Oct 18, 2019 Mar 06, 2019 Feb 01, 2019 Jan 30, 2019 Oct 15, 2018 Jul 06, 2018 Jun 29, 2018 Oct 16, 2017 Oct 03, 2017 Oct 01, 2017 Sep 30, 2017 Apr 04, 2017 Mar 30, 2017 Mar 29, 2017 Jul 28, 2014 Sep 29, 2013 << Inicio < Ant.
[1]
2
3
4
5
6
...
87
Próx. >
Fin >> |
Lo que sucedió aquella tarde, marcó mi vida. A partir de ahí, no busco explicaciones para ciertas cosas que suceden, ignoro a qué atribuirlas y no intento darles un significado mágico ó milagroso, simplemente, las acepto y me satisface haberlas experimentado. Llevo en mi dedo anular, la prueba irrefutable de lo que viví. Pasó mucho tiempo, pero todavía, cuando debo enfrentarme a una situación difícil o dolorosa, aprieto entre mis manos este delicado anillo, entonces, me invade una sensación de paz y sosiego... . Mi primera maestra, fue mi madre. Eran los años dorados en que merecía toda su dedicación. Como hija única, consentida y mimada, igual que lo fue ella, la veía como una hada maravillosa que vivía pendiente de mis necesidades y también de mis caprichos. De mi parte, correspondía a la altura de las circunstancias y me esmeraba para alcanzar cada una de las metas que me fijaba. Cuando fui mayor, recién tuve conciencia de mi egoísmo, que en esa época ya se insinuaba y creció a medida que fueron desarrollándose los acontecimientos. Todo lo que se me antojaba, lo conseguía. Estaba muy conforme con ese estilo de vida y ni por casualidad me ocurría pensar que pudiera cambiar. Pero como todo lo bueno tiene fin, tuve que asumirlo y resignarme a las vueltas de la vida. Cumplí siete años. Desde ese momento empezaron a cambiar muchas cosas y algunas me alarmaban porque tenían que ver con la figura de mamá, menuda y delicada. Cada vez que su breve cintura se ensanchaba, llegaba un nuevo hermanito. Nació Aníbal, el primero. Se ganó ese nombre porque papá admiraba al Aníbal cartaginés, personaje valiente y decidido que había tenido en jaque a los romanos durante mucho tiempo, su campaña con elefantes y guerreros, a través de los Pirineos y de los Alpes, fue una gesta valerosa aunque terminó con la destrucción de Cartago y su suicidio en Bitinia. Yo, veía a nuestro Aníbal, tan diminuto e indefenso, en su cuna y me parecía que el nombre le quedaba demasiado grande. Siguieron dos niños más, con muy breve intervalo, el mínimo requerido en estos casos. La familia, se volvió numerosa de repente. Mi vida, cambió como la de todos los que habitábamos aquélla hermosa vivienda perfumada de jazmines. A toda hora se escuchaba llantos de niños. Las personas que ayudaban en casa, corrían de aquí para allá, el médico, pasaba más tiempo con nosotros que con sus propios hijos, él mismo lo decía. Mamá había cambiado, estaba muy delgada y consumida, no se la oía reír ni cantar. Para que mi educación no se resintiera, papá, contrató una profesora que todos los días a las ocho en punto de la mañana, se hacía cargo de mi educación.. A las doce, servían el almuerzo, que compartíamos juntas, después si mamá lo autorizaba, salíamos a caminar, o me llevaba hasta el parque para jugar en las hamacas. A las cinco de la tarde, el maestro de piano, llegaba con los brazos cargados de partituras. Era un hombrecito calvo, muy nervioso y siempre apurado, tenía alumnos repartidos por toda la ciudad. Me enseñaba solfeo, ejecución, composición, la correcta posición del cuerpo, de las manos, de los dedos y me torturaba con las escalas. Una tarde, concluida mi clase de piano, fui a descansar a la galería, mamá daba el pecho a Joaquín de dos meses, su última adquisición, acerqué mi rostro al suyo para besarla y sentí húmeda la mejilla. Sorprendida y alarmada, porque nunca la había visto llorar, pregunté cuál era el motivo. Con la voz quebrada, contestó que debía hacer un largo viaje. - ¡Qué bueno! exclamé, voy a preparar mis cosas. Entrecortada por los sollozos, su respuesta me detuvo en seco. – No es necesario, viajaré sola. Había notado, con infantil desazón, que a medida que nacían mis hermanos, mis demandas y mis gustos ya no eran satisfechos como cuando era hija única. Mis padres casi no reparaban en mí, y en ocasiones, ni siquiera tenía, como en años anteriores mis vestidos impecables, colgados del perchero. Tampoco me preparaban mis comidas preferidas y para colmo de males, mamá tenía intención de irse sola a vaya a saber dónde. Fue la gota que colmó el vaso. Llené una valija con ropa, algunos libros y juguetes, mi muñeca preferida y un frasco de colonia inglesa, regalo de mi madrina. Mandé a Panchita, la muchacha encargada de la limpieza, a buscar un coche y salí a la galería con mi valija. En el zaguán, me topé con papá que llegaba muy nervioso. Me preguntó a dónde iba. -Aquí ya no se puede vivir, contesté, hay demasiados niños llorones y ya que mamá se va sola, yo también. Esto último lo dije en actitud desafiante. Me arrebató la valija de las manos y la estrelló contra la pared. El impacto, hizo que se abriera y desparramara todo por el piso. El frasco de colonia cayó al suelo estrepitosamente junto a mi ropa, vidrios rotos y el fragante contenido estúpidamente desperdiciado. ¡Tanto que la dosificaba para hacerla durar y ahora se escurría entre las baldosas! En ese momento, odié a mi padre por su violenta actitud, después, todo sucedió tan rápido, la enfermedad de mamá, su muerte y la nueva vida con los abuelos, que tras enterrar a su hija única, se hicieron cargo de sus cuatro nietos, una calamidad que no les dio respiro ni tiempo, para elaborar su duelo. La triste mañana que velaban sus restos, fui a buscar leche tibia para Joaquín, mi hermanito menor, oí a Herminia, la cocinera, decir, refiriéndose a mi padre, que no soportaría dormir sólo ni una semana, su comentario se truncó bruscamente a mi llegada. . Confieso que me hubiera gustado saber más, consideraba a mi padre un hombre fuerte, seguro y sin temores y lo que había oído, echaba por tierra esa consideración, de todos modos, no me atreví a preguntar, esa mujer, al decir de mamá, cocinaba como los dioses, razón por la que permanecía en casa, pero su lengua era de temer. Contra mi deseo, no pregunté nada, pero quedé muy intrigada. Meses después, encontré explicación a sus dichos. Mi padre, de nuevo dispuesto a contraer nupcias, para evitarse las complicaciones que seguramente le acarrearían tres niños pequeños y una hija algo mayor, se desentendió de sus cuatro vástagos y los cedió a los abuelos. Recién advertí la catástrofe en que nos sumía la muerte de mamá, cuando debimos abandonar nuestra hermosa residencia, en la ciudad de Jujuy. Dentro de sus amplias y luminosas habitaciones y en sus jardines donde el persistente aroma de las flores y el trino de los pájaros embargaba los sentidos, había transcurrido mi vida desde que tenía memoria. Los abuelos, que vivían a pocas cuadras de nosotros, decidieron trasladarse a su finca de Uquía, cercana a Humahuaca. Allí había mucho espacio y todo lo necesario para que sus nietos pudieran vivir bien. La realidad, era que abuela, dolida por la actitud de papá, temía que nos cruzáramos con su nueva mujer, en una pequeña ciudad era muy posible, lo consideraba una afrenta y su orgullo, no lo podía tolerar. En esos días, cumplí diez años. La muerte de mamá, me hizo madurar de golpe, junto a mis hermanitos, contenidos y cuidados, viajamos a Uquía A papá, lo perdoné, antes que padre era hombre, como dijo la cocinera, no lo podía evitar. Sin embargo, debo reconocer, que costeó los mejores colegios para nosotros, sus hijos y constantemente se preocupó por nuestras vidas, aún cuando lo veíamos muy poco. Próximo el año lectivo, tuve que convencer a mis abuelos y también a papá, de la urgencia de ingresar a un buen colegio donde continuar los estudios, irregulares, mientras duró la enfermedad de mamá. Elegí el Colegio del Huerto en la ciudad de Jujuy, donde mamá había cursado los suyos. Siempre tuvo fama de albergar a las niñas y jóvenes de las familias tradicionales de la ciudad. Era una buena razón, más que suficiente para que aprobaran mi petición. Sería en calidad de interna, le aclaré a mi padre para evitar que se opusiera. Ansiosa, con