• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
llegan los raros mandamientossoy el exiliado de algún sueño imposible los abrazos que acudieron como oficio de los dioseshoy son parcelas divididasotiendas de pájaros para la venta o resurrección quítame este raro traje de lutoampáramehasta borrar el mendigo que hay en mí  ahora  sueña mi nombre    dilo.                       Guillermo Capece              
El abismo
Autor: Guillermo Capece  637 Lecturas
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 Vivo sin saber que la noche se ausenta cada vez que me invadecomo un mar obligado, buscando su orilla. De los nardos, de lo más pesado de la memoria,de las australes sombras,hasta la parte más indefensa de mi corazón,la nochecon sus cruzas de aguas silvestres levantó el verano,y fue polvo, fascinación de un rito inacabado y antiguo. Pienso en su encierro definitivo hasta que el alba regresa,en su impiedad con los hombres que mueren cuando refleja su reinoentre múltiples estrellas,en sus ojos desbaratando mis ojos como dos grandes líneas de fuga. Ahora,ella baja nocturnamente,y me condena a jugadas tercamente hechas,a un final impredecible.                          Guillermo Capece
 Sé que la vigilia es larga y el alba acudirá como una moneda de cobrecuyo color es el color del miedo. Salto sobre la tierra empapada. Más allá hay un vacío al que no deberé caer porque siempre estaré solodejando una estrella prendida en el fondo de lo más prohibido, y el enigmático mundo cruzará en vueltas desesperadasque recuerden a un paisaje donde la esclavitud sea nuestra comida diaria. Mi rostro escapa y no volveré a decir que alguien me persigue. Quién está bajo la risa? Quién huye? Es el instante en que marchan los jardines y mi cuerpo se cubre de un rocío parecido a la siesta. Yo amo a quien venció los miedos y tuvo el hambre de los pobres.                                             Guillermo Capece
 Soy el camino de mí mismo y la desolación que se abraza a su senda,y tiembla, y borra las huellas para que no me persigan. Estoy vacío de esos animales etruscos que me regaló la partidade unos ojos girando al viento. No puedo confiar en los sueños porque alguien les pone un asesino dentro. Me acuno cuando no me veo pues la vergüenza tiene el ropaje largode los locos.  Hoy es domingo, y he estado todo el día ausente.                                   Guillermo Capece
Los días de papel
Autor: Guillermo Capece  2682 Lecturas
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 Alguien que me salve.Que me quite la angustia de no poseerme.Que me enseñe que los muros pesan más que las pobres palomasque vuelan en su alto.Quiero que mi soledad me conteste por vez primerapara quién estoy.Yo, que fui el francotirador inasiblesoy ahora el eco lejano de lo que fui.Me inundan las máscaras, el olor de los moribundos,el terror de encontrarme con ellos bebiendode la misma copa ácida su vino.Si vinieron a matarme, que me maten ya.Pero que no me hagan tragar el humo vacíoque siempre llevan en su rostro.Los odio porque una vez los amé.Teñidos de mariposas venían a tracionarme.Usurpaban cada hueco de mi corazón.No sé si quiero que alguien me salve.Los músicos con sus cántigas dirán el resto. Yo soy el que espera.                      Guillermo Capece
      ¡FUERA EL GOLPISMO MILITAR DE ECUADOR, HONDURAS Y DE CUALQUIER OTRO PAIS      LATINOAMERICANO DONDE SE ESTUVIERE GESTANDO!! 
VESTIDO DE NOVIA                                Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,                                contra el niño que escribe                                nombre de niña en su almohada,                                ni contra el muchacho que se viste de novia                                en la oscuridad del ropero.                                                                             LorcaCon qué espejoscon qué ojosva a mirarse este muchacho de manos azules.Con qué sombrilla va a atreverse a cruzar el aguaceroy la senda del barco hacia la luna.                                             Cómo va a podercómo va a poder  así  vestido de noviasi vacío de senos está su corazón si no tiene las uñas pintadassi tiene sólo un abanico de libélulas.Cómo va a poder abrir las puertas sin afectaciónpara saludar a la amiga que le esperó bajo el almendrosin saber que el almendro raptó a su amiga  le dejó solo.Ay  dónde podrá ir así  tan rubio y azul  tan pálidoa contar los pájaros   a pedir citas en teléfonos descompuestossi tiene sólo una mitad de sí   la otra mitad pertenecea la madre.De quién habrá robado ese gestoesa veleidadesos pápados amarillos   esa voz que alguna vez fue de las sirenas.Quién le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará los senos con que sueñaquién le pintará las alas a este mal ángel   hecho para   las burlassi sus alas las condenó el viento   y gimenquién   quién le va a desvestir   sobre la hierba o pañuelopara abofetearle el vientre   para escupirle las piernasa este muchacho de cabello crecido así   vestido de novia. Con qué espejoscon qué ojosva a retocarse las pupilas este muchacho que alguna vez quiso llamarse Aliciaque se justifica y echa la culpa a las estrellas.Con qué estrellas   con qué astros podrá mañana adornarse los musloscon qué alfileres se los va a sostenercon qué pluma va a escribir su confesión   ay   este muchachovestido de novia que en la oscuridad es amargo y no quiere salirno se atreveno sabe a cuál de sus musgos escapó la confianzano sabe quién le acariciará desde algún otro parquequién le va a dar un nombrecon el que pueda venir y acallar a las palomasmatarlas así que paguen sus insultos.Con qué espejos con qué ojosva a poder asustarse de sí mismo este muchachoque no ha querido aprender ni un solo silbido para las estudianteslas estudiantes que ríen y él no puede matarlasasí vestido de novia amordazado por los grillossiempre del otro lado del puente siempre del otro lado del aguacerosiempre en un teléfono equivocadono sabe el número tampoco él sabe.Está perdido en un encaje y no tiene tijerasasí vestido de novia como en un pacto hacia el amanecer. Con qué espejoscon qué ojos.Tomado de "Poemas de amor", autores cubanos,S.XX (Seleccion Luis Rafael) Editorial Letras Cubanas,2005 
 Alguien está bailandoentre la nieblatal vez buscando con quien hablar;es tan sensual y hermosoel sonido frágil de sus pies,tan bello el contorno de sus brazos,tan atroz la oscuridadque si te acercasverásque está cavando una tumba.Extraído de "Maldiciones" (Antología poética), La Plata, 2001
               De todos estos inefables actos,              y también de esta huella perseguida,              no ha quedado más que un repartirme entre arenas.              Tocando bocas errabundas entraré a profesar mi miseria.              Acaso un colosal pedido de auxilio sea como un rayo que termine candente              en medio de mi pecho.                                              Guillermo Capece                                           
                 Vivo embarcádome entre lobos.              Mi rostro copiado me acecha.              Yo fui el que corrió sin remedio traficando despojos.              Dos minutos de cielo solamente.              Lo demás fue un pan zurcido para que alcanzara.                           Guillermo Capece                                  (de "Tabla de salvación")
Sin titulo
Autor: Guillermo Capece  609 Lecturas
 EL AMOR ENCERRADOEl amor encerrado,el imperioso amor de antes,encerrado en cañadas que nadie hizo,nadie sino el tiempo y el miedo,ha roto, amor, de pronto, estas paredestan lentamente socavadas,y lo he reconocido, es esa bestiafuerte y hermosa que yo he temido y anhelado,y azota ahora un ancho espacio, y de nuevo,yo no soy nadie, un niño, un miedo,un luminoso insecto que se apaga e inflamabajo la noche intensa, tan débilque apenas se oye su terror, encogido en la hierbamientras la soledad furiosa muerde y lo cercacon su mole vacía, y me gritatu nombre, tu dulce y doloroso nombre, alejándolopara verme crujir como a la hierba más sufrida,para que yo recuerde, que de nuevo yo sientami esqueleto disperso, mi corazón clavado a un tronco,mi voz inútil y mi cuerpo presente para que nadie sepaque yo perdí de nuevo lo que ya una vez basta,que yo sufrí dos veces esta misma violenciasemejante a una broma, como a quien han miradocon sorna, fijamente riendo bajo, entreteniéndoseen abrirme y cerrarme y abandonarmepara ver cómo trato de hablar, a dónde voy,a quién confundiré contigo ahora,en quién te veré a ti, como si fueraun perro tras un rastro de olor.De imaginarlo sólo estoy perdido,ando ya entre la hierba, me hago un ovillo y tiemblo,aprieto contra mí la esperanzade que me toques, de que tus manos,las más hermosas manos que he soñadosobre mi corazón, me toquendiciéndome mi nombre, y yo sientaque es de nuevo tu cuerpo y tu temblorde niña frágil y doliente, para siempre tu cuerpoy tu temblor de niña fragil y doliente contra mí,para que yo no sueñe más este sueño, para que me despierte y me calme, y vuelva a dormirmecontra ti, `poco a poco, balbuciendo tu nombre.(Extraído de "Poemas de amor. Autores cubanos, Siglo XX  Selección: Luis Rafael, Editorial Letras Cubanas,2005)
