• haydee
lisset
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  • País: Argentina
 
 El angustioso mensaje de tía Paulina, hizo que cambiara mis planes. Me pedía que viajara urgente a pasar con ella y Efraín, su marido, las fiestas de Navidad. -Creo que no habrá otras, para él, agregaba. Hermana menor de mi madre, conoció a Efraín en un viaje al Bolsón, en Río Negro.  Se casaron al año siguiente. El tenía un próspero comercio en el lugar, uno de los más encantadores del país. Fue muy duro, para mí, Paulina,  era mi mejor amiga y compañera y mi tía preferida. Los visité varias veces y lo pasaba muy bien, aunque notaba, en él, una tendencia excesiva hacia mi persona que me obligaba a anticipar mi regreso, a pesar de los insistentes ruegos de ella para que me quedara. Tal como dijo Paulina, Efraín estaba muy enfermo. Mi visita lo revivió, según él. Me puse en guardia, por las dudas. Se levantó de la cama para acompañarnos en las celebraciones con amigos, opacadas por la situación. Después de brindar, fui, sola, a sentarme en el solitario jardín. Recordé un poema de Borges: “Si para todo hay término y hay tasa y nunca más, y última vez y olvido Quién nos dirá de quién en esta casa, sin saberlo, hoy, nos hemos despedido”  Al despedirme, al día siguiente, Paulina me abrazó, acongojada, llena de dudas en lo porvenir. Prometí volver apenas se produjera lo inevitable. Dos semanas después, recibí un llamado urgente. Tenía preparado mi bolso y conseguí el único vuelo de ese día. Para mi sorpresa, Efraín, me esperaba en el aeropuerto. Cuando logré deshacerme de su abrazo, le oí decir: - Lamentablemente, Paulina, falleció esta mañana. ¡Necesitaba tanto que vinieras a acompañarme!    
Cambio de planes
Autor: haydee  4919 Lecturas
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Después de pasar treinta años encerrado en la gayola, Vuelve el que pibe se fue, por garfiñar en el rioba. Desde nacimiento, garca, pa´vago, mandado hacer. Gambeteador de laburos, llegado para perder, Afinó la habilidad, congénita de sus garfios. Muy brevemente la usó. Cuando a un bacán, intentó,ranfiñar la billetera, le cayó la ley fulera con el máximo rigor. Cansados de sus balurdos, nadie un cable le tiró y todos los que garcó, llamados a atestiguar, lo mandaron a guardar por treinta años, en prisión. De la juiciosa, salió un día gris de garúa,  ¡Qué cambiado estaba aquello! Nada quedó del ayer. En el potrero, que fue, un drug store muy señero, edificios, rascacielos…. Buscó el bulo... y no lo halló. En el lugar que él creía, que estaba,había ahora  un Spa , que con holgura, brindaba, masajes, gimnasia, sauna… Para su infelicidad, las veinticuatro horas del día, con total seguridad, Siguió de largo, sin pausa y fue el colmo, atropelló, a una paica que bajaba de un bote como un avión Cuando la junó de cerca, asombrado comprobó que era la paica Estercita, ella ni lo registró. Gambeteando los charquitos, el gilastrún, se esfumó. Seguro, anda por Retiro.¡Araca con el chabón!
Chacarera caraqueña, de los pagos de Santiago, para que la baile Fili, el día de su cumpleaños. Hermanada a la ciudad del país venezolano. Son dos perlas diferentes, innegable, es su  valía, Caracas por señorial, Santiago por su hidalguía. Chacarera caraqueña, dedicada a Filiberto, tan alegre y divertida, que hace bailar a los muertos. Para lucirse en el baile, esta danza de parejas, castañeteando los dedos,  encima de las cabezas. La china en el zarandeo, revolea sus polleras, el chango  le retribuye con  alegre zapateo. En el juego de la danza, girar, rondar y volver, En un momento avanzar, en  otro, retroceder. Como bailar un joropo en tierra venezolana, después que se ocultó el sol y asomó la luna blanca. Chacarera caraqueña, de los pagos de Santiago, Para que la baile Fili, en su próximo  cumpleaño. Guitarra, violín y bombo, no hace falta mucho más, Si se agrega la garganta del que siente su cantar, el canto siempre acompaña, diría que es lo habitual. Puede ser triste o alegre, pero el baile sigue igual. Con arpa, cuatro maracas y buche para cantar en su ambiente acostumbrado, este amigo singular, Hermanado con la música y en un solo pensar, llegará  a los corazones con un canto de amistad.  Don Filiberto Oliveros está dispuesto a bailar, Al revuelo de polleras, ya comenzó a zapatear. ¡De pura cepa, el criollo, gaucho de raza, además, De corazón caribeño y carisma universal!. Chacareras  y joropos, él los baila por igual. Chacarera caraqueña, con aires de mi Argentina, De la “Madre de provincias”, en esta tierra divina. Quiero llevar a Caracas las coplitas de estos pagos. Dulces como la algarroba, como el mistol de Santiago. Chacarera caraqueña, que con maña yo me apaño, Es mi regalo Don Fili, hoy, día de tu cumpleaño.   
En esta tragedia de Sófocles, del -440, se narra la historia de la desdichada hija de Edipo y Yocasta. La revelación del pasado, provoca el suicidio de Yocasta. Edipo arranca sus ojos. Antígona, hija fidelísima, conduce a su padre, ciego acompañándolo hasta su muerte en Colona. Al regresar a Tebas, su tío Creonte, hermano de Yocasta, su madre, ocupa el trono.. Sus hermanos, Eteocles y Polinice, se traban en lucha, desobedeciendo las disposiciones de Edipo y mueren  los dos. El ahora rey,  Creonte, prohibe que Polinice sea enterrado. Sus restos, sufrirán la peor afrenta al ser devorados por perros y buitres. Antígona se niega a aceptar esa imposición y da sepultura a los restos de su hermano. Enterado Creonte, enceguecido de ira, ordena enterrarla viva. Su hijo, prometido de Antígona, intercede, suplica con tanto dolor, Creonte, decide levantar el castigo. Tarde, Antígona se ha estrangulado con su propio chal.   Hija amada, que a su padre, ciego y triste, no abandona. Lo vela de noche y día, hasta su muerte, en Colona. Eteocles, hijo de Edipo y Yocasta y de su padre, heredero, Por no  ceder sus derechos, yace muerto, bajo el cielo. Polinice, es el menor, muerto en esa lucha cruenta. Llora Antígona y se lamenta, no lo debe sepultar. Clama y suplica al Arcano, por condenarla a esa suerte Y desafía a la muerte, al sepultar a su hermano. Creonte, ciego de ira, burlado en su autoridad, Sin límite, en su crueldad, ordena: Enterrarla viva! Su propio hijo, sufriente, de Antígona, prometido, Se arroja a sus pies, doliente, para evitarle el castigo. Corre a salvar a su amada, con el rostro demudado. Derriban  los recios muros. ¡Ya tarde, es! Se ha suicidado.
Antígona
Autor: haydee  1575 Lecturas
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Inventó palabras nuevas y un mundo de fantasías, Para Un reino del revés y para  un  osito Osías y también de contenido, profundo, con letra clara de las cosas más sencillas, vistas con  esa mirada, transparente y divertida, que se canta alborozada, con la sonrisa en los labios, la mente regocijada y otras que expresan la angustia de sentirse cercenada. Nos deja María Elena  su legado de palabras,enhebradas con talento y la excelencia de su alma. "Porque me duele si me quedo,  Pero me muero si me voy, Por todo y a pesar de todo, Mi amor, yo quiero vivir en vos."
María Elena Walsh
Autor: haydee  1519 Lecturas
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Para sus progenitores, Camila fue concreción, de una prolongada espera de deseo y de ilusión. Por ser matrimonio añoso, un regalo del Señor. La educaron con esmero, con paciencia y con amor, Pero siempre surge un pero que anula la perfección. En los jardines, las flores, son expresiones divinas. Aquéllas que nos deslumbran, nos hieren con sus espinas. Camila era caprichosa, demasiado consentida. Sus antojos y desplantes, les amargaban la vida a quienes la soportaban por no haber alternativa. El día de su cumpleaños, las dieciocho primaveras, Había dejado un tendal  de candidatos, afuera. Ninguno calificaba para acceder a su mano La familia, preocupada. Ella con su acostumbrado, manifiesto mal carácter, seguía con su rechazo. Llegó, para su alegría, un joven muy bien plantado, Que con sólo una mirada, la sacó de ese  letargo que helaba  su  corazón  y  lo mantenía  aislado. Hablaba con su pareja resplandeciente, animada, Los invitados, sin creerlo, una sorpresa, esperaban. Ese cambio de Camila, su buena disposición, dejó expectantes a todos. Buscaron explicación. Llegó clara y efectiva: “El joven es domador”. Para todos los presentes, su tarjeta  repartió Invitándolos al circo, en la próxima función. No hay fiera que le resista y muy bien, lo demostró.  
El Candidato Perfecto
Autor: haydee  1431 Lecturas
Y colgada de su cuello, llorando le repetía: - ¿A quién le daré el  amor, este amor que recibías, igual que una bendición porque nada te pedía a cambio del sentimiento que en mi, nacía y vivía? ¿A quién le daré mis besos, esos besos que dolían en el alma, por quererte y tu, no correspondías? ¿A quién la inmensa pasión, que sin saberlo encendías, que crecía dentro mío y como un volcán, ardía consumiendo a cada instante lo que era la vida mía?   Ya lo veo, no te importa nada de lo que te diga. Ni te importa ni conmueve. Fue todo una fantasía surgida de mi cabeza. En mi cabeza nacía y crecía sin pensar que era yo la que sentía, la que amé, la que besé,  la que en mi mente tejía una historia que no fue.  Que no era ni sería.  El amor es entre dos, antes no lo comprendía.   Se deshizo del abrazo y se alejó más tranquila, después de haber dicho todo lo que pensaba y quería.   La buscaron esa noche, también al siguiente día. Al tercero la encontraron en estado de agonía, con una foto en sus manos que apretaba y deshacía muy cerca  del corazón,  que débilmente latía.    
La Malquerida
Autor: haydee  1392 Lecturas
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Lo que sucedió aquella tarde, marcó mi vida. A partir de ahí, no busco explicaciones para  ciertas cosas que suceden, ignoro a qué atribuirlas  y no intento darles un significado mágico ó milagroso, simplemente, las acepto y me  satisface haberlas experimentado. Llevo en mi dedo anular, la prueba irrefutable  de lo que viví.  Pasó mucho tiempo, pero todavía, cuando debo enfrentarme a una situación difícil o dolorosa, aprieto entre mis manos este delicado anillo, entonces,  me invade una sensación de paz y sosiego...   .   Mi primera maestra, fue mi madre. Eran los años dorados en que merecía toda su dedicación. Como hija única, consentida  y mimada,  igual  que lo fue ella, la veía como  una hada  maravillosa que vivía pendiente de mis necesidades y también de mis caprichos. De mi parte, correspondía a la altura de las circunstancias y me esmeraba para alcanzar cada una de las metas que me fijaba. Cuando fui mayor, recién  tuve conciencia de mi egoísmo, que en esa época ya se insinuaba y creció a medida que fueron desarrollándose los acontecimientos. Todo lo que se me antojaba, lo conseguía. Estaba muy conforme con ese estilo de vida y ni por casualidad me ocurría pensar que pudiera cambiar. Pero como todo lo bueno tiene fin, tuve que asumirlo y resignarme a las vueltas de la vida. Cumplí siete años. Desde ese momento empezaron a cambiar muchas cosas y algunas me alarmaban porque tenían que ver con la figura de mamá, menuda y delicada.  Cada vez que  su breve cintura  se ensanchaba, llegaba un nuevo hermanito. Nació Aníbal, el primero. Se ganó ese nombre porque papá admiraba al Aníbal cartaginés,  personaje valiente y decidido que había tenido en jaque a los romanos durante mucho tiempo, su campaña con elefantes  y guerreros, a través de los Pirineos y de los Alpes, fue una gesta valerosa aunque terminó con la destrucción de Cartago y  su suicidio en Bitinia.  Yo, veía a nuestro Aníbal, tan diminuto e indefenso, en su cuna y   me parecía  que el nombre le quedaba demasiado grande.  Siguieron dos niños más, con muy breve intervalo, el mínimo requerido en estos casos. La familia, se volvió numerosa de repente. Mi vida, cambió como la de todos los que habitábamos  aquélla hermosa vivienda perfumada de jazmines.  A toda hora se escuchaba llantos de niños. Las personas que ayudaban en casa, corrían de aquí para allá, el médico, pasaba más  tiempo con nosotros que con  sus propios hijos, él mismo lo decía.  Mamá había cambiado, estaba muy  delgada y consumida, no se la oía reír ni cantar. Para que mi educación no se resintiera, papá, contrató una profesora que todos los días a las ocho en punto de la mañana, se hacía cargo de mi educación.. A las doce, servían el almuerzo, que compartíamos juntas, después si mamá lo autorizaba, salíamos a caminar, o me llevaba hasta el parque para jugar en las hamacas. A las cinco de la tarde, el maestro de piano, llegaba con los brazos cargados de partituras. Era un hombrecito calvo, muy nervioso y siempre apurado, tenía alumnos repartidos por toda la ciudad. Me enseñaba solfeo, ejecución, composición, la correcta posición  del cuerpo, de las manos, de los dedos y me torturaba con las escalas. Una tarde, concluida mi clase de piano, fui a descansar a la galería, mamá daba el pecho a  Joaquín de dos meses, su última adquisición, acerqué mi rostro al suyo para besarla y sentí húmeda la mejilla. Sorprendida y alarmada, porque nunca la había visto llorar, pregunté cuál era el motivo. Con la voz  quebrada,  contestó  que debía   hacer un largo viaje. - ¡Qué bueno! exclamé, voy a preparar mis cosas. Entrecortada por los sollozos, su respuesta me detuvo en seco. –  No es necesario, viajaré sola. Había notado, con infantil desazón, que a medida que nacían mis hermanos, mis demandas y mis gustos ya no eran satisfechos como cuando era  hija  única. Mis padres casi no reparaban en mí, y  en ocasiones, ni siquiera tenía, como en años anteriores mis vestidos impecables, colgados del perchero. Tampoco me preparaban mis comidas preferidas y para colmo de males, mamá tenía intención de irse sola a  vaya a saber dónde.  Fue la gota que colmó el vaso. Llené una valija con ropa, algunos libros y juguetes, mi muñeca preferida y un frasco de colonia inglesa, regalo de mi madrina. Mandé a Panchita, la muchacha encargada de la limpieza, a buscar un coche y salí a la galería con mi valija. En el zaguán, me topé con papá que llegaba muy nervioso. Me preguntó a dónde iba. -Aquí ya no se puede vivir, contesté, hay demasiados niños llorones y ya que mamá se va sola, yo también. Esto último lo dije en actitud desafiante. Me arrebató la  valija de las manos y la estrelló contra la pared. El impacto, hizo que se abriera y desparramara  todo por el piso. El frasco de colonia cayó al suelo estrepitosamente junto a mi ropa, vidrios rotos y el fragante contenido estúpidamente desperdiciado. ¡Tanto que la dosificaba para hacerla durar y ahora se escurría entre las baldosas!  En ese momento, odié a mi padre por su  violenta actitud, después, todo sucedió tan rápido, la enfermedad de mamá, su muerte y  la nueva  vida con los abuelos, que tras enterrar a su hija única, se hicieron cargo de sus cuatro nietos, una calamidad que no les dio respiro ni tiempo, para elaborar su  duelo.  La triste mañana  que velaban sus restos, fui a buscar leche tibia para Joaquín, mi hermanito menor, oí a Herminia, la  cocinera, decir, refiriéndose a mi padre, que no soportaría dormir sólo ni una semana, su comentario se truncó bruscamente a mi llegada. . Confieso que  me hubiera gustado saber más, consideraba a mi padre un hombre fuerte, seguro y sin temores y lo que había oído, echaba por tierra esa consideración, de todos modos, no me atreví a preguntar, esa mujer, al decir de mamá, cocinaba como los dioses, razón por la que permanecía en casa,  pero su lengua era de temer. Contra mi deseo, no pregunté nada, pero quedé  muy intrigada.  