Mi felonía Acabo de cometer una felonía. A lo largo de los milenios he leído y escuchado sobre mí, se ha dicho mucho. Lo más aceptado es lo que está plasmado en las Escrituras. Que mi acto, por ser tesorero de los Apóstoles del Señor, fue por pura mezquindad. Unos treinta tetradracmas de Tiro. Pero nadie sabe, hasta este momento, que mi trato fue con el mismísimo Maligno. El Señor prometía que Él volvería, que tendría vida eterna, sería inmortal. Yo deseaba eso. Despreciaba la idea de un cuerpo añejo, con enfermedades, cercano a la muerte. Ese fue mi trato. Lo logré entregando a Jesús de Nazaret, todo lo demás es historia conocida. Comienzo de la era Cristiana. También se mencionó en las Escrituras dos teorías de mi supuesta muerte. Cuando tuve oportunidad de leerlas sentí ironía. Era la forma en que el Omnipotente supuso que sería un castigo ejemplar para mí. Tampoco puedo decir que no he vivido bajo la mezquindad, eso me ha servido de manutención en los siglos que lleva mi inmortalidad. En ella hay dos aspectos, el material y el espiritual. En el material puedo decir que he planeado bien mi sustento. Los primeros años me refugié en un pueblo muy lejano como pescador, que es mi oficio, atesorando las treinta monedas. Cuando las personas comenzaron a notar mi falta de envejecimiento recolectaba lo que sabía que con los años tendría valor y me movía a otro destino, dejando amores y amistades. Allí se mezcla un poco la parte espiritual. Siempre fui muy poco apegado, muy cínico y osco. Cosechaba amistades y amantes, incluso hijos, y no me costaba dejarlos atrás sin ninguna explicación. He visto crecer países, conquistas, en esos tiempos he sido guerrero, obtuve mucho dinero de ello, pues llegaba victorioso en las batallas. Todo lo iba acumulando. Mis ingresos provienen de un anticuario con reliquias exquisitas que he ido coleccionando a lo largo de los años. Con ello hoy soy propietario de una gran fortuna. Durante años me han sobrado mujeres y amistades, hasta que tenía que partir a otra ciudad, para que no sospecharan de lo obvio. También recuerdo haber oído hablar de un nuevo continente. Lleno de oro y riquezas. Aunque mi avaricia era grande, estaba cómodo en Alemania y no quise moverme de allí. Cabe destacar la cultura con la que estoy posicionado y las lenguas que manejo. Siempre he sido centro de las reuniones más elegantes. Se me ha tratado como un Sr., en ocasiones como un Sir. Yo despreciaba a la gente vulgar. Olvidando mis orígenes de pescador. Con respecto a los idiomas, he preferido en los últimos 50 años conservar mi lengua natal, el hebreo. Todo lo que cuento en esta misiva llegó a su final. Como habrán leído, me posicioné sobre la humanidad mortal con superioridad. Pero esto llegó a su fin. A continuación relataré los hechos. Eran las 10:00 horas del Yom Hashoá – de 1929 – cuando en mi ciudad comenzaron a sonar sirenas y todo se colapsó. Ese fue el fin de lo que consideraba mi vida, aunque seguiría viviendo. Entre el pánico y la confusión, me encontré desnudo con otros hombres, algunos colegas comerciantes o profesionales, frente a soldados de Hitler que nos gritaban, castigaban y mojaban en el frio invierno, con mangueras con agua helada. Estaba en Auschwitz. Mi mente que se había mantenido sosegada decena de años, disfrutando la inmortalidad, comenzó a sentir una inquietud como nunca antes. Mi mente, siempre templada y arbitraria, comenzó a jugarme una mala pasada. Me preguntaba si será que quizás mi cuerpo era inmortal pero mi mente, ¿alma? había empezado a sucumbir y a sentir. No sentía pena por los demás, en iguales condiciones que yo. Sentía pena por mí. Y por primera vez sentía que no tenía salida. La guerra apenas había empezado y no sabía cuándo finalizaría. En síntesis, mi calvario era indeterminado. Las penurias que fui pasando por semanas y meses eran eternas, y aun me mantenía sano, pero mi cuerpo lentamente se deterioraba, aunque no iba a sucumbir nunca. Comencé a pensar en el suicidio. Muchos de los que estábamos en el campo lo hacíamos. Algunos lo llevaron a cabo. Yo sabía que no moriría. Pero