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  • País: Chile
 
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Oso viejo
Autor: juan carlos reyes cruz  221 Lecturas
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Ángeles.
Autor: juan carlos reyes cruz  213 Lecturas
Últimamente, en mis íntimos instantes, me ha rondado el fantasma de la muerte, pero no precisamente me atemoriza que el filo de su guadaña me roce o desgarre la piel de las piernas y que yo, desesperado,   le esté huyendo.   Después de todo, por mí, ella y yo juntos, podemos irnos a la mierda.   Sin embargo, obsesivamente se ha instalado en mi consciencia la inevitable cercanía de su presencia…   Razón por lo cuál ya no es cómodo desconocer día y momento de mi muerte pues seguro estoy   que saberlo me daría una paz diferente. .
Mi muerte.
Autor: juan carlos reyes cruz  313 Lecturas
Ingrata sería si me quejara… No acumulo tanto dinero; el bien raíz que poseo solo es un techo sobre cuatro paredes que  cobijan – eso sí -- un hogar muy bien merecido. Quizás, también, deba declarar de mi patrimonio ciertos gustos que me he permitido con el fruto de  años de trabajo y de la cuidada gestión hecha para planificar gran parte mi vida: Manejo un buen automóvil, alhajo el hogar con detalles refinados, visto con elegancia y a mi paladar jamás le he negado sus curiosos caprichos. No obstante, nada de todos estos bienes que me han nutrido serían efectivos de no ser porque a mi lado he tenido incondicionalmente un puntal que es el centro de todos mis sueños: Mi hijo y mi marido. Los amo como a mi vida.
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ÉXITO.
Autor: juan carlos reyes cruz  311 Lecturas
Dagas con hojas de acero indolente y de filos mortales, empuñaba la otoñal brisa aquella, en esa soleada mañana de Junio, cuando en medio de circunstancias injustificadas y triviales, tomó el viejo la escoba para comenzar a barrer y amontonar las hojas secas esparcidas en el vasto prado extendido en frente de su humilde hogar. Mas, a tan solo unos pocos segundos de haber iniciado su faena, la fría brisa arreció, penetrando con su ostentado hielo en lo más profundo del umbral de su alma, congelando sin piedad su corazón ya debilitado por tanto tiempo. Como una más de todas aquellas hojas secas acumuladas en ese desamparado jardín, su frágil cuerpo se fue desplomando lentamente hasta caer sobre el suelo. El Otoño ingrato, la fría brisa y los tantos años recorridos, silenciosamente le habían quitado la vida. En sus últimos días había pensado y temido profusamente que llegara ese acontecimiento; inclusive, se lo había imaginado. Sin embargo, para su mayor desgracia, al llegar éste, ni siquiera tuvo la certeza plena para conocer que aquel fue su momento.  
                                                      Principios y valores Es enormemente merecido el orgullo que nos embarga al haber construido nuestra consciencia con sólidos muros de piedra; sin embargo, también es justo y pertinente establecer en ellos una puerta abierta que permita el tránsito, en ambos sentidos, de la verdad. J.C.Reyes Cruz
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Amor y sexo
Autor: juan carlos reyes cruz  146 Lecturas
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Paria
Autor: juan carlos reyes cruz  59 Lecturas
Había sido una de aquellas noches de dormir inquieto en la que había despertado incómodo más veces de las acostumbradas. Molesto me había  revolcado una y otra vez en la cama intentando recobrar el sueño y en cada intento buscaba ver los números rojos del reloj digital esperando que pronto fuere la hora para levantarme. Cuando marcó las 7:00 tiré las piernas fuera de la cama y me alcé resuelto para ir hasta la cocina y prepararme un delicioso café acompañado por unas sabrosas  tostadas untadas con mantequilla. Me cubrí con mi bata de franela y me calcé las viejas pantuflas de cuero marrón que tanto me aliviaban de la incomodidad de mis pies. Ya aterrizado en la planta baja, percibí cómo una incipiente lluvia se dejaba caer suavemente, golpeteando con sus gotas en los cristales del ventanal.   