• Ana Vázquez
Fata Morgana
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LA MUJER QUE TENÍA FRÍO 1                         Tengo frío. Siempre tengo frío. Es una sensación horrible. Mi madre dice que es porque nací en mitad de la nieve. Se puso de parto en la calle en pleno mes de enero y fue todo tan rápido que no dio tiempo a que llegara la ambulancia. No sé si será por eso, yo sólo tengo claro que siempre he tenido frío, desde que puedo recordar.                         No conocí a mi padre; se largó cuando mi madre se quedó embarazada. Ella siempre se ha portado muy bien conmigo, incluso me llevó al médico para tratar de averiguar la causa de este frío intenso y perpetuo. Como nunca lo supimos, pintó mi cuarto de color rojo y forró toda mi ropa con borreguillo para que nadie notase que iba más abrigada de lo habitual.                         Mi paso por el colegio lo recuerdo como una pesadilla. Siempre tenía frío, lo que me impedía hacer amistades porque nunca salía al patio en el recreo, ni iba a patinar en invierno, ni a la piscina en verano, tampoco a tomar un refresco, ya que nunca tomo alimentos que no estén calientes. Yo sólo deseaba que acabase la jornada escolar para volverme a mi adorada habitación roja y estudiar, estudiar mucho. Me encantaba estudiar, sobre todo ciencias. El estudio decidió mi futuro: gané una beca para la Universidad de Columbia.                         Soy programadora informática, quizá la mejor del país, y, desde luego, una de las mejores pagadas. Hace ocho años la multinacional McAllister & Levison me fichó, lo cual me permitió mudarme de Queens a Manhattan a un apartamento con chimenea.                         Me gusta Nueva York más que nada en el mundo, a pesar del frío que hace. Trabajo mucho en casa, fue la primera condición que puse y fue aceptada. Además, viajo bastante por motivos laborales, he estado en Florida, California y el Caribe. He pensado en la posibilidad de irme a vivir allí, aunque también tengo frío                         En cuanto empecé a ganar dinero, retomé el tema de los médicos. Recorrí la consulta de unas cuantas eminencias que no me resolvieron nada. Hipotermia congénita, decían. Que me abrigase, decían. Que no tenía remedio, decían.                         A pesar de todo, mi aspecto es saludable. Todos los días voy al solarium, pues allí hay un calorcillo agradable que me relaja mucho. Estoy perpetuamente bronceada. Supongo que soy guapa, pues tengo éxito entre el sexo contrario, pero yo no les correspondo. Sí tengo mis necesidades de vez en cuando, por suerte mi frigidez no se ha extendido hasta ese campo, y las satisfago bajo ciertas condiciones, siendo la principal que no me gusta desnudarme, por razones obvias.                         No es sólo el cuerpo lo que tengo congelado, mi alma también lo está. El frío desplaza a las demás sensaciones. No soy capaz de amar ni odiar. No siento nada, salvo el frío.                         Solamente hay dos personas en el mundo que me comprenden: mi madre y Jill. Jill fue mi compañera de habitación en la universidad y sufre un trastorno bipolar. Se preocupa mucho por mí. Un día llegó a mi apartamento un poco nerviosa e inquieta, se notaba que estaba en la fase eufórica, a pesar de la medicación, y empezó a decirme que aquello que llevaba yo no era vida, que no salía, que no me relacionaba, y que me había concertado una cita a ciegas con su amigo Jonas, pues estaba convencida de que estábamos hechos el uno para el otro.            Visto que cuando estaba así no atendía a razones, le prometí que saldría con su amigo una noche. 2                         Resultó que Jonas era divertido, guapo y simpático, todo lo divertido, guapo y simpático que le podía resultar a un corazón de palo como el mío. Estábamos en un local del Village tomando un café y la tiritona me impedía disfrutar de la cita, como siempre. Él. en cambio, no daba la menor muestra de estar incómodo con la temperatura, a pesar de que sólo llevaba una camiseta blanca de manga corta muy ceñida, que marcaba sus bíceps de gimnasio. Tenía una sonrisa muy atractiva.                         -¿Tienes frío? –Me preguntó con amabilidad, al ver que no cesaba de abrazarme a mí misma.                         -Sí. –Le contesté yo. –Es que padezco hipotermia ¿sabes?                         El sonrió como si ya lo supiera.                         -Algo me comentó Jill. Pues si quieres podemos ir a mi apartamento, vivo sólo a dos manzanas de aquí, es muy caliente y te haré un ponche delicioso. ¿Te hace?                         Sí, me hacía. Me daba igual, en realidad, pero le había prometido a Jill que le daría una oportunidad, y salimos del local, yo con mi plumífero forrado de piel, él con su ligerísimo jersey de algodón sobre los hombros. Estábamos a finales de abril, y calculé que habría unos trece grados.                         Vivía en el típico apartamento de ladrillos del Soho, diminuto y lleno de banderines de diversos equipos de fútbol y béisbol. Hacía frío. Él lo notó y arrimó una estufa de aire caliente al sofá en el que me había sentado.                         Tomamos un ponche delicioso, realmente. Y por fin conseguí sacarme el plumífero. Jonas se debió sentir animado por ello, pues decidió pasar a la acción enseguida y comenzó a besarme. Intenté corresponderle, sobre todo por Jill. Además, era una sensación agradable y hasta le permití que me tocara un poco por encima de la ropa.                         Es hoy el día que no puedo recordar cómo el sofá se convirtió en cama ni cómo fue capaz de desnudarme de cintura para abajo sin yo enterarme, ell caso es que fue así, pero me negué en redondo a sus intentos de sacarme la parte de arriba cuando tiró, con impaciencia, de mi jersey, camisa, camiseta de manga larga y camiseta de tirantes a la vez.                         Él me miró casi horrorizado.                         -Pero… ¿cómo que no? No pretenderás que lo hagamos así ¿No?                         -Pues sí. –Constesté yo, enfadada. –Tengo frío. ¿No recuerdas que tengo hipotermia?                         -Mira, te lo juro, te lo prometo… no pasarás ni pizca de frío. De verdad te lo digo. Confía en mí.                         Me dio un poco de lástima y, acordándome de Jill y de toda su parentela, me dejé desnudar por fin. Me acosté de espaldas y procuré relajarme y olvidarme de que ninguna prenda me cubría.                         Estuvo bien, para qué decir lo contrario. Pero fue distinto a otras veces. De repente sentí una sensación vagamente conocida, la misma que tenía cuando estaba tumbada en el solarium, pero multiplicada por cien, por mil. Era calor. Era calor por fin, no me lo podía creer. Y a continuación un orgasmo brutal me dejó fuera de combate. Creo que por eso me quedé dormida, pues normalmente me marcho nada más acabar. Cuando desperté eran las diez de la noche. Jonas estaba durmiendo profundamente de espaldas a mí. Me vestí sin hacer ruido y me pareció grosero no decirle ni siquiera adiós, así que me acerqué para despedirme. Le sacudí un hombro para despertarle, pero no se movió. Yo tampoco lo hice. Necesité unos segundos para darme cuenta de que la rigidez, la frialdad de su cuerpo, el color azulado, todo, en suma, indicaba que estaba muerto. 3                         Salí a la calle con la mayor rapidez que me permitieron mis piernas sin saber qué dirección tomar. Por suerte, pasó un taxi en aquel momento. Me acomodé en el asiento de atrás intentando aclarar mis ideas. El pánico me había dominado hasta tal punto que había cogido las sábanas y me las había metido en el bolso para quemarlas al llegar a casa. También había lavado las partes más comprometidas de Jonas por si había restos míos. Nadie nos había visto entrar, ni salir a mí después, por tanto me dije a mí misma que aquello nunca había ocurrido.                         Una vez en mi apartamento, quemé las sábanas en la chimenea. Y fue entonces, mientras contemplaba pensativamente el vaivén de las llamas, cuando me di cuenta.                         Ya no tenía frío.                         Obvié por primera vez en años el ritual de antes de dormir y me acosté sólo con una camiseta de manga larga. Aún así tuve que retirar dos de las tres fundas nórdicas durante la noche porque tenía calor, calor, calor, bendita palabra. Calor. Estaba curada. 4                         Necesité una semana para hacerme a la idea en toda su plenitud. No sabía por qué ni hasta cuando duraría, pero no estaba dispuesta a quedarme quieta esperando. El lunes llamé a mis jefes para decirles que quería tomarme las primeras vacaciones en ocho años. No hubo problema. Reservé una estancia de quince días en un resort de las Islas Caimán, dispuesta a recuperar el tiempo perdido.                         Ese mismo lunes, Jill me telefoneó para decirme lo que yo ya sabía: Jonas había muerto. Fiel al plan inicial, le expliqué que me había dejado en un taxi a las ocho y media del viernes, al salir del café, pues aquello de que estábamos hechos el uno para el otro no había funcionado. Me atreví a preguntarle tímidamente si sabía la causa de la muerte. Me quedé horrorizada cuando me dijo que había muerto congelado.                         –La poli dice que murió congelado en su propia cama, probablemente después de estar con alguna tía. Por eso te llamo, por si tú sabías algo, pero si lo dejaste antes… imposible que sepas nada ¿no?                         -Ya te he dicho que ni idea, Jill. Pobre chico, lo siento mucho. No era mi tipo, pero me pareció simpático.                         En cuanto colgué, las ideas empezaron a agolparse en mi cabeza a la vez. ¿Congelado? Sólo había una explicación. Y pensar en ella me daba terror, un terror ciego que se escapaba a mi control. 5                         Me comí a bocados aquellos quince días de vacaciones, disfrutando cada milésima de segundo, haciendo cosas de las que había oído hablar pero que nunca había experimentado por mí misma, cosas tan simples como bañarme en el mar, aunque no sabía nadar, tomar helados y cócteles fríos, y usar biquini, vestidos y sandalias.                          Hice amistades entre los americanos que estaban en el hotel. Mi carácter había pasado de taciturno y gris a alegre y espontáneo. Iba con ellos a cenar, a bailar, a las excursiones. Me sentía como si hubiese vuelto a nacer. Estaba feliz. Era feliz.                         Las vacaciones terminaron, pero ese sentimiento de haber renacido no me abandonó. Tuve que dar explicaciones al cambio tan radical, claro. Le dije a mi madre y a Jill que estaba siguiendo un tratamiento novedoso y experimental, y que, a la vista estaba, me daba magníficos resultados. Se lo tragaron sin problemas; úsense unos cuantos términos médicos alambicados,  y la gente estará dispuesta a creerse cualquier cosa.                         Por supuesto que sabía a qué se debía mi curación. Pobre Jonás, había muerto para salvarme. Pensaba mucho en él. Lo que no sabía era por qué era él y no otro el que me había curado, ni cómo había sido el mecanismo que había permitido que su energía calorífica hubiese pasado de su cuerpo al mío. Y, lo peor, si esa energía sería ilimitada o tendría fecha de caducidad.                         Mientras durara, yo estaba dispuesta a vivir la vida en toda su plenitud. Dejé de trabajar en casa para ir a la oficina, relacionándome con los compañeros después de ocho años sin hacerlo. Decidí aprender a nadar de una vez, así que me apunté a un curso de natación impartido por un monitor joven, guapo y simpático. Colaboraba con un par de oenegés, pues con el cuerpo se me habían descongelado los sentimientos y quería repartir alegría a todo y a todos. Salía, entraba, iba a fiestas y cócteles, al teatro, a museos. Asistía a congresos y reuniones de trabajo. Tenía amigas que me hacían confidencias y novios esporádicos y encantadores. Llevaba ropa preciosa y liviana. La vida era maravillosa.                         A finales de agosto empecé a notarlo de nuevo. Era él, el frío. Venía otra vez. Al principio pensé que se debía a la inminente llegada del otoño, pero sabía que era engañarme a mí misma. Esa sensación de escalofrío interior era demasiado conocida para mí. No había duda. Decidí hacer caso omiso a los síntomas hasta que no pudiese más, y en septiembre mi maldito enemigo se instaló definitivamente en mis huesos y tuve que volver a mi asquerosa existencia anterior. Había sido hermoso mientras duró.                         Una mañana de octubre llamaron a la puerta. Cuál no fue mi sorpresa cuando, al mirar por la mirilla, descubrí la imponente anatomía de Gavin, mi monitor de natación. Abrí la puerta a medias.                         -Hola –Me dijo exhibiendo una sonrisa espléndida. -¿Te encuentras bien? Como llevas días sin venir, estaba preocupado. Perdona por haber mirado la dirección en tu ficha. –Continuó avergonzado.                         Pero yo ya no oía lo que me decía, sólo veía su ceñida camiseta azul de manga corta desafiando al frío otoñal, y le permití paso franco. 6                         Regla número uno: si sabes que alguien va a morir, que no sea en tu casa.                         Regla número dos: leer la regla número uno.                         Pensar en cómo me iba a deshacer del cadáver de Gavin me llevó un par de horas, aunque me había compensado dejarle entrar, desde luego. La sensación de frío me había abandonado en cuanto Gavin me transifirió su energía, y además ya me había hecho una idea de qué tipo de donante necesitaba.                         Pero ahora tenía un problema, y de los gordos, en mi cama, que era el cuerpo azulado y congelado de mi ex- monitor de natación. No iba a ser tan fácil como la otra vez. Por suerte, soy mujer de recursos, y con un potentísimo equipo de música. Puse el siguiente anuncio en el portal:                         “Hola, soy la vecina del 10º F. Mañana tendré una audición para tocar la batería en un disco de Bruce Springsteen, por lo que tengo que practicar durante el día de hoy.  Si sale bien, les obsequiaré con un ejemplar del CD cuando sea grabado”.                         A continuación cogí el coche y me dirigí hasta Stamford, Conneticut, a comprar una motosierra. Fue el primer sitio que se me ocurrió. Me puse una gorra y gafas, y pagué en efectivo.                         De vuelta al apartamento, extendí un plástico en el suelo y coloqué en él a mi querido Gavin. Después puse el CD de prácticas de batería que había comprado en “Virgin” a todo volumen, hasta ahogar el rugido de la motosierra. Metí al querido Gavin troceado en bolsas de la basura que a su vez acomodé en tres o cuatro maletas. Ahora sólo me restaba deshacerme de las pruebas. 7                         Una vez que fui consciente de cómo y por qué motivos se hacía la transferencia de energía calorífica, decidí establecer un modus operandi. Ya que no me quedaba más remedio que ser una depredadora, al menos serlo haciendo el mínimo daño.                         No me resultó difícil en absoluto entrar ilegalmente en las bases de datos de todos los gimnasios de Manhattan sin dejar rastro, buscando lo que necesitaba: varón, soltero y, a poder ser, con desarraigo familiar. La transferencia debía ser en su casa, de la forma más aséptica posible y destruyendo todas las pruebas. Si era caluroso o no, tendría que verlo por mí misma, preferiblemente siguiendo al  sujeto en cuestión.                         Mientras disfrutaba de los beneficios de la donación de Gavin, fui concentrándome en contactar con Charlie, mi próximo donante, cuando fuese necesario. Gracias a ellos pasé el invierno más maravilloso de mi vida: fin de año en Times Square, esquí en las Montañas Rocosas, patinaje en el  Rockefeller Center… nunca les estaré lo suficientemente agradecida.                         Si el efecto de Jonas me duró unos cinco meses, el de Gavin fue más corto, unos cuatro, al igual que el de Charlie. Así que empezaba a nutrirme en cuanto notaba el primer síntoma de que mi mal volvía, y después ya ni siquiera esperaba al primer escalofrío, me curaba en salud antes de sentirlo.                         Me había convertido en una adicta.                         En dos años, veinticinco encantadores donantes me cedieron su energía desinteresadamente. Yo lo sentía con toda mi alma, pero, al igual que un tigre tiene que matar para comer, yo tenía que usar su calor. Era una cuestión de supervivencia, no tenía nada que ver con la crueldad, el vampirismo  o el sadismo. Me sentí mejor cuando, mediante nombre falso, contraté un servicio funerario que se encargase de que nunca faltasen flores frescas en sus tumbas, diseminadas a lo largo y ancho del país. Me costaba mucho dinero, pero no me importaba. Era lo menos que podía hacer por ellos, después de lo que ellos habían hecho por mí.                         Los periódicos citaban un caso de cadáver congelado en su propia cama de vez en cuando, pero yo estaba tranquila, sabía que era muy difícil establecer una causa de la muerte que no fuera el paro cardíaco. 8                         Nunca pensé que la persona que me había proporcionado la mayor felicidad del mundo fuese la misma que me la iba a quitar de un plumazo.                         Es cierto que casi no veía a Jill desde que me había curado. También es verdad que ella tenía cada vez más brotes depresivos combinados con eufóricos y no estaba para mucha relación social. Su familia incluso estaba pensando seriamente en ingresarla indefinidamente, previa inhabilitación, claro. Ella se resistía contra viento y marea.                         Así que me quedé bastante sorprendida cuando un domingo de febrero, a las nueve de la mañana, la vi franquear la puerta de mi apartamento vestida de una forma absurda y, a todas luces, en fase eufórica.                         Jill llevaba una ridícula capita de cuadros sobre los hombros y pantalones de montar con botas. cubría su melena rubia con una gorrita y ¡Dios mío, me parece estar viéndola! llevaba una lupa en la mano. No tuve más remedio que dejarla pasar.                         Entró haciendo el ganso, mirando todo a través de la lupa, y ocupó su sitio habitual junto a la chimenea, esta vez encendida más por hacer bonito que por necesidad. Me senté en el suelo enfrente de ella.                         -Querida, qué cara te vendes –Comenzó histriónicamente. –No te veo nunca, por lo que he             venido a decirte que lo sé todo.                         Intenté reírme, pero no lo conseguí.                         -Jill, qué peliculera eres, chica. –Le contesté. -¿Qué es todo? ¿El misterio de la existencia humana?                         -Noooooo. –Replicó ella mirándome dramáticamente a través de la lupa. -El misterio de tu curación. ¿O es que te crees que me he tragado el rollo ése del tratamiento? Mentira, mentira y mentira.                         -Ah ¿Sí? –Empecé a remover las brasas para ocultar mi nerviosismo. -¿Y cómo, según tú, Sherlock, me he curado?                         Ella tenía una expresión triunfal.                         -Elemental, querido Watson. Eres un vampiro, querida. Atrapas el calor de otras personas y te lo apropias. Succionas su energía, Nosferatu.                         Durante los siguientes veinte minutos, Jill, la loca, la estúpida, la inteligentísima Jill, desgranó su teoría, completamente acertada, sobre mi sorprendente y milagrosa curación. Se había quedado perpleja con la coincidencia entre la extraña muerte de Jonas y mi repentina mejoría, así que cuando tuvo noticias por el periódico del segundo caso de muerte por congelación, me espió, me siguió, trasteó por la red buscando datos… tenía mucho tiempo libre, era rica y estaba enferma. Y ahí estaba, sentada en mi salón exponiendo los hechos desnudos y espeluznantes, satisfechísima de sí misma y de su sagacidad.                         Fue todo muy rápido, cogí el atizador de la chimenea y lo descargué sobre su cabeza una vez, dos, tres, cuatro… Ni siquiera vi salir volando el transmisor de su gorra. Cuando la policía entró arrasando en mi apartamento, fui por fin consciente de que había matado a mi, probablemente, única amiga.                         -Siempre llegan ustedes tarde a todas partes –Refunfuñé mientras me esposaban con indiferencia. 9                         La suma de una loca desesperada por no ingresar en un manicomio y un inspector de policía ansioso por promocionar resolviendo un caso imposible, da como resultado mis huesos en la cárcel. Porque eso era lo que había sucedido. Jill expuso su teoría en todas las comisarías de policía que había en Manhattan, hasta que encontró a alguien que sí estuvo dispuesto a escucharla. Pactó su libertad, no sé cómo, a cambio de forzar una confesión.  El inspector le prometió que, si me hacía confesar, jamás ingresaría en una institución mental por mucho que su familia se empeñase. La policía nunca pensó que yo sería capaz de matarla, llevada por el pánico, sin decir ni una palabra sobre los asesinatos.                         Durante los interrogatorios sí conté, de la forma más extensa posible, cómo habían muerto aquellos veinticuatro hombres, pues el cuerpo de Gavin nunca había aparecido y no me podían achacar su asesinato, pero nadie me creyó. Me preguntaron durante días y días, y yo siempre respondía lo mismo: la verdad. Así que el fiscal no consiguió una orden de procesamiento por eso, pero sí por el asesinato de Jill, evidentemente. El ensañamiento fue un agravante, le había dejado su pobre y loco cerebro hecho mermelada de neuronas.                         Pasé el test psiquiátrico sin problemas, por lo que no pudieron alegar locura. Mejor. No tenía, ni tengo, la menor intención de pasar el resto de mi vida en un manicomio o entre rejas. Tampoco he luchado para evitar lo que se me viene encima: ya antes de empezar el juicio volvió el frío como eterno acompañante, disipado ya el efecto de mi último donante, y sé que esto es lo mejor, no padeceré más los caprichos de este odioso compañero de viaje, porque aquí, además, no puedo abrigarme a mi gusto. Me declaré culpable ante la desesperación de mi abogado defensor, y renuncié a todas las apelaciones.                         Lo que más me disgusta de este asunto es que la inyección letal, según he oído decir, da sensación de frío. Uno de mis carceleros me decía que lo que tenía que haber hecho era despachar a mi amiguita en un estado donde tuvieran silla eléctrica, si lo que quiero es pasar calor.                         Por supuesto, he pedido que me incineren, aunque tengo que correr yo con los gastos, o mi madre, en este caso. La pobre está deshecha, aunque entendió perfectamente mis motivos.                         No he aceptado la ayuda espiritual del sacerdote de la prisión. Me ha dicho que iré al infierno por mis pecados si no me arrepiento, a lo cual yo he contestado que no podría estar en un sitio más acorde con mis gustos.                         Para mi última cena he pedido sopa de tomate hirviendo,  guiso de carne con patatas y zanahorias y chocolate caliente de postre. Estarán a punto de traerlo, supongo.                         Tengo frío, siempre tengo frío. Es una sensación horrible. FIN
