse a Él. - Últimamente mi cerebro bulle, es como una sensación de vacío, es como que algo dentro de mí reclama otro algo que aún no conozco y que necesito Señor, con todo respeto, y que no es sólo Su amor. Al fin se había animado a hablar, había podido comunicar cuál es su problema. El Gran Sabio no dudó ni un momento, giró sobre sí mismo en un gesto de picardía. Dirigiendo nuevamente su atención y mirada a Eva la apaciguó con estas palabras: - Eva, lo que necesitas te será concedido, dentro de poco tiempo entrarás en un sueño profundo y despertarás sorprendida y contenta con tu nuevo descubrimiento. Mientras tanto no olvides que no debes intentar salir de ésta Selva que he creado para la raza humana. Cumple con esto y vivirás eternamente. Dicho esto El Gran Sabio giró sobre sí mismo y suavemente como había llegado, se alejó.           Y los sonidos volvieron, la brisa retornó comenzando a mecer nuevamente las hojas de los árboles, los pájaros parecían como más alegres. Sólo Eva estaba triste. Había quedado peor. Al fin y al cabo El Gran Sabio no la había comprendido como tantas otras veces e intentaría resolver sola su problema. En ese pensamiento se encontraba cuando empezó a sentir un sopor que la embriagaba, de modo muy lento sus ojos se iban cerrando, ella hacía un gran esfuerzo por mantenerse despierta pero no podía, sus párpados caían como una fina cortina de lluvia. Finalmente se durmió. Al momento comenzó a soñar. Su pesadilla volvía a hacerse presente. Otro ser de su misma especie pero distinto a ella se acercaba a él, y lo traía El Gran Sabio. Su cuerpo desnudo era atlético, sus músculos rebosaban vitalidad, sus ojos transmitían confianza, la abrazó y comenzó a acariciarla, lentamente sus fuertes manos comenzaron a recorrerla de pies a cabeza, creía volverse loca, pero todo aún no había concluido la acostó sobre la hierba y empezó a besarla. Era increíble la sensación que Eva vivía, lentamente se sintió abrazada en lo más profundo de su cuerpo y fue como si miles de estrellas explotaran en su mente y en su cuerpo... Después de ello nuevamente la paz y lo tranquilo. Volvía a despertar, se descubrió que otra vez estaba toda transpirada. No quería abrir los ojos. No quería salir del sueño. Había sido tan único, tal real que escapar del mismo era volver a la soledad.           Cuando por fin abrió los ojos casi lanza un grito de terror. Algo había junto a ella y la estaba abrazando y ella no lo había sentido ni se había dado cuenta. Unos ojos oscuros la acariciaban. Sintió un rubor que creció desde su frente hasta sus pómulos. No había sido un sueño. ¿O es que no había despertado? Pero no, él estaba allí, fuerte, musculoso y apretaba su cuerpo al suyo. El calor del otro cuerpo la contenía, su brazo la abrazaba y comenzó a ser besada como en el sueño... ¿Podía seguir dudando? Se sintió observada, miró hacia la espesura mientras él la acariciaba y creyó ver los pies de El Gran Sabio Creador alejándose suavemente sobre la hierba...
La primera Eva
Autor: Juan Martin Cabral  787 Lecturas
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