• Selenia Rosemary
Selenia
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Me miro al espejo y por primera vez en mucho tiempo no duele, miro en mi interior a través de mis ojos, y aunque veo algún que otro daño, no importa, es parte del pasado. Miro mi cuerpo, lo contemplo, y aunque sigue sin gustarme, no importa, sé que lo puedo cambiar y que no tengo que tener prisa por ello. Miro hacia el pasado, y aunque hay infinidad de cosas que quizás me gustaría cambiar, luego me paro a pensarlo y llego a la conclusión de que no, hasta los errores están bien como están. ¿Por qué? Porque sin esos errores no habría llegado al presente en el que me encuentro ahora.No puedo decir que sea el mejor presente que jamás soñé, pero sí que es el mejor presente que había tenido nunca. Ya no huyo de los espejos, no tengo miedo de lo que pueda ver en ellos aunque no termine de gustarme, poco a poco me conciencio a mí misma de que todo está mejor de lo que creo, y que lo que no me gusta, siempre se puede cambiar con un poco de tiempo y esfuerzo, solo eso, nada más.Me miro al espejo y vuelvo a ver esa luz en la mirada que creía haber perdido hace tiempo, hace mucho tiempo, quizás demasiado. Pero ahí está de nuevo. Aunque esta vez es distinto, esta luz no lleva mi nombre y mis apellidos, no, esta vez no. Lleva su nombre, es mi luz, eso sí, pero si vuelve a estar ahí es gracias a él, no a mí, yo no habría podido rescatarla de nuevo sola.Intenté buscar otras personas que consiguiesen eso, y aunque algunas estuvieron a punto de lograrlo, incluso aunque yo misma luchase por sacar de nuevo a flote esa luz, cuando ya estaba a punto de salir, algo la hacía hundirse de nuevo en lo más hondo de mi interior. No entendía por qué, si yo luchaba y ellos también ¿por qué ella se negaba a salir?Ahora por fin lo he comprendido, simplemente no eran las personas correctas, y por mucho que incluso yo misma luchase por intentar sacarla, en realidad algo dentro de mí no quería que saliese, algo me decía que era imposible hacerla salir, algo me decía que no era el momento.Y sin embargo ahí está, cuando decidí dejar de buscar, cuando decidí que no buscaría la felicidad en nadie más que en mí misma, apareció él.Aunque al principio algunas inseguridades apareciesen, puedo afirmar sin lugar a dudas que desde el primer día que lo vi, incluso antes de saber su nombre, supe que era para mí. Supe de alguna forma que era la persona cuya existencia me había negado a mí misma todo este tiempo.Aún así, por precaución, hice callar a mi corazón y dejé hablar a mi cerebro. Él no creía todo eso posible, él ya no creía en ese tipo de amor, un amor tan idealizado que solamente se encuentra en las películas. Pero el tiempo habló, y el corazón y el cerebro terminaron por ponerse de acuerdo, ambos vieron que todo era real y perfectamente posible.Y esa lucecita en mi mirada vuelve a estar ahí, incluso cuando creo hundirme, una mera palabra, un rápido vistazo a cualquiera de sus fotos, una simple caricia, una tímida sonrisa, hacen que salga a flote en pocos segundos. Esas simples cosas hacen que aunque a veces me sienta mal, el hundirme sea total y absolutamente imposible. No me puedo hundir con él ahí, no, no puedo.Me prometí a mí misma que nunca volvería a dejar que mi felicidad dependiese de alguien, porque ya sé cómo acaba todo, acaba siempre mal. Y sin embargo aquí estoy, dejando que mi felicidad dependa totalmente de alguien, y aún así, no tengo la sensación de que vaya a acabar mal, no tengo la sensación de estar jugándomelo todo a cara o cruz, no, sin saber cómo ni por qué, sé que esta es una apuesta segura, sé que no puedo perder. De hecho, sé que no perderé.