• Nacho Saavedra
Nacho Saavedra
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El día había sido extremadamente duro para ella. La luna observaba la ciudad desde hacía largo rato desde el cielo cuando Ana llegó a casa, al fin, con la pequeña urna que contenían las cenizas de su abuelo. Siempre había estado muy unida a él. En la puerta de su casa estaba Luis, un compañero de trabajo por el que sentía una gran atracción, tal vez amor, que no era correspondido. Es más, independientemente de los típicos saludos de cortesía, al llegar al trabajo, apenas si cruzaba palabras con ella. Él se acercó despacio a ella le dio un cálido abrazo, dos besos y le dijo con esa voz clara que tanto le gustaba: “Lo lamento mucho Ana. Mi más sincero pésame”. Esa noche no pudo pegar ojo, dándole vueltas en su cabeza al momento que acababa de vivir y a las sensaciones tan maravillosas que había experimentado. A la mañana siguiente, cuando llegó a su puesto de trabajo todo volvió a la normalidad. Para Luis ella era una compañera de trabajo más. Ana no sabía qué hacer para volver a sentir el abrazo de Luis. Así una noche, entre el delirio y la locura, encontró la solución. A los pocos días, comenzó a asesinar a los miembros de su propia familia. Sólo para sentir el abrazo de Luis y su voz cerca de su oído. Para ella ese breve momento valía más que la vida de cualquier persona, incluidos sus seres más allegados.
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El jardinero.
Autor: Nacho Saavedra  207 Lecturas
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La criatura.
Autor: Nacho Saavedra  189 Lecturas
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El paso del tiempo.
Autor: Nacho Saavedra  203 Lecturas
La noche era bastante fría y estaba cayendo una niebla lo suficientemente espesa como para empezar a difuminar los edificios colindantes. La mujer arrulló al bebé entre sus brazos protectores y lo cubrió con la manta. Miró, desde la puerta del hospital del que acababa de salir, a ambos lados de la calle pero no consiguió ver ningún taxi. Impaciente por la espera y el pasar de los minutos decidió marcharse a pie antes de que la noche avanzará aún más. Su casa no estaba muy lejos, atravesaría por el parque para evitar rodearlo y ganar así algo de tiempo.Caminaba lo más rápido que le permitían sus piernas sexagenarias. Se había visto obligada a llevar al bebé por la tarde a un control rutinario, de los muchos que se les realizan en los primeros meses de vida, y no había podido aplazarlo por más tiempo. Debido a la falta acuciante de personal en el hospital se había retrasado bastante, por lo que la noche se le había echado encima. Sus temores de que descubrieran alguna anomalía en el crio la aterraba pero los exámenes que le realizaron no dieron signo de que hubiese nada fuera de lo normal.Las luces de las farolas quedaban rodeadas por la niebla, que comenzaba a ser bastante espesa, lo que le confería al lugar un aspecto realmente fantasmagórico. Había llegado casi al final de los jardines y ya podía medio adivinar las rejas del otro extremo cuando, de una zona oculta por las sombras de los árboles, se deslizó de manera silenciosa una silueta humanoide con una gran joroba en el lado izquierdo de su espalda cortándole el paso.- ¡Entrégame al bebé! ¡Ahora! -dijo con una voz ronca y desgastada por la edad mientras extendía su brazo derecho. -¡Dámelo!- ¡No te lo daré! ¡Jamás! -respondió la mujer enérgicamente. -Dile a tu señor que el bebé nunca caerá en sus manos.El deforme ser se abalanzó hacia la mujer con una rapidez fuera de lo común pero ésta sacó del bolsillo de su abrigo un extraño amuleto que refulgió tiñendo el lugar con una extraña luz azul. El ser se encogió sobre sí mismo lanzando mil maldiciones.- ¡Dame al bebé! -exigió la criatura mientras se intentaba esconder de la luz entre las sombras de las que había salido momentos antes.Al mismo tiempo el bebé extendió sus brazos intentando arrebatar el amuleto de manos de la mujer pero esta apartó la mano justo a tiempo y se lo puso sobre la frente.- ¡Suéltame! ¡Suéltame, bruja! -dijo el bebé con una voz aguda mientras se retorcía a causa del intenso dolor que le producía el contacto con el amuleto.- ¡Cállate! Pronto aprenderás a obedecer mis ordenes. No eres el primero de tu especie al que he domesticado - Le advirtió la bruja.
