• María Ester Rinaldi
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  • País: Argentina
 
 Atrás quedó mi triste desventura esa costumbre de llorar por nada El miedo de la rosa y mi locura el olvido gris sobre la almohada   Era el tiempo de amar, aquel verano mi cuerpo ya aromaba, y mi cintura bajo tu cuerpo nacía. Tu desgano, el brote de la tierra y mi ternura   Y está manía de causarme daño. Fuimos gastando el sol, nos olvidamos, nos herimos la piel, nos engañamos   Guarde tu olor a hombre y cada año te busco en otra cama, en otras manos en cada amanecer que nos negamos.
OLVIDO.
Autor: María Ester Rinaldi  232 Lecturas
  Vuelvo a mis noches, a todos mis días, al desafío de mirar tus ojos sin ser de nadie, solamente mía con esta soledad que desconozco   Vuelvo a tu cama, sin que me lo pidas a tu orgullo de hombre equivocado a tu necesidad, como hembra herida al tiempo del olvido y el orgasmo   Se me nota el amor, y este desgano de abandonar mi cuerpo entre tus manos Vuelvo sin ser de ti, pertenecida, cómo el eco al silencio de la vida.
DE NADIE.
Autor: María Ester Rinaldi  162 Lecturas
    Me falta un amor y una tarde De abrazos y un sol Que me acerque el ocaso Que me hiera los ojos esa tarde De este amor que me falta   Cómo me faltan los pies Cuando corro y no llego Porque casi siempre es tarde Me faltan tantas cosas! Tu risa. Por ejemplo, el cepillo De dientes que deje en Alguna parte,   Mi perro y una maceta roja Y no se cómo amarte Porque me falta todo, Y trato de aprender una letra De una canción, o una metáfora Dónde te encuentre a vos Pero me pierdo buscándote En el punto y aparte.   Me falta hacer un viaje Un baño con jacuzzi Un marroc de chocolate Y no olvidar el nombre De mis poemas de nadie.   Me falta enamorarme Esta noche o mañana Escribir versos desnudos Y desnudarme en tu cama. O en la mía, quien sabe... Me hace falta un amante.
  Sostenme entre tus manos de gaviotas en celo que un mar embravecido me desnuda por dentro.   Soy esa flor que se abre al contacto del viento la que danza a escondidas la que tiembla de sueños   Alejada del mundo perpetuada en el tiempo.   Recógeme en tus brazos sujétame a tu pecho no hay contacto mas suave que el roce de mis senos. Me apegare a tu vuelo y entre tus piernas de algas olorosas a enero Inmiscible y pequeña, me nacerás por dentro.  
NAÚFRAGO
Autor: María Ester Rinaldi  375 Lecturas
Me voy con mi atrevida desventura un viernes de verano, en la mañana casi ciega de llanto y de locura me visto de amapolas y de arcana   Me voy sin ser de ti, lirio perverso truncado corazón que se desflora ego de amante donde estas inmerso juega la noche su dolor de aurora.   Yo busco un cielo manso como un rio un amor que me duela de tan bello de la cintura pequeña hasta mi cuello   que me abisme la piel, dulce albedrío con sus manos de tierra en mi cabello y su vientre de siglos dentro mío.  
ARCANA
Autor: María Ester Rinaldi  348 Lecturas
   ¿De dónde vienes, amor, que me provocas este temblor de estrella, esta agonía .  que sin querer me sube por las piernas?   Cómo has llegado si cerré las puertas y dejé de soñar con las auroras, te vienes y caminas en mi cuerpo y no sabes de mí más que mi sombra.   Déjame que enajene mi cordura que aparte de mi cama estos cuadernos Hay un libro de Borges en la almohada y un silencio que a veces me preocupa.   He olvidado mis miedos, ya no lloro guardé mi corazón en la nevera pero sé cómo estar de primaverapara el hombre que viene hasta mi lecho.
