• Diego
kuzamama
-
  • País: Argentina
 
        La reputación del príncipe Ajdir se extendía a todos  los confines del mundo conocido y a  pesar de su corta edad,  era considerado una especie de leyenda viviente. Muchos pensaban que sus admirables dotes provenían de su naturaleza divina, por ser fruto de la unión entre el rey y una diosa  del Olimpo, a la que había enamorado por una noche. Era un formidable guerrero amado por su pueblo y  temido por sus enemigos en igual medida; sin embargo también se lo consideraba un hombre justo, protector y amante de las causas nobles. Su padre quería abdicar al  trono de Argon para que se convirtiera en el nuevo soberano, pero él  rehusaba a aceptar el honor, porque primero se había jurado no descansar hasta borrar de la faz de la tierra hasta al último de los dracosianos.   La rivalidad  entre Argon y Dracos,   fue creciendo a través del tiempo en una larga cadena de disputas y traiciones. Los motivos por los cuales  comenzó el encono se desdibujaban en las tinieblas de las centurias pasadas. Tan difusos y  contradictorios eran,  que ya nadie sabía si las gloriosas epopeyas recitadas por los juglares en sus cantos formaban parte de un mito o  habían sucedido verdaderamente. De cualquier modo poco importaba. Lo cierto era que los dracosianos encarnaban a lo más vil de la naturaleza  humana. En su mundo imperaban las pasiones por sobre la ley, y la corrupción de funcionarios y súbditos era cosa de todos los días.  Se trataba de un pueblo brutal, agresivo, concupiscente y conquistador, cuya maldad quería extender sobre toda la faz del mundo conocido. En la última década, los dracosianos habían llevado la delantera en la guerra, poniendo en serio peligro la existencia de Argon. Pero desde que Ajdir estaba al frente de las milicias, una fulminante racha de victorias en el campo de batalla había vuelto a emparejar  las cosas y hasta empezaba  a volcar  la balanza del lado de los justos. ¿Sería el  elegido que habían profetizado los oráculos para traer la victoria a su pueblo? El rey insistía en que no tenía ninguna obligación de exponerse de esa forma, que era peligroso y hasta contrario a los intereses del reino asumir tantos riesgos en forma personal. Pero él se enorgullecía de encabezar las incursiones nocturnas que exploraban el desierto en busca de enemigos.  Sabía que sus hombres le admiraban por ello y consideraba que su sacrificio era uno de los secretos para mantener a la tropa con la moral bien alta. - Es noche de luna llena,  - pensó. - Con tanta luz es  imposible que esos bastardos se atrevan a merodear por aquí, máxime luego de la masacre que sufrieron el otro día. Igualmente, el ejercicio servirá para mantener a los guerreros entrenados y alertas. - A mitad  de la recorrida habitual, se apeó del caballo y ordenó desensillar a toda la tropa.  Era hora de darles un respiro y premiarlos por su valeroso comportamiento en el frente. Así que ordenó prender una  fogata y descubrió una gran crátera rebosante del más exquisito vino real, que sus hombres de mayor confianza habían preparado para la ocasión. Decidió no beber.  Esa noche le bastaba ver a su gente feliz, brindando por su patria y vitoreando el nombre de su jefe. Jamás hubiese imaginado el horror que experimentaría minutos más tarde, cuando sin motivo aparente, los todos los soldados comenzaron  a caer enfermos.  Se revolcaban, vomitaban y con sus ojos inyectados en sangre, lanzaban desesperados gritos de dolor que partían de sus laceradas entrañas. De repente irrumpieron las tropas enemigas. Y entre risas grotescas y burlonas, remataron sin piedad a sus indefensos guerreros. Unos les sostenían las cabezas desde los pelos y otros los decapitaban de un solo sablazo.. No tenía tiempo que perder. Debía huir inmediatamente si quería disponer de una mínima chance para salvar su vida.  Se abalanzó sobre su corcel y comenzó a cabalgar tan rápido como le fue posible.  