La criatura
Autor: Nacho Saavedra  254 Lecturas
La luna llena había alcanzado su punto más alto cuando Jacob divisó a su mentor, parcialmente oculto entre las sobras,  junto al viejo muro de piedra del camposanto. Preocupado corrió hacia él, atravesando la solitaria calle adoquinada, lo más rápido que le permitieron sus piernas e intentando hacer el menor ruido posible. No había tenido noticia alguna de su paradero desde hacía casi una semana y la nota que recibió en la recepción del hostal en el que se encontraban alojados desde que llegaron a la ciudad, citándolo urgentemente allí, lo intranquilizó más aún. Si le había dejado una nota en lugar de personarse el mismo debía estar ocurriendo algo importante y grave también.El profesor no tenía buen aspecto. A pesar de lucir su característico sombrero de copa negro, no podía ocultar la palidez de su rostro ni las ojeras que casi escondían, por completo, unos ojos rojizos y visiblemente cansados. Además, a pesar de tener puesto su largo abrigo negro no podía disimular una leve cojera de su pierna derecha y la mancha de sangre seca que había recorrido la misma hasta la pantorrilla.- “Maestro. ¿Dónde habéis estado? ¿Os encontráis bien? No tenéis buen aspecto. Estaba preocupado por vuestro paradero” -. Dijo mientras dejaba en el suelo una bolsa de mano de cuero negro.- “Responderé a tus preguntas en otro momento“-. Le interrumpió el profesor Schwank, afamado estudioso del mundo paranormal e incansable cazador de vampiros-. “No tenemos tiempo que perder o volverá a escaparse de nuevo. Entremos sin mayor demora”- “¿Vamos a entrar ahora al camposanto? ¿En mitad de la noche? “                - “Mañana puede que ya no se encuentre aquí”- “Pero… es una temeridad maestro. Siempre les hemos dado caza con la luz del día. Cuando son más vulnerables. En plena noche…”- “No tenemos nada más que discutir, Jacob”-. Concluyó la discusión el profesor de manera brusca-. “La llegada del amanecer avanza y debemos actuar con diligencia” -. Apremió el profesor a su discípulo.  Jacob se apoyó contra el muro y entrelazó sus dos manos para auparle a lo alto. Sentado a horcajadas en la parte superior del mismo, el profesor agarró la bolsa de cuero que su aprendiz le había acercado y la dejó caer dentro del camposanto. Después le tendió la mano para que subiera él también. Desde lo alto del muro el joven lanzó una furtiva mirada hacia atrás y observó unas figuras que se movían silenciosas en la esquina más alejada de la calle. Dos, tres tal vez. Cuando volvió la vista ya el profesor había bajado el muro y se encaminaba cojeando hacia el interior del recinto.El camposanto se encontraba envuelto en el más absoluto e inquietante de los silencios, lo que no tranquilizaba lo más mínimo al joven Jacob. De manera casi inconsciente llevó su mano izquierda hasta el crucifijo de plata que llevaba colgado al cuello como si el notar su simple presencia le transmitiera una tranquilidad y seguridad que en ese momento preciso no tenía. Iluminados por la luz de la luna llena, avanzaron con paso vivo entre blanquecinas lápidas y tristes cipreses adentrándose cada vez más en el fantasmagórico lugar hasta alcanzar un panteón grande, viejo y de mármol negro que se encontraba flanqueado por dos cipreses altos y secos. Por su aspecto debió haber sido edificado hace mucho tiempo. Más tiempo que las lápidas que lo rodeaban.- “Este es el lugar, Jacob” -. Dijo mientras señalaba la puerta de madera de roble que tenían justo enfrente.Jacob dejó la bolsa en el suelo, la abrió y sacó de la misma una pequeña palanca de hierro y se acercó hasta la puerta de manera titubeante.- “¿Está seguro de querer entrar en plena noche, maestro?” -. Dijo mientras introducía la palanca junto a la cerradura. – “Con total seguridad no se encuentre dentro. Tal vez sería mejor que lo esperemos aquí fuera a que vuelva y lo sorprendamos.”- “Ya lo hemos discutido hace unos momentos. ¡Ábrela ahora mismo!”Jacob hizo presión apoyando todo el peso de su cuerpo sobre la palanca y con un chasquido seco la cerradura cedió y cayó al suelo de tierra. La puerta se abrió con suavidad a pesar de ser bastante robusta, dejando a la vista los primeros escalones de una desgastada escalera de pierda que se adentraba en la tierra y que daban la sensación de ser muchísimo más antiguas que el propio panteón bajo las que se encontraban.