• Ibrahim Fajardo
Ibrahim1980
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  • País: Venezuela
 
DIOS, EL ETERNO ENAMORADO DEL HUMANO Qué grande es su Amor. Qué grande es su Bondad. Él es la rosa que está plantada en el jardín del cielo. Cuán hermoso es Él.En un tiempo muy lejano, Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) creó al humano a su imagen y semejanza (Génesis 1, 26-28), luego se enamoró de él, como un autor que se enamora de su obra porque ve en ésta vibrar su amor, su dedicación, parte importante de su alma y de su vida. Dios ama al humano en un constante y divino misterio de Amor (Evangelio de Juan, 13, 1). El humano, a su vez, debe amar a Dios, no porque sea una obligación amarle y adorarle, sino porque es natural amarle, así como es natural que amanezca con la aurora y con el canto de los pájaros. Dios, el eterno enamorado del humano, su eterno Amante, su Héroe, su Señor, su Amigo, su Compañero, su Escudo, Su Sol, su Luna, su Flor, su Ternura, su Dulzura, su Meta, su Protector. Dios, para el humano, es aquello que todas las cosas de este mundo no pueden ofrecerle y darle. El humano es una estrella, Dios es el universo. El humano es un río, Dios es el mar. El Hombre es un “do”, un “re”, un “mi”, un “fa”, Dios es una sinfonía completa. El Hombre es un ser finito, limitado, Dios es infinito, un infinito misterio de amor. Dios, el eterno enamorado del humano, el eterno enamorado de las almas humanas, nadie piensa más en el humano que Él (Salmo 139: 17-18), nadie lo sueña más que Él, nadie lo quiere y lo ama más que Él (Jeremías 31, 3).
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CONCIENCIA VERDE
Autor: Ibrahim Fajardo  581 Lecturas
LOS ANAWINS: “… Entonces los justos dirán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? (…) El rey responderá: en verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí”. (Evangelio de Mateo, 25, 37-40)   Anawin es una palabra que aparece en el Antiguo Testamento y que se refiere a los pobres. Significa: “Los pobres de Yahveh”. Desde abril de 2003, en la parroquia Nuestra Señora de La Paz, en Montalbán, Caracas (Venezuela), se viene realizando todos los sábados, la ayuda a los indigentes, los hermanos Anawins. Vecinos de Montalbán colaboran con alimentos, con ropa, con su tiempo y su disposición. El párroco de la Iglesia ha manifestado en las misas a toda la feligresía que la idea es que esta obra crezca con el tiempo, teniendo siempre en cuenta que la atención debe ser integral, que es necesario hacerlos sentir partes de dicha obra. Un sábado corriente en la Iglesia Nuestra Señora de La Paz puede ser descrito de la siguiente manera:A partir de las diez de la mañana, los hermanos Anawins van llegando. Unos llegan solos, otros en familia, cargando con sus pequeños. Poco a poco llega la gente a traer sus colaboraciones: ollas con comida, bandejas con cambures, con panes. En la cocina, un grupo de señoras se prepara con sus delantales. Antes de empezar a atender, todos los voluntarios hacen una oración, tomados de las manos, ofreciendo el trabajo de la jornada a Dios. Luego empieza el movimiento, la acción. En promedio, cada sábado comen unas cien personas. Como la atención debe ser integral, también se realizan consultas médicas, hay al menos tres médicos colaboradores que prestan su ayuda.   Los Anawins deben ir a recibir una muda de ropa e ir al baño a asearse. Hecho esto, deben esperar su turno para comer. Y cuando se sientan a la mesa, se les enseña que se debe dar gracias a Dios por los alimentos recibidos. El jugo de naranja es una constante todos los sábados. Hay un grupo de voluntarios que se dedica a sacar el jugo de naranja. También es constante la gelatina para los niños y la cebada para las mujeres embarazadas. Colaboradores van de un lado al otro llevando platos, sirviendo, señalando puestos libres para que otra persona se siente a comer. En la cocina, las señoras siguen sirviendo la comida caliente con asombrosa agilidad. Muchos Anawins, luego de haber comido, suelen pedir a ver si pueden llevarse comida en envases. Pero a veces es difícil hacerlo porque siempre está llegando gente a comer y los recursos son “limitados”. De existir la posibilidad, de haber sido atendidos todos, se les da para que se lleven comida si queda. Ya a eso de las dos de la tarde se les ha atendido a todos. Aún entonces queda trabajo por hacer: recoger las bandejas, recoger las sillas, desmontar las mesas, terminar de fregar las ollas, barrer, botar la basura, entre otras cosas más. Los Anawins poco a poco se van yendo, cada uno irá a sitios muy lejanos, solos o en familia. Muchos de ellos volverán la semana próxima. La Iglesia queda luego en el silencio. Parece como si no hubiera pasado nada, pero en realidad las paredes y las estructuras de la Iglesia han sido testigos de que algo ha pasado, de que se ha hecho algo por calmar el hambre y la sed de mucha gente. Es sabido que aún queda camino por recorrer, pero por más camino que quede por andar, si existe la cooperación, la disposición, la voluntad, si cada uno pone su “granito de arena” es mucho lo que se puede lograr y de gran forma.
