• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
 qué vértigo se lanza en mía mirartecomo si toda la vida empezarao terminaraen tu cuerpobrasa tersa y dulcemente ásperacamino obligadoa mis manosque nacenpor querer tocartecomo todo yoque soymás netamenteen la esperade la cancelación de la distanciacanción de un vientoaromado de almizcleen la imaginaciónde tu perfume
Sólo me queda una gota de sangre,una roja inquieta gota de sangre.Sólo su sabor, su bronca suave, su ronco sonido.Esa gota quiero que nadie me la quite,que su frontera terminedonde una risa, un rostro a construírdefinen el tiempo inmediato de la duda.Más allá el misterio no alcanza;es la voz que nunca terminamos de escuchar,la fotografía opaca de un domingo,las sillas desvencijadas junto a la mesa de enero.(El tiempo tiene el umbral de la casa paterna.Y la casa está dentro mismo del barrio de los sueños.Macetas con jazmines, chicos volando detrás de una pelota incierta,los adoquines cuidando el paso de los tranvías,baldíos donde crecían estigmas de lo que fueron rosas.)                                      De pronto nos hicimos viejosy la quietud regresa, ese renunciamiento.                                    Guillermo Capece 
Entre dos mares
Autor: Guillermo Capece  741 Lecturas
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 Domingo por la tarde El cielo se aproximapara oír las campanasde la iglesia¡Ah, tan distantey tan presente en micorazón! ¿Cuál será tu nombredespués de la lluvia?  Bajo el arcola cruz dice PAXconfiadamentepero sólo tus ojoscumplen hoysu promesa ¿Qué dirá la lluviadespués de tu nombre?
 Aquella manera de mirar la aurora,de ver el mar oscurecido,ese mar que me domina y sigue,que tiene los atributos de la muerte,devorador de misterios,caballo sonoro de innúmeras cabezas,que también golpea con la cresta porfiada de la vida;esa manera de mirar el mar,como pidiendo socorro desde lo más profundo,como saltando sobre el vacío entre dos islas,esa manera salada y doloridapor amarlo demasiado,hoy está aquí, me pertenece.Después,en todos los sueñosel mar es un hechicero que pasea su sentencia de eternidad,que engaña con viejas sales de viejos terremotos;y vuelvo a perseguirlo,a sentir su mentida pureza.No puedo dejar de mirarlo.Me atrae cuando se nutre del viento,cuando se vacía en olas opuestas,a cada instante,cuando vomita los mástiles de majestuosos jardines hundidos,cuando con sus gritos evoca antiguas catástrofesde las que fuera dueño.Vuelvo a mirarlo como una vez lo vi:enarcándose como una dulce fiera;en el aire, en el aire, en el aire.            Guillermo Capece                      
El hechizo
Autor: Guillermo Capece  471 Lecturas
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 Elegimos un rito cualquiera de la calle:ese de la vieja que da comida a los gatoscomo si fueran hijos legítimos de su sangre.Por lo demás, otras ceremonias nos llaman:el estar bajo la lluvia hasta empaparseel doblez de aquel recuerdo,una memoria inasible que ahora aletea en el agua.La verdad es que estos actos simplestienen mucho de estoica santidad.                       Guillermo Capece
Ceremonias
Autor: Guillermo Capece  708 Lecturas
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 La primera lluvia de otoño preguntará su destino.¿A dónde ir?Inhabituada a su caída,¿a dónde ir?Fugaz, quizá, o copiosa, como el alma de ciertos amantes,lo mismo que el amante,terminará su cita con la tierra,apagadamente,y en el momento más querido dirá adiós,y se perderá,perseguida, húmeda,entre las nubes. (Ah, si pudiera entender que el amor es una construcción de la soledad.)  Guillermo Capece                         
Noche de marzo
Autor: Guillermo Capece  448 Lecturas
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Te recuerdo sembrando tu jardín, Iván,El dibujo gris de la ventanaMientras la intemperie caía sobre tus hombros.Sabes que te estiras en el olfato de los gatos;Como en secreto pides las luces.Mañana hará treinta y tres años que te llevaron con tu camisa azul.Azul, porque azules eran tus veintisiete horas de ayer,Y hoy ya no están en los parques ni en el comienzo de tu patio redondo.Y yo te escribo ahora con una piedra rabiosa,Con una promesa, la más alta,Por tu olorosa luz, por tu gorra de arena,Por tus perfectos actos cristalinos.Ya desconocido, acude a mí con algo de tu polvo,Con algo del temor y las preguntas con que te fuiste,Con toda tu llama. Después, tu puro instinto quedó entre la casa. Sólo conociéndote puedo pensar que vuelas.En duermevela, viendo pasar los días,Festejaré hasta la última gota de tus ojos. Dime callado de aquellos regresos.De tu silvestre manera de callar el piano cuando oías el acecho de aquellos pasos Que todavía escucho.Dime que te has ido para volver en rebeldía.Y en el aire suave estaré feliz de tanto abrazarte en tu camino.                               Guillermo Capece                                       
Destino de Iván
Autor: Guillermo Capece  234 Lecturas
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       Porque no hay que hacerle asco a la vida, le decía yo los otros días a los muchachos. Carajo: a mí sí que me pateó fuerte. Pero con todo, siempre avanti. Y sí, Pirulo: fijate que si no hubiera sido por la poca suerte que tuve al debutar en el Palermo Palace, ya estaría cantando en la radio.Allí me llevó el caradura del Nene. Me presentó al palurdo ése que se puso a reír, pero después cuando me escuchó le dijo algo al oído, y a la semana siguiente yo debutaba como El gorila cantor, vestido con una piel de mono. Atorrante el palurdo ése.Estaba en la cosa y sabía como enyenarse de guita. Vos conocés la voz que tengo, Pirulo. Me sale de adentro, como si fuera un rezo: por eso elegí ponerme Carlos Dergal, pero el palurdo quiso un nombre que fuera golpe.