"Yo lo ví" El final del Iscariote.
Publicado en Oct 15, 2018
Soy un un árbol anciano y ya seco que vive en las afueras de Jerusalén
y te voy a contar algo que ví y que quizás no me lo vayas a creer. Es una siniestra historia que ha quedado guardada en mi memoria como la tragedia más espantosa que mi corteza ha podido ver. Un humano llegó ante mi justo antes del amanecer con una soga en la mano, desquiciado, riendo y llorando a la vez No sabía cual era su problema, era una vergonzosa escena, y como entenderán, no podía hablarle. Se persivía en su reflejo a un misareble, y la actitud que traía era detestable. Dio unos cuantos gritos de dolor, y temblando de pavor, se amarró la soga en el cuello, pero sin mucha tensión. Me llamó mucho la atención como el ambiente a su alrededor se tornaba como de maldición. Era denso y tenebroso, como dispuesto para un suceso espantoso apunto de acontecer. Se aceleraba cada vez más su corazón, no lo podía ver bien, pero si lo podía sentir, perdía cada vez más la razón, perdía también su respiración y parecía que los ojos se le iban a salir. Torpemente subió a mí, pero se cayó al no tener el control suficiente de su parte motriz. Estaba empapado de sudor, su rostro reflejaba un inenarrable horror, y el edor que emanaba era como de putrefacción. Su situación era una magnífica descripción de todo lo que abarca la palabra terror. Como pudo, de una vez por todas subió, y su cabeza contra una de mis ramas secas golpeó. No lo sé, pero parecía que algo en su mente lo sometía a la locura sin compasión. No calculó y amarró la soga a una de mis ramas, ella se veía delgada para soportar su peso, pero él no vio eso, porque ya nada le importaba. Sin pensarlo más saltó y soltó un grito desgarrador que traspasó y quebrantó el ambiente en derredor; fue lo último que por su boca salió, aunque también cuentan los balbuceos que dio durante la asfixia hasta que perdió la respiración. Por el brusco golpe, la rama de donde estaba colgado se fisuró, y en unos pocos minutos se partió, no soportó el peso tan fuerte y cayó al suelo el cuerpo inerte del señor que se ahorcó. Por el impacto del golpe que recibió el cadáver al caer al piso, sus miembros fueron separados del cuerpo creando una escena mórbida y escandalosa, daba pena precensiar el final del pobre occiso, la situación era tortuosa, y en el ambiente había una tensión tenebrosa. Pero como si de una pesadilla se tratase, su muerte no concluyó con la mutilación y ya, no, además de eso, unos perros que se encontraban cerca del lugar, se allegaron como endemoniados y comenzaron a devorar su cuerpo sin piedad. La obscenidad de ese espectáculo fue demencial. Parecía como si las huestes del mal se gozaban en desorbitar en gran manera su maldito final. Pasados muchos minutos, se empezaron a escuchar algunos gritos, risas y llantos de una multitud que venía saliendo de Jerusalén. En aquél tumulto se encontraba el populacho común de la ciudad, pero también habían fariseos, escribas y saduceos, quienes instaban al pueblo a insultar a un señor que iba a ser crucificado, y que apenas era capaz de caminar, pues se podía observar con claridad, como tenía todo su cuerpo magullado y quebrantado, trayendo además, una corona de espinas en el cráneo clavado. Todo el fuerte bullicio de la multitud, quedó acallado cuando se acercaron al grotesco espectáculo que había ocurrido justo a mi lado. Contemplaron en su plenitud al sujeto que se encontraba muerto en esa circunstancia tan repugnante, la actitud de todos cambió por completo y sus rostros palidecieron al instante. Algunos se atrevieron a acercarse, y los perros que masticaban las carnes del difunto se lanzaron a atacarles. Como pudieron los alejaron y cargaron con los restos despedazados del hombre que me usó para suicidarse Lo llevaron a enterrar, mientras la turba traumatizada del lugar se marchaba. Logré escuchar que aquél a quién llevaban a crucificar era Jesús, el Mesías que había venido a instaurar su reino de gracia, y rescatar a su pueblo de la consecuencia del pecado y su desgracia. Lamentablemente su gente no lo reconoció y lo condenó a la muerte. ¡Qué despiadados! Y la persona que se vendió y lo entregó a sus verdugos, es el que se había desquiciado y ahorcado, ya que como ninguno, su corazón lo había entregado a satanás, mientras que para el Espíritu Santo lo tenía cerrado. Pero esa fue su desición, y todo el pueblo que iba con Jesús hasta el calvario donde iba a ser crucificado, luego de ver el final de quién lo había entregado, pensaron que quizás a ellos les podía caer la misma maldición. Sin embargo la mayoría, apesar de lo que había pasado, endureció su corazón. No puedo dejar de pensar en esta desgracia que ocurrió en mi delante, yo lo ví, y te lo he contado en este instante para que no permitas que algo así te ocurra a ti. Endurecer tu corazón trae consigo una gran maldición, y si persistes en mantenerlo así, podrías llegar a la misma condición de quién se suicidó, Judas el Iscariote, y créeme, que como él, vas a quedarte sin una solución a la muerte y la perdición. Si escuchas hoy la voz del Espíritu de Dios, no cierres tu corazón, hoy es tu día de salvación. Sólo es un consejo que yo te doy. Dios te bendiga.
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