Meses después, encontré explicación a  sus dichos. Mi padre, de nuevo dispuesto a contraer nupcias, para evitarse las complicaciones que seguramente le acarrearían tres niños pequeños y una hija algo mayor, se desentendió de sus cuatro vástagos y los cedió a los abuelos. Recién advertí la catástrofe en que nos sumía la muerte de mamá, cuando debimos abandonar nuestra  hermosa residencia, en la ciudad de Jujuy. Dentro de sus amplias y luminosas habitaciones y en sus jardines donde el persistente aroma de las flores y el trino de  los pájaros embargaba los sentidos, había transcurrido mi vida desde que tenía memoria.  Los abuelos, que vivían a pocas cuadras de nosotros, decidieron trasladarse a su finca de Uquía, cercana a Humahuaca.  Allí había mucho espacio y todo lo necesario para que sus nietos pudieran vivir bien. La realidad, era que abuela, dolida por la actitud de  papá, temía que nos cruzáramos con su nueva mujer, en una pequeña ciudad era muy posible, lo consideraba una afrenta y su orgullo, no lo podía  tolerar. En esos días, cumplí diez años. La  muerte de mamá, me hizo madurar de golpe, junto a mis hermanitos, contenidos y cuidados, viajamos a Uquía A papá, lo perdoné,  antes que padre era  hombre, como dijo la cocinera, no lo podía evitar. Sin embargo, debo reconocer, que costeó los mejores colegios para nosotros, sus hijos y constantemente se preocupó por nuestras vidas, aún cuando lo veíamos muy poco.   Próximo el año lectivo, tuve  que convencer a mis abuelos y  también a papá, de la urgencia  de ingresar a un buen colegio donde continuar los estudios, irregulares, mientras duró la enfermedad de mamá. Elegí  el Colegio del Huerto en la ciudad de Jujuy, donde mamá había cursado los suyos. Siempre tuvo  fama de albergar a las niñas y jóvenes de las familias tradicionales de la ciudad. Era una buena razón, más que  suficiente para que aprobaran mi petición. Sería en calidad de interna, le aclaré a mi padre para evitar que se opusiera. Ansiosa, con el equipaje listo, me despedí  de abuelos y hermanos y  viajé en tren, acompañada por la hermana de mi abuela que tenía la misión de llevarme hasta el mismo colegio.  La Abadesa, una mujer alta y de severo aspecto, me recibió con un discurso que remató con su frase predilecta: “Las puertas de esta casa son tan estrechas para entrar, como anchas para salir”  Después de darme  instrucciones, órdenes y consejos me acompañó hasta el dormitorio que iba a compartir  con otras niñas más ó menos, de mi edad.  Así comencé una nueva  y  provechosa etapa.  Mi carácter sociable, hizo posible una rápida integración. Generosamente, mis compañeras, me pusieron al tanto de la rutina. Recuperé el tiempo perdido y me afané en asimilar  las enseñanzas impartidas. Teníamos muchas horas dedicadas a meditar y orar. Mi naturaleza activa e inquieta no era compatible con tan pasiva actitud. Esa obligación excluyente, me aburría tanto que ideé una manera de evadirme, sin evidenciarlo. Ponía cara de devota y dejaba vagar mi imaginación, repasaba mentalmente las lecciones, inventaba y adaptaba cuentos para relatárselos más tarde a mis compañeras. Así, en apariencias, cumplía las condiciones exigidas en  ese sagrado recinto. La educación y la instrucción  que se impartía, eran de excelente nivel y lógica consecuencia  del  esmero  y dedicación puesto por maestras y profesoras. Al terminar el año lectivo, volví a la casa de mis abuelos  a  pasar las fiestas en familia. El reencuentro con mis hermanos fue  emocionante y también algo fastidioso. Me trataban respetuosamente por la diferencia de edad y  por lo que significaba, para ellos, estudiar y vivir lejos de casa. Rivalizaron por mostrarme todo lo que aprendieron  durante mi ausencia. Al principio, la ansiedad, los  puso insoportables. Conté hasta diez, y  recordé lo que mamá hacía en estos casos, atendí al que menos se puso en evidencia.  Les di a entender, que no era cuestión de gritar sino de mostrar educación y compostura.    En la extensa propiedad, por donde corrían cristalinos arroyos que bajaban de la montaña, tenía mi abuelo su molino al que acudían los agricultores de la región a llevar el grano para la muela.  Mi tarea, en tiempo de vacaciones, como nieta mayor y  responsable, consistía en cobrarles, de acuerdo a la cantidad de cereal que  traían a moler. También,  clasificar la fruta, duraznos, ciruelas, manzana y uvas que se daban en abundancia. La mejor, era para la mesa, la madura para hacer dulces y mermeladas y una cantidad se separaba para  consumir seca. Concluida mi tarea, después de rendirle cuenta al abuelo, de lo recaudado, me perdía en la cocina, ahí aprendí de Encarnación, la cocinera salteña, que siempre acompañó a mis abuelos,  a cortar el durazno como se pela una naranja, hasta el hueso y preparar muñecas, que  dejábamos secar, no era muy difícil en un clima tan desprovisto de humedad, también charqui, finas tajadas de carne de llama  que cortaba y salaba para que resistieran  hasta el momento de su consumo. Ya, en ese tiempo, curaba los cuartos traseros  de  ese camélido que, estacionado convenientemente, sabía como el jamón de cerdo. A la hora de la siesta, me gustaba  verla preparar el pan. Lo hacía una vez por semana para toda la familia. En una gran batea, disponía la masa, previamente leudada, con  sus  hábiles manos la golpeaba y estiraba hasta que quedaba lisa y suave, entonces, cortaba un trozo y con ella, me dejaba preparar muñequitos para mis hermanos. Los colocábamos en chapas engrasadas, separados porque nuevamente tenían que leudar, como el resto del pan antes de cocinarlos. No había mucha leña para el horno porque los árboles de la zona, son escasos,  el cardón, es un gran cactus con el que se fabrican muebles y se revisten paredes, pero no tiene gran valor calórico. El abuelo, con un peón, iba en busca de la leña que le dejaba en la estación, la gente del ferrocarril.  El marido de Encar, como la llamábamos para abreviar, Paulo, era arriero, lo veíamos al  regreso  de sus prolongadas andanzas, ella, que conocía sus gustos, lo esperaba con un pastel muy sabroso, que nos invitaba a paladear, una especialidad, de masa dulce, cubierta de merengue y con un relleno semejante al de las empanadas, de carne de llama ó de gallina. Aguardábamos impacientes el momento en que lo sacaba del horno crujiente y  apetitoso, y lo desmoldaba sobre una de las antiguas fuentes de plata de mi abuela. Era todo un ritual, mientras el pastel se enfriaba, el relato de alguna de sus historias, nos hacía más soportable la espera. Paulo, después de  guardar el ganado y  asearse, se  arrimaba a la cocina. Con  el sombrero en la mano, en el quicio de la puerta, saludaba primero a los patrones, mis abuelos, quienes lo invitaban a pasar, a su mujer y  después  a los niños que alborotábamos a su alrededor. No tenían hijos, siempre  traía alfeñiques, tabletas de  miel  u otro sencillo presente.  El aroma, delicado y apetitoso, de la comida invadía todo, como anticipo del placer que enseguida, íbamos a compartir.  Recuerdo aquélla  vez que el deseado pastel, como nosotros, esperó en vano. Paulo, no llegó, ni los regalos ni su humilde presencia asomándose a la puerta de la amplia cocina.  Días interminables pasaron hasta que otro arriero, trajo la infausta noticia: Paulo se había desbarrancado  en un difícil paso de la cordillera. Sus restos no pudieron ser  recuperados. Encarnación buscó unos pantalones y camisas que le pertenecieron en vida y les dio sepultura junto al pastel que tanto le gustaba y  ninguno de nosotros se atrevió a comer.   Volví al colegio ansiosa y feliz por reencontrar a mis  amigas  De todas ellas, Delfina, la más querida, despertó, apenas la conocí, mi admiración por su delicada, etérea belleza, no parecía de este mundo, la dulzura y el buen carácter eran el sello de su personalidad.  Noté su extrema delgadez, apenas comía, repartía entre nosotras, eternamente hambrientas, sus alimentos y también las golosinas que recibía de su  casa. En el grupo que formábamos, además de centrar la atención por su natural sencillez, un halo, intangible y misterioso  la rodeaba, algo que en ese momento yo no tuve la capacidad de analizar, pero sí de intuir. Un par de años menor que ella, buscaba  insistente su compañía  para  encontrar un refugio en la dulzura de su  trato y de sus palabras cuando la nostalgia embargaba mi alma.  A veces, creyéndose a salvo de miradas indiscretas, la observé traslucir  un estado de paz y felicidad que no eran terrenales. Como ante la presencia de algo misterioso e inasible, no me atreví a perturbar. No he vuelto a ver esa expresión,  en  persona alguna, al cabo de mi larga vida. Una noche, en mitad de  un sueño profundo, desperté y la vi de rodillas, con el rostro en éxtasis, iluminado por un rayo de luna, ya no pude dormir, esa visión conmovió mi alma. Al día siguiente, en un momento de recreo, propuse en tono de broma, pero movida por un extraño, desconocido impulso, hacer un pacto. La que muriera primero, debía, de algún modo, manifestarse y contar lo que sucedía en el más allá. Un silencio profundo, mezcla de temor  a lo desconocido y de trasgresión  a las rígidas normas del colegio, siguió a mi propuesta, el sonido de la campana, nos volvió a la realidad. Luego de formar filas,  entramos al aula, ellas cabizbajas y pensativas, yo firme en mi decisión. Esa noche, después de  las oraciones, tomadas de la mano derecha, con la izquierda sobre el corazón,  juramos  cumplir lo pactado. Terminó el año y comenzó otro. En el acto inicial del ciclo lectivo, nos enteramos de algo irreparable, la muerte de Delfina. Mis compañeras, que conocían la entrañable amistad que le profesaba,  se  sorprendieron al verme tan serena.  En ese momento, me pareció algo  natural, era un ángel de paso y no éramos dignas de  tenerla entre nosotras. Ya al conocerla tuve la certeza de lo inasible. Rogamos por su alma y todas lo hicimos con profunda y sincera devoción, convencidas de que alguien  con sus calidades, debía estar bien en el lugar que Dios le hubiera asignado.   Nos preparábamos para terminar el año lectivo. Prefería estudiar sola, así me podía concentrar mejor, evitaba distracciones y me abocaba a los temas que más me interesaban. Una tarde de examen, lo terminé antes que mis compañeras.  Después de entregarlo  para su corrección, salí del aula. Mis pasos me condujeron  a la capilla, solitaria a esa hora. Una desconocida  atracción  me llevó frente a un altar secundario. Allí vi a Delfina, tal como esa noche  en que súbitamente desperté. Su rostro bellísimo, iluminado por un rayo de luz que se filtraba por el vitral. Con  expresión de  serena felicidad, giró la cabeza lentamente hacia mí y sonrió con su dulzura habitual. Delfina  cumplía lo pactado.     Me encontraron horas más tarde, absorta, apretado entre mis manos, sin recordar cómo llegó, el delicado anillo con sus iniciales. La madre superiora, se alarmó al ver mi extrema palidez, según  lo que me dijeron. Verdaderamente, me sentía muy bien, más aún cuando para volverme a la realidad,  me notificaron del resultado sobresaliente de mi examen  lo que consolidó mi ego y  me gratificó por la dedicación y esfuerzo puesto en el estudio. Fui sometida a un  examen médico y después al meticuloso interrogatorio de la abadesa en presencia de mi padre y el cura párroco. Me limité a decir lo que  relaté, sin mencionar el anillo. El  buen doctor, aconsejó que un mes de vida familiar, en compañía de los míos,  sería  el cable a tierra para  alejarme de tan extrañas divagaciones. Mi cable a tierra era mi recuerdo y el anillo de Delfina. Preparé mi equipaje, como tantas veces, avalada por mis profesoras que atribuían mi estado a  un exceso de estudio. Nada más alejado de la realidad, pero en fin, anticipaba mi regreso para encontrarme con mis hermanitos  y abuelos a los que extrañaba  muchísimo.  Aproveché esos días de descanso para visitar a la madre de Delfina en compañía de mi abuela. Viajamos a su casa de Yala, un lugar encantador a unos cincuenta Kms. de la ciudad de Jujuy.  Nos recibió emocionada y conmovida. Habían llegado a sus oídos, algunos  rumores que deseaba confirmar. Me retuvo entre sus brazos, que me recordaron a los de mamá. Ante su insistencia, volví a relatar lo que ya sabía, pero quería escuchar de mis labios.  A ella, le conté todo. Cuando abrió el estuche con el anillo, que llevé para dejárselo muy a mi pesar, lo acercó a sus ojos  para ver hasta el  mínimo detalle. Desapareció el color de sus mejillas. Estupefacta, perturbada aunque convencida de su legitimidad, sacó fuerzas de su dolor.  Con los ojos húmedos  contó que al aproximarse el fin, Delfina, pidió ser  enterrada con su anillo. Ella misma, se encargó de dar cumplimiento a su última voluntad. Los que asombrados, escuchábamos, nos sumimos en un  prolongado silencio. En  tácito acuerdo, al no encontrar una explicación racional, aceptaron el hecho.  Al despedirnos, ya más tranquila, su generosidad, me permitió  conservarlo. Desde ese día, lo considero mi talismán, la evidencia de un Pacto Sellado. Jamás me separé de él. Lo considero mi bien más preciado.  He dejado instrucciones para llevarlo conmigo el día de mi muerte.  Deseo que mi voluntad sea respetada  
El Pacto
Autor: haydee  1350 Lecturas
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En extrañas circunstancias, infrecuentes, en mi vida, conocí a una extravagante mujer, con la que yo, no tenía, sin ánimo de ofender,  la menor analogía. Las cosas así se dan  y se dieron ese día. El pelo rubio dorado, le llegaba a la cintura, abundante, ensortijado. Lo quitaba de su rostro.  Rebelde se lo tapaba, impidiéndole leer   en el viejo pentagrama,  mientras, una melodía, con su flauta, ejecutaba.  Busqué en mi bolso una cinta, le recogí  los cabellos  y los até a sus espaldas. Me agradeció con un gesto Y cuando ya me marchaba, corriendo se me acercó. Entonces caí en la cuenta, cuando mi boca besaba, la que imaginé mujer, no era lo que yo pensaba. A pesar de sus cabellos, de su túnica arrugada,  de sus ojos como cielos y sus manos delicadas. Era todo un caballero y bien me lo demostraba.     
Las apariencias engañan
Autor: haydee  1344 Lecturas
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Cauce del arroyo seco, de las piedras carcomidas que el sol blanquea impiadoso en esas siestas bravías. Verte así me causa pena, porque yo te conocía en el tiempo en que mirarte era un canto de alegría. El agua fresca bajaba de cumbres y serranías, perfumada con aroma de menta y de peperina.Tus orillas se poblaban de pequeñas avecillas que bajaban a bañarse en sus aguas cristalinas, batían después las alas sobre la verde gramilla y un coro de puros trinos, con placer te despedía, solo por un breve tiempo, sólo hasta el siguiente dia cuando el calor y el agobio a tus aguas, las volvía.Las chicharras, asociadas con su recia melodíaal bochorno del verano, con las aves competían.Cuando Febo, en el ocaso, tras los cerros, se perdía,era el turno de las ranas. Croar sus monotoníasde interminables conciertos, una eterna letanía.El arroyo, que recuerdo, música propia teníaalegre nos invitaba y triste nos despedía.Las aves, desde los cielos, cinta de plata veríanbajar de los altos cerros por su áspera anatomíay entre saltos y cascadas, discurrir en tropelíahasta el cauce desbordante que alegre la recibía.Entre la hierba esmeralda de las frondosas orillaste ví correr tantas veces y alguna vez, te seguía,hasta que me aventuré por saber donde morías.Abrí camino entre zarzas y arbustos de aguda espina,guardianes de tu misterio, burlados en mi osadía.Fuí acercándome a un paraje de vegetación umbría,albergue de una laguna de aguas profundas y frías.Allí entregabas tus aguas, tributo de cada día.Así es cómo te recuerda y como verte querría, el serrano que partió a enfrentarse con la viday al volver, trás muchos años de infortunios y alegrías,buscó lo que el corazón, sin darle tregua, pedía.Sediento se arrodilló a beber en tus orillasy tan sólo encontró piedras, que el ardiente sol fundía.                 