- “¡Bajemos!” -. Ordenó el profesor Schwank mientras ponía el pie en el primer escalón de la escalera para comenzar el descenso.- “Aguarde un instante profesor” -. Le detuvo mientras rebuscaba en la bolsa una estaca de madera y un tarro de agua bendita que vació sobre la punta de la misma.Jacob miró de soslayo hacia atrás y observó  algunas siluetas negras que se ocultaban entre las lápidas sin hacer el más mínimo ruido. Cogió una lámpara de aceite que llevaba dentro de la bolsa y la encendió. Se la colgó del hombro y, con la estaca en una mano y la lámpara en la otra, comenzó a descender con cuidado por la escalera de piedra gris en pos de su maestro.La escalera descendía en línea recta pero dentro del túnel estaba tan oscuro que la lámpara no iluminaba más allá de unos cuantos metros. El aire en el interior era denso y olía a rancio. A cada paso que bajaban se hacía más difícil respirar. Después de un descenso que a Jacob se le antojó eterno alcanzaron el corazón de la cripta. El suelo de la sala era de tierra prensada. Jacob levantó el brazo para aumentar el radio de iluminación de su lámpara y giró sobre sí mismo. Las paredes estaban cubiertas de nichos, pero el que atrajo la atención del joven fue el que descansaba en el centro: un ataúd de piedra majestuosamente tallado.- “¡Vamos! Suelta las cosas que llevas y ayúdame a levantar la tapa” -. Dijo el profesor mientras se encaminaba hacia el ataúd.- “Lo siento mucho profesor pero no pienso soltar mi arma.”- “Cómo te atreves a llevarme la contraria maldito seas.”- “Lo siento mucho… de verás. He aprendido mucho de usted, pero creo que nuestros caminos se separan aquí para siempre -. Dijo Jacob mirando a su maestro con todo el dolor de su corazón. – “Es mi obligación enviarte al mundo de los muertos para que encuentres la paz.”- “¿Cómo los has sabido mi querido pupilo?” -. Preguntó el profesor Schwank mientras dejaba al descubierto dos largos y afilados colmillos que se relamía pausadamente.- “Son muchas las señales maestro. Y muchas las aprendí junto a usted.”- “Veo que te he enseñado bien. Juntos haremos grandes cosas.”De los nichos cercanos empezaron a llegar ruidos y gritos espeluznantes. Pronto emergieron tres jóvenes vampiros ansiosos de sangre, que enseñaban sus dientes con furia.-“Te presento a mis tres nuevos aprendices, Jacob. ¡Tus próximos compañeros!” -. Le dijo mientras los señalaba con la mano derecha y rompía a reír con una carcajada gélida -. “Pero antes de convertirte tengo una pregunta que hacerte querido. Si sabías que era un vampiro cómo fuiste tan osado de venir aquí conmigo. ¿Realmente pensaste que eras tan poderoso como para acabar conmigo tú solo?”- “Vos mismo os habéis respondido maestro. No he venido solo.”En ese mismo instante irrumpieron en la cripta cuatro hombres vestidos de negro y con sus rostros cubiertos. Portaban antorchas y armas en las manos. Se lanzaron con furia contra los  tres vampiros que se vieron sorprendidos por la rapidez de la acometida. El profesor llevado por la ira mostró nuevamente sus colmillos y, con un aullido agudo, se abalanzó sobre Jacob con todas sus fuerzas. A pesar de ser más ágil y rápido ahora, aún llevaba poco tiempo en su nuevo estado de vampiro y el joven pudo esquivar la embestida de su antiguo maestro mientras le clavaba sin vacilar la estaca en pleno corazón. Sus miradas se cruzaron por última vez y con un agónico y largo grito se convirtió en polvo.Después de unos momentos frenéticos y de desconcierto, la calma llegó otra vez a la cripta. Cuatro vampiros habían sido exterminados y cuatro hombres destruían, con el mismo número de mazas, el ataúd de piedra que se erigía en el centro de la misma. En una zona apartada de la sala, hincándose de rodillas, Jacob alzaba una plegaria por el alma del que fuera su maestro, mientras dejaba escapar unas lágrimas. Más relatos en... http://relatosycuentosbreves.blogspot.com.es/ 