mi mente estaba enloqueciendo. Cerraba los ojos y veía al demonio recordándome el trato. Despertaba con sollozos. ¿Cómo explicarlo a los demás? Un atardecer gris y frio, cuando volvíamos de cavar unos túneles de minería, dije: basta! Tomé coraje y me lancé, trepé al muro y me tomé con fuerza a las cercas electrificadas. Sentí la corriente recorrer mi cuerpo. Caí. Abrí los ojos, un oficial nazi me miraba azorado. Él no entendía como había sobrevivido a ciento cincuenta voltios en mi cuerpo, debería estar humeando y muerto. Pero no. Yo solo imaginaba el castigo que me esperaría. Y efectivamente, fui duramente castigado. Mi cuerpo se lastimaba, pero una noche en las literas lo sanaban. Para admiración de los soldados nazis, al día siguiente estaba presto para seguir trabajando. Notaba como todos susurraban sobre mí. A ellos les era muy útil aunque envidiaban mi fortaleza. A mis colegas judíos les despertaba envidia, admiración, me pedían consejo. Yo los despreciaba. Veía sus cuerpos sucumbir. Pero sus almas no. Comenzaba a preguntarme que era eso del alma. Si es que existía, en mí estaba sucumbiendo, eso deseaba acabar con mi existencia. Al final Jesús de Nazaret tendría razón. Sería esa la vida eterna. La del alma. Yo la quería exterminar. Estaba cansado. Ya había vivido en esta tierra lo suficiente, y ahora encerrado en este campo de concentración, entre tanta miseria. Y mi cuerpo que resurgía. El Omnipotente sabía que ese, al fin, sería el castigo ejemplar para mí. Sandra Brinkworth 1 de junio de 2024
Tú… vive Tú, mirada inquisidora Tú, que me lees y me adivinas ¿Cómo podría escaparme de tu mirada? ¿Cómo podría hacer lo que me apetece? ¿Cómo podría seguir probando el filo de la navaja? ¿Sin que tú me salvaras? ¿Por qué tú? Si solo eres carne de mi carne ¿Si te tuve en mi vientre incontables noches de amor? ¿Por qué tú quieres salvarme? ¿Por qué tú quieres enseñarme? Sólo un propósito tengo para ti. Que vivas tu vida sin mis cargas. Sin mis dolores. Sin mis desasosiegos. Sin mis temores. Sin mis miedos. Si al fin son sólo míos ¿Por qué te empeñas en salvarme? Yo no estoy en peligro… Yo estoy viviendo… Y haciendo lo que siento que puedo hacer Quizás no sea lo mejor, No lo sé… Pero es lo que mi alma me pide No te empeñes en salvar un alma vieja Cuando tú tienes toda una vida por vivir Vívela y libérate de las ataduras. Yo aprendí a volar con el peso que me empuja hacia las profundidades. ¡¡¡Yo ya puedo volar!!!! Ya no me quiero hacer daño, Porque aprendí lo valiosa que soy, Aprendí que soy solo una, Y que pude brindar al mundo mi más puro retoño. No sigas protegiéndome. Aprendí a hacerlo sola Aprendí a respetarme. ¿Por qué insistes en un estar? Estar para alguien que ya vivió Viví tu vida Llena de racimos de uvas Como un prado de flores Como un campo sin cultivar Lleno de girasoles Es tu oportunidad Me haría muy feliz verte volar De Sandra para mi Santi
Gotas afiladas Las gotas caen sobre el suelo, sobre el techo Cada gota tiene un propósito, dialoga Musita palabas desconocidas por mi No logro entenderlas ¿Qué sabe el agua que yo no sé? El misterio del sonido de cada gota Afilada, torpe, atolondrada, certera Las gotas me hablan Caen y se despedazan Como despedazado esta mi corazón Despedazada la razón Las gotas afiladas y tontas caen Sonido ensordecedor Tú me has dejado Sandra Brinkworth, 31 de enero de 2025
MIS OJERAS El tic tac del reloj y el viento tenue que ingresaba silente por la ventana. El parpadeo sutil de una luminaria en la calle. La temperatura ideal para dormir en esta noche de septiembre. Sabanas cálidas y suaves. Almohada gentil. Tiempo que pasa. Antes minutos, ahora horas. Mis ojos siguen abiertos pensando en que en unas horas tendré que levantarme. Y el tic tac. Y el roce de mi pelo con la almohada comienza a molestarme. El parpadeo de la luz. Cierro la ventana. Comienza a hacer calor. Abro la ventana. Me dispongo a volver a la cama. Me moleta la sabana. Un vaso de agua me dará somnolencia. Voy a la cocina. Veo a la ventana. Amanece. Llego a la habitación, suena mi alarma. Un día mas y mis ojeras.