-Dejate el Dergal, si querés- me dijo- pero para la promoción yo te pongo El gorila cantor, y me salís con piel de mono.El Nene me convenció, y como él era siempre el encargado de llevarme a todos lados, me empujó al Once a comprar un género marrón para que doña Julia me hiciera la piel de mono.El domingo que vino a buscarme para ensayar, yo hacía rato que me había despertado, y me encontró en la cama cantando Shusheta, tanto como para hacer entrar en calor a la garganta.-Servime una caña, Nene -le dije- y servite otra vos.Me preguntó si tenía miedo. A mí preguntarme si tenía miedo... Después me alcanzó la silla y me sentó.¿Sabés Pirulo que lo primero en que pensé fue en el traje? Aunque no me gustara salir disfrazado,porque era asqueroso ponerme la piel de mono... ¡necesitaba ver el traje!-Dámelo- le dije.Me acuerdo que el Nene abrió el paquete y allí estaba: marroncito y suave. Un verdadero traje de mono.¿Sabés que me emocionó y quise probármelo enseguida? El Nene me preguntó si me ayudaba. -No- le dije- yo puedo solo. Porque a veces también me sale el orgullo delante del Nene.  Y arrimó la silla al espejo para que me viera; y la puta, Pirulo, ¡tan mal no me quedaba! Pero había algo que no pegaba: Carlos Dergal no podía salir vestido con una piel de mono, ¡ni soñando! "Claro", me dijo el palurdo después. "Eso lo sabe cualquiera, pibe. Tu futuro está en promocionarte como El gorila cantor."  Pero yo no soy sietemesino; yo soy normal, hermano. Sólo que me faltan las manos y nací con las piernas cortas, pero no soy sietemesino, por eso las cosas me tenían que ir bien, ¿me entendés?Cuando debuté estaba más contento que un novio. El locutor gritaba:-Y ahora con todos ustedes... ¡El gorila cantorrr! ¡El gorila cantorrr...!Y ahi aparecí yo, con mi traje de mono luciente, en mi sillita empujada por el Nene, y te aseguro que estaba más contento que yo.Después vino lo que ya sabés. Empecé con Shusheta..., hice La última curda. El público estaba pegado al escenario para verme. Cuando empecé con el valsecito ese que nunca más voy a cantar, sentí que por debajo del traje de mono me corría algo caliente.Miré al guitarrista por si se daba cuenta. Pero él seguía en lo suyo. Y yo déle con la letra, pero un poco nervioso por la gente que la tenía tan cerca. Y después fue como un chorrito, Pirulo, unchorrito nomas que me llenó de miedo. Pero mientras cantaba el valsecito pensaba: nadie se va a dar cuenta, total es del mismo color del traje de mono. Pero oí la primera carcajada y fue terrible. El olor empezaba a salir de la tarima y llegaba al público, y yo sentía que me mojaba cada vez más.Y el guitarrista meta con el valsecito. Y yo meta con la letra, pero olvidándola por momentos, mirando la reacción de la gente. Las cosas que me decían, hermano. Cagón de mierda, me gritaban, Gorila cagón! A mí, Pirulo, a Carlos Dergal, al gran Carlos Dergal.Y veía que la gente se levantaba y se iba, que una botella errando su camino caia en la cabeza del guitarrista que me puteaba y también se iba. Quedaba yo solo frente a mi destino, Pirulo, yo solo.  Enseguida entró el palurdo, y en vez de componer las cosas, me empujo con fuerza la sillita hasta la salida donde estaba el Nene, y le gritó:-¡Vos y tu amigo se van a la puta madre que los reparió!Y ni siquiera me tiró un papel para limpiarme. Con el traje de mono puesto el Nene me llevó hasta la pensión. ¿Y sabés qué hice cuando me quedé solo mirándome en el espejo y limpiándome la mierda como podía? Me puse a llorar como un pendejo pensando en todos esos hijos de puta que andan sueltos, y se ríen de la desgracia de uno, como vos te reís ahora, y yo siento que no hay nada que hacerle, Pirulo, se rién, y no hay nada que hacerle.                                 Guillermo Capece (año 1979)
 El alcohol me hace ver tus ojoscelestes verdes para el amorvioletas dulces después de llorarnegros temblando caravanas de reflejosel alcohol te hace a mi verauna promesa cuándouna mentira ahorael alcohol   en el fondointerminablestus ojossuelen desvanecerse cuando los llamocuento los minutoslos centavosy tus ojos me rodean plateadosmás alcohol en el fondotus ojos me rodeaninterminables tus ojossuéltalosde ellos es el mundola casa que no compartimos   un gran amor brujola embriaguez en los espesos márgenes de mi personael alcohol en medio de ángeles reunidosestos instantes de fuego que trae mi memoriaperdurablemente tus ojoshacen dañohúmedosme miran.                      Guillermo Capece
                                                             Mamá, alcánzame la pasión.                                                                       Miguel Ángel Groppo (de "Belladonna")Río de hierba y de sigilo. En esa tumba descansa mi madre, muerta por su propia mano, o por la mano de su madre.Ahora compraré flores con ropas ciudadanas pero estaré desnudo como ángel de la ensoñación.¿A qué dejarme recuerdos? ¿Para qué hacerme preguntas? El día de su muerte algo la despertóen la madrugada. Había sido un grito, o algo parecido, tal vez un alarido.Luego murió. Tengo miedo de las pesadillas: un sótano contiene a otro sótano, y éste a su vez a otro. Y en el fondo brillantes barandas conducen al fuego que no mata, que no es fuego, sino algo que deseca a los infelices que allí caen en busca de amor.Lo más terrible es lo temible del sueño:la pesadilla feroz de nuestro inconciente, impiadosa,que nos detiene en la sombra de las sombras, en lo oscuro del ser.Y es que no despertamos ni siquiera cuando una mano despaciosa nos ahorca,o el cadáver de los muertos nos hace ver lo que seremos.La muerte será igual, y para siempre.Pero no tiembles: no hay peligro de muerte por ahora, me digo. Los niños se asustan. Tú eres adulto y tienes la cabeza sobre los hombros. Nadie te la sacará, me digo.A menos que el niño que sufre en tu interior sea el Maléfico, más antiguo que tú mismo.Madre: nunca seré tus ojos ni tus manos. Soy el loco jardinero que hace licores con las plantasrojas de los