A la hora de la siesta
Publicado en Feb 24, 2013
La casa estaba en silencio, a la hora de la siesta,
yo no quería dormir y escapé por una puerta. Cuidando de no hacer ruido, enfilé para la huerta. Tantos árboles añosos, plantados por el abuelo, peros, nogales, cerezos y frondosos durazneros. En los fondos, un galpón, de cachivaches, colmado, donde se arrumban los trastos,que jamás serán usados, junto a vetustos juguetes, que ya fueron descartados y aunque lo tenga prohibido, yo haré para rescatarlos. Entre revistas y diarios un libro de tapas duras, prometía entretenerme con sabrosas aventuras. Sobre el diván de la abuela, de antigua pana labrada, desteñida por los años,deshilada y desflecada, me tendí a leer el libro de historietas ilustradas. Algo desvió mi atención de la historia que empezaba, Un murmullo imperceptible que a mis oídos llegaba, desde el brocal del aljibe cegado, que no se usaba. Oculto detrás de un mueble, vi surgir un duendecillo y otro igual, salía atrás, con un pequeño cestillo. Fueron, derecho hacia un árbol Y treparon con destreza, Enseguida comprendí, el árbol de las cerezas Llenaron pronto la cesta Y con mucha precaución, La bajaron con poleas montadas con perfección. Siguieron hasta el aljibe y ahí empezó la jugada, cuando apareció el minino con intenciones malvadas. A un duendecillo, tenía, bajo una zarpa, atrapado y al otro, me dio trabajo, de la otra zarpa, arrancarlo Los pobres estaban blancos, Bajo mis manos, temblaban. Les hablé para calmarlos y ninguno contestaba. Los puse sobre el brocal, busqué la cesta y la fruta para devolvérselas, ya que a ellos tanto les gusta Nunca los he vuelto a ver, Seguro, no volverán, después del tremendo susto que les hicieron pasar.
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