el equipaje listo, me despedí de abuelos y hermanos y viajé en tren, acompañada por la hermana de mi abuela que tenía la misión de llevarme hasta el mismo colegio. La Abadesa, una mujer alta y de severo aspecto, me recibió con un discurso que remató con su frase predilecta: “Las puertas de esta casa son tan estrechas para entrar, como anchas para salir” Después de darme instrucciones, órdenes y consejos me acompañó hasta el dormitorio que iba a compartir con otras niñas más ó menos, de mi edad. Así comencé una nueva y provechosa etapa. Mi carácter sociable, hizo posible una rápida integración. Generosamente, mis compañeras, me pusieron al tanto de la rutina. Recuperé el tiempo perdido y me afané en asimilar las enseñanzas impartidas. Teníamos muchas horas dedicadas a meditar y orar. Mi naturaleza activa e inquieta no era compatible con tan pasiva actitud. Esa obligación excluyente, me aburría tanto que ideé una manera de evadirme, sin evidenciarlo. Ponía cara de devota y dejaba vagar mi imaginación, repasaba mentalmente las lecciones, inventaba y adaptaba cuentos para relatárselos más tarde a mis compañeras. Así, en apariencias, cumplía las condiciones exigidas en ese sagrado recinto. La educación y la instrucción que se impartía, eran de excelente nivel y lógica consecuencia del esmero y dedicación puesto por maestras y profesoras. Al terminar el año lectivo, volví a la casa de mis abuelos a pasar las fiestas en familia. El reencuentro con mis hermanos fue emocionante y también algo fastidioso. Me trataban respetuosamente por la diferencia de edad y por lo que significaba, para ellos, estudiar y vivir lejos de casa. Rivalizaron por mostrarme todo lo que aprendieron durante mi ausencia. Al principio, la ansiedad, los puso insoportables. Conté hasta diez, y recordé lo que mamá hacía en estos casos, atendí al que menos se puso en evidencia. Les di a entender, que no era cuestión de gritar sino de mostrar educación y compostura. En la extensa propiedad, por donde corrían cristalinos arroyos que bajaban de la montaña, tenía mi abuelo su molino al que acudían los agricultores de la región a llevar el grano para la muela. Mi tarea, en tiempo de vacaciones, como nieta mayor y responsable, consistía en cobrarles, de acuerdo a la cantidad de cereal que traían a moler. También, clasificar la fruta, duraznos, ciruelas, manzana y uvas que se daban en abundancia. La mejor, era para la mesa, la madura para hacer dulces y mermeladas y una cantidad se separaba para consumir seca. Concluida mi tarea, después de rendirle cuenta al abuelo, de lo recaudado, me perdía en la cocina, ahí aprendí de Encarnación, la cocinera salteña, que siempre acompañó a mis abuelos, a cortar el durazno como se pela una naranja, hasta el hueso y preparar muñecas, que dejábamos secar, no era muy difícil en un clima tan desprovisto de humedad, también charqui, finas tajadas de carne de llama que cortaba y salaba para que resistieran hasta el momento de su consumo. Ya, en ese tiempo, curaba los cuartos traseros de ese camélido que, estacionado convenientemente, sabía como el jamón de cerdo. A la hora de la siesta, me gustaba verla preparar el pan. Lo hacía una vez por semana para toda la familia. En una gran batea, disponía la masa, previamente leudada, con sus hábiles manos la golpeaba y estiraba hasta que quedaba lisa y suave, entonces, cortaba un trozo y con ella, me dejaba preparar muñequitos para mis hermanos. Los colocábamos en chapas engrasadas, separados porque nuevamente tenían que leudar, como el resto del pan antes de cocinarlos. No había mucha leña para el horno porque los árboles de la zona, son escasos, el cardón, es un gran cactus con el que se fabrican muebles y se revisten paredes, pero no tiene gran valor calórico. El abuelo, con un peón, iba en busca de la leña que le dejaba en la estación, la gente del ferrocarril. El marido de Encar, como la llamábamos para abreviar, Paulo, era arriero, lo veíamos al regreso de sus prolongadas andanzas, ella, que conocía sus gustos, lo esperaba con un pastel muy sabroso, que nos invitaba a paladear, una especialidad, de masa dulce, cubierta de merengue y con un relleno semejante al de las empanadas, de carne de llama ó de gallina. Aguardábamos impacientes el momento en que lo sacaba del horno crujiente y apetitoso, y lo desmoldaba sobre una de las antiguas fuentes de plata de mi abuela. Era todo un ritual, mientras el pastel se enfriaba, el relato de alguna de sus historias, nos hacía más soportable la espera. Paulo, después de guardar el ganado y asearse, se arrimaba a la cocina. Con el sombrero en la mano, en el quicio de la puerta, saludaba primero a los patrones, mis abuelos, quienes lo invitaban a pasar, a su mujer y después a los niños que alborotábamos a su alrededor. No tenían hijos, siempre traía alfeñiques, tabletas de miel u otro sencillo presente. El aroma, delicado y apetitoso, de la comida invadía todo, como anticipo del placer que enseguida, íbamos a compartir. Recuerdo aquélla vez que el deseado pastel, como nosotros, esperó en vano. Paulo, no llegó, ni los regalos ni su humilde presencia asomándose a la puerta de la amplia cocina. Días interminables pasaron hasta que otro arriero, trajo la infausta noticia: Paulo se había desbarrancado en un difícil paso de la cordillera. Sus restos no pudieron ser recuperados. Encarnación buscó unos pantalones y camisas que le pertenecieron en vida y les dio sepultura junto al pastel que tanto le gustaba y ninguno de nosotros se atrevió a comer. Volví al colegio ansiosa y feliz por reencontrar a mis amigas De todas ellas, Delfina, la más querida, despertó, apenas la conocí, mi admiración por su delicada, etérea belleza, no parecía de este mundo, la dulzura y el buen carácter eran el sello de su personalidad. Noté su extrema delgadez, apenas comía, repartía entre nosotras, eternamente hambrientas, sus alimentos y también las golosinas que recibía de su casa. En el grupo que formábamos, además de centrar la atención por su natural sencillez, un halo, intangible y misterioso la rodeaba, algo que en ese momento yo no tuve la capacidad de analizar, pero sí de intuir. Un par de años menor que ella, buscaba insistente su compañía para encontrar un refugio en la dulzura de su trato y de sus palabras cuando la nostalgia embargaba mi alma. A veces, creyéndose a salvo de miradas indiscretas, la observé traslucir un estado de paz y felicidad que no eran terrenales. Como ante la presencia de algo misterioso e inasible, no me atreví a perturbar. No he vuelto a ver esa expresión, en persona alguna, al cabo de mi larga vida. Una noche, en mitad de un sueño profundo, desperté y la vi de rodillas, con el rostro en éxtasis, iluminado por un rayo de luna, ya no pude dormir, esa visión conmovió mi alma. Al día siguiente, en un momento de recreo, propuse en tono de broma, pero movida por un extraño, desconocido impulso, hacer un pacto. La que muriera primero, debía, de algún modo, manifestarse y contar lo que sucedía en el más allá. Un silencio profundo, mezcla de temor a lo desconocido y de trasgresión a las rígidas normas del colegio, siguió a mi propuesta, el sonido de la campana, nos volvió a la realidad. Luego de formar filas, entramos al aula, ellas cabizbajas y pensativas, yo firme en mi decisión. Esa noche, después de las oraciones, tomadas de la mano derecha, con la izquierda sobre el corazón, juramos cumplir lo pactado. Terminó el año y comenzó otro. En el acto inicial del ciclo lectivo, nos enteramos de algo irreparable, la muerte de Delfina. Mis compañeras, que conocían la entrañable amistad que le profesaba, se sorprendieron al verme tan serena. En ese momento, me pareció algo natural, era un ángel de paso y no éramos dignas de tenerla entre nosotras. Ya al conocerla tuve la certeza de lo inasible. Rogamos por su alma y todas lo hicimos con profunda y sincera devoción, convencidas de que alguien con sus calidades, debía estar bien en el lugar que Dios le hubiera asignado. Nos preparábamos para terminar el año lectivo. Prefería estudiar sola, así me podía concentrar mejor, evitaba