• Andrea
Weienell
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Pasaba la media noche cuando sonó la puerta. Debió de ser a mitad del verano, pues recuerdo que mi única prenda era unas bragas y cuando me encontré que en la puerta había una mujer de aspecto elegante casi me muero de la vergüenza; pedí perdón y salí corriendo. Cuando volví, aun me miraba con sus ojos castaños, parpadeó e inspeccionó mi casa como alguien lo haría con  una alimaña. Voltee mi mirada algo avergonzado; los libros tirados, el piso lleno de polvo, las huellas y la grasa sobre los estantes, delataban que el orden no era precisamente mi fuerte. Ella seguía mirándome, ojos fijos en lo que en aquel entonces debió de ser un desastre. Recuerdo y trazo esas palabras como el comienzo de mi vida. Antes de eso no encuentro mucho que decir acerca de mi persona, cosas tan insignificantes como interesantes que probablemente pasarían desapercibidas si las narrara. Nací y crecí en el mismo lugar, rodeado de las mismas personas con los mismos hábitos, convencido de que no había razón alguna para vivir, ignorando que algún día moriría y mi aportación hacia el lugar en el que vivía sería nula. Creo que jamás me preocupó eso, creo que antes de aquella noche no tenía conciencia de que la muerte existía, de que aparte de aquellos a quienes conocía había otras tantas insignificantes personas y criaturas con ideas tanto iguales como diferentes a las mías. Recuerdo estar acostumbrado a levantarme, desayunar, malgastar el día y arrullarme con el canto de lo ogros por las noches a un lado de mi hermano. -Será mejor que  hablemos afuera - le pedí sin tratar de sonar suplicante. Ella fijó sus ojos en mí y agravó su gesto; me pareció distinguir un asomo de amargura reprimida y terror, sin embargo preferí no comentarle nada.  Tras unos segundos que me parecieron interminables, ella asintió, giró la cabeza y se sentó en una banca que conservo aun hoy en día. Por más que intento recordar la primera impresión que me dio aquella extraña no logro que vuelvan a mi memoria más que sus palabras; porque si algo recuerdo a la perfección son sus palabras, sílaba por sílaba, letra por letra, aliento por aliento hablando sin descanso con la única compañía de mi ingenuidad. De su aspecto poco puedo decir; ojos grandes, almendrados felinos y astutos. Nariz pequeña y labios grandes. Su aura me reprimía; me obligaba a sentir temor sin poder evitarlo, me obligaba a querer salir corriendo temiendo por mi vida. Si tuviera que usar una palabra para describirla aun si no la conociese sería “Solemne” alguien de quien no puedes apartar la vista, alguien que te inspira más curiosidad de la que llegarás a saciar. Por aquel entonces no imaginé que ella sería mi única y menos deseada esperanza, que ella sería mi amor imposible y que en su debido momento llegaría a dar la vida por volver a verla. Claro que eso ocurriría solo varios años después, cuando ella se presentara a mi puerta con sus mismos ojos y su misma aura como mi única opción de salvamento.   La brisa movía sus cabellos lentamente; parecía un espejismo, una imagen borrosa que se evaporaría en cualquier momento. Las plantas nos daban un ambiente musical, la luna se asomaba en su máximo esplendor y yo me sentía extrañamente confundido. Todo hubiera sido perfecto de no haber sido porque su razón de estar a mi lado no era la compañía, sino el anuncio de una desgracia. Antes de hablar se permitió expresar su duda, su desconcierto, sus esfuerzos para armarse de valor. No sé porque no fui capaz de preguntarme acerca de sus orígenes, de sus razones o de la proveniencia de la información que procedió a contarme después de presentarse.  -Soy Deneb - me dijo con voz suave - ¿Has oído hablar de mí? A punto estuve de mentir, y lo hubiera hecho de no ser por la mirada de seriedad que podría haberme hecho confesar cualquier cosa; así pues, gire la cabeza negativamente. Ella contuvo un suspiro y muy dentro de mi supe que no me convenía saber nada de su persona ni su reputación. -Mejor – sonrío, - de ser así no nos llevaríamos precisamente bien. Después río y procediendo a relatarme la historia más extraña que yo hubiese oído en mi vida. No tenía pies ni cabeza y a  mi parecer era tan real  como las mentiras que dices cuando apenas tienes uso de la razón. Sin embargo,  había algo en ella que me repugnaba y hacía que me temblaran las rodillas como una soga lo hace al soltar un buen golpe. Según decía, un tirano de nombre Oberón nos atacaría en cuanto terminara el ciclo en curso y a partir de ahí nada sería como lo recordábamos. Pude notar que cuando