Fue en ese mismo instante que sonó un toc toc en la puerta de entrada. Era demasiado temprano para haber esperado a alguien. Asomé la mirada por la ventana y, entre los hilos líquidos que se deslizaban sobre el vidrio, vi a una elegante mujer envuelta en un entallado sobretodo merengue que iluminaba su bella figura. Su mano enguantada quitó los cabellos desordenados que cubrían su mejilla y tuve, entonces, la oportunidad de notar la frescura y dulzor de su rostro. El impacto que me provocó su hermosura hizo que estirara rápidamente el brazo y abriera completamente la hoja de la puerta. Su sonrisa diluyó el gris de la mañana y un brillo platinado adornó su voz cuando me dice juguetonamente: --¡Surprise! Quedé atónito. Era imposible que aquello fuera realidad. Era tal como siempre la había imaginado; su aspecto, su personalidad, su gracia, su encanto… Una sola cosa de ella nunca había tenido el placer de conocer: Su verdadera voz. Porque todo es posible referir con palabras, pero reproducir sonidos, melodías y voces quedarán siempre solo a merced de una directa interpretación. Sin embargo, demás puedo decir que la voz de ella era cálida como su sonrisa. --¿Puedo pasar? --Por supuesto. Perdón. ¡Adelante! Me hice hacia un lado y de inmediato le señalé el sofá. --¿Quieres tomar asiento? Encendí las luces de la sala. --Disculpas por éste desorden y por mi facha*. Lo cierto es que no estaba preparado para recibir a alguien… Me disponía a tomar un café… ¿Me aceptarías uno para ti? --¡Si, me encantaría! Con un ágil movimiento se despojó del abrigo, quedando con su negro traje de fino corte que la puso como dueña de la situación. Con semejante arrojo terminó desbaratando mis defensas. La luz del entorno se hizo indefinida y me sentí flotando en ese denso y angustioso ambiente. La miraba una y otra vez, perplejo y sin tener una claridad para enfrentarla, con mil preguntas atropellándose en mi garganta. Los minutos que siguieron fueron una brisa impetuosa que, sin darme cuenta, no dejarn huellas claras. Al parecer fui y regresé repetidas veces hacia la cocina hasta que el agua hubo hervido y serví las dos tazas de café ofrecidas. Recuerdo, también,  haberle oído preguntar cómo había estado yo en los últimos días y, si acaso, no me habría topado con algunas complicaciones que alteraran mi quietud.  Mis respuestas fueron rápidas palabra solitarias y, repentinamente, estuve sentado enfrente suyo, con las tazas de café humeantes sobre la pequeña mesita central. Embobado y nervioso clavé mis ojos en los suyos, tranquilos, brillosos y hermosos --Te miro y no lo puedo creer, ni entender – le dije con una voz trémula. --¿Qué es lo que no entiendes..? Pregúntame. Sabes quién soy ¿Verdad? Y quieres saber qué hago aquí. No tuve el valor para responder, pero mi mente lo sabía. --La necesidad me ha traído a buscarte – dijo quedamente, ocupando el espacio de mi silencio. Prosiguió con un tono adolorido: —Me has abandonado con indolencia… Lanzaste mi vivir al basurero como la nada y tengo ahora mis anhelos en un limbo. Olvidaste con odiosa facilidad que fui la ninfa que llenó tus sueños, la que respondió a las inquietudes de género que se manifestaban en tu mente, la que allanó tantos vacíos. Recuerdo que mirabas mis facciones con tanto orgullo…En general sentías un enorme orgullo de mí…   --Eras solo un personaje que creé… --¿Tan solo un personaje..? ¡Qué triste! Me diste un rostro, una personalidad, una familia, un entorno… --Fueron solo fantasías… También tenía el derecho de concluir todo a mi libre antojo. --Sin embargo, dejaste que me involucrara con personas vivas. Opinaba; dejabas que planteara verdades y yo las defendía. --Eran mis verdades. --Dichas con mi nombre. Que tú inventaste, pero no te responsabilizabas… Acéptalo; me eliminaste cruelmente. --No tuve más alternativa porque te trasformaste en una telaraña que acabó por atraparme. --Entiendo. Entonces te