• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
 Soy el camino de mí mismo y la desolación que se abraza a su senda,y tiembla, y borra las huellas para que no me persigan. Estoy vacío de esos animales etruscos que me regaló la partidade unos ojos girando al viento. No puedo confiar en los sueños porque alguien les pone un asesino dentro. Me acuno cuando no me veo pues la vergüenza tiene el ropaje largode los locos.  Hoy es domingo, y he estado todo el día ausente.                                   Guillermo Capece
Los días de papel
Autor: Guillermo Capece  2672 Lecturas
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 Alguien que me salve.Que me quite la angustia de no poseerme.Que me enseñe que los muros pesan más que las pobres palomasque vuelan en su alto.Quiero que mi soledad me conteste por vez primerapara quién estoy.Yo, que fui el francotirador inasiblesoy ahora el eco lejano de lo que fui.Me inundan las máscaras, el olor de los moribundos,el terror de encontrarme con ellos bebiendode la misma copa ácida su vino.Si vinieron a matarme, que me maten ya.Pero que no me hagan tragar el humo vacíoque siempre llevan en su rostro.Los odio porque una vez los amé.Teñidos de mariposas venían a tracionarme.Usurpaban cada hueco de mi corazón.No sé si quiero que alguien me salve.Los músicos con sus cántigas dirán el resto. Yo soy el que espera.                      Guillermo Capece
  La sombra de tu cuerpo se demora,eco fragante, centro de este lechodonde mi amor te abrió la voz y el pechobuscando el balbuceo de otra aurora. No te olvidan las sábanas, añorasu lino el rubio juego, tu deshechopelo de espigas, el ardido trechodonde la flor de la delicia mora. Bajo un silencio de topacio, el ríode nuestra doble fuga arde en su espumacada vez que mi mano se reposa en este lecho donde fuiste mío.Tu queja vuelve sobre tanta plumacomo tu sangre desde tanta rosa.                                      Julio Cortázar 
 Verde Federico:yo hubiera querido estar en el momento de los gritos,o de los silencios heroicos;en el momento de las espadas,cuando caíste en tu agua bajo lluvia,mientras los cerdos, enamorados de las banderas subterráneas,tomaban el sol de mediodía. (La soledad de las últimas habitaciones mortifican la memoria.Hay ventanas abiertas, y quedarán así en el invierno.Es raro,pero caen ahora hojas marchitasy me gustaría jugar con ellas.) Verde Federico:desparramo tus gitanos en la mesa,donde con Miguel y Manolo tomamos la sopa de la noche.Tu vestido queda ajado por los toros de la vida,y ni siquiera Nueva York te salva, Federico,porque estás próximo a morir,a caer bajo las balas levantadas a velocidad de la muerte,quizá por el mismo gitano moreno que en tu verso montaba a caballoy era el jinete más audaz de toda Andalucía. Duermescon una palabra entre los labios,con un ramo de hielo en cada mano,bajo las calles empedradas de "pájaros" nocturnos.Al fondo de la tumba llevas,una porción de magia, de manzanas de fiebre,de sábanas de lino. El viento te saluda,las tierras de Granada borran tu contorno,tu sonrisa mira los espejos de la vida.Y se refleja.                        Guillermo Capece
          ¿Y si el romance fuera humo          perdiéndose en las murallas          de una hermosa ciudad?           ¿Y si las oraciones,          las vanas respuestas          a preguntas mal dichas,          las canciones sin otro destinatario          que la sinrazón y la duda?           ¿Y si los vientos,          los húmedos amaneceres          estuvieran inventados,          y cada día retrocediera a su noche?           ¿Y si una cabaña equivocada          en mitad del campo diera albergue          a un dios inexistente?           Mayor dolor no habría.          No habría citas ni reclamos,          ni pan para comer.          Yaceré entre las sábanas         hasta un día que se llame domingo.        Después vendrá otro domingo, y otro.         Al cuarto no lo esperaré:         Yo estaré demasiado lejos.         Pero algo de tu rostro estará siempre conmigo.    Guillermo Capece                                                                                                                                                    
                             Ven.Atrévete a cruzar el río que sacude,y trae contigo las cuentas de agua de colorescon las que jugábamos al alba.Ponte el hábito de humo que lucías echado en el follaje de bosques en la lluvia. Yo elijo octubre para que vengas,porque en octubre  las mariposas maduraspara obsequiarte estarán listashasta que el aire las atrape,y las transforme en un sola palabra,hasta que en mis ojossiga cayendo la avidez del instinto,y se hayan limpiado o node sus maravillosas visiones. Ven, bajo el castigo que nadie percibe,pero tú sí, porque el castigo te conocecomo alguien que ha pactado en secreto. Cumple entonces con el cometido.Saca ese cuchillo de las doce,y con dulzura pero con impiedad,clávalo allí,donde mis audacias fueron múltiples,donde tengo más dolor que corazón,y despliega mi cuerpo prontamenteen el momento más anónimo del amor.   Guillermo Capece                                                              
Modos prohibidos
Autor: Guillermo Capece  1722 Lecturas
                          IYa oscureció la tierra.Difícil es tener tu boca apretada.Tu estatura cerca de mi rostro.Sí, yo se. Es difícil.Se le caen a uno las montañas.Los lagos se hacen charcos diminutos.Todo es difícil.Compartir la sonrisa con vos.O este barco que nos quitan.¡A partir! ¡A partir!¿Pero cómo?Si nuestras plantas penetran en recodos de clausura.Alguien saldrá a gritarnos nuevamente.Debemos tener cuidado. Salvarnos. Pero ahora fumemos en silencio.                                                 IIEn qué quedó esa idea transparente,ese cuerpo sobre el que juramos tantas cosas sencillas.Una ilimitada ausencia marcó las señasde tus grandes ojos.Quedarse solo y recordar al otro díalas sombras de los pumas,las desoladas bestias persiguiéndose,hundiéndose conmigo como una gran casa de celos,sumergiéndose,perdiéndose conmigo.Arriba de los cielos, más arriba,la mitad de tu cuerpo fulguraba.Quienes somos, sino aquello que fuimos,sino el pasado de iguales invasiones,de iguales lejanías.                              Guillermo Capece