pronunciaba el nombre "Oberón" miraba  a otro lado ocultando su evidente temor. Algo que siempre me extraño en ella es que nunca podía ocultar sus emociones por más que fingiese; cualquier inexperto que apenas hubiese cruzado una mirada con ella podría leer su mente como tú lees esto ahora. A pesar de ello, nunca noté que a alguien le importara lo suficiente como para preguntar. Había algo en ella que te hacía temer. Oberón. Ese nombre tan desconocido en aquel momento llegó a ser el proveedor de mi odio, la razón de mis pesadillas, el entrenamiento de mi locura. Nunca podré olvidar el temor que le tenía Deneb, la mujer más extraña que llegue a conocer jamás. En aquel momento Oberón y Deneb eran simple nombres, como Lewis, como Caroline, como Anne y como Juliette, simples nombres que como eco lejano tienen una historia que contar, simples nombres que no son más que letras mezcladas; a partir de ese día esos nombres fueron la clave de mi vida, la delgada línea entre lo incorrecto y lo prohibido. Esos nombres que en el momento de su presentación fueron solo nombres llegaron a serlo que me impulsaba a  seguir batallando día a día. Sus labios se movían con la elegancia de quienes poseen más de lo que querrían.  Su semblante se mostraba preocupado y por momentos me quedaba prendado de su mirada, que sigo creyendo, oculta más de lo que cualquiera llegará a imaginar jamás. La luna cambiaba de posición en el cielo y para cuando terminó incluso ella parecía agotada. Cabe destacar que yo tenía menos años de los que uno puede contar con los dedos de las manos; por tanto era una inocente palomita que creía que sus padres podían salvarlo y protegerlo ante una amenaza. Cuanto me arrepiento ahora, ojalá la hubiera escuchado. Me advirtió innumerables veces, me miraba con súplica mal disimulada, parecía preocupada por algo que en aquel momento era tan tangible como los sentimientos de aquellos con ideas distorsionadas. Su último ruego me pedía que le avisara a alguien.  En contadas ocasiones vi en su rostro aquella expresión de súplica, aquel deseo de ayudar a quienes no son sus escuchas. Si no había huido antes había sido únicamente por el respeto que su mirada me obligaba a sentir, si no le había insultado había sido por la curiosidad que me inspiraba su hablar. Sin embargo en el momento en que sus labios se sellaron tras completar su última súplica algo dentro de mí despertó, algo que llevaba dormido todo la noche y a quien yo gusto llamar Orgullo. -¡Vete de aquí  loca! - Chillé - vete y no vuelvas con tus estupideces. Si te vuelvo a ver te llevaré con las que como tú, tratan de sacar dinero de ilusos. Ella me miró con los ojos salpicados de rabia e impotencia, murmuró algo que solo el viento tubo el placer de oír pero que según creí  cambiaría mi vida tal y como lo había predicho. Después río con fuerza y se dio la vuelta. Me pareció que hablaba con el viento, que se comunicaba para obtener su pronta venganza. Me estremecí sin saber porque. -Haz lo que quieras insolente. Por primera vez en la noche, su voz acertó con su aspecto, siendo dura y orgullosa, elegante dentro de lo que cabe esperar, burlona como lo puede ser. Casi me pareció oír sus risotadas al marcharse; las confundía con el silbido del viento, con el crujir de las plantas, con los ogros acostumbrados a cantar ópera y hasta con el eco de mis propios pensamientos. Pensé, y acerté, que la volvería a ver y que si se había ido no fue por falta de perseverancia, sino por la malicia que precede a la venganza. Su silueta y su vestido negro se perdieron en la espesa bruma que parecía surgida del corazón de las tinieblas. Me quedé solo con mi estúpida risa atorada en la garganta, una respiración atontada y el corazón latiendo entre mis puños. No mentiré si digo que Deneb fue mi primer y único amor y que desde el día en que la conocí hasta ahora tengo marcadas sus palabras, su historia y sus advertencias. Miré el camino adivinando su silueta, confundiéndola y soñándola. Cada vez me parecía menos real su presencia en lo que hasta ese momento era un pueblo en paz sin ningún tipo de peleas que fueran más allá de un mal cobro por la comida. Lo que ella me había dicho no podía ser real, nadie, según creía, tendría algún motivo para atacarnos. Desde luego, ese fue uno de mis tantos desaciertos. Mis ojos se posaron en el camino por más tiempo del que querría y solo cuando el sonido de algún animal me distrajo, entre a mi casa pretendiendo olvidarme de la extraña visita que había tenido aquella noche. No sospeché en serio que la volvería a ver hasta que el régimen llegó a nosotros. Recordé su