trasformaste en un dios cuya creación fue solo para tu beneficio. --Como todo dios. --Yo no soy un dios, pero tendré el privilegio de vivir en tu conciencia y, de alguna manera, ello me otorgará un maravilloso poder sobre ti. -- ¿Qué me harás? --Seguirte eternamente donde quiera que estés. Con un movimiento fuera de lo normal desplazó toda su figura, apoyó una de sus rodillas sobre la alfombra, estiró su brazo encima de la mesita y tomó mi mano con la suya mostrando  un digno gesto de humildad. Apretó los dedos de la mano que me tenía tomada y me jaló con fuerza. -- Te llevaré por el inframundo de la locura, en donde la imaginación lo puede todo… Dices que todo fue una locura. ¡De acuerdo! Seamos locos y dichosos como entonces… Solo quiero que no me dejes nunca más ¡Por favor..! La luz de la sala se desvaneció y la figura de ella danzó en el aire en medio de mil haces luminosos irradiados desde su cuerpo, ahora vestida con un pequeño blusón de tul blanco y transparente que insinuaba nítidamente su armoniosa y dulce figura, notándose sus diminutos pezones color de miel, el coqueto lunar en su cadera y todo el mágico nácar de su piel. Sonreía como siempre, encantadora y en paz. ¡Crip, crip, crip..! Un extraño y persistente ruido interrumpió la calma reinante y noté en mi rededor una profunda obscuridad. Mi vista circuló con avidez por entremedio de los laberintos de la tiniebla buscando desorientado una forma o una razón y tras un lapso de angustia, divisé una ceniza cabellera desgreñada y una espalda encorvada sentada al borde de la cama. Era mi anciana esposa que movía sus brazos en una acción que supuse era el motivo del ruido persistente. --¿Qué problema tienes, mujer? --Estoy ventilando ésta bolsa infame. Está muy inflada, llena de porquería…  Perdóname si te desperté. Su “bolsa” era el dispositivo de colostomía que evacuaba sus heces, ya que hacía poco había sido intervenida con una cirugía por un cáncer en su colon. Era una incomodidad que últimamente le arruinaba completamente toda su vida; y a mí me destruía la felicidad. --No importa—le contesté – Estuvo bien que me despertara, pues estaba teniendo una pesadilla.                                                                                                   F  I  N    
“En todo cuento siempre existen bastantes matices de vivida realidad”. (No importa quién lo dijo, solo que es la verdad).                                                             25 años después…   Patricia es ella y yo soy Juan; somos quienes veinticinco años atrás hubimos estado  ilusionadamente unidos en un legitimo vínculo matrimonial que penosa y escasamente duró el fugas período de solo cinco, antes de capitular en un ingrato divorcio y acabar cada quien por rumbos diferentes arrastrando amarguras y un gran rencor.  En los inicios de nuestra relación, practicamente fuimos un par de adolescentes con aún mentalidades de niños,  tontos niños obnubilados con sueños de gente mayor y críos disfrutadores con las impresionables superficialidades del novedoso momento. Ella, Patricia, era una chiquilla caprichosa que recién había cumplido 17 primaveras,  todavía envueltas en candidez y dulzor; en tanto yo, pronto alcanzaría a festejar mi aniversario 24, y era un muchacho inexperto, solamente aventajado intelectualmente y un privilegiado con padres de buen sostén económico, hijo promisorio que, a edad  temprana, contaba ya con un futuro asegurado  por un tempranero título profesional otorgado en los salones ceremoniales de la más alta universidad del país.   