• David Rodriguez
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  • País: Argentina
 
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SI
Autor: David Rodriguez  456 Lecturas
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La lágrima
Autor: David Rodriguez  316 Lecturas
Poco hacía que se habían casado cuando ella lo abandonó. El motivo que adujo fue que no toleraba que el comiera ensalada de tomate y huevo, ya que a ella le gustaba la de lechuga y tomate. Ese motivo marcaba una distancia imposible de superar en la relación. Ella viajó por el mundo y recaló en Africa. Tal vez en el lugar menos indicado por las pestes y otras yerbas. Allí quedó embarazada de la muerte y a los nueve meses exactos, murió. Cuando él se enteró de su fallecimiento estuvo tres horas y cuarenta y tres minutos llorando de la risa. Su alegría era inigualable. La situación económica del hombre era buena pero la situación política del país se hacía cada vez mas compleja. Por ese motivo decidió pedir asilo. Y así fue que a pesar de su edad, lo aceptaron en un asilo de ancianos. Se acostumbró rápidamente a esa vida placentera. Le servían en la cama si no deseaba levantarse, lo lavaban, incluso sus partes íntimas con minucioso cuidado, disfrutaba del sol en el parque y cuando tenía ganas escribía cuentos y poema fumando un delicioso puro. Una noche se encontró , en un pasillo poco iluminado con una monja enfermera que hacía su ronda. . Era joven y bonita. En el instante que la vio se sintió atraído y sin más la empujó hasta la enfermería y la hizo suya. Satisfecho se retiró a su dormitorio y se quedó dormido, mientras la monjita, intentaba recomponerse acomodando sus ropas entre sollozos. La pobre muchacha no pudo dormir esa noche y rezó hasta la madrugada. No se levanto hasta el mediodía pensando como lo denunciaría e imaginando el castigo que el internado se merecía. A la hora del almuerzo se dirigió hasta el comedor, donde el hombre estaba  felizmente almorzando. Ella lo vio, fue como un shock, como un choque de planetas  cuando lo observó comiendo una ensalada de tomates y huevos silenciosamente. Al ver la monja su comida preferida se encandiló, y además de enamorarse de él, lo veneró. Luego de ese momento de iluminación ( ¿la ensalada de tomates y huevo que él engullía silenciosamente tendría que ver es esto ?) comenzó a ir todas las noches a la habitación de él. Le pedía que le hiciera el amor y luego se quedaba rezando al pie de su cama durante el resto de la noche. No rezaba al Cristo Padre, sino a él. El se había transformado en un Dios para ella. El hombre, convencido  por ella que El era el Dios Todopoderoso, comenzó a comportarse como tal. Pasaron unos años hasta que un día un funcionario del gobierno hizo una denuncia que apareció en el Diario El Laberinto de Lomas de Zamora, donde expresaba que en el Asilo Padre Hermoso ocurrían cosas extrañas. El investigador que se acercó una noche hasta el lugar, encontró a todo el personal de servició, curas y monjas, ancianos recuperados de enfermedades terminales, gatos y perros, arrodillados frente a El, mientras digerían un plato de ensalada de tomates y huevos.
Tomates y huevos
Autor: David Rodriguez  373 Lecturas
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El soldado
Autor: David Rodriguez  351 Lecturas
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MIEDO
Autor: David Rodriguez  329 Lecturas
 La salida del sol era el signo que indicaba el comienzo del día. Ese instante, esa milésima de segundo era la hora prima. El soldado, limpiándose con sus manos ásperas el rostro suciode barro, se levantó lentamente. El sol descansando en un cuchillo que posaba en el suelo, reflejaba la cara del joven, casi viejo, casi muerto, casi nada. Miro hacia su alrededor y no encontró ser vivo, ni un diminuto renacuajo. El olor a pólvora y carne quemada le produjo un irrefrenable deseo de vomitar. Advirtió que estaba solo y sintió que era el único sobreviviente de la masacre. No lograba recordar nada de lo sucedido: desde que hora yacía desparramado en ese agujero fangoso;  cuanto tiempo estuvo en ese estado, dormido, adormecido o desmayado. Se revisó meticulosamente como un niño reconociéndose. Tocaba sus manos, su cara, sus piernas. No sentía dolor. Y a pesar que su chaqueta estaba ensangrentada, dedujo que no era de él. Su sangre estaba aún en sus venas y en los latidos fuertes de su yugular. Miró nuevamente, tal vez ya mas capacitado y descubrió un pequeño arroyo, Camino  hacia el y probo el agua, con barro, con sangre, con musgo, con sed.  