          EN LOS OSCUROS CUARTOS DE MI OFICIO                                    Nelson Simón (Pinar del Río, Cuba, 1965)El joven que ayer tuve entre mis sábanasse ha marchado. Sintió miedo de mi sombra femenina,de mi costumbre de ovillarme a sus piescon la carencia afectiva de los gatos.Sintió miedo del mundo al que lo asomaba,de los dolorosos paisajes que vio alzarseal otro lado de la puerta que juntos abrimosy por los que le invitaba a caminar. Intenté retenerlo, pero se ha marchado.Mis palabras se alzaron como buitresentre la primavera de su orilla y la mía,rocosa, oscurecida por el tiempo vanode las decepciones. Como olvidar que ayer,después de entregarnos a ese diálogo mudoque sostienen los cuerpos al rozarse,recorrido por un luminoso temblor,me dijo:"mi corazón y mi cerebro te pertenecen".Yo, el más débil de los débiles guerreros,me sentí vencedor,dueño de la eternidad que proponían sus palabras.Su amor era la tierra virgendonde plantaría mi casa y mis cosechas,el mínimo espacio donde encendería el fuego reparadory esperaría resignado el fin de la nevada.Sus pensamientos adornaban mi vanidadcomo una corona de laurel.Eso fue ayer, y hoy le he visto alejarsellevándose la dicha que me prestócon la infantil ligerezade quien ofrece a su amigo su única camisa. Breve ha sido la prometida y soñada ínsulaque los dioses pusieron frente a mis pasos.Ahora el dolor desciende como una guillotinahasta el deseoso cuello que él besaba,y hasta en el oro de las monedas que tocopalpo la indocilidad de sus inquietos ojos amarillos. Cómo volver entonces a los oscuros cuartosde mi oficio, y encontrar,entre tantos recuerdos,un solo instante de corduraque pondría a alumbrar sobre mi mesa. Cómo volver a ser el domador de mis palabras,ordenarlas y exigirles que me ayudena escribir un último poemacon el que quedaré al desnudomostrando la imperfección de mis sucias entrañascuando acepte que el joven que ayer tuve entre mis sábanasse ha marchado. ..................................................................................POEMA DE UN LUNES DE OCTUBRE ANTES DE QUE SALGA LA LUNA                                Yoel Mesa Falcón  (Granma, Cuba, 1945) No vendrás.No te acercarás dejandoun semillero tras de tipara no perderte en mi cuerpo.No abandonarás tus sombrasfundidas en los cactustu ser de espinasque no saben herirpor temor al color de la sangre.Lagartijas y salamandras caminan por tus brazosse asoman a tus ojosen busca de un fuego que está en tus piesque arden sin saber o poderechar a andarhoguera te has hechotótem que se hunde en la tierramadera pintada para aquellos que piden lluvialos que piensan que implorándote gobernarás las nubesy volverás generoso el diay harás cantar a los surcosimprovisadorde la más dulce músicala que viene del cielo para morir en la tierradejando memoria celeste en los tímpanostú engendrador de charcospadre de las ranasente de prodigios que pueden vivir en todas partesy con el simple sonar de su cuerpomatan el silencio de la noche.No vendrás porque esta cabaña está por construírsus paredes son puras transparenciassu techo la noche estrelladay la única lámpara mis ojosdonde el unicornio viene a mirarsepara que el reflejo le devuelva su certeza de existiry le sea posibleconducirme a las fuentesantes que anochezcay haya tantos astros en la superficieque el agua no pueda saciar la sed.Ya ves, también me habitan raros animalesy entre una hora y otrasingulares aduaneros preguntanel porqué de mi alegría si no hay másque sombras y palabras carcomidasallí en el cofre donde debía estarla llave de la dicha y se azulanmontañas que nunca escalarée improviso discursos que sólo escucha el vientoy la ternura se pierde entre una almohada que no contesta y una sábana suciade mí y de la nocheque inventa albas para transmutarseen otra prenda, quizas un diamantecuya dureza puedaresistir tanto viento, tanto oleajetanto mar ajeno.No vendrás porque los caminos se bifurcany tu ser, con ellos, duplicado, divididolo mejor de ti se queda en el cruceroallí donde el diablo ofrece sus pactospero de tus poros brotan trompetas seráficaselfos del viento vienen a tocarlasy Satanás recoge sus ángeles caídosse aleja, no puedecomprar el alma de un ungido.Los caminos cantan bajo tus plantas pero amas la cavernahas roto todos los espejosel minotauro es la tristeza de tus ojosla noche cerrada en tu entrecejotiritas y no quieres abrigohas escrito tu lápida cuando la hierba te reclamay pide que tires a cualquier parte un puñado de ellasin importar donde caigacomo hizo un día Whitmanel poeta de la espontaneidadhay elfos gritando en tu oídouna orquesta de ondinas interpreta a Mozarthay un amanecer en espera de que dejes girar la Tierraun pedazo de ti se desprende para mirarte mejory cae al suelo como fruto maduro.Hay tantos castillos de arena por construírno importa que la espuma sea su muerteuna bella muerte sin lápidassin rencoruna hermosa muerte bendecida por el horizonte.No vendrás porque no sabes leer el firmamentoy el viejo mapa arrugado que una vez encontrastebajo un arcoiris de juguetefue enterrado por un pirataen una playa demasiado distante.No vendrás porque las constelaciones no han querido vestirtey la pobre calabaza no sabe hacerse carrozani hay varas mágicasni hadassólo esta torpe realidadsucia y erráticacruel a vecesdonde un poco de ternura en el fondo de un cálizes tal vez lo único preciosoaunque sólo lo descubrimos despuésmucho despuéscuando los años sepultaronel instante refulgentey los vientos de la vida apagaron la llama.La luna está por salir y acallará también esta voz.Pero al menos he lanzado mi grito en el desfiladero, y su eco en mi oídoapagándose por segundoses bellísima música.Después el silencio lo cubrirá todo.LLegará la nochey los ritos de la costumbrenos harán olvidarque la garganta puede ser viola da gambay cantar, implorar.Porque cada acto de vida es una súplicaaunque sólo respondael rostro ceñudo de un cieloque no quiso ser azul.Tomado de "Poemas de amor". Autores cubanos. Siglo XX. Seleccion Luis RafaelEditorial Letras cubanas
                Hoy juego a que tu figura me es cruel              Hoy nací para la sombra              Para mis animales secretos              Para obedecer al silencio              También hoy quisiera ser otro                                                                  Guillermo Capece
               dice que no sabe del miedo de la muerte del amor              dice que tiene miedo de la muerte del amor              dice que el amor es muerte es miedo              dice que la muerte es miedo es amor              dice que no sabe                               Alejandra Pizarnik                                 
Cuando tú, mi poesía, lees poesía,el cielo se me oscurece con una luz verde,la gente huye de la orilla del marpor un presentimiento.Se enarbolan chispas en los cables del tranvía,y un gran silencio cae sobre la ciudad:es la poesía que se contempla a sí misma.Las palabras de un tiempo olvidado,de un presente que se derrumba sin tregua,velozmente, en un pasado informe,lees acerca de un rey y de coronas, jardines y guerras,tú, que eres la corona de cada imperioy el jardín del mundo conocidoy la guerra de los sentidos de la naturaleza,lees: "quién profesará mis versos en el futurosi digo ahora todo lo que vales?"Y sucede en aquel momento que esos versos,como una flecha arrojada a los siglos, llega un día a quien los inspiró.Y entonces la oscuridad verde se hace total,la gente se oculta, abrumada,y en un silencio, como de terremoto,se alza la luna sobre los castillos romanosy todo vira lentamente al azul,mientras tú, mi poesía, lees poesía.                   Juan Rodolfo Wilcock     (trad. de Guillermo Piro)extraído de   campodemaniobras. blogspot.com Wilcock se radicó en Italia en 1957, solicitando la nacionalidad italiana. Allí comienza su obra en idioma italiano.
Por el camino escarpado el ómnibus bajaba la cuesta. Hacía tres días y tres noches que sus ocupantes viajaban cansados y sedientos, pues en la última parada no había agua y las únicas gaseosas que encontraron fueron para los niños.El chofer con cara decidida tomaba el atajo que terminaba en el viejo puente que conocía de memoria, para después pasar cerca de una estancia, cuyo casco, en medio de las vastas hectáreas, estaba demasiado protegido de la vista de los pasajeros.Los campos secos y los árboles con su follaje quieto, parecían apetecer esa tormenta que nunca llegaba. Andrés, el chofer, miró hacia la izquierda. Una vaca muerta yacía en medio del campo. Adelante se veía una nubecilla de suave color amarillo que corría por la ruta hacia el ómnibus: eran cientos de mariposas; y cuando él la hendió con la trompa del coche, casi sin ver por un momento, muchas de ellas quedaron pegadas al parabrisas y posiblemente estrelladas contra el radiador.Adentro los chicos seguían molestos, y uno, el menor, que había llorado toda la noche, se recostaba en el hombro desnudo de la madre. Ella lo apantallaba con una gastada revista que al mayor se le ocurrió leer, y enseguida fue un alboroto, pues el matrimonio que viajaba a la derecha e intentaba descansar, pidió silencio a los gritos. La pareja de muchachos que ocupaba el asiento trasero se despertó. Uno de ellos señaló la nube de mariposas que se disipaba, pero al otro pareció no importarle e hizo un gesto como quien desea agua.Pasados varios kilómetros, Andrés detuvo el coche en una zona arbolada, y señalando a la derecha primero y a la izquierda después, insinuó delicadamente que era el lugar propicio para que hombres y mujeres atendieran sus urgencias.Regresaron luego en silencio, salvo los niños que peleaban entre sí, mientras los reprendía la madre con la revista en la mano. La señorita sentada al costado de la pareja de muchachos informó al chofer que había buscado un arroyo o una laguna donde refrescarse y quizá tomar agua, sin encontrar nada. Andrés levantó los hombros e íntimamente se dijo:"por aquí lo único que hay es tierra", y reconvino a los pasajeros para que mantuvieran las ventanillas cerradas porque iban a pasar por un camino que los llenaría de polvo. Hubo algunas protestas, pero nadie se atrevió a contradecirlo.La señorita que había buscado el arroyo vió que los jóvenes hablaban en voz baja, y uno de ellos apretaba la mano del otro.El primer asiento estaba ocupado por dos señoras maduras que no comentaron nada desde que el coche saliera de su origen. Parecían no tener hambre ni sed. En cambio el matrimonio tenía abierta una valijita y destrozaba un pollo que no olía bien, compartiéndolo con la señorita que aceptaba con algo de desconfianza.Pronto quisieron tirar las sobras por la ventanilla pero recordaron la prohibición del chofer, y la mujer pidió a su marido que hiciera un paquete y lo ocultara debajo del asiento.Lo más molesto fue cuando ella misma le recriminó haber comido el pollo: ahora tenía mas sed que antes. La señorita, que había mirado distraídamente hacia la ventanilla cuando