cactus.Cincuenta mil niños mueren de hambre cada día, y yo subsistí, pero me harán polvo, voy a morir y desapareceré. Voy a morir el día en que la marea atraiga la penumbra y tus manos.Agua transparente sobre el musgo. Eso soy. ¿Quiién deseó mis abrazos? ¿Quién bajó desdeel camino y graciosamente dijo: "eres el elegido de los campos amados?" Nadie. Ahora el apuro del equlibrista. Yo sostengo el filo, con acuerdo o sin ellos. Ya el sabor infinito. Pero distintas aguas nos separan, aunque duela adentro la que habita. Llueve dentro de mi cuerpo y el tuyo está tan seco.Pronto será el amanecer, cuando desovan los peces en los mares del Caribe, cuando renace el tiempo y las angustias se espantan; la hora en que los cormoranes -extrañamente-  vuelan al nivel de las nubes.Tengo ropa nueva y afuera nadie me espera.No sé cómo despedirme, madre. Pero sé que me despido, que salgo por el camino entre lasramas de los años, solo. No me persigas.¿puedo estar tan sola?, me preguntas. No lo sé. Ése es un rato muy largo. No se sale de ahí fácilmente. Sin mengua de la piel, de los brazos, del rostro. El espectáculo es continuo.                               Guillermo Capece                  
Carta II
Autor: Guillermo Capece  354 Lecturas
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En mi boca nocturna el amargo deseoporque caen los abrazos,tu amor que se hace pobre cubierto de nudos, ¿sabrá que la ciudad vendrá por mí con sus temibles huestes?¿que desapareceré entre constelaciones del universo sin tu amor? ¿de quién eres, tú, desolado?¿de quién?¿acaso de la furia?¿de la fuga?¿del silente frío de los inviernos?¿del retumbo del aullido y la piel de nieve de todas las bocas de los lobos? siento el amor esperándome, irrenunciable. pero no serás,no serás tú, porque yo no pido mucho:apenas unos párpados en vuelo,una flor sesgada en otoño,una fiesta transparente,un lenguaje propio encontrado entre mañanas sin tumultos.                             Guillermo Capece                      
Preguntas
Autor: Guillermo Capece  365 Lecturas
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 Cuando éramos niñoslos viejos tenían como treintaun charco era un océanola muerte lisa y llanano existía.Luego cuando muchachoslos viejos eran gente de cuarentaun estanque un océanola muerte solamenteuna palabra.Ya cuando nos casamoslos ancianos estaban en los cincuentaun lago era un océanola muerte era la muertede los otros.Ahora veteranosya le dimos alcance a la verdadel océano es por fin el océanopero la muerte empieza a serla nuestra.
 La nieve lleva un cargamento de flores entre mis ojos.Lo supe cuando la miseria en su obstinación últimaquemó sus naves.Estas rayas en mi piel dan certezas de lo que hablo y digo.Después, están el cautiverio de mi cuerpo y sus silencios.Porque, ¿a quién hablar?¿A quién decirle que la realidad nos acusa de estar ciegos por no haber descubierto la rebeldía?(Un tiempo sin ruidos ha descendido hacia el mundo.)Alguna vez, mientras corría la esperanza,he pasado ligero entre decepciones  -substancias de la noche-y logré sobrevivir.Entonces se acuñaban fragmentos de colores en mi cuerpo:buscaba el trópico,desde mis pupilas buscaba el fuego en su pozo,mi recuerdo torturante como ensoñaciones de Delvaux;buscaba el trópico... Ahora estoy solo, gritando socorro, culpable o sospechoso;mis límites abiertos a la ciudad que envolverá el insomnio,maréandome en la altura colosal de aquella cuerdacolocada allí para la locura o la desaparición.Lo más obscuro es el mármol con que está construída la caricia:daría mi sal inmediata por una limosna,yo,que recorrí las calles de la lejanía,con las manos en el hospedaje de las vociferaciones,como si esperara algo, quizá a ese caballo indómito que es la pasión por el recuerdo.Yo,verenador de sitios vagabundos, logré sobrevivir pasando sobre cautiverios. Narrar la historia de un silencio.Creo: mi corazón reverdece.Brillan aún los alimentos fríos, las cáscaras naranjas,pero mi corazón reverdece como exigiéndome un milagro.Creer es aceptar que debajo de las máscaras existenlluvias desprendidas, pedacitos victoriosos de palomas de nácar,cortejos de coronación en los que me envolvía para no esperar;pumas verdes bajando hacia el desabrigo de mi cuerpo, y ese hurgar en la memoria,locuras de un "guardián de los vientos", que bebe su copa casi negada de luz.Un lugar de arena para el deseo de narrar la historia,ese silencio que vuelve.                   Guillermo Capece                                                                           
 Viví una vida alrededor de tus ojoscuando los más hermosos pájarosque transitaron los fiordos de Noruegalos extraños gorriones que violabanlos altos castillos de New Yorkcayerondevorádose sus alasal igual que nosotrospobresque nos comimos nuestro amor.Quedaba la tierra removida en los cementerioslos amarillos dados enterrados en la lunalas muescas hechas en la sangrede las estatuas en las que nos habíamos reflejadolos olores fuertes y dulces de nuestros cuerposcomo holocausto a la causa eterna de un amor en el que afirmábamos nuestra vida.Pero tus ojostus ojosno fueron inhumados por ninguna mano vengativa.Tus ojos están conmigo y yo lo sé:toda una vida cercándolos fue poco.                             Guillermo Capece
 Un hombre llora debajo de mi piel,sueña que alguien alquila su boca para dormir un sueño,y yo soy ese hombre.Un hombre salta sobre su sangre desatándose un antiguo lazo que lo abarca,y yo soy ese hombre. Me interpreto a mi mismo cuando quemo algo de mi cuerpo,o creo en el continuo reconteo de estrellas, enigma de algún pobre cuyos andrajosson vestidos sublevados, pétalos de una gran renunciación. Caen desde gran altura los nidos de las piedras anunciando otro ayer y otra mañana.Es el momento de partir buscando la orilla impalpable de la carne. Huyo hacia el abrazo que jamás pudimos dar.Imposible que mi rumbo quede quieto.  Lo ahogado es un secreto deslizándose.                             Guillermo Capece