LOS ANAWINS
Autor: Ibrahim Fajardo  479 Lecturas
EL AMOR Y DIOS  ¿Qué es el amor? ¿Quién puede hablar con propiedad sobre el amor? ¿Acaso los poetas? ¿Acaso los santos? ¿Acaso aquellos que aman y que son correspondidos? ¿Quién  puede hablar con propiedad sobre esto? El amor es una fuerza, es algo sublime, celestial.Los poetas, los santos, aquellos que aman y que son correspondidos, los mártires, aquellos que han sufrido por amor, cada uno puede hablar sobre el amor desde su experiencia personal, desde su subjetividad, desde su propia finitud. Pero siento que sólo Dios puede hablar con propiedad sobre este tema, porque se trata de Él mismo, de su propia Esencia. Deus charitas est. Dios habla desde su vastísimo corazón, desde la profundidad de Su Ser y entonces se comunica, se revela, se manifiesta en misterio de amor, en sueño de amor, a los poetas, a los músicos, a los santos, a los pecadores, a los enamorados, a los que sufren, a cada uno de un modo particular, porque cada ser es único e irrepetible. Siento que es desde el calor y el acercamiento de la experiencia personal (Y no desde el frío y la distancia de la teoría y la razón), sino desde el experimentar a Dios en la propia vida, en el centro del corazón, que cada uno puede adentrarse más en el tema, un tópico que puede ser muy complejo y sencillo a la vez. Y es así como cada uno puede empezar a hablar más “en serio” sobre esta fuerza, sobre esto sublime, sobre esto celestial… hablando desde la propia finitud aderezada y enriquecida por Dios de una manera infinita.
El amor y Dios
Autor: Ibrahim Fajardo  579 Lecturas
“EL ÚLTIMO SUEÑO DEL ABUELO”   -¡Tuve un sueño maravilloso!- dijo, emocionado, el abuelo. Sus cabellos blancos parecían recobrar por momentos su antiguo color. Su rostro estaba lleno de frescura, como la montaña cuando es acariciada por la brisa de la mañana. -¡Tuve un sueño maravilloso!- volvió a decir el abuelo, sus pestañas jugueteaban graciosamente con sus ojos, ojos de estrella, ojos de planeta, ojos de luna, ojos de amor. Sus cejas parecían pedacitos de algodón colocados, con mucho cuidado, por encima de sus ojos. Su sonrisa no se eclipsaba con su avanzada edad. Su voz nunca se enfriaba, a pesar de que él ya estaba en el invierno de su vida. Cómo le admiraba yo. Cómo le contemplaba. Cuánto me gustaba visitarle. Cuánto me contentaba escucharle. Él era un viejo “nuevo”, cargado de sueños y esperanzas. Cuando alguien le preguntaba su edad, el abuelo solía responder que su querida madre la sabía con exactitud, pero que, desafortunadamente, ella había muerto mucho tiempo atrás y, por eso, él ya no podía decir su edad con confianza, con certeza. El abuelo recordaba los juegos de su niñez de una manera muy vaga en su mente, pero en su corazón guardaba, como en un cofre, las más bellas y tiernas sensaciones que en él despertaron esos juegos. -¡Tuve un sueño maravilloso!- dijo otra vez el abuelo. Estaba en la mecedora. La mecedora era su “cuna”, “cuna” de su vejez, refugio de sus largos años. Sus manos blancas y arrugadas, como papel “Bond” maltratado, le temblaban ligeramente. Sus orejas todavía oían el murmullo del río de la vida. Por su boca siempre decía hermosas y sabias palabras. Él era, sin duda alguna, un monumento de sabiduría, de serenidad, de felicidad. El abuelo se mecía al ritmo de la paz. El antiguo reloj de cuerda, que siempre le daba la hora, pronunciaba su tic tac desde el bolsillo de su pantalón marrón. El viejito