Mientras que ella, aún era la alegre colegiala envidiada, secundada y emulada por sus compañeras y un segmento de hambrientos lobos la pretendía y asediaba insistentemente, de los cuales, por supuesto (lo debo reconocer), yo también formaba parte… Era la más linda y fragante flor entre todas las especies de aquel jardín y yo estaba verdaderamente encantado con su ser y cuando tuve la suficiente osadía para acercarme como un ave de presa, revolotear agresivamente por encima de la horda acechante y atacar, la abordé con una atrevida decisión y un especial estilo viril, logrando inferir en ella mi propósito y llenar ampliamente, hasta su borde, la agrandada y cristalina jarra donde acumulaba  sus volados y expectantes sueños, los mismos que modelaban su temperamento, actitud que hizo engranar vigorosamente el cuerpo de nuestros veloces motores con un vértigo irresponsable, propio de la correspondiente inmadurez juvenil que cree que toda gran sensación es blindada y eterna...   Ignorantes, entonces, juntamos todo: embelesos de amor, una ilusionada proyección de la imaginación, el visualizado, y no menos importante, respaldo económico garantizado por mi profesionalidad, además del cómplice consenso de nuestro entorno  familiar, todas razones más que suficientes para fraguarlas rápidamente en promesa y hecha en un breve y tórrido lapso de solo seis meses y acudir, sin pérdida de tiempo, hasta las oficinas del Registro Civil, donde un oficial, junto a la presencia de nuestros respectivos padres, algunos parientes y varios ocasionales amigos, legitimara nuestra unión matrimonial…   Bastó deshojar cinco calendarios de un caprichoso transcurrir de días de dulce y agraz, para establecer que aquel afamado fragmento textual citado siempre en cada protocolo universal  y  refrendado esta vez por el indicado oficial civil, es una mentira antojadiza y engañosa: el cliché HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE… Además, así al paso de esos cinco años, dejar en evidencia toda la débil base del fantástico enamoramiento que tuvimos. Sin embargo, existe la mentira realizada con el prolijo arte falsificador de recrear realidades  perfectas, convirtiendo su efecto engañador en un asombroso poder para grabarse con firmeza en nuestro recuerdo y nunca tener  la capacidad para lograr --alguna vez-- borrarle. La ilusión edificada en nuestra juventud, de Patricia y mía, fue una de esas mentiras fraudulentas que amañaron nuestra futura felicidad… No obstante, luego de asimilar semejante fracaso, resultan obvios y justificados los innumerables factores que nos  llevan a tejer un nuevo e híbrido manto que nos devuelva el necesario abrigo para esta fría existencia social, porque no es un misterio que la vida desee intensamente continuar abriéndose paso a pesar de unos drásticos tropiezos.  Para aceptarlo se requiere reconocer que por nuestras venas circula sangre ansiosa que no se sustenta solo con oxígeno y nutrientes, que es primordial adoptar nuevos cuidados para ella dándole también una orientación adecuada, calculada y razonable, para que ese renacer tenga una expectativa distinta y convencida que, además de las necesidades del cuerpo  existe la continuidad con sus pensamientos, sus ideales, sus metas y, estos, unidos en consecuencias, hacen las historias comunes y las historias están tejidas junto a más personas que, al igual que nosotros, también portan en su alma sentimientos, hechos, sueños y recuerdos y ello es válido y preciado tanto para quienes se incorporan como los nuevos integrantes o los que han quedado en el pasado…  Y esa tarea de organizar adecuada y respetuosamente el pasado en sincronía con el presente, es compleja. Pues, no obstante lo dicho, es cierto que, detrás de cualquier nuevo rumbo que proyectemos, es injusto desconocer que antes hubo vestigios y circunstancias, es decir, por atrevidos, peligrosos e inviables que hayan sido, de todos modos fueron valiosos sueños. Han pasado 25 años desde que Patricia y yo conyugalmente nos separáremos y, a excepción de un par de ocasiones acaecidas al principio, no nos habíamos vuelto a ver, pero eso no significa que su recuerdo en mi corazón hubiera desaparecido… Y en acuerdo con ciertas circunstancias, imagino que ella experimentaba lo mismo… Ahora era quien bajaba desde uno de los exclusivos vagones del tren que arribaba a la estación central, venido desde Puerto Montt, ciudad donde ella residía actualmente desde la ruptura, y su viaje obedecía a una entrevista conmigo para zanjar