Efímero fue aquel comportamiento que llenó de arreboles a un sentimiento incierto.
 
 Tambaleandose lo vi venir.
 Su melíflua voz me causaba el mismo sentimiento confortable que el observar la iridiscencia formarse en mi ventana por las mañanas. 
 
 
 Inefable es para mí la limerencia que me causa su persona desde la primera vez que a mi ser emitió su elocuente forma de hablar.
 
 No pensé que alguien podría hacerme temblar de nuevo.
 
 Sin más intenciónes que las de apreciar unas palabras nuevas, dejé pasar una racha de suerte sin querer. Tal vez la mejor de todas.
 
 Se cumplió una hermosa serendipia contigo cuando sólo esperaba encontrar con quien hablar sin tanto miedo.
 
 Conseguí lo que siempre quise, pero quise lo que siempre consigo. 
 
 Tal vez por miedo.
 
 Aquella autodespreciación que abandona almas, pero mantiene a salvo a la mía, me ganó de nuevo. Y ahora me iluminan tus acciònes, reflejando claros mis erróres, como cuando noto sin querer mis imperfecciónes en un espejo, veo que estan ahí, simples, existentes, sin poderlas denegar.
 
 Mis pensamientos cobran vida, y te imagino diciendome lo que en verdad piensas desde lo más profundo de tu ser. A veces siento que puedo escucharlos. Escuchar tus pensamientos.
Como cuando observo tus ojos y su brillo emana su historia entera, tan oscura como sus intenciónes al resplandecer.  Tan silenciosos, como nuestra primera noche juntos en aquel pasto.  
 La vaga historia que se cuenta todos los días, tiene matíces inesperados, pero lo predescible de su inmarcesibilidad es evidente. O eso me gusta pensar.
Jamás lo tendré cien por ciento comprobado, ni tratando de encontrar el más etéreo de tus pensamientos. Ni explicandole al mundo todo lo que siento. Ni rodeando a tu alma con mil de mis armas imaginarias más letales. Ni tratando de persuadirte con una canción, hablando con los muertos, o haciendote prosas con diez palabras más bonitas del idioma Español.