Dospoemasdos
Autor: Guillermo Capece  1698 Lecturas
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 Viví una vida alrededor de tus ojoscuando los más hermosos pájaros que transitaron los fiordos de Noruegalos extraños gorriones que violabanlos altos castillos de New Yorkcayerondevorándose las alasal igual que nosotrospobresque nos comimos nuestro amor.Quedaba la tierra removida en los cementerioslos amarillos pétalos de la luna enterradoslas muescas hechas en la sangrelas estatuas en las que nos habíamos reflejadolos olores fuertes y dulces de nuestros cuerposcomo holocausto a la causa eterna de un amoren el que afirmábamos nuestras vidas.Pero tus ojostus ojosno fueron inhumados por ninguna mano vengativa.Tus ojos están conmigo y yo lo sé:toda una vida cercándolos fue poco.                                                            Guillermo Capece
Tú y yo sabemos
Autor: Guillermo Capece  1656 Lecturas
 Domingo por la tarde El cielo se aproximapara oír las campanasde la iglesia¡Ah, tan distantey tan presente en micorazón! ¿Cuál será tu nombredespués de la lluvia?  Bajo el arcola cruz dice PAXconfiadamentepero sólo tus ojoscumplen hoysu promesa ¿Qué dirá la lluviadespués de tu nombre?
                                                     I Un hombre que consuma ratasno es digno de cualquier miradapero ese hombre que consume ratasno ha sido besado nunca en la noche                                                   II Dos palomas en vuelo dispuestas a dejarun pequeño cangrejo entre los labios de un ser que amó y sigue amando.Pero los labios están tiznados casi ausentesy miran, cómo el evanescente volar de las palomashuye hacia otro fuego                                               IIIAh, la Ausencia me mata me mata este cuerpo: una pequeña avellana que riza tu pelo lloroso; cientos de águilas con sus alas maltrechas persiguen tu aliento entre las espesas tierras del mar.Yo amé tu sexo envidiado por los labios de dementes desgarradosque se juntaban en la calle para aumentar el placer de verlo como a un vaso de licor bebido a la hora de la sed infame.Sólo las águilas comprendían mi acto de desesperada lujuria,mi deseo endemoniado partido en mis carnes en penumbras.Ellas compartían conmigo como en un acto de fiebreel calor de libar el aire de tus brazos peregrinosque sólo sirvieron para trizar las penas de unos cuantos díasy poder amarnos.Ahora es vacío.Desnudo, cierro los ojos de mis ojosmuerdo otra sangre antes de que los maleficios crien escorpiones en tus hombros; canciones insolentes se expanden en mi boca;un hombre en un bar corre sobre el teclado de un piano como si huyera de sí mismo.Yo me dedico a mirar ardorosamenteel tiempo que pasa.                          Guillermo Capece                                   
Animales
Autor: Guillermo Capece  1492 Lecturas
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  Ah, ni tu vida ni tu hermosa muerte,sed de sal y angustiado pensamiento,podrán borrar lo que en el alma sientomás cercano a mí mismo que tu suerte. Ahora que descansas toda inerte,que lloras sobre el agua y sobre el viento,iré a ti y con suave movimientohe de sacarte de ese sueño fuerte. Y te diré despacio y quedamente:¿no me viste señero, duro, ardiente,a solas con el alma dolorida? Y de repente el corazón vencido,vacío de impiedad y estremecido,ha de volcarse al fondo de tu vida.                        Guillermo Capece (escrito a los 17 años,                                     después de leer la obra de Alfonsina.) 
 Te quise recurriendo a viejas fórmulas,a palabras que creí eruditas, a conocidas caricias.Pero la rosa estaba devorada en los atajos donde tu corazón florecía. Te quise cuando supe que la ruina de los parquessobre las que nos habíamos amado amanecieron intactas; y asi ocurrió en la innominadas noches,y en las vigilias ardientes  que tuvimos.Pero el invierno construyó despojos,un último horizonte sobre la piedra muda.Habría que rehacer el cántico de tus manos,llamar tus ojos, seguir el ritmo inacabado de tu cuerpo,gritar tu cintura templando la ciudad entera.Quisiera ser un sólido animal que gire por la selva,la piel de un tigre, sus abrazos secretos;mezclarme en los dias que nos dimos el agua de beber,ser el ávido ramajedonde tu risa cante.                              Guillermo Capece
Te quise
Autor: Guillermo Capece  1427 Lecturas
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               Un hombre gay me dijo una vez:              "Me hubiera gustado tener un hijo,              pero ya estoy viejo.              No tendría fuerzas para educarlo.              Sólo tendría cariño,              pero tú sabes  -me dijo-              el amor no sirve cuando uno es viejo."              Entraban muchachos con sus pantalones brevísimos,              y sus bellos pies casi desnudos.              "Habría que modificar al mundo" -añadió-.              Estábamos en un café.              Me fui sin saludar,              acaso mordiéndome los puños.                                            Guillermo Capece                                                     
Revelación
Autor: Guillermo Capece  1347 Lecturas
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como una lluviacuyo telar manifiesto mojaresquicios del almaasí  me exculpo de mis ayeresy busco respuestas -en silencio- para saber quién soy:las voces de los seres que me han acompañadoel pasadoel presentey el juego incierto de lo veniderosiempre la antigua obsesiónde mirar los límites que se disuelven.. en letras transparentes escribo un  poemay mi tabaco cae en un platillo grishasta mañana estaré aguardando-ceremoniosamente-que la ceniza formeuna pequeña gruta donde cobijarmede estos apegos tan jugadosdecepciones más o menos embozadasque ahora son orillas de mantasgatos al carbóngolpes de frutas agrestesy un solo amora vino viejo y a caricia..Yo  desiertoreclinado hacia unos ojos distantes cuya memoria incito.                                                   G.C. 