el hombre ocultó los restos de la comida, no dijo nada, pero se veía en su gesto que no lo estaba pasando bien.Uno de los muchachos preguntó al viejo si tenía alguna idea de cuándo llegarían a destino.Las dos señoras del asiento delantero jugaban a la canasta. No las mortificaba el calor. Cuando el menor de las chicos orinó, la que ocupaba el asiento del pasillo se dio vuelta y vio que el líquido corría en un río hasta el asiento de Andrés. Enseguida todo se oscureció durante algunos minutos pues la nube de polvo anunciada cubrió el ómnibus. El parabrisas tenía enmarcadas pequeñas mariposas que ahora eran marrones, pero distribuídas de tal manera que no le impedían al chofer ver el camino. Aún cuando pensó limpiar el parabrisas, estaba claro para él, que no lo haría. En cuanto empezara a llover no quedaría rastro de ellas. Sacó el pañuelo y se secó la frente, la cara, el cuello, los sobacos. Se lo pasó a continuación a las señoras que un asiento atrás contaban los puntos ganados, pero ellas lo rechazaron mirándose entre sí.Sin embargo la señorita se acercó presurosa pisando el orín, y solicitó el pañuelo. Dió dos o tres toques a su frente, y sin desplegarlo se lo pasó al matrimonio que lo abrió y aprovechó para limpiarse las manos sucias de grasa. Luego fue requerido por la señora que diligente limpió los mocos del niño menor, mientras se quejaba del calor y solicitaba permiso para abrir la ventanilla.Después, el pañuelo fue a parar a manos de los jóvenes del asiento trasero, y uno de ellos empapó una parte con saliva y limpió la frente del otro, sucia de tierra. Por fin se lo entregaron a la señorita que ya había ocupado su asiento. Volvió a levantarse, piso el orín nuevamente, y agradeciéndole al chofer, se lo devolvió. Aprovechó para preguntarle si podían abrir las ventanillas. Andrés no contestó enseguida. Ella volvió a preguntar, esta vez mas inquieta, para recibir un gruñido como respuesta. Las señoras que barajaban las cartas quedaron un momento atentas a lo que pasaba, y una de ellas intentó abrir la ventanilla correspondiente.También la señorita quería abrir la ventanilla de la izquierda y pidió a uno de los jóvenes que la ayudara. Desistieron porque estaba firmemente cerrada. No cabía otra posibilidad que avisarle al chofer, o por lo menos decirle al matrimonio de ancianos que abriera la suya. Iban a hacerlo cuando vieron que el viejo forcejeaba el pestillo sin conseguir que se zafara. El viejo desistió e intentó dormir.El orín ya había cubierto el estrecho pasillo y mojaba el paquete con los restos de comida debajo del asiento. Poco a poco el paquete se fue deshaciendo y los huesos de pollo se trasladaron hacia los asientos delanteros, confundiéndose con las cáscaras de la única naranja que momentos antes compartieran los dos niños.El sol bajaba cuando los muchachos pidieron al chofer que hiciera una parada en una zona arbolada. Estaban de acuerdo con la señorita en que debían bajar, caminar un poco, descubrir algún almacén, aunque fuera lejano, y comprar bebidas para todos.La señora que ocupaba el asiento con los dos niños, los apantallaba con la revista, ya que tampoco había logrado abrir la ventanilla. Las señoras de adelante guardaron el mazo de cartas en una cajita de cartón, tratando de apartar los huesos de pollo con sus pies, y parecieron inquietarse por primera vez cuando pidieron al chofer que abriera la ventanilla. El chofer dijo que no podía parar para abrirla porque llevaba demasiado retraso. Igual explicación les dio a los muchachos cuando solicitaron que parara para bajar.Las señoras que viajaban adelante recordaron a su madre muerta, y la más asustada hurgó su cartera y sacó un rosario. Tres Aves Marías para comenzar, todo el pensamiento puesto en la difunta; un Gloria rememorando lo buena que había sido, y un Padrenuestro acordándose ya de todas las injusticias que la muerta cometiera en vida.Todo esto percibiendo el acre olor que subía del piso.La señorita miró hacia afuera y, como si lo dijera al aire, exclamó:"pronto va a llover." Los chicos se tendieron en el último asiento cedido por los muchachos, y dormían a pesar de los golpetazos.Los muchachos ocuparon un asiento detrás del matrimonio viejo y charlaban con ellos. La preocupación de uno, el rubio, era cuándo llegarían. La señora pensó que el moreno podía tener hambre y le ofreció chocolate. El moreno lo rechazó e hizo un gesto como de querer agua. El viejo señaló el cielo y estuvo de acuerdo con la señorita que pronto llovería. El chofer apretaba el acelerador. Una de las señoras que hacía un momento había rezado se sintió descompuesta y quiso vomitar. Se agachó y vomitó en el suelo lo más discretamente que pudo. Nadie lo percibió. El orín, las cáscaras de naranja, los restos de pollo y las regurgitaciones de la señora, formaron una mezcla que llegó a los pies del chofer.Los muchachos comenzaron a quitarse las camisas acosados por el calor; pronto quedaron desnudos como antiguos adamitas. El rubio era totalmente lampiño, mientras que el moreno estaba cubierto por un vello negro y rizado.La señorita trató de apartar cuatro veces la vista de ellos, sin lograrlo. Al matrimonio de ancianos les pareció bien que se desnudaran ya que se trataba de viajar con la mayor comodidad. Cuando una de las señoras se dio vuelta y creyó ver lo que pasaba, lo comentó con la otra que nuevamente tuvo accesos de vómitos. Se levantó del asiento para buscar en un bolso una colonia inglesa, y miró horrorizada los cuerpos de los jóvenes y los pechos desnudos, cubiertos de sudor, de la madre de los niños que dormitaba.Cuando los niños despèrtaron también quisieron desnudarse, y como en un juego lo hicieron, tirando sus ropas en un asiento vacío. A los ancianos les pareció correcto dada la elevada temperatura que había dentro del ómnibus. La esposa del viejo empezó a sacarse las medias; los zapatos los había olvidado hacía dos horas debajo del asiento. A continuación se sacó la blusita de organdí manchada por los inconvenientes del viaje. El marido no dijo nada; sólo la miró. Miró también a la señorita que no podía censurar a los jóvenes, porque para ello debía dirigirles la palabra, y la lengua y el paladar le dolían a causa de la sed. Se atrevió a sacarse el pañuelo de gasa blanca que le anudaba el cuello, al tiempo que lo disponía sobre los pechos de la mujer dormida. Por un movimiento fortuito de la mujer el pañuelo cayó y se embebió de orina. La señorita pareció constreñida a levantarlo y depositarlo nuevamente en el cuerpo de la mujer. Pero lo dejó ir, tocándose levemente el cuello. A los pies de Andrés el pañuelo bogaba junto a los demás desperdicios. Los muchachos, y después el matrimonio, gritaron a Andrés para que parara. Si bien era de noche alguna ayuda podrían encontrar. Los chicos tenían hambre, las dos señoras estaban a punto de desvanecerse, la señorita parecía aturdida por el calor que no había mermado. Andrés no escuchó. El ómnibus siguió enfurecido su marcha por la carretera. Volvieron a gritar."En algún momento deberá parar para cargar nafta", pensó el rubio. "Ahí bajaremos, hablaremos por teléfono a algún lado, pediremos bebidas, una ambulancia para las señoras."Comunicó el plan a su amigo, y éste lo tradujo al oído del viejo. La señorita estaba totalmente desesperada para entender nada, por lo que se la omitió del plan.  Luego empezó a llorar histéricamente.La madre de los niños se acercó por tercera vez al chofer para rogarle que parara: los niños deseaban descargar sus intestinos. Andrés miró de costado los pechos desnudos de la mujer, y pareció murmurar:"ya llegaremos." Las señoras de adelante parecieron movilizarse nuevamente y acusaron al joven moreno de llenar el vehículo de humo. El cigarrillo debía ser apagado de inmediato. Se negó el muchacho y exhaló y tragó humo a intervalos parecidos. Más tarde, y tras un corto recorrido, el cigarrillo fue a juntarse con las cáscaras de naranja, los huesos, el vómito, el orín, el pañuelo de gasa blanca,y los desahogos de los hijos de la mujer.A medianoche, la señora de adelante que ocupaba el asiento de la ventanilla, tuvo un sueño atroz y despertó gritando. Poco caso le hicieron. Pero su hermana buscó el frasco de colonia y se la hizo aspirar. La madre de los chicos fue la única en preguntar si se sentía mal. Los viejos comenzaron a agitarse en sus asientos y a pedir auxilio. La señorita chillaba diciendo que quería recuperar el pañuelo. Los niños lloraban arrinconados en el último asiento. Los muchachos consiguieron un grueso hierro, y pensaron: "con esto le daremos." Pero no había forma. Andrés debía detener la marcha aunque fuera un instante, o por lo menos aminorarla. Sólo así, acercándose por detrás, lo golpearían hasta desmayarlo. Después, conducir hasta un poblado sería fácil.La señorita pidió que por favor el rubio la apantallara. Se lo agradeció con sus ojos verdes llenos de miedo; de a poco fue calmándose. El muchacho le desprendió la blusa y el corpiño para que se sintiera mejor, y la trasladó al asiento trasero. Ella lo miró nuevamente agradecida, y más tranquila pudo contemplarlo tapándose los senos desnudos por recato. El muchacho se acostó junto a ella, y todo duró hasta que los relámpagos inundaron de luz el vehículo. Los viejos gritaron al chofer para que parara. Bajarían a la lluvia para empaparse, abrir la boca y tragar agua. Pero los relámpagos persistían sin que lloviera. Los niños que habían estado espiando a la señorita y al rubio quisieron imitarlos. Se tendieron en el asiento, uno arriba del otro, y simulaban movimientos. La madre los golpeó fuertemente con la revista y masculló una maldición. Las dos señoras rogaban a Dios en voz alta, y una recriminaba a la otra no haber puesto la Biblia en el bolso de mano.Desde la ventanilla los ancianos veían pequeñas lucecitas muy lejanas.El viejo-porque la mujer se lo pedía- se levantó y fue hacia delante. Cuando llegó hasta donde estaba Andrés le pidió que por favor parara. Se desalentó y temió a la vez porque el chofer no le hizo caso, y en cambio le gritó: "a sentarse." El viejo lloroso se arrodilló desmañadamente a los pies de Andrés."Por favor, por favor", le dijo.Las dos señoras que miraban la escena dijeron a continuación: "en nombre de Dios."El ómnibus seguía.El muchacho moreno había prendido un nuevo cigarrillo, y un poco mareado lo dejó caer en el asiento. El humo se hizo franco y las llamas aparecieron al costado. Él las percibió enseguida, y con la ropa amontonada de los chicos inició la imposible tarea de apagarlas, pues insidiosamente cobraban más tamaño. Gritaron los viajeros, agitando los brazos y culpándose entre sí. La pareja de ancianos se abrazó mientras tosían casi asfixiados. El muchacho moreno quiso romper la ventanilla con un zapato; el rubio se acordó del hierro y lo buscó por los asientos chocándose con la señorita.Pero para todos había un hecho que era comprensiblemente claro: Andrés seguía con obstinaciónconduciendo por la carretera vacía.Visto desde el campo, el ómnibus envuelto en llamas corriendo por la ruta, era una desorbitante bola de fuego que disparaba hacia un lugar lejano y preciso a la vez.Guillermo Capece marzo1978                                                                                                                                                   