La muñeca rotaporAna María Vázquez Villarreal 1-Desde luego, cada día estás más suspirón, cari.Rubén alzó la vista del crucigrama y miró a su mujer, que sonreía con condescendencia. Y pensó: “Tú que sabrás, alma cándida”.Rubén Furelos López. Cuarenta años. Metro ochenta; ochenta kilos. Todo el pelo, afortunadamente, aunque con entradas ya más que evidentes y algunas canas entreverando el castaño. Ojos marrones. Guapo en su juventud, interesante en la madurez. Licenciado en Historia del Arte. Funcionario del Museo de Arte Provincial, sección de arte clásico. Casado. Cuatro hijos.Ni se había dado cuenta de lo mucho que suspiraba últimamente. No se autoanalizaba porque le daba miedo. Sabía que estaba enfermo, sabía el nombre de la enfermedad. Sabía que tenía hastío y nostalgia. Lo sabía porque hacía más crucigramas que nunca y porque todas las noches, antes de dormirse, lo único que le hacía sentirse bien era recordar el mejor verano de su vida, el verano de 1987.-Estoy cansado, Teté. Hay mucho trabajo últimamente. Ando negro con el tema de la serie de Tauromaquia de Goya…Teté se encogió de hombros y salió de la sala diciendo que se le quemaba la cena. No soportaba a su marido cuando hablaba de trabajo, se aburría muchísimo.Teresa Martínez Fontán. Cuarenta años. Metro sesenta y cinco. Cincuenta kilos a base de pasar hambre. Media melena rubia artificial. Ojos marrones. Bronceado de cabina. Pechos de silicona. Maquillaje impecable. Estudios interrumpidos en cuarto de Medicina, cuando un preservativo defectuoso cambió su vida. Ama de casa. Casada. Cuatro hijos.En cuanto su mujer salió de la estancia, Rubén soltó el crucigrama que usaba de parapeto y se entregó a sus pensamientos acomodándose en la butaca. Él nunca había sido un nostálgico ni un romántico, así que no era capaz de comprender lo que le estaba pasando. Tras dieciocho años de matrimonio, la vida familiar se le hacía insoportable y aborrecible. No sabía cuándo había empezado este sentimiento hostil. Se había ido infiltrando de forma insidiosa, probablemente. Y la revelación final se había producido a raíz de la operación.-Cari, no puedo más… regálamela por mi cumpleaños, anda –Había rogado Teté con tono ronroneante.-Pero a mí me gustan así, Teté –había farfullado él.-Cari, hombre, si ahora todo el mundo se lo hace…No, Rubén no era lo suficientemente comprensivo como para entender que su mujer quisiera arreglarse los pechos después de cuatro hijos. Y sí, era cierto que su delantera dejaba bastante que desear, no tenía demasiado y tanta lactancia había hecho estragos. Al final se puso tan pesada que pidió un crédito y le regaló la maldita operación. Pero la muy puñetera le había mentido, había dicho que sólo sería un arreglo y lo que había hecho era ponerse un par de melones espeluznantes que se daban de bofetadas con el resto de su minúsculo cuerpo. Todos sus amigos se habían dado cuenta del “arreglito”, la mayoría ni siquiera disimulaba para mirárselas. A Rubén le daba vergüenza y evitaba tocarlas. En realidad, evitaba tocar a su mujer desde hacía tiempo.En honor a la verdad, Rubén se merecía un premio por haber sido fiel durante tantos años, teniendo en cuenta que se había casado por obligación. Llevaba seis meses saliendo con Teté cuando se quedó embarazada. Lógicamente, cumplió y se casó con ella. Por aquella época era como ahora: mona, delgadita y aburrida. Se habían conocido en el colegio mayor y Rubén no tenía muy claro cómo se había ido dejando enredar. Salía con ella porque no tenía nada mejor que hacer y siempre estaba dispuesta a acostarse con él. El embarazo había sentado como un mazazo en la familia, sobre todo en la de Teté, que era cursi hasta decir basta. Los padres de Rubén se lo habían tomado mejor. Sabían que esas cosas sucedían de vez en cuando. De hecho, habían sido sus padres los que más los habían ayudado mientras Rubén acababa la carrera, y eso que no les sobraba el dinero. Para rematarla, a poco de nacer Sofía una increíblemente fértil Teté quedó embarazada de nuevo. Ni soñar con retomar la carrera de Medicina, desde luego.No es que no la quisiera, reflexionó Rubén. Cuando se casó con ella le gustaba mucho, era una compañera tranquila y discreta, una buena madre y llevaba la casa con habilidad. Le había dado dos hijos más y era lógico que, tras dieciocho años de entrega maternal, se la recompensara con unas tetas nuevas si era lo que quería.-Cari, está la cena –una impecable Teté avisó desde el quicio de la puerta.Rubén observó a su camada mientras cenaba con parsimonia. No tenía apetito. Una chica y tres chicos. Sofía, dieciocho años, un encanto. Estudiosa y responsable. David, diecisiete años, menos estudioso y menos responsable. Los gemelos Sergio y Rubén, doce años. Insoportables. Cinco bocas para alimentar con un solo sueldo. Cinco para vestir. Afortunadamente, la herencia del abuelo hacía un año había aflojado bastante el dogal. El anciano le había legado su piso, y una discreta cantidad de dinero que había sido empleado en hacer la reforma y en dar la entrada para pagar los dos espantos que colgaban desafiantemente del tórax de Teté. Observó que Sofía tampoco era capaz de mirar directamente los pechos de su madre.-David ¿Al final estás saliendo con La Gamba o no estás saliendo con La Gamba? –preguntó el descarado Sergio al hermano mayor, que le soltó una colleja con toda naturalidad.-Cállate, esqueje. ¿A ti qué te importa? –contestó el aludido airadamente.-David, no pegues a tu hermano –intervino la madre –Cari… ¿Estás bien?Rubén había palidecido de repente. Obvió a su mujer y se dirigió al descarado.-¿Cómo has dicho?El pequeño tragó saliva.-Llllla ggggamba –balbuceó.-¿Cómo que La Gamba? –insistió el padre.-Es una de primero de bachillerato, papá –explicó la sensata Sofía –Le llaman La Gamba –fulminó a David con la mirada –porque dicen que de ella se aprovecha todo menos la cabeza. Sois unos machistas asquerosos…Rubén se levantó.-No quiero cenar más. Tengo que ir al baño… es urgente.Y salió del comedor, dejando a la familia absolutamente perpleja.2-¿Me quieres decir qué te pasa, Rubén? –interrogó Teté metiéndose en la cama –David ya está en edad de salir con chicas, no sé por qué te pones así, levantándote de la mesa en mitad de la cena…-Nada, me repatean ciertas cosas, nada más -Rubén no sabía cómo dar una explicación lógica –Además, me pegó un apretón, mujer. Tenía que levantarme.-Estás muy raro últimamente, Rubén –Teté apagó la luz.Rubén besó a su mujer en la mejilla y se dio la vuelta en la cama.-Tengo mucho sueño. Hasta mañana.Por supuesto, no podía dormir. La Gamba… hacía tanto tiempo que no se acordaba de ella… el molesto recuerdo acudía de vez en cuando a incordiar. Ni siquiera era capaz de recordar su nombre… ¿Lucía? ¿Elena?Si de algo no podía estar orgulloso en esta vida, desde luego era de su bochornoso comportamiento con La Gamba. Rubén se excusaba a sí mismo frecuentemente pensando que eran “cosas de chavales”, pero con los años, el asunto había adquirido una dimensión exagerada: cada vez se acordaba más de ello, sobre todo desde que Sofía había entrado en la adolescencia. Sólo de pensar que su hija pudiera toparse con alguien capaz de hacerle algo así, se le revolvían las tripas, y además, cuando lo recordaba, su complejo de culpabilidad aumentaba de forma alarmante y cada vez encontraba menos argumentos para excusar su proceder. Hasta que llegó un momento que no encontró ninguno.A los dieciocho años, Rubén tenía bastante éxito con las chicas, para qué decir lo contrario. Y era fanfarrón. Le gustaba alardear delante de sus amigos. En dos años había tenido sus más y sus menos con casi todas las deseadas del instituto. Los amigos lo envidiaban. Entonces, un día le propusieron un reto.-¿A que no tienes huevos de montártelo con La Gamba? –preguntó uno carcajeándose. Los amigos corearon la idea.Rubén sintió escalofríos. La Gamba era la cerebrito de la clase, tan inteligente como fea. Quizá no exactamente fea, no tenía nariz de bruja u ojos de besugo, pero sí vulgar, tímida, cohibida y nada deseable. La típica de gafas de culo de vaso, aparato en los dientes, hortera vistiendo y desprovista de todo atractivo y éxito social. La chica gris en la que nadie se fijaba nunca. La llamaban La Gamba porque en clase de Educación Física el primer año habían descubierto que tenía un cuerpazo, quizá el mejor del instituto. Pero como siempre lo llevaba escondido bajo prendas informes y horrorosas…Rubén se envalentonó.-¿Qué te juegas? –desafió.-Cinco talegos, tío –contestó el otro. Pero hasta el final ¿eh? Nada de cuatro morreos mal dados y media mano.Y así quedó la apuesta concertada. El resto de los amigos también apostó, e incluso varias de las chicas. Si perdían, al menos se harían unas risas viendo cómo Rubén seducía a la infeliz chica.Utilizó la tan manida excusa de necesitar ayuda urgente en los estudios para acercarse a ella. Estaban a mediados de mayo y los exámenes finales de COU, y después la tan temida selectividad, acechaban. Ella se quedó desconcertada al principio: no entendía cómo alguien como él podía querer algo de alguien como ella. Sin embargo, prometió ayudarle y empezaron a estudiar juntos todas las tardes.Rubén se volvió a girar en la cama. Teté ya se había dormido. ¡Qué fácil había sido, Dios mío! Pobre chica: hija única y huérfana de madre desde los ocho años, el padre se había vuelto a casar recientemente. Así era tan fea y desgarbada, no tenía una mujer en casa para asesorarla. Tampoco tenía muchas amigas, y las que tenía eran todas tan feas y vulgares como ella. Había sido facilísimo: cuatro halagos, un “me gustaría salir contigo”, tres semanas dando paseos cogidos de la mano ante el choteo de todo el instituto, invitación a la verbena de San Juan en la playa y último acto detrás de una duna. Después, telón: rehuír sus llamadas, escaparle, no estar nunca en casa, volvérsela a encontrar el día de las notas de la selectividad y ver cómo la pobre se enteraba de todo al verle cobrar el dinero de la apuesta entre el cachondeo generalizado de sus amigos. Cien mil pesetas en total, una fortuna. Fue tan cobarde que ni siquiera fue capaz de girarse para ver cómo ella se alejaba llorando y muerta de vergüenza, entre las risas y los comentarios jocosos y humillantes de todos los compañeros. La Gamba había sacado un nueve en la selectividad, por lo menos le quedaba ese consuelo, había sacado bastante mejor nota que él. Por su parte, él se había comprado un Seat Panda de tercera mano hecho polvo y se había sacado el carné de conducir con el dinero de la apuesta. Verano del 87, el mejor de su vida.Rubén se levantó al baño con cierta ansiedad. ¿Otra vez ganas de mear? ¿Empezaría a estar mal de la próstata? Evitó mirarse al espejo mientras se lavaba las manos, porque en ese instante estaba sintiendo mucho asco hacia sí mismo, y se volvió a acostar.Nunca había vuelto a saber de ella, jamás. Y eso que vivían en una ciudad pequeña. Ni una mención a su nombre. Tampoco durante la carrera. Probablemente se había ido a estudiar fuera. Fue como si se la hubiera tragado la tierra. Y a veces, el recuerdo llegaba como un fogonazo incómodo a su cerebro, haciéndole chiribitas. Y esa noche su hijo se lo había actualizado como si una bala de cañón le hubiera atravesado de un plumazo la masa encefálica.A las dos de la mañana volvió a levantarse para tomarse un Lexatín, en vista de que no cogía el sueño naturalmente. Y se durmió, con un sueño agitado y culpable, pensando que si ella alguna vez se acordaba de él, sería para llamarle de todo menos bonito.3-Desde luego, cada día estás más suspirón, Rubén.Rubén levantó la vista frunciendo el ceño. Había dormido fatal y no estaba para aguantar ninguna de las habituales tonterías de Jaime, que era el que había pronunciado la frase. Jaime sonreía con indolencia, de pie ante el escritorio de su despacho.Jaime García Fernández. Treinta años. Metro setenta y cinco, setenta y seis kilos. Pelo negro, ojos marrones. Traje de Pedro del Hierro, corbata de Hermés, zapatos italianos de cordones. Doctor en Arte Contemporáneo. Trabajaba en dicha sección como encargado de las exposiciones itinerantes de los jóvenes talentos. Guapo, simpático hasta la pared de enfrente, soltero, ligón empedernido, vacilón impenitente. Los sentimientos de Rubén hacia Jaime fluctuaban entre la admiración y el odio: el joven doctor representaba todo lo que Rubén podría haber llegado a ser de no haberse casado tan joven.Sin esperar invitación, se sentó frente a Rubén.-Chico, estás que no hay Dios que te aguante desde que empezaste con la pitopausia.Rubén abrió la boca para protestar, pero el otro lo interrumpió.-Una jaca, eso es lo que te está haciendo falta. Una buena jaca y se te iría de un plumazo esa cara de acelga.-¿Qué carajo se te ha perdido, Jaime? Sólo son las diez, aún no es hora de salir al café –contestó Rubén de malísimo humor.-Vengo a invitarte a la exposición que inauguro esta tarde –contestó con parsimonia, sin abandonar su habitual gesto sonriente.Rubén se encogió de hombros.-No me gusta el arte moderno, ya lo sabes. Y estoy muy ocupado con el tema de la serie de Goya…Jaime se puso serio y echó el cuerpo hacia delante, como en tono confidencial.-Rubén, esto te va a encantar… La tía que expone, bueno, es la bomba. Ayer salí con ella a tomar una cerveza cuando acabamos de montar la exposición, y –se echó a reír –nos acostamos a las seis de la mañana, qué cosa más cachonda de tía, de verdad… divertidísima.Rubén suspiró por enésima vez… otra historieta erótico-festiva del gran Jaime.-Qué poco ético tirarse al artista que expone –refunfuñó.Jaime se echó a reír.-Qué va… no hubo nada de eso. Estaba claro que ella no quería. Pero me arrastró de copas y risas por todos los locales de la ciudad. Menudo aguante tiene bebiendo, estoy que no me tengo en pie de la resaca.-¿Entonces? –preguntó Rubén.-Quiero que veas los cuadros, Rubén. Tienes que verlos. Por favor, me interesa tu opinión…-No me gusta el arte moderno –repitió Rubén como un autómata.Jaime se acercó a él y le tiró del brazo, como un niño caprichoso.-Por eso quiero que los veas, ahora. Ven conmigo. Esta tía bebe de las fuentes clásicas, es figurativa. Tienes que verlos, Rubén. Te lo digo como profesional.Así que Rubén acompañó a Jaime hasta la sala de exposiciones de los nuevos talentos, ahora cerrada en espera de ser inaugurada por la tarde. Jaime encendió las luces y Rubén tuvo que parpadear varias veces para acostumbrarse. Lo que vio lo dejó sin habla.La exposición se titulaba “Muñecas rotas”, por Sandra Senín. La formaban unos veinte cuadros de diversas dimensiones que, efectivamente, bebían de los clásicos. Concretamente, de la pintura barroca.-El claroscuro de Caravaggio, la tridimensionalidad de Velázquez, la pincelada de El Greco –masculló Rubén entre dientes, fascinado.-¿Te lo dije? –Jaime se lustró las uñas con orgullo en la solapa de la chaqueta.Los cuadros eran inquietantes. Reproducían, sobre un fondo oscuro, muñecas con mutilaciones en varias partes de sus cuerpos. Pero las heridas dejaban ver músculos, huesos, tendones, sangre… lo inquietante era cómo la pintora había logrado aunar el aspecto de las muñecas con la fisiología interna de los humanos. Cualquiera podía ver perfectamente que eran muñecas, pero con anatomía humana. Arte conceptual. ¿Qué querrían decir aquellas hermosas muñecas llenas de heridas y fracturas?Rubén se quedó parado delante del lienzo más grande. Una muñeca especialmente bonita, pelirroja, con una expresión de dolor que partía el alma, miraba con sus ojos sin vida al espectador mientras se llevaba una mano al vientre, del que colgaban unas vísceras muy poco atrayentes.-Fascinante, absolutamente fascinante. Mira, Jaime, el contraste entre lo real y lo artificial, el predominio del negro, el blanco y el rojo… y la tía concentra la luz como Rembrandt, en unos puntos estratégicos… Acuérdate de la “Lección de anatomía”. A su vez, domina perfectamente la profundidad de campo, es alucinante… la unión de lo clásico y lo moderno…Se giró hacia Jaime, que esperaba pacientemente con las piernas separadas, los brazos cruzados y su eterna sonrisa…-¿A qué hora es la inauguración?4Hacía muchos años que Rubén no iba a una inauguración de una exposición de arte moderno, pero, tras ver los cuadros, ardía en deseos de conocer a la autora. Por fuerza, tenía que ser alguien excepcional.Jaime le había dicho que la chica acababa de llegar de Estados Unidos, donde llevaba viviendo bastantes años. Era ella la que había contactado con él y, tras ver los cuadros, le había hecho un hueco aprisa y corriendo para que expusiera porque pensaba que la obra realmente lo merecía. Cuando Jaime le preguntó por la temática, ella había respondido sucintamente que era una especie de catarsis.Llegó tarde, todos estaban ya allí. La sala estaba abarrotada de gente y, por los comentarios, estaba claro que el evento estaba resultando un éxito rotundo. Un periodista estaba entrevistando al director del museo, que se deshacía en halagos hacia la joven pintora. Rubén estiró el cuello buscando a Jaime y mirando a todas las mujeres de la sala, preguntándose cuál sería. De repente, vislumbró a Jaime en un extremo con una copa de vino en la mano, hablando con una mujer que estaba de espaldas. Aunque no podía verle la cara, Rubén adivinó que era hermosa. Buscó un buen ángulo para observarla a sus anchas, recorriéndola muy despacio con la mirada.Pies pequeños, enfundados en unos botines de tacón altísimo; tobillos finos, pantorrillas bien torneadas dentro de las medias negras, una minifalda negra de volantes, quizá inapropiada para la ocasión, eso le gustó, estaba empezando a valorar lo políticamente incorrecto… una camisa blanca de tela muy fina, casi gasa, la impresionante melena pelirroja natural con rizo también natural no le dejaba ver bien… una mano blanquísima, fina y de dedos largos sostenía con indolencia la copa de vino. La piel indicaba que el pelirrojo de su propietaria no era teñido.Jaime vio a Rubén en lontananza y lo saludó con la mano. A continuación dijo unas palabras a la pintora, que se giró, y entonces Rubén pudo completar el retrato. Siguió donde lo había dejado. Cintura breve, ceñida por un cinturón rematado en pedrería… continuó subiendo, deleitándose en cada detalle… efectivamente, la blusa no transparentaba nada, sabia elección, pero tenía escote, aunque no muy escandaloso, lo suficiente para dejar adivinar unos pechos estupendos, del tamaño adecuado y, sobre todo, aparentemente naturales. Rubén no pudo remediar acordarse de los espantos siliconados de Teté. Un cuello largo, blanco, terso… Llegó a la cara y reculó al descubrir una mirada burlona en el bonito rostro pecoso de la pintora. Ojos azules, no muy grandes, nariz pequeña, tez blanca, una boca de labios más bien gruesos… una cara interesante, inteligente, pensó Rubén. Y, sobre todo, con el mínimo de maquillaje, con aspecto sano, natural, sin bronceados artificiales. La pelirroja le recordaba a alguien, pero no era capaz de decir a quién. Ah, claro… ella era la muñeca del cuadro más grande, sin duda. Pero aún así, le recordaba a alguien real, de carne y hueso.-Rubén, te presento a Sandra Senín.-Encantado –logró articular Rubén estrechando la fina mano de la pintora –Estoy absolutamente pasmado con su obra, es lo mejor que he visto en mucho tiempo.-Muy amable –contestó ella con gesto burlón – ¿Me devuelve usted mi mano, por favor?