Lecho de piedras
Autor: haydee  1236 Lecturas
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La princesa Ling Yuan, de la Dinastía Ming, nació en un bello palacio, en la ciudad de Pekín Tiene un pequeño oso panda, regalo de un mandarín. Lo alimentan con bambúes que crecen en su jardín. Una doncella, la viste, con hanfu turquesa, bordado con hilos de oro y ramitos de cerezas. Otra, su cabello oscuro, que le llega a la cintura, trenzó con hebras de plata, en complicadas figuras. En sus almendrados ojos, con fino pincel, marcó, prolijamente, el contorno y las  cejas dibujó. Un lunar, en la mejilla y  su boquita ha pintado, del color de los duraznos, cuando al sol, han madurado. Sus manos, lucen tan bellas, suavemente nacaradas, finos, los dedos, rematan, en uñitas sonrosadas. Sus pies, ¡Oh sus pobres pies! Con vendajes apretados, los delicados huesitos, por tradición, deformados. Mientras más pequeños son, más han sido torturados. Ling Yuan llora el cruel destino que le niega caminar.  Envidia a sus servidoras, ellas vienen, ellas van, por los senderos floridos del  magnífico jardín. Ella sólo puede hacerlo, sentada y con baldaquín. Hoy llega el príncipe Ching, de la Dinastía Tang. Ultimará los detalles de su boda con Ling Yuan. Trae costosos presentes, que son ofrendas de amor, destinados a su novia, la  hija del Emperador.
La princesa Ling Yuan
Autor: haydee  1236 Lecturas
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Componer un soneto, me propongo. Una parte de mi, me desafía, la otra parte, presumo que confía en la simple  aptitud de que dispongo.   La humildad no es mi fuerte, lo supongo. Si  alguien, de mis capacidades, no se fía, igual me  mantendré en esta porfía. Elucubro, cavilo y luego expongo.   En esto de escribir, que es todo un tema, preciso es aguardar con gran prudencia.  a la  huidiza musa  y su exigencia   Aunque en esto, lo sabe el que la rema, cuando la inspiración sufre de ausencia, clamamos a los cielos su  presencia
Desafío
Autor: haydee  1231 Lecturas
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 Siempre era mío el temor. Ella no se resignaba.Ligada a su pensamiento, no decía una palabra. Se iba por aquel sendero, ese que lleva a su casa, rodeado de madreselvas de verbenas y de malvas. Cuando sentía su voz, recién llegada a su casa, se terminaba la angustia que mi alegría opacaba. Siempre me rondaba el miedo, el miedo y la desconfianza de saber que estaba sola, triste y sola en esa casa, donde amor, luz y alegría, hace tiempo no moraban Recuerdos  que se diluyen con el agua de las lágrimas, de saber que ya no está, que se fue muy de mañanaatada a ese sueño eterno en que sumen las sustancias, cuando se busca evadir la realidad que traspasa. Sobre la mesa de noche, un vaso con algo de agua, frascos vacíos, algunos, abiertos sobre su cama y ella aferrada a una foto que en su pecho, reposaba. Así la encontré esa tarde, fría y blanca, fría y blanca. La arrebujé entre mis brazos, con  mi cuerpo la abrigaba. Le cantaba  las canciones que de niña le gustaban. No sonreían sus labios, ni sus ojos me miraban. Fría y blanca, de mi abrazo, vinieron a desatarla.
Fría y Blanca
Autor: haydee  1151 Lecturas
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De físico armonioso y rostro franco y agradable, lo veo a diario en mis visitas al pueblo. Saluda con natural simpatía  y  yo, que soy sensible a lo bello y a lo bueno, no puedo menos, que sonreírle y  en tono de broma, aceptar sus encubiertos piropos. Nunca llegaremos a nada. Entre nosotros hay diferencias, entre otras, de edad, insalvables para mi, diga él lo que diga. Estoy acostumbrada a la libertad y a decidir sobre mi vida. Ni en mis peores momentos de debilidad aceptaría  compartirla con alguien,  además de  soportar lo que la relación   en pareja conlleva. Sin embargo y a pesar de todo, admito que su presencia y sus palabras  despiertan en mi,   sensaciones adormecidas, no muertas y son un bálsamo  en  los días que prefiero refugiarme en la soledad. Hoy me trajo unos rosales del vivero de su propiedad. No los había encargado ni  tenía en mente plantarlos. Con la cantidad de hormigas depredadoras que pululan en el parque, es como incitarlas al vandalismo. Me  persuade que están genéticamente tratados con un producto especial que ahuyenta a los insectos dañinos, en especial a las hormigas. No muy convencida, le indico el lugar donde deseo que las coloque. Antes de que pueda arrepentirme, ya cavó los fosos, vino con las herramientas  en su camioneta, es decir que el muy ladino, daba por descontada  mi aprobación. Se niega a cobrarme, insisto y amenazo con hacerlos sacar  y llevarlos de nuevo al vivero si se empecina  en su actitud. Estoy enojada, me reprocha  por no saber aceptar un regalo de amistad y buena vecindad. -Eso si, un café, me vendría muy bien, - dice y después de acondicionar sus  pertrechos, me pide autorización para entrar a la casa y lavarse las manos. Le indico el lugar y salgo a calentar el agua. El aroma del café recién molido, se esparce por los ambientes. Lo sirvo en la terraza que da al río. Lo veo muy de ganador y ya  preparo mi jugada para bajarle los humos. - Puedo venir mañana? Me pregunta cuando lo acompaño  hasta la puerta. - Por supuesto, le respondo-  Tendrás ocasión de conocer a mi  pareja que llega, precisamente, esta noche. Saluda con un movimiento de cabeza, sube a la camioneta y arranca con una violenta picada. Lo se, soy cobarde, no quiero, no me atrevo a perder esta libertad que amo más que a cualquier otra cosa en la vida. Me siento de nuevo en la terraza que da al río.  El aroma a café, flota casi imperceptible en el atardecer otoñal.  
Libertad condicionada
Autor: haydee  1137 Lecturas
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Mis ojos ansían verte, los deleita tu visión y no son indiferentes si en el paisaje, estás vos. Mi boca espera tu beso,  anhelante y temblorosa para saciarse en la tuya, con impaciencia golosa. El más simple y leve roce, de tu mano con la mía, me provoca un cosquilleo, que desata fantasías. Pesado yugo, el amor. Cambió, de un toque, mi vida que escapó de mi control igual que mi pensamiento que tras de tu paso va sin pedir consentimiento.    
Pesado yugo
Autor: haydee  1089 Lecturas
Vamos mi querido Juan, Vamos a  hacer navegar estos hermosos barquitos que aprendiste a fabricar. Los echaremos al río, ¿Los volveremos a ver,? Lo que arrastra la corriente, no se puede detener. ¡Que lindas se ven las naves, en prolija formación! Hasta que un golpe de viento, rompe con la perfección. Qué pena, se hunden vencidos, sólo uno ha quedado en pié,  ¡Mira qué veloz se aleja,! ¡Nada ha podido con él! ¡Alcanzará su  destino, tu barquito de papel!  
Barquito de papel
Autor: haydee  1079 Lecturas
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  Cansada de sus promesas, porque nunca las cumplía. De sus palabras de amor, porque eran todas mentiras, me fui un día de su casa porque dejó de ser mía la hora en que descubrí  su  flagrante felonía. De aquello pasó algún tiempo y no estoy arrepentida. Sin apuro, sin buscar, sin hacerme fantasías Dándome el tiempo preciso, lo que una necesita para reordenar las fichas y empezar otra partida. Sin ganas de repetir errores  en demasía sólo los inevitables… y volver a armar mi vida. Y aquí estoy en este empeño, relajada, decidida a ser feliz como nunca, sino ¿qué razón tendría haber venido a este mundo para andar triste y vencida  
Empezar de nuevo
Autor: haydee  1043 Lecturas
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Partí sin mirar atrás, sólo recuerdos, llevaba, Recuerdos de algún amor, amor que se deshojaba entre el polvo del camino y el viento de la mañana. En el viaje, comprendí, lo mucho que yo dejaba. entre las frías paredes de aquélla casa cerrada. Dejaba mis ilusiones y buena parte de mi alma Sin poderla reprimir, una lágrima, brotaba, y otras más iban cayendo, sin que pudiera hacer nada. Una niña  que observó, a su madre, preguntaba: ¿por qué llora la señora? ¿será porque nadie la ama? ¿Si le ofrezco mi muñeca, se aclarará su mirada? Y me la llegó a dejar sólo por verme calmada. Sonreí de la ocurrencia, entre lágrimas saladas. Ella se puso contenta, al ver que ya no lloraba Le devolví su muñeca. El camino, me esperaba
Sin Mirar Atrás
Autor: haydee  1033 Lecturas
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  Vienes hacia mí.  Imagino, que en la espalda tienes alas Es tan ligero tu paso….si parece que volaras… Sonríes y es  tan serena,  la alegría que revelas inunda mi corazón  de sensaciones etéreas. Y en  tus ojos yo me miro y puede verse cualquiera Si son dos limpios espejos que tu alma pura, reflejan. Hasta ayer, eras mi niña,  de mi jardín, la flor tierna que de belleza y  perfume, engalanaba mi huerta. Quise detener el tiempo, con temor de que crecieras De que ansiaras liberarte y un día, aciago, partieras, dejando un vacío inmenso, que luego se haga tristeza. Ese día ya ha llegado. No quiero demostrar pena por no enturbiar la alegría, que en todo lo manifiestas. Me ocupo de tu equipaje, entono canciones viejas que de niña te gustaban y ahuyentaban las tristezas. A esta blusa tan bonita,  se le ha perdido un botón en el costurero  hay uno y voy a cosérselo. Hora de la despedida…..te despido con amor Y aprieto fuerte mis labios por no mostrar aflicción. Viene a buscarte el muchacho, que ganó tu corazón. Le ofreces tus frescos labios,  él los toma con pasión. Se van  juntos, de la mano. Yo digo - Vayan con Dios- Y hasta que el auto se pierde, no dejo a mi corazón desbordarse de congojas ni le doy explicación. La tarde se ha vuelto noche, sigo en el mismo rincón, Repasando los momentos en que aprendimos, las dos, yo a ser madre, ella  a ser hija, la más buena, la mejor.
Despedida
Autor: haydee  1025 Lecturas
Estaba decidido. No iba a volver con las manos vacías para tener que soportar el desprecio y las burlas de su mujer y sus cuñadas. ¡Esas arpías que se odiaban entre si,  pero se aliaban para atacarlo cuando regresaba  derrotado!. Definitivamente, no tenía pasta para vendedor. Eran las once de la mañana, tocó el timbre, una mujer  asomó la cabeza por la ventana y preguntó qué quería. Desgranó las fórmulas aprendidas a través de los días, sin pausa, ni tregua. Ensalzó las cualidades de lo que ofrecía explayándose a medida que sacaba uno a uno los artículos para la venta. Ella cerró el postigo y lo dejó con su discurso inconcluso. Arremetió contra la puerta con sus toscos zapatones y empezaron a saltar astillas de la madera. Sin vecinos próximos, ni curiosos, aprovechó para desahogarse de tantas broncas acumuladas. Se escucharon gritos y  apareció la mujer, por una puerta lateral, enarbolando un palo con el que asestó  golpes en la cabeza y espalda del frustrado vendedor. La sorpresa del ataque, no le dio tiempo a reaccionar. Cubrió su herida cabeza con las manos y soltó un grito lastimero. Ella, asustada dejó caer el palo y volvió con una palangana  con agua y una toalla. Despatarrado, sobre  el cordón de la vereda, se dejó limpiar el corte sangrante de la frente.  Lo hizo pasar a una habitación pulcra y luminosa. En los antepechos de las ventanas, tiestos con plantas y flores ponían una nota de color. Le sirvió una bebida refrescante, ocupó la silla frente al hombre y con voz pausada habló:                                                                                     - Hace seis años que soy viuda, vivo de la pensión que me dejó mi marido. No molesto a nadie, no tengo hijos y vivo sola, no me falta nada pero tampoco puedo darme el lujo de comprar lo que no necesito. Usted se enojó y me rompió la puerta. Yo me enfurecí  y le rompí la cabeza.  La ira es uno de los siete pecados capitales y hemos  permitido que se adueñara de nosotros. Ahí están las consecuencias, mi puerta y su cabeza rotas, los dos perdimos. Bajó la cabeza  y  añadió con la voz entrecortada: -“Me siento avergonzada…. y arrepentida”  El hombre carraspeó, sorbió de su vaso y en voz baja, agregó:                                                                                  -Tiene toda la razón. Pero no reaccioné así  porque usted no quisiera  comprar. Estarían rotas las puertas de todas las casas, si así fuera.  Es muy largo de contar, además no tiene porqué saberlo, es mi vida, mi privado infierno. -Bueno, ya estoy mejor. No hay de que preocuparse, no fue nada serio.  ¿Tiene martillo y clavos? Soy muy bueno para arreglar cosas. Debí seguir el oficio de carpintero, como quería mi padre. Le voy a dejar la puerta mucho mejor de lo que estaba. Después la cepillo y con un par de manos de impregnarte quedará como nueva.   Ella salió a buscar lo que el hombre le pidió,  después  entró  a la cocina  a preparar algo sencillo para invitarlo a comer. Quién sabe…. pensó De reojo, mientras lidiaba con las herramientas, la veía trajinar en la cocina y por una vez,  se sintió feliz y comenzó a silbar, como en mucho tiempo, no lo hacía. – Quién sabe…. Se escuchó decir.
Quién sabe.....
Autor: haydee  1023 Lecturas
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-Me voy para no volver- Me lo espetó, sin apuro y se piantó del bulín, calzándose el funyi oscuro. Y yo, que soy una mina, querendona, fiel, leal….  ansiosa me fui a lastrar pa olvidarme del chabón. En las cosas del amor, siempre habrá quien salga herido, si  algún fayuto engrupido, le apuñala el corazón. Aunque en la lona quedé, por aquel tío miserable, un bacán, me tiró un cable y de esa, me consolé. Me pasea en voituré,  por Palermo y Recoleta. El que no me juna bien,me  toma por pizpireta . Soy una mina de ley y el bacán que me acamala, sabe que me va a tener,en las buenas y en las malas, . De los golpes, en la vida, con razón o sin razón siempre queda una lección que debemos aprender.
