• Fabian Farias
vortizefar@hotmail.com
 
Cierto día, el anciano profesor de física teórica, pescaba a orillas del pequeño lago que se encontraba en su finca. Se le acerca el hijo y se sienta a su lado. . – Primero perdimos a la abuela y más tarde a mama. Si bien las lloraste por días, continúas adelante con tu vida. No sé como haces. El anciano coloca la caña en el soporte metálico que se hallaba clavado en la orilla, entorna su cuerpo y revisa su bolso en el suelo. Saca una rodaja de pan y lo desase entre las manos. Con un rápido movimiento, lo esparce en el aire, cayendo la migaja en el lago. Rápidamente, la majuga altera el espejo del lago. . – ¿Ves lo que ocurre? . – Si. ¿Con eso qué? . - ¿Cuántas veces has visto secarse el lago? . – Desde que tengo memoria, cada verano. . – Cuando el lago se seca, no muere, prepara su lecho para el agua nueva. Cuando se seca, toda la vida perece en él, y cada vez que se llena, la misma renace como por arte de magia. Nada  termina del todo, simplemente cambia, se renueva, migra de estado, se trasforma. Nada nunca está terminando, todo siempre esta empezando.
Siempre un comienzo.
Autor: Fabian Farias  542 Lecturas
No importa demasiado donde es, solo que en ese edificio en cada planta, hay cuatro apartamentos, los cuales están enfrentados dos en dos. ¿Esto no parece importante tampoco verdad? En el piso en cuestión, tres están ocupados, al menos hasta el comienzo de esta historia. Hoy fue ocupado el que hacía casi un año que estaba deshabitado. Nadie vio quien llego; una parte de los habitantes del edificio, ingresan a trabajar muy temprano, y los demás se levantan bastante tarde. Se enteraron que había sido adquirido porque a tempranas horas, se comenzó a escuchar la música alta. Algunos se sintieron incómodos; la opera no le gusta a la mayoría. Esto ocurrió durante varios días. Nadie lograba saber quien estaba viviendo en ese apartamento, hasta que una noche, el nuevo vecino salió, cerró con dos vueltas de llave y al darse vuelta quedo de frente a la joven rubia del apartamento de enfrente. El vestía totalmente de negro, tanto como el color de sus ojos. Guates de dedos recortados del mismo color, y auriculares en los oídos que se deducía que estaba conectado a algún dispositivo que se hallaba en el interior del largo sobretodo oscuro. Ella le dijo. – Buenas noches vecino. El, desvió la vista y solo realizo un gesto con la cabeza. La chica frunció el seño; el comenzó a bajar las escaleras con una leve sonrisa, mientras la luz del pasillo parpadeo apenas. En dos o tres oportunidades, ocurrió la misma escena mientras transcurrían los meses y nadie lograba conocer a su extraño vecino. Comenzaba el mes de agosto, y el intenso frio era tal, que a las 10 de la noche, el césped de patio central del conjunto habitacional, blanqueaba. En el corredor que unía a los apartamentos no se encontraba un alma. Resonó en el lugar, las vueltas de llave del apartamento de extraño habitante. Pero no salió nadie. Unos segundos más tarde, se abrió la puerta de los dos apartamentos. Por un lado salió la joven rubia que queda viendo al otro lado que su vecino salía, vestido de negro como siempre pero descalzo. Él, le vio con sus intensos ojos oscuros y ella sonrió apenas, correspondida por el joven. . – Buenas noches. – murmuro él, mientras permanecía estático. . – No le veo lo bueno de la noche; hace demasiado frio. . – Para algunos si. Ella permanece sin quitarle la vista de encima y continúa. - ¿No esperaras que te tenga miedo. . – Deberías. La joven sonríe y sacude la cabeza. – ¿Y porque es eso? . – Porque sabes perfectamente que soy tu final. . – Eso si yo lo quiero. . – No. Sabes que no es así. . – Entonces es verdad, eres… El la interrumpe y prosigue. – Deberías saberlo desde el día que llegue. . – No me asustas. . – Ya lo harás. – da dos pasos atrás, cierra la puerta y el edificio completo quedo a oscuras. Al otro día, casi a la misma hora, coincidieron los dos nuevamente. Esta vez, ella se adelanto y pregunto. . – ¿Qué haces aquí? . – Vine a llevarte. Ella largo la carcajada y continúo. – No puedes, estoy bien protegida. . – Los tontos y antiguos amuletos que tienes no te protegerán en nada. . – Si estas tan seguro, ¿porque no lo has hecho aun? . – Porque será cuando yo quiera. Y nuevamente; da dos pasos atrás y cierra la puerta. Al tercer día, una vez más coinciden en abrir las puertas y quedar frente a frente. . – No entiendo la seguridad en tu mirada. – advierte el joven de negro. . – Tengo a alguien muy superior que me protege. Larga la carcajada y asegura. – el ya no te protegerá. . – Ya lo veremos. – asegura la muchacha con firmeza. . – Nos ahorraríamos muchas cosas si solo admitieras que esto va a ocurrir como sea. . - ¿Por qué yo? Hay una cantidad que puedes llevar. . – Aun no entiendes. Vengo a llevármelos a todos; uno a uno. . – No he hecho nada malo. Déjame y ocúpate de alguien más. . – No importa si has hecho algo o no. . - ¿Y cuando se supone que ocurrirá lo que dices? . – Mañana. El extraño vecino, vuelve a dar dos pasos atrás y le queda viendo por unos segundos. Sonríe y dice. – Hasta mañana Samael. Y ella contesta. – Hasta mañana Gabriel
En los polvorientos patios de condominios antiguos, en las plazas, en las calles; creídos de su regenteo; lentos y altivos pasean los pavos reales. Arropados de clara estupidez y adornados con coloridas hipocresías recién traídas de hipocresías más avanzadas. Dialogan de temas que no entienden, en un idioma mezclado con palabras que no reconocen. Se reúnen a intercambiarse cuentitas de color, demostrarse vanidades y prometerse eterna deslealtad. Los veo a diario en su danza de seducción. No deja de ser un colorido espectáculo. Por suerte no llegan a darse cuenta que estoy. Si los ves, evita que se den cuenta de tu presencia ya que intentarían reclutarte.