-Oh, qué tonto soy… -Rubén se sintió como un estúpido. ¿Por qué estaba tan impresionado por aquella mujer?Se dio cuenta tarde, demasiado tarde. Debería haber hablado él primero. Jaime murmuró que tenía que ir a no sé dónde a hablar con no sé quién y entonces la hermosa pelirroja dijo:-Veo que no me has reconocido, Rubén.La confusión de Rubén subió un punto. Hacía escasos segundos que se había dado cuenta de quién era, pero no tenía claro cómo abordar la cuestión.-Oh ¿Debería? ¿De la universidad? –Se hizo el tonto, ya que no sabía cómo salir del atolladero.-No, del instituto. Creo recordar que me debes el aprobado de la selectividad –contestó con tono divertido.Rubén abrió la boca para contestar, pero ella se adelantó nuevamente.-Es lógico que no me recuerdes por mi nombre ni por mi aspecto… en aquella época todos me conocíais como La Gamba –susurró con una encantadora voz ronca, tras beber un sorbo de su copa de vino.Sandra Senín Souto. Cuarenta años. Metro setenta. Cincuenta y cinco kilos. Pelirroja, ojos azul oscuro. Maquillaje inapreciable. Bachillerato superior. Multiprofesión: camarera, dependienta, paseadora de perros, bailarina en ocasiones, traductora algunas veces; pintora, siempre.5Tras la exposición, Sandra y Jaime habían ido a cenar algo a propuesta de éste último y Rubén se les había acoplado. De hecho, le habría gustado tener a mano algo con lo que deshacerse del locuaz Jaime para quedarse a solas con ella, ardía en deseos de saber de su vida.Se acomodaron en una estrecha mesa de madera en un mesón. Sandra había manifestado su deseo de cenar empanada, pimientos de Padrón, pulpo y todas esas cosas que, a buen seguro, jamás probaba en América.-Para empezar, el dueño de la Galería Atenea ya se ha mostrado interesado en los cuadros –dijo Jaime –Mañana tendrás una porción de ofertas sobre la mesa.-Ojalá tengas razón –contestó ella –El año pasado conseguí vender la serie entera de “Mariposas muertas” en los Estados Unidos, pero ya se me está acabando el dinero. Es lo malo de las profesiones liberales –Sonrió a Rubén, que escuchaba confuso. Nunca se habría podido imaginar a su seria y aburridísima compañera de clase como artista conceptual.-¿Cómo fue que llegaste a la pintura, Sandra? –preguntó –Siempre creí que te dedicarías a algo convencional, eras tan buena estudiante…Sandra cruzó las piernas elegantemente y se apartó un mechón de pelo con coquetería.-Es una historia larga…-No importa, tenemos tiempo –contestó Rubén, muerto de curiosidad.-El verano que terminamos COU –comenzó ella. Rubén se sintió incómodo. Eso había sido justo después del “incidente”. Se preguntaba si Sandra aludiría a ello –me hice un viaje a Inglaterra. Tenía, bueno, tengo, una amiga desde la infancia. Hija de emigrantes, en verano vivíamos casi pared con pared en la casa de la playa, en el pueblo de mi madre. Puede decirse que, durante años, fue mi única amiga. No perdíamos el contacto durante el invierno, nos carteábamos todo el tiempo.-¡Qué bonito! –interrumpió Jaime. Se estaba aburriendo como una ostra. Sandra le sonrió, no se sabe muy bien con qué intención.-Total, ese verano quise ir a verla. No estaba bien aquí, mi padre había vuelto a casarse y mi madrastra esperaba un bebé… supongo que me sentía desplazada, como si estorbase. No estaba contenta con mi vida en absoluto, por eso y por otras cosas que no vienen al caso –miró a Rubén fijamente y él bajó la vista avergonzado. Estaba claro que eso último iba referido a él.-Tanto me gustó Londres que quise quedarme. Lilian, mi amiga, ya vivía independizada de sus padres, es dos años mayor que yo. Compartía piso con otras tres personas y me hicieron un hueco. Cuando volví en agosto para las vacaciones le dije a mi padre que quería estudiar allí, lo qué me daba lo mismo, Económicas, o cualquier cosa. Pero allí.Rubén escuchaba interesado. Había salido muy poco de España, pero lo suficiente como para entender que Londres hubiera hecho tal efecto en la mojigata Sandra. Estaba claro que le había fascinado.-Hicimos cuentas y vimos que no llegaba el dinero ni para dos años. Mi padre insistió en que me quedara aquí, no podía permitirse costearme una carrera fuera, con el agravante de que a lo mejor no me convalidaban el título… Entonces me sugirió que vendiese la casa de la aldea para pagarme los estudios. Ya era mía, mi madre me la había dejado a mí exclusivamente y, al ser ya mayor de edad, podía hacer con ella lo que me diera la gana. Me negué en redondo. Esa casa es todo lo que tengo de ella.Rubén exploraba en los recovecos de su memoria infructuosamente. No recordaba que ella le hubiera hablado jamás de esa casa. Bueno, a lo mejor sí lo había hecho, pero como él no solía hacer caso a nada de lo que ella decía…-Me enfadé con mi padre. Le dije que pidiera un crédito, como hace todo el mundo. Respondió que con el nuevo bebé iba a tener muchos gastos. Entonces le pedí que me cediera el dinero destinado a mis estudios aquí, que yo me iba para allá igualmente, que ya me pagaría la universidad trabajando, como hace un montón de gente. Se negó. Al final le pedí que me dejara probar un año, así que me dio el dinero y me marché. Trabajé en cien mil cosas y jamás me matriculé en nada –se echó a reír.-¿Y la pintura? –insistió Rubén.-Con el tiempo, Lilian empezó a trabajar en una galería, trabajo administrativo, fundamentalmente. Así que comencé a interesarme por lo que veía allí. Y un día, me dijo que probara. Ya de chica no se me daba mal y me gustaba. Así fui empezando, pintaba y exponía por algunos pubs de la zona. A veces me compraban algo. Por supuesto, tuve que seguir trabajando en cien mil cosas cutres y penosas, pero era feliz así.-¿Y América? –volvió a preguntar Rubén.-Una temporada que me cogió bien de dinero me fui a Nueva York a pasar unas vacaciones y me quedé –contestó sucintamente -Y así hasta hoy.-Pero has vuelto… -Dijo Rubén más para sí mismo que para ella. Ahora entendía cómo no había sabido de ella en todo ese tiempo. Jaime bostezó. Se seguía aburriendo. Ya le había contado la historia el día anterior, pero de forma mucho más divertida y anecdótica. A Jaime no le parecía la misma Sandra del día anterior. ¿La resaca la había vuelto seria, quizá?-Mi padre murió, hace un par de meses. Tengo que arreglar todo el rollo de la herencia. No quiero que su mujer y mi hermanastra se queden con más de lo que corresponda –respondió Sandra.Pidieron café. Se hizo el silencio mientras revolvían el azúcar.-¿Pero te vas a quedar? –Fue Rubén el que habló primero.Sandra tardó en contestar.-Aún no lo sé… Depende. No lo tengo claro –Se quedó pensativa mirando el café. Entonces levantó la cabeza y preguntó a Rubén a bocajarro:-¿Y tú que has hecho todos estos años?Jaime no lo pudo soportar más y se levantó.-Chicos, os dejo… mañana hay que madrugar.Rubén y Sandra se despidieron. Rubén hasta le dio unas palmaditas en el hombro. Estaba encantado de que por fin los dejara solos.Durante la hora siguiente, frente a un par de whiskies, Rubén contó a Sandra la historia de su vida durante los últimos veinte años. El embarazo de Teté, que había cambiado todos sus planes de la noche a la mañana. El tener que depender del dinero ajeno durante unos cuantos años para sobrevivir. La inmensa suerte de entrar en el museo como contratado y después sacar la plaza. Ver cómo se cargaba de familia mientras sus amigos hacían másters, viajaban y vivían la vida. Números, muchos números para llegar a fin de mes. No, no era la vida que había imaginado para él a los dieciocho años, cuando hacía sus proyecciones de futuro, pero era la única que tenía, para bien o para mal.-Entonces… ¿no eres feliz? –concluyó Sandra con curiosidad.-Supongo que sí lo soy –contestó Rubén con un gesto que no apoyaba mucho la afirmación –Pero me da la impresión de que soy viejo, muy viejo. Y últimamente no hago más que pensar en mi época de estudiante, cuando no tenía un sólo problema en el mundo. ¿A ti no te pasa?Ella apretó los labios con dureza.-Jamás –contestó con firmeza –No se puede mirar atrás. Siempre hay que ir hacia delante. No se debe vivir de recuerdos, Rubén. No son reales.A la una, Sandra dio muestras de cansancio. Rubén se ofreció a llevarla a su casa. Ella le dio la dirección, vivía en el casco antiguo de la ciudad. Muy bohemio, pensó Rubén. Le llamó la atención la casa tan vieja donde vivía. Era de las que todavía estaban sin rehabilitar, de las de renta antigua. Probablemente, ni siquiera tenía ascensor.-Adiós, Rubén –dijo ella tendiéndole la mano –Me ha gustado volver a verte.-Ha sido un placer, Sandra. Hacía años que no pasaba una noche tan agradable –contestó él estrechando su blanca mano de pianista con entusiasmo.Sandra desapareció en la negrura del portal y Rubén arrancó el motor. Ella lo vio marchar protegida por la oscuridad. Después se dispuso a subir los tres pisos con parsimonia. Sacó la llave, encendió la pobre luz del rellano y abrió la puerta de su casa.-Hi. Ya estoy en casa –gritó.Entró en la salita y besó en la frente al hombre que estaba viendo la televisión tirado en el sofá.-Hola, Doug. He vuelto –dijo en inglés.-Ya lo veo. Has vuelto pronto –contestó Douglas mientras encendía un cigarrillo.Douglas McArthur. Cuarenta y cuatro años. Natural de Birmingham, Alabama. Metro noventa. Ochenta kilos. Esbeltísimo. Pelo rubio con muchas canas ya. Ojos azul claro. Piel morena, curtida, surcada de arruguitas. Barbita recortada. Estudios secundarios terminados a trancas y barrancas. Músico de jazz, concretamente, saxofonista. En caso de pánico se defiende bien con el piano, la guitarra, el bajo, el banjo y el violín.-Me muero de dolor de pies –Sandra se sentó en el sofá y se sacó los botines de diez centímetros –No estoy acostumbrada a tacones tan altos. Y éstos además son malos de solemnidad, eso me pasa por comprar zapatos de veinte euros.-¿Qué tal te ha ido? –preguntó Douglas incorporándose.-Bien. Creo que ha gustado.-Voy a darte un masaje en los pies –anunció Douglas mientras le bajaba los pantys –Te dejaré como nueva.-Jaime ha dicho que mañana tendré un montón de ofertas para exponer encima de la mesa –decía Sandra mientras el otro masajeaba con energía –En galerías donde ya pueda vender mis cuadros. Ay, Doug, espero que sea así, porque no andamos muy boyantes que digamos… -echó una mirada a la estancia, semiamueblada con piezas de Ikea.-La culpa es mía –susurró el americano –Tengo que encontrar algo ya, pero hija, esto no es Nueva York. No hay clubes donde toquen todas las noches. Y, además, el jazz no interesa demasiado. Aunque siempre me puedo reciclar al blues o al rock si hace falta…Sandra se sacó la blusa.-Hombre, ya que estás pégale un repaso también a mis cervicales, me duelen a muerte… No te preocupes, fui yo la que quise volver y, por tanto, soy yo la que asume los gastos… acuérdate de los tiempos en que tú me mantenías. No te sientas mal por eso, Doug. Y, de todos modos, la semana que viene me dirán el montante de la herencia. No te preocupes, por favor.Sandra pensaba que con que uno de los dos se sintiera preocupado, llegaba de sobra. Se preguntó por enésima vez si había hecho bien en arrastrar a Douglas a su aventura española, con lo bien que le iba en Nueva York, donde tenía empleo fijo en un club, aparte de las colaboraciones como músico de sesión. Como le debían las vacaciones, había querido ir con ella a España.-¿Y qué tal fue lo otro? –preguntó Douglas.-Bueno… al principio no me reconoció –contestó Sandra –Después sí, cuando le dije quién era. Se quedó... creo que bastante sorprendido. Hemos ido a cenar y me ha contado de estos años, ha acabado llevando una vida gris y oscura –Sandra resumió en los minutos siguientes la conversación con Rubén.-En fin, una vida tradicional y burguesa. Qué distinto a ti ¿Eh? –rió Douglas.-Bah, dejemos de hablar de ello –Sandra se sentó a horcajadas sobre Douglas -¿Sabes una cosa, Douglas McArthur? Que no me arrepiento nada de haberme casado contigo.6Teté abrió por tercera vez en aquella mañana el armario del cuarto de baño por la sencilla razón de que no daba crédito a lo que veía. Rubén se estaba afeitando canturreando algo que ella no fue capaz de reconocer.-Date prisa, tengo que maquillarme –instó.-Vete al otro –contestó Rubén –Para eso tenemos ahora dos cuartos de baño ¿no?-Están los chicos –refunfuñó ella –Llegarán tarde a clase si les quito el espejo.El armario del baño se había ido llenando progresivamente de lo que Rubén había llamado siempre “potingues”. Sólo que ahora eran potingues suyos: crema antiarrugas, loción anticaída, colonia de marca… Oh, Dios… Teté sacó un frasco para ver mejor la etiqueta… ¿Anticelulítico masculino? Leyó las instrucciones: la crema prometía deshacer como por arte de magia el tan temido flotador que aparecía a partir de los treinta años. Por un momento le entraron ganas de reírse ¡pero si todo el mundo sabía que esas cremas no servían para nada! Después se puso seria. ¿Qué diantre estaba pasando allí? No le gustaba en absoluto que su marido usara más ungüentos que ella. Lo miró de soslayo… ¿Estaría teniendo una aventura? ¿O era una vuelta más de tuerca de su crisis de los cuarenta? Casi prefería la época en que suspiraba tanto. Se prometió a sí misma vigilarlo de cerca y con un contundente movimiento de cadera, se hizo sitio en el espejo junto a Rubén para maquillarse. A los cinco minutos se había olvidado de sus preocupaciones.Mucho habían cambiado las cosas en el hogar de los Furelos Martínez en los últimos dos meses. Para empezar, Teté, tras veintipico años de vida doméstica, había empezado a trabajar. Su amiga Cuchi tenía un marido dentista que necesitaba una nueva recepcionista y Teté le había rogado que la recomendara. No soportaba más la vida de ama de casa, los chicos ya no la necesitaban y Teté se ahogaba en casa viendo día tras día cómo Rubén se alejaba de ella.El trabajo de mamá había caído en la familia como agua de mayo. Primero, Teté había sondeado a los dos hijos mayores con el tema, ya que, si ella aceptaba el empleo, Sofía y David tendrían que hacerse cargo de los pequeños por las tardes. También Rubén podía echar una mano, pero tenía ocupadas tres tardes a la semana con el montaje de la exposición de la Tauromaquia de Goya. No era tanto cuidar de ellos, que ya tenían doce años, como vigilar que estudiaran. David ya iba a protestar ante la propuesta, cuando Sofía, que era más lista que el hambre, le telegrafió mediante gestos las innumerables ventajas que tendrían al disponer de la casa para ellos solos durante las tardes. Así que David estuvo de acuerdo.Después, hubo que hablar con Rubén. Al principio se mostró un poco reticente, alegando que ahora ya estaban bien de dinero y no tenían necesidad de aumentar los ingresos. Pero Teté le explicó lo muy importante que era para ella sentirse realizada, así que dio vía libre.A Rubén le importaban un bledo Teté y su maldita realización. En aquellos momentos era el hombre más feliz del mundo y su felicidad tenía nombre: Sandra. Ya no suspiraba, siempre estaba contento, locuaz y presto a colaborar en lo que se le pidiese. Estaba enamorado como un colegial y todo lo veía de color de rosa. No sabía si era correspondido y tampoco le importaba mucho. Estaba disfrutando como un enano de las sensaciones que conllevaba la primera fase del enamoramiento y, conscientemente, dilataba el momento de dar un paso más en su relación con ella. Por ahora no le urgía lo físico, con verla todos los días era la persona más feliz del mundo.Al día siguiente de la inauguración, Jaime le había anunciado por la línea interna que Sandra estaba en el museo. Sabía que Rubén jamás se descolgaba de motu propio por la sección contemporánea y también se había dado cuenta de que su compañero se había quedado muy impresionado con la pintora. Jaime decidió ser generoso, al fin y al cabo Sandra era demasiado mayor para él y estaba claro que no se sentía atraída por él en absoluto. Hacía mejor pareja con Rubén, eso seguro.Sandra había ido a hablar con Jaime sobre las ofertas que le habían llegado de otras galerías, sobre todo para que él la aconsejara, puesto que ella no sabía muy bien cómo estaba el tema en la ciudad. Después, Rubén había aparecido y la había invitado a un café. A partir de entonces, raro era el día que no se veían, Sandra sabía perfectamente dónde localizarlo a las once de la mañana y siempre se hacía la encontradiza. De ahí pasaron a las invitaciones a comer o a cenar. Rubén decía en casa que estaba liado con el tema de Goya, lo cual no era del todo mentira, y aprovechaba para ver a Sandra a escondidas. No podía remediar extasiarse al ver cómo los rasgos físicos, los gestos y el carácter de la Sandra niña se entremezclaban con los de la adulta, haciendo de ella una mujer sumamente atractiva.Teté entró en la sala para despedirse de su marido. Rubén apuraba su desayuno para irse también al trabajo.-Adiós, cari. Llegaré sobre las ocho y media o nueve ¿Eh?Rubén besó a su mujer y ella salió de la estancia. Las inquietudes que le habían surgido en el cuarto de baño volvieron a torturarla al mirar el cuadro.Hacía un par de meses que su marido había aparecido en casa con un cuadro enorme y horroroso. Un cuadro que representaba una muñeca pelirroja con el vientre abierto mostrando sus vísceras. Que lo había comprado por inversión, había dicho. Que se iba a revalorizar de una forma increíble, había afirmado. Que la artista estaba subiendo como la espuma y llegaría a ser cotizadísima, había pronosticado. Lo que no había dicho era cuánto le había costado. Teté sospechaba que, aparte de espantoso y absolutamente desprovisto de buen gusto, el maldito cuadro había sido carísimo.-Además –había dicho Teté -¿Qué quiere decir eso de una muñeca con entrañas? Es horroroso, Rubén. Lo siento, tú entenderás de eso, pero es espantoso. Y no me parece apropiado para los niños, qué quieres que te diga…A Sofía le había encantado el cuadro.-Es una metáfora –manifestó con aire de entendida.-¿Pero una metáfora de qué, hija mía? No acierto a entender…Sofía miró a su madre con desprecio.-Estrújate las meninges, mamá. No es tan difícil –había contestado Sofía –Yo no te lo pienso facilitar.Rubén había comprado el cuadro a través de Jaime. No quería que Sandra supiera quién era el comprador. Lo hizo justo antes de que la colección pasara a exhibirse en la Galería Atenea y se felicitaba por ello, puesto que una semana después lo había vendido todo y la crítica en pleno se deshacía en halagos. Le había costado tres mil euros, una minucia. Para eso había tenido que vender algunas acciones a espaldas de Teté, pero le daba lo mismo. Quería ese cuadro, amaba ese cuadro. Tenía que ser suyo sobre todas las cosas.Jaime, a pesar de ser una persona frívola, se había dado cuenta enseguida de los sentimientos de Rubén hacia Sandra y no tuvo el menor escrúpulo en decírselo. Él lo reconoció. Jaime se estaba convirtiendo lentamente en su confidente, así que un día le confesó lo de la maldita apuesta.-Eso es una guarrada en toda regla, Rubén –había dicho Jaime –Si se lo llegas a hacer a una hermana mía, te habría buscado y te habría rajado como a un cerdo en la matanza.-Ya lo sé, ya lo sé –Rubén se mesaba los cabellos con desesperación –Cada vez me siento más culpable… y ella nunca hace alusión al tema, y yo, consecuentemente, tampoco…-¿Y cuándo piensas entrar a matar, hombre? Llevas dos meses de cortejo continuo, ya la tienes que tener a punto de caramelo –Jaime hizo un gesto obsceno y expresivo.Rubén se levantó y empezó a dar vueltas por su despacho.-Tengo miedo al rechazo. Y yo nunca he tenido aventuras de este tipo, Jaime. Me da miedo. Si doy un paso más tendré que replantearme toda mi vida, aún no estoy preparado.-Mira que eres existencialista –terció Jaime –Nadie te está diciendo que te cases con ella, sólo una noche loca, o dos, o las que surjan…-Me casaría con ella ahora mismo –Rubén se volvió a sentar, entusiasmado –Tenemos tanto en común… Sabe muchísimo de arte, a pesar de no haber estudiado. El otro día me contaba que se pasó los dos primeros años en Londres yendo a la National Gallery todos los días y lo mismo en Nueva York, se sacó un pase para poder ir todos los días al Metropolitan. Sabe de Velázquez casi tanto como yo, es imposible aburrirse con ella. Es una mujer culta, guapa, divertida…-Estás enamorado como un idiota –interrumpió Jaime con tristeza.-¡Pero tengo una familia, mujer, hijos…! –Rubén se puso dramático –Y ella no me ha mandado tampoco la menor señal de querer dar un paso más. No, Jaime. Estoy muy bien así, muy feliz.-¿Y tu mujer no está con la mosca? –preguntó Jaime.Rubén dudó.