GRIS Las hojas del otoño dejaban detrás de sus pasos un nostálgico revuelo. Los frondosos liquid ambar con sus magníficos colores, parecían opacarse a su paso. El viento que soplaba suave y bondadoso mágicamente, detrás de él era una serenata de un amor que ha muerto. Era el camino de regreso. Ese hombre gris, que dejaba una estela de dolor tenía grises los cabellos, gris la barba, gris el traje y una enorme bufanda gris. Solo nostalgia a su paso. Regresaba de ese sitio donde quedan inmortalizadas las personas que amamos. Él amaba mucho a una mujer, dulce, adulta, compañera de vida. la muerte, siempre importuna, se la quitó. Pasos cansinos, abatidos, derrotados. Mirada vidriosa, aliento gélido. Labios apretados. Cuello con ese nudo que sube y baja. Y el día… gris, como él, como su alma, como desde cuando cerró los ojos esa dulce mujer.
¡BASTA! Siempre fui asidua las librerías, nunca me pude negar a entrar a una. Aunque supiera que quizás no compraría nada. Estaba de viaje por Europa, precisamente en el casco antiguo de la ciudad de Burgos. Es un lugar donde se respira historia en cada rincón, su arquitectura, monumentos y ambiente hacen que haya sido un destino imprescindible para mí. Era un sitio repleto de historia y encanto, que me transportaba a tiempos pasados. Calles empedradas, plazas pintorescas y una impresionante arquitectura medieval. Sabía que allí, a la vuelta de cualquier esquina me encontraría con una encantadora librería. Y fue así como me encontré con la tradicional librería “Hijos de Santiago Rodriguez” Esta librería es una de las más emblemáticas y tradicionales de la ciudad. Fundada en 1850, ha sido un punto de referencia cultural y literario durante más de un siglo y medio, manteniéndose como un lugar querido por los burgaleses y visitantes como yo. Me encontré en el portal, sentí una sensación muy peculiar que no podría describir. Rechacé la guía del personal de la tienda y me dispuse a recorrerla, siguiendo mi instinto de lectora ávida. Todos los libros llamaban mi atención. Había uno en particular que me atraía, con una energía que nunca antes había sentido. El lomo no tenía título ni autor, era de color negro azulado, muy similar al que tenía en mi biblioteca, “Zaratustra” de Niezstche, que casualmente su lomo estaba ilegible por el uso. Pensé que éste corrió el mismo destino. Analicé que un libro muy leído tenía una buena referencia. Siempre pensé que los libros más envejecidos por el uso eran los que mejor data daban por sí solos. Lo ojeé y encontré palabras familiares… no dude más, me dirigí al mostrador y lo compré. Mi tarde siguió en un café, escribiendo, aunque pensaba en el libro. Cuando al fin se hizo la noche regresé al hotel. Pedí mi cena y entré en mi habitación. Era hermosa, con grandes cortinas y veladores con luces tenues. Cené, tomé una ducha y me dispuse a tenderme en mi cama para leer con curiosidad el enigmático libro. Encendí la luz de la mesa de noche y comencé con la lectura. Me llamó la atención que el libro no tenia título ni prólogo. Su dedicatoria decía “… A vos”. Comencé a leer. “…Nací en una familia acomodada de la zona de Chacarita en Buenos Aires, Argentina. Fui única hija de un matrimonio bastante dispar. Mi madre era actríz, muy bella y superficial; mi padre un renombrado arquitecto muy estructurado. Mi crianza fue en manos de nanas, me querían muchísimo. Pienso que les daba pena el abandono con el que crecía. Nada material me faltaba, carecía de caricias y palabras de cariño paternos. Había días que no veía a mis padres. Mi día lo llenaban mis nanas y mis actividades de danza, piano e idiomas…” Cerré el libro abruptamente. Me