El viaje
Autor: Guillermo Capece  515 Lecturas
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 camina corazón antiguola belleza del sol ya es opacacandados a mi corazóny en mi sexo pulseras vanidosassólo el contacto con tu bocalo amontona como si fuera bestia bravapero tus ojostus anheladas manoshacen que esta nochemi cumpleaños cantea un amigo que ha venido a desearme                          Guillermo Capece
Cumpleaños
Autor: Guillermo Capece  844 Lecturas
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Ila luz de la lámparaaúlla su haz de duelocada hoja de mi librono es más que un soploy no las letras del poetavuelvo enseguida a perseguirtevana tarea   porque tújamás abandonaste mi carne IIuna música de oboeme recorre el cuerpoes el silencioel que acudehuidizome atrevoa morir IIIAh, si pudiera entenderque el amor es sólo una construcción                                de la soledad                           Guillermo Capece
 Para descansarmi corazón deja de latir de a ratos.Pienso, mido su locura y su sombra;y le reprocho.Entoncesvuelven los golpes asustadosa mi pecho. De un largo descanso interminablehe de morir un día.                  Guillermo Capece
Para descansar
Autor: Guillermo Capece  1141 Lecturas
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 No quiero oír tus labios danzar sobre una escala azulal fin los días cada día la vida es el impalpablehacerydeshacernada queda fuera de la luz del que quiere ver bien:la calle vacía o llena de autos y de gente caminandoligero o en sosiego porque poco esperaquizá una flor dejar la máscara hundirse en un domingoantes de llegar a casa para alejar el pequeño tormentode pensar en tus labios danzando sobre una escala azul                                          Guillermo Capece
Para tu paladar de gato de angora he cazado los peces más finos,y los frutos de nombres extraños hicieron fiesta en tu boca. Para tu boca preparé los besos más antiguosque se hicieron nuevos en tu arte de besar. En tus pies he calzado flores griegasque delicados enanos fabricaron con extrema dulzura. Licores libres han pasado por tu gargantaen noches navideñas. Para ti los mismos enanos tradujeron los versos más hermosos de Horacio,y tú lo celebraste. Mi sexo sacudió tu sexo en largas sesiones donde tu cuerpo fulgíacomo cardúmenes en el fondo del mar. Alguna profecía mal iluminada me avisó que te ibas a hundirentre rocas amarillas en un ascender y descender de montañas.  Ahora, alas, en una tarde,me llevarán donde tú lavas tu vestido de espumas.                                 Guillermo Capece 
 ¿Quién ha visto dos gorriones hacer el amor?Yo los he visto en la rama alta de un árbolde Buenos Aires subidos uno sobre el otrohaciendo el amor.No sé si antes habían procurado hacer su nido.Son tan distraídos los gorriones. ¿Quién ha visto golondrinas?Yo las he visto cercanas a la primavera.Lamento desilucionarlos:es un pájaro que de hermoso sólo tienedos plumajes negros como colas negras.Quizá algunas tengan un pequeño color en su pecho.Yo hice varias cosas para entenderlas:las desplumé, pegué sus plumas en rosas,las herví en una olla, y me las comí.Aun así no siento culpa, sino soledad.Eran tan hermosas cuando venían a cuidarme. Algo de lágrimas en mis ojos, porque olvide decir que,junto a las aves, herví el collar de perlas que mi abuela dejara al morir.Y mis lágrimas eran pocas porque la odiaba.Pero ésta es otra historia que contaré después de mi muerte.Que será la de un boxeador contra las sogas esperando el puñetazo final. Me gustan los hombres bellos, ebrios, que escriban cartas con violines,le dije a una golondrina antes de hincarle el diente.A quién no, esperé que me contestara.Pero no, pobrecita. Estaba hervida.Alguien, abriendo la caja de Pandora, y luego de sufrir las consecuencias,me dijo:"los hombres bellos son hijos de Dios, por lo tanto, intocables."Pero, ¿es que nadie los toca?, inquirí."Nadie", contestaron las voces.Mientras las golondrinas se transformaban en odiosas víboras,seguí tragando sus cuerpos con el impiadoso viento marino que me envolvía.                                                                    Guillermo Capece                           
Golondriones
Autor: Guillermo Capece  1096 Lecturas
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 (continuación) Y Robertito contó que ese hombre hosco se comunicaba con su hija con la que estaba enemistado a través de breves esquelas que hacía colocar en la tumba de su padre. Ella las recogía algún domingo, y allí mismo las respondía. Él tenía siempre algún mandadero en quien confiaba.-Ahora el mandadero sos vos- le dijo. Y continuó: -Esta forma de comunicarse a través de un muerto lleva muchos años, y antes el mandadero fui yo. Él está al tanto de mi secreto. Más de una vez me ha visto bajar al sótano con alguien, me ha espiado entre los árboles esperando mi salida.-Aunque jamás dijo nada a nadie temo que cuando está loco divulgue el lugar de mi encuentro, y con quién me encuentro: ultimamente fue con su hija.- añadió Robertito para el asombro de su amigo.-¿La de los mensajes?-Sí. Un día fui al cementerio a colocar el mensaje que me había dado Fuego, y la vi por primera vez. Estaba llorando sobre una tumba en desorden y terminaba de levantar un mensaje. "No, le dije yo. Ése ya es viejo. Tome éste."Y vi una mujer absolutamente hermosa, indefensa. Enseguida supe que sufría, y la consolé como pude, poniéndole mi saco sobre los hombros, ofreciéndole cigarrillos. Ella dejó que yo actuara. Me pidió que yo mismo contestara aquel mensaje del que era portador porque ella no podía hacerlo.Era hermosa, tenía un cuello alto y blanco. Salimos abrazados del cementerio, y yo la invité a visitarme. Con respecto al viejo, nos cuidaríamos, lo que agregaría más agudeza a nuestros encuentros.Sergio lo miró seriamente y estalló:-¡Son una serie de locuras, es insoportable oírte! -su respiración se hacía dificultosa.Eran muchas confesiones para un solo día, y si bien el cigarrillo lo aliviaba, sentía un raro malestar en el estómago.-La locura es que no puedas entenderme, amigo -contestó Robertito algo arrepentido de las confidencias que se arremolinaban en los oídos de Sergio.  
 (continuación)Empezó a sonar una música fuerte en el parque que salía de una ventana cercana.Sergio necesitó distanciarse de esa vieja historia de locura, y apresuró el paso. Robertito que lo seguía comenzó a tomar otra dimensión para él, como si recién descubriera su presencia, porque ya empezaba a sentir desconfianza. Cuando se acercaban a la ventana desde donde salía esa música recurrente, las campanas del reloj de carrillón dieron las diez, y la música cesó.Los árboles del parque eran viejos ejemplares, algunos verdes, otros zizgueando el otoño. El césped estaba descuidado. Cercana, había una fuente de piedra de la que surgía a intervalos, chorros indecisos de agua.Por la ventana se asomó un hombre gordo, calvo, con el rostro enrojecido, y saludó:-Buenas noches a los dos.-Es el viejo jardinero -dijo por lo bajo Robertito- pero no lo saludó.-Buenas noches a los dos -repitió el viejo.-Buenas noches- saludó Sergio-¡Tonto!-  lo increpó Robertito- ahora no te dejará, te seguira como un perro fiel.Sergio quiso preguntar a su amigo pero caminó más ligero, casi comenzó a trotar, alejándose de la ventana.-¡A los dos! -gritaba el viejo- ¿quién es el maricón? ¡la puta madre!  ¡la puta madre!-¡Se ha enloquecido otra vez! ¡Está en pleno brote! -exclamó Robertito. Y por un momento fue su único comentario.En el camino un cantero medio deshecho les dió la oportunidad de sentarse.Robertito lió un cigarrillo. Entre los dos fumaron.-Era el jardinero de la casa- se llama Fuego; aquí nació, aquí enloqueció, y aquí morirá.-¿Cómo dijiste que se llama? -inquirió Sergio-Fuego- es un nombre extraño, como es él. A veces está en el cielo, pero las más en el infierno, pero refulge. -Escribe extraños poemas con tinta roja -añadió Robertito- tienen algo de desconsolable, de estupor, a veces son decadentes, a veces tiene la luz y la verdad.-Rober- y cayó en la cuenta que por primera vez lo llamaba así- Rober- repitió Sergio- parece que los has leído bien.-Sí. Junté unos cuantos cuando Fuego los tiraba por la ventana, y se los mostré a un amigo de un bar de Palermo que algo entiende de estas cosas. Me dijo que eran poesía en estado puro. Que escribe no sólo con el alma, sino con todo el cuerpo, incluyendo el alcohol que toma .De manera que los guardé.-Pero...¿no tiene familia?Sergio creyó ver una ligera turbación en su amigo.-Su familia somos los Botante. Pero ahora que le hablaste no te dejará en paz. Te reconocerá y querrá que seas portador de sus mensajes.-No me verá más -dijo extrañado Sergio- no vendré más.Pero no había seguridad en sus palabras. Estaba seducido por la situación. No sabía de qué mensajes le hablaba.