-Es posible, pero no tiene ninguna prueba. Además, estoy con ella más cariñoso que nunca –rió Rubén.Era verdad. No sabía si era por el sentimiento de culpabilidad que tenía, pero el caso es que Rubén ahora había retomado su relación con Teté, como para compensarla por estar su pensamiento ocupado totalmente por otra mujer. De hecho, Teté estaba también algo suspicaz con el cambio de los hábitos sexuales de su marido, que había pasado de no querer tocarla a buscarla todas las noches. No era normal un cambio tan grande en sólo dos meses. Así que empezó a registrarle los bolsillos en busca de alguna prueba delatora. No encontró nada. Intentó entrar en su correo electrónico, pero no fue capaz de dar con la contraseña. Teté decidió que se estaba torturando sin motivo y procuró disfrutar el buen momento y concentrarse en su trabajo para estar entretenida. Lo cierto era que le gustaba mucho su nuevo empleo y que estaba mucho más feliz desde que no pasaba el tiempo ocupándose de su familia.Una noche, Rubén invitó a cenar a Sandra en un restaurante de las afueras, como siempre. Aunque no tenía nada de lo que avergonzarse, tampoco le gustaba la exhibición pública y gratuita de su amistad. Habían ido a cenar unas cinco veces y a comer otras tantas. Rubén la acompañaba a casa, se despedían con dos besos y ella jamás lo invitaba a subir ni él lo proponía.Pero esa noche sintió que la paciencia se le estaba terminando. Sandra estaba más bella e insinuante que de costumbre, más coqueta. Notó que un deseo feroz se iba apoderando de él, un sentimiento que le pedía a gritos liarse la manta a la cabeza y tirar toda su vida por la borda, porque si tenía algo con Sandra, sería para siempre, para empezar una nueva vida con ella, no le serviría tenerla simplemente de amante. Cuando la dejó frente a su portal pensó que no sería capaz de reprimirse cuando ella le diera dos besos de despedida y que la estrujaría entre sus brazos.Sin embargo, Sandra no hizo intención de darle aquellos dos besos. En contra de su costumbre, pues raras veces daba muestras de curiosidad, le preguntó:-¿Alguna vez duermes fuera de casa?A Rubén le empezó a galopar el corazón.-Claro, a veces tengo que ir a Madrid a pedir cuadros al Prado para las exposiciones, o a cualquier otro sitio.Sandra puso una mano encima de la suya, que estaba sujetando estúpidamente el cambio de marchas, miró al frente y comenzó a hablar:-Hay un hotel pequeño a las afueras de aquí, en la carretera de Madrid, se llama “La Pardela”. No sé si lo conoces.Sí, Rubén lo conocía de pasar por delante, solamente. Sabía de sobra dónde estaba. Asintió.-Te espero mañana allí a las ocho. Si a las ocho y cinco no has llegado, lo entenderé y me marcharé. ¿Estás de acuerdo?-A las ocho de la tarde. Allí estaré. Como un clavo –contestó él con una voz algo temblona. De repente, sus admirables propósitos de no dar un paso más se habían esfumado ante lo que ella le proponía.-Hasta mañana entonces –Sandra salió del coche sin siquiera mirarle, aunque su mano se había demorado más de lo necesario sobre la suya, y la había apretado con algo que Rubén quiso interpretar como emoción contenida. Observó cómo ella abría la puerta del portal y, cómo, inesperadamente, daba la vuelta y se acercaba a su ventanilla. Rubén bajó el cristal.-Espero que esta vez no apuestes con nadie –soltó ella divertida.Rubén se llevó el susto de su vida. Y después se relajó. Por fin salía el tema.-Oh… nunca me perdonaré haberlo hecho, Sandra –farfulló él confusamente –Créeme… jamás… fui un completo cerdo, pero te lo compensaré todo…-No pasa nada –interrumpió ella con voz suave –Cosas de chicos, en fin… la puta adolescencia. Sólo quería hacer una broma. Hasta mañana –Y esta vez sí desapareció en el interior del portal, dejando a Rubén sumido en un estado de nerviosismo como no había conocido jamás.Tuvo que improvisar al llegar a casa y decir que tenía que ir urgentemente a Madrid al día siguiente al museo del Prado por algo relacionado con la exposición de Goya. En contra de todo pronóstico, Teté reaccionó positivamente y le deseó buen viaje. Así que Rubén aparcó su coche al día siguiente a las ocho menos cinco en el parking del hotel “La Pardela”, hecho un manojo de nervios. Por un momento recordó la noche de San Juan en que se había llevado a Sandra a las dunas con el innoble propósito de ganar una apuesta, seguido a prudencial distancia por los dos amigos que tenían que actuar de testigos. Al punto, intentó desechar tales pensamientos. Esta vez sería distinto.Al entrar en la recepción divisó a Sandra sentada en un sillón. Leía el periódico. Estaba muy guapa. Se sintió al borde del ataque de nervios, pero procuró controlarse. Sandra ya lo había visto y se había levantado. Le dio dos besos. Rubén miró a su alrededor por si había alguien conocido.-Tomemos una copa antes de subir –propuso ella –Estoy… algo nerviosa ¿Sabes?Se dirigieron al bar del hotel, él mirando a todas partes. Sandra adivinó el motivo de su inquietud.-No te preocupes, no creo que ninguno de los de tu entorno venga por aquí, es más bien para viajantes de comercio y ese tipo de gente. Además, si hay alguien conocido podemos fingir que es un trato comercial para comprar cuadros. En recepción hay dos ascensores: yo subiré antes que tú. La habitación es la 205.Pidieron dos vodkas con naranja. Rubén también estaba nervioso, y la frialdad con la que ella estaba llevando el tema no contribuía a tranquilizarlo. Su próstata imaginaria empezó a reclamar su atención y tuvo que ir al baño. Los nervios lo estaban volviendo loco.Sandra se bebió la copa con una parsimonia desesperante. A las nueve menos cuarto aún seguían en el bar. A Rubén hasta le había dado tiempo a relajarse. Todo saldría bien, sería maravilloso. Sonrió a Sandra como un tonto. Ella se levantó.-Voy subiendo, Rubén. No tardes, estoy deseando que llegue el momento –Le dijo con voz ronroneante. Salió del bar, cimbreándose sobre sus altos tacones.Rubén esperó cinco minutos y subió. Una sonriente Sandra le abrió la puerta. Entró en la bonita habitación, convencido de que aquella iba a ser la noche más maravillosa de su vida.7Un dolor de cabeza espantoso lo despertó al día siguiente. Era tan fuerte que parecía que se le iba a romper el cerebro en mil pedazos. Soltó un gemido de dolor y buscó a Sandra en el lado izquierdo de la cama. No estaba, y viendo la frialdad de las sábanas, hacía ya rato que se había marchado.Se levantó moviéndose lentamente. El dolor casi no le dejaba avanzar. Cogió dos aspirinas del bolsillo de su cazadora y una botella de agua del mini-bar. Hasta que llegó al baño y se miró en el espejo no vio la nota. Estaba pegada con un trozo de esparadrapo a su pecho. Lo arrancó de un tirón, lo que le hizo pegar un chillido de dolor, y la leyó. Su contenido le heló la sangre en las venas, simplemente decía: “Estamos en paz, hijo de puta”. Después se dirigió a la ducha y dejó que el agua fría incidiera con su chorro en las zonas donde el dolor palpitaba con más fuerza. No entendía cómo podía tener semejante resaca con sólo una copa. Cuando la pulsión fue cediendo se metió debajo del chorro, intentando recordar los detalles de la noche pasada. Entonces se dio cuenta de que no era capaz de acordarse de ninguno.Preocupadísimo, salió de la ducha y se envolvió en la toalla. Al coger el reloj de pulsera para ponérselo tuvo un nuevo sobresalto. ¡Eran las ocho de la tarde! ¿Cómo podía haber dormido tanto? ¿Y por qué no se acordaba absolutamente de nada? Lo último que era capaz de recordar era cuando la puerta del dormitorio se cerró y Sandra dijo que iba a ponerse algo más cómodo. Después de eso, la negrura. Amnesia completa.Dentro de su estado de confusión, decidió que allí no pintaba nada y que lo mejor era marcharse. Ya llamaría a Sandra después. Ahora se imponía llegar a casa como si acabara de volver de Madrid, con completa serenidad.Pensó en la nota mientas conducía: ¿Qué quería decir? ¿Qué había pasado? Empezó a sentirse presa del pánico, tenía la horrible sensación de que algo espantoso había sucedido, estaba sucediendo o iba a suceder.Al llegar a casa metió la llave en la cerradura y no abrió. Mientras forcejeaba con ella, la puerta cedió y una Teté completamente desencajada apareció en el umbral.-¿Qué pasa? –preguntó un perplejo Rubén -¿Por qué no abre la puerta?Asombrado, vio cómo Teté se sacaba una zapatilla y con ella lo abofeteaba sin compasión una, dos, tres veces…-¡Cerdo, cabrón, hijo de puta! –Teté estalló en lágrimas incontrolables mientras se rearmaba para seguir pegándole –¡Asqueroso, cabrón, cerdo, baboso! –Golpeaba ya a ciegas, guiada sólo por el odio feroz que comunicaba la fuerza a su mano. Podría haber estado horas así si el propio Rubén no la hubiera inmovilizado por detrás con sus brazos, hasta que Teté se fue calmando y sus chillidos histéricos se fueron convirtiendo paulatinamente en sollozos. Rubén la sentó en el sofá del salón y entonces vio la funda del DVD sobre la mesita. Horrorizado, leyó el título: “La orgía de tu marido”.Dedujo que eso era lo que había puesto a su mujer fuera de sí, así que puso en marcha el aparato dispuesto a enfrentarse a lo que fuera. El DVD reproducía todo lo que había sucedido la noche anterior, lo que no era capaz de recordar. Concretamente, toda clase de acrobacias sexuales con dos mujeres a las que no había visto en toda su vida: una mulata y una rubia, con toda la pinta de cobrar por tales servicios. Primeros planos clarísimos no dejaban lugar a dudas: era él el protagonista del evento. Rubén creyó morir de vergüenza, de remordimiento y, sobre todo, de rabia hacia sí mismo. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¿Cómo podía haber pensado que Sandra estaba dispuesta a tener una relación con él después de lo que le había hecho? Estaba claro que todo formaba parte de un bien articulado plan de venganza y era todavía más evidente que había logrado su objetivo. Aún con la mente confusa, entendió que tenía que haberle proporcionado algún tipo de droga, porque él nunca se habría prestado a semejante espectáculo y, además, no se acordaba absolutamente para nada de aquellas dos señoritas. En ningún momento intentó dar excusas a su mujer o justificarse de alguna manera. Él había tenido intención de serle infiel, sólo que de otra manera y con otra persona, pero, para el caso, era lo mismo.Aparte de cambiar la cerradura, Teté ya le había hecho la maleta. Tiempo había tenido. Sofía le había dicho que el DVD estaba en el buzón a la hora de comer y que su madre, ante semejante título, había querido verlo inmediatamente. No había sido capaz de ir a trabajar por la tarde, tal había sido su reacción. Llevaba llorando y chillando como una histérica desde las tres. Sofía se había llevado a los gemelos toda la tarde a jugar a la Wii en casa de unos amiguitos, intuyendo que iba a haber bronca.Rubén entendió que tenía que marcharse. La misma Teté se había encargado de decírselo.-Ya hablaremos a través de los abogados –anunció fríamente –Y, en cuanto puedas, llévate esa mierda de cuadro, por favor.Y así, salió con su maleta, completamente confuso. Mientras se metía en el coche preguntándose a dónde ir, vio la solución. Arrancó y cogió el camino más corto para dirigirse a casa de Sandra.Un hombre rubio y barbudo abrió la puerta, para su  sorpresa.-Busco a Sandra Senín –dijo Rubén cuadrando la mandíbula.El hombre se hizo a un lado y le dejó paso franco, indicándole con un gesto la salita contigua al exiguo vestíbulo. Sandra se hallaba en mitad de la habitación, de pie, con gesto serio, sin pizca de diversión o burla en su rostro.-Pasa, Rubén. Imaginaba que vendrías.Entonces Rubén perdió los nervios, se acercó bruscamente a ella y empezó a zarandearla por los hombros con fuerza.-¿Te das cuenta de lo que me has hecho? ¡Me has destrozado la vida! ¿Era necesario, Sandra? ¿Cazar mosquitos a cañonazos? ¡Mi mujer me ha echado de casa! ¿Por qué, por qué lo hiciste?Siguió zarandeándola, ella no se movía ni intentaba defenderse. De repente, el brazo de Douglas lo inmovilizó.-Suéltala –amenazó la voz metálica con fuerte acento americano.-Déjanos solos, Doug. Por favor –rogó Sandra.-Está bien, pero estoy en cuarto lado. Como oigo cualquiera cosa que no mi gusta… -su pésimo español hacía la amenaza todavía más fiera.-Te avisaré, cariño. Lo prometo –contestó Sandra empujando a Douglas hacia la habitación contigua.Rubén no salía de su asombro. ¿Quién era aquel yanqui?-Douglas es mi marido –dijo Sandra con tono sereno, como si le hubiera leído el pensamiento –Siéntate. ¿Te apetece beber algo?-Sí, hombre –contestó Rubén fastidiado –Y unas aceitunas, de paso, no te jode… Teté quiere el divorcio, Sandra. ¿Cómo lo has hecho? ¿Y por qué?Sandra se sentó en el sofá y encendió un cigarrillo.-¿Has oído hablar de la droga que anula la voluntad?-Por supuesto –contestó enfadado –Siempre le estoy diciendo a mi hija que no acepte bebidas de extraños y que no pierda su vaso de vista. Así que fue eso lo que me echaste ¿eh?Sandra se encogió de hombros.-Exacto. Rohypnol puro y duro… Contraté a dos prostitutas y lo grabé todo. Te mostraste muy colaborador.-Eso explica el cómo, pero no el porqué.Sandra bajó los ojos para concentrarse en mirar sus manos. Le temblaban ligeramente.-Has entrado vociferando que te he destrozado la vida –empezó.-Y eso es lo que has hecho… -insistió Rubén.-La nota lo decía muy claro… estamos en paz. Tú me destrozaste la vida a mí antes.Rubén se quedó pensativo. Buscó argumentos para defenderse.-No es en paz, Sandra. Has destrozado mi vida familiar. Yo no hice eso, si te fuiste al extranjero fue porque te dio la gana…-Cállate y déjame hablar, capullo –Sandra se enfadó –No sabes una mierda del tema. Empecemos por el principio: después de descubrir lo de la apuesta, no podía ni salir a la calle sin que alguien se riera de mí. Ni siquiera a comprar el pan. Hubiera deseado morirme de lo humillada que me sentía. Fuera a donde fuera, era el blanco de todas las burlas. ¿Puedes comprenderlo, imbécil?-Sí, pero sería unos días, no iba a durar toda la vida…-Eso mismo pensé yo… que pasaría. Ya tenía todo preparado para irme a la casa de la aldea a pasar todo el verano y escapar… en octubre empezaría la universidad y probablemente no me iba a encontrar con nadie del instituto, o, por lo menos, la cosa se diluiría bastante…-¿Entonces? –Rubén abrió los brazos como esperando una explicación.-Siempre has sido un atorrante. Un adoquín. No es tan difícil imaginárselo. Tuve un retraso. Pensé que me moría cuando supe que estaba embarazada. ¿Ahora puedes imaginártelo, hijo de puta? ¡Me dejaste embarazada! Estaba aterrorizada, no sabía qué hacer ni a quién acudir, sólo sabía que no quería tenerlo ni, mucho menos, que mi padre se enterara, me mataría seguro.Rubén sintió todo el peso del horror y la culpabilidad. ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo podía haber sido tan obtuso? Se había ido a Londres, precisamente a Londres. No había vuelto, y el cuadro… ya Sofía había dicho que era metafórico. Sobre todo, el cuadro.-Mandé un telegrama a Lilian a ver si podía ayudarme. Me contestó que me fuera para allí inmediatamente, que ella se encargaba de todo. Cogí todos mis ahorros, eran una buena cantidad, puesto que jamás gastaba mi paga en salir o en comprarme ropa. Nadie quería salir conmigo ¿recuerdas, Rubén? –su tono de voz se hizo durísimo –La Gamba, demasiado fea y vulgar como para que alguien se fijara en ella. Mi padre estaba entusiasmado con la llegada de su nuevo hijo, así que no me echaría de menos. Le dije que me iba a pasar unos días con Lilian y me lo permitió, en premio por las notas.Rubén se cubría el rostro con las manos, desesperado. Jamás podría resarcir a Sandra por aquello. No había perdón para él, nunca lo habría, él no permitiría nunca que lo hubiera.-¿Te jode lo que estás escuchando? Pues vas a oírlo todo. No haber venido a pedir explicaciones. ¿Querías explicaciones? Las vas a tener todas.Rubén estaba tan afectado que ni siquiera sentía correr las lágrimas por sus mejillas.-Lilian estuvo conmigo todo el tiempo. Aún tuvo que prestarme dinero. Es curioso cómo algo tan sencillo como un aborto pueda ser tan caro. Pasé quince días con ella y después volví para anunciar que quería quedarme en Inglaterra. Mi padre nunca lo supo, nadie lo supo. Lo saben Lilian, Douglas y ahora tú. Nunca pensé que llegarías a saberlo. No te busqué para vengarme, pero tu nombre salió por casualidad un día cuando estaba en conversaciones con Jaime para montar la exposición, y entonces se me ocurrió. Me pareció una idea estupenda. Tenías razón, podría haber estudiado lo que me diera la gana, podría haber tenido otra vida, trabajando en algo digno y que me gustase, no cuidando niños, sirviendo mesas, paseando perros o haciendo de Cat Woman en restaurantes temáticos. Pero tú te cruzaste en mi vida y me la jodiste. Así que no vengas aquí pidiendo explicaciones de por qué te he ayudado a acabar de cuajo con una vida aburrida y burguesa que aborreces. En el fondo, te he hecho el favor de tu vida. Y ahora lárgate. Quiero estar sola.-Lo siento –logró articular él después de unos minutos –Lo siento tanto… siempre me he sentido culpable por lo que pasó, así que imagínate ahora que conozco las verdaderas dimensiones del asunto. Y aunque tú fueras capaz de perdonarme alguna vez, y comprendo perfectamente que no lo hagas, yo jamás podré perdonarme a mí mismo. Jamás. Tendré que vivir toda la vida con esta cruz.-Ése es tu problema –interrumpió Sandra nuevamente con voz serena. Había recuperado el dominio de sí misma -¡Douglas! Acompaña a Rubén a la puerta, por favor.El americano salió de la habitación contigua y cogió a Rubén por un brazo con escasa amabilidad.-Si te sirve de consuelo –dijo Sandra levantándose del sofá –Te diré que no ha pasado un solo día de mi jodida vida en que no me haya arrepentido de haberme deshecho de ese niño. Aunque su padre fuera un hijo de puta. Adiós.Douglas le abrió la puerta de la calle y sintió cierta compasión por Rubén al verlo en semejante estado anímico. No pudo evitar decirle unas palabras de consuelo:-Tú muy malo has sido, pero ella buena es. Sandra no puede odiar, algún día perdonará, yo sentirlo así.Cuando regresó a la salita, Sandra dejaba manar las lágrimas de sus ojos libremente, mientras fumaba compulsivamente. Se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros.-Bueno, ya está hecho. Has consumado tu venganza, ya puedes dormir tranquila.Sandra volvió su rostro hacia su marido.-Entonces, Doug, dime… ¿Por qué me siento tan condenadamente mal?8Jaime no tuvo que esperar demasiado a que se abriera la puerta. Ensayó su mejor sonrisa.-Buenos días, señora. Soy Jaime, el compañero de Rubén.La madre de Rubén se echó a llorar mientras le franqueaba la entrada.-¡Gracias a Dios que ha venido usted! Quizá a usted le escuche… no hace caso a nadie, estamos desesperados, créame.Rubén llevaba un mes de baja, su propio jefe le había obligado a ello. Su estado anímico era tan precario que no podía estar en el trabajo más de media hora sin echarse a llorar. El director del museo le había dicho que en esas condiciones no se podía trabajar.Desde que Teté lo había echado de casa, de su propia casa, puesto que el piso había sido heredado y no entraba en gananciales, Rubén vivía con sus padres. Había vuelto a su antigua habitación. Lo habían recibido bien, sin hacer preguntas comprometedoras. Probablemente no era más que una pelea y las cosas se arreglarían.Pero el asunto estaba lejos de tener arreglo. A Rubén le remordía la conciencia por varias causas y una de ellas era tener la responsabilidad de haber destrozado su familia. Pronto se liberó de esa carga. Poco después de haberse marchado, le llegó la noticia de que Teté llevaba algún tiempo liada con el dentista para el que trabajaba, así que en ese tema él quedaba bastante descargado de culpa. La cosa habría reventado tarde o temprano, con DVD o sin él. Cuchi, la fiel amiga que le había conseguido el trabajo a Teté y esposa del sacamuelas en cuestión, había decidido que aquello de llevar los cuernos con dignidad no iba con ella y se había encargado de poner verdes por toda la ciudad a los malditos adúlteros. Finalmente, ambos habían pedido el divorcio, se suponía que con intención de casarse. Rubén estuvo de acuerdo, no pondría el menor impedimento, al contrario. Si Teté se casaba con el sacamuelas, que estaba forrado, él saldría beneficiado económicamente en cuanto a la pensión se refería.Eliminado este problema, Rubén podía concentrarse a sus anchas en torturarse con los demás, que giraban en torno a Sandra, evidentemente. Rubén se fustigaba una y otra vez, haciendo un ejercicio continuo de empatía, intentando ponerse en la piel de Sandra en un juego de masoquismo brutal.-Hace dos semanas que ya no es persona –decía la madre a Jaime llorando a lágrima viva. Jaime le daba palmaditas en la espalda de vez en cuando –No sé lo que ha pasado, antes aún hablaba… ahora no hace más que suspirar tirado en la cama. Ni siquiera se viste, se queda en pijama. Y se ducha porque entre su padre y yo lo arrastramos al baño, que si no, yo creo que ni eso. Tampoco quiere ver a sus hijos –El llanto de la madre arreció, encogiendo el corazón de Jaime.-Señora mía –intervino con su tono de voz más seductor –Sus días de sufrimiento han terminado. He venido a arreglarlo todo y créame que lo voy a hacer. ¿Está en su habitación?La madre asintió.-Al final del pasillo. Dios le bendiga.Jaime entró sin llamar. Le sobrecogió el espectáculo que se encontró. Rubén yacía en pijama sobre la cama mirando la pared que tenía enfrente fijamente. Jaime miró en la misma dirección y se echó hacia atrás, impresionado. El famoso cuadro de la muñeca con las tripas de fuera ocupaba prácticamente toda la pared de la antigua habitación de soltero de Rubén.-Hola, amigo –anunció jovialmente –He venido a hacerte una visita.Rubén se incorporó y, durante unos eternos instantes, miró a Jaime repetidamente, como si no considerase real su presencia. Acto seguido, se volvió a su posición contemplativa inicial.Jaime intentó iniciar alguna conversación para captar su atención sin ningún éxito. Entonces decidió sacar la artillería pesada.