                               Su llamado de ceniza vuelve cada noche               a la mitad de mi cuerpo desconocido.               Baila con el viento hasta oír sus informes:               una clamorosa oración en la boca de los árboles.               Allí está ella, seduciendo.                (En el camino brillaba su pequeño gato gris.)                                          Guillermo Capece                   
La muerte
Autor: Guillermo Capece  1268 Lecturas
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 Yo,el que duerme por tus ojos,el que recita sólo las estrofas aquellasaprendidas en remotos momentos:ese romance que tuvimos con el preciado vino azul;    yo,porque ahora estás hecho de memorias,vengo a tu sombra y digo:no lloraré;la fiesta ha terminado.Nada vale la penasi estas tan lejos y perdido,tiritando, bajo los capiteles de la nocheo en los arcos claros de la mañana.Dame la libertad.La necesito.Para construírte cercano a míbusqué la tierra más desierta.Todos los misterios del mundo son inciertoscuando tu recuerdo llama.  Como miel, maná recién caído del cielo, frutas con formas ridículaspara llegar al límite de tu corazón lujoso,pero no puedo. Quiero estar cerca de tíy a la vez lejano. Ahora una definitiva forma nos envuelve;nos sostiene el náufrago que estos versos me dicta.       Guillermo Capece
El más ausente
Autor: Guillermo Capece  1264 Lecturas
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               -Buenos dias, papá- y era la tercera vez que lo decía; -buenos dias, papá- volvía a repetir. Entonces saltaba de su cama, recorría el flaco pasillo y se internaba en el baño. La ducha, el agua fría, no le daba la grata euforia que necesitaba. Trataba de secarse con la amplia tohalla, y se envolvía en ella creyéndose el Marajá de Kapurtala, y mientras orinaba en el bidet, pensaba en cómo pasar ese día, vigésimo de diciembre.Ese diciembre que le calcinaba la piel, porque se presentaba caluroso y húmedo como ninguno, y ya podía ver que lo había jodido bastante al pelarle la espalda el sábado anterior, en la pileta de Ricardo.Volvió a tener ganas de orinar, pero eran ganas, nada más,porque al enfrentarse con el bidet, un chorrito indeciso se asomo por su pijita. Se la metió dentro de su calzoncillo, se miro en el espejo, se hizo alguna pregunta íntima que no contestó, y salió otra vez para atravesar el pasillo.-Buenos días, papá- dijo esta vez con voz más firme. Y siguió hasta la cocina: el mate, el té, el café, el vino. EL VINO. El vino era exactamente lo que conformaba su paladar aquella mañana de diciembre. Y mientras saboreaba su aspereza se le ocurrió pensar en el viejo, en la navidad que ya llegaba, en lo llagado de su espalda, en Leticia,(en la costosa Leticia) que todavía se negaba a todo, y por último en él. Aquí se sirvió otro vaso de vino. Pero, ¿quién era él? ¿El amador de Leticia, el macho de Ricardo, el hijo del viejo que aún dormía?-Buenos días,papá- pensó esta vez, y tragó apurado el vino. ¿Quién era él? Sí. Le gustaba vestir bien. Andar por el centro mostrando exactamente lo que se debe, y lo que no se debe dejarlo para Leticia (cuando se decidiera), o para Ricardo siempre que mediara un golpe de teléfono.Y mientras tanto qué? Ir al bowling, caminar hasta el puerto, o tomar sol en la costanera, y soñar con ese viaje a Río en Carnavales que le había prometido Ricardo. Después...., su vida estaba ocupada con tantos sueños...; quería navegar: irse, tal vez a Europa. Pero no por el hecho de conocer Europa. París, Roma, Milán, eran, sin duda, hermosos lugares. Pero no era eso lo que realmente importaba. El hecho substancial era viajar en barco; sí, en barco..., a semejanza de esos barcos que mamá le hacía a los ocho años, doblando con ternura la hoja de diario y dejándolo reposar en la bañera. Creía que el fondo del mar era blanco, y que las fuerzas de las olas tenían , exactamente, el ritmo que le marcaban sus pequeñas manos.Pero ahora había pasado tanto tiempo...-Buenos días, papá- dijo esta vez con bronca, mientras se servía hasta el borde otro vaso de vino. -Buenos dias, papá- gritó mientras pensaba decir cálidamente (queriendo deshacerse de ese remolino de angustia), -Buenos dias, mamá; buenos días , mamá... cómo estas hoy buena y linda como siempre, mamá, mi mamá; aquí traje el papel para los barcos...Pero la memoria de las tardes encerradas en el baño, viendo viajar ilustres barcos a los que mamá bautizaba con extraños nombres, no conseguía atenuar la tristeza grande que tenía, ni su gastada melancolía actual.Él era un hombre simple, gozador de las cosas sencillas, amante de la naturaleza, leal para los amigos...; pero había cosas en lo íntimo de su vida que no entendía, no entendía...No estaba claro para él, por ejemplo, por qué al pasar por la habitación del viejo debía saludarlo, siendo que siempre dormía, o en el mejor de los casos leía el diario, y no le contestaba. Jamás le contestaba, y había llegado a pensar que el viejo estaba sordo. Pero no. Algo golpeaba en su cabeza, y en el sentido literal de la palabra. Algo se doblaba y rompía cuando saludaba al viejo. No era importante que no lo oyera, o que lo oyera y no le contestara. Entonces, ¿qué era lo que en realidad lo perturbaba? Aquella mañana lo había descubierto en la cocina, mientras llenaba otra vez el vaso con vino: el lugar vacío al lado de la cama que ocupaba el viejo era la clave: el  lugar que ocupaba mamá en vida.-Buenos días, papá- dijo esta vez entre sollozos.-Buenos dias, hijo- dijo el padre apareciendo en el marco de la puerta.Y él se entregó a sus brazos y lo abrazaba, lo abrazaba, mientras pensaba en viajes lejanos y múltiples, en viajes claros y magníficos.-Buenos días, papá- y lo miró a los ojos llorando plenamente.-Buenos días, hijo- dijo el viejo casi con miedo, sin entender, -buenos días, hijo.                                                                              Guillermo Capece   (año 1973)     