Esas instancias
Autor: Guillermo Capece  388 Lecturas
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 Verde Federico:yo hubiera querido estar en el momento de los gritos,o de los silencios heroicos;en el momento de las espadas,cuando caíste en tu agua bajo lluvia,mientras los cerdos, enamorados de las banderas subterráneas,tomaban el sol de mediodía. (La soledad de las últimas habitaciones mortifican la memoria.Hay ventanas abiertas, y quedarán así en el invierno.Es raro,pero caen ahora hojas marchitasy me gustaría jugar con ellas.) Verde Federico:desparramo tus gitanos en la mesa,donde con Miguel y Manolo tomamos la sopa de la noche.Tu vestido queda ajado por los toros de la vida,y ni siquiera Nueva York te salva, Federico,porque estás próximo a morir,a caer bajo las balas levantadas a velocidad de la muerte,quizá por el mismo gitano moreno que en tu verso montaba a caballoy era el jinete más audaz de toda Andalucía. Duermescon una palabra entre los labios,con un ramo de hielo en cada mano,bajo las calles empedradas de "pájaros" nocturnos.Al fondo de la tumba llevas,una porción de magia, de manzanas de fiebre,de sábanas de lino. El viento te saluda,las tierras de Granada borran tu contorno,tu sonrisa mira los espejos de la vida.Y se refleja.                        Guillermo Capece
Soy un hombre encerrado en su cuarto de espejos.Soy José.Estoy cargado de bramidos, de adioses insolentes.Me abruma el miedo a la tormenta.Tiemblo cuando sale el sol,me apuñalan las sombras.La risa ajena me daña,me divide la lluvia.Soy José.Me aman las tinieblas cuando ofrendoal dios escandaloso de la angustiami corazón lleno de presagios.Oigo un grito inmenso: "eres José,el que tuvo el corazón de extrañas mariposas enjauladas en el miedo,el que con su ausencia quemó la luz de los campos, e hizo vibrar sus deseosen consonancia con la fragilidad de los altos navíos!"Oigo extrañas cuitas narradasque el aire duplica y devuelve en iguales sinrazones.Todo es la magia invertida:el pozo mostrando su fondo como principio inevitable.La sangre tironeando al corazón;el proceso ineludible del castigo,porque soy un hombre preso y extrañamente libre.Soy José, mal de la noche, rabioso en una espera que no terminarásino cuando cuaje mi garganta. Tal vez todo suceda mañana.                           Guillermo Capece
Destino de José
Autor: Guillermo Capece  446 Lecturas
                             IEn el jardín mis sombras quemanEntran a mi alcoba para decirme lo que piensanHay columnas en mi cuerpoHay prácticas esotéricas sobre mi sexoArde mi boca y la mente gira en falso para mostrarmeEl sexo de otros hombres anudados a sus fantasmasDanzarán desnudos para mí aquellos hombresDándome informesNoticias de la soledady del miedo a la muerte                           IIPero, ¿ a dónde ir para romper los graves campanarios de la duda?La noche está allí    mirándomeLas calles no son aquellos labiosQue besaban mi traje gris en las aurorasAhora espero pan y graciaYa notus ojosrepitiéndoseen cualquier par de ojos ajenosEl tiempo es cortoCuando golpee a mi puertaTrataré de huír                           Guillermo Capece
Jardín privado
Autor: Guillermo Capece  310 Lecturas
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 del mástil donde las bestiascuelgan sus nidos,saturada de pájaros amados,construí mi casa  con plumaje hondamente interior,estaba allíel espacio entre la vida y la muerte de un color casi olvidadomientras yo agonizaba-así como una luz busca a su presa-busqué un habitante para mi casa;y fue el rudo cristal echado a pique oun lobo azul que espera: él mi zarpazo, yo su herida (los cantores nocturnos veníana narrarme su infortunioen mi estanque ataviadocon rincones de hojas amarillas) la mano mínima que escondosabrá que los lobos se lanzantambién de noche,cuando los aullidos se acercan,y que no habrá salvaciónni siquiera en el momento frágilde la duda                Guillermo Capece 
Estás en mí como un color pintado para el campo. No estás en mí como una moneda fugada. Huyes de mí como la canción que se quiere evocary el tiempo detiene. No me amaste y te amé sin que nos diéramos cuenta;todas las manos ausentes se aunaron para acariciarme.                                                 Guillermo Capece    
Frases
Autor: Guillermo Capece  232 Lecturas
 Una vez(yo era chico)no fui al velatorio de una suicida.Me frenaba el miedo:nunca había visto una suicida. Mucho más tardesupe que un hombre al que yo no amaba,tirándose al Río de la Plata,murió ahogado. Mucho más tarde, después,las noticias vinieron golpeandofuerte:quien yo quise durante mucho tiempo(pero cuando la separación era ya como un muro),tomando pastillas para dormirsupo dormir para siempre. No me sorprendió. Tantas veces tuve sus amenazas.  Por la ventana abierta contemplo ahora la lluvia liviana.La tarde ya es incierta. El follaje del árbol, quieto, y sin embargo retumba.Un perro cruza la calle,alguien pasa apurado.Ya anochece.Quién está ahora más solo.          Guillermo Capece                           
Una vez
Autor: Guillermo Capece  703 Lecturas
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 sé en qué adversidaden qué tiempodentro de cuál misteriose encadena tu alma vano es pensar que te debesa otroso que tus plantas no pisaronlo que el amor frecuenta miro las estrellasla esperanzada nube entre lo rojo, y recuerdocuando leímos juntos la Comuna de París miro lo que las líneas viejas de mi manodicen:la Revolución no sólo en la Comuna, también en las almas. ...............................................................                          Guillermo Capece 
Comuna de París
Autor: Guillermo Capece  747 Lecturas
