• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
                  Era previsible que José tomara para sí las prendas que había dejado Manuel al partir. Pero José fue al tercer dia y sacó trajes, camisas, la remera rayada que tan bien lucía Manuel, las camperas casi sin estrenar, y los jean que colgaban de la percha que decía Hotel Río.José acomodó todo en una gran caja con mucha pena y remordimiento. Manuel ausente,pensaba. Manuel lejos, lejos. A mucha distancia.Había sido la gran desición de Manuel, y él no se había opuesto. Lo había mirado profundamente, eso sí, para saber si Manuel decía la verdad. Pero, recuerda ahora José mientras mira las capelladas tristes de los mocasines, mientras aparta los cinturones más bonitos y arregla cuidadosamente las rayas de los pantalones en el fondo de la caja, él había permanecido callado todo el tiempo, en tanto Manuel lo azotaba con aquella vieja historia de las momias fenicias que Manuel quería estudiar; con esas civilizaciones que le atronaban la sangre, para lo cual había que cruzar el océano,  sumergirse en viejas bibliotecas y conseguir determinada cantidad de dólares. Y había que separarse de todos.Porque había que irse. Cosa de dos o tres años, decía Manuel.La Universidad de Egipto publicaría su trabajo, y entonces todo sería más fácil, soñaba Manuel. Ahora José retiene entre sus manos la camisa azul, la más gastada, la que había usado Manuel aquella noche. Era fácil pensarlo, y también fácil repasar el inglés con Miss Wesson, aquella vieja rubia de los años del secundario, sosteniendo absurdas conversaciones que divertían tanto a Manuel. Y el hecho apasionante de trasladarse luego a Luxor o a Karnak, y viajar después a Turín llamado por las inmensas colecciones del Museo Egipcio, o a Berlín para admirar el perfil casi transparente de Nefertiti, lo deslumbraba.Pero- y José se lo había dicho en infinidad de conversaciones- lo que no era fácil era  trepar sobre las olas, tomar tanta distancia, temblar en mitad del mar, sonreír con una sonrisa incierta.Ahora José mete la mano en bolsillo de un jean de Manuel, y saca unos papeles.Y a la salida del cine aquella noche habían discutido: -viejo, por lo de las momias, parece mentira -había dicho después Manuel; claro por Amenofis o por Ramsés, o sus descendientes.Pero el mar estaba de por medio, estaba el miedo de por medio, y también el insoslayable deseo de José, de que Manuel interrumpiera para siempre el proyectado viaje a la sollitaria Abu Simbel. José lee la carta, la lee, mientras se olvida de apilar la ropa, mientras que una percha quedice Hotel Río se descuelga y cae al fondo del guardarropas. Pero Manuel, obstinado, sabía repetir a tiempo lo que creía que quería para sí: eso de la civilización del Nuevo Imperio, del Valle de los Reyes, de los tesoros robados a los faraones.Entonces José callaba.Y lee que la desición está tomada. Lee que se irá por mar. Lee también que el mar lo atrae,que la obscuridad de la noche lo atrae, y que la conjunción de ambas cosas es como una insolente verdad que acaba allí, donde el horizonte se quiebra obscuramente. José callaba, porque no tenía grandes sueños en la vida; se contentaba con poco, y era feliz.Entonces lee que la desición estaba tomada desde hace mucho, que en cualquier momento la obscuridad del mar lo cubriría...  y, piensa José, los jean se irían empapando de agua salada, como las lágrimas que ahora derrama; y la camisa gastada, la de aquella noche, quedaría como tremenda evidencia.     
Un cuento
Autor: Guillermo Capece  372 Lecturas
En mi boca nocturna el amargo deseo porque caen los abrazos, y tu amor se hace pobre cubierto de mundos.Tu amor:¿sabrá que la ciudad vendrá por mí con sus temibles huestes?¿que desapareceré entre las constelaciones sin tu amor?  de quién eres, desolado?de quién? acaso de la furia?de la fuga? del silente frío de todos los inviernos?del retumbo del aullido y la piel de nieve de todas las bocas de los lobos? Siento el amor esperándome, irrenunciable.Me es grato sentir su miedo.  Pero no serás;no serás tú, y yo no pido mucho:apenas unos párpados en vuelo, una flor que huela al tiempo que nos queda,una fiesta transparente,un lenguaje encontrado en la mañana aquella en que tomaste mi abrazo y dormimos ciegamente hasta salvarnos.    