sentí muy identificada con mi infancia, demasiado. Había nacido allí, las profesiones de mis padres, mi niñez. Exactamente relatada. Sentí confusión… si bien yo soy escritora, eso no lo había escrito y jamás lo escribiría. Mi curiosidad pudo más y continúe la lectura. La caída de la bici, la nana Beatriz corriendo, la ambulancia, la cicatriz. Me miré la cicatriz. Allí estaba, en mi pierna y en el libro. Y Beatriz y sus ojos celestes enormes y llorosos por mis lágrimas. Todo estaba allí en ese libro. Mis quince, mi vestido lila soñado, la fiesta soñada, pero papá no estaba allí. Todos sabían que estaba en Brasil con su amante. Todos, el libro también. Mi primer novio Esteban, mi amor por él, el libro lo sabía, como sabía del complot de papá para deshacerse de él porque no era de alcurnia. Mi dolor. Yo lo recuerdo. El libro me lo repetía. “…Y lloré, lloré muchas noches, incontadas noches. No tenía a nadie. No estaba mi nana Beatriz, a mi madre le importaba más el resultado de su lifting que mis lágrimas. Mi padre estaba feliz buscándome un novio abogado... Yo solo lloraba…” Ya no tenía dudas, ese libro describía todos los pormenores de mi vida. ¿Cómo sería eso posible? Quien lo habría escrito. ¿Qué ser omnisciente tomo lápiz y papel y escribió sobre mí, mis sentimientos más íntimos, mis sufrimientos? No podía entenderlo. Creí estar soñando. Pero no podía dejar de leer. Al fin, era mi vida. Ya lo había vivido. Era solo recordarlo. Algunos párrafos eran dolorosos, otros no. Como fue mi vida. No todo fue un huracán. Creo que como la vida de todos los seres humanos. No iba a encontrar nada nuevo. Era la narración de mi vida. Quizás encontraría algún recuerdo olvidado. Ya estaba jugada. Si era un sueño desde que encontré el libro, no sería tan malo. Seguiría leyendo convencida que soñaba. Continué la lectura. “…Me decidía, a cada instante de mi vida, a alejarme radicalmente a la imagen que me había formado certeramente de mi madre. Aunque había heredado de ella su belleza, y de mi padre su inteligencia, mi vocación se fue forjando hacia un área humanística, la filosofía. Completé la licenciatura, luego el postgrado en Nueva York dedicándome de lleno a la docencia y a escribir libros…” Al leer este breve párrafo del texto recordé la necesidad abrumadora que sentía de alejarme de todo lo que significara el mundo que habían construido mis padres, un mundo con cemento de bases en la superficialidad, traiciones, estafas. Yo no quería esa vida para mí. Hubiera renunciado hasta a la vasta herencia para no tener nada que ver con ellos. Incluso mis libros los firmaba con un pseudónimo. Obviamente que he cometido errores, estoy segura que los mismos que ellos no…” A medida que leía este libro, más dudas rondaban en mi mente. Era como mi diario, yo nunca lo escribiría. Si lo hubiera hecho jamás lo hubiera publicado. Y aún, si así fuera, cómo podría haber llegado a un pueblo de España, y en estas condiciones, tan usado. Seguía embriagada deseando estar en un sueño. Quizás el cansancio de un largo día. Quizás la llamada de mi madre, diciéndome que volvería a contraer matrimonio, me contrarió. Trayéndome todos los recuerdos de mi vida. No lo sé. Esto era muy raro para mí. Surrealista. “…Me había casado con un hombre al que amaba profundamente...” Esta simple oración fue el recuerdo de una vorágine de pasiones, desencuentros y traiciones. Sentí nuevamente el dolor de ese amor no correspondido, de mi hijo fallecido. Esa etapa de mi vida que tanto me costó superar. Años de terapia. Sólo una oración. Comencé a llorar. Evidentemente no estaba superado, salteé hojas para no revivir todos esos momentos tan