 No desafíen al poeta, no le pidan que escriba. déjenlo que vuele libre que desate su furia cuando sienta que ya no puede más Que enamore cuando el dolor le oprima el alma y el amor se hace verbo en su garganta.   El poeta es frágil sus alas de cristal pueden romperse aún con la respiración del silencio. Dejen que se aísle en su mundo prohibido en ese Universo donde habita con sus luces y sombras No le pidan que escriba porque no lo hará Él puede elevarse cuando quiera y fecundar una nueva galaxia o caer al más profundo de los abismos donde reptan sus miedos, y crear.   Porque el poeta no escribe el poeta siente.
    Me sorprende la noche y la disfruto como si afuera no existiera el mundo Estoy de a ratos un poco loca un poco triste rara... Se quien soy Me inquieta esta melancolía esta necesidad de estar sola   El poema me busca los pies me duelen Ayer tuve un orgasmo senti la vida el dolorDos muertes al mismo tiempo Todo comienza justo en ese instante Tengo que escribir en este silencio de cielo gris de piel blanca de voces desconocidas   Un resto de luz se filtra desde la ventana. Dibuja rostros que nunca ví  Soy casi ave, casi ángel en esta noche caminando descalza mis versos desnudos que nadie ve
   Guillermo Enrique Hudson hijo de padres norteamericanos,  nació en agosto de 1841, en Argentina, en una hacienda en la localidad del gran Buenos Aires, donde hoy se encuentra el Museo que lleva su nombre, ubicado  en Ingeniero Allan, partido de Florencio Varela, a mitad de camino entre la ciudad de Buenos Aires y La Plata. Allí transcurrió su infancia, en un permanente idilio con la naturaleza. A los 34 años debido a una enfermedad, viaja a gran Bretaña, donde se establece hasta su muerte, en 1922 A los 44 años comienza a escribir su vasta obra literaria donde reivindica los paisajes rioplatenses, la vida gauchesca  y su relación con la fauna y la flora, a través de su estudio y observación con una visión ecológica y fascinante casi mística, que llevo a decir  a Joseph Conrad, “Hudson escribe como crece la hierba”. En 1904 escribe Mansiones Verdes, la novela de Hudson de mayor éxito en Inglaterra, incluso en Estados Unidos, y que aún hoy es de consulta en el sistema educativo. Mansiones verdes es una obra de una gran belleza sobrenatural, donde el autor busca un personaje que integre, finalmente, al hombre con la naturaleza, Abel es un muchacho venezolano que huye de la revolución para salvar su vida, y convive con los indios de la Guayana, donde conoce a Rima, la niña pájaro, un personaje, según los críticos, único en la historia de la literatura, Abel se enamora de Rima, que pertenece a una raza extinta, se comunica con los animales, habla un idioma que suena como el canto de los pájaros, ella se diferencia de los indígenas del lugar, porque protege a los animales y evita la muerte de estos a mano de los salvajes. Hudson la describe como un ser de una levedad etérea, que aparece y desaparece, de un modo extraño, representa el nexo con la naturaleza en estado puro, Abel es la civilización, y en el transcurso del relato, esta dicotomía, demuestra que, finalmente el progreso de la civilización  corrompe  toda fuente de felicidad y pureza. Los indígenas le dicen a Abel que Rima es hija de Didi, la diosa del río, y la ven como una enemiga que actúa en contra de su cultura. Rima salva a Abel de la mordedura de una serpiente, y lo lleva a conocer a Nuflo, su abuelo. Se establece una relación donde el autor desarrolla su admiración por la naturaleza y su amor por Rima, en un lenguaje delicioso donde integra a ese ser con el paisaje, y la vuelta a un mundo sin maldad, de un idealismo fascinante. Rima quiere conocer el país donde murió su madre, para encontrarse con su identidad, y parte en compañía de Abel, pero al no encontrar a nadie, regresa sola presa de una gran tristeza. La influencia indudable entre ambos personajes, tan disimiles, logra que Abel se aísle de la sociedad y Rima se vuelva vulnerable, y esto desencadena la tragedia. Rima muere quemada por los indios que la consideraban un espíritu maligno, y Abel toma venganza exterminando a la tribu. Esto demuestra finalmente la imposibilidad de una convivencia ideal entre el hombre y la naturaleza.   Esta novela afianza a Hudson como el gran escritor  de la naturaleza y su visión ecológica, rescatando el misterio de la selva en las márgenes del río Orinoco,  y el avance implacable de la civilización, en una historia de amor inolvidable. Como dijo Edgardo Dobry, “Esta novela sigue irradiando una luz muy pura, que no ha perdido un ápice de su fresca novedad”   Mansiones Verdes, fue llevada al cine, en estados Unidos, dirigida por Mel Ferrer, y protagonizada por Audrey Hepburn y Anthony Perkins, en el año 1959.          