¿Por qué?Porque he conseguido lo que creía que nunca iba a encontrar, he conseguido eso de lo que nos hablan en los cuentos y en lo que un día u otro todos dejamos de creer. He conseguido aquello que un día busqué y que cuando menos pensaba encontrar, de hecho no pensaba encontrarlo en mi vida, encontré.Lo encontré a él.Y desde ese día mi vida gira en torno a eso.Y no me importa.No, no me importa poner mi vida en las manos de una persona, al menos no si esas manos son las suyas.Pondría esas dos palabras que tanto uso, que tanto usamos aunque en muchas ocasiones lo hayamos hecho sin sentirlo de verdad, y es que en realidad, cuando encuentras aquello que yo he descrito, todas las anteriores veces que las has usado, aunque realmente lo hayas sentido, no han sido lo mismo. Pero solo cuando lo encuentras lo sabes.Así que prescindiré de esas dos palabras, están sumergidas, entremezcladas, descritas y explicadas, aunque muy brevemente, en todo lo anterior.Ahora me puedo mirar al espejo sin que duela, ni por la imagen, ni por los pensamientos y actos que allí se reflejan.Ahora el mundo es un lugar un poco mejor.Ahora, aunque mi vida ya no está en mis manos, me siento más viva que nunca.
Iba paseando por el mercadillo, mirando aquí y allá, buscando algo y sin buscar nada en particular. Me detuve en un puesto, tenían muchas cosas, y aunque no eran las mejores que había visto, tenían algo por lo que me gustaban más que las demás. Ya llevaba varios, pero aun así cogí más anillos, estaban a 1€ y así podía ir cambiando. Los que llevaba eran negros, y estos tenían colores y algunos  hasta dibujos. Vi un collar muy bonito, por desgracia llevaba el precio en una etiqueta y escapaba a mi alcance. Sin embargo vi una camiseta verde y roja, de un verde bastante oscuro y un rojo no muy chillón, que me gustó y era bastante barata, además, parecía ser de mi talla. Seguí ojeando cosas aquí y allá sin moverme del mismo puesto, fue entonces cuando vi una muñeca, era de trapo, y aunque ya era mayorcita para muñecas, aquella tenía algo especial. Estaba hecha a mano, de eso no cabía duda. Creo que eso la hacía todavía más hermosa de lo que era por sí misma. Llevaba un vestidito de tela azul, su piel era blanca, y su pelo, debajo de un sombrero también de tela azul, estaba hecho con lana marrón. Sus ojos eran dos grandes botones negros, y su nariz apenas dos puntadas con una aguja. Sus labios eran rojos, pintados con un rotulador en un gesto de una tímida sonrisa. Sus mofletes, apenas un poco coloreados, tenían un ligero tono rosado. No era una muñeca preciosa, sin embargo a mí se me antojó como la más bonita que había visto nunca. No pude resistirlo y pregunté el precio. Fue entonces cuando me fijé en uno de los vendedores que me atendió, el que había más lejos debía ser su padre… Pero él… Él era un chico alto, como mucho de veinte años, su piel era oscura, bastante oscura. Seguramente sería de algún país del norte de África, porque no llegaba a ser completamente negro. Iba sin camiseta debido al calor que hacía y se notaba que hacía ejercicio, seguramente ayudando en el mercadillo, ya se sabe que esa gente va de aquí para allá y tiene que montar y desmontar casi todos los días, además, su puesto era uno de los más