Encuentros
Publicado en Nov 24, 2015
El salón es grande, los altavoces aturden. Sobre los pisos encerados ruido de miles de pisadas.
En medio de ese escenario está Ella. Piel cobriza, ojos rasgados con una mirada profunda. Arrastra una valija y tiene puesto un raido tapado de alpaca. Ella ha llegado en avión de de Salta, su tierra natal. Manuela viene con la promesa de ser mucama en una acomodada residencia en Buenos Aires. Los altavoces anuncian en varios idiomas que los vuelos están demorados. Mario camina impaciente con sus mozos veintidós años, sus dedos nerviosos ocupados respondiendo mensajes en su celular. La madre de Mario no puede evitar el llanto. Su hijo, por primera vez, se ausenta por tanto tiempo. Su bebe va a estudiar a Europa. Mario es un hombre llevándose al mundo por delante pero reaparece a veces el niño. Manuela toma coraje, respira hondo sabe que cruzando ese salón deja atrás su vida en la Puna. En la otra punta del salón, Mario besa a su madre, despidiéndose. En medio del salón apenas se rozaron la miradas se chocaron. Sintieron algo inexplicable. El vértigo del momento los devolvió a la realidad. Algunos años después comprenderían que fue el amor que jugó con ellos. Pasaron algunos inviernos. Ella, por las noches, en esquinas oscuras de Once, vendía al mejor postor su pasión. Manuela guardaba odio. La engañaron, no era precisamente trabajo de mucama para lo que vino a Buenos Aires. El destino la cruzo nuevamente con Mario que con su plata quiso comprar los besos de Manuela. Nunca más se volvieron a separar después de su primer noche en aquella habitación del hotel alojamiento donde por primera vez Manuela no cobró y Mario esa noche fue hombre porque comprendió que el dinero no todo lo puede comprar y menos al amor. 8/4/2015
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