    Alguna vez fui de luz y primavera me movía dichosa por el cielo Tuve un amor de calesita, y era un damasco la lluvia de mi pelo   Mi cuerpo aromaba a nomeolvides, jugaba con el viento y las espigas, Cántame otra canción, para que olvides que me viste llorar... ay, no lo digas.   No lo digas, mi niña, las mañanas tenian ese olor a fruta y rosas Los sueños anidaban las ventanas   Hoy me quedan mis versos y mis cosas y a veces sin quererlo, tengo ganas de perseguir como entonces, mariposas.  
NOMEOLVIDES.
Autor: María Ester Rinaldi  386 Lecturas
  ¿De dónde vienes, amor, que me provocas este temblor de estrella, esta agonía que sin querer me sube por las piernas?   Cómo has llegado si cerré las puertas y dejé de soñar con las auroras, te vienes y caminas en mi cuerpo y no sabes de mí más que mi sombra.   Déjame que enajene mi cordura que aparte de mi cama estos cuadernos Hay un libro de Borges en la almohada y un silencio que a veces me preocupa.   He olvidado mis miedos, ya no lloro guardé mi corazón en la nevera pero sé cómo estar de primavera para el hombre que viene hasta mi lecho.
     Volviste con el viento, aquella noche los amantes cerraron las ventanas Afuera, los pájaros dormían era invierno.   Cómo medir la luna desde el cielo sin la mirada clavándose en mis senos. Cómo ser buena y no ser fiel y acaso, estar tan ciega, cuando veo la luz que todos niegan   Lloraban los cipreses (cuentan) yo no los vi, estaba acostada en mi alma, desprolija, llegaste al borde de mi cama  y el viento se detuvo entre mis piernas.
EL REGRESO.
Autor: María Ester Rinaldi  412 Lecturas
 Te quiero sin saber, amanecido,cuando la luna copula desde el cielobajo el temblor del lirio enceguecidoCómo la vida al sol, en el deshielo. Te quiero en ese instante del olvidoen el tiempo de la duda y la esperanza,te quiero sin querer, casi al descuido que la maldita muerte no me alcanza. Te quiero torpemente, con desganocon este amor a veces desmedidomi seno en flor cobijo de tu manomi sexo en tu garganta, adormecido. Los amantes no lloran en la camase niegan a morir los olvidadoste quiero sin saber cómo se amacon la inocencia de los desamparados.
   Escribo, con esta voz de nadie con el dolor de saber que el cielo es un espejo incierto un cobijo de almas Escribo, para necesitar sentirme amada para ser lo que no soy   Ese juego de palabras que pintamos con los dedos del viento para hacer y deshacer historias de mis muertos   Escribo para no volver y no caer otra vez cómo los frutos que no maduran, como la tierra abierta y el sonido del brote Y el pájaro que se aparea para no morir   Escribo porque quiero detener el cieno, detenerme. Porque quiero decir lo que no dije Perpetuarme como mi sombra en la esquina del tiempo   Escribo para no ser nadie y ser un poco todos, una pierna un rostro gris Ese instante de alondra un vuelo de alas rotas.   