(continuación) -Marcos escribió que primero podía ser un músculo del antebrazo o una vena del cuello- contaba Robertito- pero te sigo leyendo- y apuntó la linterna hacia el diario."Márgara, Márgara, me muero, me marchito; dejame, por favor."-El diario está en poder de papá -comentó- pero yo lo pude leer por primera vez a los doce años. Sé el lugar donde lo guarda, y a veces lo busco para releerlo, como ahora; y me conmuevecuando leo que Márgara era implacable. Y a él le gustaba que fuera así."Mis gritos eran insostenibles" -siguió leyendo- y yo sabía que Márgara me besaría interminablemente, hasta comerme la lengua, hasta arrastrarme el paladar.""Después venía, con todo el terror, esa música que se oía desde afuera. Y era maravilloso, casi insolente, que mi amada Márgara se acercara sólo para ver mi cara.Robertito paró el relato de golpe. Pero Sergio insistió para que siguiera."Yo esperaba complacido, quejoso, tan niño que a Márgara le daban ganas de sostenerme en sus brazos y cantarme la misma melodía que se oía desde afuera.""En ese momento, Márgara-demonio vestida de azul, subía a las esferas más azules, y me poseía desmedidamente, toda Márgara, amada Márgara, pelo y piel, ella sí con su piel intacta."-En ese momento Márgara lo poseía -repìtió Robertito entusiasmado -o a lo mejor era el demonio, o los dos.- y miró los ojos de su amigo, iluminándolos."Nunca recordaré bien ese instante, ese soplo de agobio y de amor. Pero lo esperaba al final de la ceremonia. Sabía que era único, que podía irrumpir o tardar, como por ejemplo en los momentos en que todavía podía besar la lengua caliente de mi amada o del demonio, o aún después, cuando frente al espejo me veía sólo como transparencia."-¡No terminó la lectura! -gritó Robertito al ver que Sergio hacía un ademán para irse."Entonces me levantaba como podía, y la coronaba recogiendo tierra y cubriéndole la cabeza con polvo fino que se mezclaba con sus lágrimas. Era una distinguida dama del horror, un verdadero demonio. Luego la envolvía en una manta, la subía en brazos, y ya en el parque bañaba suavemente cada parte de su piel y de mis heridas. Mandaba al mucamo a preparar compresas frías y Márgara las colocaba en mi frente."-En la familia se conocen estos hechos con el nombre de "juegos satánicos"; la historia del viejo es pan comido -sonrió Robertito.-todo como en ese cuadro adjudicado a Corot. Hay un río  que recorre un campo oscuro, y que contrasta con los árboles dibujados suavemente; casi un pintor para el río, y otro, apacible, para los árboles. Atrás se ven dos cuerpos desnudos, abrazados. El de la mujer fuerte y el del hombre, desvaneciéndose. Seguramente la historia que te acabo de leer. Sergio dudó si esa historia había sucedido o era invención de su amigo.Quiso salir. El pàrque estaba sereno y la noche suave. Hinchó sus pulmones y miró a su amigo.-No terminó la historia- dijo él.Sergio tuvo intención de huír; "este hombre está loco o se picó demasiado"-pensó. Pero se contuvo con la idea de cambiar la conversación.-Te dije que Marcos tuvo muchas amantes. A él le gustaba jugar a la muerte. Yo ahora sé que se va a morir. Se va a morir dentro de mí o seguirá existiendo, no lo sé.Sergio lo miró y quiso reírse, pero el tono de su amigo era compasivo.-Quiero decir- dijo el joven amigo- y enseguida Sergio comenzó a tener un conocimiento anticipado de los hechos -que yo soy igual a Marcos, y a veces quisiera no serlo. La ilusión de ser Marcos debe morir aquí mismo, en esta confesión que te hago, amigo. Amo a las mujeres con una suave tortura, al principio. No te asustes, Sergio, te ruego que me escuches...-dijo al ver asombro en los ojos del otro.-Luego pido perdón, soy vasallo de ellas. Pero después las someto, sin eso yo no puedo. Y ellas se rinden en esa lucha. Descubren que no saben separarse de mí, que me quieren, que me odian. Y cuando descienden al sótano, la violencia de ese lugar -había fascinación en su mirada-es agua que tomo con ansia; hasta que les limpio las llagas y quedo liberado.Hubo un silencio. Robertito estaba desolado. 
(continuación)No era lo mismo con Robertito Botante. Sergio lo conocía de charlar  naderías en la barra de un bar, y por ser Robertito un joven  entretenido, y porque lo proveía de marihuana y algunas veces de dinero, él pasaba algo de su tiempo a su lado.Era hijo de un cirujano de prestigio, y fue destinado a seguir los pasos de su padre. Pero fracasó ni bien transpuso el umbral de la universidad. Ahora tenía 27 años y se dedicaba a vagar en boliches y en los bares. Vivía en una casa en Belgrano, donde, en la sala central, al lado de una vitrina con marfiles y piedras duras y de un enorme reloj de carrillón, colgaba un sospechoso Corot.Así le dijo a Sergio una vez:-Mi viejo cree que es un Corot legítimo, pero tengo mis dudas.-si lo fuera alguien de la familia ya lo hubiera vendido -y rió.Una biosserie tapizaba las paredes, y las alfombras adornaban el piso que en los rincones se veía muy brillante. Allí fue donde Sergio cedió a los primeros convites de Robertito, y había inspirado sin temor uno o dos pases de blanca, como llamaba a la merca.La casa estaba rodeada por un parque, y debajo un sótano rezumaba una humedad antigua.-Mi familia -dijo Robertito- era muy especial. Mis bisabuelos, por ejemplo, fueron mucho tiempo amantes antes de casarse. Mi bisabuela era rubia, y parece que muy hermosa. Vivía en los fondos de la casa, aunque los encuentros se realizaban aqui, no precisamente aquí sino en el sótano, debajo de aquí. Algún día te lo mostraré.-Por qué no ahora- interrunpió Sergio entusiasmado.Salieron de la sala y caminando por el parque dieron con una puertecita debajo de una escalera. Robertito la abrió con cuidado. Se sumergieron en la oscuridad. El lugar era lóbrego. Allí Robertitole ofreció a Sergio una tremenda historia de amor, desolación y violencia.-Eran muy jóvenes los dos -comenzó- y mi bisabuelo Marcos Botante Antar, le pedía a uno de sus mucamos que fuera a llamar a Margara, que con el tiempo sería mi bisabuela. Todo era oculto. Salvo uno o dos mucamos nadie conocía la relación de los novios.Ella bajaba por la misma escalerita que bajamos nosotros, y allí estaba Marcos, con sus polainas y su camisa blanca, esperándola.Según dicen, Marcos era un hombre altivo, arrogante, pero gran amador. Habían pasado varias mujeres por la casa, hasta que dió con Márgara -aquí Robertito se detuvo- pobre Márgara- continuó.E hizo silencio nuevamente esperando algún comentario de Sergio. Le iluminó los ojos con la linterna que llavaba. -¿Por qué pobre?-A veces se ama de una manera extraña -murmuró Robertito- Ella bajaba,  se metía en lo oscuro, buscaba el contorno de ese hombre... y lo demás ocurría.Iluminó nuevamente a Sergio y se dió cuenta de que lo urgía.-Marcos era violento. Ella se ofrecía, y él aprovechando la sugerencia de estar bajo el césped, se transformaba.-Supongo que estarían los dos desnudos.- dejame que te lea una parte del diario- continuó Robertito abriendo el cartapacio. "Ella se volvía suplicante. Yo la arrinconaba -continuó leyendo- y la golpeaba levemente con una rama del jardín.""Después la ceremonia se volvía más intensa, y Márgara gritaba, y de su piel salía una luz cada vez más diáfana." -Yo no lo creo para nada- comentó el muchacho,pero asi lo cuenta el viejo en su diario. Para él no había clemencia- dijo el muchacho- y ella se entregaba con dolor y con placer. Pero eso no era todo. Escuchá esta parte: "Siempre caía en un colchón de plumas, y presumía que las plumas me cubrían como si fuera un pavo real o una abeja gigante de pesados colores que se adherían a mi cuerpo blanco, casi transparente, tan transparente que podía ver mi corazón latiendo como si estuviera frente a un espejo mágico."- es lo que creía el viejo, comentó el muchacho.Volvió a iluminar el rostro de Sergio, pero lo encontró en un rincón oyéndolo, con los brazos a los costados.Robertito dudó en seguir contando esa historia pero notaba en el silencio de su amigo, el deseo de conocer el final. Por fin, dijo:-Supongo que el viejo estaría drogado con hachís o alguna de esas drogas antiguas que consumían antes. ¿opio?-Sin duda- exclamó Sergio- pero también temió que el muchacho se hubiera clavado vaya a saber qué otra "vitamina". Era demasiada imaginación la de su amigo. Sin embargo Robertito afirmó:-Mi bisabuelo era un hombre más que extraño. LLevaba este diario con escrupulosas anotaciones.Todo lo dejó claramente escrito. Y abriendo el cartapacio nuevamente, leyó iluminado levemente por la luz de la linterna: "Me deleitaba en uno de los momentos más felices:pero no era un momento dulce; era torturante, porque las plumas no se degajaban suavemente: caían tironeadas por Márgara, pero quizas no fuera Márgara sino algo que se parecía a ella, a su odio, a su dolor o a su amor." -Te imaginás cuánto oprobio y mansedumbre había en esa complacencia.-comentó el muchacho.Se produjo un ruido extraño que obligó a Robertito a iluminar el lugar, y vieron dos ratas disparando.-Vámomonos de aquí -exclamó Sergio.Robertito lo retuvo tomándolo del brazo. Sergio pudo ver que su amigo llevaba el cartapacio y el diario debajo del brazo.-No terminó la historia. -No quiero oír más.-Al fin -siguió el muchacho- Marcos encontraba su felicidad. Porque mirá lo que dice en el diario:  "Después la operación era más fuerte. Márgara desgarraba, partía, clavaba sus uñas. Márgara-demonio utilizaba sus manos, hincaba sus dientes. Y las plumas caían, pero también los girones de mi piel escupidos por los hermosos dientes de mi dulce Márgara."Robertito tomó aire, quiso ver la cara de Sergio pero, aprovechando que estaba en silencio, continuó con la lectura:"Recuerdo que en este punto gritaba como enloquecido, pues veía libre mis músculos, mis tendones, y con la palma quería acariciar a Márgara que se negaba, que permanecía impávida,de pie, oficiando y oficiando interminablemente, rodeada por ese charco rojo que me taladraba los ojos.""Después venía la ceremonia más codiciada por mí. Márgara-demonio se acercaba despacio, y comenzaba la devoración."-¿Tu bisabuela se devoraba a Marcos??-, casi gritó Sergio.-No, tonto. Ellos lo llamaban así. Era un juego, pero un juego bastante fiero, porque siempre había sangre.