dolorosos. “… Con Margarita, mi mejor amiga, habíamos comenzado a planear nuestro viaje a Europa. Comenzaríamos en Portugal, recorreríamos varias ciudades y luego iríamos a España, cuyo último destino sería la ciudad de Burgos. Lamentablemente Margarita se enfermó a último momento y tuve que realizar el viaje sola…”. Recordé a Margarita, escrita en las páginas del libro. Efectivamente, este viaje lo haría con ella. Era una mujer de mi edad, en sus cincuenta, divorciada, y con la mirada más bella y sincera que conocí. También era filósofa y nos unían tardes de filosofar hasta horas de la madrugada, tomando algún vino añejado. Quizás si ella hubiera estado conmigo, no estaría condenada a leer este libro. “… Había llegado a la librería “Hijos de Santiago Rodriguez”…” Hojeé lo que quedaba del libro y me percaté con horror que este continuaba algunas páginas más, no sé cuántas, pero más de quince o veinte, luego seguían unas en blanco y luego la contratapa. No entendía. Ya no era mi pasado. Se estaba acercando a mi presente. Estaba en el día actual. A pesar que eran pasadas las veinticuatro horas, a la librería había entrado aproximadamente a las dieciséis horas. Estaba muy confundida. Saltee unas hojas y continúe con la lectura, cuyo tiempo verbal cambio drásticamente al presente. “Estoy leyendo este libro y estoy muy confundida. Recostada sobre la tersa cama del hotel con sus bellas cortinas y su luz tenue…” lo cerré. Sentí ira, incertidumbre. Los libros siempre fueron mis aliados y mi escape en mi adolescencia. Este no, era un enemigo que acechaba con decirme que pasaría mañana, y mañana y mañana… Al día siguiente viajaba de regreso a Buenos Aires y quería despertar y que esto fuera un sueño. Esto era demasiado para mí. A la mañana siguiente me despertó el sol entrando por los ventanales. Tenía el vuelo a las catorce. Vi el libro en la mesa de noche, no lo abrí. Me concentré en hacer mi equipaje. Hice sonar por “última vez” la cajita musical que le regalaría a mi pareja y luego la volví a envolver y la guardé. Posé nuevamente la mirada sobre el libro. Decidí guardarlo en el bolso de mano. Bajé a almorzar. A las once estaba lista para tomar el taxi rumbo a Barcelona. Abordé el avión, clase primera. Me esperaban algo de trece horas de viaje. En mi bolso tenía dos libros, uno “Tres escritos” de Jaqces Lacán y el otro… ese libro. Seguí con la lectura de Lacán, ya que en unas semanas daría un seminario. Las horas iban pasando, yo tomando nota de lo más relevante para mi exposición. De pronto algo, una angustia, curiosidad, necesidad de saber, me hizo guardar el libro y tomar el otro. Junto con mis sentimientos o acompañándolos comenzaron unas fuertes turbulencias. Tome el libro, lo abrí. “…Hay unas fuertes turbulencias, las azafatas en el altavoz piden que nos abrochemos los cinturones de seguridad…” Cierro bruscamente el libro al oír a las azafatas que pedían que nos abrochemos los cinturones. Comienzo a sentir terror, al comprobar que las páginas del libro se están acabando. Luego pienso lógicamente, como suelo hacerlo, que nadie, ni yo, puede predecir el futuro. De serlo así, mi vida hubiera sido más fácil y jamás hubiera perdido a mi hijo. Veo a las azafatas sentarse y abrocharse los cinturones de seguridad. Me siento intranquila. Siento que la suerte está echada, continúo a regañadientes con la lectura. “…Los rostros de las azafatas desfigurados del terror. En la cabina de los pilotos se escucha Mayday, Mayday, Mayday, Este es el vuelo 1234. Tenemos una falla importante en el motor. La posición es 40 millas al este del aeropuerto XYZ a 25,000 pies. Caen las máscaras de oxígeno…” ¡Basta!