un engorroso entrabe hereditario ocasionado por nuestro divorcio. Lucía espectacularmente elegante con un lindo y cuidada traje de pana color magenta, el que le hacía total justicia a su bien delineada figura y su caminar, aún llenos de prestancia y frescura. Al estar, finalmente, cerca y enfrente de mí, debo confesar, que me produjo un gran estremecimiento emocional al advertir todos los detalles de su presencia: Su aún tersa y juvenil armonía facial,  provocadora de una amplia admiración, a pesar de haber tenido que agregar el uso de gafas ópticas con marco exclusivo de titanio que, también, disimulaban unas incipientes cicatrices sembradas por el inflexible paso del tiempo, alrededor de su bella mirada de sus ojos pardos. Sus femeninos gestos y  sus movimientos corporales mostraban a su sonrisa y sus ademanes como un excitante bombón de puro chocolate; además del curioso registro rugoso y lento de su voz nacida tras su  tracto bucal, lo que contrastaba notoriamente con toda su destacada finura, pero que la situaban en la categoría de una mujer seductora y especial. Mas no puedo dejar de añadir que, lo más fascinante y por encima de todo lo anterior, estaba aquella invasiva y acostumbrada fragancia de Chanel que la destacaba indiscutiblemente, creadora –antes y ahora—de una fantástica y soñadora atmósfera que, en ese instante, agitaban mis nostálgicas cenizas del pasado.                Se aproximó hasta mi y depositó un calmo y sincero beso en mi mejilla, acto cuya calidez me sorprendió sobremanera debido al estar esperando yo de ella una supuesta frialdad producida, acaso, por viejas heridas y anidados rencores. Pero, no. No había tal actitud y honestamente, para mí, semejante paso inicial removió automáticamente los previos preparativos para ese encuentro, los que de inmediato rediseñé, indicándole que en mis planes figuraba invitarle a almorzar en un pertinente y distinguido restaurante, para aprovechar lo propicio de la hora y, a la vez, disponer de una discreta comodidad para tratar el tema que nos convocaba. Mentía, por supuesto, pero  lo importante era causar en ella un efecto positivo de mí. Como lo pensé, aceptó la invitación con sumo agrado y al señalarle yo el camino hacia el vehículo que nos esperaba, se colgó ella de mi antebrazo y caminamos muy ufanos como si no hubieran existido 25 años de separación. Evidentemente en ese nivel de circunstancias e impulsado por las nostálgicas razones que de ellas se desprendían, mi ánimo había girado con el propósito de procurar  conmoverla emocionalmente y en mi rápido ideario escogí de manera premeditada el sitio más exclusivo que conociera yo en cuanto a calidades de servicio y elegancia. Una vez determinada mi elección, con ostensible orgullo y entusiasmo, fue ahí donde la llevé. La decisión, sin dudas,  fue todo un acierto, puesto que en cada uno de sus gestos se notó lo encantada que se sentía, ya hubiera sido con la comida, con la bebida, con el lugar, con la conversación, o con mi presencia, daba lo mismo, porque lo importante y evidente, era que se mostrara cómoda y dichosa conmigo, el ex cuyo amor un día fue suyo. El comienzo de los temas de conversación fueron intercambios de actualidades mutuas que nos sirvieron para restañar ese inmenso vacío causado por los años de distancia y luego, adueñados de una mayor confianza, comenzamos a sincerarnos respecto de los errores cometidos por ambos en aquel desnivelado período juntos, llegando a concluir que todo fue un desventurado error que nos condujo inevitablemente al distanciamiento y a una absurda odiosidad ( Así mismo lo definimos en la conversación: “ABSURDA ODIOSIDAD”). De ahí en adelante nuestro abierto y fluido diálogo versó en contextos de arrepentimientos, sentimientos, sueños e inolvidables lindos recuerdos. Habíamos abarcado tal cantidad de entrañables temas hilvanados en amena,  franca y entretenida plática que, sin darnos cuenta, la hora del almuerzo se había transformado mágicamente en un colorido atardecer intensamente aromado