Me miras, no dices nada, pero hay algo en tu mirada que me dice lo que callas mejor que muchas palabras. ¡Qué entendimiento perfecto! Sin preámbulos verbales. Tu sonrisa y mi sonrisa, trasmiten  felicidades. Mis manos entre las tuyas lánguidamente  descansan, entregadas a tus besos, dulcemente acariciadas. Ahora buscas mis labios, los ofrezco sin reparos. ¿Porqué habría de ponerlos, Si es lo que tanto he deseado?  Ni pido ni hago promesas de eterna fidelidad Sólo vivir el momento de felicidad fugaz
Vivir el momento
Autor: haydee  1017 Lecturas
Hace seis años que vivimos juntos. En estos últimos meses su forma de ser ha cambiado, lo noto callado, ausente, abstraído. Elude cualquier intención de acercamiento y se abroquela en el borde de la cama, de espaldas a mi en evidente propósito de no dar cumplimiento a sus deberes conyugales.Como todas las mañanas, preparo el café. Bebe un sorbo y levanta su portafolios. No estaba cerrado. Una cantidad de papeles se desparrama sobre el piso.    Se agacha a recogerlos y con un gesto rechaza mi ayuda. Se despide y desde la ventana, lo veo sacar el auto. Pegado al zócalo quedó un sobre, intento alcanzárselo. En vano, ya se fue. La inconfundible letra de Camila, amiga de la infancia, me impulsa a leer:"Mi amor: Todo está listo. Recuerda, mañana a las 18,30 hrs. Tengo los pasajes, los pasaportes y toda la plata de mi marido, que también es mia. Nos espera una eterna luna de miel en Marruecos. Tomé recaudos para que no puedan rastrearnos. Camila".No sé cómo conduje ni cómo llegué hasta la oficina de Federico Santillán, poderoso empresario, esposo de la traidora. Su secretaria me hace pasar inmediatamente. Le doy el sobre. Después de leerlo aparenta serenidad, me abraza protector y pide que me tranquilice, él se encargará de todo. Sus empleados observan a hurtadillas cuando me acompaña hasta el auto.A las 17 hrs., con peluca y anteojos oscuros, espero cerca del embarque internacional. Una hora después llegan los adúlteros y se ubican en la sala VIP. Busco a Federico por todas partes. Inultilmente. Sin consuelo veo a la nave perderse en el cielo teñido de rojos. El regreso es lamentable, el tránsito denso y complicado. Maldigo a Federico el cornudo. Mi deseo de venganza no se concretó. Me pasa por delegar responsabilidades.Me sirvo una copa y enciendo la TV. La imágen de la pantalla y el breve relato son suficientemente esclarecedores:"Federico Santillán conocido empresario de la construcción, sufrió ésta tarde un infarto mientras conducía. Perdió el control de su vehículo que se estrelló contra un árbol, a pocos metros del aeropuerto. Su deceso, se produjo inmediatamente.                              Magui
Mejor actuar que delegar
Autor: haydee  1010 Lecturas
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 Lo que sucedió aquella tarde, marcó mi vida. A partir de ahí, no busco explicaciones para  ciertas cosas que suceden, ignoro a qué atribuirlas  y no intento darles un significado mágico ó milagroso, simplemente, las acepto y me  satisface haberlas experimentado. Llevo en mi dedo anular, la prueba irrefutable  de lo que viví.  Pasó mucho tiempo, pero todavía, cuando debo enfrentarme a una situación difícil o dolorosa, aprieto entre mis manos este delicado anillo, entonces,  me invade una sensación de paz y sosiego...   .   Mi primera maestra, fue mi madre. Eran los años dorados en que merecía toda su dedicación. Como hija única, consentida  y mimada,  igual  que lo fue ella, la veía como  una hada  maravillosa que vivía pendiente de mis necesidades y también de mis caprichos. De mi parte, correspondía a la altura de las circunstancias y me esmeraba para alcanzar cada una de las metas que me fijaba. Cuando fui mayor, recién  tuve conciencia de mi egoísmo, que en esa época ya se insinuaba y creció a medida que fueron desarrollándose los acontecimientos. Todo lo que se me antojaba, lo conseguía. Estaba muy conforme con ese estilo de vida y ni por casualidad me ocurría pensar que pudiera cambiar. Pero como todo lo bueno tiene fin, tuve que asumirlo y resignarme a las vueltas de la vida. Cumplí siete años. Desde ese momento empezaron a cambiar muchas cosas y algunas me alarmaban porque tenían que ver con la figura de mamá, menuda y delicada.  Cada vez que  su breve cintura  se ensanchaba, llegaba un nuevo hermanito. Nació Aníbal, el primero. Se ganó ese nombre porque papá admiraba al Aníbal cartaginés,  personaje valiente y decidido que había tenido en jaque a los romanos durante mucho tiempo, su campaña con elefantes  y guerreros, a través de los Pirineos y de los Alpes, fue una gesta valerosa aunque terminó con la destrucción de Cartago y  su suicidio en Bitinia.  Yo, veía a nuestro Aníbal, tan diminuto e indefenso, en su cuna y   me parecía  que el nombre le quedaba demasiado grande.  Siguieron dos niños más, con muy breve intervalo, el mínimo requerido en estos casos. La familia, se volvió numerosa de repente. Mi vida, cambió como la de todos los que habitábamos  aquélla hermosa vivienda perfumada de jazmines.  A toda hora se escuchaba llantos de niños. Las personas que ayudaban en casa, corrían de aquí para allá, el médico, pasaba más  tiempo con nosotros que con  sus propios hijos, él mismo lo decía.  Mamá había cambiado, estaba muy  delgada y consumida, no se la oía reír ni cantar. Para que mi educación no se resintiera, papá, contrató una profesora que todos los días a las ocho en punto de la mañana, se hacía cargo de mi educación.. A las doce, servían el almuerzo, que compartíamos juntas, después si mamá lo autorizaba, salíamos a caminar, o me llevaba hasta el parque para jugar en las hamacas. A las cinco de la tarde, el maestro de piano, llegaba con los brazos cargados de partituras. Era un hombrecito calvo, muy nervioso y siempre apurado, tenía alumnos repartidos por toda la ciudad. Me enseñaba solfeo, ejecución, composición, la correcta posición  del cuerpo, de las manos, de los dedos y me torturaba con las escalas. Una tarde, concluida mi clase de piano, fui a descansar a la galería, mamá daba el pecho a  Joaquín de dos meses, su última adquisición, acerqué mi rostro al suyo para besarla y sentí húmeda la mejilla. Sorprendida y alarmada, porque nunca la había visto llorar, pregunté cuál era el motivo. Con la voz  quebrada,  contestó  que debía   hacer un largo viaje. - ¡Qué bueno! exclamé, voy a preparar mis cosas. Entrecortada por los sollozos, su respuesta me detuvo en seco. –        No es necesario, viajaré sola. Había notado, con infantil desazón, que a medida que nacían mis hermanos, mis demandas y mis gustos ya no eran satisfechos como cuando era  hija  única. Mis padres casi no reparaban en mí, y  en ocasiones, ni siquiera tenía, como en años anteriores mis vestidos impecables, colgados del perchero. Tampoco me preparaban mis comidas preferidas y para colmo de males, mamá tenía intención de irse sola a  vaya a saber dónde.  Fue la gota que colmó el vaso. Llené una valija con ropa, algunos libros y juguetes, mi muñeca preferida y un frasco de colonia inglesa, regalo de mi madrina. Mandé a Panchita, la muchacha encargada de la limpieza, a buscar un coche y salí a la galería con mi valija. En el zaguán, me topé con papá que llegaba muy nervioso. Me preguntó a dónde iba. -Aquí ya no se puede vivir, contesté, hay demasiados niños llorones y ya que mamá se va sola, yo también. Esto último lo dije en actitud desafiante. Me arrebató la  valija de las manos y la estrelló contra la pared. El impacto, hizo que se abriera y desparramara  todo por el piso. El frasco de colonia cayó al suelo estrepitosamente junto a mi ropa, vidrios rotos y el fragante contenido estúpidamente desperdiciado. ¡Tanto que la dosificaba para hacerla durar y ahora se escurría entre las baldosas!  En ese momento, odié a mi padre por su  violenta actitud, después, todo sucedió tan rápido, la enfermedad de mamá, su muerte y  la nueva  vida con los abuelos, que tras enterrar a su hija única, se hicieron cargo de sus cuatro nietos, una calamidad que no les dio respiro ni tiempo, para elaborar su  duelo.  La triste mañana  que velaban sus restos, fui a buscar leche tibia para Joaquín, mi hermanito menor, oí a Herminia, la  cocinera, decir, refiriéndose a mi padre, que no soportaría dormir sólo ni una semana, su comentario se truncó bruscamente a mi llegada. . Confieso que  me hubiera gustado saber más, consideraba a mi padre un hombre fuerte, seguro y sin temores y lo que había oído, echaba por tierra esa consideración, de todos modos, no me atreví a preguntar, esa mujer, al decir de mamá, cocinaba como los dioses, razón por la que permanecía en casa,  pero su lengua era de temer. Contra mi deseo, no pregunté nada, pero quedé  muy intrigada.  Meses después, encontré explicación a  sus dichos. Mi padre, de nuevo dispuesto a contraer nupcias, para evitarse las complicaciones que seguramente le acarrearían tres niños pequeños y una hija algo mayor, se desentendió de sus cuatro vástagos y los cedió a los abuelos. Recién advertí la catástrofe en que nos sumía la muerte de mamá, cuando debimos abandonar nuestra  hermosa residencia, en la ciudad de Jujuy. Dentro de sus amplias y luminosas habitaciones y en sus jardines donde el persistente aroma de las flores y el trino de  los pájaros embargaba los sentidos, había transcurrido mi vida desde que tenía memoria.  Los abuelos, que vivían a pocas cuadras de nosotros, decidieron trasladarse a su finca de Uquía, cercana a Humahuaca.  Allí había mucho espacio y todo lo necesario para que sus nietos pudieran vivir bien. La realidad, era que abuela, dolida por la actitud de  papá, temía que nos cruzáramos con su nueva mujer, en una pequeña ciudad era muy posible, lo consideraba una afrenta y su orgullo, no lo podía  tolerar. En esos días, cumplí diez años. La  muerte de mamá, me hizo madurar de golpe, junto a mis hermanitos, contenidos y cuidados, viajamos a Uquía A papá, lo perdoné,  antes que padre era  hombre, como dijo la cocinera, no lo podía evitar. Sin embargo, debo reconocer, que costeó los mejores colegios para nosotros, sus hijos y constantemente se preocupó por nuestras vidas, aún cuando lo veíamos muy poco.   Próximo el año lectivo, tuve  que convencer a mis abuelos y  también a papá, de la urgencia  de ingresar a un buen colegio donde continuar los estudios, irregulares, mientras duró la enfermedad de mamá. Elegí  el Colegio del Huerto en la ciudad de Jujuy, donde mamá había cursado los suyos. Siempre tuvo  fama de albergar a las niñas y jóvenes de las familias tradicionales de la ciudad. Era una buena razón, más que  suficiente para que aprobaran mi petición. Sería en calidad de interna, le aclaré a mi padre para evitar que se opusiera. Ansiosa, con el equipaje listo, me despedí  de abuelos y hermanos y  viajé en tren, acompañada por la hermana de mi abuela que tenía la misión de llevarme hasta el mismo colegio.  La Abadesa, una mujer alta y de severo aspecto, me recibió con un discurso que remató con su frase predilecta: “Las puertas de esta casa son tan estrechas para entrar, como anchas para salir”  Después de darme  instrucciones, órdenes y consejos me acompañó hasta el dormitorio que iba a compartir  con otras niñas más ó menos, de mi edad.  Así comencé una nueva  y  provechosa etapa.  Mi carácter sociable, hizo posible una rápida integración. Generosamente, mis compañeras, me pusieron al tanto de la rutina. Recuperé el tiempo perdido y me afané en asimilar  las enseñanzas impartidas. Teníamos muchas horas dedicadas a meditar y orar. Mi naturaleza activa e inquieta no era compatible con tan pasiva actitud. Esa obligación excluyente, me aburría tanto que ideé una manera de evadirme, sin evidenciarlo. Ponía cara de devota y dejaba vagar mi imaginación, repasaba mentalmente las lecciones, inventaba y adaptaba cuentos para relatárselos más tarde a mis compañeras. Así, en apariencias, cumplía las condiciones exigidas en  ese sagrado recinto. La educación y la instrucción  que se impartía, eran de excelente nivel y lógica consecuencia  del  esmero  y dedicación puesto por maestras y profesoras. Al terminar el año lectivo, volví a la casa de mis abuelos  a  pasar las fiestas en familia. El reencuentro con mis hermanos fue  emocionante y también algo fastidioso. Me trataban respetuosamente por la diferencia de edad y  por lo que significaba, para ellos, estudiar y vivir lejos de casa. Rivalizaron por mostrarme todo lo que aprendieron  durante mi ausencia. Al principio, la ansiedad, los  puso insoportables. Conté hasta diez, y  recordé lo que mamá hacía en estos casos, atendí al que menos se puso en evidencia.  Les di a entender, que no era cuestión de gritar sino de mostrar educación y compostura.    En la extensa propiedad, por donde corrían cristalinos arroyos que bajaban de la montaña, tenía mi abuelo su molino al que acudían los agricultores de la región a llevar el grano para la muela.  Mi tarea, en tiempo de vacaciones, como nieta mayor y  responsable, consistía en cobrarles, de acuerdo a la cantidad de cereal que  traían a moler. También,  clasificar la fruta, duraznos, ciruelas, manzana y uvas que se daban en abundancia. La mejor, era para la mesa, la madura para hacer dulces y mermeladas y una cantidad se separaba para  consumir seca. Concluida mi tarea, después de rendirle cuenta al abuelo, de lo recaudado, me perdía en la cocina, ahí aprendí de Encarnación, la cocinera salteña, que siempre acompañó a mis abuelos,  a cortar el durazno como se pela una naranja, hasta el hueso y preparar muñecas, que  dejábamos secar, no era muy difícil en un clima tan desprovisto de humedad, también charqui, finas tajadas de carne de llama  que cortaba y salaba para que resistieran  hasta el momento de su consumo. Ya, en ese tiempo, curaba los cuartos traseros  de  ese camélido que, estacionado convenientemente, sabía como el jamón de cerdo. A la hora de la siesta, me gustaba  verla preparar el pan. Lo hacía una vez por semana para toda la familia. En una gran batea, disponía la masa, previamente leudada, con  sus  hábiles manos la golpeaba y estiraba hasta que quedaba lisa y suave, entonces, cortaba un trozo y con ella, me dejaba preparar muñequitos para mis hermanos. Los colocábamos en chapas engrasadas, separados porque nuevamente tenían que leudar, como el resto del pan antes de cocinarlos. No había mucha leña para el horno porque los árboles de la zona, son escasos,  el cardón, es un gran cactus con el que se fabrican muebles y se revisten paredes, pero no tiene gran valor calórico. El abuelo, con un peón, iba en busca de la leña que le dejaba en la estación, la gente del ferrocarril.  El marido de Encar, como la llamábamos para abreviar, Paulo, era arriero, lo veíamos al  regreso  de sus prolongadas andanzas, ella, que conocía sus gustos, lo esperaba con un pastel muy sabroso, que nos invitaba a paladear, una especialidad, de masa dulce, cubierta de merengue y con un relleno semejante al de las empanadas, de carne de llama ó de gallina. Aguardábamos impacientes el momento en que lo sacaba del horno crujiente y  apetitoso, y lo desmoldaba sobre una de las antiguas fuentes de plata de mi abuela. Era todo un ritual, mientras el pastel se enfriaba, el relato de alguna de sus historias, nos hacía más soportable la espera. Paulo, después de  guardar el ganado y  asearse, se  arrimaba a la cocina. Con  el sombrero en la mano, en el quicio de la puerta, saludaba primero a los patrones, mis abuelos, quienes lo invitaban a pasar, a su mujer y  después  a los niños que alborotábamos a su alrededor. No tenían hijos, siempre  traía alfeñiques, tabletas de  miel  u otro sencillo presente.  El aroma, delicado y apetitoso, de la comida invadía todo, como anticipo del placer que enseguida, íbamos a compartir.  Recuerdo aquélla  vez que el deseado pastel, como nosotros, esperó en vano. Paulo, no llegó, ni los regalos ni su humilde presencia asomándose a la puerta de la amplia cocina.  Días interminables pasaron hasta que otro arriero, trajo la infausta noticia: Paulo se había desbarrancado  en un difícil paso de la cordillera. Sus restos no pudieron ser  recuperados. Encarnación buscó unos pantalones y camisas que le pertenecieron en vida y les dio sepultura junto al pastel que tanto le gustaba y  ninguno de nosotros se atrevió a comer.   Volví al colegio ansiosa y feliz por reencontrar a mis  amigas  De todas ellas, Delfina, la más querida, despertó, apenas la conocí, mi admiración por su delicada, etérea belleza, no parecía de este mundo, la dulzura y el buen carácter eran el sello de su personalidad.  Noté su extrema delgadez, apenas comía, repartía entre nosotras, eternamente hambrientas, sus alimentos y también las golosinas que recibía de su  casa. En el grupo que formábamos, además de centrar la atención por su natural sencillez, un halo, intangible y misterioso  la rodeaba, algo que en ese momento yo no tuve la capacidad de analizar, pero sí de intuir. Un par de años menor que ella, buscaba  insistente su compañía  para  encontrar un refugio en la dulzura de su  trato y de sus palabras cuando la nostalgia embargaba mi alma.  A veces, creyéndose a salvo de miradas indiscretas, la observé traslucir  un estado de paz y felicidad que no eran terrenales. Como ante la presencia de algo misterioso e inasible, no me atreví a perturbar. No he vuelto a ver esa expresión,  en  persona alguna, al cabo de mi larga vida. Una noche, en mitad de  un sueño profundo, desperté y la vi de rodillas, con el rostro en éxtasis, iluminado por un rayo de luna, ya no pude dormir, esa visión conmovió mi alma. Al día siguiente, en un momento de recreo, propuse en tono de broma, pero movida por un extraño, desconocido impulso, hacer un pacto. La que muriera primero, debía, de algún modo, manifestarse y contar lo que sucedía en el más allá. Un silencio profundo, mezcla de temor  a lo desconocido y de trasgresión  a las rígidas normas del colegio, siguió a mi propuesta, el sonido de la campana, nos volvió a la realidad. Luego de formar filas,  entramos al aula, ellas cabizbajas y pensativas, yo firme en mi decisión. Esa noche, después de  las oraciones, tomadas de la mano derecha, con la izquierda sobre el corazón,  juramos  cumplir lo pactado. Terminó el año y comenzó otro. En el acto inicial del ciclo lectivo, nos enteramos de algo irreparable, la muerte de Delfina. Mis compañeras, que conocían la entrañable amistad que le profesaba,  se  sorprendieron al verme tan serena.  