• Benjamín Israel
bellazefull
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Un joven camino a la universidad aborda su camión cotidiano, pensando en las presiones que traía consigo el fin de trimestre. De repente, el camión se detiene frente a las oficinas del gobierno por donde él diariamente atravesaba, al observar las afueras de estas oficinas, se encuentra con una manifestación, quienes estaban bloqueando la calle. En un principio siente enojo contra los manifestantes, pues, probablemente llegaría tarde a la escuela a causa de ellos. En su cabeza, comienza a hacer una crítica contra los que él, considera una bola de haraganes y flojos. Una vez que termina de utilizar todos los insultos posibles, y logra controlarse un poco, se pone a pensar: ¿contra qué están protestando estas personas? ¿La inseguridad, el aumento de los transportes, la corrupción, la pobreza extrema? Después de todo hay tantos problemas en el país, que de momento se impresiona de no haber encontrado en su camino cincuenta, cien o mil manifestaciones más. De pronto, experimenta un enojo mucho mayor al que sintió en un principio, al ver a los manifestantes, pero esta vez,  no es por el que pueda llegar tarde, esta vez no solo siente enojo, siente indignación y un profundo impulso de bajar del camión y unirse a la multitud que grita consignas e insultos, lo sorprende la pasividad de los manifestantes, deberían romper cosas, vidrios, enfrentar a la policía como uno solo, y exigir que se escucharan sus demandas ¡imponer su voluntad al gobierno! Mil ideas atraviesan por su mente, algunas con gran fuerza, otras absurdas. Pero, la única constante, es esa sensación de hacer algo, ya que, seguir su camino indiferente, es algo impensable. Pero después recuerda su clase, tiene que llegar y entregar su ensayo, sino lo hace reprobará con toda seguridad, y después de todo si él estudiaba, era para llegar a ser un profesionista exitoso, que no tuviera que preocuparse constantemente por la alza en los precios y, que tendría un trabajo bien remunerado que, por supuesto, no le permitiría estar en tales desmanes tratando de ponerle cara y cambiar lo imposible. Un traidor, eso era precisamente lo que él era ¡un traidor! Estaba traicionando una causa que él había hecho suya, apenas unos minutos antes. Siempre había gustado de escuchar historias de los grandes hombres revolucionarios, que habían muerto defendiendo sus ideales, éstos relatos, siempre lo habían hecho sentir que una sola persona podía cambiar el mundo, que sólo se necesitaba un poco de determinación y algo más de ímpetu. Y sin embargo, ahí se encontraba él, traicionando una causa que aunque no sabía a ciencia cierta cual era, estaba completamente seguro que era merecedora de cualquier sacrificio. Determinado bajó del autobús y se dirigió hacia el grupo de manifestantes, sintiendo a cada paso, como lo invadía una energía que lo hacía sentir capaz de cualquier cosa. Al llegar y soltar el primer grito, sintió que estaba haciendo lo correcto. Pero, al mezclarse más y más en la manifestación, notó que todas las personas que ahí se encontraban, estaban mas bien dispersas, no era como él lo había visualizado en un principio, un todo, un pueblo unido luchando. Se percató también, que si bien muchos estaban gritando, éstos eran en su mayoría sólo eso, gritos, que realmente no transmitían nada e incluso rió cuando pensó que, transmitían mas cosas los gritos que tienen lugar en un estadio de futbol cualquier tarde de domingo, y entre los aficionados de un mismo equipo, se sentía una unidad, como si fueran un todo. Desconcertado por todo esto siguió mirando por un momento, buscando en las miradas de todos ellos alguien afín, que se encontrara desconcertado por aquel ambiente, pero dispuesto a cambiar las cosas. Encontró al fin, un joven que no tendría mas de 25 años y se acerco a el. Se presentó: Carlos- Carlos Fuentes, mucho gusto. Ernesto- Ernesto, igualmente. Carlos- Todo esto me confunde, me uní a esta manifestación por un deseo arrebatador que sentí de apoyar las justas luchas del pueblo, pero ahora creo que ni siquiera aquellos que gritan y claman por justicia, saben realmente porqué están aquí. Ernesto- Yo me encuentro frecuentemente en esta clase de movilizaciones, pues, las encuentro fascinantes. Carlos- ¿A qué te refieres con fascinantes? Ernesto- Fácilmente, aquí hay unas trescientas personas que están luchando por la causa que ellos creen justa, llegan y durante una o dos horas, se creen revolucionarios, pero pasadas unas horas sus ideales, merman por el cansancio o la indiferencia de las autoridades. Y después, todas estas personas vuelven a sus casas cansados y derrotados, a continuar con sus vidas y buscar la forma de adaptarse a nuevos impuestos, nuevos recortes de personal, o lo que sea por lo que se manifiestan. Carlos- Pero, entonces, ¿crees tú que todas estas personas se resignarán y continuarán con sus vidas? ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? Ernesto- Porque lo he visto reiteradamente. En este país existe una gran habilidad para soportar este tipo de atropellos, de soportar la indignación, ¿cómo te explicas que seas capaz de salir diariamente a la calle, contemplar tantas injusticias y poder seguir viviendo? o ¿cómo te explicas que, en esta manifestación haya trescientas personas cuando puede ser que, es a trescientos millones a quienes les afectan las demandas que se hacen? Carlos- Pero las cosas podrían cambiar con determinación y unidad, no tienen por qué ser para siempre como tu las ves en este momento. Ernesto- Sí, creo que sea posible que las cosas cambien, pero, no podrá ser mientras la lucha sea individualista, y desgraciadamente aún no se ha encontrado ese componente que accione las mechas que derriben el viejo orden. De pronto, se escuchó un ruido de un cristal que se rompía, y como si éste fuese la señal esperada, salieron al encuentro de los manifestantes decenas de policías, golpeando a diestra y siniestra a quienes se cruzaban por su camino. De un momento a otro, todo se volvió caos y la gente se disperso por todos lados. Carlos al echar a correr, buscó con la mirada a su breve amigo y mentor, quien pareciera haber desaparecido. Como pudo se echó a correr y como la intervención de la policía había disipado la manifestación, subió de nuevo al camión en el que iba, que esta vez pudo seguir su marcha. Carlos continuó pensando, pero, esta vez sus pensamientos no eran ya de enojo o indignación, reflexionaba lo dicho por Ernesto, ¿sería verdad lo que él aseguraba sobre esa habilidad de soportar injusticias que él había mencionado? Y en todo caso, ¿de qué manera podía el influir para cambiar el curso de las cosas? Fue hasta ese momento, que se dio cuenta que en ningún momento se enteró en causa de qué o de quién era dicha manifestación, a la cual había pretendido entregarse por completo. Todo esto lo mantuvo ocupado hasta que bajó del camión, cuando se percató que en efecto llegaría tarde, apresuró el paso y como si corriera también de todos los cuestionamientos que tenía en la mente, poco a poco remplazó el incidente de la mañana, con las tareas y pendientes escolares que aún tenía.

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