En viaje
Autor: Guillermo Capece  1263 Lecturas
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                                    Desde un poema de e.e.cummings (1884-1962)                                                 Investígame la boca y verás las marcasde todos los besos no dados. Yo que tatué tus ojos en grandes árboles,y que de beber te di por gotaspara que el mar durara lo que el amor,conservo para tí la nube parca y el temblante viento. Nada.Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluviapodrán decircuanto te quise.         Guillermo Capece                                                                                   
Poemita de amor
Autor: Guillermo Capece  1247 Lecturas
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  De todos estos inefables actos,y también de esta huella perseguida,no ha quedado más que un repartirme entre arenas-Tocando bocas errabundas entraré a profesar mi miseria.Acaso un colosal pedido de auxilio sea como un rayo que no termine.                                         Guillermo Capece
Doy fe
Autor: Guillermo Capece  1225 Lecturas
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 Vivo sin saber que la noche se ausenta cada vez que me invadecomo un mar obligado, buscando su orilla. De los nardos, de lo más pesado de la memoria,de las australes sombras,hasta la parte más indefensa de mi corazón,la nochecon sus cruzas de aguas silvestres levantó el verano,y fue polvo, fascinación de un rito inacabado y antiguo. Pienso en su encierro definitivo hasta que el alba regresa,en su impiedad con los hombres que mueren cuando refleja su reinoentre múltiples estrellas,en sus ojos desbaratando mis ojos como dos grandes líneas de fuga. Ahora,ella baja nocturnamente,y me condena a jugadas tercamente hechas,a un final impredecible.                          Guillermo Capece
          Deja que el viento te cubra con mi sonrisa         o la de otro, lo mismo da,         pero que a la pasión se sume tu cuello erguido,         y unas manos lúbricas         acaricien el cuerpo elegido         en un juego siempre armonioso,         hasta que llegues a mis brazos,         y que no necesite untar con celos tu figura         en el ardor de tres cuerpos que se aman.                                          Guillermo Capece
Menage a trois
Autor: Guillermo Capece  1191 Lecturas
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               dice que no sabe del miedo de la muerte del amor              dice que tiene miedo de la muerte del amor              dice que el amor es muerte es miedo              dice que la muerte es miedo es amor              dice que no sabe                               Alejandra Pizarnik                                 
 Reapareces como una paloma confusa,y me traes los años pasados para que estén conmigo. Nos vemos.         No nos vemos. Nos miramos en todos los frentes;dicho en otras palabras: ¿reencuentro?Sólo en el mapa de la memoria. Cómo ahora se queja se aleja mi cuerpo,se queja bajo una baranda de frío. Alguna vez, si nos encontrásemos en mitad de una habitaciónfina como un hilo,te diré cómo sucedieron las cosas.                              Guillermo Capece ,
Las cosas
Autor: Guillermo Capece  1160 Lecturas
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El cristal despedazado es otra vez la copa vieja.El ave lateral vuela hacia atrás y es el gorrión que era.El agua se levanta y en la ceniza gris hay llamas. El cielo desnublado recupera la lluvia,y el muerto se intercala en el mundo por la grietaque trazó un descuidado.La mano desclava el oxidado puñaly César es. Recuperados por el pasado, los libros regresan a Alejandría. Es la absolución pretérita,la de Cain milagrosamente puro otra vezpor la magia de la piedra que vuelve,de la frente ya íntegra de Abel resucitado. También el desamor, el agrio desamor se triza                               y me quieres de nuevo.                      Daniel Herrendorf (de su libro El sueño de Dante) (1999)                                                (Editorial Sudamericana)
 Para descansarmi corazón deja de latir de a ratos.Pienso, mido su locura y su sombra;y le reprocho.Entoncesvuelven los golpes asustadosa mi pecho. De un largo descanso interminablehe de morir un día.                  Guillermo Capece
Para descansar
Autor: Guillermo Capece  1136 Lecturas
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                                           Un lobo transporta un pedazo de amor muerto,...                                                                          Francisco Madariaga Un lobo herido es un poema entre dientes.Roto en mil pedazos el lobo hubiera escapado,pero nada ocurrió.Ocurrió que quien escapó fui yo, pero sólo por un instante.Con obstinación puse mi almohada petrificada y esperé.Blanca por fuera como la harina seca de los pobres,mi almohada cantó una triste canción que escucho en mi memoria.Comenzaba: la vida es así.                                  Guillermo Capece
Historia del lobo
Autor: Guillermo Capece  1129 Lecturas
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 Las torres transmiten entre sí el misterio.Adornado por la historia, un niño, Guglielmo,sale de la iglesia y corre.Sobre una colina, viejos castillos medievales asoman las cascadas de sus picos.En la plaza de la Cisterna el niño viene hacia mi, y me pregunta algo. Yo a mi vez le pregunto. Entre las torres, un  silencio inacabable.   GuillermoO Direc.Nac. del Derecho de autor  
San Gimignano
Autor: Guillermo Capece  1118 Lecturas