En ese momento, me pareció algo  natural, era un ángel de paso y no éramos dignas de  tenerla entre nosotras. Ya al conocerla tuve la certeza de lo inasible. Rogamos por su alma y todas lo hicimos con profunda y sincera devoción, convencidas de que alguien  con sus calidades, debía estar bien en el lugar que Dios le hubiera asignado.   Nos preparábamos para terminar el año lectivo. Prefería estudiar sola, así me podía concentrar mejor, evitaba distracciones y me abocaba a los temas que más me interesaban. Una tarde de examen, lo terminé antes que mis compañeras.  Después de entregarlo  para su corrección, salí del aula. Mis pasos me condujeron  a la capilla, solitaria a esa hora. Una desconocida  atracción  me llevó frente a un altar secundario. Allí vi a Delfina, tal como esa noche  en que súbitamente desperté. Su rostro bellísimo, iluminado por un rayo de luz que se filtraba por el vitral. Con  expresión de  serena felicidad, giró la cabeza lentamente hacia mí y sonrió con su dulzura habitual. Delfina  cumplía lo pactado.     Me encontraron horas más tarde, absorta, apretado entre mis manos, sin recordar cómo llegó, el delicado anillo con sus iniciales. La madre superiora, se alarmó al ver mi extrema palidez, según  lo que me dijeron. Verdaderamente, me sentía muy bien, más aún cuando para volverme a la realidad,  me notificaron del resultado sobresaliente de mi examen  lo que consolidó mi ego y  me gratificó por la dedicación y esfuerzo puesto en el estudio. Fui sometida a un  examen médico y después al meticuloso interrogatorio de la abadesa en presencia de mi padre y el cura párroco. Me limité a decir lo que  relaté, sin mencionar el anillo. El  buen doctor, aconsejó que un mes de vida familiar, en compañía de los míos,  sería  el cable a tierra para  alejarme de tan extrañas divagaciones. Mi cable a tierra era mi recuerdo y el anillo de Delfina. Preparé mi equipaje, como tantas veces, avalada por mis profesoras que atribuían mi estado a  un exceso de estudio. Nada más alejado de la realidad, pero en fin, anticipaba mi regreso para encontrarme con mis hermanitos  y abuelos a los que extrañaba  muchísimo.  Aproveché esos días de descanso para visitar a la madre de Delfina en compañía de mi abuela. Viajamos a su casa de Yala, un lugar encantador a unos cincuenta Kms. de la ciudad de Jujuy.  Nos recibió emocionada y conmovida. Habían llegado a sus oídos, algunos  rumores que deseaba confirmar. Me retuvo entre sus brazos, que me recordaron a los de mamá. Ante su insistencia, volví a relatar lo que ya sabía, pero quería escuchar de mis labios.  A ella, le conté todo. Cuando abrió el estuche con el anillo, que llevé para dejárselo muy a mi pesar, lo acercó a sus ojos  para ver hasta el  mínimo detalle. Desapareció el color de sus mejillas. Estupefacta, perturbada aunque convencida de su legitimidad, sacó fuerzas de su dolor.  Con los ojos húmedos  contó que al aproximarse el fin, Delfina, pidió ser  enterrada con su anillo. Ella misma, se encargó de dar cumplimiento a su última voluntad. Los que asombrados, escuchábamos, nos sumimos en un  prolongado silencio. En  tácito acuerdo, al no encontrar una explicación racional, aceptaron el hecho.  Al despedirnos, ya más tranquila, su generosidad, me permitió  conservarlo. Desde ese día, lo considero mi talismán, la evidencia de un Pacto Sellado. Jamás me separé de él. Lo considero mi bien más preciado.  He dejado instrucciones para llevarlo conmigo el día de mi muerte.  Deseo que mi voluntad sea respetada  
El Pacto
Autor: haydee  995 Lecturas
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  Mis tristezas, todas, caben, en el hueco de su mano,su sonrisa, aquieta, sola,  mi corazón trastornadoA su serena mirada, no la tientan los rencores,las dudas ni los enojos, solamente los perdones.¡Cómo no sentir placer, cuando lo veo sonriente,si hasta es más clara la luz, al momento en  que aparece!Y al momento en que se va, todo en mi entorno oscurece, se opaca,  mi alrededor. Siento que en mi, languidecen, sentimientos que inspiró y  que deseaba ofrecerlejunto a estas palabras simples y más simples pensamientos  nacidos del corazón y que volarán al viento, sin que lo pueda impedir  y tampoco voy a hacerlo,perdiéndose en los caminos, si no llega a recogerlos   
El
Autor: haydee  992 Lecturas
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  Todo empezó el día que Alberto, el marido de Ana, mi hermana menor, olvidó su celular en la mesa de desayuno. Próximos a cumplir sus primeros cinco años de matrimonio, no he visto a otras parejas, llevarse tan bien como ellos. Me consta porque soy soltera y al año de casados, él, ingeniero en petróleo, fue trasladado a Comodoro Rivadavia, y Ana me pidió que los acompañara. Acepté, ella se sentía muy sola, desarraigada, en este lugar donde el viento sopla constantemente y su esposo ocupado en un trabajo de dedicación exclusiva y grandes responsabilidades tiene muy poco tiempo para compartir. Arreglé mis asuntos en Bs. As. donde vivía arrinconada en un departamento ínfimo y partí con una valija y un bolso. La habitación que me asignaron es más grande que todo el depto. de la capital, además nueva, con hermosas molduras, un vestidor y baño, en suite, idéntico al de ellos y separados por un ancho pasillo. No tengo obligaciones, sólo las que yo misma me impongo, hay una mujer que se encarga de las tareas, con Ana salimos de compras, preparamos el menú,  hacemos alguna labor de ganchillo y ropa para los niños carenciados que llevamos a la iglesia y ellos se encargan de repartir. El viento permanente nos impide tener el jardín que deseamos,  Alberto ideó uno interior, como una gran pecera de plantas y helechos de un verde lujurioso que apreciamos desde todos los ambientes. Cuando íbamos a comprar las plantas, Ana tuvo unas molestias y me pidió que acompañara a mi cuñado para elegirlas. El no dispone de mucho tiempo y hay que aprovechar la ocasión. Salimos temprano en su camioneta, el vivero está a dos horas de nuestra vivienda. Era la primera vez que estábamos solos. Soy soltera y nunca “estuve” con un hombre. Alberto, es muy interesante y viril, excelente conversador, hablaba de distintos temas pero mi mente se había ausentado, no escuchaba lo que decía, miraba sus brazos, sus manos fuertes y seguras aferradas al volante y las sentía recorriendo mi cuerpo. Ya se, ya se que es el marido de mi hermana y está prohibido para mi, pero no podía evitarlo, sentía un sudor helado y una sensación asfixiante me impedía respirar. Se detuvo en la banquina y escuché su voz sin comprender lo que decía, Pasó su brazo por mis hombros y fue la última visión, la de su rostro muy cerca del mío. Desperté en una sala de emergencias, una robusta enfermera envolvía mi brazo para medirme la presión, a un costado Alberto, reflejaba preocupación por mi estado. Después de ese día de inquietantes revelaciones,  no volví a encontrarlo a solas. Ayer vino Patricio, su hermano menor, un joven de veinte años que pasará el aniversario con nosotros, Desde que llegó su celular no paró  de sonar, las chicas que lo reclaman, ¡es muy lindo!. Levanto, al pasar, el celular de Alberto y me encierro en mi habitación. ¡ no puedo creer lo que estoy leyendo! En " Elementos enviados" hay tres mensajes apasionados, dirigidos a una mujer que no es mi hermana. Promesas y  recordatorios de revolcones. ¡Dejó de amarla! A unos días de su aniversario, con todos los preparativos hechos. No debo permitir que pase esto, nosotras que lo amamos sobre todas las cosas, ¡Tiene que enterarse! No dijo una sola palabra. Noté que su semblante, después de leer los mensajes, se puso del color de la cera. Traté de disuadirla pero ya había tomado una decisión. Puso algo de ropa y dinero en su bolso, las llaves de su auto y  me dio un beso frío como el hielo, en la mejilla. -¡Quién sacó el auto de Ana? Me pregunta Patricio que baja apurado de la habitación de huéspedes. ¡Se va a estrellar  conduciendo así! -Ah, Silvia, ¿Por casualidad, viste el celular de Alberto?  Me lo prestó ayer, me quedé sin batería y no traje el cargador. Se lo alcanzo. -Espero que no hayas leído mis mensajes….agrega, con una sonrisa perversa. -          
La Hermana
Autor: haydee  972 Lecturas
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.         Aquéllos que mal nos quieren, puée que sean los más, que somos duchos en tretas, se afanan  en  propagá, Tantas cosas que se dicen de la raza más honrá por uno que se echó fama, lo tenemo que pagá. Que somos sucios y feos, no lo hé de considerá, Esa es una gran mentira, difícil de comprobá. Que el gitano es un mañoso, que no quiere trabajá, ¡Por mi diosito del cielo, es que nadie entenderá que no queremo sacarle el trabajo, a los demá y nos privamos de hacerlo, esa é la pura verdá.! Que nuestra jerga es confusa, nadie la puée sabé ¿Tiene el gitano la culpa por la torre de Babel? Vaticinó el Faraón, nadie lo quiso entendé, “Sin mimbre haremo canasta y esquilaremo borrico con tijera é papel.” Si lo dijo Faraón, así mismo debe sé. Y me voy de esta reunión, ya dije lo que pensé.     
    Han pasado  años y no logro  identificarme  con aquélla imprudente y voluntariosa niña que fui. Llevada  por un  capricho, desoyó los consejos, desconoció los  límites, expuso  su vida, su integridad y la  de los suyos. Devano  recuerdos, para encontrar la punta del hilo en  esta confusa maraña,  para convertirla en  prolijo ovillo.    Estamos en la hermosa casa de los abuelos. Edificada sobre un promontorio, domina  un amplio sector de la playa. Ellos no vienen desde que el abuelo enfermó. Junto a mis padres y hermanos, de vez en cuando, venimos a disfrutarla. Cumplí nueve años y  al ser la menor de los tres, tengo algunos privilegios. Por lo general, hago lo que me gusta.  Con  mis  hermanos, Alejandro y Darío, es diferente, tienen obligaciones que cumplir. Mi padre, es,  en ese sentido, muy estricto. En tiempo de vacaciones, delega en ellos, la responsabilidad de cuidarme. Hoy  fue con mamá  a almorzar junto a un matrimonio amigo, no sin antes dejarnos  una cantidad de recomendaciones.  Comemos ligeramente lo que nos sirve Delia, la empleada, que vino con nosotros.   Después de almorzar, bajamos a la playa.  Ale y Darío juegan a la pelota, nunca me invitan ni me dejan participar. Aprovecho un descuido y corro a esconderme detrás de una roca, desde allí observo que no reparan en mí. Me alejo rapidísimo, tanto como mis piernas lo permiten, sostengo con la mano derecha  el sombrero que me protege del sol. Una ráfaga de viento cálido, lo arranca de mi cabeza y  lo lleva girando hacia el agua.  La ola que vuelve me lo trae, chapoteo  y estiro mis brazos para asirlo. Una nueva ráfaga lo levanta y  lo lleva mar adentro. Voy tras él. Una montaña líquida, cae sobre mí, me aturde con su violencia, me envuelve, me sofoca, se mete en mi boca,  mis oídos, mis ojos, me levanta, me sacude, me arroja con violencia  hacia la playa. En vano trato de asirme de algo que no encuentro, con fuerza irresistible, me siento arrastrar de nuevo mar adentro.   Siento el cuerpo machucado y dolorido y mucho frío. - ¡Mamá! ¡Nani! Grito con toda mi voz, pero nadie acude. Me incorporo, la oscuridad, me impide ver a mi alrededor. Busco la tecla de la  luz, pero han cambiado todo de lugar, ni siquiera entra el resplandor de la luna por el ventanal de mi dormitorio. Como una máscara, el rostro horrible, oscuro y surcado de arrugas, es lo primero que veo al despertar. Hace una mueca y deja ver en el agujero de la boca, unos restos amarillentos, gastados y malolientes. Giro la cabeza,  no hay nada conocido en este extraño y mísero lugar. No se cómo llegué hasta aquí. Se lo pregunto, señala con un dedo largo y huesudo su boca  y  niega con un gesto.  Ya veo, ¡además, es mudo!  Salgo. Tampoco afuera hay nada familiar. Mis piernas y brazos  están doloridos, llenos de rasguños y marcas  violáceas. Mi estómago, se retuerce de necesidades. En un tacho, negro de hollín, sobre unos leños encendidos, el viejo, revuelve con un palo, una mezcla espesa y  de olor repugnante. Le pido algo para comer, mete un plato abollado en  el tacho  y lo pone a mi alcance, chorreado y humeante. Junto al plato, deja un trozo de pan seco. Se sienta frente a mí. El hedor que desprende el mejunje me revuelve el estómago, le pregunto si tiene una manzana ó un yogur. Mueve la cabeza y abre ese horripilante agujero que tiene por boca. Devora su comida y se sirve más. Estarán buscándome, seguro. No creo que esta situación se prolongue.  Ni mis hermanos ni mis amigas  podrán creer cuando les relate mi aventura. Por ahora memorizaré cada  situación, siento no tener un diario para anotar esto que vivo. El viejo, es pescador, no me lo dijo porque no habla, pero metió las redes y un medio mundo en su bote descascarado, lo arrastró  hasta  el agua, se trepó y le dio impulso con los remos, no tardó en  convertirse en un punto en el horizonte,  moviéndose de aquí para allá como una frágil cáscara de nuez.. Camino por la playa, no puedo ir lejos, perdí mis zapatillas en el agua y por ropa tengo unos jirones, lo que queda de mi  exclusivo enterito de voile.   Me  despierta el insistente  zumbido de un helicóptero que sobrevuela el lugar. Espío por  un agujero de la covacha. El viejo, que vuelve de pescar, arrastra su bote hacia la playa.  El helicóptero baja  y  el  girar de sus  hélices,  levanta oleadas de arena. Bajan dos hombres de la Prefectura y  le hablan al viejo. Mueve su cabeza negando. No quiero que me vean y me escondo.  Por suerte, mis huellas las ha borrado la  tormenta de arena, que provocó la nave.  Como llegan se van. El viejo entra apresurado y  parece  aliviado, al descubrirme encogida en un rincón. Le fue bien en la venta del pescado, trajo azúcar,  pan fresco y  una bolsa con  manzanas. Tengo tanta hambre que devoro dos. Es mi tercer día lejos de casa, lamento no tener alguna crema, la  piel, sobre todo en los labios se reseca  hasta partirse con el sol tan fuerte. Me descompone el agua salada y tengo el pelo duro y  áspero. El pescador trae una bolsa de naranjas. El ardor del jugo ácido, me arranca lágrimas de dolor. Limpia unos peces,  se acerca  con  algo en la mano que  frota en mis  brazos y piernas.  Busca otro poco que pasa  suavemente por mi cara y  boca. Es  grasa  fresca de los animales que ha destripado. Hago un gesto de repugnancia, él  esa  mueca horrible que deja  ver su espantosa dentadura. Sospecho que es un amago de risa. A pesar del mal olor, comienzo a sentir alivio. Al otro día, yo misma  busco,  entre los desperdicios, trozos de grasa sanguinolenta. Es más efectiva que las costosas cremas que mamá compra en el shopping.  Calculo que hoy es sábado, hace cinco días  que vine a parar a este lugar.. No extraño a mis hermanos, ni a mis amigas, bueno, sólo a una,  Cecilia,  mi compañera del conservatorio. Es muy inteligente y los profesores le auguran  un   gran futuro como virtuosa del teclado. Le digo que será la próxima Marta Argerich, ella sonríe, se   siente halagada y  la emprende con las escalas. El viejo trae más pescados que lo habitual. Los limpia, yo recojo la grasa  y froto mis manos y cuerpo. Tengo los  labios sanos, voy a probar con el pelo, está muy enmarañado, aquí no hay un triste peine para desenredarlo. Anochece, oigo voces y corro a  esconderme. Debe ser  un conocido del viejo, lo recibe con un sonido gutural, idéntico al que emite cuando hace la horrible mueca. Me tapo con la bolsa que usa para llevar los peces y me acomodo en mi rincón. El alboroto me despierta, discuten, pelean,  escucho insultos, forcejeos. Alguien, que no es el pescador, entra  y se pone a  revolver  entre sus pertenencias.  Se perfila su  silueta a la luz de la luna. No respiro para evitar que me descubra. Viene hacia donde estoy, me encojo lo más que puedo, inútil, siento su aliento alcohólico muy cerca, palpa mis piernas. Quiero escapar pero me atrapa  con sus manos húmedas. Grito, llamo a papá, a mis hermanos. Ríe, no le importa mi desesperación. Deshace de un tirón lo que queda de mi ropa.  Quiero  escapar, pero me inmoviliza. Me aprieta, me sofoca, me siento morir..... Escucho un gemido, se desploma sobre mí, la única forma de liberarme es  impulsar las piernas con toda la fuerza  contra su cuerpo. Rueda a un costado y queda inmóvil, boca abajo. Aprovecho para  huir, tropiezo con algo. Es el mudo. Un rayo de luz, ilumina la escena.  Sujeta el mango  del cuchillo con que destripa los  pescados. La hoja, está  hundida en la espalda del  sujeto que me atacó. El pescador, tembloroso, gime. Tiene una gran herida en la cabeza. Le limpio con agua fresca. Le digo que va a estar bien  y  canto suavemente la  canción  con que Nany  me .acunaba  cuando era chiquita. El pescador se ha dormido profundamente. La luna ilumina la playa. Debo marcharme, busco algo para cubrirme y encuentro unas hojas de diario. Las aliso, están muy arrugadas. -¡Esa soy yo!, grito al ver mi foto impresa. Leo: Luciana  Aróstegui, se extravió el lunes 16  en  la  zona de playas, cercana al faro de Punta  Salcedo, tiene 9 años y  vestía un enterito de voile, color lavanda y zapatillas blancas. Cualquier dato que pueda aportar  será agradecido y recompensado. Sus padres y hermanos la buscan desesperadamente. Aprieto las hojas contra mi pecho y echo a correr. -¡Perdón, perdón, no quiero que sufran, no quiero, pronto estaré con ustedes!.  