    Y me gusta decirlo así, poetas porque lo son, porque los disfruto. Porque les tengo respeto porque los quiero y siento que son lo mejor que me paso en estos últimos años Mis amigos, mis poetas. complices de la noche Solitarios, amantes del verbo y del insomnio siempre están ahí Sin noción de la hora, desprolijos con esa nostalgia de todo y de nada, ellos, mis amigos hombres y mujeres, Leyendonos, y yo les digo Poetas... y quisiera abrazarlos   porque estamos un poco locos, y nos acompañamos de alguna manera y nos entendemos y sabemos cómo se baila ésta música, y nos reunimos y tenemos en común un cielorraso blanco una luna aburrida un no saber que hacer con el dolor, con la esperanza a medias con esta suerte de cielo inalcanzable, de pequeños infiernos de soles rojos   mis poetas, mis amigos Y me gusta decirlo, poetas Así, con todas las letras.      
      Me iré de tu vida una tarde cualquiera, de repente me iré, que no te quede nada, ni mi sombra en tu cuerpo ni mis libros apilados, ni mi taza sin plato.   Que se borren en la alfombra las marcas de mis tacos y ventiles los rincones donde nos embriagábamos bebiéndonos a ratos.   Ni el cepillo de dientes, ni el crepúsculo opaco, ni el más mínimo rastro de mi piel en tus uñas. Me iré sin anunciarlo, que no te quede nada.   Me llevaré el olvido y mi nombre y mi gato, y tu olor en mi sexo, y algún viejo retrato.   Me iré, de todas formas, aligerando el paso, con la sonrisa rota y los labios pintados.   Y en la casa de grandes cortinados bajo las tejas del alero del patio, sin los sueños de nadie anidarán los pájaros.
    Un grafiti en la pared desteñido por la lluvia y el olor a tierra húmeda, ese olor a nostalgia pegado a los recuerdos   El otoño es un puñado de hojas amarillas, la brisa cálida de septiembre despeina los árboles con sus brotes y soles anidando pájaros.   Todo se repite y nada es igual me cuesta caminar con estos tacos altos las calles empedradas   El barrio no es el mismo, los sueños son otros. las casas, atrapadas en el tiempo pintadas de sepia y herrumbre, hablan un lenguaje que solo yo escucho   Los ojos buscan un rostro conocido, un nombre una señal que me refleje. Las vías están tapadas con el azul de las gramillas   Azul…  el color de la niñez, los juegos inocentes el agua del pozo, un libro el peral azul, la vieja casa del molino y el último tren.   Se que todo está ahí, en algún lugar que aún me pertenece.
    A la esperanza, le pregunté, a la vida al cielo que comulga mis pecados con esta soledad estremecida desde el vientre, mis sueños abortados.   La Luna ensayaba una sonata cuando mis párpados fueron violentados Cántame, luna, con tu voz de plata dame tus ojos, que nunca han llorado   Escribí mis versos, mi locura grave el tiempo que no sabe de mi boca este transitar las noches sin la llave   que resguarda el dolor. Si hasta me toca el alma tanto amor, y se desboca la luz que hiere mi corazón de ave.
SONATA
Autor: María Ester Rinaldi  418 Lecturas
El poema está intacto Nosotros no, no estamos Hemos perdido el cielo La palabra Tendremos que aprender a armarnos A construir, a olvidar. El poema respira Nos sobrevive, nos exige. Vida, calla Espera escondida Bajo la luz que ciega Todo pasará, como pasan Las estrellas y el duelo La soledad y el.miedo. Del otro lado Está el poema Renace en las cenizas Para decir !despierta! Vendrá el fuego Y el hombre, y la flor Se abrirá alguna puerta ( es posible el milagro?) Detrás de la palabra habrá una tregua  Un color, un comienzo El poema. 