se había quedado dormido en la cuna de su vejez y había estado soñando con un mundo diferente, de igualdad, de justicia, de fraternidad, con los hombres dándose la paz unos a otros, tal como en la misa. Había estado soñando con hombres y mujeres que se perdonaban las ofensas y que lloraban de felicidad. Tal como en la “oda a la alegría”, veía en su sueño que todos los hombres eran hermanos. Tal sueño de amor se acomodó en su corazón y por sus venas se extendió una paz, una armonía. Afuera de la casa, arriba en el cielo, el sol brillaba con mucha intensidad. ¿Acaso el astro rey sabía que el abuelo estaba cruzando la última esquina de su vida y, quizás por eso, le brindaba, con mucho amor, lo mejor de sus destellos? Afuera de la casa, los pájaros cantaban alegres melodías. El antiguo reloj de cuerda se iba apagando, poco a poco, paso a paso. El cuarto movimiento de la sinfonía de la vida estaba llegando a sus últimos compases. Quizás ese reloj, su inseparable compañero, metido en el bolsillo de su pantalón marrón, sabía que al abuelo se le acababa el invierno y que después vendría otra primavera. Y quienes estaban presentes en su casa aquel día- entre los cuales me incluyo-, se consolarían luego al recordar que el invierno siempre termina con el deshielo y que después viene la primavera, la alegre, eterna y hermosa primavera. El corazón del abuelo y su antiguo reloj dejaron de funcionar hace mucho tiempo. Cómo extraño su sosiego. Cómo añoro su paz. Cómo echo de menos su sonrisa, su mirada, sus canciones, sus cuentos, sus palabras, su poesía, su sinceridad, su sabiduría.     Abuelo, sé que andas ahora en otro lugar. Pienso que no te fuiste del todo, porque tus maletas nunca arreglaste, porque tus cosas siguen estando aquí, intactas. Pienso que te has ido de vacaciones y que mañana quizás, o un día de los muchos que vendrán, estarás de vuelta, como el sol en cada amanecer, como el canto de los pájaros en las mañanas, como el cometa Halley. Viejito, aquí está tu mecedora, tu habitación, tu cama, tu almohada, tus pipas, tus pantuflas, tus discos, tus retratos, tu ajedrez de madera, tus seres queridos, tu nieto, y está también tu inseparable compañero, tu antiguo reloj que ahora tengo entre las manos y con el que recuerdo tantos momentos que vivimos. El sueño que tuviste, algún día, debe de hacerse realidad. Quizás haya sido un adelanto, una premonición, una visión de lo que será. Porque los sueños están para que se hagan realidad.  
SONETO SOBRE JESÚS   Oh, la Luz Divina es Jesucristo El Camino, la Verdad, la Vida Su reino es de Amor y de Justicia Como Él, nadie se ha visto.   Príncipe de paz es Jesucristo Hacedor del bien, dador de vida Murió en una cruz por darnos vida Y lo encontraban en los pueblitos.   Sanó a enfermos, curó a leprosos La gente se le acercaba Pues vieron en Él a alguien bondadoso. En parábolas, al pueblo hablaba Se encontraba siempre muy gustosoY del Padre Celestial les contaba.
El Padre amoroso ama al unigénito Hijo El unigénito Hijo ama al Padre En Él tiene sus complacencias el Padre El Espíritu Santo, en el amor, los bendijo.   En el arcoiris, ellos están El puente de amor de bellos colores En el sol, en la luna, en las flores En la lluvia y en el desierto están.     En la mariposa que vuela En la hormiga que trabaja En el niño que va a la escuela.   Tres Divinas Personas En el cielo, están, estarán y se aman sin cautelaY su Amor se renueva en cada amanecer, en cada alba.