-Sé dónde está –dijo quedamente.Entonces Rubén sí prestó interés. Tras la conversación con Sandra aquel día, había intentado hablar con ella varias veces pero nunca le cogía el teléfono. Unos quince días atrás se había armado de valor y se había dejado caer por su casa. Llamó al timbre hasta que casi lo quemó. Decidió esperar sentado en la calle hasta que ella volviera. A las diez de la noche seguía sin haber vestigios de vida allí. Entonces, una vecina que entraba en aquel momento le informó de que los chicos del tercer piso hacía una semana que se habían marchado. No, no tenía ni idea de a dónde, faltaría más. Ella no se metía en la vida de nadie.El pensar que nunca jamás podría pagar su deuda con Sandra había sumido a Rubén en aquel estado depresivo. No sabía dónde buscarla. Seguramente habría vuelto a América y él nunca podría resarcirla. Tampoco sabía muy bien cómo compensarla, pero ya lo pensaría.-¿Dónde está? ¿Cómo lo sabes? ¿Qué es lo que sabes? –Las preguntas se agolpaban en su boca.Jaime arrugó la nariz. Lo cierto era que Rubén olía fatal.-Ah, no. No te pienso decir nada hasta que te duches, te afeites y comas algo.Cuando Rubén salió de la ducha, media hora después, la madre ya le había preparado un desayuno pantagruélico. Jaime miró a su compañero con lástima. Había adelgazado por lo menos ocho kilos.-Ahora dime lo que sabes –pidió Rubén.-Hasta que no te acabes el desayuno, nanay –insistió Jaime.-Como me estés mintiendo…Rubén se acabó el desayuno con la rapidez propia del rayo. Entonces la madre los condujo al salón y los dejó solos.-Habla –volvió a decir Rubén con insistencia infantil.Jaime suspiró y se retrepó en el sillón.-Bueno, sé todo lo que ha pasado. Ella me lo contó. Digamos que Sandra y yo tenemos bastante confianza…Rubén miró a Jaime con suspicacia.-¿Y eso? –su voz sonó despreciativa -¿Sois amantes?-No, en absoluto. Hace unos meses que soy su marchante –contestó Jaime avergonzado.-Muy bien, hombre… aprovechándote de los artistas que exponen en el museo…-Eh, eh… es una actividad privada que no es incompatible con la púbica –se defendió Jaime –Y ella es un filón. Hemos ganado un montón de dinero estos meses. De hecho, es por eso que sé dónde está… tiene encargos a tutiplén y tenemos que mantenernos en contacto.-Bien… ¿Dónde está y por qué se ha marchado? –Rubén se empezó a animar.-En la casa de la aldea –contestó Jaime sucintamente.Claro que sí. En su ofuscación mental, Rubén no había pensado para nada en la casa de la aldea, la casa que había sido de su madre, el lugar que Sandra no quería vender por nada del mundo. Rubén tenía la vaga idea de que estaba en algún lugar de lo más duro de la costa, alejada del turismo playero.-Toma –Jaime le tendió un papel –Ésta es la dirección. Está en el culo del mundo, pero si sales ahora llegarás a primera hora de la tarde. Sandra es una mujer excepcional, Rubén. Te perdonará. Y tú podrás volver a ser una persona normal, porque ahora, permíteme que te diga, das puto asquito.-¿Por qué haces esto? –preguntó Rubén al borde de las lágrimas.Jaime sonrió. En el fondo, era un romántico empedernido.-Digamos que te tengo cierto aprecio. Digamos que sólo hay un tren que coger en esta vida y que no quiero que lo pierdas. Digamos que estás perdiendo el tiempo miserablemente hablando conmigo: ya tenías que estar arrancando el coche, coño.9A pesar de estar a finales de Junio, el fuerte viento norte que soplaba en el risco donde Sandra tenía su casa y que mantenía el buen tiempo hacía que la sensación térmica fuese de un frío casi invernal. Todo volaba alrededor de Rubén mientras ascendía por el sinuoso camino hacia el acantilado, las copas de los árboles se movían de tal manera que daban miedo.Rubén había emprendido viaje sin planificar absolutamente nada, guiado por su deseo perentorio de hablar con ella. Ni siquiera pensaba en cómo sería su vida cuando arreglara aquel asunto, porque ya sólo el hecho de poder explicarse, si ella lo admitía, le haría sentirse infinitamente mejor. El resto, daba lo mismo. ¿Que esa noche no tenía dónde dormir? Daba igual. Si ella admitía su arrepentimiento, Rubén dormiría feliz en el asiento trasero de su coche. Cuando cruzó el pueblo se fijó en que había un hotel, pero ni se le pasó por la cabeza parar a reservar una habitación, lo primero era lo primero. Le llamó la atención que el pueblo estuviera engalanado como para una fiesta, y entonces cayó en la cuenta, ese día era la noche de San Juan. Lo interpretó como una señal.Llegó al lugar indicado por Jaime: la carretera del acantilado, franqueada por unas diez casas. Rubén pensó que era el sitio más inhóspito e inapropiado para hacerse una casa, con aquel viento zumbante y amenazador. Abstraído como estaba en sus pensamientos, no reparó en la impresionante vista del océano que se divisaba desde allí y que tenía que ser forzosamente relajante incluso para el ánimo más crispado.Siguió las instrucciones de Jaime, la casa de Sandra era la quinta: la que tenía la piedra al aire y los postigos de color madera. Para llegar a la puerta había que salvar un cierre bajo con un portillo y un caminito de guijarros a cuyos lados crecían flores de todos los colores, aunque las pobres, maltratadas por el viento nordeste, no parecían tener mucha esperanza de vida.Rubén aparcó un poco más arriba, no quería que Sandra viera y reconociera el coche. Un golpe de aire brutal casi le arrancó la puerta al abrirla. Echó a andar y pronto se vio delante del portillo, con el corazón galopando como cien caballos salvajes.Estaba ya con la mano en el picaporte del portillo, cuando una voz dulcísima dijo a sus espaldas:-¿Está usted buscando a Sandra? No está, ha bajado al pueblo.Rubén se giró hacia la voz y descubrió a una mujer en el jardín de la casa contigua, rubia y muy menuda, exageradamente abrigada, delgadísima, con un rostro muy agradable que en otros tiempos probablemente había sido bello. Apoyaba su brazo derecho en una muleta.-Pues sí, soy amigo de Sandra y venía a visitarla por sorpresa –contestó -¿Sabe usted si tardará mucho?-Bueno, ha ido a hacer la compra de la semana y salió hace un ratito, así que supongo que aún tardará… Estaba a punto de tomar el té, si quiere usted acompañarme…Rubén dudó, acordándose de repente de la bruja de Hansel y Gretel. El tono de ella, con un ligero acento inglés, sonaba despreocupado, pero sus ojos, ensombrecidos por grandes ojeras, parecían suplicar más que invitar.-Pues sí, muchísimas gracias. Con este frío una taza de té caliente me vendrá de maravilla –Rubén se regocijó internamente. Odiaba el té con toda su alma –Por cierto, me llamo Rubén Furelos –Le tendió la mano izquierda. Ella la aceptó con la suya delicadísima y se la estrechó con escasa fuerza.-Encantada. Yo soy Lilian Smith.Lilian Smith Sellés. Padre inglés, madre española. Cuarenta y dos años. Metro sesenta, cuarenta y tres kilos. Cabello muy rubio y cortísimo. Ojos verdes muy grandes. Boquita de piñón. Pálida, frágil, delicada. Cojea de la pierna derecha. Marchante de arte en una prestigiosa galería en Londres. Divorciada y sin hijos.Lilian le abrió el portillo de su jardín y Rubén entró. Por un momento se quedó observando la bonita casa de madera de Lilian colindante con la de Sandra. Formaban ambas un simpático contraste: una de piedra y otra de madera. Lilian caminaba penosamente delante de él, apoyándose en su muleta.-¿Una lesión? –preguntó Rubén con simpatía.-Sí –contestó ella sonriendo –Una estúpida lesión.Entraron en la casa, toda forrada en madera. Transmitía una agradabilísima sensación de calidez. Rubén volvió a tener el inquietante pálpito de la bruja de Hansel y Gretel, o de la araña y la mosca. Lilian tenía que saber muchas cosas sobre él, era la que había ayudado a abortar a Sandra en su día. Quizá lo que tendría que haber hecho era salir corriendo, pero la curiosidad pudo más que él.Entraron en el salón. Tenía la chimenea encendida.-Los días de nordeste la enciendo –explicó Lilian –Hace mucho frío aquí ¿Sabe?La estancia estaba absolutamente llena de cuadros, aunque el efecto no era demasiado agobiante. Rubén se sobrecogió al ver el que colgaba encima de la chimenea: era un cuadro de Sandra. Representaba una de sus muñecas rotas, en este caso lo fracturado eran las piernas, y el rostro era, indudablemente, el de Lilian.Junto al hogar había un sofá de cómodo aspecto, una mecedora y una mesa baja con un servicio de té. Lilian se acercó a un aparador antiguo y cogió una taza, un plato y una cucharilla para Rubén. Se sentó en la mecedora y sirvió el té. Rubén no se atrevía a hablar y ella tampoco lo hizo hasta que hubo bebido media taza. Sólo el zumbido del viento, chillando como un gato herido, actuaba de ruido de fondo.-Así que ha venido a ver a Sandra –era una afirmación, no una pregunta.-Sí, tengo algo importante que tratar con ella –contestó Rubén con desgana. No sabía qué derroteros podía seguir aquella conversación.Lilian sacó una carterita de uno de los bolsillos de su forro polar y procedió a liar un cigarrillo.-Marihuana –explicó –Me va bien para el dolor de la pierna ¿Sabe?Rubén observó con curiosidad cómo ella liaba el porro hábilmente, preocupado porque no sabía qué decir a continuación.-Pongamos las cartas sobre la mesa ¿de acuerdo? –Lilian rompió el silencio de repente mientras expulsaba el humo –Sé quién eres e imagino a lo que has venido. No me gusta andarme con subterfugios. Hace mucho tiempo que sé de ti.Rubén suspiró con alivio. Él también prefería ir de cara.-Supongo que me despreciarás y me odiarás. He destrozado la vida de Sandra.Lilian encogió sus frágiles hombros.-Yo no soy nadie para juzgar. Tampoco me gustaría ser juzgada sin que se conocieran todos los datos. Sólo te puedo decir que Sandra no buscó la venganza, pero se encontró con la oportunidad en bandeja de plata y no pudo ser capaz de renunciar a ella. Y sí, le hiciste mucho daño en su día. Pero eso fue ya hace tanto tiempo y ella ha cambiado tanto… a veces dudo que quede algo que aquella niña aterrorizada.Se levantó penosamente apoyada en su muleta. Se dirigió a la parte inferior del aparador y de allí sacó una caja antigua de madera. Volvió a acomodarse en la mecedora, tras apartar la bandeja del té y depositar la caja en la mesita baja.-Sandra me matará si se entera de que te voy a enseñar esto. Dudo siquiera que sepa que las conservo.Abrió la caja y sacó un puñado de cartas atadas con una cinta roja. Eran unos cuarenta sobres de avión, con el ribete en rojo y azul.-Conozco a Sandra desde los dos años –continuó Lilian –Somos como hermanas, sé todo sobre ella y ella todo sobre mí. La única pena que teníamos era que sólo nos podíamos ver en las vacaciones de verano. Una lástima, teniendo en cuenta que era hija única y huérfana de madre. Necesitaba desesperadamente una amiga. Y yo lo era, y lo soy. Pero no se pueden evitar ciertas cosas a tantos kilómetros de distancia. Si yo hubiera vivido aquí, el tema de la apuesta nunca habría sucedido. Me habría dado cuenta enseguida de la clase de pájaro que eras.Rubén apartó la mirada avergonzado. Lilian desató la cinta roja y le tendió las cartas.-Toma, están todas ordenadas. Sandra aún tardará un rato, supongo que te dará tiempo a leerlas.Rubén cogió las cartas con cierto temor, pero sin atreverse a rechazarlas por miedo a ofender a Lilian. Abrió la primera, databa de octubre de 1983.-Ésta es muy antigua –manifestó en voz alta –No creo que su contenido sea de mi incumbencia…-¡Léelas todas! –ordenó ella con voz autoritaria –Sandra tiene razón, eres un poquito adoquín, chico.Entonces él procedió a la lectura de las cartas y acabó perdiendo la noción del tiempo y el espacio. Sólo de vez en cuando levantaba la vista y miraba a Lilian, que fumaba en silencio. A través de las cartas que Sandra mandaba a Lilian a Inglaterra, se enteró de cómo se había enamorado de él desde el primer día de instituto, en primero de BUP. A través de las cartas fue desgranando la triste adolescencia de Sandra, su acusado complejo de inferioridad, su absoluto convencimiento de que Rubén jamás se fijaría en ella porque no era guapa, no era simpática, no era estilosa, no era una triunfadora… pero le daba igual porque su mente era libre y en su pensamiento, él estaba con ella y sólo con eso y con verle cada día en clase, era feliz. A través de las cartas también supo cómo el matrimonio del padre había sumido a Sandra en una profunda tristeza, haciéndola aún más retraída. El único hombre en el que podía confiar en el mundo le fallaba también… Leyó sus sueños, sus ilusiones, sus aspiraciones, sus planes de futuro… estudiaría mucho y pronto conseguiría un buen trabajo, porque su expediente sería el mejor de toda la facultad. Iría a ver a Lilian a Londres todos los años… Y entremedias, siempre él, Rubén. Sandra explicaba ilusionada que ese día la había mirado en clase, o le había pedido un bolígrafo… por supuesto que ella nunca podría tener nada con él, era tan insignificante comparada con las chicas que lo acompañaban habitualmente… Sintió náuseas al ver cómo Sandra describía su personalidad, adornada de unas cualidades imaginarias que nada tenían que ver con el presumido y estúpido adolescente que era en realidad. Cualidades que él no merecía. Leyó cómo Sandra había caído en su trampa el último año al aceptar ayudarle con los exámenes, su progresiva ilusión, su felicidad inefable cuando empezaron a salir juntos, su decepción la noche de San Juan, no había sido como ella esperaba ni como se describía en las novelas románticas. Pero no importaba, la próxima vez saldría mejor. Y por fin, la última carta, que leyó con manos temblorosas, en la que Sandra narraba cómo se había enterado de la burla de la que había sido objeto, quizá la más humillante a la que se podía ver sometida una chica de su edad. La lectura se hacía difícil por momentos, ya que la carta estaba emborronada en algunas partes, supuso que por huellas de lágrimas. Una cosa era imaginarse todos los sentimientos que habría experimentado Sandra en aquella época, cosa que Rubén había hecho en el último mes, y otra muy distinta topárselos de frente, con las palabras exactas que Sandra había utilizado para describirlos. En aquel momento, Rubén sólo tenía ganas de morirse, de morirse de vergüenza, de arrepentimiento, de impotencia por querer dar marcha atrás en el reloj y no poder… Qué sola y desgraciada tenía que haberse sentido para confiarse únicamente a una persona que estaba tan lejos…Alzó la mirada y se topó con los cálidos ojos de Lilian.-Falta una carta –le dijo con voz emocionada.-No, en absoluto –contestó ella –Están todas.-¿Y la carta donde anunciaba su embarazo y te pedía ayuda? –preguntó él.Lilian cambió de postura en la mecedora, acompañando el movimiento con un gesto de dolor.-Eso fue un telegrama. No lo conservo.En aquel momento, se escuchó el chirrido de una puerta y un alegre tono de voz que anunciaba:-Hi, Lil, I´m here.Lilian se levantó rápidamente, quizá más de lo que su estado físico le permitía.-Es Sandra –susurró a Rubén –Espera aquí, me desharé de ella en un minuto.-Pero… -Rubén iba a protestar, pero Lilian ya se había marchado. No entendía por qué tanto secreto. Escuchó unos cuchicheos en inglés, pero no consiguió saber de qué hablaban. Los idiomas no eran su fuerte.Lilian regresó en unos minutos y volvió a sentarse en su amada mecedora.-Ya está. Me ha traído la compra y le he dicho que tenía una visita, que ya me pasaré dentro de un rato por su casa. Por ahora no quiero que sepa que estás aquí. Siempre hablamos en inglés entre nosotras, cuando se fue a Inglaterra la obligaba a ello para que se acostumbrase al idioma.Empezó a liar con parsimonia otro cigarrillo de marihuana. Rubén seguía sin atreverse a hablar y fue ella la que rompió el incómodo silencio tras dar una profunda calada al cigarro.-¿A qué has venido exactamente? Si vas a hacerle daño, no permitiré que la veas.Rubén pensó que difícilmente la frágil mujercita que se sentaba enfrente de él podría impedirle nada, pero también entendió que necesitaba una respuesta satisfactoria o, cuando menos, convincente.-He venido a ponerme en sus manos, a intentar arreglar o compensar de alguna manera lo que hice, de la forma que ella quiera. Haré lo que ella quiera que haga, no me importa lo que sea, como si me pide dinero y me quedo en la absoluta ruina.Lilian se echó a reír.-Pero qué panoli eres… cómo se nota que no conoces a Sandra. Ella nunca te pediría dinero. Es más, dudo que te pida nada. Bien, pongamos que te perdona. ¿Qué harás a continuación?-Nada, salir de su vida y no volver a darle la lata jamás. Pero sentiré que mi deuda está pagada.Ella sonrió con ternura.-Muy bonito… precioso. Es sólo que… claro, yo lo veo desde fuera: sufrí todo su proceso de dolor y amargura, por supuesto, pero, Rubén, no tienes ni idea del favor que le hiciste a Sandra, sólo que los métodos no fueron los adecuados.Rubén se echó hacia delante, acariciándose la barbilla.-No comprendo, Lilian.-Muy mal le habría ido a Sandra en la vida si no llega a cambiar… tan apocada, tan acomplejada… probablemente, su madrastra habría acabado comiéndole el poco ánimo que tenía. Necesitaba un revulsivo para empezar a construir su propia identidad. Fue muy a lo bestia, pero hizo efecto. El trauma fue brutal, nadie mejor que yo lo sabe aparte de ella, que lo viví a su lado, pero… Hizo efecto. Y además, mira esto –Lilian señaló el cuadro de la chimenea –Tú la convertiste en lo que es, una pintora excepcional. Bien es verdad que yo le aconsejé la pintura como terapia para liberar toda la rabia y el dolor que llevaba dentro, pero ella era la que tenía el talento… ¿Crees que habría pintado alguna vez si se hubiera quedado aquí a la sombra de su padre y su madrastra? Lo dudo bastante… Y aún de haberlo hecho ¿Crees que habría llegado a ser tan buena? No, hijo, no. La rabia hacia ti actuó de propelente y sacó todo el talento que llevaba dentro.Rubén reflexionó.-Pero, aún así, ella todavía no es una pintora consagrada…Lilian puso su pequeña mano en el dorso de la de Rubén.-Un artista no se hace de un día para otro. Trabajo en eso y tú también, ambos lo sabemos. Sandra está ahora en lo más alto de su carrera. Quizá ahora sí puedas pagar tu deuda ayudándola en ese sentido. En cualquier caso, vete a hablar con ella. Si se niega, yo te daré posada por esta noche, tengo un cuarto de invitados. Ya son las ocho y no creo que tengas ganas de hacerte todo el viaje de vuelta.-Eres muy amable –Rubén se sentía confuso ante la gran generosidad de la mujer. Le parecía la persona más encantadora con la que se había topado en mucho tiempo.Lilian se levantó y Rubén hizo lo propio, ofreciéndole su brazo. Se dirigieron a la puerta de salida.-Discúlpame si no te acompaño hasta fuera, hace demasiado frío –Rubén le contestó que faltaría más –Adiós, Rubén. Me ha alegrado muchísimo conocerte, ha sido un placer.Rubén no pudo reprimir el impulso de abrazarla. Parecía que se conocían de toda la vida. Aún tenía su frágil cuerpecito entre los brazos cuando le dijo:-Si yo hubiera sabido en su día lo que sentía por mí y desde hacía tanto tiempo…Lilian se zafó del abrazo y miró a Rubén a los ojos.-Habrías hecho exactamente lo mismo. Recuerda que no eras más que un adolescente gilipollas. Ahora vete, te deseo toda la suerte del mundo. Confío en el buen criterio de Sandra y en su bondad natural.Lilian atisbó por la cortina la llegada de Rubén a casa de Sandra. Cuando lo vio subir las escaleras y extender el brazo para llamar al timbre, se volvió a su mecedora.Rubén creyó que había pasado una eternidad hasta que la puerta se abrió. Al ver a Sandra en el umbral, cayó de rodillas ante ella y, dramáticamente, gimió:-Por favor… dime qué puedo hacer para que me perdones. Haré lo que sea.10Fiel a su personalidad reflexiva, Sandra miró primero a su alrededor. Afortunadamente, no pasaba nadie por la carretera en aquel momento. No soportaba los espectáculos públicos y se habría muerto de vergüenza si alguien hubiera visto a un hombre hincado de rodillas ante ella.-Bueno… lo primero, levantarte. Levántate, por favor… me espantan las humillaciones públicas. Entra, hace un viento de muerte.Rubén siguió a Sandra al interior de la casa. Un pequeño vestíbulo daba paso a un pasillo corto, estrecho y oscuro, casi como un pasadizo secreto y, de repente, el espacio se abría en un salón enorme de techo altísimo completamente bañado por el sol. Por un momento, Rubén olvidó el propósito que lo había llevado hasta allí para contemplar el maravilloso salón, comparándolo mentalmente con la miserable sala que Sandra tenía en su piso de la ciudad. Rubén comprendió que todo lo que la pintora ingresaba iba a parar al cuidado de aquel refugio.Si la casa de Lilian transmitía calidez gracias a la madera, la de Sandra lo hacía por el inmenso ventanal orientado al oeste que ocupaba casi toda la pared principal del salón. Todavía era de día y la estancia refulgía como una bola incandescente. Por lo demás, era una habitación práctica, cómoda y moderna, pero no acogedora. Predominaban los colores fríos y los muebles lacados en blanco, de tal forma que el salón parecía fundirse con el mar que se contemplaba desde él. Una estufa cassette enorme y modernísima presidía la estancia, aunque estaba apagada. Y, al igual que en casa de Lilian, un cuadro de la serie “Muñecas rotas” colgaba de la chimenea, en este caso, una copia muy parecida a la que Rubén tenía en la habitación de la casa de sus padres en aquel momento. A un lado del ventanal gigantesco, una escalera estrecha adosada a la pared comunicaba con el piso de arriba. Rubén se giró para ver el recorrido y descubrió que la planta superior hacía balcón sobre la inferior. Un diseño maravilloso para una casa de verano.