Julia no sabía decidirse entre la terrina de quesos o el crepe relleno. Eso de entrada, pero como primer plato no estaba segura de pedir la trucha en dos salsas o el lomo con duxelle de champiniones. Después de todo, lo que más le interesaba en ese saloncito paquete, era jugar un poco y ver los colores de los platos servidos por mozos lánguidos, en uno de los cuales le pareció ver al muchacho de La Cantábrica en ese sueño que no había olvidado.-No será la primera vez que me asome a un espejo y vea las huellas de mi rostro- ironizó para sí mirándose al espejo donde también se reflejaba la figura de Sergio.Él la había invitado a almorzar para decirle ¿qué?. Si el barco se hundía -se dijo- ¿él querrá salvarlo? ¿Por qué no levantarme y dejarlo solo? ¿Para qué acepté la invitación?Sergio estaba distraído. Ella se apuró a pedir y el mozo anotó con diligencia pero con cierta rigidez. Esto la divirtió. Luego el muchacho anotó lo que Sergio le dictaba.-Me llamo Fabio- dijo el mozo- estoy a sus órdenes; que tengan un agradable almuerzo.Y, mientras el mozo se iba, ella volvió a jugar otra vez con el espejo en la pared: los ojos tristes de Julia; los labios quietos de Julia como si recién terminaran de crecer."Aquí pronto se instalará una mueca y no lo podré evitar", pensó. En el espejo se miraba las manos y el busto, pequeño pero todavía erguido."Pronto esto se terminará. Seré vieja," se dijo.Y añadió para sus adentro:"Estos juegos comienzan divertidos y terminan crueles." "¿Por qué tener esta visión partida de la vida?"Porque ella también amaba el sol que entraba, y los colores de la comida que ahora le servían, y estaba segura de que también podía amar al muchacho de chaleco negro, algo desgarbado pero de manos finas, que a cada momento quería ser cortés.Lo miró sin disimulo y él se dejó observar. Luego volvió a mirar en el espejo y lo vió reflejado sirviéndole el vino.Mientras le ofrecía el primer plato le pareció que las manos del muchacho danzaban sobre la mesa.-Me entristece el campo a la hora del crepúsculo- dijo ella antes de que Sergio le preguntara por qué lo decía.-Cuando era chica me daba miedo ir al circo- dijo sin oírlo - un caballo se volvió rabioso, ¿sabés?,y saltó de la pista a los palcos.-El caballo se volvió rabioso o loco -repitió- ¿nunca supiste de un animal loco?Él le tomó la mano e hizo un esfuerzo para escucharla pues en realidad estaba pensando que todas las mujeres tenían algo de estúpidas.Ella se levantó para ir al baño con la idea del caballo rabioso y en Sergio, tan lejano.Pasó por la pequeña salita vacía dispuesta para que los clientes jugaran al billar que le pareció de un amarillo intenso, y vió al mozo, apurado, pero atenta a ella. Julia sabía que auque él no lamirara decididamente, había despertado su interés.Cuando salió del baño lo vió otra vez, y un ardor le subió al pecho."Dios mío" -pensó- "no poder amarlo ahora sería un castigo."Al pasar por la salita de billares entró. Se ocultó en el momento que el muchacho pasaba nuevamente. Esta vez la miró. Ella lo llamó y le pidió café. Cuando regresó con el pedido la vió recostada contra la pared, y no pareció asombrarse. Estaba acostumbrado a las trangresiones de algunas clientas, y por eso fue que no le acercó el café sino que lo dejó sobre la mesa de billar y cerró el cortinado. Se quedó frente a ella. Julia vio que el cuerpo de él se recortaba frente a la luz, y lo abrazó humedeciéndole la cara con los labios. Las manos del muchacho resbalaron sobre el vestido de ella, y lo subió de a poco, mientras la llevaba hacia la mesa de billar. Comenzaron casi en silencio, con pequeños quejidos de ella, y el silencio de él.Pronto Julia sintió la sensación dentro del pecho que el caballo loco del circo repetía la escena del asalto hacia el público. Creyó que su corazón galopaba hacia la libertad.Más tarde,mientras arreglaba su maquillaje, se sintió poderosamente libre. Rápidamente busco dólares en su bolso y los dejó debajo de la tacita de café. Fabio que la observaba, rechazó el gesto.Tuvieron un breve dialogo:-Soy de Mendoza, tengo viñales, no necesito dinero- dijo el hombre ya fuera de su máscara de mozo.-¿Y por qué trabajás de mozo? -preguntó al instante Julia.-Soy el dueño del restorán, y a veces me entretengo en atender las mesas sólo para conocer mujeres como vos.Julia no supo si eso era un halago, y no respondió.-Tengo una cadena de restoranes en sociedad en Mendoza, y otro en Puerto Madero- dijo el muchacho algo desgarbado pero con cierto orgullo.-No sé qué pensarás de mí- susurró Julia.-Cuando uno hace estas cosas no piensa nada más que en el placer instantáneo -respondió seguro.Y se fue dejándole una sonrisa.Sin embargo ella sintió que esa rápida aventura no era ni mas ni menos que una mariposa detenida en mitad de su corazón, pero dispuesta a volar en cualquier momento, por ejemplo en cuanto Sergio la mirase y le indicara la comida.-Se enfrió el lomo.Ella balbuceó una disculpa dispuesta a no dejar volar esa mariposa. Iba a pasar la lengua por el interior de la copa de vino por segunda vez, cuando la orden de él la detuvo:-No hagas eso.-Eso es lo que me interesa hacer en este momento. Lo quiero hacer.-A veces parecés una chiquilina caprichosa. Mejor comete el lomo. Es un plato muy caro -y Sergio enlazó los ojos de ella con una dura mirada.-No lo quiero, está frío- protestó ella mientras apoyaba su lengua en el cristal de la copa.-Comete el lomo -repitió él.
(Continuación)Julia estaba firme, segura. Él se sentía vacío, como si lo miraran calándolo en lo hondo de su cerebro. No sabía qué decir. Le habían robado las ideas, y un raro malestar lo cubría por entero. Se daba cuenta de que ella esperaba una respuesta, y estaba decidido a recorrer todo su cerebro para encontrarla. En tanto se paseaba por el living jugando con su llavero. Debía encontrar alguna idea.-Julia... vos no habrás pensado que yo dejé de quererte- las palabras se le amontonaban en la boca.Ella volvía a hacer  pesado el silencio.Por fin le dijo que tenían un dispar concepto de la felicidad, que hablaban diferentes lenguajes, que entre ellos existía una barrera que ahora se hacía evidente.Él la veía blanca, suave pero decidida............................................................................................................................  Sus ojos color de miel se enrojecían, así como sus mejillas, y se ponía francamente insoportablecuando al segundo whisky le seguían un tercero y un cuarto. Entonces hablaba sobre lo que había sido su amor con Sergio, y todo su pasado se le venía tumultuosamente encima; resultaba abrumador más que doloroso oírla.Era cuando la piel de Julia se espesaba, un ligero rictus se enmarcaba en sus labios, mientras insistía que la verdad le debía ser develada, a la par que otro whisky caía en el vaso.  Y era por la tarde cuando no sabiendo cómo manejar su angustia, llegaba a su departamento, chequeba para saber si su portero electrico estuviera conectado, controlaba el tuibo telefónicocomo si esperara a alguien, naciéndole la necesidad de sentir en su pecho el ardor de la bebida, mientras fumaba y pensaba en los tres años vividos junto a Sergio.Otras veces le pedía a Carol que la escuchara , o a alguna compañera del Colegio Marañín donde dictaba clases, o al vecino, o tocaba desesperadamente el timbre del portero para contarle lo mal que se sentía por la rotura de alguna canilla y que fuera urgente a arreglarla.Una vez allí invitaba al hombre con una copa y comenzaba con una pequeña historia de sí mismahasta que por fin se desbordaba, sin permitir que su interlocutor hiciera algún comentario, porque además éste no encontraba espacio para hacerlo.Ella había llegado a eso. (Ella,  quien  gustaba del diálogo, y quien -en otro momento- pensaraque se había separado de Sergio sin inconvenientes, quien hacía tiempo escribiera en una esquela: "soy feliz", por escribirlo nomás, por sentir desde el movimiento de su mano ese gozo que le nacía en el cuerpo, pues en momentos de dicha sentía todo su cuerpo sutilmente ocupado), ella, ahora estaba vencida, pero no exactamente vencida -pensaba- sino con un desasosiego blando, que le impedía ver con claridad todo cuanto le sucedía; por eso tenía que llevar aunque sea un trozo de verdad a su boca, deshacer con un vaso de alcohol las lágrimas que albergaba sin salida.    Un día don Ernesto Sabato la invitó a ver sus propias pinturas,pues le había interesado el temperamento suave y a la vez definido de sus óleos. Ella se transladó hasta Santos Lugares.-Pase- le dijo Sabato abriéndole la puerta. La tomó del brazo y pasearon por el jardín.-Me gusta que hagan ruido bajo los pies. Por eso no las dejo barrer- continuó Sabato refiriéndose a las hojas secas.-Pise, pise- siguió- y encontrará un placer que quizás no sea nuevo para usted, y seguramente estará enraizado en su infancia. Quizás cuando usted era pequeña jugaba en una plaza en otoño.Julia asintió.-Pienso que el placer que usted siente también debe ser trasladado a sus cuadros, junto con la textura y el color-dijo el maestro- es decir el placer debe ser evidenciable para el pintor y evidente para el observador- y miró de reojo a la invitada.-Pero para eso- continuó- usted tiene que obtener nuevamente ese pequeño o gran gozo que significa hacer crujir las hojas secas, atesorarlo, y llevarlo como en una cajita dorada... hasta el cuadro.El ya no hablaba de literatura.Pasaron al taller y las telas que Sabato le mostró deslumbraron a Julia.La mayoría eran óleos, retratos de famosos. El trazo era vigoroso. Otros transparentaban tal angustia existencial que resultaba difícil mirarlos. Parecían expresionistas, y ella hubiera jurado ver en algunas, la influencia de................, pero no se atrevió a decirle nada.Almorzaron brevemente en el jardín; antes Sabato se habìa detenido a mostrarle una tela que le entusiasmaba sobremanera: se llamaba "La tierra roja". Obviamente era un paisaje de Misiones, donde el celeste se veía apenas en la parte superior, y los bermellones y marrones y verdes, ocupaban el mayor lugar.-No conozco el autor- dijo Sabato- no está firmado- me lo regaló en Misiones un joven llamado Inocencio, que es un escritor de gran futuro.La tierra roja era para Julia igual a esos días pasados junto a Sergio que se agolpaban en sus cerebro, donde los recuerdos pugnaban por presentarse alternativamente, pero sólo lograban mezclarse confusamente, síntoma del desorden con que había ocurrido todo. Con fastidio trató de apartar esos pensamientos, y dedicarse por entero a la conversación con don Ernesto.Mientras le mostraba unas fotos de sus nietos, y otra más obscura del perro que había tenido,plácidamente le dijo que quería alquilar una casita en la costa para pasar el verano. Si disponía de la suya. Quiero sentir el mar, murmuró casi don Ernesto.Otra vez la desorganización. Parecía que todo se ponía de acuerdo para sumergirla en una constante introspección.Le dijo que no. Que la había vendido. Y trató de ser compasiva con ella misma.El mundo estaba allí para que ella lo transformara, y ella no podía hacer nada con él, salvo dejarlo quieto y esperar que pasara.