Es inútil;no me despertará la mañana ni el goce de la noche me traerá su calma:estoy hecho de trincheras, de incendios que forman distantes jugadas al borde del universo.Soy opaco a los guiños de la vida;no conmueven mi pesada sustancia los relámpagos que braman la tormenta.  Así he pasado los años.La ciudad que tanto amé quedó cercada como una barca a punto de caer:alguien se apodera de ese pájaro que vuela hacia el sol,y seduce.  Yo vi el amplio corredor de estrellas estampado en la distancia;me interné en la selva entreabierta a esperar el sermón de los muertos,las brasas apagadas de la despedida.   Obtuve,sí, la sorpresa de mi fuga en tránsito, y el calendario de agua visitado por el tiempo. Sospecho que algún ángel brotó su sangre y me baña de color hasta sangrarme.    
POEMA V
Autor: Guillermo Capece  359 Lecturas
 Viví una vida alrededor de tus ojos,cuando los más hermosos pájarosque transitaron los fiordos de Noruega,los extraños gorriones que violabanlos altos castillos de New York,cayerondevorándose las alas al igual que nosotrospobresque nos comimos nuestro amor.Quedada la tierra removida en los campos, esperando,los amarillos pétalos de la luna enterrados,las muescas hechas en la sangre de dioses corrompidos,las estuatas de sal en las que nos habíamos reflejado,los olores fuertes y dulces de nuestros cuerposcomo holocausto a la causa eterna de un amoren el que afirmábamos nuestra vida.Pero tus ojostus ojosno fueron inhumados por ninguna mano vengativa.Tus ojos están conmigo y yo lo sé:toda una vida cercándolos fue poco.
TUS OJOS
Autor: Guillermo Capece  335 Lecturas
 La nieve lleva un cargamento de flores entre mis ojos.Lo supe cuando la miseria en su terremoto último quemó sus naves.Estas rayas en mi piel dan pruebas de lo que hablo y digo :el cautiverio de mi cuerpo y sus silencios.¿A quién decirle que la realidad nos acusa de estar ciegospor no haber descubierto la rebeldía?(Un tiempo sin ruidos ha descendido sobre el mundo.)Alguna vez, mientras corría la esperanza,pasé ligero entre decepciones -substancias de la noche-y logré sobrevivir.Entonces se acuñaban fragmentos de colores en tu cuerpo:buscabas el trópico, dulce Úrsula; desde tus pupilas buscabas el fuego en su pozo,tu recuerdo torturante como ensoñaciones de Delvaux;buscabas el trópico... Ahora estoy solo, gritando socorro, culpable o sospechoso;mis límites abiertos a la ciudad que envolverá el insomnio,mareándome en la altura colosal de aquella cuerdapuesta allí para la locura y la desaparición.Lo más obscuro es el mármol con que está construída la caricia:daría mi sal inmediata por una limosna,yo,que recorrí las calles de la lejanía,con mis manos en el hospedaje de las vociferaciones,como si esperara algo -a tí, Úrsula-,quizá al amplio caballo que criaste,y esa pasión por el recuerdo.Yo,venerador de sitios vagabundos,he logrado vivir pasando sobre cautiverios. Narrar la historia de un silencio.Mira: mi corazón reverdece.Brillan aún los alimentos frios, las cáscaras naranjas,pero mi corazón reverdece como exigiéndome un milagro.Creer es aceptar que debajo de las máscaras existen lluvias desprendidas,pedacitos victoriosos de palomas de nácar,cortejos de coronaciónen los que te envolvías para no despertar,pumas verdes bajando hacia el desabrigo de nuestros cuerpos,y esa pasión por el recuerdo,un enigma compartido bebiendo la copa de agua sobresaltada de luz.Un lugar de arena para el deseo de narrar la historia,ese silencio que vuelve.
 Qué muerte inmerecida,Pier Paolo;qué forma de fundirteentre las cosas,vos que volabas, y era tu compañerola luna.Cuando la luztemblaba en tu conciencia,cada muchacho hambrientote calmaba el hambre,cada cuerpo calientete daba la mano,y marchabas hacia arriba o hacia abajo,no sé,mirando la pupila de los niños.Te elevaban como ángely proyectabas tu vidaa cada comienzo de la aventura.Descansascon una palabraen la cabeza,con una flor en la mano,con una paloma enmudecidaen cada oreja.Más allá los que amastete dicen adiós,(los que tuviste entre tus brazos)y sollozas, tal vez desconsoladopor ver tanta tristezaal borde de los amigos fieles. Estabas escribiendo un viejo manualde palabras, de actos, de recuerdos,que quedo inconcluso.Allí se adivinaban los ecosde murciélagos, de arañas,de redondas y estallantes flores.Cada página era la historiadel hombre sobre su tierra. Cuando te llamaron para trazarel gran poema de la muerte,caminabas descalzo entre los pétalos,entre las ortigas;y no tuviste tiempo para despedirte:no dijiste adiós;tu voz salió sangrante y espumosapor una herida negra,y tambaleante quedó fijaen la conciencia de los hombres vivos. Ahora todo quedó mudo;bajas al fondo de tu tumbay llevasuna porción de magia,de sábanas inquietas, de manzanas azules ante la quietud del sol. El viento te saluda, las colinas de Roma borran tus tormentos, y tu sonrisa mira los espejos de la vida.Y se refleja.