He tenido un amor y se me ha ido se escapó de mis piernas una tarde No me dolió ni el modo, ni el olvido Tenía que volar, no fue cobarde.   He tenido un amor y lo he perdido El Universo insiste en ser perfecto giran los sueños, alguien ha nacido que el juego de la vida es imperfecto.   He tenido un amor y se me ha ido Lo quise como a todos, por un rato Tuve muchos amantes y un retrato   en el placard, mis versos y un vestido. Mi corazón de amores desmedido me exonera de culpa en su alegato.
 Algún día me iré Caminando despacio dejaré la cartera y mis tacones altos Me iré como al descuido sin pintarme los labios   Llevaré algún secreto y mi historia de nadie algún verso incompleto mis miedos y el coraje mi camisón de seda y el rostro de mi madre.   Tengo un presentimiento últimamente siento como cansada el alma mis ojos aún respiran la luz quieta del alba.   Me iré, será de madrugada bailarán los gitanos romanceros de Lorca Se abrirá alguna puerta y lloraran los pájaros   Me iré sin despedirme, sin dar vuelta la cara.
 La conocí cuando cursábamos sexto grado en la Escuela N”1, Gral. José de San Martín, en Florencio Varela. María tenía la piel trigueña y el cabello negro. Ojos vivaces que contrastaban con un dejo de tristeza en su carita redonda.  Era introvertida, los compañeros del grado la evitaban, tal vez por eso fuè  que me senté con ella, y nos hicimos amigas inseparables.    Una tarde salimos antes de la escuela, y me dijo –vamos, quiero mostrarte algo- Fuimos hasta el Bicho Canasto, en el boulevard de la avenida San Martín. Y nos quedamos un rato mirándolo, es el monumento a la Bandera, sabias?   Nos sentamos en los escalones de la plataforma que rodea el monumento, mi abuela conoce su historia, dijo, y sus ojos brillaron, la abuela era el único familiar que tenía, perdió a sus padres siendo una niña, vivían en una casita a cinco cuadras de la mía.   -Las piedras representan el cruce de los Andes, el cóndor la libertad, y en la cumbre flamea orgullosa nuestra Bandera Nacional.- yo miraba ese peñón de piedras, y me parecía gigante, imponente. Nos quedamos calladas por un rato.   -Me gusta Juan, estoy enamorada de él, bajó la mirada y dejó de sonreír. Pero es un amor imposible, nunca se va a fijar en mí, soy fea y torpe, y además, soy pobre.-   Entonces entendí porque siempre estaba triste. Levantó la carita y fijó sus ojos en el cóndor –él puede volar, es libre… puede tocar el cielo.-   Esa noche pensé mucho en María y en Juan, ella hablaba con una madurez y una sensibilidad inusual para su edad, Juan era un chico rubio, de ojos claros, siempre estaba riéndose, como todos los chicos a esa edad.   Una mañana María vino a casa llorando, -Juan tuvo un accidente, está muy grave, fue a nadar al arroyo de las Piedras, se tiró del puente y se quebró la columna.-   Nunca más regresó Juan al colegio. La maestra nos llevó una tarde a visitarlo, estaba en una cama con muchos almohadones, había aumentado de peso, y ya no sonreía. Recuerdo que salí al patio y lloré de impotencia.   María supo entonces que tenía que ayudarlo, iba casi todos los días a estar con él, le llevaba libros y le leía cuentos. Venía a casa y me contaba sus progresos, -ya puede sentarse en una silla de ruedas- su carita se iluminaba.   