Aventura en la playa
Autor: haydee  944 Lecturas
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  No se cuál será mi vida, lo que tenga por vivir Lo que tenga por gozar, lo que tenga por sufrir… Sólo se que el conocerte, me abrió las puertas del cielo Y con eso ya me basta para lo que esté viniendo. Puede que yo, sea tu amor y  con eso, soy feliz ¡Qué más podría querer, que otra cosa he de pedir!  
Gracias a TI!
Autor: haydee  936 Lecturas
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  MI DESEO DE CONOCER BUZIOS, UN LUGAR recomendado  POR SUS PARTICULARES CARACTERÍSTICAS DE BELLOS PAISAJES, ARQUITECTURA COLONIAL, AGUAS TEMPLADAS Y CRISTALINAS, ADECUADOS PARA EL RELAX, SE CONCRETÓ. VOLVÍ A CÓRDOBA, DEJÉ PASAR UNOS DÍAS PARA QUE EL CANSANCIO Y LAS EMOCIONES NO INTERFIERAN EN LAS OPINIONES QUE VOY A EMITIR Y DE LAS QUE ME HAGO CARGO. EN EL GRUPO CON EL QUE VIAJÉ, HABÍA NIÑOS, JÓVENES Y VIEJOS.  BAJAMOS DEL MICRO QUE NOS TRASLADÓ DESDE RÍO. UN DESAGRADABLE OLOR A AGUAS SERVIDAS FUE LA RECEPCIÓN. AHÍ, MÁS DE UNO DESEÓ NO HABER ELEGIDO ESE DESTINO. HICIMOS DE TRIPAS CORAZÓN A LA ESPERA DE UN CAMBIO MILAGROSO. LAS EXCURSIONES Y PASEOS, MITIGARON, EN PARTE, LA DECEPCIÓN.  EL FÉTIDO HEDOR, ESTABA PRESENTE, AÚN EN LUGARES VIP COMO RUA DAS PEDRAS EN EL CENTRO DE BUZIOS. LA MAYORÍA DE LAS PLAYAS TIENE AGUAS CONTAMINADAS, PUDE VER CUANDO LOS BARCOS, MUY CERCA DE ELLAS, DERRAMABAN EL CONTENIDO DE SUS LETRINAS QUE LAS OLAS ARRASTRABAN HACIA EL LUGAR DONDE TOMÁBAMOS SOL. TUVIMOS SUERTE, SEIS DÌAS MARAVILLOSOS A PLENO SOL, EL SÉPTIMO AMANECIÓ LLOVIENDO Y CONTINUÓ HASTA EL PUNTO EN QUE EL AGUA DE LA CALLE, SOBRE EL NIVEL DE LAS CONSTRUCCIONES, INVADIÓ TODO Y COLAPSARON LOS POZOS, NO HAY CLOACAS. POR LAS REJILLAS DE LOS BAÑOS, EN LA PLANTA BAJA, TODO SE INUNDÓ Y EL OLOR SE HIZO INSOPORTABLE. DESDE EL MICRO QUE NOS VOLVÍA AL AEROPUERTO, VIMOS LAS CARAS ANGUSTIADAS DEL CONTINGENTE QUE DESEMBARCABA Y QUE DEBIÓ SOPORTAR  SUS VACACIONES CON PRONÓSTICO DE LLUVIAS, PARA EL RESTO  DE LA SEMANA Y SUS DESAGRADABLES CONSECUENCIAS.
AROMAS DE BUZIOS
Autor: haydee  934 Lecturas
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Se ve tan sola, tan triste y abandonada, tu casa… Donde reinó la alegría, ¡de aquello, no queda nada!. Donde tu risa y mi risa, anfitriona e invitada permanentes y en tu mesa, la cabecera, ocupaban. Las cortinas se han cerrado, las puertas, están selladas para evitar las salidas e interferir las entradas. No se oyen esas canciones que al oído deleitaban. ¡Con  tan sincera  ternura  al corazón le llegaban.! El jardín, que era tu orgullo, y con tanto amor cuidabas donde las rosas más bellas, que he visto, lo perfumaban, donde los setos, lucían en prolijas y alineadas profusiones de color, las flores más delicadas. De toda aquélla hermosura, ¡ahora no queda nada! La maleza ha invadido lo que antes engalanaba. Los árboles se ven tristes y mustias todas las plantas. Y cómo habría de ser, ¿qué otra cosa yo esperaba? Si no estás en esa casa, si de ti, no queda nada, desde aquél aciago día en que el amor expiraba.
Tu casa...
Autor: haydee  917 Lecturas
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        Desde el ómnibus que lo conduce de vuelta a casa, el paisaje conocido de campos interminables, pequeños caseríos, lagunas, puentes sobre arroyos y ríos, no le distraen del motivo de su viaje. Siente una urgencia visceral de estar al lado de Eva, su amor.  Ella, no sabe de su  regreso, la intención, es sorprenderla.    El pueblo que lo vio crecer, cercano a Bahía Blanca, no supo o no pudo apreciar las notables condiciones  del joven  Francis, dibujante y caricaturista. “Nadie es profeta en su tierra”. Cansado de golpear puertas sin obtener resultados, decidió enviar sus  trabajos a editoriales de la capital. Pasaron meses hasta que alguien creyó en su talento. Enseguida, se mudó y empezó a colaborar en revistas y también en un diario. De esto hace cinco meses, cinco largos  meses en que satisfacer las  necesidades básicas, estar al tanto de las noticias para motivarse, y la adaptación a este importante cambio de vida ocuparon  su tiempo.  Los fines de semana, después de poner orden en el cuarto, sus papeles y la ropa, hace caminatas interminables en las que descubre lugares increíbles de esta inefable y desordenada ciudad. Junto a Eva, sería completa su felicidad, por el momento  es impensable. La joven, carga sobre sus hombros una  historia que siente como un estigma, y al confiársela, despertó en Francis una inmensa ternura. Hija de una niña- madre, demasiado inmadura, para asumir la responsabilidad de  criarla, la dio en adopción a un matrimonio sin hijos, Lidia y Guillermo, ella, una mujer neurótica, exigente y perfeccionista, él un militar de carrera que construyó la gran residencia que soñaba poblar con una numerosa descendencia. Nada de eso pasó, agotado los intentos y profundamente desilusionado, por razones de trabajo, empezó a viajar con frecuencia. Fue un alivio, le resultaba insoportable encontrarse con la agria cara de su mujer cada día más obsesiva con el orden y la limpieza, sus objetivos de vida. Inevitablemente, volvía los fines de semana. Un sábado llegó decidido a ejecutar un propósito gestado cuando se enteró que no tendrían hijos y consolidado al paso de los años. Cambiar la mansión por un departamento en la ciudad. Tendría que vencer la dura resistencia, que seguramente, le opondría Lidia, que amaba  su residencia sobre todas las cosas. Al llegar, la vió sentada en su sillón favorito, junto al hogar, absorta, con un pequeño envoltorio en su regazo. Pensó que había enloquecido de soledad y se sintió culpable. Se acercó a su esposa despacio, conteniendo la angustia que lo embargaba. Ella levantó la vista cuando advirtió su presencia y  tendió los brazos ofreciéndoselo. Era una criatura de pocos días. Temerosa, casi suplicante, le contó a su marido que la trajo una mujer desconocida y tan desesperada que la creyó capaz de arrojarse al paso del tren, se lo juró, si no le recibía a la recién nacida. Cuando Lidia se recuperó de la sorpresa, la mujer había desaparecido. Guillermo, llamó a su abogado y amigo y también a un pediatra de su confianza. Relaciones mediante, después de comprobar el excelente estado de la niña, la adoptaron legalmente. Lidia se esmeró en la crianza, Guillermo se convirtió en padre de un día para otro y fue de los mejores  a pesar de su carácter estructurado. La llamaron Eva.  Al término de sus estudios secundarios debió postergar sus anhelos para convertirse en enfermera de su progenitora que viuda, inválida y de mal carácter requiere de  todas sus energías para su atención y el cuidado  de la casona .que habitan.  Francis, sonríe y evoca la imprevista  circunstancia en que la conoció: Su primo, Gerardo Mayorga, volvió al pueblo apenas recibido. Desplegó su flamante diploma de médico en las renovadas instalaciones que su padre, el tío  Alberto, le dejó vacantes. Con  juvenil entusiasmo, se hizo cargo de la salud de los  vecinos.  Se casó con la espigada novia de la adolescencia y  antes del año, se convirtió en padre de mellizos. En tren de visita a una  paciente, se encontraron y  Gerardo, le pidió que lo acompañara.  El viaje duró alrededor de media hora en su traqueteado  jeep. En el trayecto, aprovechó para desahogarse, su vida familiar, era un caos. Tenía necesidad de contárselo a alguien. Marisa, su mujer, no pudo recuperar su elegante figura después que nacieron los gemelos, eso agregado a su naturaleza  desconfiada, la habían llevado a convertirse en una  celosa arpía. Se cansó de su odiosa  costumbre de revisarle los bolsillos, de entrar  al consultorio sin llamar, intempestivamente cuando se le ocurría. Llegó a seguirlo cuando hacía visitas domiciliarias para pescarlo infraganti, cosa, que por supuesto, jamás ocurrió. Por sus constantes escenas, no le quedó alternativa, se vio obligado a despedir, muy a su pesar,  a la última  secretaria, escultural y muy bonita, por añadidura. Esto último, fue la gota que  colmó su paciencia, al recordarlo, la sangre, se le subió a la cabeza y apretó el acelerador con rabia.  Francis, no pudo disimular una  sonrisa, conocedor de la fama de mujeriego de su pariente. Este alcanzó a percibirla  cuando llegaron a destino, muy oportunamente, para evitar una incómoda explicación. El relato, se interrumpió. Llegaron a una casa señorial, rodeada de un amplio parque con palmeras datileras, jazmines y rosales, dividido por un sendero de ligustrinas que conducía a la entrada principal. En el amplio porche, los  sillones de ratán  eran una invitación al descanso.  Francis, sacudió la campana  y al momento salió a recibirlos una muchacha delgada, de pelo y ojos oscuros. Saludó  y  con un gracioso ademán,  los invitó a pasar al interior. Gerardo, precedido por la joven,  fue a cumplir con su deber, Francis, se entretuvo en  observar  armas antiguas,  monedas y medallas, todo prolijamente dispuesto en vitrinas, y ordenado con  rigor  de coleccionista.    En una  cristalera, delicadas figuras de marfil, de distintas procedencias,  en otra, porcelanas, frágiles, antiguas. En fin, el mobiliario, los adornos, los cuadros acapararon su atención. Era como estar en un reducido museo. Una  voz  lo sacó de sus cavilaciones. -¿Toma un refresco? - ofreció  la  joven,  portadora de una bandeja con vasos de limonada. –Le agradezco.-  dijo  Francis, sediento en ese día muy caluroso, luego de beber, la felicitó por los objetos atesorados.   -Pertenecen a mi madre. -  respondió sin entusiasmo.  Observó, con curiosidad de artista  las manos delicadas, perfectas y le expresó su deseo de dibujarlas, levantó la cabeza sorprendida, entonces, descubrió el color de sus ojos, de un azul profundo. Un ligero rubor, tiñó sus mejillas,  para esconder  su  turbación fue a correr las cortinas, la habitación quedó en penumbras,  Francis pudo apreciar su talle delgado y esbelto y la armonía  natural de sus movimientos. –De cuerpo entero, corrigió.  -Voy a pensarlo-dijo ella sin pestañear. De regreso, Gerardo comentó la visita. Una paciente tan difícil, mencionó el sacrificio de  Eva, víctima de una madre desconsiderada. Después tocó otros temas  sin reparar en su primo  abstraído, en secretos pensamientos. Volvió a verla al cabo de un mes, en el pueblo. Cargaba un bidón de nafta  que, más tarde comentó, usaría para remover la cera de los pisos. Francis, se acercó a saludar y diligente, ofreció su ayuda,  aseguró el cierre de la tapa y lo depositó  en el baúl del auto, después de recomendarle tomar precauciones para evitar accidentes. – Los vapores son altamente combustibles. Asegúrese, cuando decida hacer el trabajo, de tener  las ventanas abiertas y cerrados  los calefactores o cualquier artefacto que pueda producir combustión. ¡Sería muy lamentable,  que por un descuido, estropeara su belleza.!  Sus palabras, sorprendieron y halagaron a la muchacha, no era frecuente, ser objeto, de tantas y tan delicadas atenciones. Sonrió y en voz  baja dijo: -Estoy dispuesta  a ser su modelo–  Al momento, Francis, no  entendió  a lo que se refería,  ella agregó: -Mañana, después del almuerzo, estaré libre, no  es necesario que llame, lo espero. Se presentó con su caja de trabajo a las dos de la tarde.  Cumplió lo prometido, salió a  su encuentro, rodearon la casa y entraron por los aposentos de atrás. Subieron  por una amplia escalera de roble, hasta  el salón donde iba a realizar el trabajo. Era una habitación bien iluminada, con piso de madera  y cuadros en las paredes. En el centro, una  otomana, una silla tapizada de pana  marrón y una mesa pequeña eran todo el mobiliario. Desplegó los útiles sobre la mesa, ella, con naturalidad,  abrió la túnica  y quedó como vino al mundo. Con  la misma naturalidad se recostó en el diván  No podía concentrarse, se puso muy nervioso, ella  ignoró su turbación y comentó:  - Estará acostumbrado a ver mujeres desnudas. Carraspeó un – Por supuesto- secándose el sudor de las manos  y maldiciendo por dejar trasparentar sus emociones. Hizo algunos bocetos que no lo conformaron. El artista, no pudo despojarse de su condición  de hombre, tampoco ella  ayudó, levantó los brazos, sus pequeños pechos, redondos y firmes, descubrieron los pezones en actitud  desafíante. Convinieron sesiones de dos horas, nunca antes destruyó tantos bocetos, ninguno le pareció aceptable. Sobre la hora, comenzó a guardar todo, se sentía torpe, inepto. Ella, se vistió con la misma naturalidad con la que se desnudó y en silencio lo acompañó hasta la puerta. Sus palabras de despedida fueron – Mañana a la misma hora- Al día siguiente reunió  fuerzas y  volvió, procuró vencer  esa molesta inseguridad,  sólo que  esta vez, fue distinto.  