-¿Te gusta? –preguntó Sandra. Rubén se volvió hacia ella.-¡Es fantástica! Un lugar perfecto para perderse y que no te encuentren.Sandra suspiró.-Sin embargo, tú me has encontrado –Se dirigió a una mesa baja y encendió un cigarrillo -¿Puedo ofrecerte algo de beber? Yo voy a tomarme un bourbon.“Muy yanqui” pensó Rubén.-Tomaré lo mismo, gracias.-Siéntate, vuelvo ahora mismo.Rubén se sentó en un sofá blanco mientras veía desaparecer a Sandra por una puerta camuflada en uno de los tabiques laterales del salón.  Al poco rato apareció con un cubo de hielo, se dirigió a un mueble y cogió la botella y los vasos.-Bien, Rubén. Tú dirás.Sirvió las bebidas. Rubén dio un trago a la suya para envalentonarse.-Te busqué, te busqué después del día aquél, fui a tu casa pero ya te habías ido. Por cierto… ¿dónde está Douglas? –se dio cuenta tarde de que la pregunta era impertinente.Sin embargo, Sandra contestó con naturalidad.-Ha vuelto a Estados Unidos. Aquí no encontraba trabajo. ¿Has venido aquí directamente?Rubén decidió no mentir. No era una buena forma de empezar.-No –sonrió –Tu amiga Lilian me vio en la puerta y me invitó a tomar el té. Una mujer encantadora –escudriñó el rostro de Sandra. No parecía haberle molestado la declaración.-Sí, verdaderamente lo es –contestó con tono cariñoso.-Oye, Sandra –Rubén no entendía por qué se estaba apartando del tema principal, pero sentía la necesidad de hacerlo –Tu amiga tiene algo más que una pierna rota ¿Me equivoco? Y perdona si me meto donde no me llaman…Sandra suspiró y encendió otro cigarrillo. Se puso de pie, de espaldas al ventanal. Su pelo rojo refulgía como si estuviese ardiendo.-Lilian es la razón por la que me he venido para aquí. Sí, tiene algo más. Nada bueno.Parecía a punto de llorar. Rubén no sabía qué contestar para no meter la pata.-Comprendo –dijo en voz queda.-Ella cuidó de mí en su día y ahora me toca a mí hacerlo –explicó Sandra con gesto nervioso –No tiene a nadie en el mundo… sus padres ya han muerto y se separó del marido hace unos años… además, soy yo la que tengo que hacerlo y lo hago encantada. Es más, sólo yo puedo hacerlo.La conversación había dado un giro completamente inesperado. Rubén se había olvidado del propósito que lo había llevado hasta allí. Sólo podía pensar en la frágil mujercita de la casa contigua.-¿Y qué harás cuando… cuando ella ya no te necesite? –decidió utilizar el mismo lenguaje metafórico que Sandra.Sandra volvió a sentarse, se retrepó en el sofá y se abrazó a un cojín enorme, como si quisiera protegerse de él.-No pienso en ello. Nunca. Cuando sea, ya decidiré –Y se bebió el bourbon de un sorbo.-Supongo que te volverás con tu marido –pensaba él en voz alta.Sandra sonrió con condescendencia. Rubén se estaba pasando de impertinente aquella tarde, pero se lo iba a perdonar. Ya iba siendo hora de que lo supiera todo.-Bueno, Douglas y yo no tenemos una relación convencional… De hecho, me casé con él para conseguir la nacionalidad estadounidense. Fue un favor que me hizo y por el que le estaré eternamente agradecida.Rubén se quedó perplejo.-¿Quieres decir que es un matrimonio de conveniencia?Sandra se encogió de hombros.-En fin… sí y no. Yo quiero mucho a Douglas, pero no he estado enamorada de él jamás. Sí he sentido atracción, por supuesto. De hecho, me marché a Estados Unidos por él –rió ligeramente y se sirvió un poco más de bourbon.-Creí que habías ido de vacaciones –masculló Rubén.-Conocí a Douglas en Londres hace ya un montón de años –explicó Sandra –Había venido a un festival de jazz. Tenía un amigo, Stephen, que tocaba en la misma banda que él. Stephen y Lilian se enamoraron locamente y él se quedó en Londres. Poco después se casaron, pero el matrimonio no duró mucho –meneó la cabeza tristemente –Fue un calentón por parte de Lilian, era un hombre que no le convenía nada. En fin, que cuando comenzó su relación con Stephen yo empecé a notar que sobraba, como siempre, mi maldito complejo. Sabía que le gustaba a Douglas y cuando tuvo que volver a Estados Unidos y me invitó a ir con él, no me lo pensé. Sólo podía estar con un visado de turista de tres meses y él, que estaba loco por mí, me propuso casarme con él. Douglas me gusta muchísimo, es un encanto de hombre y he sido feliz con él todos estos años. Tenemos una relación abierta, aunque yo nunca he hecho uso de esa prerrogativa. No soy una persona tendente a las aventuras. Supongo que tendremos que divorciarnos, ya le he dado bastante la lata.Se quedaron callados durante un rato. Rubén pensaba en lo mucho que había cambiado Sandra durante todos aquellos años y en la vida tan excitante que había llevado. Entonces recordó para qué estaba él allí.-Sandra, he venido a hablar contigo de nuestro asunto. Escúchame, por favor.Ella se incorporó y esperó con interés.-Necesito lavar mi culpa de alguna manera. Ya no pido tu perdón, sino una compensación que nos haga quedar en igualdad de condiciones. No te puedo devolver a tu hijo, ni puedo compensar toda la angustia que te hice pasar. Pero si ahora puedo hacer algo, estoy dispuesto a lo que sea. Si necesitas o quieres dinero, te daré todo lo que tengo. Si necesitas ayuda profesional para vender tus cuadros, usaré todos mis contactos. Lo que quieras, Sandra. Creo que jamás podré pagar por lo que hice.Sandra se echó a reír, lo que hizo a Rubén sentirse ridículo.-¿Pero qué dinero, hombre? Si me va de lujo, ahora tengo más del que puedo gastar, y eso que esta casa me lleva un pico –Se levantó y lo cogió de la mano –Ven, te enseñaré mi refugio.Rubén se dejó conducir por las diferentes estancias de la casa. En la planta baja, además del salón, había un cuarto de baño y una inmensa cocina equipada con los electrodomésticos más modernos, aunque en una pared aún se conservaba la antigua cocina de hierro. Sandra comentó que todavía la usaba.Subieron por la pequeña escalera adosada a la pared. Sandra pasó de largo por tres puertas cerradas.-Dormitorios y un baño –comentó –No creo que sean de tu interés.Empujó la cuarta puerta. Ya antes de entrar, Rubén sabía que era su estudio. Olía a pintura desde fuera. Era una habitación de regulares dimensiones, desordenadísima y llena de cachivaches. Lienzos enrollados y caballetes se agrupaban en una pared. Creyó que le enseñaría algo de su trabajo, pero no fue así.-Ven. Te enseñaré el jardín. Los dormitorios son fríos porque tienen orientación este, pero en verano no se nota.Bajaron de nuevo al salón y Sandra abrió el ventanal para salir al jardín posterior. No era exactamente un jardín, puesto que las dimensiones eran algo reducidas para ello, pero estaba agradablemente resguardado del viento gracias a un muro acristalado bastante alto que permitía ver el mar y ejercía cierto efecto invernadero. El jardincillo tenía algunos muebles de teca, una piscina pequeña, una barbacoa en la pared que lindaba con la finca de Lilian y plantas arbustivas. No había árboles. -Es una maravilla –dijo Rubén admirado –No me extraña que no la quisieras vender por nada del mundo.-Huy –contestó Sandra –Porque la ves ahora ya terminada, pero cuando venía de niña y cuando la heredé no tenía este aspecto ni muchísimo menos. Excepto la cocina, creo que he rehecho todo. Douglas y yo veníamos en verano y nos pasábamos todo el mes trabajando en ella nosotros mismos cuando no me llegaba el dinero para pagar obreros. La serie de “Muñecas rotas” y lo que me ha dejado mi padre en herencia me han ayudado a terminar la reforma. Y quizá me quede a vivir aquí.Rubén pensó que aquello en invierno tenía que ser la muerte, pero no dijo nada. Volvieron al salón y se sentaron en el sofá.-Bien –empezó Rubén -¿Qué es lo que quieres, Sandra? ¿Cómo te puedo indemnizar por lo que hice? Aún no me has contestado.Sandra se quedó pensativa y señaló el cuadro de la chimenea.-Ya me indemnizaste en su día, Rubén. Mira el cuadro.-Ya me fijé al entrar. Es una copia del de la exposición ¿Verdad?Sandra sonrió con tristeza.-No, hijo. El de la exposición es la copia. Éste es el original, pintado en febrero de 1989. Como ves, es más pequeño que el otro. No quería deshacerme de él por nada del mundo, por eso lo copié. Significa mucho para mí, no sólo por haber sido el primero que pinté, sino también porque ahí está toda la rabia, todo el odio, todo el rencor que tú me inspirabas. Me vacié en ese lienzo, por lo tanto, por mi parte está todo olvidado. No me debes nada, Rubén, en todo caso te debo yo a ti, gracias a tu humillación salió a la luz mi verdadera vocación y una vida interesantísima que jamás habría llevado ni soñado con llevar. Habría acabado siendo una vulgar y gris oficinista, sin haber viajado, sin haber conocido mundo, personas interesantes, experiencias excitantes…Hablaba con apasionamiento, hasta el punto en que hubo un momento en que parecía haberse olvidado de la presencia de Rubén. Él escuchaba con todos sus sentidos. Jaime tenía razón, era una mujer excepcional. Iba a decirle que era él el que había comprado el cuadro, pero cambió de opinión.Entonces, Sandra se volvió hacia él.-En cualquier caso, soy yo la que te debo algo a ti. Te he destrozado la vida con mi venganza, tu mujer te ha dejado, he roto tu familia. Dime cómo lo puedo arreglar. No creas que no he pensado en ello, pero con lo de Lilian todo pasó a segundo plano.-¿Pero cómo fue lo de Lilian? –Se le ocurrió preguntar a Rubén. Sentía que Sandra necesitaba hablar de ello.Ella cogió otro cigarrillo y se sirvió más bourbon. Rubén prefirió no acompañarla, no podía seguirle el ritmo y tampoco quería mezclar alcohol con su medicación.-Cuando me vine para aquí paré en Londres a verla, como siempre. Lleva enferma unos cinco años, el tumor original estaba en el fémur, por eso cojea. Estuvo bien una buena temporada pero su maldito perro negro, como ella le llama, se reprodujo con más fuerza que nunca, sin posibilidad de curación. Entonces me dijo que ya no había nada que hacer y que quería volver para quedarse… para siempre. Que contrataría a alguien que la cuidase. Le contesté que de ninguna manera. Ella estuvo pendiente de mí todos los años que viví en Londres, incluso creo que renunció a tener una vida más divertida por cargar conmigo. Me puse bastante pesada y aceptó. Mientras yo vendía los cuadros de las muñecas ella preparó su traslado para aquí y cuando se vino, ya me vine yo con ella. Por eso dejamos el piso.-¿Y no tienes miedo de que le pase algo en este sitio tan dejado de la mano de Dios? –Rubén no pudo evitar preguntarlo.-No. Aparte de los de la unidad de cuidados paliativos, que vienen todos los días, el viejo médico del pueblo viene a verla dos veces al día. Tampoco queda tan lejos del pueblo cuando te pasas la vida conduciendo por esa carretera, a ti te habrá parecido el quinto pino porque es la primera vez que vienes, pero sólo está a cinco kilómetros en realidad –Sandra volvió a levantarse del sofá, empezaba a sentirse nerviosa y quiso cambiar de tema –A ver, Rubén, volvamos a lo nuestro. Hablaré con tu mujer si quieres, le explicaré que fue una trampa, que te drogué y que no eras dueño de tus actos. Me sentiré mucho mejor cuando lo haya hecho, de verdad.Rubén hacía rato que veía todo clarísimo y diáfano, que respiraba con naturalidad, que había dicho adiós a la angustia del último mes.-Tampoco me debes nada, Sandra. Al contrario, me has liberado.Ella enarcó las cejas, parecía no entender.-En cualquier caso, mi matrimonio estaba roto porque nunca quise a Teté. Además, ella tenía un lío con su jefe, me he enterado hace poco. Mi vida con ella me ahogaba, me asfixiaba desde antes de que tú llegaras –Le explicó la crisis por la que estaba pasando en los últimos tiempos –Fíjate lo que son las cosas de la vida, a priori a mí me esperaba una vida mucho más excitante que a ti y fui yo el que acabé llevando una existencia gris y convencional… No, no me debes nada. Sólo puedo darte las gracias por ayudarme a acabar con una vida anodina, como muy bien dijiste en tu casa aquel día.Sandra se quedó callada pensando.-Entonces… hay algo que no entiendo, Rubén.-¿Y qué es?-Si no te afectó tu separación… ¿Por qué estabas tan hecho polvo? Jaime me dijo que estabas destrozado, poco menos que al borde del suicidio…Rubén asintió avergonzado.-Por el complejo de culpa por haberte hecho daño –contestó en voz muy baja.-Bueno, pero eso ya está arreglado. A partir de ahora te vas a sentir bien ¿eh? ¿Lo prometes?Él suspiró.-No, no me voy a sentir bien. Lamento decepcionarte.-¿Pero por qué? Todo está bien ahora.-Eliminado lo superfluo, sólo queda el problema principal, y ése sigue existiendo.-¿Y cuál es, Rubén? –quiso saber ella.-Que yo te amo, pero tú no me quieres –soltó él con la gravedad de una sentencia filosófica. Como si fuera una verdad universal y evidente.11Sandra llegó a la puerta de servicio de la casa de Lilian en veinte segundos. Le faltaba el aire, tan rápido había corrido.Hacía ya un buen rato que estaba alarmada porque veía que todo se estaba poniendo en su contra, se había iniciado una rebelión en masa, la revolución, la anarquía. Primero había sido su cuerpo, pero no le dio la menor importancia. Lo interpretó como un recuerdo de la adolescencia, cuando el corazón se le salía del pecho al ver a Rubén en el instituto. Además, llevaba tiempo sin estar con un hombre. Después, su cerebro. Jamás había expresado verbalmente que, aún a su pesar, Rubén había cambiado su vida y la había convertido en la artista que era, con lo cual, se lo debía todo. Y, por último, su corazón, que había vuelto a los dieciocho años sin que ella pudiera frenarlo.Tras la declaración de Rubén, Sandra cayó en la cuenta de que llevaba un buen rato arañándose los muslos con las manos en el interior de los bolsillos de su holgado pantalón para reprimir el deseo de arrojarse en sus brazos. Miró hacia la ventana y vio que estaba a punto de anochecer, quedaba una media hora de luz, eran las diez ya, llevaban muchísimo tiempo hablando. Y de ninguna manera podía permitir que Rubén durmiera en su casa y darle otra vez paso franco a su vida. Pero como tampoco podía echarlo como a un perro, se le ocurrió que quizá Lilian le diera alojamiento por una noche. Así que salió corriendo como si escapara de un fuego, sin contestar a lo que Rubén había dicho y dejándolo pasmado. Sólo dijo: “ahora vuelvo, tengo que ver si Lilian está bien”.Cuando vio el sobre pegado a la puerta que accedía desde el exterior a la cocina de Lilian, la misma por la que había entrado la compra aquella tarde, tuvo el pálpito de que ella tampoco la iba a ayudar. Arrancó la nota, iba dirigida a ella, y la leyó entre lágrimas.“Querida: sé que tienes invitados así que ni se te pase por la mente venir por aquí a ver cómo estoy. Me encuentro perfectamente, me voy a acostar pronto y el doctor Ramírez vendrá con la medicina mágica que me hace dormir toda la noche, así que te prohíbo terminantemente que te preocupes por mí. Disfruta tu noche, Sandra. Hay trenes que sólo pasan una vez. Mañana nos veremos. Lilian”.Sandra se dejó caer en los escalones llorando amargamente. Hacía tiempo que no lo hacía de semejante manera, ni siquiera cuando le comunicaron la muerte de su padre. Maldita Lilian, ella también la estaba empujando a la perdición. La conocía bien y sabía que era su modo de decir: “Lánzate, desinhíbete, olvida tu maldito orgullo… ¿no ves que lo estás deseando, idiota?”.Entre lágrimas, hizo balance de lo que había sido su vida desde que había vuelto a España. Al principio todo había ido bien… hasta el maldito día de la inauguración de la exposición, cuando se había reencontrado con Rubén. Y eso que iba preparada porque sabía que él probablemente estaría allí. Desde aquel día, sus sentimientos habían estado fluctuando entre el amor y el odio, entre el rencor y la esperanza, empujándola y llevándola de un lado para otro como una barca en medio de un temporal. Sandra creía que veinte años alejada de él construyéndose una nueva identidad tenían que servir para algo. ¡Qué equivocada estaba! Daba igual que se hubiera forjado un carácter férreo durante todos aquellos años, que se hubiera quitado las gafas y el corrector dental, que ahora fuese atractiva, que hubiese adquirido confianza en sí misma y se hubiera convertido en una mujer inteligente, resuelta, independiente… desde aquella noche la niña Sandra, la fea, la apocada, la Gamba, había tomado posesión de su cuerpo con más fuerza que nunca. Douglas lo había notado, Lilian lo había notado… Sandra había dejado de pintar, no tenía inspiración ni ganas. Lo único que le apetecía era vengarse y no pararía hasta hacerlo. Y después… se dio cuenta de que no había servido de nada, porque sólo le había quedado un vacío que no sabía cómo llenar, y un sentimiento de culpa por hacer pagar con tanta saña al Rubén adulto la gran estupidez que había cometido el adolescente. ¡Y ahora aparecía allí dispuesto a todo! Y esta vez no mentía, Sandra ya tenía la suficiente experiencia de la vida como para saber cuándo alguien estaba enamorado de ella. Y lo peor de todo, pensó, es que ella también lo estaba de él, pero sería capaz de cortarse la lengua antes de reconocerlo.Sandra había perdonado a Rubén, pero aún le quedaba orgullo suficiente para no permitirle entrar de nuevo en su vida. Tenía miedo de hacerlo, de enamorarse, de entregarse. No, era mucho mejor seguir sola y amargada. En los siguientes meses iba a estar muy ocupada cuidando de Lilian. Después… ya vería. Le diría a Rubén que se tenía que marchar aunque se estuviese rompiendo de dolor por dentro. Era lo mejor.-Pero Sandriña… ¿Qué haces ahí llorando sola?En la penumbra, Sandra distinguió la amable y bonachona presencia del doctor Ramírez. Se levantó y se abrazó a él arreciando su llanto. Él le acarició el pelo con cariño y le habló suavemente.-Sandriña, Sandriña… sé que no es fácil. Tampoco va a serlo para mí, que la traje al mundo. Sabes que su madre dio a luz estando aquí de vacaciones ¿Verdad? –Sandra asintió entre lágrimas, sintiéndose profundamente avergonzada. El buen doctor creía que lloraba por Lilian, cuando en realidad era porque se debatía entre dejar pasar el tren de la felicidad o, por el contrario, cogerlo y permitir a Rubén el acceso a su vida, a su corazón y a su cuerpo.El encantador médico siguió hablando. Había cumplido ya los setenta pero se negaba a jubilarse, y conocía a las dos chicas desde su nacimiento. Las quería como si fueran sus propias hijas.-Sandriña, hay que empezar a soltar amarras. Sé que no quieres pensar en eso, sé que evitas llamar a las cosas por su nombre, pero ya no queda mucho tiempo y tienes que estar preparada para ello, Lilian ya lo está y tú no vas a ser menos que ella ¿Eh?Sandra sonrió. Desde niñas, el médico siempre usaba el tema de la competitividad para poner inyecciones o curar heridas. “Mira, Sandra, Lilian no ha llorado al limpiarle la herida con alcohol, así que tú no vas a ser menos ¿Verdad?” solía decir.Sandra intentó tragarse las lágrimas y serenarse.-Tengo demasiada dependencia emocional de ella. Va a ser muy difícil cortar el cordón, doctor.-Sandriña, tienes cuarenta años y una vida plena y maravillosa. Lo superarás. Ahora, no puedes entrar así en casa de Lilian, no permitiré que te vea en ese estado. De todos modos, ella estaba ya medio dormida cuando la he dejado, así que sólo irías a molestar. Aprovecha mientras puedas, dentro de poco ya tendrás que dormir allí.-Sí, ya lo sé. Me ha dejado una nota.El doctor miró hacia la casa de Sandra.-Qué bonita te ha quedado la casa. Tu madre estaría orgullosa de ti.Ella empezó a notar otra vez ganas de llorar. El médico continuó.-Me parece que tienes invitados ¿eh, Sandriña? Pues venga, vete a atenderlos como es debido. Sé tan buena anfitriona como lo fue tu madre.Sandra asintió, se secó las lágrimas de un manotazo y besó al médico en la mejilla.-Buenas noches, doctor –musitó.Y echó a correr, mucho más rápido que a la ida. Entró en su casa dando un portazo, corrió por el pasillo e hizo acto de presencia en el salón como una aparición demoníaca, toda sofocada, jadeante, sudorosa, con los ojos brillantes y los cabellos rojos flotando a su espalda.Rubén aún seguía allí, de pie, contemplando el cuadro. No le dio tiempo de hablar. Sandra corrió hacia él y se le abrazó como un náufrago a una tabla de salvación.12En ese momento que precede al despertar completo, a la vuelta a la lucidez y a la consciencia, Rubén sintió que todo era perfecto. Todos y cada uno de los elementos que configuran el orden natural de las cosas estaban en su sitio. Todo encajaba.Un delicioso olor a café penetró en la estancia. Sandra llevaba una bandeja enorme con el desayuno. Rubén se preguntó cómo habría hecho para subirla por aquella escalera tan estrecha. Sandra dejó la bandeja encima de la cómoda de roble y se arrojó sobre la cama para abrazar a Rubén.