Al instante, sintió el inconfundible silbido de  las flechas que se le  acercaban. Dos de ellas rebotaron en su áurea pechera y una se clavó en su brazo izquierdo. Aunque su caballo llevó la peor parte, porque tres de esas endiabladas saetas lo atravesaron hiriéndolo de muerte. Ajdir salió despedido como una catapulta y terminó cayendo en una duna que amortiguó el golpe. Sabía que sería su fin. Los infieles tardarían segundos en alcanzarlo y  arrancar su cabeza para llevársela al rey de Dracos y así poder reclamar una recompensa valuada en millones. Pero como si en ese mismo instante todos  los Dioses se hubiesen aliado en su favor, irrumpió una tormenta de arena tan potente, que ya fue imposible ver siquiera a un paso de distancia.  Las flechas lanzadas en su contra,  eran rechazadas por ese bendito viento convertido en invisible escudo y  circunstancial aliado. Corrió totalmente a ciegas, quizás por horas, hasta que cayó dentro dentro de un pozo absolutamente extenuado y rendido por el esfuerzo. Se despertó cuando la gélida noche se retiraba. Su cuerpo había quedado enterrado en la arena y  sólo sobresalía en la superficie la mitad de su rostro y parte de la flecha incrustada en su brazo. Por un instante pensó que se hallaba en el Hades, pero el terrible ardor en su brazo le hizo notar que aun conservaba un  cuerpo mortal de que ocuparse. Miró hacia ambos lados a ver si había rastros del enemigo, pero sólo se encontró con el sol naciente como único testigo de su desdicha.  Cortó al medio la varilla de la flecha, luego sacó su cuchilla para abrirse la piel y extraer la punta incrustada en la carne. Un gran chorro de sangre anunció que acababa de ser expulsada, mientras todo su cuerpo se estremecía del dolor, aunque logró ahogar el grito mordiéndose fuerte los labios. Para evitar la infección, se dispuso a limpiar la herida llena de arena, por lo que volvió a enterrar la hoja en su humanidad y extirpó toda la carne sucia. Perdió el conocimiento por unos instantes y luego se aplicó el ungüento que las sacerdotisas preparaban especialmente para estos casos. Finalmente, cubrió la herida con las vendas que llevaba en su chaqueta. La operación lo había extenuado, llevándolo al límite de sus reservas físicas, pero sabía que no podía darse el lujo de descansar. Si se quedaba quieto, iba a ser presa fácil del brutal sol del mediodía, de los enemigos que seguramente lo estarían buscando, o de alguna alimaña que siguiendo el rastro de la sangre aprovechara su debilidad para saciar su apetito. Instintivamente caminó en dirección contraria al sol naciente para acercarse a su  reino, aunque sabía que estaba muy lejos y necesitaría de un milagro mucho más grande que el de anoche para poder salvarse. . Con el paso de los minutos, el sol se tornaba cada vez más brillante y comenzó a proyectar la  sombra de su silueta sobre la arena. Su serpenteo, parecía anunciar  que el calor iba aumentando en forma desmedida. Sin embargo la suave y continua danza se tornó cada vez más violenta, mutando frenéticamente de forma. Ajdir comenzó a inquietarse pensando que el esfuerzo lo había dejado fuera de sí y lo empujaba a experimentar esas visiones. De repente, comenzó a sentir como si todos los huesos se le trituraran y su carne se desgarrara en mil pedazos, mientras la sombra se despegaba definitivamente de su cuerpo,  transfigurándose en un reptil de  horripilante y escamosa piel verde. Observando sus ojos rojo brillantes, uno podía percibir el mal en estado puro.  