Con la edad del universo, se desliza impávida entre sombras o luces. Arrogante, inmutable, cabal; no duda, no sospecha, sabe con precisión. No se equivoca, no se distrae con reflejos de su figura ni se sensibiliza con razones fundamentales. No necesita razones, ni oportunidades, nunca llega tarde, ni se adelanta en su gestión. Jamás has de engañarle ni has de recibir oportunidad de su parte. Solo pasa y se lleva lo que llego a buscar.
Cierto día, el maestro reunió a cuatro de sus discípulos y les dijo que les enseñaría un juego. Les hiso sentar a una mesa y trajo un mazo de cartas. Bajo la atenta mirada de sus jóvenes dijo. . – El juego se llama “El juego de la Vida”. Tomo el mazo, y comenzó a repartir las cartas sin un orden. Le daba dos a uno, tres a otro, ninguna al siguiente. . - ¿No es mejor repartir una a cada uno por cada ronda maestro? – se animo a decir uno de ellos. . – Dios es quien reparte las cartas de la vida, el orden y la razón que sigue, solo lo sabe el. Repartió catorce cartas a cada uno, incluyéndose y prosiguió. . – Tomen las cartas. – mientras les observaba con las suyas aun en la mesa. Tres de sus alumnos las tomaron, comenzaron a ordenarlas y alguno de ellos daba vuelta las que les había tocado de cabeza. El cuarto, solo las junto, y se dedico a ver que hacían sus compañeros, a la espera de que el juego fuera explicado. El maestro, dirigiéndose a él le pregunto. – ¿No tienes ninguna carta de cabeza? . – Si. . – Has comenzado mal el juego; las cartas que tienes representan tu vida, ordénalas antes de comenzar a jugar, en lugar de ver que es lo que hacen los demás con las suyas. El discípulo avergonzado, junto sus cartas en la mano y atino a entregarlas al mazo. . – Ahora si has perdido el juego. – determino el maestro. – no ordenaste tu vida y ante la primera dificultad, renunciaste a ella sin siquiera intentarlo. Una vez que el resto de los discípulos habían terminado de ordenar sus cartas en la mano y esperaban a que el maestro indicara las reglas, el maestro comenzó a dar vueltas cada una de sus cartas y a ordenarlas sobre la mesa. . – Pero maestro, está dejando ver todas sus cartas. ¿Qué sentido tiene el juego? . – Se llama “El juego de la vida”. Cada uno lo juega como quiera, yo lo hago a cartas vistas. . - ¿Por qué razón? . – Sea como sea el juego, una vez que comience, cada uno de ustedes saben sin duda lo que tengo, señalando las cartas de diamante, lo que se, indicando las cartas de pica, lo que puedo, haciendo referencias a las de trébol, lo que siento, apoyando los dedos sobre una reina de corazones. Pues el juego de la vida, a diferencia de los demás, no lo jugaran con la esperanza de ganar, sino con la preocupación de hacer ganar a vuestro prójimo. Los discípulos, uno a uno fueron bajando sus cartas sobre la mesa y a dejar verlas. Paso seguido, el maestro les dijo. . – Ahora, tomen la carta que más le inspire aprecio y entréguensela al jugador que quieran. Y fue cuando ocurrió algo fantástico, cada uno de ellos agacho la cabeza y sin observarse el uno al otro, tomaron una carta de corazones y se la entregaron a su maestro. Descubriendo que habían recibido de su maestro una carta de pica. Y fue que dijo el maestro. – Por cada tesoro que entregues, tres se te serán dados.
El juego de la vida
Autor: Fabian Farias  190 Lecturas
Ya oculto el sol y dominante la oscuridad, se impone la razón sobre la fuerza. Hasta el más duro desfallece en el regazo del sueño y los noctámbulos resurgen de entre las nadas. Silenciosos, casi imperceptibles, confundidos con el manto mayor; respiran hondo y consagran sus existencias a lo infinito. No hay batallas, solo tristezas antiguas, que se confunden con el oscuro ropaje. No hay llantos, solo murmullos de congoja casi imperceptibles. No los ves, pero están en todos lados. Siempre hay alguno, que solo es percibido por las almas de mayor luz. Sus pasados nunca llegaron a serlo, y cada noche se hacen un presente en la piel.

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