distracciones y me abocaba a los temas que más me interesaban. Una tarde de examen, lo terminé antes que mis compañeras. Después de entregarlo para su corrección, salí del aula. Mis pasos me condujeron a la capilla, solitaria a esa hora. Una desconocida atracción me llevó frente a un altar secundario. Allí vi a Delfina, tal como esa noche en que súbitamente desperté. Su rostro bellísimo, iluminado por un rayo de luz que se filtraba por el vitral. Con expresión de serena felicidad, giró la cabeza lentamente hacia mí y sonrió con su dulzura habitual. Delfina cumplía lo pactado. Me encontraron horas más tarde, absorta, apretado entre mis manos, sin recordar cómo llegó, el delicado anillo con sus iniciales. La madre superiora, se alarmó al ver mi extrema palidez, según lo que me dijeron. Verdaderamente, me sentía muy bien, más aún cuando para volverme a la realidad, me notificaron del resultado sobresaliente de mi examen lo que consolidó mi ego y me gratificó por la dedicación y esfuerzo puesto en el estudio. Fui sometida a un examen médico y después al meticuloso interrogatorio de la abadesa en presencia de mi padre y el cura párroco. Me limité a decir lo que relaté, sin mencionar el anillo. El buen doctor, aconsejó que un mes de vida familiar, en compañía de los míos, sería el cable a tierra para alejarme de tan extrañas divagaciones. Mi cable a tierra era mi recuerdo y el anillo de Delfina. Preparé mi equipaje, como tantas veces, avalada por mis profesoras que atribuían mi estado a un exceso de estudio. Nada más alejado de la realidad, pero en fin, anticipaba mi regreso para encontrarme con mis hermanitos y abuelos a los que extrañaba muchísimo. Aproveché esos días de descanso para visitar a la madre de Delfina en compañía de mi abuela. Viajamos a su casa de Yala, un lugar encantador a unos cincuenta Kms. de la ciudad de Jujuy. Nos recibió emocionada y conmovida. Habían llegado a sus oídos, algunos rumores que deseaba confirmar. Me retuvo entre sus brazos, que me recordaron a los de mamá. Ante su insistencia, volví a relatar lo que ya sabía, pero quería escuchar de mis labios. A ella, le conté todo. Cuando abrió el estuche con el anillo, que llevé para dejárselo muy a mi pesar, lo acercó a sus ojos para ver hasta el mínimo detalle. Desapareció el color de sus mejillas. Estupefacta, perturbada aunque convencida de su legitimidad, sacó fuerzas de su dolor. Con los ojos húmedos contó que al aproximarse el fin, Delfina, pidió ser enterrada con su anillo. Ella misma, se encargó de dar cumplimiento a su última voluntad. Los que asombrados, escuchábamos, nos sumimos en un prolongado silencio. En tácito acuerdo, al no encontrar una explicación racional, aceptaron el hecho. Al despedirnos, ya más tranquila, su generosidad, me permitió conservarlo. Desde ese día, lo considero mi talismán, la evidencia de un Pacto Sellado. Jamás me separé de él. Lo considero mi bien más preciado. He dejado instrucciones para llevarlo conmigo el día de mi muerte. Deseo que mi voluntad sea respetada Y colgada de su cuello, llorando le repetía: - ¿A quién le daré el amor, este amor que recibías, igual que una bendición porque nada te pedía a cambio del sentimiento que en mi, nacía y vivía? ¿A quién le daré mis besos, esos besos que dolían en el alma, por quererte y tu, no correspondías? ¿A quién la inmensa pasión, que sin saberlo encendías, que crecía dentro mío y como un volcán, ardía consumiendo a cada instante lo que era la vida mía? Ya lo veo, no te importa nada de lo que te diga. Ni te importa ni conmueve. Fue todo una fantasía surgida de mi cabeza. En mi cabeza nacía y crecía sin pensar que era yo la que sentía, la que amé, la que besé, la que en mi mente tejía una historia que no fue. Que no era ni sería. El amor es entre dos, antes no lo comprendía. Se deshizo del abrazo y se alejó más tranquila, después de haber dicho todo lo que pensaba y quería. La buscaron esa noche, también al siguiente día. Al tercero la encontraron en estado de agonía, con una foto en sus manos que apretaba y deshacía muy cerca del corazón, que débilmente latía. De físico armonioso y rostro franco y agradable, lo veo a diario en mis visitas al pueblo. Saluda con natural simpatía y yo, que soy sensible a lo bello y a lo bueno, no puedo menos, que sonreírle y en tono de broma, aceptar sus encubiertos piropos. Nunca llegaremos a nada. Entre nosotros hay diferencias, entre otras, de edad, insalvables para mi, diga él lo que diga. Estoy acostumbrada a la libertad y a decidir sobre mi vida. Ni en mis peores momentos de debilidad aceptaría compartirla con alguien, además de soportar lo que la relación en pareja conlleva. Sin embargo y a pesar de todo, admito que su presencia y sus palabras despiertan en mi, sensaciones adormecidas, no muertas y son un bálsamo en los días que prefiero refugiarme en la soledad. Hoy me trajo unos rosales del vivero de su propiedad. No los había encargado ni tenía en mente plantarlos. Con la cantidad de hormigas depredadoras que pululan en el parque, es como incitarlas al vandalismo. Me persuade que están genéticamente tratados con un producto especial que ahuyenta a los insectos dañinos, en especial a las hormigas. No muy convencida, le indico el lugar donde deseo que las coloque. Antes de que pueda arrepentirme, ya cavó los fosos, vino con las herramientas en su camioneta, es decir que el muy ladino, daba por descontada mi aprobación. Se niega a cobrarme, insisto y amenazo con hacerlos sacar y llevarlos de nuevo al vivero si se empecina en su actitud. Estoy enojada, me reprocha por no saber aceptar un regalo de amistad y buena vecindad. -Eso si, un café, me vendría muy bien, - dice y después de acondicionar sus pertrechos, me pide autorización para entrar a la casa y lavarse las manos. Le indico el lugar y salgo a calentar el agua. El aroma del café recién molido, se esparce por los ambientes. Lo sirvo en la terraza que da al río. Lo veo muy de ganador y ya preparo mi jugada para bajarle los humos. - Puedo venir mañana? Me pregunta cuando lo acompaño hasta la puerta. - Por supuesto, le respondo- Tendrás ocasión de conocer a mi pareja que llega, precisamente, esta noche. Saluda con un movimiento de cabeza, sube a la camioneta y arranca con una violenta picada. Lo se, soy cobarde, no quiero, no me atrevo a perder esta libertad que amo más que a cualquier otra cosa en la vida. Me siento de nuevo en la terraza que da al río. El aroma a café, flota casi imperceptible en el atardecer otoñal. Pasa el río bajo el puente, bramando con la crecida, Arrastra todo en su furia y en sus ganas contenidas. Residuos, muebles, basuras, todo el agua se lo lleva Voy corriendo sobre el puente para arrojarle mis penas. POR ESAS CASUALIDADES QUE SE DAN EN NUESTRAS VIDAS, SIN HABERLO PROGRAMADO, SIN QUE NADIE SE LO DIGA, SIN MEDIR LAS CONSECUENCIAS, QUE ESE AMOR, LE ACARREARÍA, PORQUE AÚN NO ERA SU AMOR, NI OTRA COSA PARECIDA. Y SIN EMBARGO, NACIÓ Y CRECIÓ DÍA TRAS DÍA ARRAIGÁNDOSE EN SU ALMA Y CAMBIÁNDOLE LA VIDA, QUIÉN SABE PARA SU MAL, ELLA, CONFORME VIVÍA. AHORA, EN SU PENSAMIENTO, SÓLO PARA ÉL, HAY CABIDA. A VECES, QUIERE ARRANCARLO, VOLVER A SER LA TRANQUILA, LA QUE PASABA SUS HORAS, TAL Y COMO ELLA QUERÍA, DUEÑA DE TODOS SUS ACTOS, DE SU TIEMPO Y DE SUS DÍAS, DE TODOS LOS SENTIMIENTOS QUE ALBERGABA Y DISPONÍA. AHORA, NADA ES IGUAL. EL CONTROL QUE ANTES TENÍA, HA ESCAPADO DE SUS MANOS QUE SE HAN QUEDADO VACÍAS, COMO SU MENTE DE JUICIO, SENSATEZ , SOBERANÍA, SOBRE SUS ACTOS, QUE ANTES DOMINABA Y SOSTENÍA. ENTRE TANTAS CIRCUNSTANCIAS, QUE PARECEN, NEGATIVAS, SURGE SU AMOR, COMO UN FARO, COMO UNA TEA ENCENDIDA Y ELLA CORRE HACIA ESA LUZ, SIN DESVIARSE Y SIN QUE INSIDAN, NI TEMORES NI RECELOS, SÓLO UNA COSA, PODRÍA DESVIARLA DE ESE CAMINO Y ALLÍ SI, SE DETENDRÍA. SER LA CAUSA DE UN DOLOR, DE UNA PENA, DE UNA HERIDA….. De todas mis conocidas, Camila, es la más ingenua, una lluvia de frescura, es su risa placentera. De dobleces, no conoce, es una mina sincera, al tratarla, se comprende, no existe quien no la quiera. A veces pasa por tonta, se lo dije alguna vez. Pero es inútil, decirle. ¡Nunca