Siempre habrá una gota de separación cuando la lluvia moje los árboles y el campo esté tan lejos,como ese pájaro suicida que canta por sus ojos el poema y se pierde en la palabra vagabunda.Entonces, debajo de la piel, algo nos desangra y es una manera de ir envejeciendo.La lluvia estará sola sin otro recuerdo que su propio espejismo,como una fogata de memorias que se consume sin saberlo. Así,tú y yo, hemos de andar todos los caminos,pero juntos, sin abandonos, invadidos por la dulzura extrema de tus ojos.  
Vaticinio
Autor: Guillermo Capece  353 Lecturas
he cultivado la flor más difícilgolpeban sus pétalos y no quise oírlosentonces me adueñaba de todos los silenciosahora soy el que en vano busca algún deseo:acercarme a tu boca y beberla como a un vino sexualporque soy el amante pobre que recibe caricias prestadasque corre con su angosto perro hacia un sueño plateadono me arrepiento de callar en cada poemade enterrar mis pies en humedales,pero todo el que tenga amor en su mano izquierda y fuerza para darlodeje resplandoressoles finosalgunas abejas libadorassobre la vegetación que lentamente me cubreasí estaré feliz de tener mucho: lo delicado de tus aguas que me ciñeny lo que no se atenúa con las sombras: tu belleza perdida yo las amé con ventura celeste  
Aquellos momentos
Autor: Guillermo Capece  348 Lecturas
Ah, ni tu vida ni tu hermosa muerte,sed de sal y dolido pensamiento,podrán borrar lo que en el alma siento,más cercano a mi mismo que tu suerte. Ahora que descansas toda inerte,que lloras sobre el agua y sobre el viento,iré a ti, y con suave movimiento,he de sacarte de ese sueño fuerte. Y te diré despacio y quedamente:no me viste señero, duro, ardientea solas con el alma dolorida? Y de repente el  corazón vencido,vacío de impiedad y estremecido,ha de volcarse al fondo de tu vida.                                  G.C.NOTA: el proximo 25 de octubre se cumplirán75 años de su muerte, en Mar del Plata.
 y si me llamas transgrediendo todas las leyes de la lógica moriré porque hacen falta más recursos para saciar mi sed de instinto  ese hombre que brama de miedo soy yo  me extingo cada día se caen mis trajes camino desnudo porque he roto el famoso cristal y maldije su marco sin un por qué  ese hombre no se aquieta  siembra su violínmientras la intemperiecae en el olfato de los gatosrecorre su cansancioy pronuncia una palabra sin ecoque dura para siempre 
 Náufrago.Comido por el subsuelo de algún mar desconocido,cabalga como un barco hundido en mi sangre,una ciudad cuyo nombre es la hermosa majestad del hechizo.  Comprendo que todo se fue.De la manera gris de la aventura, la luna y su oscuro mérito partieron:tu íntima forma de alegría,una risa a menudo sombra.  Y no salimos a habitar el aire.Otra vez las copas se llenaron de enmudecidos labios,y tu voz quedó en un reino donde las siestas eran preludios de todos los escándalos.Desnudo,sabiendo que existe el desamparo al borde de tus párpados,viéndome a mí mismo transitar las calles enmarañadas de árboles y casas,como si las puertas se hubieran cerrado al unísono,y sólo quedaran copias de lo que fueron;desnudo y náufrago trato de abrazar la necesidad de una bocay sus nocturnos ecos.Y soy un cerrado lecho de arena donde convergen los reproches y todos los recuerdos.  Cielo de medianoche; es invierno, y todo apresura mi duelo.   