El rostro sereno de una mujerme mira.Sus ojos tienen la piedad que necesito,y sus labios, quizá, el amor que yo deshecho.No me siento invitado a ese amor,extraño para mí.Pero es demasiado bella como para no comprenderque sus pequeños senos me atraen.(Una belleza que no se atenúa con la hondura de sus ojos.)Suenan hermosas sus palabras:la historia de cuando era niña y jugabaen el patio de su casa con una perritaque un día fugó y enseguida se hizo invierno en su alma.La tardecita cubría de marrón intenso los muebles,y ella lloró durante años en aquel cuarto.Allí,en ese lejano idilio de la infancia,nos encontramos los doscomo pájaros usurpados por la misma herida.                          Guillermo Capece                                                            
Soledad
Autor: Guillermo Capece  1109 Lecturas
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 miro debajo de mi almohada buscando espaciospulcritudes deshechos tenazasdesde lejos veo construírmuebles casas vias azarosasy soy su espectador silencioso siento miedo de mi escaso pan vale decir este llanto? pido un cigarro a un extrañofumo hasta sentirme inocente camino sobre gente apuradaojosabiertosausentes (ytu olvido que no se borra ni con el atentado del amor)soy un nudono atino a encontrar mis huesos enhebrados y por las noches gritohablo un poco con mi ecoladro como un perro nos entendemos 
Miro
Autor: Guillermo Capece  1106 Lecturas
 Desapareció,como la noche frente al alba,mientras yo esperaba todavía su frente libre,su boca endemoniada, su verbo,sus brazos de alucinado buzo de mar en el mar,en el esfumado huracán de la sábana, y ahora, en el agudo espectro de la espera.Murió o no murió.Se fue con silenciosa voz;hermoso, como una piedra caliente entre los dedos,oliendo aún a las últimas lilas de mi cuarto,se fue diciendo un adiós anónimo,y ahora, yo soy el triste amigode quien me construía,me batallaba con su piel compañera,me alzaba en los penosos días de lluviahasta la fuente mágica del deseo. Estaré aquí por varios días.Después no me busquéis.Estaré donde él está.Iré a algún puertocon mi contraído rostro,conducido por la mano obsesiva del miedo.Desde allí, donde duermen mis muertos,yo seré capaz de mi violencia abrupta.                             Guillermo Capece
DESTINO
Autor: Guillermo Capece  1101 Lecturas
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 ¿Quién ha visto dos gorriones hacer el amor?Yo los he visto en la rama alta de un árbolde Buenos Aires subidos uno sobre el otrohaciendo el amor.No sé si antes habían procurado hacer su nido.Son tan distraídos los gorriones. ¿Quién ha visto golondrinas?Yo las he visto cercanas a la primavera.Lamento desilucionarlos:es un pájaro que de hermoso sólo tienedos plumajes negros como colas negras.Quizá algunas tengan un pequeño color en su pecho.Yo hice varias cosas para entenderlas:las desplumé, pegué sus plumas en rosas,las herví en una olla, y me las comí.Aun así no siento culpa, sino soledad.Eran tan hermosas cuando venían a cuidarme. Algo de lágrimas en mis ojos, porque olvide decir que,junto a las aves, herví el collar de perlas que mi abuela dejara al morir.Y mis lágrimas eran pocas porque la odiaba.Pero ésta es otra historia que contaré después de mi muerte.Que será la de un boxeador contra las sogas esperando el puñetazo final. Me gustan los hombres bellos, ebrios, que escriban cartas con violines,le dije a una golondrina antes de hincarle el diente.A quién no, esperé que me contestara.Pero no, pobrecita. Estaba hervida.Alguien, abriendo la caja de Pandora, y luego de sufrir las consecuencias,me dijo:"los hombres bellos son hijos de Dios, por lo tanto, intocables."Pero, ¿es que nadie los toca?, inquirí."Nadie", contestaron las voces.Mientras las golondrinas se transformaban en odiosas víboras,seguí tragando sus cuerpos con el impiadoso viento marino que me envolvía.                                                                    Guillermo Capece                           
Golondriones
Autor: Guillermo Capece  1091 Lecturas
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Es otoño, y el malentendido entre las luces subsiste.Los montones de ramas esperan en un rincón del jardín. ¿A qué acallar las voces de lobos dispuestas al despojo?A pesar de todo el verde del jardín los atrae. En cada hombre existe la incuria pero tambiénla fuerza que adelanta. En mí, el desequilibrio se extiende como el de las bestiasbuscando comida entre las piedras.Porque yo también soy lobo,en la belleza del deseoy el temor del vértigo a la sangre.                                                                                      Guillermo Capece 
Lobos
Autor: Guillermo Capece  1091 Lecturas
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                 abajo   el herido de polvo        entreteje palabras         el poema se hace        pero también reclama         en algún universo posible        estará el alma de ella         el herido ha dejado de rodar        pero ya no tiene a nadie         no es el silencio el que aturde        sino la voz de las cosas más extrañas         ella está ebria:        ella ama al veneno        cada vez más cercano        embebiéndolo todo        ella está loca como las cosas más extrañas         ¿qué queda         en su choque con la vida?         casi como en una salvación        el herido de polvo        muerde su destino        abre una caja sin fondo        y sumerge su máscara        como último aposento         en medio de su pecho un navío agota su definitivo viaje                                                    Guillermo Capece
Un poema
Autor: Guillermo Capece  1057 Lecturas
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              IYo te alcé, te saludé,salvándote.Tú me dejaste apenas luzpara moverme por la tierra.Me negaste tres veces.Nunca fui capaz de decírtelo. Afuera siguió el tiempo.              IIAhora,borrar el signo,borrar la pena.Que alguien se apiade de lo que no fui,de lo que no hice. Podría tocar el deseo de tus ojos.Con vino suave, la caricia.Debajo de mi cuerpo, las garras. La presencia de lo pasadoabunda aún en mi pecho.  