Eva, tenía puesto un sencillo vestido, color lavanda. Tranquila, silenciosa, fue a sentarse junto a la ventana. La luz, a sus espaldas,  creaba sobre  la negra cabellera, un luminoso efecto de nimbo. Los ojos,  entornados, bajo los delicados párpados, sombreados por oscuras y sedosas pestañas, las manos cruzadas sobre el regazo. Era la modelo ideal.  Francis, logró captar ese instante, con maestría, hizo gala de su talento y profesionalidad. Quedó muy satisfecha con  el  dibujo  y  pidió que  le eligiese un marco apropiado. Volvió a la semana, esperó largo rato oculto detrás de una añosa palmera.  Cansado y abatido se disponía regresar sin haberla visto, cuando llegó con su madre en un auto de alquiler. El conductor  ayudó a  sentar a la señora  en la silla de ruedas  y luego se marchó. Antes de abrir la puerta, Eva, advirtió su presencia. Con un gesto,  indicó que la esperara. Oscurecía  cuando apareció por los fondos, le tomó de la mano conduciéndolo por las escaleras, esta vez, fueron a su  dormitorio, allí se sintió segura y  pidió disculpas por la demora. Vio el trabajo ya concluido  y  manifestó su  aprobación llenándole de besos. Se  sintió algo confundido pero muy satisfecho,  después se dejó llevar por su  entusiasmo.  En esa muchachita, de apariencia frágil, se ocultaba un volcán. Se vistió  para retirarse, ella suplicó: - Me gustaría mucho que te quedaras, necesito hablarte. En el momento que te vi por primera vez supe que estábamos destinados...  - No quiero que  tengas problemas con tu madre- respondió Francis. - Ella no se va a enterar, sufrió mucho tiempo de insomnio, pero hoy, vencí finalmente su  resistencia, aceptó  que  tu primo le recete unas pastillas que la sumergen en un sueño profundo. Al dormir lo suficiente, va a recuperar la tranquilidad y  yo la mía. Es hora de que empiece a pensar en mí. Pareció lógico su razonamiento y  muy oportuna la actitud de Gerardo. Esa noche maravillosa, fueron ellos, los insomnes. De madrugada, Eva,  fue a ver a la madre que  seguía  profundamente dormida. Francis se marchó después de compartir un desayuno reparador,  antes, prometió que volvería esa misma noche,  entonces ella advirtió – Entrarás solamente, cuando haya luz en la ventana de mi habitación. Eso significa que mi madre duerme, y yo estaré  esperándote  para dedicarte todo mi amor y mi tiempo. La puerta trasera estará abierta para ti. Añadió: -Mamá, es muy  estricta y exigente, no permite que tenga amigas ni  que persona alguna  entre a su casa si no es por una necesidad imperiosa, como cuando necesita al médico. Gracias a las pastillas, tendré mayor libertad  para mí... para nosotros corrigió llenándolo de besos. La vida del muchacho se transformó desde aquél día, desapareció ese pesimismo habitual y comenzó a encarar el futuro con  esperanza y  determinación. Con entusiasmo, creó, hizo caricaturas de  personajes  descollantes  históricos y actuales y agregó comentarios surgidos de su desbordante imaginación. Mandó todo por correo electrónico a diarios y revistas de la capital.   El amor que produce esos cambios es mágico.  Nunca, antes sintió  tanto valor, tanta confianza en sí mismo.  Consiguió lo que se proponía al cabo de unos meses, el contrato de una importante editorial. Sus ingresos, no le permitirían, al menos en los primeros meses, viajar seguido, para verla. Eva, derramó muchas lágrimas, al conocer su decisión de alejarse, pero luego comprendió que era la única posibilidad de llegar a estar juntos en un futuro no muy lejano.  Fue muy duro pasar estos cinco meses sin sus caricias, sin el calor de su joven cuerpo, ya se había acostumbrado a  visitarla varias veces en la semana. Sólo una vez, la ventana permaneció a oscuras y tuvo que regresar desolado.  La señora, se había negado a tomar  la dichosa pastilla. Hoy, después de cinco meses de ausencia, adelantó el trabajo para tomar unas breves vacaciones.  Va a recuperar el tiempo perdido. Cuenta los minutos que los separan. Llegará al pueblo a las veintitrés hs. dentro de diez mn.  Sin demora, correrá hacia la casa de Eva. Estos largos meses de ausencia, han sido reveladores para él. Ahora sabe que su vida, sólo tiene sentido a su lado. De sus anteriores relaciones afectivas, guarda sólo un fugaz, diluido recuerdo. Nada que le conmueva ni  le perturbe. El sacrificio de esos cinco meses, de soledad, confirmó la decisión de unir su vida a la de Eva. No admite otra posibilidad. La sorprenderá con su propuesta. Le lleva un anillo. No fue fácil encontrar lo que tenía en mente,  debió recorrer muchos lugares, pretendía  algo único, digno de la destinataria. Fino, delicado, diferente. Cansado de ver escaparates  sin hallar lo que  quería, finalmente, una tarde de domingo, en Belgrano, descubrió una feria artesanal. Le habían recomendado  ver a Claudia, talentosa  y hábil orfebre.  Precisamente, estaba armando su puesto. Debió esperar a que terminara de ubicar sus creaciones. Su ojo clínico para apreciar la belleza, reconoció que había llegado al lugar indicado. Entre una variedad  de diseños, descubrió lo que imaginó. En oro blanco, con una gema artísticamente engarzada, la piedra, del mismo color de los ojos de Eva, azul oscuro, profundo, insondable. No dudó, ni por un momento. Le hizo grabar una dedicatoria en el reverso: Francis Mayorga a Eva Hervé “Para Siempre”   ni más ni menos, lo que se había propuesto.   El micro, llega a destino. Apura el paso que acorta la distancia que los separa, tiene alas en los pies. Imagina su sorpresa al verle, ni se le ocurrirá pensar que está tan cerca. Se emociona anticipando el momento de colocar el anillo en su  dedo anular. Quiere acallar los aturdidores latidos del corazón. Que nada sospeche. Entrará a su cuarto por la puerta de atrás, como siempre, y la cubrirá de besos. Si está dormida, creerá que es parte de un sueño, pero al sentir su  pasión, la urgencia del sexo, se brindará dócilmente  al placer del amor, como tantas veces. En esta larga ausencia, su imaginación febril, recreó los intensos momentos vividos, el deseo, corre por sus venas como un potro desbocado. Está frente a la casa, el familiar canto de los grillos lo recibe, atraviesa la cerca para evitar el  chirrido del portón, camina despacio. Luna nueva, está muy oscuro y se orienta por la posición de los árboles. Levanta la cabeza para ubicar el cuarto, testigo de  sus felices horas. Hay una luz en la ventana. Se enteró que estoy aquí, piensa  anhelante. Ebrio, sin haber bebido, frena el impulso de subir al paraíso donde ella espera ansiosa, sedienta, como él. Apoya el cuerpo desfalleciente en el desparejo tronco de una palmera, el cansancio del viaje, la espectativa, el deseo contenido, obran como  una fuerza negativa que procura doblegarle. Alguien se acerca y abre el portón. Se dirige con paso seguro y con evidente conocimiento del lugar. ¿Será un ladrón?  Podría abalanzarse sobre él, tiene de su lado el factor sorpresa. Entonces, la sombra se  desvía hacia la puerta del fondo, allí muy cerca oye la voz  y el apasionado recibimiento del que tantas noches fue destinatario. Ardientes  promesas y  palabras  dichas entre caricias y besos, las mismas que lo convirtieron en el ser más feliz. En su cabeza todo es  confuso, su mente, un  torbellino de pensamientos más oscuros que esa noche cerrada. Avanza como un autómata, siguiéndolos  hacia la escalera tan conocida.   La urgencia del deseo los hace imprudentes. Las puertas quedan abiertas. De la habitación, le llegan  susurros, gemidos. Imagina sus cuerpos palpitantes, sudorosos, enlazados. Vacila aturdido, siente naúseas, lo que antes fue maravilloso, sublime ahora es repugnante, grotesco. No es él, el protagonista masculino.   Contiene el deseo furioso de golpear hasta que le sangren los nudillos. Va por más.  Un recuerdo súbito lo lleva hasta el placard  donde se guardan  los implementos de  limpieza, sabe bien dónde encontrar  lo que necesita.  Levanta el recipiente lleno de nafta, derrama el contenido sobre el piso y la puerta del dormitorio que cierra despacio con dos vueltas de llave y  arroja un fósforo encendido. Una explosión,  y el inmediato resplandor  del fuego, le aseguran  el éxito de su  cometido. Corre, corre, hasta alejarse de ese lugar maldito, de pronto se detiene, el rostro descompuesto, vuelve la mirada,  sus ojos  reflejan  las llamas que danzan consumiéndolo  todo, es una  visión fantástica en  la negra noche.   Se escucha gritar con voz sarcástica, brutal que no reconoce como propia: -¡Es lamentable que por un descuido estropees tu belleza!-  después se quiebra en llanto.   En la ruta, detiene  un ómnibus. Busca en el  bolsillo dinero para abonar el pasaje, sus dedos  rozan el pequeño estuche, un escalofrío recorre su cuerpo. Siente la imperiosa  necesidad de alejarse, poner distancia, dejar todo atrás.  Son escasos los pasajeros. Están dormidos.  Se sienta  y procura  ordenar el caos de su mente. El cansancio, las emociones vencen su resistencia, no tarda en caer en un sueño inquieto, pródigo en  visiones dantescas. El conductor del camión que se acerca de frente, se ha adormecido en ese tramo recto, monótono. El chofer del micro, se adelanta al  que lo precede, cuando ve el camión que se desplaza, hacia su carril.  Para evitar el choque frontal, con una brusca maniobra, sale de la ruta. Dando tumbos se precipita por la abrupta pendiente, hasta quedar  aprisionado entre los  árboles del barranco, que se descuajan bajo su peso. Amanece, el aullido ensordecedor de las sirenas de ambulancias y  coches policiales,  hiende el aire. No hay supervivientes  entre los pasajeros del micro. Eran ocho, con el conductor. En la ruta trabajan los médicos, auxilian a los heridos del ómnibus que venía atrás. Una tragedia.  Llega la policía judicial, constata las  defunciones y ordena la identificación  de las víctimas.           Ana  Duarte, oficial de justicia, observa muy interesada, el anillo que se encontró en el bolsillo de uno de los occisos. Está dentro de una bolsa de plástico junto a  sus otras pertenencias. Con ayuda de una lupa lee la dedicatoria grabada:   Francis Mayorga  a Eva Hervé“Para siempre”. -¡Qué coincidencia! - exclama-  Escuchó las noticias de la mañana, en la radio de su auto, cuando venía a  trabajar. Una joven mujer, con ese nombre, Eva Hervé, junto a su  amante, de apellido Mayorga, médico rural, y la madre,  incinerados  en la residencia, de las afueras del pueblo. Suponen que  el incendio fue provocado. Se detuvo a  una mujer, en los alrededores,  presa de un ataque de nervios. Resultó ser la esposa engañada. Aparentemente, todo cierra, “crimen pasional.”  Ana, observa la joya, empieza a atar cabos  y  saca  sus propias conclusiones. A veces, un detalle, como éste, puede hacer tambalear lo que parecía estar resuelto.  Tiene en sus manos algo que puede cambiar esta historia.  Los ojos intrigados  y  suspicaces de sus compañeros, la siguen, cuando resuelta, desaparece con la bolsa de plástico, tras  la puerta del despacho  de su inmediato superior.
Nunca es
Autor: haydee  899 Lecturas
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No preguntes donde voy,  le dijo la  hoja al viento, Será donde tú me lleves, donde me arroje tu aliento. Y por los aires, volaba sin ton ni consentimiento. Sobre el  cauce de un  riachuelo, el viento se apaciguó  la hoja  bajó planeando y en el agua  se estrelló, Salpicada de gotitas, el río le  preguntó- Donde vas? -Donde me lleves,  No elijo ni tengo opción.- -Igual que yo,  dijo el río, no elijo, ni tengo opción El cauce indica el destino, yo acato su decisión, prisionero de mi sino, me lleva hacia donde voy. Tan solo con la crecida, me evado de esta prisión anego campos, ciudades sembrando la destrucción -Es el precio de ser libre?  La hoja le preguntó. -Disperso, más bien que libre y en esa sola ocasión. Recuperado mi cauce,  vuelvo a estar  en reclusión.. La hoja alcanzó la orilla, del río, se  despidió. A la espera de una brisa, sobre el césped, descansó.
La Hoja Viajera
Autor: haydee  896 Lecturas
             Entre sábanas revueltas y ansiedades satisfechas,       nuestros cuerpos, enlazados, celebran sus coincidencias.       Mi mano, sobre tu pecho, baja lenta hacia tu vientre,       solo por acariciarte y no es eso lo que entiendes     y tus intentos repites y otra vez quieres tenerme.       Un rayo de luz, curioso, se filtra por la ventana,     la luna, que está de ronda, ilumina nuestra cama     y cubre las desnudeces con una manta de plata.    La noche ya está avanzada, los amantes se han dormido.    Afuera, cae la lluvia y se oye el canto de un grillo. 