me lo va a creer! -No toda la gente es buena, muchos son aprovechados. Los que llegan a su puerta, son todos “necesitados”. Ella los atiende y brinda, lo poco que ahora le queda, -“Dios proveerá”, me dice, si trato de detenerla. -“Ama al prójimo”, Jesús dijo, no más que a ti, sino, igual. Responde, la muy ingenua, - “El , de mi se ocupará” Ha hipotecado su casa, de muebles sólo le quedan, una estrecha y vieja cama, una sillita de estera, una mesa de tres patas y de ropa, lo que muestra. Le llevamos hace días, utensillos, prendas nuevas, algunos muebles antiguos, esos de buena madera. Por una puerta, entraban, salían por la otra puerta. Quizás ella esté en lo cierto y yo, debo ser la ingenua. Se siente bien, despojada, de las cosas más superfluas, Libre como un ave libre, sin ataduras terrenas. Estaba decidido. No iba a volver con las manos vacías para tener que soportar el desprecio y las burlas de su mujer y sus cuñadas. ¡Esas arpías que se odiaban entre si, pero se aliaban para atacarlo cuando regresaba derrotado!. Definitivamente, no tenía pasta para vendedor. Eran las once de la mañana, tocó el timbre, una mujer asomó la cabeza por la ventana y preguntó qué quería. Desgranó las fórmulas aprendidas a través de los días, sin pausa, ni tregua. Ensalzó las cualidades de lo que ofrecía explayándose a medida que sacaba uno a uno los artículos para la venta. Ella cerró el postigo y lo dejó con su discurso inconcluso. Arremetió contra la puerta con sus toscos zapatones y empezaron a saltar astillas de la madera. Sin vecinos próximos, ni curiosos, aprovechó para desahogarse de tantas broncas acumuladas. Se escucharon gritos y apareció la mujer, por una puerta lateral, enarbolando un palo con el que asestó golpes en la cabeza y espalda del frustrado vendedor. La sorpresa del ataque, no le dio tiempo a reaccionar. Cubrió su herida cabeza con las manos y soltó un grito lastimero. Ella, asustada dejó caer el palo y volvió con una palangana con agua y una toalla. Despatarrado, sobre el cordón de la vereda, se dejó limpiar el corte sangrante de la frente. Lo hizo pasar a una habitación pulcra y luminosa. En los antepechos de las ventanas, tiestos con plantas y flores ponían una nota de color. Le sirvió una bebida refrescante, ocupó la silla frente al hombre y con voz pausada habló: - Hace seis años que soy viuda, vivo de la pensión que me dejó mi marido. No molesto a nadie, no tengo hijos y vivo sola, no me falta nada pero tampoco puedo darme el lujo de comprar lo que no necesito. Usted se enojó y me rompió la puerta. Yo me enfurecí y le rompí la cabeza. La ira es uno de los siete pecados capitales y hemos permitido que se adueñara de nosotros. Ahí están las consecuencias, mi puerta y su cabeza rotas, los dos perdimos. Bajó la cabeza y añadió con la voz entrecortada: -“Me siento avergonzada…. y arrepentida” El hombre carraspeó, sorbió de su vaso y en voz baja, agregó: -Tiene toda la razón. Pero no reaccioné así porque usted no quisiera comprar. Estarían rotas las puertas de todas las casas, si así fuera. Es muy largo de contar, además no tiene porqué saberlo, es mi vida, mi privado infierno. -Bueno, ya estoy mejor. No hay de que preocuparse, no fue nada serio. ¿Tiene martillo y clavos? Soy muy bueno para arreglar cosas. Debí seguir el oficio de carpintero, como quería mi padre. Le voy a dejar la puerta mucho mejor de lo que estaba. Después la cepillo y con un par de manos de impregnarte quedará como nueva. Ella salió a buscar lo que el hombre le pidió, después entró a la cocina a preparar algo sencillo para invitarlo a comer. Quién sabe…. pensó De reojo, mientras lidiaba con las herramientas, la veía trajinar en la cocina y por una vez, se sintió feliz y comenzó a silbar, como en mucho tiempo, no lo hacía. – Quién sabe…. Se escuchó decir. Vamos mi querido Juan, Vamos a hacer navegar estos hermosos barquitos que aprendiste a fabricar. Los echaremos al río, ¿Los volveremos a ver,? Lo que arrastra la corriente, no se puede detener. ¡Que lindas se ven las naves, en prolija formación! Hasta que un golpe de viento, rompe con la perfección. Qué pena, se hunden vencidos, sólo uno ha quedado en pié, ¡Mira qué veloz se aleja,! ¡Nada ha podido con él! ¡Alcanzará su destino, tu barquito de papel! Chacarera caraqueña, de los pagos de Santiago, para que la baile Fili, el día de su cumpleaños. Hermanada a la ciudad del país venezolano. Son dos perlas diferentes, innegable, es su valía, Caracas por señorial, Santiago por su hidalguía. Chacarera caraqueña, dedicada a Filiberto, tan alegre y divertida, que hace bailar a los muertos. Para lucirse en el baile, esta danza de parejas, castañeteando los dedos, encima de las cabezas. La china en el zarandeo, revolea sus polleras, el chango le retribuye con alegre zapateo. En el juego de la danza, girar, rondar y volver, En un momento avanzar, en otro, retroceder. Como bailar un joropo en tierra venezolana, después que se ocultó el sol y asomó la luna blanca. Chacarera caraqueña, de los pagos de Santiago, Para que la baile Fili, en su próximo cumpleaño. Guitarra, violín y bombo, no hace falta mucho más, Si se agrega la garganta del que siente su cantar, el canto siempre acompaña, diría que es lo habitual. Puede ser triste o alegre, pero el baile sigue igual. Con arpa, cuatro maracas y buche para cantar en su ambiente acostumbrado, este amigo singular, Hermanado con la música y en un solo pensar, llegará a los corazones con un canto de amistad. Don Filiberto Oliveros está dispuesto a bailar, Al revuelo de polleras, ya comenzó a zapatear. ¡De pura cepa, el criollo, gaucho de raza, además, De corazón caribeño y carisma universal!. Chacareras y joropos, él los baila por igual. Chacarera caraqueña, con aires de mi Argentina, De la “Madre de provincias”, en esta tierra divina. Quiero llevar a Caracas las coplitas de estos pagos. Dulces como la algarroba, como el mistol de Santiago. Chacarera caraqueña, que con maña yo me apaño, Es mi regalo Don Fili, hoy, día de tu cumpleaño. Después de pasar treinta años encerrado en la gayola, Vuelve el que pibe se fue, por garfiñar en el rioba. Desde nacimiento, garca, pa´vago, mandado hacer. Gambeteador de laburos, llegado para perder, Afinó la habilidad, congénita de sus garfios. Muy brevemente la usó. Cuando a un bacán, intentó,ranfiñar la billetera, le cayó la ley fulera con el máximo rigor. Cansados de sus balurdos, nadie un cable le tiró y todos los que garcó, llamados a atestiguar, lo mandaron a guardar por treinta años, en prisión. De la juiciosa, salió un día gris de garúa, ¡Qué cambiado estaba aquello! Nada quedó del ayer. En el potrero, que fue, un drug store muy señero, edificios, rascacielos…. Buscó el bulo... y no lo halló. En el lugar que él creía, que estaba,había ahora un Spa , que con holgura, brindaba, masajes, gimnasia, sauna… Para su infelicidad, las veinticuatro horas del día, con total seguridad, Siguió de largo, sin pausa y fue el colmo, atropelló, a una paica que bajaba de un bote como un avión Cuando la junó de cerca, asombrado comprobó que era la paica Estercita, ella ni lo registró. Gambeteando los charquitos, el gilastrún, se esfumó. Seguro, anda por Retiro.