-Buenos días –susurró –Espero que hayas dormido bien.Ya estaba vestida, a pesar de que aún no habían dado las nueve y que a las seis aún estaban despiertos recuperando el tiempo perdido. En algún momento de la noche, Rubén le había confesado que él había sido el comprador del cuadro.-Te lo compro –había dicho ella –No quiero que cada vez que lo mires te sigas acordando de lo mismo.Pero él se negó. Le contestó que, ya hablando profesionalmente, era una inversión.-Eres una pintora soberbia, Sandra. Dentro de un tiempo su precio se habrá triplicado.Sandra ya estaba sirviendo el desayuno en una mesa auxiliar.-Como no sabía lo que te gusta, he preparado un poco de todo. ¿Has dormido bien sí o no?Rubén se incorporó en la cama. El sol entraba por los postigos ya abiertos y el viento parecía haber amainado.-Poco pero bien –respondió –Ven que te dé los buenos días como Dios manda, pelirroja.Tras unos momentos de arrumacos, empezaron a desayunar.-¿Y por qué has madrugado tanto? –preguntaba Rubén mientras devoraba un croasán relleno de mantequilla y mermelada -¿No se supone que estás de vacaciones?-Tengo que ir a casa de Lilian a levantarla y darle el desayuno –contestó ella –Cada día come menos, tengo que estar delante de ella mientras lo hace para que no se escaquee. Como si fuera un niño pequeño, vaya…El semblante de Sandra se ensombreció. Entonces Rubén le preguntó:-¿Qué esperanzas os han dado?-Nadie se atreve a dar una fecha concreta, no se arriesgan. Supongo que algunos meses aún… pobrecilla, tiene muchos dolores. Fuma marihuana casi todo el tiempo, dice que le alivia ¿Sabes?Rubén asintió.-Ayer mientras estuve en su casa se fumó tres canutos. Eres muy buena, Sandra, cuidando de ella.Los ojos de Sandra se humedecieron.-¿Y qué voy a hacer, Rubén, después de cómo se portó ella conmigo y estando sola como está? Permaneceré a su lado hasta el final. No lo hago por caridad, para mí es una necesidad vital ¿entiendes?Apartó la bandeja del desayuno. Rubén la atrajo hacia sí y se recostaron en la cama.-Aparte de eso… ¿Qué planes tienes? No te largarás con los yanquis ¿no? Porque no te lo voy a permitir de ninguna manera.Sandra sonrió.-Bueno, a estas alturas ya sabes que Jaime lleva mi carrera. Me sale el trabajo por las orejas, tengo un montón de encargos. No, Rubén, no me voy a marchar, no te preocupes. Pero ahora Lilian es mi prioridad. Después ya me organizaré.-Me quedaré contigo –manifestó Rubén con firmeza.-No, de ninguna manera. Incorpórate al trabajo, hombre. Te vendrá bien. Arregla tus asuntos con tu mujer, retoma el contacto con tus hijos. Yo no voy a salir corriendo, ya no –soltó una débil carcajada.-En agosto estoy de vacaciones. Me vendré contigo, si me admites –insistió él en un susurro.Sandra lo abrazó.-Claro que te admito, pero no eches las campanas al vuelo. Tendrás que pasar parte de tus vacaciones con tus hijos. Ahora eres un hombre separado, no lo olvides.-Evidentemente, y no hay el menor problema. Pero todo el tiempo que tenga libre lo pasaré contigo, aunque sólo puedas dedicarme un minuto. No te dejaré escapar otra vez, pelirroja.Sandra se echó a reír.-Tengo que irme, Lilian ya estará despierta. Estaré de vuelta dentro de un rato largo. Como hoy no hace viento y junto a la piscina se está muy bien, me la traeré para aquí y comeremos en el jardín. Un poco de sol y aire puro le harán bien.-Avísame si necesitas ayuda para traerla –dijo Rubén.Sandra salió de la habitación con la bandeja y Rubén remoloneó un poco en la cama, pensando en las cosas tan raras que hacía la vida. Habían perdido veinte años en los que podían haber estado juntos si él no hubiera sido tan impresentable. Nunca había visto en Sandra, durante su época de estudiantes, la menor evidencia de que ella estuviera enamorada de él. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza, vaya. Sabía que la había ido enredando en su tela de araña cuando empezaron a estudiar juntos el último año y que ahí sí que ella se había colado por sus huesos. Cuánto tiempo malgastado, Señor…También pensó que era injusto opinar así. Tenía cuatro hijos estupendos que no estarían en el mundo de haber seguido su vida otros derroteros. Los llamaría en cuanto llegara a casa, sí. Y se ocuparía, ya con la cabeza fría, de hacer el reparto de bienes con Teté. Ella se había ido a vivir con el sacamuelas a su casa, llevándose a los niños. El piso en el que vivían cuando estaban casados, ahora deshabitado, estaba a nombre de Rubén, así que esperaba poder quedarse con él. ¿Quizá para vivir con Sandra? Ojalá…Un chillido espeluznante le puso el vello de punta. Rubén, que estaba especialmente inspirado aquella mañana, pensó en cuánta información podía dar un solo grito, carente casi de articulación lingüística. Sólo con escuchar el horroroso alarido de animal herido y agonizante procedente de la casa de al lado Rubén había comprendido que Lilian, a la que conocía poco pero de la que había percibido su fuerte carácter y su negativa a que nadie gobernase su vida, había hecho un postrero ejercicio de afirmación de su autonomía, burlando al destino y adelantando la fecha de su último viaje.13Doce horas después, Rubén casi no podía mover los dedos de la mano derecha.Nada más oír el espantoso alarido de Sandra, se había vestido a velocidad supersónica y se había trasladado a la casa contigua. Por pura intuición dio con la habitación de Lilian, que curiosamente se encontraba en el piso de arriba, y allí se encontró a Sandra sollozando histéricamente con la cabeza apoyada en el vientre del cuerpo sin vida de su amiga, abrazada a sus delgadísimos muslos. Lilian tenía una expresión tan relajada y serena que daba gusto verla. Parecía mucho más feliz que cuando estaba viva. Rubén se sintió impresionado.Acto seguido intentó levantar a Sandra, que se resistía contra viento y marea. Pero él ya había visto las dos cartas en la mesilla de noche, una dirigida al juez y otra a Sandra, y con sorprendente frialdad había pensado que si había una investigación Sandra no debería dejar sus huellas en el cuerpo.-Sandra, cariño, tienes que soltarla. Ahora tengo que hacer un montón de llamadas…Sandra lo miró sin verle realmente.-¡No quiero, no quiero soltarla! ¡Es mi amiga y no he estado aquí para…! –Estalló en lágrimas pensando que, mientras ella se derretía en los brazos de Rubén, Lilian moría a escasos metros sola como un perro. No lo podía soportar.Rubén suspiró. Estaba claro que él tendría que hacerse cargo de la situación.-Atiende, vamos a hacer una cosa, mientras yo llamo por teléfono te vas a sentar en esta butaca –arrimó el mueble junto a la cama –Y vas a coger la mano de Lilian y a hacerle compañía ¿De acuerdo? –Sandra asintió, desencajada –No le sueltes la mano ¿Me lo prometes? –Ella volvió a afirmar con la cabeza, y siguió las instrucciones de Rubén.Afortunadamente, en el dormitorio había un teléfono inalámbrico y una guía telefónica. Mientras Sandra sostenía tristemente la mano exánime de Lilian, procedió a llamar a la Guardia Civil y al hospital comarcal. Ellos sabrían qué hacer.Media hora después, la habitación de la encantadora Lilian Smith bullía en frenética actividad. Llegó el juez con el secretario y leyó la carta que le iba destinada. Llegó una ambulancia y también llegó el doctor Ramírez, que venía a hacer su visita matutina y se había encontrado con todo el follón.El doctor dominó la situación con gran entereza. Sabía que el juez querría hablar con él, así que mientras esperaba a que el magistrado requiriese su presencia fue a ofrecer sus servicios a Sandra, pues suponía que estaría desquiciada.La encontró en el piso de abajo, la habían obligado a abandonar a Lilian en contra de su voluntad, no era capaz de soltarle la mano. Así que Rubén sustituyó la mano de Lilian por la suya y ahora Sandra se la estrujaba dolorosamente cada vez que tenía ganas de llorar, lo que sucedía con bastante frecuencia. Al ver al doctor, Sandra lo abrazó con el brazo que le quedaba libre, pero no soltó la mano de Rubén. Él mismo se presentó al doctor, Sandra no era capaz de hacer las presentaciones.-Querida Sandriña… -empezó el médico sentándose a su lado y empleando aquel tono suave que tan buenos resultados le daba –Tienes que pensar que ha dejado de sufrir, y que es lo que ella ha querido.Sandra sintió un sobresalto repentino.-No le habrá ayudado usted a hacerlo ¿Verdad? –preguntó con voz dura.El médico meneó la cabeza con tristeza.-Sandriña, qué mal me conoces… mi obligación es salvar vidas, no quitarlas. No, hija mía… ella no me necesitaba para nada, tenía aquí un polvorín de medicinas suficiente como para hacerlo ella solita. Ahora –y su voz se quebró de repente –si me lo hubiera pedido, no sé si habría sido capaz de negarme.Sandra rompió a llorar nuevamente.-¿Pero por qué, por qué, por qué? Aún no era el momento, no lo era, aún había tiempo…El médico la meneó un poco cogiéndola por los hombros.-No para ti, pero a lo mejor sí lo era para ella. No seas egoísta. Fue su decisión ¿De acuerdo? –A Sandra le sorprendió el tono de voz duro del médico.A todo esto, desde que se había corrido la voz con la noticia empezaba a llegar gente del pueblo a la casa. Lilian era muy querida allí, lo mismo que Sandra. A media mañana el propio alcalde se acercó hasta allí para dar el pésame a Sandra. El doctor Ramírez hizo y repartió café entre los presentes, ya que Sandra parecía incapaz de soltarse de la mano de Rubén. El médico se las arregló para que ella estuviera en la cocina cuando se llevaron el cuerpo de Lilian, en flagrante conchabamiento con algunas de las mujeres del pueblo. Pero cuando se dio cuenta de que no se había podido despedir de ella le dio un ataque de histeria y hubo que darle un sedante. No fue capaz de dormir, pero por lo menos ahora permanecía sentada y serena, con los ojos secos. Fue en ese momento cuando Rubén le entregó la carta que le iba destinada.-Vale, lo acepto –dijo tras haberla leído tres veces y estar un cuarto de hora pensando –Fue lo que ella quiso. Aquí me da las razones y son perfectamente lógicas. Tenía que habérmelo esperado, conociendo a Lilian. ¡Pero es una putada! –y empezó a llorar nuevamente.Rubén se preguntaba hasta qué punto Lilian habría tenido la fecha de su muerte planeada. Empezaba a sospechar que su presencia había tenido algo que ver. Probablemente había visto el cielo abierto con la llegada de Rubén, así Sandra estaría acompañada en el duro trance y, en cierto modo, él vendría a sustituir a Lilian en el corazón de Sandra.Después de un día eterno, se acostaron a las once de la noche. Quedaba gente de sobra para velar el cuerpo y el doctor Ramírez había insistido en que Sandra tenía que dormir. Rubén la mantenía sujeta contra su cuerpo para transmitirle confianza. Entonces ella dijo:-Estaremos juntos siempre ¿Verdad, Rubén?-Claro –Contestó él –Ya sabes que te quiero con locura. Nunca te dejaré, no te librarás de mí ni con agua hirviendo.-Voy a echarla muchísimo de menos –sollozó ella débilmente. El doctor le había dado una pastilla para dormir y parecía que ya empezaba a hacerle efecto.-Claro que sí, pero siempre te quedará su recuerdo. Era una mujer maravillosa ¿verdad?Sandra se giró para contestar.-Tan maravillosa que creo que fue la causante de que estemos juntos –murmuró antes de quedarse profundamente dormida.14-Por favor, no sonrían tanto –advirtió el fotógrafo, enfadado. Pensaba que la foto saldría ridícula con aquel contraste tan acusado entre el cuadro, francamente triste y macabro, y los que posaban delante de él.-¡Déjenos en paz, hombre! –riñó Jaime –Hoy es un día feliz ¿Entiende?Sandra, Jaime y el director del museo se dispusieron a posar por enésima vez, pero la sonrisa ya se estaba borrando de sus labios. Los tres odiaban las fotografías. Bueno, Jaime no, pero sí cuando lo tenían diez minutos seguidos poniendo posturitas serias.-Ahora ya no te puedes echar atrás, Sandra –le dijo Jaime jovialmente mientras el fotógrafo se alejaba con sus bártulos.-No tenía pensado hacerlo –contestó ella echando un último vistazo al cuadro –Cuando quiera verlo, vendré aquí.Sandra había donado al museo el primer cuadro de la serie “Muñecas rotas”, el que tenía sobre la chimenea de su casa de la costa. Del mismo modo que una vez había necesitado pintarlo más que el aire que respiraba, ahora tenía que deshacerse de él, alejarlo de su vida, de su nueva vida.Rubén le había dicho que no fuera tonta y lo vendiera. Le iban a pagar lo que ella pidiese, máxime sabiendo que era el primero y original de una serie que se había vendido como churros.-No, no puede ser – había respondido ella con terquedad –Nunca lo pinté con afán de lucro, así que tampoco puedo deshacerme de él de esa manera. Esto es lo justo y lo que quiero. No insistas más.-Mientras no me pidas que me deshaga del mío, todos contentos –repuso Rubén riendo.No, no se lo había pedido. Pero tampoco quería tenerlo a la vista. Así que el bueno del cuadro estaba ahora en el trastero impecablemente embalado, esperando una buena ocasión para su venta. En cuanto a la chimenea de Sandra, el cuadro de Lilian era ahora el que la adornaba.Sandra y Rubén habían pasado todo el verano en casa de ella recuperando el tiempo perdido. ¡Tenían tanto de qué hablar! Él tampoco quería dejarla sola después de la muerte de Lilian, así que su mutua compañía benefició a ambos. Rubén ya estaba completamente repuesto de su depresión y en septiembre llegó con muchas ganas de retomar todos sus asuntos. Concedió a Teté el divorcio y se volvió a su casa con Sandra, que puso como única condición que el cuadro no entrara en su nuevo hogar.Los hijos de Rubén habían pasado parte del mes de agosto con ellos. Es decir, los dos mayores. Los gemelos se habían ido a Marbella con su madre y el sacamuelas, que ya habían empezado a preparar la boda, y estaban deslumbrados con tanto lujo y derroche. Sandra estaba preocupada por cómo la recibirían, al fin y al cabo, ella era una intrusa en la relación familiar y así se lo dijo a Rubén.-Ya estás tú con esa puñetera sensación de que molestas –gruñó él –Te van a adorar, ya lo verás.Y así había sido. Para no interferir demasiado en sus costumbres y dar un poco de independencia a los dos adolescentes, Sandra había alojado a Sofía y a David en la casa de Lilian. Y ellos habían quedado encantados con aquella insólita muestra de confianza por parte de su padre.-¿Una casa para nosotros solos? –Había gritado Sofía -¿Podemos hacer lo que queramos?-Mientras no causéis destrozos ni molestéis al vecindario, sí –Rubén sonrió con condescendencia -También podéis usar el coche que hay en el garaje para trasladaros al pueblo –Sofía acababa de sacarse el carné de conducir.Porque Lilian había legado a Sandra todo lo que tenía, incluida la casa. También los cuadros, que conformaban una interesante colección pictórica de cierto valor. Abrumada, Sandra no sabía muy bien al principio qué hacer con todo aquello, pero durante el verano se le fueron aclarando las ideas.-He hablado hoy con el alcalde y vamos a montar un pequeño museo en la Casa de la Cultura con los cuadros de Lilian –anunció a la hora de cenar. Era una excepcionalmente bochornosa noche de agosto y Rubén, David y Sofía estaban preparando una barbacoa junto a la piscina.-Qué idea tan estupenda –dijo Sofía –Le dará vidilla al pueblo.-Podrías venderlos, te reportarían una buena cantidad –dijo Rubén mientras daba la vuelta a unas chuletas sobre las brasas.Sandra se enfadó.-¡Qué manía con vender! –le arrancó la espumadera y el tenedor de las manos –No necesito el dinero, y menos siendo los cuadros de Lilian. No, ella sabía lo que hacía cuando me los legó, sé que estará encantada con mi decisión. ¡Y parece mentira que aún no sepas hacer una barbacoa decente! –concluyó muerta de risa.Rubén se acercó a Sandra cuando la sesión fotográfica hubo terminado y la agarró por la cintura. Iba a besarla cuando Jaime los interrumpió.-Si llego a saber lo babosos que os ibais a poner, que dais verdadero asco, os lo juro, jamás habría hecho de Cupido entre vosotros –ante la expresión de perplejidad de los otros dos, prosiguió –Porque no me negaréis que no fue gracias a mí, menda lerenda, que saqué de la cama a este maldito zote –señaló a Rubén con la barbilla –para que fuese a verte, que ahora estáis juntitos. La verdad, debería dedicarme a tener una agencia matrimonial o algo así, porque está claro que se me da de miedo… Claro que estaba diáfano como un cristal que tú estabas loca por sus huesos, lo vería hasta un ciego…-Estoy por despedirlo como marchante, te lo juro –le dijo Sandra a Rubén.-Peor es lo mío, que tengo que aguantarlo en el trabajo todos los días –contestó él -¿Nos vamos?-Cuando quieras –respondió Sandra sonriendo.-Eeeeeh –protestó Jaime -¿Vais a cenar? ¿No me lleváis con vosotros? Malvados…-Lo siento, Jaime. Hoy tenemos algo privado que hacer –dijo Rubén.Sandra y Rubén se dirigieron andando a un restaurante cercano. Sofía y David ya habían llegado. Esperaban tomando una caña en la barra. Los saludaron cariñosamente.Nadie abordó la cuestión hasta los postres. Hablaron de otros temas, sobre todo de lo contenta que estaba Sofía estudiando su primer año de Historia del Arte.-Ésta es una fiera, en unos años será ella tu marchante, y si no, al tiempo. Acuérdate de lo que te digo –bromeaba Rubén con Sandra.-Sandra no necesita marchante, se vende sola –contestó Sofía.-Bueno –dijo Sandra –Nos vamos a acercar hasta la costa en el puente de difuntos ¿Os animáis? Así ventilo un poco la casa de Lilian.-Yo sí –contestó una entusiasmada Sofía. A continuación, les guiñó un ojo –David no sé si querrá, como ahora tiene novia…-Bocazas –gruñó David.-Tráetela –propuso Sandra.David sonrió-¿En serio? ¿Puedo? –preguntó al padre.-Si Sofía no protesta… al fin y al cabo es con ella con la que vas a convivir, no con nosotros.-Vale, pero portaos bien –contestó Sofía –A continuación, se dirigió a la novia de su padre:-¿Ya has pensado qué vas a hacer con la casa, Sandra?Ella se encogió de hombros.-No. No tengo ganas de venderla, me trae muchos recuerdos. Mientras vosotros la uséis, ahí estará. Después ya veremos…Suspiró. Había llegado el momento.-Bueno, hablemos del asunto.Notó cómo los hermanos se envaraban. De repente, afloraron los nervios.-Vuestro padre me ha dicho que queréis vivir con nosotros.Era cierto. Los gemelos se habían adaptado a la perfección a la nueva situación familiar, pero ellos no tragaban al sacamuelas ni su modo de vida. Ya en verano habían manifestado a su padre su deseo de vivir con él, pero todavía no sabían que Rubén salía con Sandra. Sofía entendió, cuando se enteró de la relación entre ellos, que sólo estorbarían allí, pero Rubén aún así les dijo que hablaría con ella a ver qué opinaba. Después de cuatro meses, Sandra había tomado una decisión.-En fin, después de haber semiconvivido con vosotros en verano, ya que, al fin y al cabo, estábamos en casas separadas, y de hacerlo aquí en la ciudad algunos fines de semana, he de decir que, por supuesto, sois unos repelentes, como todos los adolescentes –guiñó un ojo a Rubén –pero no lo suficiente como para que no os admitamos en casa. ¡Estamos deseando que os vengáis!Hubo unos momentos de algazara. Rubén pidió cava y todos brindaron.-Estamos encantados, en serio. No os penséis que es de favor –insistió Sandra.Y era verdad. Sandra pensaba, en su fuero interno, que era un poco como recuperar aquel hijo que nunca llegó a nacer. Además eran encantadores, sobre todo Sofía. Aunque David se había vuelto mucho más sensato desde que salía con aquella misteriosa novia.-¿Qué haces mirando el móvil todo el tiempo? –preguntó el padre.David enrojeció.-Bueno, es que he quedado con Natalia… le voy a mandar un mensaje diciendo que me retrasaré un poco…-Pero hombre, dile que se venga por aquí a tomar una copa con nosotros, así la conocemos –contestó Rubén –Si total la vamos a conocer en el puente…David sonrió.-Está bien, pero le dará corte, supongo…Salió a llamar. Entonces habló Sofía.-¿Sabes quién es, papá? Aquella que le llamaban La Gamba porque decían que se aprovechaba todo menos la cabeza… Es una chica muy simpática y parece que ha ejercido buena influencia sobre David ¿no?Sandra se echó a reír.-En mi clase también había una a la que llamaban así ¿Te acuerdas, Rubén? Se reían mucho de ella, pobrecilla. Me pregunto qué habrá sido de la pobre mujer…Rubén enrojeció hasta la raíz del cabello. Su mano buscó a tientas la de Sandra por debajo del mantel.-Estoy seguro de que hoy en día será una mujer muy guapa, muy feliz, muy realizada y con un novio guapísimo –intentó reprimir el gesto de dolor cuando Sandra le retorció un dedo con saña.-Como yo –contestó ella.-Pues sí ¿Por qué no? –preguntó Rubén.-Porque en este momento no hay nadie más feliz que yo en este planeta –sentenció Sandra con una gran sonrisa.FINPontevedra, 25 de marzo de 2010Pontevedra, 12 de abril de 2010
LA MUÑECA ROTA
Autor: Ana Vázquez  337 Lecturas
