• tu vieja estanza
tuviejaestanza
-
-
  • País: Argentina
 
Ego   Yo escribo Yo leo Yo miro Yo siento   Yo escribo Yo veo Yo escucho, Palabras al viento   Chiquitas, grandotas En la mente En el tiempo En el cuerpo Yo escribo, Palabra-momento   Yo abro Los ojos La boca El sueño Las fosas nasales Respiro y vuelvo   Palabras Del universo Extracorporales Letra por letra Se van extendiendo   Acostaditas Una por una Como muertitas, Yo escribo El féretro   Yo nazco Yo crezco Yo vivo Yo escribo Yo muero Palabras al viento.
Ego
Autor: tu vieja estanza  575 Lecturas
++++
Lloremos"Llorar es humano,Consolar es divino" Lloremos todos juntos,Abrazados,Con recios lagrimones que caenY la cara sonrojada. Lloremos desesperados,Como ángeles,O como diablos;Como histéricos,Como caprichosos,Como desgraciados;Como vencedores,O como vencidos. Tan sólo dejemos caerAgua salada de marEn forma de perla;Que nace en la ribera de los ojosY rueda por la cascadaDe nuestras mejillas. Lloremos a puras ganas,Con alegríaCon tristeza,Con desesperación,Sin alientoCon remordimiento...Lloremos Lloremos en compañíaO en soledad;Por los muertosY los nacidosPor el amorEl odioLa libertad;Por las suegrasY los nietos,Por los padresY las tías,Lloremos Hagamos que las naricesSe cansen del pañuelo,Que la boca se nos llene de flemaQue el llanto colmeLos silencios de la casa,Y los perros aúllen. Después de todo,La amarguraNo dura tanto.Volvemos a sonreír,A soñar...Si no existieraEsta formaTan rara y espasmódicaDe expresar nuestros sentimientos,No existiríanLas personas como túQue estarían aquí,Para consolarme.
LLoremos
Autor: tu vieja estanza  619 Lecturas
++++
Mientras trapeo la escalera, pienso que una casa es como un organismo vivo. Una vez escuché la frase “tu cuerpo es un templo”, pero yo creo que en realidad no es algo tan místico, sino más mundano, y con más polvo. Y en seguida pienso que el cuerpo es como una casa; y que, como una casa, el cuerpo también tiene puertas y ventanas, y dormitorios y salas. Y también tiene ratas y cucarachas, y grietas y filtraciones y cañerías pinchadas. Y rejas que rechinan y cajones que se atascan. En verano mi casa es calurosa, y con la humedad las paredes se hinchan y se manchan de moho. Todas las noches hay un grillo atorado en mi cabeza, y de día están las calandrias y los zorzales (perdón pero no cantan lindo) que me picotean. Mi casa no tiene chimenea, en invierno es muy friolenta y no es suficiente con la estufa eléctrica (porque gasta mucha luz, que en cada mes aumenta). Sólo un par de veces logré tener jazmineros o rosales que sobrevivieran por más de seis meses. Y dos o tres limoneros, que luego de varios años terminaron por abicharse. Y un jacarandá esbelto y violáceo, hogar de una familia de torcazas, hasta que un día lo tiraron abajo; y todavía recuerdo a las torcazas alrededor del espacio vacío que quedó del árbol. Pero todavía tengo una Santa Rita que hace ya tiempo que dejó de dar flores. Y una vez talaron al níspero porque la vecina se quejó de que le llenaba el patio de hojas. Y desde entonces ese mismo níspero da frutos cada vez más amarillos y más agrios. En mi casa siempre habrá un perro o dos vigilando desde el zaguán, y un gato (o dos) ronroneando en los aleros. Y muchas telarañas en los rincones del techo, aunque odio las arañas y siempre que las veo trato de matarlas, pero siempre vuelven. 
Escondido detrás de un contenedor de basura, te observo. Vos estás al lado de tu carrito, vendiendo café y facturas a los transeúntes. Y el viejo (yo supongo que es tu papá) no se aleja de la cafetera, y no levanta la cabeza. Desde bien temprano por la mañana hasta un poco después de la siesta, vos estás ahí parada, siempre sonriente y con tu delantal siempre blanco. Jamás te vi con la cara seria, o enojada, incluso cuando tenés que atender a clientes groseros o lascivos. Si algún hombre tiene intenciones de propasarse, el viejo es bien rápido para levantar la mirada de la cafetera y fulminarlo con el ojo bizco. No abre la boca ni se mueve de su lugar, como si fuera una gárgola de cobre, pero es suficiente para espantar a cualquier pretendiente o donjuán. Vos no decís nada, a veces te reís porque en el fondo te divierte mucho. Yo sería un mejor guardián que tu papá, soy más joven y tengo todos los dientes en su lugar. Vos también tenés la dentadura completa, es lo primero que uno nota cuando se acerca a tu carrito. Yo creo que es tu sonrisa y tu amabilidad lo que atrae a los clientes, y no el café o las medialunas. El viejo es amable, pero nunca sonríe, ni siquiera a su propia hija. Ambos usan delantales cuando trabajan, blancos y almidonados como si fueran nuevos, sin una sola mancha