historia de principio a fin y la comparé con la realidad. El resultado era una copia tan precisa que los gemelos parecerán de diferentes especies. Antes de eso su figura y sus palabras apenas habían cruzado mi mente, se mantenían ocultas esperando el momento de emerger y hacerme sufrir y arrepentirme como no lo había estado antes. Sin mencionárselo a nadie, me encerré en mi cuarto y escribí una carta sin destinario ni lógica; las lágrimas manchaban el papel sobre el que con la mayor rapidez posible relataba mi historia de forma que solo alguien con poderes sobrenaturales llegara a entenderla. En este caso ese ser extraordinario, o debo decir estos, eran mi vecina y el destinario de mi extraña correspondencia: Deneb. Sospechaba que no querría volver a saber nada de mí. Algo muy natural siendo que la forma en la que la trate no era precisamente adecuada ni acorde con un apersona del rango que ella aparentaba. Me repetí esto hasta repudiarlo y considerarlo una vil mentira dicha por bocas que no querían que saliera con vida. Mi plan era alocado, pero estaba seguro que funcionaría, como también estaba segura que no había nadie más poderoso que mi padre hasta que el régimen acabó con él. Mi vecina era una  serafigurina. Una extraña raza de mujer que se conformaba de escamas y que era bonita según el color de estas, pues todas tenían los mismos ojos grandes, nariz fina y labios redondos y sonrojados.  De cualquier  modo, su belleza y sus artes en el lecho eran bastante apreciadas, por lo que no era poco común que todas se encontraran de viaje  más de la mitad del año.  Mi plan era pedirle que la dejara en el centro de correos que se rumoraba, llevaba las cartas  a la persona para quien fueron escritas aunque estas carecieran de corresponsal o algún signo que indicara para quien fueron escritas. No era un plan brillante. No era un plan funcional. Pero era lo único que tenía y no lo iba a dejar ir. Leí y releí la carta por lo menos unas diez veces.  Le encontraba más errores de los que podía corregir, sin embargo no cambié ni un espacio de la carta temiendo que perdiera su escencia inicial. Esperé a que anocheciera y a que el guardia que debía cuidar que no nos escapáramos se  cayera en el hechizo del sueño. Entonces, y solo entonces tiré mi carta por la ventana y recé por que el viento me diera buena fortuna. Después de esto no pude dormir; me quedé más quieto que una estatua observando por la ventana y tratando de adivinar el destino que me amparaba. En este caso la casualidad no era partícipe. Si todo salía bien sería únicamente porque Deneb así lo había querido y únicamente aguardaba el momento en el que yo enviara esa misteriosa carta sin destinario para salir a la luz, hacerme creer que era mi salvadora y lograr que fuera partícipe de su retorcido plan. Únicamente después de los primeros meses me acostumbré a su radical forma de pensar y a sus extraños planes que por muy alocados que fueran funcionaban indudablemente. Algunos dirán que un plan como ese, tan alocado, tan espontaneo y poco funcional requeriría de una inteligencia de poco grado. Yo digo que la desesperación puede con todo, que el hambre, el aburrimiento y el miedo acaban pudiendo con cualquier enemigo. Permítanme explicar que durante el régimen no había un alma que compartiera la dicha con nuestros atacantes, no había clases medias ni altas, solo la bajeza llena de pobreza en la que todos nos veíamos sumidos. La mayoría de las familias habíamos optado por no salir de nuestros hogares a no ser que fuera explícitamente necesario. Las pocas veces que me asomaba más allá de la puerta de mi morada apenas veía a algunas almas poco afortunadas que rogaban por un mísero alimento que nadie les daba hasta días después cuando los seguidores de Oberón trataban de agregarlos a su poco noble causa. La mayoría de la gente terminaba sucumbiendo y las calles se veían cada vez más vacías, llenas de alimañas que se apoderaban de las casas de sus anteriores amos. Casi puedo asegurar que para el momento en que envié mi carta más de dos tercios de la gente a quien había conocido habían sido asesinados, desparecidos o unidos a las “salamandras” que era como solían llamar a los seguidores de Oberón. De entre ellos podía destacar a todos los chicos de mi edad, a mi hermano y a mi padre. En resumen estaba asustado e indeciso entre la muerte o el aburrimiento perpetuo. Los ronquidos de mi madre hacían eco en nuestra pequeña morada.; desde la muerte de mi padre la veía contadas veces y en ellas apenas le alcanzaba el aliento ara decir "yo lo quería" e irse sin dar la impresión de recordar mi