Los amantes
Autor: haydee  889 Lecturas
  Cuando marzo se anuncia con sus intempestivos chaparrones,  seguido por la aparición de un sol deslumbrante, es seguro que depara sobradas alegrías, a quienes nos dedicamos a la búsqueda de setas comestibles. Está demás decir que esta actividad la desarrollamos en lugares boscosos, preferentemente donde abundan especies variadas de pinos y en los suelos, ricos en mantillo, anidan escondidos, estos especímenes, objeto de nuestro deseo. Es por demás placentero recorrer las  sierras  provisto sólo de una varilla y una bolsa. Con la primera hurgo cuidadosamente entre los pastos  para evitar dañarlos, después de asegurarme que son los apropiados, los acomodo en la bolsa. En Europa, muchas personas se reúnen  para llevar a cabo esta actividad, que además de deportiva, desarrolla las facultades de observar, comparar, identificar y  posteriormente  saborear en exquisitas preparaciones este regalo que brinda la naturaleza. Además de agradables son muy nutritivos-   En el pueblo la llamaban “la loca de los hongos.” Cuando aparecían los primeros, antes de comenzar el otoño, alerta, como movida por un resorte,  precipitaba sus pasos  en  su búsqueda. La temporada de lluvias, seguidas por la aparición del sol radiante, le aseguraba abundante cosecha. Posiblemente heredó esta actividad de su padre un gringo loco, de los tantos que en el siglo pasado, produjeron los conflictos europeos y  la marea de la vida distribuyó por distintos lugares. En un rancho perdido en la espesura de las sierras chicas, vivió  como un ermitaño, sin alentar ningún contacto con el resto de sus escasos vecinos. Nadie supo que compartió su vida con alguien hasta que unos llantos de guagua, advirtieron  que el loco de la guerra había  obedecido el mandato divino  de “CRECED y MULTIPLICAOS” Después corrieron rumores  de una niña flaca y desgreñada que solía acercarse hasta la escuelita rural atraída por el bullicio de los niños, creían algunos, otros le habían visto compartir los mendrugos con los perros que merodeaban en busca de algo para llenar la tripa. No se le conoció madre. Huraña y desconfiada, huía sin dejar rastro, a la menor intención de acercamiento. Vagaba por el monte hurgando en las oquedades de ciertos árboles en busca de la  miel de palo  que producen una clase de abejas salvajes,  a la que se atribuyen  propiedades curativas para las afecciones del pecho. Recogía frutos del monte, huevos, setas y hongos silvestres todo lo que generosa, la naturaleza le proporcionaba. Una mañana, me aventuré a recorrer la sierra y llevada por mi entusiasmo fui alejándome  más de lo que la prudencia aconsejaba. En ese día particularmente caluroso, llegué a un paraje umbrío que invitaba al descanso. El rumor del arroyo cercano era  el fondo adecuado para lograr el ansiado relajamiento. Me estiré sobre la fresca gramilla  y  tomé conciencia de  lo poco que se necesita  para lograr  un pleno estado de felicidad.  Un leve crujido, como el de una rama al quebrarse, disparó mi atención. Los sentidos,  alertas, buscaron al causante de dar fin al mágico instante. No fue posible y  deseé con toda mi alma reanudar el momento, sin lograrlo. Una desagradable sensación,  como cuando nos sentimos observados, me obligó a apresurar mi partida. Giré la cabeza  y  una escurridiza  sombra  se  esfumó en la espesura. Sobre una  piedra, dejé un emparedado y  algo de fruta, después busqué, en la gramilla aplastada, las huellas para regresar por donde había llegado.  Detuve mis pasos tras  un corpulento roble y desde allí esperé impaciente a quien se acercara a tomar los alimentos. Mi paciencia fue recompensada. Un ser andrajoso, se precipitó y en un santiamén devoró todo, rascó su desgreñada cabeza y sus ojos  se encendieron en resplandores cuando un rayo de luz, iluminándolos, se filtró entre los árboles. Enseguida tomó el camino opuesto al mío. El regreso, lo hice sin darme cuenta. La visión  me pegó fuerte. Mis pensamientos se concentraron en ella. Descubrí, bajo la astrosa apariencia, la mirada furtiva  y vigilante del  animal salvaje. Me fijé un propósito, aún a sabiendas de los problemas que mi decisión me acarrearía. A fuerza de perseverancia ganaría  su voluntad  y  lograría  que paulatinamente, considerara los beneficios de  vivir de otra manera. Volví los días siguientes y en el mismo lugar, dejé alimentos y una caja con jabones, peine y un cepillo dental, después algo de ropa y unas cómodas zapatillas. Mis ofrendas duraron una semana. Algo que debía resolver en la ciudad, me alejó un mes de mi cometido. De regreso, volví a mis interrumpidas caminatas  con  más alimentos y ropa. Me detuve tras el roble y esperé. En vano. Al día siguiente, todo estaba como yo lo había dejado, sobre la piedra y dentro de la caja. Agregué lo nuevo que llevaba y esperé sin éxito. Comenté con algunas personas, nadie pudo asegurar haberla visto en las últimas semanas. Vino a mi mente, una  experiencia de comportamiento, el reflejo condicionado, enunciado por el célebre fisiólogo, Pavlov.  Lo hizo con perros a los que acostumbró a alimentar a determinados horarios, enseguida de hacer sonar una campana. En otra etapa, ejecutó el sonido, pero sin darle alimento, esto produjo en los animales, un estado de confusión e inquietud  al estimular la secreción de  jugos gástricos sin obtener comida. Me sentí culpable, pues, en cierto modo, esta mujer primitiva, sin roce ni cultura, quizá habría pasado por el mismo estado de confusión  que los canes del sabio. Al siguiente día, me aventuré por donde la vi. alejarse tantas veces y  después de caminar más de una hora, divisé un rancho desvastado. Unos perros escuálidos y sarnosos vinieron hacia mí. Los amenacé con una vara y corrieron aullando a refugiarse entre las matas. Traspasé lo que quedaba de algo que alguna vez hizo de puerta y allí la vi, tirada en un jergón de trapos sucios. No atinó a nada, su estado de desnutrición era extremo. Apoyé en su boca la botellita de agua mineral que siempre me acompaña en mis caminatas, se ahogó apenas pasó el segundo trago. Su pulso era imperceptible. Desde mi celular llamé a un servicio de emergencias comprometiéndome a esperarlos sobre la ruta  y guiarlos hasta el lugar.   La cargaron en la ambulancia que iba dando tumbos, sorteando piedras y arbustos. Nada pudieron hacer por ella. Falleció al día siguiente. Fui con un agente de policía hasta el rancho a buscar documentos para que el médico extendiera el certificado de defunción y por si alguien,  de donde fuera, pudiera querer enterarse de lo acontecido, cosa poco probable. Dentro de una abollada caja de bizcochos Canale, encontramos un pasaporte entre fotos y cartas amarillentas. In nome di Sua Maestá Vittorio Emanuele III per grazia de Dio e volunta Della Nazione Re d´ Italia Il Ministro degli Affari Esteri rilascia el presente PASSAPORTO  al Signor  Marcello Bonnino. Databa del año 1931. No encontramos nada relacionado con su hija, tampoco en los registros de los pueblos aledaños. La municipalidad se hizo cargo del entierro. Convoqué a gente de buena voluntad para ofrecer una oración. En el cementerio local fueron depositados sus restos. Hice grabar un  madero con un nombre y una leyenda que se me ocurrió, para que aunque muerta, tuviera una identificación..  “ Aquí yace Marcella Bonnino, buscadora de hongos, 14/ 04 /2007”
La loca de los hongos
Autor: haydee  887 Lecturas
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¡Basta de tanta tristeza y  de añorar lo perdido. Consumo el tiempo en  llorar y olvido que sigo vivo!. Frente al espejo, se dijo y  salió por el camino, con su raída maleta y una  botella de vino. El vino le duró poco. Durmió a la vera del río y siguió con la maleta en busca de su destino. Anduvo por sierra y llano, por  pueblitos y ciudades Trabajó  en rudas labores y admiró nuevos  paisajes. Se bañaba en los arroyos  donde lavaba algún coche y mirando las estrellas lo sorprendía la noche, El tiempo de  ardiente sol, comenzó la despedida, los días eran más breves y las tardes  más sombrías. El viento sopló impiadoso y desnudó la arboleda las hojas mustias y secas, alfombraron las veredas. Más dura, la vida se hizo, sin recursos y sin techo, un mendrugo por comida y un  triste jergón, por lecho. Las heladas comenzaron, crujía el hielo en las calles, bajo  los pies de la gente, bajo el paso de los autos. No se lo vio en varios días, la indiferencia, habitual,  hizo que lo descubrieran de una manera casual. Fue encontrado por un  perro que ladraba sin parar, entre chapas herrumbradas donde había hecho su hogar. La maleta estaba abierta y empezaron a volar, fotos, cartas, flores secas, recuerdos de otra ciudad y de la mujer que un día decidió no amarlo más.
Linyera
Autor: haydee  886 Lecturas
No oirás de mi, reproches, ni lamento plañidero. Tal vez porque no te quiero ni en mis días, ni en mis noches. Todo está bien, me repito, y busco de convencer a este corazón rebelde que se niega a obedecer. De todos modos, ya está. Lo nuestro se ha terminado. Corro vista a lo pasado, con suma tranquilidad. Solo rescato al amigo que en el cariño, mantengo. En la amistad, lo retengo, al corazón adherido. Hora de decir adiós sin lágrima ni reproche. Se anuncia un  día con sol después de una  fría noche.
Ni lágrimas ni reproches
Autor: haydee  883 Lecturas
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  David, vendía discos en el negocio de su padre. Próxima a terminar el secundario, a la salida del colegio, pasé a buscar lo último de Abba, el conjunto sueco que hacía furor. Entré a la cabina de prueba, el botón de volumen no funcionaba y  pedí  ayuda. David solucionó rápidamente el problema , satisfecha, me llevé el disco. Había notado la deferencia de su trato, más allá del interés comercial.  Habló de un  sorteo para los clientes de la casa, con ese pretexto solicitó mis datos,  desconfié y sin pensarlo, le di los de Ana, una amiga, la primera que se me ocurrió. En el baile de egresadas, me sorprendió verlos llegar juntos. Para evitarlo salí a bailar, no se me ocurría nada para justificar mi engaño. Mientras tomaba un jugo, en el bar del hotel, se sentó a mi lado. Atiné a elogiar su buen gusto por la elección de mi amiga. -Es muy linda- contestó- pero no es la que yo elegí. No quise escuchar, intenté alejarme. Ignoró mi fastidio, me tomó de la cintura y me llevó hacia  la pista, precisamente comenzó a sonar la música de Abba.  Olvidamos  nuestras diferencias y bailamos toda la noche, al principio, algo envarada, pero  con  tan buena pareja,  disfruté  girando entre sus brazos.   En el intermedio salimos a la terraza, la noche, tenía un especial encanto.  La ciudad, iluminada, se extendía en luces y sombras, como una prolongación del cielo infinito. Bajamos hasta el parque. El césped, húmedo de rocío, me obligó a quitarme las sandalias, y sentí la frescura en mis pies doloridos. ¡Que placer!.. Después del intenso ejercicio... Además de ser un buen bailarín, David, era un buen conversador, hablamos de  proyectos, de   sueños...  en poco tiempo obtendría su licenciatura en ciencias de la información, mientras, ayudaba a su padre en el negocio. Con un grupo de compañeros de la facultad, se habían propuesto, cambiar el mundo. En su cabeza  había  un torbellino de pensamientos  e ideas que privilegiaban  la libertad y la solidaridad. Habló con fervor  de proyectos  y de la forma en que planeaba realizarlos, esa noche era mágica y  contagiada  de su entusiasmo,  participé de su sueño. Confesó  que la seguridad de encontrarme, a pesar de tener una importante reunión, lo decidió a venir, el teléfono que le dejé, aunque era de Ana,  le dio la posibilidad de llegar hasta mí. Era lo que se había propuesto. Sentí sorpresa y halago. Sus ojos azules, tenían un brillo húmedo y la mirada  limpia y sincera. Me dijo algo que en ese momento no comprendí:   -“Ahora no puedo prometer nada,  no nos veremos por un tiempo, pero cuando sea la ocasión  te buscaré y  podremos concretar una relación, si así lo deseas.” La mágica noche, sus palabras, el perfume de las madreselvas  provocaron un efecto embriagador. Asentí. Después llegó el primer beso, profundo irrepetible... Volvimos al salón. Alguien lo apartó y le habló al oído. Se acercó para despedirse, su rostro tenía una  palidez  que me alarmó. Fue la última vez que lo vi. Pasó una semana y después otra. No me separé del teléfono, en vano esperé su llamado. Me decidí, fui hasta el negocio, en la cortina metálica de la puerta, habían pegado una faja   con la palabra Cerrado. Pregunté a los vecinos, nadie supo darme razones, tuve la impresión de  que  estaban atemorizados. Volví a casa  sin saber qué hacer. La  explicación tenía que estar en sus palabras. Las tenía muy presentes pero no pude descifrar el enigma.  Pasó el tiempo de las fiestas de fin de año, fui a veranear con mi familia y empecé a prepararme para el ingreso a la universidad. Los estudios absorbieron mi atención y mi tiempo. Conocí mucha gente, aquella mágica noche pasó a ser un recuerdo, con visos de fantasía, inconcluso, irresuelto,  no podía  jurar que fue real. Me casé, nacieron mis hijos. Mientras personas como yo, transcurrían inmersas en la diaria rutina, otras desaparecían sin dar señales o huían a refugiarse  lejos  del peligro y la persecución.  La burbuja en la que vivía, me impidió saber  de hechos terribles.  De casualidad, me enteré, años después,  que la misma noche del baile de egresadas, cuando llegó su amigo a buscarlo, huyeron del país para  salvarse. Los que fueron a la reunión, a la que estaba convocado, cayeron en una trampa. Quedaron  detenidos, y de ellos, nadie supo más nada. El azar, le ofreció a David, la oportunidad de cambiar su destino y salvar la vida.  Supe que en Francia, donde  pasó diez años, sufrió lo indecible, sentía culpa por no haber compartido la suerte de sus compañeros. El  grupo de expatriados lo contuvo y le ayudó a recuperarse. Se impuso el  aislamiento, evitó conectarse con sus familiares y amigos para preservarlos.   Los militares decidieron que era tiempo de  convocar a elecciones, volvimos a la democracia. Los  que regresaron, después de aquellos oscuros años de represión,  trataron de rehacer sus vidas, con parches y remiendos.  Hay heridas que tardan en cicatrizar y otras que nunca  cierran.   Hoy decido caminar sola y no sé por qué razón, mis pasos me llevan hasta  el parque del hotel  donde hicimos la fiesta de egresadas, será porque hoy, casualmente, se cumplen veinte años y vuelvo al escenario donde un beso despertó a la mujer que dormía en mí.  Más tarde, nos reuniremos a festejarlos en la casa de  Ana, precisamente.  Busco el banco donde nos sentamos esa noche, pero hay alguien ocupándolo. Elijo otro.  El hotel cerró hace años, el parque, muy descuidado, está cubierto de maleza, no fue una buena idea venir, hasta podría resultar peligroso. Decido volver a casa, al cruzar la calle, escucho pasos detrás de mí. Me detengo, es el hombre del banco,  tiene algo en su mano, - Se le cayó esto, Sra.- me dice-  y me ofrece una rosa.  No me da tiempo a  responder, se aleja enseguida. El eco de sus  palabras, estimula mi memoria  auditiva   -No  hay duda, es  David. Reprimo el  impulso  de llamarlo. ¿Para qué? No soy la de hace veinte años, él, tampoco. Me dio la impresión de  un  hombre cansado y triste. Tal vez, cuando me miró a los ojos vio lo mismo que yo en los suyos. No lo culpo, si es la razón por la que  huyó. Es mejor así, si algo había pendiente, ya está concluido.   En casa mi esposo  pregunta si la rosa que traigo en la mano es obsequio de un admirador –Sí, -respondo - Hace tiempo, sin proponérmelo, cambié su destino.  -¡ Claro,- contesta, en consecuencia, también el mío! ¡Ese tipo me debe una indemnización! Dejo la flor en un vaso con agua y voy a ducharme. Ana nos espera. Haydée López
Fiesta de Egresadas
Autor: haydee  866 Lecturas
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Algo me decía que sus intenciones eran las peores. No es que yo tenga poderes especiales.Lo vi  desde mi ventana, acercarse por atrás, lento, observando cada movimiento, a la espera de la ocasión justa, para precipitarse y  atacarlas sin darles la oportunidad de  escapar. Fue así, como lo cuento. Con un grito que me paralizó, se precipitó sobre ellas y sin compasión las mató. Las pobres hormigas, sin siquiera darse cuenta, pasaron a mejor vida.
Asesino serial
Autor: haydee  845 Lecturas
¡Por esta luz que me alumbra que ya no te quiero  ver! Cada vez que te miraba, causabas mi padecer. Me había contado mi madre que el amor es algo hermoso. Que nos conecta con  Dios Y que nos hace dichosos. Cuando te vi., despertaste, en mi, todos los sentidos. Eras el primer  amor, me sentí correspondido. Era  solo un espejismo, de mi mente alucinada. Se deshizo el espejismo, cuando supe que eras mala. Seduces con tu belleza. con tus mentiras, engañas. Conviertes a quien te adora, en lo que te da la gana. No quiero que me devuelvas, los presentes que te di. Son en pago por favores, los que de ti recibí. No te esfuerces en fingir lo que bien se que es falsía, otro, te podrá creer, no yo, ¡por el alma mía! Rompí con el maleficio que me obligó a ser tu esclavo. Procuraré ser feliz Hoy  me siento liberado.        
Liberado!
Autor: haydee  843 Lecturas
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