¡Araca con el chabón! Penélope, hermosa y prudente, pasa, tejiendo ilusiones, con hilos de fantasías y urdimbre de sinsabores. Su Ulises, ha de partir. De su destino, es el dueño, en afanes de aventuras, donde la meta, es un sueño. Con sus rudos marineros, enfrentará, sin temores, peripecias y quebrantos, desafiando a algunos dioses y a otros, confiándose, para obtener sus favores. En un mundo tan convulso, de cíclopes, dioses, centauros, Ninfas, sirenas, gigantes hechiceras y hasta faunos, en variada procesión, su sendero, van cruzando. Penélope, teje y desteje. No sabe qué excusa dar, a todos los que pretenden, a su Ulises reemplazar. Trajeron el ultimátum, no van a esperarla más. Disfrazado de mendigo, con su abultado carcaj No quedará ni uno vivo, ¡Ulises, vuelve, a reinar! Nació Jesús en Belén, de la tribu de Judea, bajo el reinado de Augusto y de una Roma guerrera. Cumplidos los treinta abriles, dejó a José y a María, con quienes había pasado, hasta el momento su vida. La hora de su misión, en la tierra, se acercaba. Una atroz incertidumbre, como hombre, lo aniquilaba, lo sumía en mil temores, el corazón le estrujaba, hacía brotar, de sus ojos, sangre y lágrimas amargas. Pero su esencia divina del dolor, lo rescataba, convirtiendo en fortaleza su debilidad humana. Reinaba Tiberio, en Roma. Jesús fue en busca de Juan quien el bautismo le dió, en las aguas del Jordán,. Su vida pública, inicia, es tiempo de comenzar a predicar su doctrina, basada en Amor y Paz Multiplica sus milagros, son prodigios de verdad y busca a sus seguidores, doce apóstoles serán que la nueva fe, en el mundo, con fervor, propagarán. Lo acusan de sedicioso, de buscar confrontaciones contra el gobierno romano que no acepta restricciones. Acusado de “blasfemo”, el Sanedrín, lo condena Pilatos, lava sus manos, ese acto avala su pena. Empieza el triste calvario de dolor y sufrimientos de amargas humillaciones que soporta sin lamentos. Su resistencia se quiebra, al ver al pie del calvario a María, destruída. Verónica con el sudario, enjuga el rostro de Cristo que allí dejará plasmado. La muerte, sobre el pecado, Jesús, el Hijo de Dios, Por propia naturaleza y jamás por adopción. Divino y Humano, en EL, una misma esencia, son. A los tres días siguientes, será la RESURRECCIÓN Inasequible a los hombres, a la muerte superó En la Encarnación, El Verbo, en Cristo, se humanizó. Decidida a ser feliz, sin nadie que la interfiera, Volvió del diario trabajo, un atardecer cualquiera. Abrió la puerta de entrada y como siempre, encontró, ropas y cosas tiradas, por todo a su alrededor. En la bolsa de consorcio, todas las cosas volcó, Sin importarle del dueño, ni el uso que se les dió. Pasó luego a la cocina, dos bolsas necesitó para tirar las sartenes, los platos que alguien rompió, Vasos, tazas y cubiertos, que nunca nadie lavó. Siguió por el lavadero, baños, patios y demás Se sumaron otras bolsas que se propuso tirar. Justo un muchacho pasaba con un carrito a pedir Ella le dio una propina, él llevó todo, feliz. Estaba muriendo el día, terminaba de limpiar, En los pisos que brillaban, se podía uno, mirar Los espejos que quedaban reflejaban otro hogar. A aquel sórdido y mugroso ni lo pudo recordar. Feliz, cansada y contenta, se dispuso descansar, en el preciso momento que empezaron a llegar sus hijos, con los amigos, extrañados al mirar lo limpio y ordenadito y salieron a buscar las cosas que ya no estaban ni lograron encontrar. Aunque estaba muy cansada, no quiso disimular. Su enojo había alcanzado niveles sin superar con su bronca que afloraba, los amigos despachó y a los vagos de sus hijos con un cinto amenazó. fueron todos rapidito calladitos a dormir y antes de cerrar los ojos, se dijo: ¿Esto, será " Ser Feliz"? Yo te quisiera decir, cosas que tengo guardadas y necesito saber, que estás dispuesto a escucharlas. Tal vez no sean importantes y las juzgues tonterías, Pero si callo, presiento, no habrá otra vez, en mi vida. Desde que te conocí, tuve la certeza plena, eras quien yo había esperado y concluía mi espera. Tus palabras y actitudes, las sentí como respuestas a tantas expectativas de mi afiebrada cabeza. Eras quien yo había esperado, todo me lo confirmaba y fui tejiendo ilusiones como hace una enamorada. Entre tantas fantasías, en el centro, siempre estabas, de compañero, de amigo, de amante fiel y soñaba que mi futuro en tus manos, dócilmente, te entregaba. Ahora se que no es así. Que ya tienes compañera, y jamás podrás querer a otra que no sea ella. Nada tengo que objetar, aunque tu elección me deja, sola de esta soledad y triste de esta tristeza. Nada tengo que agregar, aparte de “Que seas feliz” Si alguien tiene alguna culpa, la tengo yo, que asumir por alentar sentimientos, que anidaron sólo en mi. La princesa Ling Yuan, de la Dinastía Ming, nació en un bello palacio, en la ciudad de Pekín Tiene un pequeño oso panda, regalo de un mandarín. Lo alimentan con bambúes que crecen en su jardín. Una doncella, la viste, con hanfu turquesa, bordado con hilos de oro y ramitos de cerezas. Otra, su cabello oscuro, que le llega a la cintura, trenzó con hebras de plata, en complicadas figuras. En sus almendrados ojos, con fino pincel, marcó, prolijamente, el contorno y las cejas dibujó. Un lunar, en la mejilla y su boquita ha pintado, del color de los duraznos, cuando al sol, han madurado. Sus manos, lucen tan bellas, suavemente nacaradas, finos, los dedos, rematan, en uñitas sonrosadas. Sus pies, ¡Oh sus pobres pies! Con vendajes apretados, los delicados huesitos, por tradición, deformados. Mientras más pequeños son, más han sido torturados. Ling Yuan llora el cruel destino que le niega caminar. Envidia a sus servidoras, ellas vienen, ellas van, por los senderos floridos del magnífico jardín. Ella sólo puede hacerlo, sentada y con baldaquín. Hoy llega el príncipe Ching, de la Dinastía Tang. Ultimará los detalles de su boda con Ling Yuan. Trae costosos presentes, que son ofrendas de amor, destinados a su novia, la hija del Emperador. Artemisa con sus ninfas, recorren el bosque espeso, siguiendo al arroyo manso, hasta encontrar un hoyuelo. Allí decide la diosa, descansar por un momento. Las ninfas que la acompañan, desnudan su blanco cuerpo. Sumergida bajo el agua, que le llega hasta los senos, disfruta de su frescura, en un mediodía bello. Ni se le ocurre pensar, que un joven está al acecho. Es un príncipe tebano, Acteón, que anda con sus perros y que en medio de la fronda, en busca de algún rebeco, se ha topado con la diosa y ya ha sido descubierto.Las ninfas que la protegen, hasta ella van corriendo a contarle, a su señora, que bien furiosa, se ha puesto. Cubierta su desnudez, a Acteón, encara, al momento. Sin decirle una palabra, lo ha convertido en un ciervo. Azuza con una lanza, a los despistados perros que incitados por la diosa, desconocen a su dueño. De lo que fuera el tebano, sólo quedan mondos huesos. Aquí, en el salón de Julia, del barrio, de Santa Rita, se bebe, baila y alterna, con mujeres de la vida. Allí está Rosendo Juárez, guapo, de los respetados es el matón, de un caudillo, una luz, para el cuchillo, por valiente y peleador, es de los más admirado. Sin llamar, ni ser llamado, entra Francisco Real, Su actitud provocadora, crea un hondo malestar. Aparta a los que se acercan , intentándolo, parar. Se va derecho a Rosendo, al que acaba de ubicar. Dispuesto a dejar en claro lo que busca averiguar, si la fama de Rosendo, es mentira ó es verdad. Todos quedan expectantes, por saber qué pasará. Rosendo, nada responde, tampoco quiere pelear. Su mujer, la Lujanera, pone el cuchillo en su mano, A aceptar el desafío, ella, pretende, obligarlo. Por la ventana, él, lo arroja, al arroyo Maldonado. Por cobarde, lo abandona y abraza a su retador. La Lujanera a Francisco, le ofrece su corazón. Cabizbajo, oscuro, Rosendo, se traga la humillación. El malevaje que anida en un propio del lugar, avergonzado y dolido no lo puede soportar. Sale tras de la pareja y al rato, se lo ve entrar. Regresa La Lujanera, arrastrando al compañero que en sus brazos agoniza, por un chuzazo certero. Policías de a caballo, llegan a hacer la inspección. El cuerpo del tal Francisco, en el arroyo, se hundió. Los presentes se retiran, ya se acabó la función La afrenta ya está vengada y Rosendo se marchó El verdugo ha castigado al que a su ídolo mató. Juan Javier y Juan José, dos hidalgos españoles, uno era de Pontevedra, el otro, de Barcelona. Javier, de niño, miraba, al Atlántico, impetuoso, invitándolo a viajar sobre el oleaje espumoso. Dejar la antigua Lambrica, de fenicias factorías, a su Virgen Peregrina, a sus muy profundas rías, para internarse en la mar con su brújula por guía.. Juan José, en el otro extremo, con vista al Mediterráneo, nacido en el casco antiguo, creció mirando los barcos, que desde el puerto, zarpaban hacia los mares lejanos. Sus claros ojos tenían, profundidades de océano. Quiso el destino cruzarlos, en Flandes, un día cualquiera. Ambos iban por trabajo, en tiempo de frío y