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 No te duermas sino de a momentos.Un ave recorre el airey envuelve hechizos en sus plumas.Ten un instante para que tus ojosvean lo que digo: el ave vuela.No te duermas.Ten el ojo avizor.Pronto, los animales de la irapasearán en la pradera.Más te alejas, más cerca estás en mi vida.Te he mentido,no me juzgues, no me juzgues. Ahora queda este pobre tiempo para nosotros.Tengo amor todavía entre los dedos.           Guillermo Capece                                                           
Ruego
Autor: Guillermo Capece  254 Lecturas
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 relátame la noche   te pedíestoy afiebrado y sin concederme alientoperdónamevoy muriendo en voz bajaeres tú que me acosas con palabras y caosamándome   dices dices   y el vino deshojado en tu cuerpo desnudoabre memorias en mi pechoy te pide:cómo es la noche cuéntame qué parte de la vida es ésapor qué somos actorestú desnudovolverás a escuchar el zumbido de mi corazónque derrumba sus latidosen su tránsito hacia la nadatal vez tenga que soñartesin pensar que mi pielesté intacta cerremos el infiernola fiebre no deja de ofrecerme remordimientosya no creo en diosesen las preguntas de los tigresni en tu imagen de aguabañándose en el cielo violeta de algún templo adivina ahora que cae mi contornotan terrestre como tu cuerpocómo son tus manos humanas                  adivina quienes somos                Guillermo Capece 
       Cada uno está solo sobre el corazón de la               tierra       traspasado por un rayo de sol;        y de pronto es la noche.
  Giro alrededor de mi camino a Damasco.Qué cerca la medianoche, esa zona donde la palabra enloquecepara convertirme impensadamente en un mendigo. Acaso porque pueda morir solo, con los ojos llenos de síntesisentre mi corazón y su sombra,huyo hacia un puerto nunca tocado:mi camino a Damasco. La pobreza es otro sino, otra manera que no buscamos,un arrepentimiento primitivo porque todo existe y no existe. Mientras tanto envejecen la ropa que vestimosy el salario de cobre gastado en la penumbra. Alguien ingresó a mi cuerpo sin saberlo.Alguien dicta una sentencia.Me doy vuelta en la noche como un loco golpeándose el pechocreyendo que su pecho es el culpable. Es, mi camino a Damasco, el abrazo que yo habré perdido,la espera en el rincón de los párpados,otra vez el sueño.                         Guillermo Capece
Lo posible
Autor: Guillermo Capece  235 Lecturas
Emiliano,ovillado bajo mi brazo,como un gato,duerme.De pronto, una cucaracha surca su espalda.Pero no es una cucaracha;son mis dedos que lo acarician.Emiliano sueña.Ese sueño opresor: va a dejarme, me lo ha dicho. Nunca más tendré un gato a quien acariciar.En la noche espero un maullido que nunca llegaMarzo es el mes más obscuro,pienso.               Guillermo Capece                         
Poema simple
Autor: Guillermo Capece  704 Lecturas
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 Desapareció,como la noche frente al alba,mientras yo esperaba todavía su frente libre,su boca endemoniada, su verbo,sus brazos de alucinado buzo de mar en el mar,en el esfumado huracán de la sábana, y ahora, en el agudo espectro de la espera.Murió o no murió.Se fue con silenciosa voz;hermoso, como una piedra caliente entre los dedos,oliendo aún a las últimas lilas de mi cuarto,se fue diciendo un adiós anónimo,y ahora, yo soy el triste amigode quien me construía,me batallaba con su piel compañera,me alzaba en los penosos días de lluviahasta la fuente mágica del deseo. Estaré aquí por varios días.Después no me busquéis.Estaré donde él está.Iré a algún puertocon mi contraído rostro,conducido por la mano obsesiva del miedo.Desde allí, donde duermen mis muertos,yo seré capaz de mi violencia abrupta.                             Guillermo Capece
DESTINO
Autor: Guillermo Capece  1109 Lecturas
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  Si me acerco a esta tierraveo la mirada sombría de los huecosy los filos del vacío que me atraen.Veo lejanías, la infancia entre racimos,un color triste, casi ceniciento,tal vez un ala desgajada en reposo,quizás jirones de una piel querida.Todo muy quieto:la mano, el pecho, la silueta blanca.Espío el regreso en cualquier esquina,y me siento a esperarque la nostalgia me devuelva la cara.                         Guillermo Capece
  el fallido nudo del amorme desgasta como el miedoa un hechizo de sombratal vez blandamentecuando el sol iluminevea tu rostroentre países cavados en la tierra amanecerá algún día sobre mis hombrosque hoy son desalientos pero ahora que cimbre la nocheque el miedo rebaje su impiedadante el sacrificiode tener que negartenuevamente                         Guillermo Capece  
Lo imposible
Autor: Guillermo Capece  710 Lecturas
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delgadacomo un camello que unta su hocico en la nieve,loca y verazcomo la frase que acompaña siempre los recodos de su instinto...,así,bajo unos añosos versos con caricias agónicas,me conmueve tu figura ausente,Leonor. Quiero quererte pero ya estás muertaaunque más viva que los que fueron a tu muerte descascarándose sus trajes.Ahora, ya bebiste las mortajas del amor. Eras la "arboleda que divaga" (1)el llanto que nutre lo lejanola leche de los árboles de higo Quise querertepero me distraje, Leonor Entregaste tu cuerpo    sin miedos a esa cueva estabas apurada por saber quién eras Pero yo lo sabía:eras la princesa de aquellos tangos,el ladrillo cerúleo"adiós adióssoy la que se retira sin experiencia del desastre" (1) Adiós, Leonor"no hay buenas palabras" (2)no hay palabras Afuera   el lado de tu corazón florece.  Vienen a beber la sopa tibia que dejaste,                           el silencio de las habitaciones y la sombra pura de los plátanos.                                                  Guillermo CapeceNota: (1) del libro: Tangos del orfelinato-tangos del asesinato (L.G.H.)(2) del libro: La enagua cuelga de un clavo en la pared (L.G.H.)       