Percibió algo que puso su cuerpo y su mente completamente en tensión. Realizó un esfuerzo mayor mientras se acariciaba la espesa y blanca barba con su mano derecha y pudo captarlo con mayor fuerza y claridad. No era algo, sino alguien. Y no uno, sino varios. Se centró más aún en el grupo. Era indudable que viajaban juntos, de eso no había la menor duda. Deseaba con todas sus fuerzas hablar con ellos. Saber sus intenciones y su destino final. Pero mostrarse abiertamente podía ocasionarle problemas ya que desconocía cuales eran sus verdaderas intenciones. Así que decidió esperar en un segundo plano, en las sombras, hasta descubrir un poco más sobre ellos.No quería que su impaciencia le llevase a cometer errores iguales a los cometidos en el pasado. Pero su curiosidad y ansias por saber más de ellos se acrecentaban por momentos. Así, intentó expandir su mente un poco más allá. Ahora podía percibirlos con mayor claridad aún. Era como si se encontrara entre ellos, justo a su lado. Eran cuatro. El primero en el que fijó todos sus sentidos era, indudablemente, un guerrero. Algo que podía suponerse por la armadura completa que portaba con gallardía. Se veía que era un guerrero experimentado como denotaban algunas abolladuras en la coraza y las marcas de otros aceros contra ella. Y debía poseer una fuerza extraordinaria como así se podía deducir por la espada bastarda que colgaba de su espalda. Un arma que requería de unos brazos fuertes para blandirla. Cerca, sentadas junto a la hoguera, conversaban dos figuras más delgadas. Dos mujeres, sin duda. La primera de cabellos cortos y negros. Piel morena y vestimentas blancas procedía indudablemente de las tierras del otro lado del Mar de Corla, allí en el sur. Sus muñecas estaban adornadas por una gran cantidad de finos aros dorados que tintineaban con el movimiento de sus manos de manera armoniosa. Su interlocutora era de cabellos rubios y largos. Sus orejas puntiagudas confirmaban que se trataba de una elfa. El arco largo que descansaba junto a ella y sus ropajes de exploradora confirmaban que debía ser una excelente tiradora. De pronto, con un rápido movimiento, se llevó el dedo índice de su mano izquierda junto a sus labios y agarró con premura su arco mientras observaba con mirada penetrante cuanto las rodeaba. Sin darse cuenta, había bajado la guardia mientras las estudiaba, desvelando su presencia de manera imprudente. Por unos momentos contuvo la respiración hasta que la elfa volvió a soltar el arco y siguió conversando con su compañera.Un poco más alejado del grupo, en el límite entre la luz de la hoguera y las tinieblas de la noche que envolvían al grupo, captó al cuarto miembro. El más misterioso sin lugar a dudas. Estaba envuelto en una amplia túnica de color carmesí cuya capucha le cubría el rostro dejando tan solo al descubierto una pequeña barba color gris. Intentó averiguar algo más sobre él, pero parecía como si un aura mágica lo rodeara y blindara de cualquier escrutinio no deseado. Le fue imposible averiguar nada más sobre él.Satisfecho con las investigaciones que había realizado cortó el enlace mental con el grupo, al menos por el momento, y volvió al mundo que le rodeaba. Con la mayor celeridad posible para no olvidar ningún detalle de su encuentro, dio un sorbo al café que empezaba a enfriarse en la taza y comenzó a golpear las teclas de su vieja Olivetti color rojo. Más relatos en... http://relatosycuentosbreves.blogspot.com.es/ 
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Despertar
Autor: Nacho Saavedra  243 Lecturas
Aquella lejana noche de Halloween siempre sería diferente. Siempre quedaría grabada en lo más profundo de nuestras almas. Nano fue el único que reunió el valor suficiente para atravesar el descuidado jardín y llamar al timbre del viejo caserón abandonado de la Calle Nueve. Ninguno de nosotros podrá olvidar la cara pálida de Nano, casi desencajada, ni sus ojos abiertos de par en par reflejando el miedo más absoluto que nunca habíamos contemplado, ni su grito de terror ahogado por aquellas dos manos huesudas y retorcidas, casi inhumanas, que lo arrastraron adentro para siempre, mientras permanecíamos petrificados detrás de la herrumbrosa y oxidada verja del jardín.Casi diez años después,  aún no se ha encontrado rastro alguno de Nano en aquella casa. Ni tan siquiera en los alrededores, a pesar de los minuciosos registros llevados a cabo por la policía. Casi diez años después, aún seguimos evitando pasar por delante del viejo caserón de la Calle Nueve. Y, casi diez años después, aún nos recorre un escalofrío por todo el cuerpo cuando recordamos los gritos de pavor provenientes de aquel caserón de la Calle Nueve. Más relatos en... http://relatosycuentosbreves.blogspot.com.es/ 

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