nieblas. El viento del mar del Norte, castigaba sin piedad y los jóvenes entraron a protegerse en un bar. Salieron sin conocerse, entre la ventisca helada partieron luego sus barcos sin que cambiaran palabra. Meses después, en Manila, el destino los juntó, mirando el mar de la China, panorama de color. Juan Javier, tenía un encargo y en un comercio encontró, el mantón para la virgen que al partir, le prometió. Juan José, quedó encantado y para su madre, encargó, otro igual y con su carga, salieron juntos, los dos. Uno partió hacia el oeste, el otro allí se quedó. Inescrutable, el destino, al Callao, los convocó, sobre el Pacífico calmo que en él los depositó. Su juventud la pasaron sobre barcos y en la mar, Sus mejillas se curtieron por el viento y por la sal, por los soles, por los fríos y el tiempo con su impiedad, cegó la luz de sus ojos, surcó de arrugas, la faz. Eligieron su camino, viven en tiempo de paz, Arrostraron mil peligros y el destino los perdona. Javier volvió a Pontevedra y Juan José a Barcelona. Se ve tan sola, tan triste y abandonada, tu casa… Donde reinó la alegría, ¡de aquello, no queda nada!. Donde tu risa y mi risa, anfitriona e invitada permanentes y en tu mesa, la cabecera, ocupaban. Las cortinas se han cerrado, las puertas, están selladas para evitar las salidas e interferir las entradas. No se oyen esas canciones que al oído deleitaban. ¡Con tan sincera ternura al corazón le llegaban.! El jardín, que era tu orgullo, y con tanto amor cuidabas donde las rosas más bellas, que he visto, lo perfumaban, donde los setos, lucían en prolijas y alineadas profusiones de color, las flores más delicadas. De toda aquélla hermosura, ¡ahora no queda nada! La maleza ha invadido lo que antes engalanaba. Los árboles se ven tristes y mustias todas las plantas. Y cómo habría de ser, ¿qué otra cosa yo esperaba? Si no estás en esa casa, si de ti, no queda nada, desde aquél aciago día en que el amor expiraba. Desde que ella se marchó, Su vida ha perdido el rumbo. Nada será lo que fue. Este mundo, no es su mundo. Se pasa mirando el techo en su cuarto silencioso, donde no entró más la luz desde que ella se marchó, dejándolo pesaroso. La buscó todos los días En sitios que frecuentaban Y en las noches angustiosas, en su triste y fría cama. El tiempo todo lo cura. El esclavo, la olvidó. Posible es que vuelva a serlo, Otra vez, se enamoró. Sumido en la densa niebla, por el alcohol inducida, se olvidó hasta del motivo que lo llevó a la bebida. No tiene claro, cuál fue, el conflicto de su vida, si el amor de una mujer, ó si ya nació perdida. A veces, cuando su niebla, por segundos, se disipa, lo enceguecen las visiones que iluminaron su vida, en el tiempo que se fue, cuando era digno vivirla. Sólo dura unos segundos de paz, de amor y caricias, de lúcida placidez, luego, todo se termina. Ansioso por retenerlos, vuelve otra vez a beber. Y en el fondo de la copa, busca su vida de ayer. Conocerte, para mi, fue una de las cosas buenas, que en la vida, me pasó y quiero que tu, lo sepas. No pretendiste cambiar mi rumbo ni mis ideas, Compartiste mi ilusión y acompañaste mis penas. Respetaste mis silencios y nada que te dijeran, logró menguar el afecto, que un día te mereciera. Tampoco el mío menguó y espero que se mantengan. Y si por la vida voy alegremente confiada es por saber que te tengo y no necesito nada que no sea esta certeza que alimenta mi confianza. La anciana dama sonríe, recuerda el tiempo pasado,cuando a todos deslumbraba con su belleza y su garbo,Eran los años dorados de espléndida juventud,una corte la rodeaba y brindaba a su salud.Apasionados elogios, flores, libros y regalos,bellos poemas de amor, los requiebros más variados.Serenatas por la noche , invitaciones, saraos…Ella aceptaba sin ganas, ya se había acostumbradoa ser el centro y el eje y el sol de ese mundo vano.Su padre, rico banquero, en vías de serlo más,la prometió a un aristócrata que le doblaba la edadEn sus castillos de Praga, de Francia, en la Costa AzulÓ en su piso de Manhatan sus días transcurrirá,entre fiestas, agasajos, ceremonias y demás.Con la nobleza europea, más rancia, se codearán.El Derby, Mónaco, Ibiza, los van a ver frecuentar. Las revistas de Sociales, de ellos se van a ocuparcon fotos de sus andanzas, sus modelos y su hogar. El día del compromiso, todo estaba preparado, ella vió por su ventana a un joven, ocupadoen terminar las borduras de sus jardines amados. Bajó con curiosidad, al verlo tan concentrado,Levantó él la cabeza, cuando ella llegó a su lado.Lo que después ocurrió.. ¿lo contará la señora?que el día del compromiso, decidió cambiar su historia. Volvía, en un día de invierno, de una salida obligada, cuando encontré en mi camino, una cucaracha helada. La levanté suavemente, la rescaté de la escarcha, donde yacía moribunda, con la patita quebrada. La dejé sobre un pañuelo, de fina batista blanca y para darle calor, la abrigué con mi bufanda. Con la carga emocional, que el caso me provocaba, encendí las cuatro estufas, apenas llegué a mi casa La fui a dejar junto al fuego que alegre, chisporroteaba. Y vi, para mi contento, que lentamente lograba, volver a la triste vida que el destino le negaba. Corrí hasta la alacena y mientras le preparaba un pasticho de miguitas, queso crema y miel rosada, veía a la pobrecita que esforzándose, trataba de arrastrarse, sin lograrlo, por su patita quebrada. Le dejé sobre un platito, la comida preparada y volví por una cinta scotch, esterilizada. Con pericia le vendé la patita lastimada, le cantaba una canción , buscando tranquilizarla ella me dejaba hacer, a mi cuidado entregada. Mi desvelo resultó, mejor de lo que esperaba, Al día siguiente, feliz, la cucaracha cruzaba de borde a borde la alfombra, con su patita salvada. Agregué más leña al fuego para evitar que se enfriara y fui en busca de alimentos para que no le faltaran. De regreso me encontré con algo que no contaba Durante mi breve ausencia, la señora que limpiaba, al ver a la cucaracha, como una reina en mi casa, Le vació un tubo de Raid……………………… Por más esfuerzos que hice, no logré reanimarla. Muy dolida me quedé por esa historia pasada. Despedí a mi servidora y con voces destempladas. Se que por allí anda diciendo que yo soy una tarada que no se sorprendería si me internaran mañana ó si hago una Fundación para albergar cucarachas. Ella me tiró la idea, junto a Carol, lo hablaremos, Carol Love, con sus hormigas y yo, bueno, ya veremos…. El angustioso mensaje de tía Paulina, hizo que cambiara mis planes. Me pedía que viajara urgente a pasar con ella y Efraín, su marido, las fiestas de Navidad. -Creo que no habrá otras, para él, agregaba. Hermana menor de mi madre, conoció a Efraín en un viaje al Bolsón, en Río Negro. Se casaron al año siguiente. El tenía un próspero comercio en el lugar, uno de los más encantadores del país. Fue muy duro, para mí, Paulina, era mi mejor amiga y compañera y mi tía preferida. Los visité varias veces y lo pasaba muy bien, aunque notaba, en él, una tendencia excesiva hacia mi persona que me obligaba a anticipar mi regreso, a pesar de los insistentes ruegos de ella para que me quedara. Tal como dijo Paulina, Efraín estaba muy enfermo. Mi visita lo revivió, según él. Me puse en guardia, por las dudas. Se levantó de la cama para acompañarnos en las celebraciones con amigos, opacadas por la situación. Después de brindar, fui, sola, a sentarme en el solitario jardín. Recordé un poema de Borges: “Si para todo hay término y hay tasa y nunca más, y última vez y olvido Quién nos dirá de quién en esta casa, sin saberlo, hoy, nos hemos despedido” Al despedirme, al día siguiente, Paulina me abrazó, acongojada, llena de dudas en lo porvenir. Prometí volver apenas se produjera lo inevitable. Dos semanas después, recibí un llamado urgente. Tenía preparado mi bolso y conseguí el único vuelo de ese día. Para mi sorpresa, Efraín, me esperaba en el aeropuerto. Cuando logré deshacerme de su abrazo, le oí decir: - Lamentablemente, Paulina, falleció esta mañana. ¡Necesitaba tanto que vinieras a acompañarme! Era una pareja básica, de las muchas que