Desierto
Autor: Guillermo Capece  1057 Lecturas
  Hay instantes en que reconozco mi instinto,y vuelo sobre el tiempo, pesadillas de un demente arropándose en el miedo. Así los viajes son refugios para medir la sangre,o días en que se esparce el hastío flotando en parcelas imperfectasdel alma. Sin embargo percibo los primeros designios:esa mano hechizando al único hombre que miro su espejo,la mesa abandonada por el arrebato de la enajenación del hambre,y el cuerpo destrozado para que la victoria reconozca su propio límite. Cuando lo líquido de mi piel escapa, el pálido inventarioal que acudo en sitios como éste,me enardece,porque suena un humo triste ente los dedos,y fatigosamente lloro como repitiendo frases ajenas, sin destino ni perduración. Con los rastros de mi última sonrisa me concedo la tentación de ser otro.                              Guillermo Capece 
Tardanzas
Autor: Guillermo Capece  1044 Lecturas
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 Era previsible que José tomara todas las prendas que había dejado Manuel al partir. Tomara o se adueñara de ellas. A lo mejor las usaría, a lo mejor, no. Pero José fue al tercer día y sacó trajes, camisas, la remera rayada que tan bien lucía Manuel, las camperas casi sin estrenar, y los jean que colgaban de la percha que decía Hotel Río. José acomodó todo en una gran caja con mucha pena y algo de remordimiento. Manuel ausente, pensaba. Manuel lejos, lejos. A mucha distancia. Había sido la gran decisión de Manuel, y él no se opuso. Lo miró profundamente, eso sí, para saber si Manuel decía la verdad. Pero (recuerda ahora José mientras mira las capelladas tristes de los mocasines, mientras aparta los cinturones más bonitos, mientras arregla cuidadosamente las rayas de los pantalones en el fondo de la caja), él había permanecido callado todo el tiempo, en tanto Manuel lo azotaba con aquella vieja historia de las momias fenicias, aquellas momias que Manuel quería estudiar; con esas civilizaciones que le atronaban la sangre para lo cual había que cruzar el océano, para lo cual había que sumergirse en viejas bibliotecas, conseguir determinada cantidad de dólares y separarse de todos. Porque había que irse. Cosa de algunos meses, decía Manuel.La Universidad de Egipto publicaría su trabajo, y entonces sería todo más fácil.(Ahora José retiene entre sus manos la camisa azul, la más gastada, la que había usado Manuel la noche en que se despidieron.)Era fácil pensarlo, y también repasar el inglés con Miss Weson, aquella vieja rubia del secundario, sosteniendo absurdas conversaciones que divertían tanto a Manuel. Y el hecho apasionante de trasladarse luego a Luxor o a Karnak, y viajar después a Turín, llamado por las inmensas colecciones del Museo Egipcio, o a Berlín para admirar el perfil casi transparente de Nefertiti.Pero -y Manuel se lo había dicho en infinidad de conversaciones- lo difícil era cruzar el océano, trepar sobre las olas, temblar en mitad del mar, y sonreír como ahora con una sonrisa incierta.(Ahora José mete la mano en el bolsillo de un jean de Manuel, y saca unos papeles.)Y a la salida del cine aquella noche habían discutido: viejo, por las momias, parece mentira, dijo después Manuel; claro, por Amenofis IV, por Ramsés II, o sus descendientes. Pero estaba el mar de por medio, el miedo de por medio, y también el deseo insoslayable de José, de que Manuel interrumpiera el proyectado viaje a la solitaria Abu Simbel.(Ahora José lee la carta; la lee, mientras se olvida de apilar la ropa, mientras una percha que dice Hotel Rio se descuelga y cae al fondo del guardarropas.)Pero Manuel obstinado sabía repetir a tiempo lo que quería para sí: eso del Valle de los Reyes, de los tesoros robados a los faraones.Entonces José callaba.(Y lee que la decisión está tomada. Lee que se irá por mar. Lee que el mar lo atrae, que la obscuridad de la noche lo atrae, y que la conjunción de ambas cosas es como una insolente verdad que acaba allí, donde el horizonte se quiebra obscuramente.)Entonces José callaba, porque no tenía grandes sueños en la vida. Se contentaba con poco: una salida al cine, una comida en un restaurant, unas vacaciones en la costa, quizás un viaje a Río,y ya era feliz.(Entonces lee que la decisión estaba tomada desde hacía mucho, que en cualquier momento la obscuridad del mar lo cubriría...,y,piensa José, el cuerpo de Manuel se habría empapado de agua salada, como las lágrimas que ahora derrama; y la camisa gastada, la de aquella noche, quedaría como tremenda evidencia.)                          Guillermo Capece (año 1972)      
Cuento
Autor: Guillermo Capece  1043 Lecturas