Terminaron las clases, y no ví a María por unas semanas, me resulto extraño, y fui a la casa. –María no está, me dijo la abuela, está trabajando en una casa de familia, en la capital, ella sale mucho y yo no puedo acompañarla, me duelen las piernas, es sólo por el verano, vendrá cuando comiencen las clases.-  Regresé sin entender por qué una niña de 11 años tenía que trabajar. Pensé en María, sola en un lugar extraño, con personas desconocidas, sin poder ver a Juan, sin saber cómo estaba.   Y entonces mi madre me dio la noticia, fue a fines de febrero. –María murió- los ojos de mi madre estaban anegados de lágrimas –dice la abuela que le avisaron ayer, tuvo un derrame cerebral, hoy la velan en la casa, tenemos que ir.-   La casa estaba llena de vecinos, la abuela lloraba sentada en una silla, todos la saludaban, yo no pude hacerlo. Me acerqué al cajón, con el corazón golpeándome en el pecho, se veía tan pequeña… había adelgazado,  la muerte es incomprensible a esa edad, sabìa que era irreversible, pero íntimamente,  esperaba que abriera los ojos, que me hablara.   Esa noche volví a pensar en María y en Juan, dos vidas cruzadas, dos tragedias. El amor pudo haberlos salvados, porque estoy segura que ella murió de tristeza.   Al otro día, fui hasta el Bicho Canasto. El cóndor estaba ahí, con las alas abiertas, y la ví a María, ella puede volar, pensé, ya es libre. Ahora puede tocar el cielo.
    Bébeme con el alba, en el ocaso, sin tregua y en la urgencia de mi boca En el vértice tibio, por si acaso nos sorprenda la muerte. Suerte loca   Esto de andar amándonos a veces, bésame hasta el hartazgo, que me crece un río desde adentro y me desboca.   Ámame sin reparos, desmedido no dejaré un espacio que no ocupes Desde los pies, el beso estremecido hasta el dolor, amor, me desocupes.   Ámame sin medir las consecuencias bajo el esquivo asombro de la luna Sujétame en tu sexo, así, desnuda toda pegada a ti, como una ausencia.
URGENCIA.
Autor: María Ester Rinaldi  544 Lecturas
  A veces, se te antoja un amor una mañana fresca junto a un gran ventanal con el estómago vacío Y los ojos hambrientos  Te pintan amapolas las alas de los pájaros y una tinta de viejas cuitas destiñe tus lágrimas Miras desde el color del tiempo las imágenes Aquél amor te dolió hasta los huesos. Y el otro el que toco tu alma, el que dejaste ir... Todos fueron iguales a su modo. Imperfectos. Amores como el trigo del pan recién horneado Y ese olor a verano rodeando tu cintura.  La almohada compartida la ausencia prolongada Y el silencio del beso recorriendo tu espalda.  Te dejaron heridas, sexo, risas, alguna foto, una camisa a cuadros un cenicero roto. El aroma a café  embriaga tus sentidos A veces, se te antoja un amor una mañana fresca junto a un gran ventanal. Mientras la brisa juega con sus alas de sueños en la vereda.  
ANTOJO
Autor: María Ester Rinaldi  558 Lecturas
No somos el sexo débilsomos mujeres en pie de guerra.Fuertes desde adentro hacia afueranuestra lucha es con la vida.Y no aceptamos la derrota.No fuimos concebidas de la costilladel hombre, nos parió el amor,el dolor, las lágrimas, la rebeldía,la inteligencia.Engendramos los dos sexos y reclamamosnuestros derechos, no la igualdad,acompañamos al hombre, no los sustituimos.Llevamos en el vientre el destinode la humanidadSomos dadoras de vida,no de muerte.Amamos con pasiónsomos la mano que acaricia,la que mece la cuna, pero también la espadaSomos mujeres en pie de guerra,defendiendo la paz, no somos ángelespero tenemos alma, somos... el coraje de Dios.