Aquella tarde tuve una inmensa alegría, sí. Yendo por la acera de la calle, vi a una muchacha muy hermosa. Ella iba por la acera de enfrente y, al verme, me saludó con mucha emoción: ¡Cómo renacieron mis esperanzas en aquel momento! Sentí que desaparecían los nubarrones de mi cielo. Sentí que el sol brillaba en todo su esplendor allá arriba. Sentí que la primavera llegaba, al fin, después de tantos crudos inviernos. Sentí que la tónica de mis días cambiaba de forma inesperada, o tal vez esperada. Pensé que eso que llamamos “amor a primera vista” podía ser verdad, que no era un cuento. Pensé que a ella la había flechado ese niño travieso que llamamos Cupido. Pensé tantas cosas. Todas me eran favorables, hermosas, dichosas, divinas. La estatura de la muchacha era ideal. Su pelo era castaño y largo y le llegaba justo a la cintura, exactamente como a mí me gusta. Tendría ella unos veinte años. Era hermosa y alegre, como una sinfonía de Beethoven, como la Sinfonía Heroica o la Pastoral. Y todo me impulsó a saludarla con una gran sonrisa que me brotaba de lo más profundo del corazón. Todo me impulsó a saludarla con el corazón latiendo a mil. Sentía que iba a explotar. Sentía que se me iba a salir por la boca. Qué momento aquél, tan fugaz, tan eterno, tan esperado, tan inesperado, tan mágico, tan crucial, tan hermoso, tan soñado. Ella me sonrió y yo volví a sonreírle. Yo estaba allí, detenido en la acera, detenido en un momento de aquella tarde. La gente pasaba a mi alrededor: viejitos, niños, jóvenes, cada quien en su asunto, cada quien ensimismado en sus pensamientos. Y yo lo que oía de fondo era una música maravillosa y hermosa como los instrumentales de la Orquesta Amor sin límites, como una serenata de Mozart, como la Pequeña serenata nocturna, como un preludio al amor total. Pensaba que el amor había llegado en esa forma, en aquella tarde especial. Pero entonces, luego de eso, su boca, con la que yo soñaba, a la que ya yo sentía besar, y que me sabía a dulces, entonces su boca de caña de azúcar, emitió un sonido que me hizo bajar, con mucha prisa, del pedestal en donde yo estaba; un terrible sonido, un nombre que no era el mío, que me hizo descender rápidamente por octavas como si yo fuera una nota musical hasta llegar a las vibraciones más lentas, hasta llegar a las notas más graves. "Caí". "Rodé". Entonces fue cuando vi detrás de mí y noté a un joven, de unos veinticinco años, que se apresuraba a pasar la calle para irse a reunir con ella, sí, con ella, en esa isla distante que era la otra acera. Y entonces ocurrió así: Mis esperanzas se durmieron profundamente, los nubarrones de mi cielo volvieron a aparecer y la primavera, con sus mil colores, retrocedió con rapidez hasta llegar a un paisaje desértico y helado. La tónica de mis días volvió a cambiar, regresando a su punto de partida de una forma inesperada. Pensé que eso que llamamos “amor a primera vista” era para cualquier otro, menos para mí. Pensé que ese "niño travieso" que llamamos Cupido había fallado en su intento de flecharla a ella, a aquella muchacha hermosa. Pensé tantas cosas. Todas me eran desfavorables. La gente siguió pasando a mi alrededor: viejitos, niños, jóvenes, cada quien en su asunto, cada quien ensimismado en sus pensamientos. El mundo siguió dando vueltas, pero yo estaba como “anclado” en aquella acera. Luego ella volvió a emitir ese terrible sonido, ese nombre inesperado, miré detrás de mí y noté al chico que se reunía con ella. Lo hizo, se besaron, se tomaron de la mano y los vi irse por la acera hasta que se perdieron en la inmensidad de la calle. Y entonces fue cuando mi alma, mi ilusa alma, mi emocionada alma, mi amante alma, mi pobre alma, emitió un terrible quejido, un terrible quejido que ella nunca, nunca jamás oyó.     La alegria de un tisico - CC by-nc-nd 4.0 - Ibrahim Fajardo Muñoz
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