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               Entonces sentí que papá me lo cambiaba. Tres días atrás lo había buscado como loca y ahora me daba cuenta de que papá lo escondía. Antes no había pensado de que podía ser él, pobre. Pero ahora estaba segura de que lo hacía cuando me daba vuelta.Y yo que le echaba la culpa al nene, que se metía sin mi permiso en mi pieza, hurgando y hurgando. Y para peor retándolo constantemente, y lo que más me mortificaba era que le retorcía los cachetes cuando Amelis no me veía.Pero ahora estaba convencida de que papá, desde el más allá, todo lo escondía hasta hacerlo desaparecer, o, en el mejor de los casos, lo cambiaba de lugar, y luego, en el rincón más inesperado, aparecía mi pañuelo de seda preferido o los guantes de cabritilla marrón.-Yo estoy segura- le decía a don Simón aquella tarde rodeados de gente- él se pone atrás y me roba todo... ¡pobre papá!Quisiera decir que al principio lo juzgué duramente: ¿por qué debía hacerme éso a mi? ¿Por qué no se lo hacía alguna vez a Amelis, y me dejaba dormir tranquila? Pues era sobre todo de noche que se le ocurrían esas cosas. Pero no: con Amelis no se metía nunca porque le tenía miedo; y con el nene tampoco porque lo veía tan chico. La única que quedaba en la casa era yo.Y cuando me di cuenta de que era él quien me cambiaba las cosas, lo llegué a odiar, pobre.Pero después de tanto hablar con don Simón y los hermanos me convencí de que él lo necesitaba, que no lo hacía por capricho, y eso me tranquilizó, y aún cuando muchas noches me interrumpía el sueño, nunca le dije nada, y lo dejaba cambiar y esconder.Claro que no podía explicar el origen de mis ojeras delante de Amelis. Seguro que no la convencía diciendo anoche estuve leyendo. Ella era muy viva. Y el nene a veces preguntaba cosas indebidas, como por ejemplo, qué eran esos ruidos anoche. Yo debía ponerme colorada, tomabael botellón, me servía agua,pero veía la mirada de Amelis sobre mí, y me asustaba. (Papá y yo fuimos los que en realidad sufrimos siempre con el carácter de Amelis. El nene no tanto porque era chico; pero papá, sí.)Ahora que han pasado los días pienso en las ganas que él hubiera tenido de esconderle a Amelis.Aunque fuera nada más que en la alacena de la cocina, que era donde ella reinaba.Pero ella tampoco se hubiera ablandado si yo le explicaba que don Simón y los hermanos decían que era una necesidad. Pobre papá.Una noche antes de Navidad estuvo todo el tiempo en mi cuarto. Y lo peor era que hacía ruido.Yo estaba a oscuras sentada en el sofá, y rogaba a Santa Teresita que no se oyera ningún crujido porque el nene podría despertarse, o Amelis entrar de improviso. Me inquieté tanto que yo misma, al buscar el rosario, tiré el vaso con agua que me ordenara don Simón. "Irá a tomar agua",me había dicho. "Lo mejor es dejar que sus profundas exaltaciones armonicen con lo terreno, y colocar algunos billetes debajo del vaso para sus necesidades."Yo lo comprendí enseguida. Lo del agua era fácil; lo del dinero mas difícil, sobre todo contando con que Amelis dirigía la economía de la casa y no había plata que no pasara por sus manos. A pesar de todo yo le robé la que ella guardaba para comprar el pan esa mañana, y nadie se dio cuenta. Pero acababa de tirar el vaso con agua y papá se iba a quedar con sed. Pobre papá.Esa noche fue terrible. No se contentó con cambiar cuando creía que no me daba cuenta, sino que escondía. Iba hasta el arcón. Lo abría. Iba hasta la cómoda: revisaba las cosas más privadas.En un momento creí que podría esconderme el diario íntimo. El primero de la adolescencia,no; el otro, el que empecé a llenar mucho más tarde, cuando Juan Carlos me dejó después de hacerme suya. Todo lo tenía escrito allí. Detalle por detalle. Desde los los largos viajes que hacíamos a Copacabana, a Acapulco y a otros lugares lujosos, hasta cuando entrábamos en los casinos, llenos de luces y caireles, yo con esos vestidos sedosos, largos hasta el suelo que todos los hombres me miraban. Pasando, es cierto, por el momento... horrible, diría, en que Juan Carlos me había tomado, y yo me negué, me negué, diciéndole por favor aqui no, aqui no que puede entrar Amelis, estoy segura de que Amelis está espiando, Juan Carlos, mi Dios, no lo hagas, Amelis, Amelis espía, y el nene se va a reír de nosotros..., no lo hagas Juan Carlos, amor mío.Pero Juan Carlos levantó mi falda, y yo tuve que entregarme por la fuerza.Claro. Un hombre puede aprovecharse de una mujer sola. Y siempre pensé que Amelis estaría detrás de la puerta, agarrando la mano del nene para que no se burlara.Todo eso estaba escrito en el diario, y ahora papá estaba por tomarlo.  Don Simón me había dicho que lo dejara hacer. A don Simón toda la Congregación lo respetaba por la fuerza especial que tenía en la mirada, y él decía que era una necesidad profunda de papá. Que lo dejara hacer. Pero eso era demasiado íntimo. Si me lo cambiaba no me pasaría nada. Si me lo escondía, tampoco. Pero podía llevárselo. Aunque don Simón y los hermanos me decían que eso no podía ocurrir, yo tenía miedo de que lo leyera.Sobre todo esas partes tan violentas donde Juan Carlos me tiraba en la cama y me besaba como un bruto, realmente como un bruto, y yo me desesperaba porque me arrugaba la ropa y le rogaba que no lo hiciera allí, por favor, que no lo hiciera, que respetara ese lecho que había sido el de mis quince años, y estaba segura de que Amelis nos vigilaba. Pero así y todo, él me obligaba a separar las piernas, y yo le decía que no, y él callado me besaba, y todo lo otro.Todo lo otro estaba escrito en el diario que papá tomaba en sus manos, y yo le decía por favor no papá, no lo hagas, no lo hagas si no querés enterarte de mi secreto con Juan Carlos, no papá,por favor, aquí no, te lo ruego, nos debe estar espiando Amelis, Amelis,y el loco del nene se va a reír mañana de nosotros.Cuando se lo conté a don Simón en la reunión del domingo, me volvió a decir que no me opusiera.De todas formas papá quería ayudarme. De eso no había dudas. ¿Pero cómo? "La materia es obra de los