 Seis o siete martes pasados,y tu pelo sigue el caminoque un antiguo pez le marcara.Es hora de despertar. Es la hora.Nunca más el sueño de la esperani esperar el sueño que seduce.Ahora debe ser la síntesis de tu épica.Ahora debe ser tuyo aquél que amas.             Guillermo Capece
El nombre
Autor: Guillermo Capece  680 Lecturas
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                       a M.D.R.                                Pacientes montañas se muevenhacia donde tú estás.El peso mediterráneo de mis ojoslas buscan.¿Qué es de la amiga aquellacuyo sol repetía en la memoria?Calla.No le digas que yo no estoy más.                  Guillermo Capece
Ya entiendo
Autor: Guillermo Capece  265 Lecturas
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 (continuación)Pero las fugas eran de ambos. Ambos pertenecían a esa clase de animales asustados que queriéndose encontrar, escapaban, intentando liberarse de algo incierto que pesaba sobre sus espaldas. Muy por debajo de estas ideas, sabían, como en una bruma, que los asustaba la vida, y si bien creían en la posibilidad de un día luminoso, no era esto de mucho auxilio, porque la pasión se les escapaba a cada momento, y a cada momento querían asirla. El rostro de Sergio parecía enflaquecido. Su voz era débil, aunque esto bien podía ser intencional:sabía que Julia estaba adentro, y quería demostrarle que aquello lo había afectado, y se sonrió por lo convencional que sonaba la frase.En realidad estaba cansado de que todo en su vida fuera una serie de serpentinas arrojadas al azar.Tocó el timbre del departamento de Callao al 800, e inspiró. Ella no estaba mejor. Tiempo atrás Carol la había acompañado al cirujano, hablándole como si fuera una niña, protegiéndola, tratando de eludir la conversación cuando el tema era Sergio.Para peor el temor le impedía formalizar situaciones en la tela, escrutar colores y transcribirlos.Los paisajes que le parecían delineados se le escapaban. No lograba pintar un solo trazo en el lienzo.Cuando él entró, Julia sonrió tristemente. Estaba confundido pues no era ése el recibimiento que esperaba. Temió que Julia le hiciera alguna pregunta que él no deseaba.El viejo asunto se entrometía. Pero no sucedió, y Julia se sentó en el sillón sin decir nada. Sergio comenzó a jugar con su llavero. Después de todo él se sentía un hombre libre, y nadie tenía derecho a tomarle su vida, y ese hijo le hubiera quitado su libertad. Claro que necesitaba a alguien que lo quisiera, pero no terminaba de entender la sonrisa de Julia que permanecía sentada y había empezado a fumar. Él hubiera querido que le ofreciera como antes una taza decafé, o que el disco del Gato Barbieri empezara a sonar de repente.Intentó acariciarla. Subiéndole el pelo le besó la nuca, le recorrió el rostro con los labios, quiso besarle la boca, atado al carmín de sus labios veía el beso que deseaba darle, quiso acercarse de mil maneras, y ella no respondió.Por fin él estiró su brazo para alcanzar el llavero y terminó balanceándolo sentado en ese sillón vagamente inglés. Ese sillón donde tantas veces se habían amado, que había tomado las formas de los cuerpos desnudos, y observado las caricias de Julia y la fuerza de Sergio. Ese sillón pasaba ahora a participar del desamor, de esa rencilla sin palabras.
  (continuación)Luego las visitas de Sergio se fueron espaciando, a la vez que los pedidos de dinero eran mas frecuentes.Mientras tanto Julia se fue enamorando. Le propuso un viaje a Brasil que él aceptó, y cuando regresaron se separaron por varias semanas , porque él, cortesmente, dejó las valijas en la puerta del edificio, y ante la pregunta de ella, dijo que no, que no iba a entrar, y que la llamaría por la noche. Julia sabía de memoria el significado de esas palabras.Con su despecho a cuestas subió al ascensor, ventiló el departamento, y se sentó a escuchar el disco de Gato Barbieri. Luego echó una mirada a sus telas. Se levantó, abrió el piano, rozó con la yema de sus dedos las teclas.  No sucedió nada especial en Brasil. No hubo peleas, pero tampoco él se mostró demasiado interesado. "El tiempo y el amor son pájaros que siempre emigran juntos", pensó; y jugó con esta frase durante toda la tarde, a partir del momento en que la descubrió.Gato Barbieri no la sacaba de ese sabor amargo; dejó que el disco se fuera apagando, y buscó en su cartera el celular para hablar con Sergio, pero desistió porque el gusto amargo recrudecía. Meses después de ese acontecimiento Julia escucharía los verdaderos sentimientos de su corazón respecto del bebé. Desde luego que había pensado en un cochecito, en una mantita, en un sonajero. También en cuál sería su carita al nacer. Pero se llenaba de miedo cuando pensaba que lo más importante en su vida era Sergio.Se convenció cuando tiempo después en ese bar, esa tarde de lluvia habló con Sergio. Se diócuenta que no servía contarle esperanzas y miedos. No servía decírselo en ese momento, y calló.Sergio sabía lo que hacía, y le procuraba una especie de satisfacción saber que se estaban ocupando de ella, y que volvía a ser alguien para ese hombre que en una tarde lluviosala amara, aún después que ella hubiera fugado. 
Parte 6
Autor: Guillermo Capece  314 Lecturas
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(continuación)Julia era pintora. Más o menos exitosa. Pesaban sobre ella un premio de la Ciudad de Buenos Aires, y una medalla de oro, distinción conferida por el Gobierno de Venezuela al pintar un retrato de Bolívar y exponerlo en la Embajada argentina en Caracas. Sin embargo no era una retratista. Su pintura tenía esos esos esfumados paisajes monocordes, que nos hacen ver un árbol, o de pronto un río o una montaña, siempre simpáticos, nunca demasiado figurativos, hechos con un dejo de arrobamiento -sólo un dejo- porque el arrobamiento total lo guardaba para Sergio, que no pintaba, ni le interesaba demasiado nada, sólo los riesgosos trabajos que hacía por la noche, y claro, también vivir de ella, de lo que ella le daba.De la escasa fortuna que ella heredara (una casita en la costa, dos o tres lotes en Madariaga y un Peugeot blanco), sólo quedaba incólumne el Peugeot; lo demás voló en poquísimo tiempo a los bolsillos de Sergio, y de allí vaya a saber dónde.Pero sabía que él la amaba, se lo había dicho mil veces, y sus encuentros tenían tanta pasión que Julia lo había erguido como único ser en el mundo.Creía ser dichosa por entonces, aunque a veces, en la solitaria tarea de pintar, una congoja inexplicable le apretaba el pecho, como si un niño llorara dentro. Y era cuando tenía que abandonar todo y llegar hasta la farmacia por algún sedante. Luego la cosa se arreglaba con un rápido llamado ("¿estas bien?", "¿te veo esta noche?", "te espero."), y los pinceles volvían a amasar esa pasta olorosa y blanda para cubrir el tono amarillento del lienzo.El problema era cuando Sergio, sin explicar demasiado, le decía:-Hoy no nos podemos ver; mañana no sé. Llamame.Entoces Julia dejaba los pinceles, y echada en la cama comenzaba  a consumir esas pastillitas inútiles, o bien a tomar el vino de La Cantábrica, que le hacía develar la verdad.Julia tenía 45 años. Sergio, 30.Ella era todavía una nujer atractiva; su rostro estaba, sin embargo, determinado por una inquietud interior, como si una rara ansiedad la dominara.Sergio era fuerte en su contextura, con las facciones más angulosas que jamás viera Julia, según le gustaba decir.Se conocieron en la Galería Pigmalión, ella observando unos óleos de un principiante, y él también, aunque no tanto, porque siempre andaba a la pesca de alguien con quien compartir lavelada.Y esa noche su aventura se llamó Julia. Fueron al departamento de ella, y entre el humo de cigarrillos de Julia y la desaprobación de él, entre alguna bebida alcoholica y el olor a bencina, Sergio la llevó a la cama, la desnudó, y la amó como hacía tiempo no amaba a una mujer.Tanto que no cayeron en cuenta que el sol estaba alto cuando él se despidió.Pero fue hasta la noche, porque justo a las ocho el portero eléctrico sonó, y Julia escuchó la voz de Sergio.Cenaron. Hablaron de las pocas posibilidades que existían para el artista en este país, y si no era mejor meter todo en una valija y disparar para Europa. -En estos momentos, Europa...-exclamó Sergio- no es el mejor lugar para irse.-Para un artista Europa está siempre preparada a recibirlo- respondió Julia. Ella mencionó también una postergada exposición en Mar del Plata, donde un galerista estaba esperando que se decidiera.Después, puso ese viejo disco de Gato Barbieri, bailaron suavemente, muy unidos, y él la fue empujando hacia la cama, donde volvieron a amarse. Así durante algunas semanas.
 (continuación)Estaba inquieta pero no se sentía sola por haber reñido otra vez con Sergio. Pensaba que el mundo era así. La relación se transformó con el tiempo en lo que llamaba un "relación crepuscular", es decir, sin la posibilidad de recuperar aquella época en que una vez, en una esquela, escribió simplemente: "Soy feliz". Sin embargo, a pesar de que la separación había sido empujada por no aceptar los trabajos nocturnos, aún creía amarlo, y quizás por eso.De Sergio le habían quedado muchos recuerdos, y por cierto, la lluvia que golpeaba su frente el día que lo decidieron. Ella deseaba tener ese bebé. Lo quería desde mucho antes de saber que estaba embarazada. Él se opuso; otras cosas tenía en su cabeza. Nada de inconvenientes que lo retuvieran en un círculo. No quería el bebé.Julia se asustó como una paloma cuando él le habló de su propósito. Luego pensó varios días echada en la cama, y por fin un día comprendió. El asunto era muy sencillo: eso no se hace.De pronto llevaba un trozo de verdad a su boca. Clin, clin, clan, hacía el xilófono; clararín, clin, clin. Salía una música liviana de xilófonos, lo bastante liviana como para no distraerse de la lectura.-Modern Jazz Quartet- dijo Sergio llevándose un dedo a la frente mientras leía por tercera vez, el mail que en su correo le dejara Julia: ..."te ruego que trates de convencerte que es lo mejor para los dos. Te ruego que no me busques." Pero la buscó de inmediato: no podía estar separado de ella tantos días. El teléfono no respondía; tampoco contestaba los mails. Y una noche de lluvia la encontró caminando por la Avenida de Mayo; y mojándose los dos,él insistió, y así como quien tiene todo resuelto, lo decidieron. Él habló de un cirujano en Congreso. Julia lo miró, pero no estaba angustiada. "No luchar contra lo inevitable", pensó; porque no quería perderlo, y al fin de cuentas lo amaba.Salieron después de bar y la lluvia volvió a alojarlos.-¿En qué pensás?- murmuró él.-En que me estoy mojando.-Gracias, sos muy amable- dijo él irónicamente- tenés que respetar el orden del que te hablé.-¿El orden...?-Me refiero al orden sucesivo del que hablamos: primero a la casa de Carol,despues la visita al cirujano, los análisis..., qué se yo... pero lo más imperioso es que hables con Carol.Estaba claro que él no la acompañaría.-Sí- susurró Julia- respetaré el orden. Ayer hablé con Carol, pero no le dije que...-Sin modificar nada- dijo él- sin modificar. ¿Te parece que todo se arregará en la fecha fijada?Y recordó que todo se arreglaba siempre, tal como lo preveía él, y esa vez también, a pesar de que ella se tornara temerosa y callada.La abrazó, la besó, justo cuando la lluvia amainaba. Sonrieron los dos.Cómo desatar el nudo, cómo volver atrás. Cómo ocultarse de sí misma cuando estaba tan presente en medio de esa realidad. Cómo regresar de esa historia.      
