• Clara Parraguirre Villaseñor
Siracusa
Me gusta escribir porque se ha convertido en un vicio. Las palabras me ayudan a llegar a diferentes mundos donde el cuerpo no puede.
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El reloj se escuchaba lejos, pero molesto como un preso torturado por una gota de agua infinita. La noche se le había vuelto interminable.-¡Anoche soñé contigo!- Fue la voz, lo que rompió el silencio que reinaba en aquella habitación. Sonidos que se antojaban viejos de haberlos dejado sin uso y al parecer en el olvido. La muda respuesta provenía probablemente de algún rincón, pues solo se escuchó el rechinido de la silla. Ella se miraba en el espejo sin mirar.-Estabas parado frente a mí y había alrededor un jardín. ¿Has sentido alguna vez un vacío tan grande que parece no tener fin?- Dijo esto, mientras deslizaba el cepillo por su cabello. Lo hacía tan automáticamente que sus manos en realidad parecían de otra dimensión. Lo coloco suavemente sobre el tocador. -Hace ya mucho tiempo de aquella tarde ¿la recuerdas?- Cruzó la pierna y la bata se abrió un poco. -Hacía calor y el viento acariciaba tu cabello. Pasaste sin voltear. ¿Era acaso una sombra de los árboles?-Se levantó de aquel banco y abrió la ventana para aspirar el frio de la noche. Un suspiro escapo -Quisiera ser una estrella, o la luna, pero nunca el sol ¿por qué?-, giró buscando en la penumbra, -la luna y las estrellas son mágicas y solo los soñadores o locos se acuerdan de que existen-. Una bocanada de humo. El cigarro alumbraba tenuemente su rostro. –Aunque el sol también da vida a los sensatos-. Caminaba en círculos, nada impedía su paso. La madera del piso crujía a cada movimiento. -Parece que el tiempo no transcurre, parece que todos los días son iguales, y me siento como una fotografía que nunca se borra ni deja de reír, pero sabes, estoy tan cansada, quisiera dormir, pero aquel lunes, se llevaron mi cama, junto con mis sueños y desde ese día estoy en vela-. La ceniza caía por doquier pero al tocar el piso se difuminaba con sus ilusiones. La silla se movía y ella despertaba del ensimismamiento. -Lo sé, siempre lo dijiste, soñar no es tan bueno-. El crujir de la silla se hacía más rápido como en señal de ansiedad. -Estoy aquí, no te preocupes ni tengas miedo-.Nuevamente se sentó. Cogió el cepillo y su cabello se levantaba de tanta estática provocada por la acción. -Debo cortarlo. Mañana iré para que lo desaparezcan. ¿Crees que es demasiado atrevido? Si, lo sé, pero tú sabes que los cambios nunca me han dado miedo, creo que esa valentía es lo único que me ha mantenido aquí-.Las luciérnagas se colaron por la ventana. Ella las observaba en silencio. Su estado natural desde el día en que nació -¡mira!, ¿No son hermosas?, tan fugaces y relucientes-. Tomó una entre sus manos y la contemplo hasta que extinguió su luz. Se miró otra vez al espejo, un rostro cansado y viejo le devolvió una sonrisa torcida. Por un momento sintió otra mirada sobre sus hombros y sobresaltada volteo. Desvió la mirada y una lagrima escurrió por su mejilla, -es cierto, me olvidaba que tú solo eres parte de mi imaginación. Una ilusión que he creado para no estar sola-. Se sentó bajo la ventana y observaba el techo para no dejar escapar el llanto que la anegaba y que al mismo tiempo le daba terror porque no quería morir en su diluvio. Su respiración la adormeció poco a poco. Se sumergió en un sueño profundo que le impidió ver a los doctores cuando entraron y encendieron la luz. -Es hora de irnos-.