 El amante dejo su chaquetaen el respaldo de la silla.Prendio un cigarrillo ySe sirvió un trago, el reloj marcabala medianoche, afuera, el viento ensayabauna Sonata a medias, el crujir del alero,espantaba al viejo búhoY la luna se vestía de espera. Volvió a mirar el reloj.El olor de su cuerpo estabaEn cada rincón de la casaSus senos en punta, perfectosY suaves, sus manos, guiandolo Ese instante prohibidoY el sabor a piel robadaa caricia prestada, y el orgasmoApurado, como si no fueraCierto, como si no bastaraPoseerla, sentirla.Cada vez le costaba más.Le dolía más. Apagó el cigarrillo.Recogio la chaquetaEl frío de la noche lo estremeció.Los árboles dibujabansombras chinescas sobre el asfalto,de distinto color.
  Mi niña tiene los ojosde miel color carameloUn barco de mariposasmece su pelo en el viento. Llora mi niña su penade amores que ya se han ido,Si ya se fueron, no llores,que poco te habrán querido. Corazón de trigo y lunami niña guarda en su pechoDe rojo pinta sus labiosde nacar baña su cuerpo. Ella camina sus sueñoses tan hermosa mi niña!Muere de amor el Lucero,la rosa llora de envidia Que nadie apague tu risaque no te dañen por dentroYo cuídare de tus cuitaspara que vueles sin miedo. Azucenas y amarelistiñen tus manos de cieloToca tu vientre una estrellay un grillo canta: te quiero.Llora mi niña su penade amores que ya se han idoSi ya se fueron, no lloresque poco te habrán querido.
Qué poco sabes de ella, qué conoces,ella es…brisa, es grito, huracán que estallatemblor de tierra entre tus brazos fuertespiel de amapola, senos de tibio oleajeTiene la fuerza del cielo contenidate guía hasta el placer. Licor que embriagaflor que se abre a tu sudor de hombre.Desgarra el vientre cuando se prolongay esconde hijos sin parir, desamparadosQué poco sabes de ella, qué conoces,le traes tu hambre de sexo, tus fluidostus anhelos de estar entre sus piernas.Qué poco sabes... ella flota en el aireSe levanta de ti, se desprende de tisaca de sí tus manos que se aferrana la armoniosa línea de su espaldaY en ese instante quieres morir en elladesandarte en su cuerpo, poseerla,abrir sus venas y vaciarte en ellasQuieres saber quién es, donde se esconde,de donde vino cuando la encontrastequé ignotos desvaríos en su voz guardade angustiosos llamados que hoy la nombran.
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DEL POETA.
Autor: María Ester Rinaldi  729 Lecturas
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MUJER...
Autor: María Ester Rinaldi  750 Lecturas
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SIN AMOR.
Autor: María Ester Rinaldi  743 Lecturas
  Porque amo a la mujer, a la belleza de sus formas. a ese corazón perfecto que transgrede la  lógica. Por sentir sus caricias me haría  hombre  y sería el más agradecido, el amante más fino   el que sostiene su cintura como se toma un cristal con cuidado y con celo, el que la abraza y protege del dolor y la angustia,  el que enjuga sus lágrimas y la deja que llore sin preguntar qué pasa.   El que escucha sus cuitas y acaricia su pelo mientras su boca besa la mejilla dorada, sus ojos entreabiertos y esa tez casi petalos de rocìo impregnada.   Sería el cáliz abierto donde pueda saciarse de placeres prohibidos,  y le daría todo si quisiera mi goce, mi líbido, mis sueños... sería el surco donde sembrara la semilla del más puro linaje para embeberla en el zumo de mi néctar profano.   Sería el tutor o el tallo que guiara sus pasos La raíz donde pueda sostenerse en las noches cuando su mente vaga y la asaltan los miedos.   Sería tan delicado recorriendo sus pechos rozando apenas la areola del rosado capullo mientras mis labios sanan los marcados estigmas de cada huella tersa de su piel de amapola.   No soy mujer, soy un hombre cuando siento por dentro el fuego de mi sexo femenino en las venas.
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