 (continuacion)  Pocos, poquísimos, sus pensamientos fueron urdiendo aquella posible historia: en cuanto terminara el año abordaría el avión. Bajar como un pájaro en Mar del Plata planeando sobre la costa no le iba a exigir mucho; aunque estuviera cargada de telas, sabría donde disponerlas, y la luz de Mar del Plata era lo que esperaba para que sus pinceles hablaran por ella.El sueño la fue venciendo y sacudió su mano como despidiéndose del día, mientras se cubrió con la sábana que olía a alhucemas, porque justamente esa mañana ella había puesto debajo de la almohada un ramito  que la regalara Sergio.El día siguiente comenzaría con una bella mañana, e iba a hacer todo lo que esperaba sobre su mesa de trabajo. "Por favor... por favor... no me deje, estoy solo...", le pidióEra un sueño común, como el de muchas noches, pero en éste, no sabía por qué, apareció el muchacho de La Cantábrica.A Julia no le llamaba la atención cuando el muchacho delgado como una rama, le repetía:"Estoy solo..." Ella se animó a tocarle el pelo, y pensó (soñó) con la infancia de ese muchacho en un día cualquiera. En el sueño miró hacia abajo y vió las zapatillas viejas de sus pies, y de nuevo oyó:"No tengo a nadie, no me deje..."Julia sintió un fuerte viento en su cara. Pero al igual que un viento, a medida que se acostumbraba a él, se hacía más tolerable. Miraba la tez oscura del joven, y sólo quería pensar en alguna escena parecida que le hubiera tocado vivir, recordarla con plenitud y compararla con la que estaba soñando, pero obstinadamente el muchacho volvía a decir:"Abraceme, por favor, tóqueme."Este final era más una orden, y claro que la turbaba. Julia comenzó acariciando los pómulos que bajaban al fondo de unos ojos temerosos. Cotinuó besándole las cejas y acariciándole el cuello, hasta que lo abrazó, y se oyó decir muy cerca del oído del otro:"Quiero que seas feliz." Cuando el despertador sonó quiso meterse de nuevo dentro del sueño, pero de golpe tuvo la certeza que allí había terminado, y que ese deseo de felicidad hacia aquel hombre estaba sobre todo dirigido a ella:"Quiero que seas feliz, Julia."Qué difícil era ser feliz. Sonrió. Pero lo que sí le había dejado el sueño era el leve sentimiento de la posesión de ese hombre joven, entrevisto como lleno de perfumes y colores, igual a la mesita oscura que ahora miraba en la sala, con fresias y peonías encima, marcándole un pedacito de ese sueño y de esa noche. Era su pequeña felicidad instantánea.Esa mañana pasaría horas buscando analogías entre maestros de diferentes épocas, para volcar los resultados en un trabajo que leería en la exposición de Mar del Plata. 
(continuación)  Julia y Sergio se fueron, cada uno a su casa, sin elaborar la pelea que habian sostenido momentos antes. La ira de Sergio había dejado lugar a un rencor que no lo abandonaba.Ella quería a Sergio y sabía que él la amaba. Pero él no deseaba jugar una historia monotemática. Después vendrían los abandonos, esas largas separaciones.Y ya habían discutido el alejamiento de ella del trabajo nocturno en otra oportunidad. Él enloqueció, llegó a opinar Julia.-Es una historia romántica, tal vez en exceso- y pensó en Werther al que estaba leyendo- los sentimientos de los personajes...-y se apretó con sus manos los senos.Sonó el timbre del portero eléctrico. Julia dejó el catálogo en blanco y negro sobre la mesa. Era uno de los muchachos de La Cantábrica que le acercaba el pedido del mes.Lo hizo pasar a la cocina donde desparramó cajas de bizcochos, chorizos,queso, latas de alimentos, y una lata de budín que a Julia le agradaba sobremanera.Terminó de atender la muchacho y ya el budín estaba arriba de la mesita oscura arreglada con esmero, de la que sobresalían unas puntillitas blancas.Tomó el budín en sus manos, y la primera rebanada era una pequeña fiesta ante sus ojos: ciruelas y avellanas y las rojas guindas. La comió pensando que llevaba un trozo de verdad a su boca. (El dulce siempre era verdad para ella.) Cortó otra rodaja y mientras comía sintió seca la boca, de manera que recurrió al vino. El vino también contenía la verdad. Era un vino delicado, pero con fuerte gusto a madera. Tan sabio, tan lleno de iluninaciones como ese hombre que ella quería amar.La pequeña cena había terminado y decidió acostarse, aunque fuera temprano.Estaba envuelta en una bata celeste, y observándose los dedos amarillos de tanto fumar, no percibió el calor que hacía en la pieza. Comenzaba noviembre.                           Guillermo Capececontinuara?
Amanece. Miro mi reloj pulsera y bostezo. La noche ha sido larga y temible; trato de imaginar cómo será una noche simple, sin la desesperación de siempre. Pero es difícil, porque la angustia  se va disipando,y mezclada con un vago deseo de tu cuerpo, me indican que la mañana se acerca mucho más prolijamente que lo que señala mi reloj pulsera.Éste es uno de los instantes más difíciles: empezás a cobrar otra dimensión para mí, como si recién descubriera tu presencia, (pero tu presencia total), tu sonrisa, tus senos pequeños, tus ojos grises.A las cinco de aquella noche vos me habías ofrecido café, y entonces bebimos haciéndonos bromas que sirvieron para relajarse.Media hora después de las cinco fue la gran angustia, porque pensamos que no nos quedaba más tiempo. Vos te arrepentiste de haber gastado casi diez minutos tomando café, pero mi mirada decidida te hizo volver a confiar, y de inmediato creíste que no era yo quien te miraba, sino, más bien, un hombre recién descubierto, con sus ojos también demasiado grises.Nos apresuramos. El aliento de los dos se mezclaba, casi. Y sabías que si antes de las seis estaba todo terminado, a las seis y cuarto podías estar en la calle, y caminar despacio hasta la placita para oler el verde que siempre te recomponía en noches como ésas.Y precisamente en ciertas noches, si todo iba bien, te parecia, Julia, que el tiempo era como la angosta calle que conducía a la placita, adoquinada, cubierta de musgos. O que al revés: si las cosas iban mal,cada minuto era un cuchillo que se pegaba al latido de tu corazón.Es cierto: lo imprevisible nos excitaba; pero a vos te hacía buscar dentro de tu cuerpo con mayor cuidado preguntas, deseos, tal como si estuvieras sentada al piano próxima a interpretar esa sonata de Beethoven que siempre te parecía nueva. Con el mismo nerviosismo, con la misma agitación.Me habías contado una vez, caminando entre los árboles, a eso de las seis,(yo deseándote, cubriéndote con mis brazos), que sentías que tus cuarenta años se derrumbaban junto a la esperanza de poder estar tranquila, pues pensabas que tenías una vida por delante, como suele decirse; una vida que salvar que era la tuya: Julia dejar de correr entre pasillos de oficina y ocuparse decididamente de ella para que triunfara, para que la humilde Julia fuera alguien que pesara sobre la idiotez de los otros, sobre la poca substancia de los demás.Ese oculto orgullo, y el deseo de conquista te fatigaban, pero no te quitaban fuerzas, sino que te añadían coraje a cada acto de tu vida.Recuerdo que fuimos a tu casa, que te desnudé y comencé a besarte. Tu piel había dejado de estar tensa, y entre murmullos me dijiste "voy a dejarte", y yo pensé que no podías hacerlo, que nunca llegaría ese tiempo porque te había construído para mí, no para otros, y no podías decírmelo en ese momento, pero me hiciste comprender que lo de "dejarte" estaba relacionado con el proyecto.Al punto me senté en la cama, y pasado ese asombro, que no era el primero, sin preguntarte nada te reproché, te odié, Julia cómo podés,me acerqué a tu cuello con toda la indignación que había olvidado el amor de hacía un momento, me acerqué a tu cuello pero no para acariciarlo, te asustaste, yo también, Julia, Julia cómo podés.Y lloraste, tapándote la cara, por qué, si yo quería ver esas lágrimas de arrepentimiento; Julia estás jugando, Julia qué te pasa.¿continuara?       Guillermo Capece 
El hombre se tira desde el quinto pisoY en el cuarto siente como si una aguja se le clavara en el pechoSu rasgado traje de luna apenas lo cubreY en el tercero sus ojos se amarillean   Porque se arrepiente en el terceroSe arrepienteY le duelen los testículos y siente arcadas en el segundoPero nada de esto le es concienteGrita en su caída   nadie viene a detenerlo   qué haráSe horroriza   el miedo no le deja sentir el aire frío sobre la frenteGiraEl viaje es inacabable   no quiso hacerloY en el primero la lengua se le hunde en el paladarmientras mueve desoladamente sus brazosY cae gritando   cae como una cosaSueña que juega en el Club de la VidaSu última tarjetaY percibe   no del todo conciente-Porque un mareo lo cubreUna Mariposa lo rodeaY las patas de cien caballos hacen de su cabeza que cae un extraño tamborLa saliva sale de su boca como agua espesa-Siente   como si la quilla de un barco se le hundiera en su cuelloCuando llega a planta baja   meado en su próxima sangre   se espanta No escucha que su dolor lo despide para siempre                             Guillermo Capece
Un suicida
Autor: Guillermo Capece  682 Lecturas
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mínima es la tarde mañana  -único en el universo- el sol entrará por esa ventana tú eres único tambien la desición es en la hora de las estrellas                                             Guillermo Capece
Estampa
Autor: Guillermo Capece  261 Lecturas
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Suelo escuchar las débiles sensaciones de los pájaros,los tumultuosos átomos recorriendo espacios vacíos,y el ruido de la tierra cuando se desvanece ante la ilusión de una tarde cualquiera.Existo para ver lágrimas en el interior de un río ardiendo en el final de unos ojos.Tuve la falta de un verano y la exigua sonrisa de un niño invocando el hastío.Una flor nacida del silencio en alguna conspiración antigua.Sí, la vida tiene dolorosos avatares:miel y miedo por mitades hasta desolarse en una mirada que yo sólo descubroal ser el más oculto de los hombres.En la luz que me abandona cuando trazo un poemaque se parece a ese perro lejano que ladra todas las noches en mi cuarto a las once y cincoy que también es pérdida como mi sangre. Y en la soledad, ese pecado impalpable que nos hace trocar en alucinacioneslas viejas fotografías que repasamos en nuestra memoria.Lo que una vez vivió, ahora es polvo. Viento infeliz entre cenizas.                                                         Guillermo Capece                                                      

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