marrón. Yo no soy muy limpio, y la gente se asusta de mí cuando sonrío, pero soy bien simpático y gracioso. Ahora te observo detrás de unos árboles sobre la vereda opuesta, y el mediodía se acerca. Pero hay una persona, un muchacho como de tu edad, que no le teme a la mirada de basilisco de tu padre. Aparece una vez por semana para comprar tortas fritas, vestido de camisa y corbata y maletín en mano. Todo sonriente, se acerca a charlar con vos por un rato; a veces te lleva flores. El viejo no levanta la cabeza, porque acepta la conversación entre ustedes dos. El muchacho trabaja en una oficina, ¿y qué padre no desea que su hija se case con un oficinista? O por lo menos, esa es su fantasía; lo puedo ver en su ojo bizco. Yo seré pobre pero no soy estúpido, la observación fue lo primero que adquirí cuando me echaron de mi casa. El mediodía se va, arrastrado por el frenesí de autos y peatones. Llega la hora de la siesta, pero no para ustedes. Todavía quedan unas horas más de trabajo. Pero ya casi no hay clientes, es el momento perfecto para poner mi plan en marcha. Me acerco lentamente a vos, cabizbajo y tímido, sin hacer mucho ruido para que el viejo no se dé cuenta. Vos notás mi presencia y me das la sonrisa más grande de todas, pero no decís nada. Lentamente, agarrás un poco de pan y un plato de comida que tenías escondidos, y los dejás a mi alcance. Primero te saludo y te doy las gracias, porque no soy maleducado, y me pongo a comer. Entonces aparece el viejo, gritando y agitando los brazos, por lo que tengo que ser ágil en limpiar el plato y huir. Y así fue todos los días, excepto los fines de semana. El último día que te vi fue un miércoles de primavera; lo recuerdo muy bien. El muchacho fue a visitarte como de costumbre, pero esta vez no llevó un ramo de flores. Luego de saludar a tu papá, sacó del bolsillo de su saco una cajita. Para aquella época yo ya comenzaba a volverme ciego, pero pude reconocer el regalo. Era un anillo de casamiento, que el joven sostenía con la mano temblorosa cuando te lo ofreció a vos. Creo que el viejo levantó la vista de la cafetera por primera vez en su vida; abrió la boca pero no dijo nada. Vos tampoco dijiste nada. Sólo negaste con la cabeza. El jueves, tu carrito de café ya no estaba en el mismo lugar de siempre. Hace años que te fuiste, quién sabe a dónde. Yo estoy viejo y ciego, pero siempre te observo. Acostado detrás del contenedor de basura, te recuerdo. Yo te amaba, y todavía te amo, porque fuiste la única que supo querer a este pobre perro callejero.
1-7-2020
Autor: tu vieja estanza  301 Lecturas
El cielo nocturno se coronaba con un hermoso brillo naranja, producto de los rascacielos en llamas. A lo lejos se oía el suave arrullo de las explosiones y las sirenas de bomberos. Aaron observaba el espectáculo desde la oscuridad de la terraza en el piso más alto de la torre de comunicaciones. La parte más baja del edificio ya se consumía por el fuego, pero los rescatistas aún no llegaban. ¿Y por qué habrían de venir? Era domingo por la noche, y por lo tanto todo el mundo asumiría que la torre estaba desierta. Aaron se sentó de frente a la valla de seguridad, cada pierna en el espacio entre barra y barra, y los pies colgando hacia el vacío. Encendió un cigarrillo y abrió una lata de cerveza. También trajo consigo una radio portátil y algo de comida, no sabía en cuánto tiempo el fuego llegaría a la terraza. Miró hacia abajo para calcular la cantidad de pisos que todavía no se habían reducido en cenizas. Diez Los primeros años de escuela fueron muy duros. Era una víctima de burlas constante por ser gordo e introvertido. Mientras los demás niños corrían y peleaban entre ellos, yo prefería actividades más reposadas como leer o jugar a las canicas. Ese era mi juego favorito, empujar las bolitas de cristal con los dedos para que chocaran entre sí. También comencé a demostrar interés por la biología y, más tarde, por la física y la química. Nueve Mi familia no era perfecta, pero no era mala. Siendo el hijo del medio, mis padres no me sobreprotegían como a mi hermano menor, ni me sobreexigían como a mi hermana mayor. Miriam siempre fue una chica brillante, pero terminó casándose con un hombre rico que años más tarde la dejó por una mujer más joven. Y Samuel murió por sobredosis a los 27; lo que me sorprendió mucho porque, sabiendo que mi hermano era un caso perdido, logró superar la expectativa de vida que yo le había dado. Papá y mamá eran buenos, pero no lo suficiente. Ocho No la pasé tan mal en la secundaria, tenía un par de amigos y los profesores me felicitaban por ser estudioso. Mi primera novia se llamaba Brenda, una compañera de clase apasionada