grandes. Su pelo era completamente negro y liso, cosa que me sorprendió. Lo llevaba algo largo, bastante despeinado, pero eso sí, tenía un brillo francamente envidiable. Llevaba algo de barba, también negra, pero estaba arreglada y recortaba, lo cual dejaba ver que por mucho que el pelo estuviese despeinado, cuidaba su imagen. Entonces, al ir a preguntarle el precio de la muñeca, vi sus ojos. Eran de un negro azabache precioso, no se sabía donde terminaba el iris y comenzaba la pupila, sin embargo se intuía. Eran simplemente los ojos más atrayentes que había visto jamás, parecían hechos con algún tipo de imán que hacía que los míos no se pudiesen despegar de ellos. Saliendo de mis pensamientos, carraspeé un poco y le pregunté el precio de la muñeca, por desgracia estaba bastante fuera de mi alcance. Me explicó a qué se debía, pero francamente, no le prestaba atención. Me quedé absorta mirando sus labios, no eran ni grandes ni pequeños, y tenían una forma simplemente perfecta. Por debajo de ellos destacaban sus dientes, eran sumamente blancos, y más en comparación a su piel. Supuse que había terminado de explicarse, porque dejó de hablar, así que le di los anillos y la camiseta y le dije que era todo lo que me llevaba. Por un momento nos quedamos mirándonos a los ojos, nos perdimos el uno en el otro. Su padre se acercó y le dijo algo en un idioma que yo no conocía, aunque supuse que sería árabe, su padre parecía molesto o enfadado. Entonces él bajó la mirada, lo guardó todo en una bolsa, me dijo cuanto era, y me lo dio. Le di las gracias y le sonreí, él me devolvió la sonrisa.   Me quedé un rato por el mercadillo, creo que con la esperanza de que saliese a descansar y viniese a decirme algo. Estuve un buen rato por allí hasta que me quité esa idea de la cabeza. ¿Cómo alguien así se iba a fijar en alguien como yo? Era una tontería, además, yo ya tenía novio, ni siquiera sabía por qué estaba haciendo aquello. Empecé a caminar en dirección a mi casa, ya era casi de noche, aunque mis padres no estarían preocupados, les había dicho que igual después de ir al mercadillo me iba a dar una vuelta con el novio, y sin embargo ahora no quería ni recordar que lo tenía. Entré en una calle más bien oscura, no me gustaba esa calle. Comencé a oír unos pasos que me seguían. Apreté un poco el paso. Los pasos apretaron también. Uno de los anillos se cayó al suelo, pero hice como que no me daba cuenta. Entonces los pasos pararon, supongo que quien fuese se paró a recoger el anillo. -¡Espera! ¡Se te ha caído esto! – me dijo. Reconocí la voz, era él, así que me detuve en seco nada más escucharlo. Cuando lo tuve delante, tan cerca, me di cuenta de que me gustaba todavía más de lo que me había parecido en el mercadillo. No era el chico más guapo que había visto en mi vida, pero tampoco el más feo, ni mucho menos. Le pedí perdón por haber apretado el paso y le dije que no me gustaba demasiado aquella calle. Él me dijo que no debería haberme seguido así, pero que al ver que me iba no pudo evitarlo. Sin poder evitarlo yo esta vez le pregunté por qué. Él me dijo que tenía los ojos más bonitos que había visto nunca, y que quería verlos al menos una última vez antes de marcharse. Le pregunté si se iban hoy mismo, y  me dijo que no, que recogerían mañana por la mañana y se irían entonces. No pude evitar girar la cara, las lágrimas se asomaban a mis ojos. Ni siquiera conocía a ese chico, no sabía nada de él salvo que vendía cosas en un