Esa siniestra mirada no era de este mundo, ni siquiera habría podido encontrarla en el más cruel de sus enemigos. Y sin embargo, no sabía por qué, había algo de ella que le resultaba familiar. Ajdir pegó un salto hacia atrás, desenvainó su daga con la diestra y le espetó a la bestia:  - ¿Quién demonios eres? - El reptil sonrió maliciosamente y contestó: - Soy Ridja, verdadero heredero del trono de Argon y estoy aquí para reclamar de una vez por todas lo que me pertenece. Hasta hoy, permití que vivieras y hasta te protegí de tus propias torpezas porque eras funcional a mis planes. Pero me he dado cuenta de que ya no me sirves, porque  te has convertido en una amenaza para mi propia existencia. - Eres el ser más abyecto que he conocido – replicó Ajdir, mientras apretaba con  fuerza la empuñadura de su sable. - Te conmino a que vuelvas sobre tus pasos y regreses al detestable averno del que nunca debieras haber salido. - Recibió una sonora carcajada como respuesta. - ¿Cómo podrías obligarme a hacer semejante cosa? Si tu carácter es  tan débil... Tienes un estúpido sentido del honor, te interesas por los demás y eso te hace incapaz de cuidar tu propio pellejo.   ¿Acaso crees que fue mérito tuyo el haber evitado tomar ese vino? Más bien fue mi astucia para percibir el peligro inminente, allí donde nadie lo puede ver. Se todo acerca de la naturaleza del mal y puedo olerlo perfectamente cuando  se encuentra agazapado para atacar; más aún en los casos en que nadie lo espera. Y fue mi egoísmo el que nos salvó de morir. Contaba con que  esos idiotas iban a malgastar su tiempo cortando las cabezas de los pobres infelices condenados de antemano a morir a causa del veneno. Si fuera por tí, hubieses perecido con ellos al intentar salvarlos. - Y riendo frenéticamente agregó: - Si hasta sentí algo de pena por aquellos  cuya desgracia nos facilitó la huída. -Ajdir estaba confundido. No entendía porqué esa maldita bestia hablaba de  “nosotros”. No podía procesar que a pesar de ubicarse dentro  del mismo bando, estuviera feliz de ver la espantosa muerte de tantos buenos y valerosos compañeros de lucha. Eso lo enfureció tanto que cargó  directo sobre el monstruo. En una fracción de segundo Ridja desenvainó su espada, bloqueando el golpe mortal que Ajdir pretendía asestarle. Con el pié, empujó al príncipe hacia atrás haciéndolo trastabillar.  - ¡Buen intento!  ¿Te acuerdas cuando estábamos en plena batalla y nos regodeábamos viendo estallar en pedazos la cabeza de nuestro adversario?. Que  hermoso espectáculo el ver sesos e intestinos saltando por los aires y la dulce sangre que salpicaba y chorreaba nuestro cuerpo. Je! un verdadero alimento para nuestras almas. Después, era gracioso verte condenar desde un púlpito a los dracosianos, por hacer exactamente  las mismas cosas que nosotros  tanto disfrutábamos. - Es mentira lo que dices, - espetó Ajdir -  nuestros enemigos han matado y violado a nuestras mujeres e hijos, y eran la única muestra palpable del mal en este mundo hasta que te conocía a tí.- ¡Jajaja! ¿Y  nosotros no hemos cometido en represalia hechos similares? ¿Acaso estás tan seguro que ellos fueron los primeros? Como verás, toda tu bondad es una muestra encubierta de cinismo e hipocresía. Tu inclinación a ayudar al prójimo es sólo una excusa para inflar tu ego, sentirte superior y obtener reconocimiento por ello. No eres mejor que yo. Ajdir no soportó más. Esa rata escamosa, lo cargaba de odio, como nunca antes en su vida. - ¿Qué puedes hablar acerca de la naturaleza de los sentimientos nobles. ¿Qué sabes tú acerca del amor, la amistad y los principios que alimentan mi vida? ¿Cuántas veces he salvado y he sido salvado en el campo de batalla por la simple generosidad de un compañero? Eso es algo que tú nunca podrás entender. Y maldigo a la vida si de alguna forma tú te has aprovechado de esos sublimes sentimientos, para alguna vez preservar tu funesta existencia.   - Juntó todas sus fuerzas y  blandió nuevamente su espada contra el reptil, esta vez asestándole  un golpe seco que le arrancó de cuajo su brazo derecho. Ajdir vio como la bestia se retorcía de dolor al mismo tiempo que crecía en el lugar del miembro amputado, un  brazo humano. Horrorizado, vio que el  suyo  a la vez se convertía en una extremidad fría, verde y de afiladas garras, sintiendo un ardor igual de insoportable. Acometió nuevamente, ahora incrustando el hierro en la pierna de su oponente, que también se transformó en humana. A medida que la lucha continuaba ya no se podía distinguir quién era quién.  