pululan, sin objetivos concretos, con consistencia de espuma que espera, por leve viento, que la cambie de postura. Se miraban a los ojos y reían sin cesar Ella, su media naranja, él, para ella, su ideal. Al ver cómo lo pasaban, con tanta felicidad, Se diría que han hallado, la clave del bienestar. ¡Tantos corremos tras ella y sin poderla encontrar! Al cabo de poco tiempo, tuvieron el primer hijo. Creció en medio de los básicos y se convirtió en prodigio. De tres años escribía y leía de corrido Conversaba como adulto. Como un adulto “erudito”. Incursionaba en los clásicos y con grave y sano juicio resolvía los problemas planteados por los vecinos. Dominaba cinco idiomas, ¿ó eran siete?, da lo mismo. Entre el chiquillo y su entorno, se profundizó el abismo. Los básicos, seguían básicos. ¡Con toda felicidad! Tal para cual, muy sencillos, carentes de vanidad. El hijo empezó a viajar, a otros países, becado, Títulos, premios, medallas, obtenía en todos lados. Cosechaba para si, mientras seguía estudiando. Al enigma de los básicos, la respuesta, he encontrado “De factores Negativos, POSITIVO, resultado.” Era tan pobre, tan pobre, la sola vez que comía, si es que al gato del vecino, le sobraba una sardina. Se abalanzaba, sobre ella, con tanto afán y premura que una vez, por apurado, se rompió la dentadura. En toda su larga vida, nunca, jamás trabajó. Se pasaba el día entero con sus huesitos al sol. En los días del invierno, hibernaba en la prisión, que para su buena estrella, tenía calefacción. Procuraba estar lo justo, hasta que vuelva el calor, para seguir nuevamente con su rutina anterior. Pobre pero respetuoso, nunca a nadie le faltó Ni pedía ni robaba. El gato le permitió, comer lo que a él le sobraba, pero nunca se lo hurtó. Un buen día, el pobre- pobre, una maleta encontró Y se pasó la mañana, en busca del perdedor. También durante la tarde. Al fin, el juez decidió que la abrieran, para ver, que guardaba en su interior. Se reunieron los vecinos. Entre ellos, apostaban, lo que podían hallar, a todos interesaba. Para general sorpresa, en hileras, apretadas, gruesos fajos de billetes, verdes, desde donde los miraban, los ojos de Benjamín, con párpados a media hasta. El juez, con gesto severo, ordenó que lo escoltaran, para guardar el tesoro, hasta que al dueño, encontraran. Aseguró al pobre-pobre, que a él le correspondía, por ley, un buen porcentaje, y la ley se cumpliría. Los vecinos, empezaron a mimarlo y consentirlo, Lo invitaban a comer, Lo trataban con cariño También hubo algún intento de sacarlo de soltero. Más cuando el tiempo corría y nadie se presentaba a reclamar la fortuna, que en el banco dormitaba, el juez dispuso un buen día, la entrega de ese dinero, al pobre que lo encontró, por honrado y por sincero. Dedujo una escasa suma, por “gastos de papeleo”. Eso es lo que dijo el juez, entre nos, yo no lo creo. Como nunca lo contaron, no hubo forma de saberlo. En sencilla ceremonia, al ex pobre, se entregó, la maleta, más liviana, que el día que la encontró. El de eso, no dijo, nada, ni siquiera lo insinuó Se compró una guitarrita, al restó, lo repartió, entre los buenos vecinos. El con nada se quedó. Ahí anda el pobre- pobre con guitarra a pleno sol. Apenas llegue el invierno, se guardará en la prisión. Volví a la casa paterna, a la que no me acercaba desde el día frío y gris, en que a mi madre velaban. Las puertas dobles del frente, a las que yo recordaba, por el trabajo exquisito de su madera labrada, en poco, a las del recuerdo, que guardo, se asemejaban. Abrí las puertas del frente con las llaves que llevaba, con un chirrido forzado. Hasta tuve que empujarlas por falta de un lubricante en sus gastadas bisagras Ante mi se presentaron, imágenes de la infancia, cuando de bullicio y risas, mi casa, estaba poblada, Los helechos, los jazmines, en todas partes mostraban el verde maravilloso y el perfume que empalaga. Bajo la capa de polvo, sus mosaicos, ocultaban el brillo y los arabescos que de niña me gustaba recorrer con mis deditos, como si los dibujara. Tras las vidrieras, opacas, a los vitreaux de la sala, imposible fue apreciar. La memoria me ayudaba a reconstruir escenas de mi niñez encantada. El resto, no quise ver, todas las puertas cerradas, albergando las vivencias, las risas y las palabras, mis más caras fantasías y hasta una parte de mi alma. Con siete llaves de bronce, seguirán, allí, guardadas. ¿El Amor, cuando termina, sabe alguien dónde va? Se extinguirá por si mismo. ¿ Encuentra en otro lugar, condiciones más propicias para volver a empezar? Las lágrimas que derraman, los que sufren por amar, ¿es el viento, que las seca, ó se pierden en la mar? Las promesas no cumplidas provocan tanto dolor… ¿Hay algún juez, en el mundo, que juzgue al incumplidor? Y si ese juez lo condena, ¡que sea a prisión perpetua!. ¡Que no vea más la luz! A mi, me privó de verla En el estrecho sendero, que a tu casa me llevaba, tuve siempre que evitar, piedras, palos y hasta ramas. Era tan grande mi amor que todo yo lo sorteaba, sólo por llegar a ti y escuchar unas palabras. No eran palabras de amor, que era lo que yo esperaba, sólo tus necios caprichos de jovencita malcriada. Tus desplantes, tu mal genio, la endurecida mirada, que en tu rostro de azucena, iban dejando sus marcas. Era tan grande mi amor que todo lo soportaba tan solo por permitirme que de rodillas, te amara. Así fue pasando el tiempo y humilde, yo lo aceptaba. Un día que te excediste en destruir mi esperanza, con el corazón partido, volvía para mi casa. Sobre el puente, miré el río. Deseos no me faltaban, de terminar con mi vida y hundirme en la correntada. Tan grande mi decepción y mi decisión tan clara que fascinado quedé, apoyado en la baranda, con los ojos concentrados en las turbulentas aguas. No sería mi destino, ni era la hora señalada. Una voz que yo creí que del cielo me llegaba, dulcemente me decía –“ Me acompaña hasta mi casa? Se escapó mi lazarillo tras una perra encelada, y me ha dejado perdida, sola en mi oscura mañana.” Era un ángel, una virgen, alguien que Dios me mandaba para volver a la vida y olvidar a aquélla ingrata que desangraba mis venas y a mi alma martirizaba. En ella encontré el amor, la dulzura que buscaba, la comprensión y el cariño que tanto necesitaba. Ante el mundo y de rodillas, pedí que Dios, me dejara, ser su eterno lazarillo, era todo lo que ansiaba besar el suelo que pisa, comprenderla y ayudarla y jamás abandonarla, por una perra encelada. Era una luna redonda, que encendida, iluminaba con viva luz blanquecina, todo el ancho de la playa Tendida sobre la arena, una diosa, semejaba, blanca, como el alabastro y a su suerte, abandonada En sus ojos de gacela, la luna, se reflejaba la leve brisa nocturna, sus cabellos enredaba. . No era cuestión de perder, la ocasión de retratarla Corrí a buscar una tela, pinceles para pintarla, la paleta de colores que tenía preparada, con la ilusión de captar la visión que me atrapaba Mi entusiasmo juvenil, ponía en mis piernas, alas. Y en mis manos el deseo, urgente, de dibujarla. Volví del taller, cargando con lo que necesitaba Pero todo había cambiado, la luna y su luz, no estaban las nubes que trajo el viento, la tenían secuestrada. Tiré las cosas al suelo, sólo en la diosa, pensaba y fui a buscarla al lugar donde estaba recostada. En el sitio en que quedó, había una roca blanca Ni rastros de la visión que tanto me fascinara. Al día siguiente volví con cinceles y con masa. De esa piedra nacería, la imágen inmaculada. La que tenía en la mente, tal como la recordaba Era un perro de la calle que adoptó recién nacido. Lo crió con mamadera y lo trató como a un hijo. Lo seguía a todas partes, cuando él se lo permitía, cuando no, fiel lo esperaba, hasta la hora en que volvía, entonces, hasta la puerta de su cuarto, lo seguía esperando una palabra y una ligera caricia. Satisfecho se quedaba y allí mismo se dormía. Una noche despertó, algo anormal sucedía. Sensaciones que a su olfato, ningún recuerdo traían a su instinto de guardián, algo malo, le advertían. Fue acercándose a la puerta que forzar alguien quería. Al