No Que hare con este ser mío Un día gacela suave Otro huracán sin clemencia Yo no lo he elegido No lo quiero para mi En mis momentos reflexivos Detesto esa que soy Esa no, La otra La explosiva Quien no piensa y dice Y hiere Y va por la vida lastimando Luego observa el terreno minado Y se arrepiente Pero ya es tarde El daño está hecho Como podría volver a nacer Y negar esa parte de mi Como podría no ser yo Como… Sandra Brinkworth 6 de marzo de 2025
Flama La observo, eso creo yo. Ella me observa e ilumina. Ella, cilíndrica vela amarilla encendida, cual silente faro en el acantilado. Las olas, viento, la flamean. Ella, intacta, brinda su ser para dar la luz. Mi vela, como algo único entre todos los objetos, se irá consumiendo y yo absorberé esa luz. Por ella mi ser también brindará cálida luz para los que puedan sentir.
La luz y la sombra El sol asomaba por la ventana Leía un hermoso cuento Disfrutaba de cada palabra Cada frase era una conquista Una conquista del autor a mi corazón De repente, finalizando mi lectura, Fue como si la habitación se llenara de una luz enceguecedora Pronto descubrí que esa luz Era lo que despertó en mi ese hermoso texto Ya no era la misma Me había empapado de belleza Me sentía radiante y llena de admiración Cuando quise compartir mi alegría Con quien era mi compañero Noté que a regañadientes aceptó leer Emocionada al llegar al final pregunté ¿Te gustó? De pronto la oscuridad y un túnel Yo saliendo, el estancado No, no lo entiendo, fueron sus palabras Pero yo no lo entendía a él
El, con sus grandes ojos celestes, hacia brotar palabras de su boca inquieta. Boca astuta. Boca sabia de engaños y mentiras. ¿Por qué esa boca decía falsedades? Tan dócil la verdad. Verdad que yo conocía, anhelaba. Había tejido un lazo de palabras. Palabras inciertas. Lazos vanos. Hilos rotos, lazos sucios. Él lo sostenía en su mano y lo alcanzaba hacia mí, con la otra. Mas roto veía yo ese lazo. Pero lo tomaba. Entonces me pasaba que empezaba a verlo. A verlo. ¿Qué paso con tus grandes ojos celestes? ¿Qué paso con tu amplia sonrisa? ¿Qué paso con tu noble corazón? ¿Dónde está ese hombre inmenso, admirable? ¿Quién eres tú que me ofreces esta cinta sucia y rota? Dile a él que venga. Ya no está aquí. Soledad y vacío. Lluvia.
Hey, tu. Recostado cual despojo en mi cama. Basta. Ven aquí al espejo y mirémonos a los ojos. Así, aquí frente a frente. Tengo muchas cosas que decirte. Siento rencor, indignación. Ha surgido en mí una epifanía por eso me urge hablarte. ¿Sabes? En realidad, quisiera terminar contigo por todo el mal que me hiciste. Pero no es la forma, seria más de lo mismo. Por eso te voy a hablar. No sé si te voy a escuchar, porque no sé, despojo humano, si mereces ser escuchada. Mucho daño me hiciste. Mírate en el espejo, todas esas cicatrices en los brazos. Pues no quiero tenerlas. Y tú me las marcaste para siempre porque estabas enojada. ¿Con quién? ¿Qué daño te hice? Nunca fui mala persona. No merezco tener estas huellas de ese daño. ¿Recuerdas las veces que quisiste terminar con nosotras? Fueron muchas. Con suerte estamos aquí mirándonos a los ojos. Y todas las veces que te dejaste traicionar por personas que no te merecían. ¿Recuerdas? ¿Por qué tan poca valía? Permitías a cualquier persona entrar en tu vida y deshonrar nuestro templo. Siempre terminabas defraudada emocional y económicamente. Y eras consciente de ello. Yo ahora tendría algo para disfrutar materialmente, pero llenaste tus vacíos con malas personas, compras desenfrenadas y pésimas decisiones. No llores. Es momento de ser fuerte. Tenemos otro presente. Pude elaborar y armar muchos rompecabezas estos últimos tiempos. Siento la fortaleza de quien puede volver a empezar y cogí las herramientas necesarias. Sé que tu no las tenías. Sé que tú te quedas rumiando con tu niña interior. Yo no tengo tiempo para eso. ¿De qué nos sirve? Que lograríamos con saber dónde está el daño, si de todas maneras tenemos que seguir adelante. Sigue tu rumiando con eso. Yo despego. Mi futuro será como un espiral. No llores. Sosiego. Hablemos con calma. Sí, es verdad que quisiera terminar contigo, pero demasiado daño hay en esta relación. Vamos a entendernos. A pesar del odio, te aseguro que te entiendo. Es más, al ver tus inocentes ojos en el espejo me he calmado bastante. Entiendo a tu niña herida, la he leído en tus escritos, no sé qué le pasó, porque allí todo está muy oscuro. Nunca lo sabré. Tampoco sabré del trauma. Pero te aseguro que no somos las únicas. Todos lo padecen y siguen su vida sin hacerse daño. Yo hoy te propongo que descanses. Que me dejes el control porque estoy más preparada y se cuál es la dirección y lo más importante, voy a protegernos. Descansa y te perdono. No sabias lo que hacías y no tenías las herramientas para construirte. Hoy las tenemos. Nos esperaran días de presentes eternos, descansa que yo sigo caminando.