Finalmente, los guerreros trabaron los  filos de sus dagas con  fuerzas igualmente contrarias. Ajdir se sorprendió al ver que el arma de su enemigo era una réplica exacta de la suya. Y como un destello de luz, por primera vez pudo comprender el significado del dibujo grabado en ella...  La figura de un ángel abrazado al de una  gárgola. Los dos se miraron fijamente a los ojos, y pudieron ver reflejados en el fondo de cada uno de ellos la propia naturaleza del otro. Soltaron sus espadas y se fusionaron en un profundo e interminable abrazo.          A la mañana siguiente, Ajdir se despertó pleno de renovados bríos. Ya no  tenía marcas ni heridas visibles, por lo que dudó si todo había sucedido realmente. De lo que sí estaba absolutamente seguro es que ya nada sería igual que antes. Divisó a lo lejos un grupo de guerreros que se acercaban y se alegró al ver que eran tropas amigas los que lo habían encontrado. De regreso a Argon, fue recibido con las más emocionantes muestras de  amor de parte de su pueblo y le expresó a su padre  el firme deseo de aceptar la corona.   Y ni bien fue investido como el nuevo rey de Argon, ordenó enviar a un emisario para concertar una entrevista con su par dracosiano.  Tras arduas negociaciones, el encuentro pudo concretarse. Habían pactado encontrarse al alba, en campo neutral en el medio del desierto. Cada soberano asistiría acompañado de su guardia real armada hasta los dientes.   Aquel día, Ajdir tomó resueltamente la iniciativa y ante el asombro de su comitiva avanzó en soledad en dirección  del rey enemigo. Mientras caminaba, fue despojándose  primero de su sable, luego de su escudo y  finalmente se quitó toda la ropa. Cuando  ya estaba a pocos metros de su rival, le  dijo.  - Te saludo honorable rey de Dracos. Solicité esta reunión para pedirte infinito perdón por todo el daño que los argones hemos infligido a vuestro pueblo. Hemos cegado la vida de millares de tus hermanos y arruinado la de incontables mujeres y niños inocentes, cuyo único pecado fue el nacer en un lugar opuesto al nuestro. Te ofrezco mi sincera gratitud por haber aceptado tener este encuentro y te regalo mi vida en prenda de paz y pago por todo el sufrimiento que les hemos irrogado. - Se acercó aun más y abrazó al azorado soberano. Cerró los ojos entregándose a su destino, consciente de que probablemente le quedarían unos pocos segundos de vida.. Sin embargo recibió como respuesta un fuerte y emocionado abrazo. Ajdir comenzó a sentir como se erizaba toda su piel que ahora cambiaba de textura y color permanentemente. Ese día se recuerda como el comienzo de varios siglos de concordia y prosperidad para los dos pueblos hermanos. Lentamente, los dracosianos incorporaron la disciplina y el apego a la ley de los argones, mientras éstos últimos se volvieron más sensibles al arte, al disfrute y al contacto humano. Hubo sí peleas y disputas, pero lejos de ser destructivas, obligaban a ambas naciones a aprender aún más de la naturaleza del otro, que en definitiva era la suya propia. Y cuando todo se tensaba demasiado y el camino se llenaba de sombras, siempre recurrían a las enseñanzas  del recordado Ajdir para iluminarlo.                                                 FIN   
 Estaba allí parado, como en los últimos cinco años, cumpliendo una cita obligada con la culpa y la impotencia. No disfrutaba en lo más mínimo de la paz del lugar. Al contrario; su corazón se le disparaba a medida que esos malditos recuerdos volvían a dibujarse en su mente.     Cerró los ojos y volvió a verse entrando a su casa, ensimismado como siempre en los problemas del trabajo. Le extrañó mucho no oír la música punk que Camila solía escuchar en su habitación a un volumen casi ensordecedor. Era una de las pocas oportunidades en que su hija abandonaba su bunker. Seguramente estaría en la calle, compartiendo - vaya a saber qué -, con esos personajes tan bizarros y excéntricos que solían frecuentarla.     - ¡Por fin solo! - Se alegró. Cayó pesadamente sobre el sillón del living, tomó el control remoto y encendió el televisor. Hizo zapping por todos los noticieros, escuchando dos y tres veces las mismas noticias. El ritual que repetía a diario, tenía un efecto casi hipnótico. Perderse en las imágenes, lo abstraía tan siquiera por unos instantes de sus amargos pensamientos.     El abismo que existía entre padre e hija era enorme y se ahondaba cada día más. Juan no veía la hora de que ella partiera a hacer su propia vida. Le costaba fijar la vista en su rostro. Esos ojos color esmeralda, la mirada insolente enmarcada en una piel nívea que cubría sus rasgos casi perfectos y el pelo negro como el ébano. Era tan parecida a su madre... Desde que había enviudado, la imagen de su hija le recordaba lo que la vida le había arrebatado de un solo golpe.     Entró en un sopor, pero antes de quedarse dormido en el sillón, prefirió apagar la tele y subir por las escaleras en dirección a su cuarto. Al llegar a la planta alta, vio que la puerta de la habitación de Camila estaba entreabierta.    - Que extraño. - Pensó. Su hija siempre se encargaba de cerrarla bajo siete llaves. A menudo fantaseaba con entrar por la fuerza y agarrarla del cuello para que reaccionara. ¿Por qué no podía ser una adolescente normal? Aunque hacía rato que había cambiado ese anhelo por indiferencia. Sin embargo, esa vez le ganó la curiosidad. El descuido de Camila, era un convite irresistible a espiar un mundo totalmente ajeno, que no comprendía en lo más mínimo.      Parado ante la tumba de su hija, la visión volvió a recrearse con impecable fidelidad. Entró al cuarto de Cami…, un extremo de la soga estaba amarrada a la araña; el otro, fuertemente apretado a su cuello. La silla tirada en el suelo y el hermoso cuerpo desnudo de la joven, colgaba tieso, cianótico, inerte.     Estuvo a punto de enloquecer. Instintivamente la tomó de las piernas, e intentó levantarla para disminuir la presión de la horca sobre su garganta. Pero ni bien la rodeó con sus brazos, sintió la gélida rigidez de la muerte, y se dio cuenta que la había perdido definitivamente.     Abrió los ojos, se desplomó sobre la tumba y lloró, recreando el sentimiento de angustia y desconsuelo que lo había marcado desde aquel instante, para siempre.     - Hija, te pido perdón por haberte abandonado, por no reparar que tu infierno era mucho más insoportable que el mío. Daría cualquier cosa por devolverte la vida. Hasta la mía propia, si tuviera una segunda oportunidad para demostrarte todo lo que te quiero.     - Cada aniversario, el lamento surgía casi calcado, convirtiéndose en una especie de patética plegaria. Pero era el único momento en que Juan se permitía conectarse con sus sentimientos. Sabía que debía calmarse lo antes posible. Se secó las lágrimas, dio media vuelta y se dispuso a abandonar el lugar.     - Mañana será el gran día y debo ir a casa para darle los toques finales a mi discurso.     - Estaba convencido que esta vez los accionistas no podrían rechazar sus planes, y que finalmente lo elegirían para ocupar la presidencia de la empresa. Hacía tiempo que había perdido a sus seres queridos y su única tabla de salvación, lo único que lo seducía, era llegar a la cima. Alcanzar el poder absoluto que le permitiera decidir y hacer por sobre los demás.     Pero no llegó a dar dos pasos en dirección a la salida del cementerio, cuando divisó que a sus espaldas se proyectaba una luz brillante que poco a poco fue invadiéndolo todo. Paralizado por el susto, hizo un esfuerzo sobrehumano por darse vuelta... ¡No lo podía creer!. De repente vio la imagen de su hija que se elevaba sobre la tumba.     - Hola papi. Escuché tus lamentos.     - ¡Cami, no puede ser! ¡Estoy soñando despierto!     - Estoy atrapada en un limbo donde se encuentran todos aquellos que se quitaron la vida. Existimos en un plano solitario, gélido, anodino, sin colores ni sentimientos. Una cárcel infinitamente peor a la que fue nuestra desgraciada existencia física. ¿Estarías dispuesto a ayudarme a salir?     - ¡Por supuesto hija!     