Era dulce y la bebió de su mano, cada vez más, hasta saciarse. Miró hacia el cielo nuevamente. Se dijo que si el sol era responsable del día y de la noche, la luna lo era del mes. Cada vuelta del sol era un día y cada vuelta de la luna era un mes. Confuso, se repetía estas deducciones que no le encaminaban a saber en que día y en que mes estaba viviendo. Sentía hambre y busco con la mirada y nada encontró. Los recuerdos, como extrañas telarañas que se esconden en el fondo de la mente, como trozos de una fotografía descolorida, comenzaron a invadirlo. Recordó que cuando era un niño su madre le contaba historias antes de dormir. De todas esas fábulas la que mas le agradaba en la quietud de esa edad temprana era la que lo abordaba con mayor intensidad:   comer carne de conejo le proveía, según esos cuentos, enorme vitalidad, belleza que duraban algunas semanas y que la misma sangre de conejo era un elixir secreto que otorgaba la inmortalidad. Por un momento pudo creer fervientemente en esas historias, se sentía poseedor de una gran fortaleza, con una belleza sobrenatural, y absurdamente invencible. Se sentó a descansar debajo de un árbol desvencijado. Secó el sudor que caía por su frente e intento ordenar sus pensamientos. Extrañamente sus ansias no contemplaban lo inmediato. Es decir, como llegó hasta allí, la suerte corrida por sus compañeros caídos, sus muertos, su pasado. Su percepción no contemplaba el horror que lo rodeaba y su conciencia era intolerante con la realidad de los sentidos. Sus sensaciones eran cada vez mas extrañas : Se sentía un ser humano en el tiempo, en un instante cualquiera de ese tiempo y se sentía libre de construir su propia realidad. Luego de sobrevivir, muchas posibilidades le presentaba el futuro y antes, tener que elegir entre ellas lo sumergía en una profunda angustia y generalmente en grandes contradicciones. Ahora su perspectiva era más sencilla y más simple o al menos no lo angustiaba. No había planes para él. Podía ser aquel que bebió el elixir de la inmortalidad o considerarse simplemente un ser para la muerte. No dependía de él.  Una bala que jamás vería, lo podría atravesar en ese mismo instante. Pero no lo angustiaba ni lo preocupaba, A pesar de la escasez, de carecer de lo más elemental que requiere y que exige la supervivencia, se sentía libre. Pensó en un momento que, el shock lo había transformado en un ser místico o que por momentos alucinaba, pero lo descartó cuando un insecto picó su mano y un ardor terrenal  y desagradable lo sobresaltó . Podía elevarse a un pensamiento que le proporcionara una agradable armonía interior e inquietarse por un simple e intrascendente aguijón clavado en su epidermis. Se volvió a quedar dormido, tirado sobre malezas secas......(@)   El sueño lo trasladó hasta un barco vikingo donde en su proa se divisaba un gran dragón que lanzaba fuego por los ojos. En la popa un obscuro monje recitaba en arameo algo incomprensible. En las velas se trepaban, saltaban y se deslizaban gatos, culebras y sapos. Cuervos negros sobrevolaban la nave atacando a murciélagos adormecidos, y un búho en la punta del mástil daba voces de alerta. Hermosas Nereidas cortejaban la barcaza, y muy cerca de allí una criatura parecida al dragón, cubierta de escamas y con serpientes en lugar de cabellos se trenzaba en una lucha final con una sombra con contornos de humo gris. En ese sueño mágico el soldado esperaba la noche, el momento en que los silfos, esos pequeños espíritus que siempre ayudaban al viajero perdido aparecieran y lo orientara a encontrar algún camino. Pero lo que el soldado sentía profundamente era que ya había muerto por el fuego 500 años atrás y de sus cenizas esparcidas por el lodo era el Ave Fénix quien  lo hacia renacer, joven, fresco, celestial. Y un hermoso Unicornio, símbolo de la santidad, lo elevaba con su único cuerno blanco hasta las verdes y lejanas praderas donde había nacido, rescatándolo de ese pozo negro y obscuro. Cuando realmente despertó, abrió lentamente los ojos. Un leve rayo de luz vulneraba una amplia ventana con largas cortinas celestes. Escuchó, lejanamente, la voz de una enfermera que le susurraba algo que no entendía. Fuera de la habitación del hospital, su mujer y sus hijos, llenos de alborozo preguntaban al neurólogo si se había producido el milagro. Si estaban viviendo ese momento esperado desde hacia 11 años: que Germán despertara. Que ese horrible accidente de automóvil y su horrenda secuela habían quedado atrás. Que Germán, pudiera ya volver definitivamente con ellos. El médico logró calmar la ansiedad e ingresó a la habitación donde yacía en la cama, inmóvil,  el más antiguo y legendario paciente. Fue él, el médico quien le volvió a hablar. Comenzando con voz pausada, luego con mayor intensidad. Fue un breve instante de luz tenue y el eco de una voz que se iba perdiendo lentamente. Sus parpados se cerraron. El soldado miró a su alrededor y no encontró ser vivo, ni un diminuto renacuajo. El olor a pólvora y carne quemada le produjo un irrefrenable deseo de vomitar. Advirtió que estaba solo o que era el único sobreviviente de la masacre. No lograba recordar nada de lo sucedido. Se volvió a quedar dormido tirado sobre malezas secas.......(@)  
El soldado
Autor: David Rodriguez  369 Lecturas

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