puesto de un mercadillo, y aun así, no quería que se fuese, no quería aceptar que aquella sería la última vez que vería esos ojos, esos labios, esa sonrisa, ese cuerpo… El me dijo que por primera vez en su vida sus deseos de viajar habían desaparecido de golpe, y en lugar de eso, sentía deseos de quedarse en el mismo sitio, con la misma persona, sin importar lo que pasase en el resto del mundo. Aquello era una locura, pero no pude evitarlo, me negaba a pensar que aquel chico se iba a marchar. -Imaginemos que mañana no va a llegar. – le dije en un susurro, sin mirarlo a la cara por la tontería tan grande que acababa de decir. Entonces él me abrazó, pero no era un abrazo cualquiera, era un abrazo de esos en los que te quedarías sumergida una vida entera, ese abrazo que le das a alguien cuando sabes que no quieres perderle y las palabras se quedan cortas para decírselo. Entonces me levantó suavemente la cara y me miró a los ojos. Me dijo su nombre, se llamaba Sharyk. Yo le dije el mío. Y sin poder esperar más, solo con aquella pequeña presentación, nos besamos.   Al cabo de un rato me dijo: -Sé que nos acabamos de conocer, que no sabemos nada el uno del otro, y que seguramente esto te parecerá una tontería… Pero estoy seguro de que te quiero. Lo sabía cuando te atendí en el puesto, y lo sigo sabiendo ahora.   No pensaba que me fuesen a salir las palabras, sin embargo lo hicieron: -No me parece una tontería, yo también te quiero. También lo sabía antes, y también lo sé ahora.   Después de ese pequeño pero intenso momento dimos una vuelta, él venía de un país de África que yo no conocía, no era negro porque su madre no lo era, según me dijo, hacía muchos años que no la veía. Tenía 19 años, y llevaba con su padre en el mercadillo desde los 6. Nunca había sentido lástima por tener que marcharse de un sitio a otro, por tener que dejar a gente, por tener amigos diferentes cada día. Nunca, hasta hoy. Estuvimos juntos hasta que se hizo de día, por suerte era verano, y aunque por las noches refrescaba no hacía nada de frío.   Por la mañana nos despedimos entre besos, abrazos y lágrimas. Ni yo quería que se fuese, ni él quería irse, pero ambos sabíamos que no podía hacer otra cosa. Su padre y su familia lo necesitaban. Aun así, sin que yo se lo pidiese, me prometió que volvería al año siguiente, y me prometió también que si no al año que viene, al siguiente, volvería para quedarse. Yo, que nunca había pensado prometer nada así porque me parecía una tontería, le miré a los ojos y le prometí que le esperaría, además, sabía que lo haría igual que sabía que él volvería.   Me acompañó hasta mi casa. Subí a mi habitación y me dormí entre lágrimas.   Cuando me despertó mi madre diciéndome que era la hora de comer, vi que la ventana estaba abierta. Había dejado la muñeca y una nota:   “Quizás el precio te pareció demasiado alto, pero ni regalándote mil muñecas como esta tendrías todo lo que te mereces. Volveré al año que viene, mientras tanto no dejaré de pensar en tus ojos verdes, así tendré la certeza de  que aunque quede mucho para volverte a ver, llegará el día en el que no tenga que volver a marcharme. Entonces seré feliz porque no tendré que recordarlos, serán lo primero que vea al despertar.                                                                                        Te quiero.                             Sharyk.”         Sabía que volvería… y al fin y al cabo, un año se pasa volando.
El mercadillo.