nombre. Nunca he visto a mi madre como una mujer fuerte y nunca lo haré, sin embrago me hubiera gustado que pusiera un poco de afecto sobre mí y superara lo que a mí me parecía un daño irreparable. Ella no parecía verlo así, no creía que necesitara cariño y desde luego nunca acabaría de olvidar que mi padre ya no era otra cosa que un hombre muerto y que nada ni nadie podrían cambiar eso. Los vecinos me decían que no tenía razones para molestarme, que ya era suficientemente grande para cuidarme solo y que mi madre estaba enamorada y que si quería cambiar eso no me deseaban ninguna suerte. Enamorada. ¿Qué era el amor? ¿Qué era suficientemente fuerte como para que una madre se preocupe más en desnutrirse que en querer a un hijo? Las paredes tan delgadas como la madera lijada me permitían escuchar e interpretar sus sollozos. A través de los años me perfeccionaba en el arte de comprenderla, y si bien no comprendía su significado entendía su sentido. Entendía que estaba triste, que no podía contar con ella y que a partir del momento en el que la espada rozó el cuello de mi padre mi compañía podría declararse como nula. Me dormí con lágrimas amenazando con salir a brote y con la mente llena de más problemas e incógnitas de las que podría soportar alguien con mi edad y capacidad mental. Soñé con praderas verdes y una casa construida con alegría, sonrisas y madera que nunca conocería al régimen ni a la tristeza de hallarse sin amor. Al día siguiente me desperté y me dormí una infinidad de veces. Perdiendo la noción del tiempo y la realidad, confundiendo hechos reales con extrañas parodias de mi vida cotidiana. Es por eso que no supe y nunca sabré si fue verdad que mi vecina, Asilis, me guiñó un ojo antes de partir por un camino de flores o tan solo fue parte de una realidad que mi mente trataba de imponerme. Creo que es una de esas preguntas que nunca podrás contestarte y que parecen tan reales como falsas, y tan superficiales como esenciales. Lo único que puedo decir es que a la mañana siguiente Asilis había abandonado su casa con la puerta abierta -¿Qué importa si lo hice o si no? - me dijo cuando volvimos a encontrarnos - vive el ahora, nos hemos vuelto a ver. Los días siguientes me parecieron años. Los sonidos eran irreales y los tormentos más crueles que nunca. Cada noche miraba por la ventana, esperando ver las escamas escarlata de Asilis brillando en la oscuridad o una carta sin lógica aparente que me invitara a dar un paseo para nunca volver o ayudara a mi pueblo a salir del régimen inmortal en el que Oberón nos había sumergido. Esto, desde luego, era imposible aun teniendo un ejército monumental. Oberón era inmortal y venía para quedarse; eso había quedado más que demostrado. Oberón había llegado unos dos meses después de que Deneb nos previno. Su primer acto había sido matar a los líderes y a los que él consideraba "peligrosos" para la continua paz que él buscaba. Mi padre fue uno de los peligros de la paz y por tanto fue eliminado; mi hermano, por el hecho de ser su hijo fue llevado a una pequeña plática tras la cual no supimos nada más de él, aparte de las pertenencias encontradas junto al lago al que antes íbamos antes. Yo era suficientemente pequeño para ser invisible, pero nunca olvidaré la mirada de terror que tenía mi hermano antes de irse. A partir de entonces, comenzó una época de terror continuo en la que todos los que tuvieran una sencilla propuesta o un punto de vista l8igeramente diferente eran desaparecidos o torturados públicamente en el potro de la paz que se había instaurado en el centro del pueblo. Mi madre y yo jamás salíamos de casa; nos alimentábamos de papas cultivadas en el jardín y aprendíamos, o aprendí, a contestar justo lo que querían escuchar. El resto no tiene importancia. A nadie le gusta leer tragedias ni a mi escribirlas, así que proseguiré con la parte importante de la historia, aquella en la que Deneb vuelve a  aparecer. Cinco años más tarde de que Oberón diera el pueblo como suyo y dos meses después de que envié mi carta me llegó un mensaje, no era nada sustancial ni interesante. De haber caído en potras manos no habría significado nada, pero para mí lo fue todo. A veces me pregunto porque lo hice. ¿Por qué hui con una persona que conocía tan bien como a cualquier desconocido? Quizás me llamaba, quizás estaba suficientemente desesperado. Quizás sabía que de no haberlo hecho, habría muerto días después. "¿A qué esperas cretino?" Cuando me asomé a la ventana, había una figura femenina esperándome.                    
El principio de todo.
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