                                                              Para Inocencio                                                             Para Fabio                                                             Para Miguel                                                             Para Carol                "me gustan las mariposas y los perros"en las suaves noches de luna nocturnaél no buscaba estrellas en el marsino mariposasperros blancosy cerraba su boca para que el bosquelas hojas secas no lo dañaran sobre la sombra de un árbol   echadoinquieto sobre la lunaveía volar los hijos de los pájarosy entonces cantaba  así cómo se llamaba no recuerdorecuerdo sí que con sus manos atrapabael transcurrir del tiempoy que me ofrecía la rayadura de un limón para que comiéramos juntos cuánto lo amé tampoco recuerdorecuerdo sí que pasábamos nuestras tardessubidos a un castillo con portal pesadoy armaduras de hierroy que las nubes brunas volaban en torno nuestroexclamando oraciones que cautivaban el amar tranquilo que nos dábamos murió una tarde en que se apagaron los peces del esteromiles de mariposas lo izaron entre peoníasy se asombró cuando yo le llevédos perros blancos que había robadoy que acompañaron   perezosos   su cortejo.                                 Guillermo Capece  
Historia
Autor: Guillermo Capece  935 Lecturas
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  Dime si las últimas estrellas coinciden con el surco de tus manos.Si tu cuerpo maravilla aún a los habitantes más antiguos,si tu olor fue robado en negro oficio un día en que el mundo cegaba sus silvestres criaturas.Hay un momento tangencial y breve en que escucho tu deseada voz,reconozco la imprecisión de un sueño siempre repetido,lejano,como una mariposa cazada en los albores de la historia.El piano suena una canción distante que parece murmullos, quejidos, besos.Hay un niño que en su pluralidad de intenciones habla con el agua,anda y desanda caminos,crece cuando el viento lo mutila. Me iré de tí cuando las duras exequias de la nocheacudan a repetirme las palabras que nunca debí de haber olvidado:a cada momento estamos partiendo.                                   Guillermo Capece
Dime
Autor: Guillermo Capece  795 Lecturas
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                Yo deseaba caminar por el jardín de la señora Eulalia, o encontrarme con don José, asi de improviso, tal vez en la calle, para despuntar juntos esas conversaciones que no nos llevaban a ninguna parte, pero que sin embargo nos entretenían. Y también soñaba con volver a conducir el forcito hasta el empalme, como todos los fines de semana, para ver a Mabel.Pero era imposible: había que estarse ahí, aguantarse a que lo vinieran a limpiar, a clavarle agujas por las zonas más insospechadas del cuerpo; a que los doctorcitos lo olfatearan como si uno fuera un hueso podrido. Y aguantarse también a la caba de la Sala Cuatro que tenía prohibido tener revistas, y cuando pescaba alguna la hacía pedazos o se la llevaba.Todo empezó a andar mal la vez que yo me di cuenta: no fue una visión rápida, como si una lamparita se prendiera, no; fue mas bien una noche en vela, acompañada por una mañana angustiante, seguida por otra noche con posibilidades de dormir, pero impidiéndomelo el viejo de la 407, Sala Cuatro, que se moría, se moría, y no había nadie a su lado, ni la caba para quitarle al viejo el Clarín que hacía tiempo no leía, y sin mirarlo, decirle que estaba prohibido.Me fui dando cuenta de a poco: yo también iba a morirme, sin ganas de comer el puré o la sopita liviana, como decía la mucama.Entonces entraba la luz de la luna por la ventana y azulaba la pieza.  La sala parecía nevada por el azul. Y era cuando yo tenía ganas de levantarme, salir, por lo menos ir a despedirme de la séñora Eulalia; sentía ganas de encontrarme como de paso con don José y decirle simplemente: "Vió don José, la vida es así", porque la resignación me había ganado, la resignación era toda mi alma, y seguramente también el cáncer que me pudría. Y hasta tenía ganas de acariciar a mi forcito y dar un último paseo hasta el empalme para ver a Mabel.Pero estaba en esa cama que lo único lindo que tenía era esa luz que la cubría, y yo pensaba en la luna y las estrellas ... Pero, ¡carajo!, ¡qué me importaban las estrellas! Sólo deseaba dormir tranquilo, y mentiras que estaba resignado: quería vivir, pero sabía que con desearlo no lo iba a conseguir. Los médicos no me lo decían, la caba esquivaba mi mirada; la monja solamente hablaba de Dios. Pero en el fondo yo ya lo sabía, y seguro que me iba a encontrar en algún lado con el viejo de la 407, Sala Cuatro y juntos, por lo menos, putearíamos a la caba. Y soñé que me moría, que la caba veía algo rojo dentro de mi boca, y lo sacaba, desparramándolo por la habitación mientras un raro lagarto estaba atento para devorarlo.Otras veces soñaba que Mabel me reanimaba: soplaba en mi boca porque me faltaba el aire, y era como si el aire de Mabel no me alcanzara, y la muerte fuera eso nada más: un golpe negro en el corazón, y dejar de respirar para siempre.Y de día eran angustias diferentes pero parecidas; era observar la cama 407 que había estado ocupada por el viejo, y verla ocupada por otro moribundo, pero joven, demasiado joven para sufrir su dolor, y además tener que aguantar las humillaciones de los mediquitos