de delicioso café negro, bizcochos esponjados y panecillos recién horneados. Eran más de las seis de la tarde y la concurrencia del establecimiento había rotado, resaltando ahora un ambiente familiar donde supuestamente los padres acompañaban a sus hijos y disfrutaban la hora del té. --¿Te diste cuenta de cómo pasó el tiempo sin que nos percataramos? –me preguntó con una dulce voz. --Lo he notado toda la jornada –le respondí sin ocultar un profundo suspiro y también le hice una pregunta: --¿En algún momento te has aburrido? Deslizó delicadamente su mano derecha por encima del mantel, no sin antes despejar unas imperceptibles migas de pan, y la recostó sobre la mía para responder con una cariñosa mirada:--¿Quieres que te diga la verdad..? Me quedaría toda la noche, si fuere necesario, hasta saber el por qué fuimos tan tontos y nos negamos livianamente una maravillosa oportunidad que, de haber tenido más cordura y paciencia, hoy estaríamos residiendo en el cielo… ¿No lo sientes así, también? Ante lo oído quedé sin palabras y sentí como su mano apretó la mía por unos segundos, para luego dejarla juguetear con mis dedos. El silencio entre ambos nos fue propio; solo se escuchaba un imaginario latido apresurado buscando una salida adecuada, una respuesta inteligente que simplificara la bulla ocasionada dentro de mi mente --o de mi alma-- por el derrumbe estrepitoso de una estantería repleta de simbólicas y frágiles lozas. Al cabo de varios minutos de enmudecimiento por ambas partes, fui testigo como a Patricia se le escapaba una lágrima que ligeramente le afeó el maquillaje. Extraje rápidamente mi pañuelos y se lo tendí intentando demostrarle que me hacía cómplice de su pena y le dije con temblorosa voz: --Creo que es justo hacerte una confesión –deliberadamente introduje una pequeña pausa y después agregué: --Un maldito orgullo impidió muchas veces las intenciones de buscarte y conversar alguna posible compostura, porque debo admitir que nunca, hasta hoy, he logrado sacarte de mi corazón. --Siempre tuve esperanzas que así fuere, porque en mí ha pasado lo mismo… Cayó durante un buen momento y en él me pareció que intentaba ahogar un sollozo, para después de sorteado el intento y hecha la pausa, continuara: --Sin embargo, han pasado 25 años de agua circulando por debajo de este puente… y estamos cara a cara en medio de una verdad irreversible… ¿Qué se te ocurre, Juan, que ahora haremos..? _____________________
Déjame --por piedad--que te sueñe y dame unos instantes de tu tiempo como si fueren las migajas de tu pan. Óyeme mencionar tu nombre como si fuere el llamado de mi auxilio. Rosa suavemente mis labios con los tuyos como si fuera un mero accidente y pon tu mano en mi mejilla solo para cerciorarte que todo es cierto, pero por favor no te molestes si me aprieto con ella  porque --recuerda-- es solo un sueño...  Y de estos sobrantes minutos tuyos permite que yo viva el resto de mi vida. Déjame --te suplico-- que, absurdamente, me engañe con tus mentiras,  ya que, con este sueño tan osado y loco,   sobradamente puedo edificar la dicha que me queda...    
Estoy atado a tu recuerdo con una suave cinta verde de satín, caprichosamente en silencio y obstinado con las pocas bondades que siempre me bridaste; como si mi corazón construyera mentiras, o como si fuere yo un mendigo sin abrigo. Me amparo en la débil sensación de tibieza que me dejaron tus labios ardientes, o con el intenso brillo de tus ojos pardos que iluminaron el trayecto perdido de nuestro egoísta pasado. No obstante, mi más profusa evocación se anuda irremediablemente a la inolvidable fragancia de tu marmóreo y escultural cuerpo adolescente que ahora percibo en todo mi tiempo, en cada uno de mis actos y en los anhelos del resto de mi senda. ¡Cuánto te extraño después de tantos años!
Tu recuerdo
Autor: juan carlos reyes cruz  257 Lecturas
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Fragmentos
Autor: juan carlos reyes cruz  248 Lecturas

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