Nuestra fotografía esta entre libros y flores secas. Recuerdos de los momentos construidos. Trabajo sobre la mesa y me observas, con esa mirada tan tuya, un poco indiferente, pero cuando me distraigo puedo sentir como cambia. En ocasiones me detengo, sostengo el lápiz en la boca y trato de imaginar -¿qué pasaba por tu mente cuando nos fotografiamos?-. Fue la primera vez que nos vimos y pudimos intercambiar pensamientos de viva voz. Es raro decirlo así, pues ya desde antes, habíamos tenido ese tipo de conversacion, donde la esencia no se puede cambiar ni modificar para caerle bien al otro. Sigo trabajando, hay muchas cosas que revisar, otras tantas que planear. Cotidianidades. No puedo. Tu mirada recorre mi cuerpo. Se detiene sobre mis senos y un escalofrío... Cierro los ojos y siento tu boca húmeda... ¡Sacar promedios, en eso debo concentrarme!. Busco los papeles que se han perdido entre los demás. Al lápiz se le rompió la punta. ¡Carajo! Tampoco encuentro el exacto para afilar. Nunca he usado sacapuntas, no queda la punta larga ni fina como me gusta, que me permite garabatear un diez o un cinco en un cuadro de dos centímetros. Veo la pila de cosas pendientes, suspiro y de nuevo tú mirada. Tan llena de paz, me divierte ¿Qué pensarías al verme perdida entre mi propio desorden? Sonrío, ¿dónde deje el encendedor? Voy a la cocina. Tomo un trago de jugo del cartón y se me escurre por la blusa, el frio despierta mis pezones. Un cosquilleo empieza a bullir por debajo de mi pantalón, tu lengua recorriendo mi vientre… Buscó en los cajones, hasta que por fin encuentro unos cerillos.De vuelta en mi habitación disfruto del incienso. Me tiendo sobre la cama aspirando tu aroma sobre la almohada. Disfruto mi cigarro y clavo la mirada de nuevo en tus ojos. Empiezo a contarte lo difícil que es tratar de concentrarse así, te hablo de lo mucho que me gustaría salir de vacaciones, las ganas de ir por un helado y caminar sin rumbo, sin sentido. –Me gusta mucho tu sudadera roja- me dijiste un día. Hoy la traigo puesta. –Debajo no tengo nada- digo y guiño un ojo. No sé, si sea mi imaginación perturbada, pero al instante brilla en ti una chispa de pasión. Tus dedos jalándome el cabello como si fuera una yegua a la que tomas de la crin para cabalgar. Tus envistes detrás de mí…suena el teléfono, es Susana que me invita a salir –No puedo amiga. Te lo compensaré después, yo invito el vodka- cuelgo rápido, tú me esperas en la habitación.  De regreso, me he sacado toda la ropa, menos la interior que se te excita ver y quitar de a poco. Un fulgor extraño surge de la fotografía. ¿Te robé el alma y quedó ahí entre esos colores oscuros? No lo sé, no me importa, te respiro, te siento.Se consumió el cigarro, el incienso me provoca sueño y la ansiedad entre mis piernas aumenta. Mañana debo aplicar exámenes. Tu lengua dibujando mí oído… Aún faltan cinco días para la quincena. Y mis manos ya empezaron a recorrerme, lenta y suave. –Abre las piernas- parece que me susurras desde al altar que te he construido. La respiración agitada es evidente. Coloco la fotografía cerca, el marco lastima mi piel que se eriza al contacto de mis manos sobre la “v” que une mis piernas y conecta con el paraíso. Mi cadera empuja hacia delante y atrás, siento en el aire la fuerza de tú hombría entrar y salir de lo rosa del jardín que te pertenece. Esa mano, no me pertenece, es tuya. Llegas hasta el fondo de mí ser. Me despojas de toda la piel y vez mi alma, te la muestro sin miedo, un beso al vidrio frio, estas aquí, son tus labios los que sienten la explosión de mi cuerpo. Quedo lánguida e inmóvil sobre la colcha blanca. Y mi lápiz sigue sin punta. Miro alrededor, todo estático. Te abrazo a lo lejos, suspendo la actividad de mi cerebro, todo desaparece, solo puedo pensar en aquella noche que pasamos en tu coche, afuera de la casa de tu hermana, oyendo a los niños jugar, escuchando música y fumando ilusiones. De nuevo tomo nuestra foto, delineo tus cejas, la nariz, tu barba que se desliza por todo mi cuerpo. Esta tarde se consume deliciosa.

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