¿Se puede escribir el dolor? Si las palabras armonizan poesías y canciones, ¿cómo podrían nombrar lo más triste del mundo? Lo más triste del mundo, aquello que podemos soportar, quizás, sin lágrimas. Aunque sabemos que corroe nuestro interior hasta dejarnos débiles seres. ¿Qué es lo más triste del mundo? ¿Podría nombrar esta noche calurosa, lo más triste del mundo? Podría hacerlo para simular, olvidar, algo que está partiendo mi corazón en dos. Podría hacerlo para vagar en imágenes turbias y bizarras… olvidar. Quizás, como alguna vez en mi infancia leí, un caballo blanco hundiéndose en un pantano, O la mirada del niño hambriento de amor, peo a su vez frio como un tempano, Los ojos de un perro callejero, Una bella mujer asistiendo a su suicidio, Una abuela sin nietos que la visiten, Los viejos olvidados, El viento que corre con tierra y difumina todas las buenas intenciones de los epitafios, Olvidar las enormes y generosas manos de mi padre. Aun puedo rebalsar de palabras que amontonadas hagan doler el corazón. Un día de lluvia en una inundación, La cruz de una Iglesia precipitando al suelo, Una madre llorando con su hijo muerto en brazos, Un gatito cachorro abandonado a su suerte, Un nido de ave destrozado, Los ojos de un niño sin madre, Una guerra. Todo ello me conmueve, mas no ha brotado una lagrima en mí. Pero cuando recuerdo su figura encorvada, su sonrisa sincera, su abrazo tembloroso, y lo peor de todo sus ojos. Sus ojos que van anunciando el final, sus ojos eternamente verdes, sus parpados que quieren caer. Sus palabras “ya me queda poco”. Eso querido lector, eso me ha doblegado, ha dejado las lágrimas como finos cristales que amenazan destruirlo todo. El dolor es insuperable. Desbarata todas las estructuras. Una sombra que lo cubre todo, un grito silencioso. Esa congoja hoy puedo reducirla en una sola palabra “Mama”. Sandra Brinkworth 31 de enero de 2024
Rendida a la indolencia, mi forma flácida dibuja una absurda geometría sobre el mimbre del jardín, mientras el sol pinta de oro mi abandono. Observo una gota que cae caprichosa desde el pico de la canilla. Sopla el viento. Otra gota. Mi figura geométricamente absurda en quietud, otra gota. Las plantas se mecen. Por el viento. ¿Para qué? Otra gota cae. Incongruente como las demás, como yo, como las hojas que se mecen. ¿Para qué? Aquí estoy y está la gota y todo lo demás bajo el sol que nos da formas irrisorias sin sentido. Como yo. En esta quietud grotesca y sin propósito, bajo el sol que moldea existencias carentes de razón, la gota que cae resuena con el silencio ensordecedor del sinsentido, un eco tangible del absurdo primordial. Sandra Brinkworth 2 de mayo de 2025