y de las enfermeras. Se llamaba Manuel, y yo sabía que también Manuel iba a morir.Pero el dolor de Manuel era llorado por una hermosa parentela, que se retiraba de su cama cada vez que Manuel preguntaba con su mirada.Es tonto decirlo, quizas insignificante, pero yo envidiaba a Manuel, porque su recortado territorio, estaba siempre ocupado con alguien: una rubia que lloraba con una dulzura que producía extasis; una mujer mayor que ocupaba pañuelos y pañuelos, y que vaciaba frascos de colonia en la cabeza de Manuel; y por fin por un niño con cara de paz, ignorante tal vez de la tragedia, haciendo globos con su chicle que a veces estiraba hasta donde alcanzaba el brazo. Yo estaba solo. La señora Eulalia no se acordaría de mi, siempre tan preocupada por sus geranios y sus plantitas de estación. En cuanto a Mabel era como una compañía de fin de semana, una tierna amiga con la que se hablaba de cosas ligeras y fáciles; inútil incomodarla.Todo era mirar el techo: aquella pequeña rajadura que le hacía recordar el rostro de don José; pobre, qué viejo era. Qué tonto era en sus respuestas, tan obvias, tan poco razonables... Sin embargo, qué lindo sería que viniera a visitarme para charlar naderías.De manera que lo único que restaba era envidiar a Manuel, desear ser Manuel, pensar en alguna rubia que hubiera pasado por mi vida, pensar en mi madre, y en Tito,mi sobrino, desfachatado y locuaz como el muchacho del chicle. Todas las noches los sueños volvían a mí con sus pisadas tenues al principio, para desencadenarse en pesadillas donde veía el confluír de varios ríos, y yo en el medio, tratando de nadar; Mabel ahogándose cerca de mí, pero a pesar de eso tendiéndome una mano, queriéndome salvar, aunque distante, cada vez más distante, cada vez menos Mabel.Me despertaba gritando, con sed en la boca, y tenía la necesidad inmediata de mirar hacia la 407 a ver si Manuel estaba, si se movía. Luego me tranquilizaba, pero sabía que a la noche siguiente mi pesadilla iba a terminar justo en el borde de la cama de Manuel, en el momento en que lo percibiera con vida. Ése era el límite.¿Y cuando Manuel no estuviera? Aunque bien podría desaparecer yo antes que él. A menos que todo sombríamente coincidiera, y Manuel y yo... En ese caso pensaba que por caridad, y porque yo había preguntado muchas veces por él, y además por el hecho de coincidir raramente en el día y en la hora, sus deudos se repatirían también en mi cama, y alguien, quizá la rubia, quizá la madre, me cerraran dignamente los ojos y un pañuelo de colonia inglesa me mojaría la frente, hasta que viniera la caba a arrancármelo.A partir de ahí los caminos serían diferentes. Él se iría a una bóveda o a un nicho. Yo seguramente iría a parar a una bodega, a un sótano, o a una mesa de estudiantes, si nadie me reclamaba.Poco después vino el suero, gota a gota alimentando mi cuerpo, gota a gota sosteniéndome, para que hasta el final, hasta que no se pudiera más, fuera algo parecido a un hombre.   Por aquellos días cambiaron a la caba. Me di cuenta porque mi otro compañero de cama, el de la 409, Sala Cuatro, leía las revistas en cualquier momento, y también porque vi a la caba reemplazante cambiándome la botella de suero sonriéndome.Todas las mañanas me registraba el pulso, controlaba si las gotitas bajaban, me hacía la cama. Aquí se producía un extraño hecho que me desconcertaba. Quiero decir que la nueva caba, cuyo nombre lamentablemente no sabía, me hacía cosquillas en las plantas de los pies para que yo los encogiera. Así ella estiraba más cómodamente la sábana, la metía debajo del colchón, y se iba.Todos los días la misma actitud: apartaba dos sábanas del montón, se dirigía a mi cama, me rascaba la punta de los pies, y terminaba su tarea con toda facilidad.Al principio pensé que las cabas eran todas personas extrañamente enfermas, y que las elegían así a propósito. O que a las más raras las mandaban a cuidar enfermos moribundos como castigo.Después pensé que a raíz de su propia enfermedad no podían tenerles respeto a los moribundos, porque para ellas era lo mismo cuidar de un gato o un perro que de un hombre próximo a morir. En realidad a mí me faltaban fuerzas para enfrentarla, para decirle eso de la compasión y de la piedad que ella había olvidado, porque sentía una nube girándome por la cabeza, y los dolores se hacían cada vez más intensos, sobre todo ése, que habiendo bajado por todo el cuerpo, ahora parecía detenido en el hígado. Sí; mi fin estaba próximo. Ni siquiera podía incorporarme para ver la cama de Manuel,y reconocer si todavía estaba él, o ya era reemplazado por otro.  Mucho después pensé, y ya cuando el suero había hecho su parte, cuando me pude incorporar para ver -ahora sí, claramente- la cama de Manuel vacía, e imaginarme a Manuel no encerrado en un nicho, sino dando vueltas por el aire, contento con su libertad, recitando a gritos estrofas de algún verso mal aprendido en el Nacional, repartiendo flores a los vivos (las mismas que le habían llevado a su velatorio), pensé, digo, que tal vez no me estaba muriendo. Y fue como una pequeña llamita de dicha, una llamita elemental, alimentada quizá por algún susurro de Manuel, o por un verso mal dicho, o por una flor caída al costado de mi cama. Sin duda Manuel estaba detrás de esto, sobre todo, cuando Clara, la caba, seguía insistiendo en hacerme cosquillas en los pies, cada vez que venía a cambiarme la sábana.                                        Guillermo Capece (1976)