Perplejo e infinitamente emocionado, elevó la mirada al cielo y gritó:     - Dios santo, gracias por darme la posibilidad de redimirme!. Cami, ¿Qué tengo que hacer para ayudarte?     - El espectro de la joven señaló con su dedo índice hacia atrás.     - Debes partir inmediatamente y subir a aquella montaña. Justo en la cima hay una gruta. Entrarás a ella y a tu izquierda verás una flecha tallada en la roca. En la dirección que ella marque, cavarás un pozo profundo y encontrarás un cofre. Ábrelo y toma la llave que hay en su interior. Es la llave que me sacará de esta prisión para siempre. Tráemela lo antes posible, ya que sólo puedo estar aquí por unas horas y no se me permitirá salir en los próximos mil años.     - Partió sin perder un instante, repasando mentalmente cada indicación. Subió al auto y se dirigió hacia la ferretería del pueblo. No podía pedir ayuda. ¿Quién podría dar crédito a lo que le había pasado?     - No, definitivamente me tomarían por loco. - Pensó.     - Tomó un pico, una pala, pagó y sin esperar el cambio, se fue tan rápido como pudo. Ya eran las 5 de la tarde y debía apresurarse, porque sabía perfectamente que las temperaturas nocturnas llegaban a los veinte grados bajo cero.     Al llegar a la base de la montaña, confirmó sus sospechas. El camino estaba bloqueado por una gruesa capa de nieve caída desde la última tormenta. No podía seguir con el auto, el barrenieves pasaría a despejarlo recién mañana y ya sería demasiado tarde. Sin pensarlo, se bajó del vehículo, tomó una linterna de la guantera, la bolsa con el pico y la pala y se dispuso a seguir a pie. Comenzó a ascender por el serpenteante camino. La nieve aún estaba blanda y sus pies se hundían demasiado, dificultándole enormemente el paso. Sabía que iba a ser duro, pero estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio con tal de ayudar a su hija.     Pasaron dos horas y recién había cubierto poco más de la mitad del trayecto. Las orejas laceradas por el frío comenzaron a arderle de forma insoportable, hasta que ya no las sintió más. Minutos más tarde empezó a nevar furiosamente. Las ráfagas de viento convertían el gélido clima en una especie de daga que lo atravesaba de lado a lado.     Dejó de sentir los dedos de sus pies y manos. Preocupado, empezó a golpear frenéticamente sus extremidades contra una piedra, para que la circulación no se le detenga y vio como la nieve empezó a teñirse de rojo. Un agudo agudo pinchazo de dolor le anunciaba que sus dedos aún no se habían congelado del todo. De repente sintió mareos. Todo parecía girar y una densa columna blanca le impedía ver por dónde caminaba, quitándole toda referencia conocida. Entró en pánico, y las dudas empezaron a torturarlo...     - ¿Y si todo esto fue producto de una fantasía? ¿Me estaré volviendo rematadamente loco?     A medida que pasaban los minutos, aumentaba exponencialmente el cansancio y la aguja del termómetro seguía bajando, sus cavilaciones se convirtieron en certeza. Seguramente la imaginación le había jugado una mala pasada. Era imposible y estúpido pensar que su hija se le hubiera aparecido desde el más allá.    Además, … ¿Cómo podía darse el lujo de perder su único objetivo real y concreto?. Aquello por lo que luchó durante tantos años finalmente estaba al alcance de su mano y justamente ahora, no iba a desaprovecharlo.     - Mañana estoy a punto de tomar el control de la empresa y si no llego a tiempo los accionistas elegirán a otro. Que imbécil, estoy a punto de morir y perderlo todo a causa de un espejismo. – gritó.     Y a pesar de que solo le restaban unos pasos para alcanzar la cumbre, decidió dar media vuelta y comenzar inmediatamente el descenso.     El regreso fue penoso, pero enfocar la mente en su propia supervivencia, redobló sus fuerzas. Finalmente llegó a casa con la última gota de energía que le quedaba. Y apenas puso un pie adentro, cayó rendido en el piso del Hall de entrada.     