demonios", le dije a don Simón, "sólo el espiritu vale". "Dios es santo", me contestó; y me impuso las manos. "Sí, Dios es santo", le respondí. Lo mejor era dejar la ventana abierta. Pero le dije que una mujer como yo nunca deja la ventana abierta. Me tranquilizaron. Me dijeron que papá quería ayudarme, pero yo debía ayudarlo a él, permitiéndole cambiar y esconder.Dios siempre es santo. Y a la noche debería dejar más dinero debajo del vaso. Si no, podía provocar el castigo celeste.Al otro día entré al cuarto de Amelis para sacarle la plata. Revisé todo pero sólo encontré esos sucios camisones en que se envolvía de noche. Luego pensé que bien podría ocultarla en la alacena, y no me equivoqué: debajo de dos platos rotos había un fajo interesante de billetes. Los guardé hasta la noche. Cuando Amelis me llamó para cenar me hice la descompuesta. Preparé el vaso con agua. Puse debajo los billetes. Pobre papá. Sobre la cómoda dejé el diario íntimo.Y me senté a esperar. A eso de las tres se oyó saltar la ventana. Tomé el rosario de la mesa de luz y empecé a temblar. "Papá,¿sos vos?", pregunté. "¿Sos vos?" Percibí que tomaban el fajo de billetes y me puse contenta; también sacaban el rosario de mis manos. La ventana continuaba abierta. El diario íntimo estaba sobre la cómoda. Papá no lo había agarrado esta vez. Eran los designios. Con fuerza me tiraron sobre la cama. Quise luchar pero papá era más fuerte que yo, casi tan fuerte como Juan Carlos. Fue inútil que le rogara que no lo hiciera. Pobre papá. Él se impuso, y yo tenía la certidumbre de que Amelis espiaba y el nene contaría todo a la mañana siguiente.                           Guillermo Capece (1973)
¿Sos vos, papá?
Autor: Guillermo Capece  1025 Lecturas
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Suelo escuchar las débiles sensaciones de los pájaros,los tumultuosos átomos recorriendo espacios vacíos,y el ruido de la tierra cuando se desvanece ante la ilusión de una tarde cualquiera.Existo para ver lágrimas en el interior de un río ardiendo en el final de unos ojos.Sólo obtuve la exigua sonrisa de un niño invocando al hastío.Solamente una flor nacida del silencio en alguna conspiración nocturna abrió apenas mi paso. Sí, la vida tiene dolorosos avatares:mel y miedo por mitades hasta desolarse ella misma en una miradaque yo descubro por ser el más oculto de los hombres.También en la luz que me abandona cuando trazo un poemaque es pérdida como mi lejana sangre.Y en la soledad, ese pecado impalpable que nos hace trocar en alucinacioneslas viejas fotografías que repasamos en nuestra memoria.Lo que una vez vivió, ahora es polvo. Viento infeliz entre cenizas.
Poema II
Autor: Guillermo Capece  1016 Lecturas
                                                                           El que desea pero no actúa,                                                                           engendra peste.                                                                                      William Blake                                                                                                                                                                                     ILa mitad de mi cuerpo estuvo en Marrakechmatando palomas mientras los demás miraban.Les tiraba piedras del color del pan desde mi huecoy de pobres morían, hambrientas.Yo valgo menos que una paloma;hace dos días que no como, pero no podré consumir migajasporque sé que ocultan la muerte.                                                  IISu disfraz blancocelebrado entre piedras,pude tocarlo, buscar su historia en él,inventándolo, pero al tercer díael sol en silencio fue una forma del amor.                                            IIICon él viajé hasta cerca de las dunas.Llegamos a un hammam        (baño turco)donde la lluvia y el calor nos hizo amigables.Después, sostuvimos nuestros cuerpos desnudosuno junto al otro,como antorchas que pelearan entre sí. El deseo llevó su mano a mi boca...                                                   IVNo sólo lo que amamos es lo que perdemos; el pájaro cóncavo de nuestros sueñosvuelay dibuja una estampa desconocidaen el cielo.                        Guillermo Capece                                                                                       
                                                                              A Beba                                                     I Ella tenía un plato de sal como una bolsa de trigo donde se buscaba. Tres veces había golpeado en la tormenta como una forma de predecir la muerte. Ella no creía en la libertad ni en los profundos designios del instinto. Cayeron entonces las caricias alquiladas en viejas kermeses de coloresdonde las visitas teñían su pelo de aire y agua consumida. Una tarde, con remordimientos vestidos de locura,cuyo definitivo corredor estaba hecho de la evasión insomne de la muerta.                                                 II A la hora en que callósiete pares de nutrias lamieron su cadáver,y una rosa mantuvo con ella una visión:el corazón del agua doliente barría para siempre las últimas preguntas.                                                              Guillermo Capece                                                     
La suicida
Autor: Guillermo Capece  995 Lecturas
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