cuello se le tiró, con tan buena puntería que apretó la yugular, sin dañarla, aunque podía. El ladrón lanzó un gemido que hizo al amo despertar. Entre dormido y despierto le dio una buena paliza y arrastrándolo del pelo, lo entregó a la policía. El perro, en la puerta, estaba, cuando el amo regresó, corrió a lamerle las manos y el hombre lo acarició. -“Mi perro, siempre te entiendo, no necesitas hablar, Y entiendes lo que te digo, Eres mi Amigo leal. Mientras viva, te prometo, que junto a mi, seguirás Estarás bajo mi techo y nada te faltará” El perro, atento lo mira y parece comprender Da sobre si varias vueltas, después se ovilla a sus pies. Los sonidos familiares, lo empiezan a adormecer Siempre era mío el temor. Ella no se resignaba.Ligada a su pensamiento, no decía una palabra. Se iba por aquel sendero, ese que lleva a su casa, rodeado de madreselvas de verbenas y de malvas. Cuando sentía su voz, recién llegada a su casa, se terminaba la angustia que mi alegría opacaba. Siempre me rondaba el miedo, el miedo y la desconfianza de saber que estaba sola, triste y sola en esa casa, donde amor, luz y alegría, hace tiempo no moraban Recuerdos que se diluyen con el agua de las lágrimas, de saber que ya no está, que se fue muy de mañanaatada a ese sueño eterno en que sumen las sustancias, cuando se busca evadir la realidad que traspasa. Sobre la mesa de noche, un vaso con algo de agua, frascos vacíos, algunos, abiertos sobre su cama y ella aferrada a una foto que en su pecho, reposaba. Así la encontré esa tarde, fría y blanca, fría y blanca. La arrebujé entre mis brazos, con mi cuerpo la abrigaba. Le cantaba las canciones que de niña le gustaban. No sonreían sus labios, ni sus ojos me miraban. Fría y blanca, de mi abrazo, vinieron a desatarla. Esta mañana te has ido. Aunque nadie me lo dijo. He sentido un gran dolor, como nunca, lo he sentido. Desperté inquieta y ansiosa. Asomé por el balcón Con pulsaciones de angustia, latía mi corazón. La ambulancia se detuvo en la puerta de tu casa, al cabo de unos minutos, como llegó, se marchaba. Las campanas de la iglesia, repicaron en lamentos. Repetían cada vez, el que fue tu amante, ha muerto. Anoche estuviste aquí, me tomaste de las manos. Y me miraste a los ojos, como nadie me ha mirado, Sería el presentimiento de tu próxima partida. Tu imagen quedó grabada para siempre en mi retina. Nos quedamos abrazados, acunados por la brisa. Eras un hombre casado. Fuiste a tu casa, sin prisa. Asomé por el balcón cuando a tu puerta llegabas. Como siempre, antes de entrar, llegó el beso que me enviabas. No daré el último adiós a tus restos venerados. No se vería muy bien, que a tu hogar me presentara. Retendré en el corazón, todo el amor que me has dado Asomada a mi balcón, tu beso, estaré añorando. Yo se que algo me ocultas y no te digo nada. Ni quiero preguntarte, ni hartarte con palabras. También, a la edad tuya, guardé hermosos secretos, sólo yo lo sabía y aún hoy, los recuerdo. Y cuando la tristeza, hasta mi, se acercaba, los usaba de escudo para tenerla a raya. ¡Ojalá que esta noche, tengas, hermosos sueños! Al despertar habrá, en la luz de tu mirada, estrellitas brillantes, estrellitas doradas sólo tú y yo, sabremos, que estás enamorada. El joven corrió a refugiarse en el galpón, antes de que el cielo se desplomara en un torrente que produjo un ruido ensordecedor. El agobiante calor comenzó a ceder y el olor a tierra mojada, invadió el ambiente. Un chubasco de verano, intenso pero breve. Alguna que otra gota siguió cayendo cada vez más espaciada. Los que estábamos reunidos, buscamos al joven con la mirada. Reparamos en algo que apretaba en sus brazos. Era un estuche que abrió para, a continuación, retirar el arco y el violín. De inmediato, el lugar se pobló de maravillosos sonidos que nos trasportaron a un mundo ideal. El rústico galpón se convirtió en un palacio y nosotros en cortesanos, que absortos, hubiéramos deseado prolongar indefinidamente el éxtasis del momento. El violinista guardó con delicadeza el instrumento, saludó con un gesto y se fue saltando los charcos, fragmentados espejos, que reflejaban la luz del atardecer. Entonces recordé quíen era. ¡ El virtuoso, el inigualable Joshua Bell.! Ese gitano malvado que hasta mi vera llegó a envenenarme la sangre con sus palabras de amor. Yo que estaba prometia, a días de ir al altar, con el novio de la infancia , que jura, se matará, si me voy con el gitano que me trae deschavetá. Me ha complicao la vida, seguro para mi mal. Las amigas aconsejan, yo no las quiero escuchar. Que es capricho pasajero, que pronto me pasará y quedará el desconsuelo para mi infelicidá. Que sea lo que Dios quiera, ya no lo puedo evitá, Con el beso que me ha dao, mi sangre contamináa mi voluntá anuláa y yo al destino, entregá ¡Soy tan feliz de tenerte y feliz de ser Mujer! De que tú seas un Hombre. ¿Qué más podría querer? De que abarques en tu abrazo, mi talle y para mi bien, en este holgado regazo, haya encontrado mi Edén. En esa feliz postura, sellan mis labios, los tuyos, mi pecho contra tu pecho, el refugio más seguro. Siento el bullir de mi sangre y de la tuya el apuro. Mi vientre junto a tu vientre, fundidos los dos, en uno. Mi sexo húmedo y tibio, exige sentir el tuyo, potente, cálido, urgido, por someterme a su yugo. Sometida, aceptaré de mil amores, e intuyo, ascender hasta la cima y agotados, llegar juntos. Cantidades de billetes, de una gran bolsa, sacaba y en prolijos montoncitos, en la mesa, acomodaba. Cuando llegaba a los cien, en fajos, los enfajaba. El gozo, por lo que hacía, su cara, lo reflejaba. Debía andar con cuidado, todos los que le rodeaban, quisieran hincar el diente, en su fortuna, lograda, expoliando a los más pobres y dejándolos en banda. El ser estrábico, en mucho, a él, le beneficiaba, un ojo, contaba fajos, con el otro, vigilaba. De pronto, la incertidumbre, se apoderó de su alma. En su mano, temblorosa, un billete, le sobraba. ¿ Qué podía hacer con él?, en ningún fajo encajaba. Lo dejó sobre la mesa y bebió su vaso de agua. Un cuervo, que desde un árbol, atentamente, atisbaba, sin que cayera en la cuenta, se metió por la ventana. Se apoderó del billete. No le dió tiempo de nada. Tras el pájaro ladrón, salió furioso, el banquero. Pasó toda la mañana y sin lograr aprehenderlo. Malhumorado, agotado, a su casa está volviendo Para sumar más desgracias, no encontró más su dinero, Sólo una bolsa vacía, como el alma de su dueño. << Inicio < Ant.
[1]
2
3
4
5
6
...
18
Próx. >
Fin >>
|
Lecturas Totales | 308453 | Textos Publicados | 714 | Total de Comentarios recibidos | 1522 | Visitas al perfil | 90050 | Amigos | 128 |
|
Oscar Franco
http://www.textale.com/component/option,com_textupload/Itemid,128/id,43735/task,view_text/
Por favor difundelo si pudieses. gracias.
Pascual Vizcaino Ruiz
Alejandro
Es usted muy déspota en su comentario del texto indiferencia divina?, sobre todo si tenemos en cuenta que la autora deja claro que los desastres naturales son muy comunes y crea toda su reflexión acerca de cómo el ser humano pasa de su pregunta hacia un Dios al que considera responsable a la dolorosa conclusión que es su irresponsabilidad la que acelera los procesos llevándolos a desastres.
Bastante arbitraria resulta usted al decir… le “concedo responsabilidad al hombre” por favor señora si usted lee, ve televisión o se molesta en averiguar, se podrá encontrar con un cumulo de estudios e informes que demuestran como las acciones de la humanidad ha afectado el equilibrio natural que provocan desastres.
Parece ser que usted no se entero del objetivo de la reunión de presidentes de países en Copenhague... por favor señora antes de atacar o trata de ridiculizar a alguien primero analícelo, porque podría ser usted quien terminara haciendo el ridículo.
Alexandro
Oscar Franco
Te invito a leer y comentar alguno de mis poemas espero te gusten.
Un saludo y feiz años nuevo 2010.
www.somosgoogle.blogspot.com
www.oscarfrancoquintanilla.blogspot.com
Francisco Prez
Veneno
haydee
Seguro que van a sobrar las anécdotas y encontrarás un buen argumento para tus relatos.
Gracias!
Serena