     1Como todos los años, Pedro fue a buscar las notas la mañana del 23 de junio. Como todos los años, llevaba un nudo en el estómago. Pero la diferencia esta vez era que el nudo había crecido alarmantemente, como un embarazo psicológico. El niño aplicado de antaño se había convertido en un adolescente rebelde de dieciséis años, y aunque había apretado lo suyo en el último mes, mucho se temía que no iba a pasar limpio. Y eso suponía un verano de condenación, porque sus padres eran tremendamente estrictos con el tema de las notas.Sus peores temores se confirmaron cuando le entregaron el boletín: cuatro asignaturas para septiembre. Dos eran una chorrada, pensó Pedro con desprecio: informática y música, eso se sacaba con la gorra… pero las otras dos eran lengua y matemáticas, cosa que podía comprometer y mucho su titulación en septiembre. Y lo haría, porque Pedro no había tocado un libro en todo el año de ambas asignaturas, y no tenía la menor intención de hacerlo en verano, tenía planes mucho más atractivos, como, por ejemplo, dedicarse a su reciente novia, Laura, la más guapa y deseada del colegio.Notas en mano, Pedro se dirigió a casa de su amigo Julián, lo que se dice un verdadero crack de la informática, que en un periquete le proporcionó un boletín falsificado por el módico precio de cien euros, como llevaba haciendo todo el curso. A Pedro no le importó invertir todos sus ahorros en el ingenio, las notas que figuraban en el nuevo boletín eran tan buenas que sus padres y abuelos lo cubrirían literalmente de billetes de veinte. Esa noche podría llevar a Laura a todas las atracciones de la verbena de San Juan. Como aún le sobraba algo de sus ahorros, hizo una parada en casa de su amigo Eloy para comprarle veinte euros de hachís con vistas a fumárselo con su novia esa noche, a ver si había suerte y con la fumada conseguía rendirla de una maldita vez. Laura era muy mona, sí, pero tremendamente tradicional para algunas cosas.-¡Qué maravilla de notas, hijo! Ven que te bese –exclamó su madre cuando le enseñó el boletín. Durante diez minutos, Pedro tuvo que soportar besos, caricias y carantoñas. Pero todo valía con tal de que su madre le aflojara algo. Entre el padre y ella consiguió cien euros. Pedro sonrió satisfecho: había recuperado su inversión.Pasó la tarde recaudando por las casas de tíos, abuelos y padrinos y, cuando llegó la noche, fue a buscar a Laura y se fueron juntos a la verbena.-¿Te han montado mucha bulla? –preguntó Laura, que sí sabía las verdaderas notas de Pedro.-Qué va… no te preocupes y vamos a divertirnos.Subieron a todas las atracciones y se unieron al botellón más cercano. Uno de los de su clase comentó que algunos profesores andaban por ahí divirtiéndose en la verbena. Otro dijo que no sabía que los profesores conocieran el significado de la palabra diversión y todos se rieron. Pedro se sintió aburrido y propuso a Laura dar una vuelta para fumar un canuto con tranquilidad. Ella aceptó y se dirigieron a un sitio oscuro, un poco a desmano de la pista que llevaba al campo de la feria.Pedro sacó una china y se dispuso a quemarla, pero entre que soplaba viento fuerte y que no dejaba de ir y venir gente, acabó perdiendo la paciencia.-Mira, vete un rato con tus amigas y ya te iré a buscar cuando esté hecho –propuso a Laura –Buscaré un sitio más tranquilo y con menos viento. Liaré cinco o seis y ya tenemos para toda la noche.Laura estuvo de acuerdo y se perdió en el bullicio de la fiesta. Pedro echó a andar sin rumbo fijo durante un buen rato, hasta que llegó a un claro donde ¡por fin! estaba completamente solo. Se sentó en una piedra de las que marcan los lindes y se dispuso a completar su trabajo, cuando unas risitas lo interrumpieron. Venían de no muy lejos, hacia la izquierda.Orientándose gracias a la débil luz de la luna, Pedro se acercó sigilosamente al lugar de donde procedían las risas y su sorpresa fue mayúscula.Una pareja reía y se abrazaba sentada en el bocal de un pozo de piedra, única construcción en aquel claro. La luna los iluminó. Entonces Pedro no tuvo la menor duda de quiénes se trataban: eran el profesor de lengua y la profesora de matemáticas. Distinguió sus cabezas rubias juntas. Pedro solía decir: “son tan guapos como hijos de puta”.Pedro se resguardó en una zona oscura y esperó acontecimientos.-Estoy muy contenta, este año ha suspendido muy poca gente –decía ella.-Sí, yo también he cargado a muy pocos –contestó él –Sólo a los que realmente se lo merecían. Pedro, por ejemplo: no ha hecho nada en todo el curso. Espero que se pase todo el verano hincando codos.-¡Pues si vieras lo majo y estudioso que era hace unos años! Se ha estropeado completamente, qué pena –continuó la profesora.-En fin, olvidémonos de ellos y concentrémonos en nosotros –le dijo él con una voz cargada de insinuaciones.Pedro notó cómo la sangre empezaba a hervirle desde su escondite. Ni por un momento pensó que si sus notas habían sido nefastas todo era culpa suya por no estudiar. Y se cegó, fue como si una mano gigantesca le hubiese arrebatado el cerebro de repente. Aprovechó un apasionado beso de la pareja para abandonar su escondite, dirigirse a ellos, cogerles los pies y arrojarlos al pozo. Todo ello le llevó menos de un minuto.Se oyeron unos gritos y un chapoteo. Pedro esperó, aguardó a escuchar síntomas de lucha, peticiones de socorro. Pero no oyó nada. Sólo el silencio.Pedro esperó unos minutos y, dándose por satisfecho, se marchó a encontrarse con su novia.-Cúanto has tardado –le recriminó ésta en cuanto lo vio.-Tuve… tuve que irme bastante lejos, tenía miedo de que pasaran mis padres o mis tíos en cualquier momento –balbuceó Pedro.-Vamos a mi casa, Pedro. Mis padres no están –respondió Laura echándole los brazos al cuello.En cuanto Laura lo abrazó, Pedro sintió que una náusea gigantesca lo invadía, crecía en su interior y subía por su esófago. Tanto tiempo esperando y ahora que se lo ponían en bandeja de plata, tenía ganas de vomitar. ¡Pero si casi no había bebido!Pedro se sintió por un momento al borde de la muerte y vomitó escandalosamente lo que le parecieron litros de algo verde y pegajoso encima de su novia, que al instante tuvo aspecto de moco gigante. Laura empezó a chillar como una loca, la gente se acercó a ver que pasaba y Pedro, muerto de vergüenza, aprovechó para escabullirse. Se dio cuenta de que, para él, la fiesta había terminado. 2Fue la humedad en la cama lo que despertó a Pedro a la mañana siguiente. Contempló atónito las sábanas mojadas. ¡Pero si él no se hacía pis en la cama desde que era un bebé! Cogió las sábanas y las tiró en la cesta de la ropa sucia del baño. A pesar de todo, seguía teniendo la vegija a reventar, así que aprovechó el viaje.Sofocó un grito cuando vio que la orina estaba teñida de sangre. En ese momento, su madre llamó a la puerta:-Hijo, Laura al teléfono.Menos mal, creía que después de lo del día anterior no iba a querer saber más de él. Se puso al teléfono y escuchó las torpes excusas de Laura para comunicarle que a partir de entonces les iba a resultar dificilísimo verse. Pedro supo leer entre líneas: Laura lo estaba despachando. En cierto modo, lo entendió; él también habría despachado a una novia si lo hubiera cubierto de vómitos verdes.A partir de entonces, todo fue mal. Laura empezó a salir con Jose, el hasta entonces mejor amigo de Pedro. A Pedro le daba ganas de vomitar verlos tan acaramelados y enamorados. La verdad es que ya no sabía si era eso lo que le daba náuseas, porque desde la famosa noche de San Juan vomitaba todos los días, incluso varias veces. También orinaba sangre todas las mañanas y se hacía pis en la cama. Entonces adquirió el convencimiento de que iba a morir. No sabía cuándo ni cómo, pero decidió enclaustrarse en casa a esperar el momento.-No sé qué haces metido en casa todo el día con el buen tiempo que hace –refunfuñaba su madre –Sal y diviértete, vete a la playa con tus amigos.-No me apetece –dijo Pedro con voz lúgubre –Prefiero quedarme a estudiar… ir adelantando para el año que viene.La madre salió del cuarto de su hijo a punto de reventar de orgullo. ¡Con las notazas que había sacado y quería estudiar para el año que viene…! Tenía que contárselo a todas sus amigas.Si Pedro estaba arrepentido de lo que había hecho, imposible saberlo. Nunca le daba tiempo a pensar en ello. Cuando no estaba vomitando se estaba cambiando de ropa, pues su vejiga se había convertido en una especie de manguera que soltaba chorro sin avisar. Los primeros días anduvo ojo avizor a ver si la prensa decía algo. Efectivamente, los periódicos y la televisión se hicieron eco de la misteriosa desaparición de ambos profesores. Se denunció el hecho y la policía, la guardia civil e incluso los vecinos estaban haciendo batidas por los montes buscándolos. Cada vez cobraba más fuerza la teoría de que habían huido juntos por algún motivo, aunque nadie sabía con certeza si mantenían algún tipo de relación. Pedro rezaba para que el tiempo se mantuviera lluvioso y el pozo no se secase, pues en ese caso el hedor de los cuerpos llamaría la atención.Durante su encierro autoimpuesto, Pedro intentaba entrar en internet y mantener lo que le quedaba de su ya patética vida social por lo menos entrando en tuenti y en algún chat, ya que allí no sería evidente si vomitaba o se meaba. Pero, curiosamente, internet también le falló, de tal manera que sólo tenía acceso a las páginas de noticias y a las de información, enciclopedias, etc. Se estaba volviendo loco, esperando la muerte mientras se meaba y echaba la pota continuamente, se dijo a sí mismo.Otro horror más se vino a sumar a los ya conocidos: unos días después, Pedro se despertó por la mañana con la cama mojada, como siempre, y además con el cuerpo cubierto de unos escarabajos asquerosos y negros. Esta vez sí chilló con todas sus fuerzas y su madre acudió al punto.-Eso es alguna invasión de bichos, cariño –explicó –Anda, si te has hecho pis y todo del susto.Pedro sólo gritó aquella mañana; cuando a la siguiente el fenómeno insecto se repitió, ya lo tenía asumido. Sabía de sobra que no era más que otra señal de que el momento de su fin se acercaba. ¡Pero no podía seguir pensando en ello sin volverse loco! De un manotazo, en un rapto de desesperación, tiró todos los libros del estante superior del armario y uno de ellos le cayó en la cabeza. Era el libro de matemáticas.Pedro pensó que en algo tenía que ocupar su tiempo para no enloquecer y cogió el libro, abrió una página de ejercicios y se puso a hacer problemas. No le parecieron tan difíciles como durante el curso y, por lo menos, pasó la mañana con cierta tranquilidad. Después de comer, y tras vomitar y mearse por encima como de costumbre, decidió probar con un poco de lengua en vez de con los números y consiguió estar toda la tarde analizando poemas renacentistas sin hacerse pis ni una sola vez.La situación fue mejorando en los días siguientes hasta casi normalizarse. Tanto, que un día Pedro quedó con sus amigos para ir a dar una vuelta, pero nada más llegar se meó y tuvo que volverse antes de que nadie se diera cuenta. Así que decidió enclaustrarse otra vez y no salir nunca jamás hasta que le llegase la muerte. Y como no sabía en qué gastar su tiempo, retomó el estudio. 3A finales de agosto Pedro seguía vivito y coleando. No se sabía nada de los profesores y él casi estaba curado de sus extraños males. Como los exámenes se aproximaban, se aventuró a presentarse, a ver si había suerte y su vejiga y su estómago se comportaban decentemente. Total, no tenía ya nada que perder. Llamó a un amigo que le informó de las fechas: serían el uno de septiembre.La noche del 31 de agosto Pedro se acostó con la conciencia tranquila. Quizá moriría, sí, pero se sabía las cuatro asignaturas de repapilla, llevaba dos meses sin salir, ya no consumía alcohol ni drogas, se había vuelto un buen chico.Entonces se dio cuenta de la terrible verdad. Había matado a dos personas. Y sin motivo, porque la culpa de sus supensos, ahora que llevaba las asignaturas bien preparadas, sólo había sido suya. No podría vivir con aquel remordimiento. Decidió que haría los exámenes y después… después lo más digno era el suicidio. Pero ya lo pensaría cuando acabase las pruebas.Hacía calor aquella noche y Pedro durmió con la ventana abierta. Su sueño fue agitado y a las tres de la mañana se despertó notando otra vez humedad. Se tocó el pijama y vio que estaba seco, qué raro. Encendió la luz de la mesilla y notó que todo el suelo estaba mojado. Levantó la vista hacia la pared y entonces los vio. Exhaló un grito ahogado y se retrepó en la cama, cubriendo su cuerpo con la almohada a modo de protección.Los que antaño habían sido sus bellos profesores permanecían de pie tranquilamente, mirándolo con sus cuencas vacías. No eran más que esqueletos con una piel muy fina adherida, los cabellos blancos y estropajosos y la ropa hecha jirones. Pedro los observaba fascinado y aterrorizado a la vez. Entonces un ruido horrible procedente de la ventana abierta le hizo mirar en esa dirección: miles de escarabajos estaban entrando en la habitación. La profesora de matemáticas extendió sus huesudas manos hacia él, y Pedro entendió perfectamente la orden.-Está bien… estoy preparado. 4La débil luz de la mañana despertó a Pedro a las siete. Se quedó perplejo. No sabía que los muertos dormían.A continuación, un hedor repulsivo inundó la habitación. Pedro comprendió enseguida lo que había pasado y todavía alucinó más. Tampoco habría imaginado que los muertos se orinaban y otras cosas peores.Abrió los ojos del todo y observó los contornos. Seguía en su habitación. Alargó la mano y cogió el abrecartas en forma de sapo que tenía desde niño. Se pinchó la mano y le dolió. Eso quería decir que estaba vivo, pensó.Intentó levantarse y algo, un peso muerto, se le cayó del pecho. Horrorizado, comprobó que se trataba de un diccionario y una calculadora. No eran suyos.Entonces recordó que era la mañana de los exámenes y decidió empezar a funcionar: ya pensaría en todo eso después. Se dirigió penosamente a la ducha y, además de asearse, lavó las sábanas y el pijama. Aireó la habitación e hizo la cama. Ni rastro de escarabajos.Tras desayunar y dejar una nota diciendo que había ido a dar un paseo, se dirigió al colegio. Estuvo mucho rato en la puerta pensando quién demonios se encargaría de hacer y corregir los exámenes de lengua y matemáticas. No tenía ni idea de cómo se hacía en esos casos. También estaba preocupado por si se hacía pis o tenía náuseas durante las pruebas.Sonó el timbre y Pedro se dirigió al aula correspondiente. Aprovechó los últimos minutos para repasar para el examen de matemáticas. Un taconeo en el pasillo le informó de que alguien venía a examinar.-Pedro… ¿te encuentras bien? –Era la profesora de matemáticas quien se dirigía a él sacudiéndolo por los hombros. Ella… con su melena dorada y su sonrisa radiante. ¿Cómo había logrado salir de aquel pozo?-Sí, profesora. Por mí podemos empezar.El examen comenzó y Pedro se quedó atónito al leer el planteamiento del primer problema:-Si el diámetro del bocal de un pozo es de 1 m…¿Estaba de broma? Demasiada casualidad. Pedro la miró de soslayo y le pareció que ella le sonreía.El examen constaba de diez problemas y absolutamente todos versaban sobre pozos, ya fuesen de trigonometría, de geometría o de ecuaciones de segundo grado.Al entregar el examen, que por cierto le había salido bastante bien, Pedro no sabía si hablar con la profesora o no, pero ella se le adelantó.-¿Qué tal el verano, Pedro?-Este…bue… bien, profesora. Es… tudiando, ya ve. ¿Y el… suyo?La profesora le guiñó un ojo.-En fin… algo pasadillo por agua, qué le vamos a hacer.Pedro se dirigió al siguiente examen completamente anonadado.A última hora, hizo el examen de lengua. Ya no le sorprendió ver al profesor de siempre al frente de la prueba, ni le hizo el menor efecto ver que todas las preguntas del cuestionario tenían algo referente a un pozo, ya fuese decir su significado, descomponerlo en monemas, o hablar sobre la metáfora del pozo en la obra de Federico García Lorca.Tampoco le llamó la atención que el profesor se interesase por sus vacaciones cuando entregó el examen.-Bien, profesor. Estudiando mucho. ¿Y usted?-Bueno… no han sido lo que yo me esperaba. Las podría calificar de… desconcertantes, sí.-Verá, es que como dijeron que había usted desaparecido, pues…-Oh, eso –el profesor hizo un gesto como para quitar importancia al asunto –Pero tú y yo sabemos que no fue así ¿Verdad?Pedro no supo qué contestar y se alejó. El profesor se despidió con la mano.-Adiós, Pedro.-Adiós, profe. 5Pedro aprobó en septiembre con sobresalientes en todas las asignaturas y sus padres jamás se enteraron de que había suspendido en junio. Aprendió la lección: al año siguiente fue el primero de la promoción. No volvió a plantearse durante un tiempo si lo de la noche de san Juan y todo lo ocurrido ese verano había sido un sueño, real o producto de su imaginación. Decidió llevar una vida tranquila y sencilla y no meterse en líos.Una tarde se encontró con los profesores de matemáticas y lengua por la calle. Él ya estaba estudiando en otro centro.-Hola, Pedro –dijeron a la vez. Iban cogidos de la mano.Pedro los saludó con una mezcla de miedo, respeto y timidez. Ellos hicieron como que no se daban cuenta y charlaron jovialmente. Le contaron que iban a casarse y que se habían comprado un terreno cerca de donde él vivía.-¿Sabes cuál es? –preguntó el profesor –Ése que está cerca de la explanada donde se hace la fiesta de San Juan… ¿Sabes cuál te digo?Pedro sintió un estremecimiento y creyó percibir un brillo extraño en las pupilas del profesor.-Creo que sí sé cuál es –respondió –Pues enhorabuena.-¿Te gustaría regalarnos algo por la boda? –preguntó la profesora con descaro.-¿Yo? –la confusión de Pedro llegó a extremos inimaginables –Pues… claro. ¿Algo en especial?La profesora sonrió.-Pues mira, ya que lo dices… no nos vendría nada mal una de esas tapaderas de metal para cubrir el pozo… es tan peligroso… pero claro, eso tú ya lo sabes ¿No?-¿Yo? –Pedro enrojeció -¿Por qué debería yo saberlo?-Hombre, a los niños siempre se les dice que no se asomen a los sitios peligrosos. Tu mamá te lo habrá dicho de pequeño.Pedro bajó la mirada y entonces reparó en los pies de la profesora. Llevaba sandalias y en el pie derecho sólo tenía tres dedos.-¿Qué le ha pasado?-Oh, nada… una mala caída que tuve hace tiempo. Caí en un sitio de difícil acceso y al intentar salir, me rompí los dedos por varias partes y me los tuvieron que amputar. Una tontería.Pedro palideció esta vez.-Cuánto lo siento.-No me cabe la menor duda, gracias.-Tengo que irme –Pedro fingió consultar su reloj –Espero verles de nuevo.-Ten por seguro que así será, querido muchacho –dijo el profesor dándole unas palmaditas en el hombro. A partir de ahora seremos vecinos.Pedro se alejó consternado. Semejante proximidad le ponía los pelos de punta. Aún así, apuró el paso, iba a llegar tarde a su clase de matemáticas.  FIN
HASTA SEPTIEMBRE
Autor: Ana Vázquez  330 Lecturas
María apagó la vela, la última que le quedaba, de un enérgico soplo. Era el final del mismo ritual que llevaba repitiendo en los últimos seis días. No tenía sueño, hubiese preferido quedarse un rato a leer, pero no tenía con qué. No sabía si la vela aguantaría hasta el final de la semana.Cogió la postura como pudo, la mesa y la silla haciendo las veces de edredón pesaban mucho. Qué terrible estaba resultando aquel mes de diciembre en París, por Dios. Y no quería ni pensar en cómo estaría siendo en Varsovia. ¿Su familia estaría bien?Una nueva incomodidad vino a sumarse a las muchas que tenía. Le picaba una pierna. Imposible rascarse con toda la ropa que llevaba puesta… toda su ropa. Era lo único que podía hacer para combatir el intenso frío en aquella habitación de estudiante donde el aire entraba por todos los lados, en aquel París hostil…Cerró los ojos intentando pensar en cosas agradables, pero ¡hacía tanto frío! Frío, igual a muerte… cuerpos fríos, tumbas frías, lápidas frías…María no pudo evitar recordar el momento en que tuvo que entrar en el salón enlutado para despedirse del cuerpo de su hermana mayor, Zofia, muerta de tifus a los doce años. María era una niña, tenía miedo, se sentía confusa. Su madre no podía consolarla con sus besos. Hacía tiempo que su madre no la besaba; hacía tiempo que su madre no besaba a nadie porque decía que sus besos eran ponzoña. Pero sí besó a la gélida Zofia aquella mañana, antes de que se la llevaran al cementerio, porque su veneno ya no podía hacer daño a la hija querida.¡No! No podía pensar en eso… Aléjate, imagen cruel. Pensaría en algo agradable, como la conversación de aquella mañana con el doctor Curie. Era un hombre muy agradable, un verdadero científico, casi el único que no la miraba por encima del hombro por ser la única mujer en La Sorbona. Le había preguntado por su familia en Polonia, por su padre y hermanos…Su mente privilegiada volvió a traicionarla. ¡Ay, mamá! La ponzoña se había llevado a la madre que ya no besaba dos años después de morir su hermana. En aquel momento, casi se alegraba. A su madre le habría dado una pena infinita ver cómo su pequeña y espabilada María sobrevivía a duras penas en un cuchitril parisiense con una beca irrisoria, pasando mil y una privaciones, apenas sin comer y usando como colcha toda su ropa y muebles. Sí… era una terca, pero sacaría su licenciatura en matemáticas adelante, al igual que el año anterior había sacado la de física. Pierre se lo había dicho aquella mañana: admiro muchísimo su tenacidad, señorita Sklodowska.María se durmió dulcemente mientras la superficie de su vaso de agua se helaba lentamente. Mañana sería otro día, pensó antes de entregarse al sueño. Mañana volvería a ver a Pierre.

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