por la historia. Nuestro noviazgo cesó cuando yo empecé la universidad. Quince años más tarde nos encontramos en la calle, ella era una simple ama de casa divorciada. De cierta forma me recordó a Miriam, y sentí mucha pena. Siete La universidad sucedió como un sueño premonitorio de los peores años de mi vida que estaban por venir. Como era bueno en las ciencias duras, por supuesto que debía elegir una carrera asombrosa que me haría ganar mucho dinero: ingeniería nuclear. Qué equivocados que estuvieron ellos, pero cuánta razón que tuve yo. Luego de cinco tortuosos años llenos de fórmulas, finalmente recibí mi diploma con un sabor amargo debajo de la sonrisa. Seis Mi primer empleo fue en la planta de energía nuclear. Junto con un grupo de recién graduados como yo y un supervisor llamado Bob, me encargaba de revisar uno de los reactores principales. Al cabo de unos ocho meses terminé trabajando a la par de Bob y de otros ingenieros gracias a mi capacidad sobresaliente. Luego de seis meses más me nombraron supervisor y me dieron mi propio grupo de recién graduados. Cinco Conocí a Carla a través de Samuel, era la hermana de uno de sus amigos. Pero ella y yo no teníamos nada en común: extrovertida, le encantaba cantar y bailar. Nos casamos pronto y fuimos felices durante 35 años, aunque nunca pudimos tener hijos. Ese fue un motivo de profunda tristeza para Carla que terminó por envenenar su cuerpo, y falleció de cáncer uterino. Claro, en aquel entonces la medicina no era tan moderna y los doctores no sabían detectar las enfermedades a tiempo. Pero la ciencia de la muerte siempre estaba un paso más adelante. Quedé viudo y no quise volver a casarme, supe que ya no había nadie en el mundo para mí. Cuatro Poco tiempo después de casarme, un colega de la planta nuclear me invitó a un grupo de científicos selectos que trabajaban en proyecto militar. Un proyecto que revolucionaría al país, según sus palabras. Su objetivo era crear las primeras bombas de hidrógeno para la defensa nacional en guerras futuras. Debo admitir que fui un tonto crédulo y acepté en seguida la propuesta. Lo que empezó como un simple interés se convirtió en una obsesión, y finalmente en una tumba. Tres Las bombas eran perfectas, mi equipo y yo quedamos muy satisfechos con el resultado. Nuestros nombres aparecieron en los periódicos junto con fotos del presidente estrechando la mano a los generales. Las bombas se veían radiantes como becerros de oro, rebosantes de millones y millones de microscópicas vidas contenidas en su interior. Poco a poco me di cuenta del grave error que había cometido. Pero ya era demasiado tarde, y el mundo ya estaba podrido. Dos Tardé una década en idear mi plan, que al principio apareció como una fantasía o un sueño febril. Había sido cómplice en la condena de toda la humanidad al crear esas malditas bombas, pero al mismo tiempo sabía que esta humanidad ya estaba condenada. Tal vea mi trabajo era librarla de su mal, usando ese mismo mal como instrumento. Carla había muerto una semana atrás, mis padres yacían en el mausoleo familiar junto con Samuel, y Miriam vivía aislada en otro país. No tenía nada que perder, nada que temer. Uno ¿Qué hice en esos diez años? No lo recuerdo, tal vez nada importante. Lo que sí recuerdo es lo que hice hace diez días atrás. Yo sabía que las bombas de hidrógeno estaban guardadas en una base militar en las afueras de la ciudad. Estaban bajo tierra, dormidas pero siempre pulsantes. Y también sabía cómo burlar a los guardias de seguridad para infiltrarme a la sala donde se encontraba la consola de lanzamiento. El amanecer se asomaba detrás del vidrio grueso de la ventana, pero en cuestión de minutos fue testigo de otra maravilla. Ante mis ojos se alzó el nacimiento de un nuevo sol que vino a purificar esta tierra para el nacimiento de una nueva era. Logré huir de la base entre todo el pánico y la confusión.   Aaron se despertó bruscamente cuando sintió el ardor del fuego lamer su espalda. En unos minutos más las llamas lo envolverían para expiarlo. Encendió otro cigarrillo y abrió otra lata de cerveza.
2-7-2020
Autor: tu vieja estanza  258 Lecturas

Seguir al autor

Sigue los pasos de este autor siendo notificado de todas sus publicaciones.
Lecturas Totales2250
Textos Publicados5
Total de Comentarios recibidos7
Visitas al perfil3534
Amigos6

Seguidores

1 Seguidores
Lola
   

Amigos

6 amigo(s)
oscar
Esteban Valenzuela Harrington
María Ester Rinaldi
Maru Flores
ROBERTO LUNA
Hugo Nelson Martín Hernández
  
 
tuviejaestanza

Información de Contacto

Argentina
-
-

Amigos

Las conexiones de tuviejaestanza

  the raven
  Esteban
 
  Maru.Flores
  ROBERTO LUNA
  Hugo Nelson