Al día siguiente, la luz del Sol que comenzaba a colarse a través del ventanal del living, acarició su rostro. A duras penas pudo abrir los ojos, miró el reloj colgado en la pared y cuando logro enfocar la vista en los números, saltó como un resorte.     - Son las ocho y media! Tengo que apresurarme para ir a la reunión y ni siquiera pude repasar mi presentación.     Mientras se bañaba, no podía distinguir si la marea de imágenes y sensaciones de la noche anterior realmente había ocurrido. Pero las heridas llenas de sangre coagulada y la piel lacerada por el frío disiparon toda duda.     Se cambió lo más rápido que pudo y llegó a la empresa con los minutos contados. Cuando abrió la puerta del salón, vio como los accionistas intercambiaban impresiones frenéticamente. Pero ni bien notaron su presencia, giraron la mirada en dirección a él, e instantáneamente hicieron silencio.     Las piernas se le aflojaron, pero enseguida recuperó la compostura y pronunció un discurso impecable, sin fisuras. El mejor de su vida.     Por la tarde recibió la noticia: Lo había logrado, era el nuevo presidente de la compañía. Luego de las felicitaciones y festejos de rigor, se marchó en dirección a su casa. Siempre pensó que ese iba a ser el día más feliz de su vida, pero increíblemente no sentía ninguna sensación placentera. La angustia volvió a apoderarse de él y se tornó insoportable en el mismo instante de transponer la puerta.     ¿Y si era cierto lo de su hija? ¿Y si hubiera perdido la última oportunidad para ayudarla?. Estuvo tan cerca … faltaba un último esfuerzo.     Decidió regresar al cementerio y se acercó a la tumba, sin notar nada extraño. La misma inquietante tranquilidad de siempre, sólo alterada por los murmullos de una viejita decrépita, que oraba al lado de la sepultura de algún ser amado. Experimentó un profundo alivio y terminó de convencerse de que había hecho bien al no seguir con esa locura.     Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que algo había cambiado. En la lápida asomaba una letra familiar, que parecía como recién esculpida. Removió con ansiedad la nieve acumulada en la piedra y encontró una inscripción que decía…     “Te perdono papá. Hasta dentro de mil años…”     Su cara se transfiguró en una patética mueca de dolor y un grito gutural e infinito se escapó de su garganta. Sintió que el pecho se le abría en dos, mientras abandonaba este mundo abrazado a la tumba de su hija. Despertó en un lugar estéril, gris, espantosamente silencioso, sin saber a donde estaba, ni cuánto tiempo había pasado desde que perdió la conciencia. Vagó días, meses, quizás años enteros tratando desesperadamente de encontrar algo diferente a la densa niebla que lo envolvía.     Pero cuando ya había perdido toda esperanza, encontró una carta lacrada dirigida a él. Prácticamente destrozó el sobre y con las manos temblorosas, llenas de una emoción contenida, abrió el papel cuidadosamente doblado.     “Bienvenido a tu infierno particular. Aquel que tú mismo te has creado apartándote de todo lo verdadero. Aquí pasarás los próximos mil años, a menos que encuentres a alguien que quiera arriesgar su vida, para rescatar tu alma. Podrás intentarlo una sola vez. Sólo tendrás que proponértelo y aparecerás frente a tu posible salvador. Suerte”.      Juan sintió que en ese momento se le helaba la sangre. Rompió la carta en mil pedazos, y mientras se desdibujaba su silueta en las tinieblas, gritó:     - Hasta dentro de mil años Camila!     Tenía la absoluta certeza de que nadie entre los vivos podría quererlo tanto como para pretender salvarlo.                                                              Fin
Una Segunda Oportunidad
Autor: Diego  169 Lecturas

Seguir al autor

Sigue los pasos de este autor siendo notificado de todas sus publicaciones.
Lecturas Totales352
Textos Publicados2
Total de Comentarios recibidos0
Visitas al perfil710
Amigos0

Seguidores

Sin suscriptores

Amigos

Sin actividad
kuzamama

Información de Contacto

Argentina
-
www.contactoconlodivino.blogspot.com

Amigos

Este usuario no tiene amigos actualmente.