Autor: Selenia Rosemary  535 Lecturas
Y parece que fue ayer, todavía lo recuerdo. Poco a poco deslizaba mis manos sobre él, de una forma torpe, sin saber bien qué tenía que hacer o cómo hacerlo. Y ahora, como si fuese ayer, aquí sigo. Después de tanto tiempo dejándolo un tanto de lado es cierto que tengo la sensación de haberlo perdido un poquito, de volver de algún modo al principio. Pero no. Sé que no, sé que en realidad solo es cuestión de un poco de tiempo para volver a ser los que éramos, de hecho en estos últimos días parece que se va recuperando un poco aquel entendimiento, aquella sensaciones. Ese ir y venir, empezando por ser dos, y consiguiendo ser uno en más de un momento. Esa sensación que te invade, cuando realmente notas que lo estás haciendo bien, cuando realmente sientes, aunque sea durante una milésima de segundo, que el resto del mundo no existe, o si lo hace, no importa. Ese momento en el que simplemente no piensas en otra cosa, lo disfrutas, lo sientes realmente, dentro de ti, sin saber cómo, lo notas en lo más hondo de tu ser, recorriendo cada rincón de tu alma, estremeciendo tus sentidos, llenándote de esa emoción tan difícil de describir, por no decir imposible, y a la vez también, difícil de llegar a sentir en ocasiones. Pero cuando llega, cuando realmente lo sientes, piensas que todo ha valido la pena, que ese esfuerzo, esa dedicación, realmente ha dado sus frutos. Es entonces y solo entonces cuando realmente piensas: Lo tengo claro, mi camino está con él.   Por eso me arrepiento en parte de haberlo dejado durante prácticamente tres años, buscándolo únicamente en contadas ocasiones, y la mayoría de ellas terminando enfadada, no con él, sino conmigo misma. Pero no importa, creo que en parte eso ha sido lo que realmente me ha hecho darme cuenta de lo que lo necesito, creo que ese distanciamiento es el que me ha hecho ver que realmente lo necesito.   Él es el único que me llena, como nadie ni nada nunca lo hará. El único que realmente siempre ha estado ahí para mí, esperándome para llevarme allí donde yo quiera y sea capaz de ir sin moverme de una simple habitación. Es el único capaz de reducir todo el mundo a esos pocos metros cuadrados, el único capaz de inundar, con una simple melodía creada por lo dos, todo cuanto nos rodea en ese momento. Él es el único capaz de hacerme sentir que sirvo para algo, solo tengo que saber como hacerlo, no frustrarme, intentar disfrutar, aprender de los fallos, mejorar día a día, intentar esforzarme cada día un poquito más.   Y por eso, después de diez años a su lado, aunque los tres últimos lo haya ignorado bastante, me he dado cuenta de que es en esos momentos en los que todo falla, esos momentos en los que te sientes sola, sin nadie, vacía… Él es el que hace que todo tenga un poquito de sentido, el que hace que me sienta acompañada, entre él y yo, conseguimos crearla a ella, a esa preciosidad que me hace sentirme llena, esa preciosidad que me lleva acompañando prácticamente desde que nací…   Y así, entre él y yo, nace ella, esa bella dama a la que tantos ansiamos poseer:   Para quien no lo haya entendido, él no es una persona, por supuesto que no. Es mucho mejor que eso, él es simplemente:   ~El piano~
Todos o casi todos tenemos algún día de esos en los que sonreír se hace difícil o casi imposible. Algún día de esos en los que con tan solo unas palabras te puede cambiar la vida entera, tanto para bien, como para mal. Pues bien, hoy es uno de esos días. Bueno, hoy no, lo será mañana... Por eso no quiero que mañana llegue.En momentos como este me pregunto ¿de qué ha servido ser siempre prudente? ¿de qué sirve siempre intentar ser lo más amable posible? ¿de qué sirve intentar siempre poner una sonrisa? Hay veces que no sirve de nada, veces en las que hagas lo que hagas terminas llorando sin que eso importe a nadie, o a quien le importa no puede hacer nada al respecto. Como ya he dicho, tengo miedo de que llegue mañana, miedo de escuchar esas palabras que no quiero oír, miedo de que mi vida cambie para mal antes de lo esperado. Miedo de no verme con ganas de seguir adelante. Miedo de tirar por la borda todo lo que tanto me ha costado. Miedo de hundirme en un pozo sin fondo en el que una vez tras otra he intentado no entrar. Hay veces en las que ves cómo numerosas personas de tu entorno comenten errores, muchos, uno tras otro. Y sin embargo ahí estás tú, cuidadosa, temerosa de no cometer ninguno. Y sin llegar a cometerlo, un simple capricho del destino, incluso habiéndolo hecho todo perfecto, se torna en tu contra y se vuelve un posible error. Y no un error pequeñito, no un error que se pueda olvidar en dos días, no, un error que puede hacer cambiar tu forma de ver la vida para siempre. Hoy es uno de esos días en los que cuesta sonreír, uno de esos días en los que, de hecho, se hace prácticamente imposible. 

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