Sala Cuatro
Autor: Guillermo Capece  320 Lecturas
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 El armonioso paso de la noche une silencios.Un cuerpo espera quieto, mientras que en las paredesuna multitud de sombras dibujael canto de los solos.Alguien está por morir en ese cuarto.Alguien que no pide abrigo ni socorro.Nadie vió nunca tanta obscuridad,ni estuvo antes tan ciegopara descifrar los penosos documentos de la muerte.El transitado cuerpo mira con su mirada;pero a su alrededorun temblor callado la recogey pasa.               Guillermo Capece                                   
Algo sucede
Autor: Guillermo Capece  876 Lecturas
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                                                                                                                    La vergüenza es un sentimiento revolucionario.                                                                                        Karl MarxLLevo colgados de mi corazónlos ojos de una perra y, más abajo,una carta de madre campesina. Cuando yo tenía doce años,algunos días, al anochecer,llevábamos al sótano a una perrasucia y pequeña. Con un cable le dábamos y luegocon las astillas y los hierros. (Era así.Era así.         Ella gemía,se arrastraba pidiendo, se orinaba,y nosotros la colgábamos para pegar mejor). Aquella perra iba con nosotros a las praderas y los cuestos. Eraveloz y nos amaba.  Cuando yo tenía quince años,un día, no sé cómo, llegó a míun sobre con la carta del soldado. Le escribía su madre. Lo recuerdo:"¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla.No te puedo mandar ningún dinero..." Y, en el sobre, doblados, cinco sellosy papel de fumar para su hijo."Tu madre que te quiere."                                   No recuerdoel nombre de la madre del soldado. Aquella carta no llegó a su destino:yo robé al soldado su papel de fumary rompí las palabras que decíanel nombre de su madre.  Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,pero aunque tuviese el tamaño de la tierrano podría volver y despegarel cable de aquel vientre ni enviarla carta del soldado.
 mientras llegas tengo queinundar el miedofabricar un hechiceromentir que existo tu manotocará el fondo de mi pieldonde las aguas se precipitanen cascadas invisiblessobre pájaros ajenos las grietas de mi pielme fascinanson insolentes   respiran sofocadamenteintervienen en un juego de naipesdonde alguien pierdedonde alguien ganadonde caballos al galopeme arrastrancon suaves golpessin perdón ni dudashablan como silbandotedios y adversidadesy yo me sientorápidamenteangustiado   corrompido y alegre mi caricia agotada habla de tí: (aquella vez cuando pudimos crearhoguerasen la alcoba del hábito y del amor (1)y quedamos más huérfanosque nuestros encuentrosmás desengañados de nuestros cuerposcallándose en crujidosmás humildes que nuestroposible amor intacto) cuando lleguesrecuerda tocarmi pielmirar hacia un rincónnunca acabadomi cabeza dolerá en el centro mismo del mundoyo estaré comiendoun pobre pan de arrozbordeándote el deseocontruyéndome a mí mismotu regreso.               Guillermo Capece(1) en cursiva: del poema Tú, de Jorge Luis Borges (El oro de los tigres)
La espera
Autor: Guillermo Capece  269 Lecturas
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 Y la ciudad, ahora,es como un planoDe mis humillaciones y fracasos;Desde esta puerta he visto los ocasosY ante este mármol he aguardado en vano.Aquí el incierto ayer y el hoy distintoMe han deparado los comunes casosDe toda suerte humana, aquí mis pasosUrden su incalculable laberinto.Aquí la tarde cenicienta esperaEl fruto que le debe la mañana;Aquí mi sombra en la no menos vanaSombra final se perderá, ligera.No nos une el amor sino el espanto;Será por eso que la quiero tanto.
 como una lluviacuyo telar manifiesto mojalos resquicios del almaasi   me exculpo de mis ayeresy busco determinaciones para saber quién soy:las voces de los seres que me han acompañadoel pasadoel presentey el juego incierto de lo veniderosiempre la antigua obsesiónde mirar los límites que se disuelven vacío de espumasen letras transparentes escribo un poemay mi tabaco cae en un platillo grishasta mañana estaré aguardando-ceremoniosamente-que la ceniza formeuna pequeña gruta donde cobijarmede estos resabios de amorestan cobardesdecepciones más o menos embozadasque ahora son orillas de mantasgatos al carbóngolpes de frutas celestesy un solo amora vino viejo y a caricia yo   desiertoreclinado hacia unos ojos distantescuya memoria incito                            Guillermo Capece
En un amanecer
Autor: Guillermo Capece  322 Lecturas
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 NO TENGO nunca más, no tengo siempre. En la arenala victoria dejó sus pies perdidos.Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas. Alguien sabrá tal vez que no tejí coronassangrientas, que combatí la burla,y que en verdad llené la pleamar de mi alma.Yo pagué la vileza con palomas. Yo no tengo jamás porque distintofui, soy, seré. Y en nombrede mi cambiante amor proclamo la pureza. La muerte es sólo piedra del olvido.Te amo, beso en tu boca la alegría.Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña. 

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