                                     "perdoname Majo", de un graffiti en las calles Carranza                                      y Paraguay, de Buenos Aires.        Majo, perdóname: la sombra de una rosa no es la rosa.     (Me voy retirando, Majo:     en la inmediaciones de mi alma un pájaro devora su altura.)     En qué año nací, Majo?     Hace un año? Acaso un mes?     Soy un ciego en algún punto del paraíso.     Contempla tú como nunca mi destino.Abárcame, hasta que se levante mi oscuridad y vuelva a ser el absurdo caminante que te esperaba:mi corazón en el pecho levemente en marcha:"bienvenida, Majo".  No me compares con el aire,  ni con el final de un cuento nunca leído a la luz del sol en plena noche,porque aire y sol son partes del universo,y yo estoy -hace apenas dos minutos- más allá de todo cosmos,viendo con ojos de ciego,nuestros cuerpos untados con aceites chinospara alejar el poderoso olor a la muerte. (Labio de la muerte, aléjate.) Así y todo, cuando apague este poema no sé qué quedará de tí.De mí, te dije que lloré sobre mis pies con mis ojos de viejohace apenas dos minutos.  La vida es esto: un bodegón desierto donde hasta el vino es ausente; un gran tiempo que pasa entre caricias duras.El decapitado amor. Tú estuviste más allá, junto a los árboles que barrían mi montón de estigmas. Conoces la forma de decir adiós, un sábado en la pequeña tarde en que llovía. Yo conozco la zeta,última letra con la que escribo"zálvenme".   
Arma blanca
Autor: Guillermo Capece  360 Lecturas
nadie sabrá nunca cómo es el mundo de los vivos  entre todos los infiernos el viaje a mi interior es el primero  vivo con la obsesión de los árboles que buscan su luz el que mira a través de tus ojos no es un ladrónsino el que robó tus ojos habito roces   aviones que parten o nolucesrelámpagos en mitad de una cueva antes de convertirse en rito "la mitad de mi corazón es tuyo", dijiste o de los diablos, digo  o de las sirenas terrestres aparece   dime de una vez cerraré los ojos para dejar de soñar a un hombre colgado de las cuerdas más infames,por sus renunciamientos  si corres por la senda no mires hacia atrásla estatua de salel muro de salte esperan      
nadie
Autor: Guillermo Capece  336 Lecturas
Quédate un momento conmigo. Tan sólo hasta que el sol aparezca.Soy culpable de vivir el terror perdurable de la oscuridad y tú lo espantas.Qué rutas de tumultuosos miedos habré heredado, qué posesiones me atraena través de locas ensoñaciones; quédate conmigo.Eres una flor nacida para el tacto.Siento la belleza de este día asustado por la culpa de otro día que no regresará.Por favor: quédate conmigo.El momento de escribir este poema, hasta que la mañana apoye en mí sus brazos y sienta el sol en mi cuerpo.Entonces, en el remolino del amanecer, en el penetrante amanecer,pasarás esa puerta. No ahora.Ahora pon tu mano en mi frente, mi frente en el agua, mi aguaen medio del mar.Tal vez otro día comprenda las mudanzas, los festejos de esas callessonando como cuernos de caza; ahora quédate conmigo.Y libérate de lo invisible, suave ser que me acompaña.Siento el vapor de lo oscuro; la vida es un pedazo de bala que pasa por mi boca, mi voz adolece; quédate conmigo...Escribo este poema y soy el que ama las olas mas temibles.Sobrellevo el milagro de lo imperfecto, de lo que yo mismo desconozco.Ahora es medianoche, y como quien se arroja en la tormenta,busco las huellas que alguien como yo ha nombrado.No iré sobre las piedras. No me lo pidas.Tan sólo es el lugar cobarde del amor. Quédate conmigo. 
 Giro alrededor de mi camino a Damasco.Qué cerca la medianoche, esa zona donde la palabra enloquece,y me convierte impensadamente en un mendigo. Acaso porque pueda morir solo, con los ojos llenos de síntesisentre mi corazón y su sombra,huyo hacia un puerto nunca tocado:mi camino a Damasco. La pobreza es otro sino, otra manera que no buscamos,un arrepentimiento primitivo porque todo existe y no existe. Mientras tanto envejecen la ropa que vestimosy el salario de cobre gastado en la penumbra. Alguien ingresó a mi cuerpo sin yo saberlo.Alguien dicta una sentencia.Me doy vuelta en la noche como un loco golpeándose el pechocreyendo que su pecho es el culpable. Es, mi camino a Damasco, el abrazo que yo habré perdido,la tremeda espera de la mirada primaria,el rincón de los párpados,ota vez el sueño.    
Lo imposible
Autor: Guillermo Capece  334 Lecturas
                                       Juan Dichoso, changador de feria, vivía en el morro                                           Babilonia en una casilla sin número                          Una noche entró al bar Veinte de Noviembre                                      Bebió                                      Cantó                                      Bailó .Después se tiró al lago Rodrigo de Freitas                                     y murió ahogado.                                                                             Manuel Bandeira  Porque no te dieron más que dos monedas, dos látigos en tu frente,tú creiste que estabas muerto,que tu destino era la seda lujosa de la muerte,y bebiste,cantaste, bailaste con ella, en escandalosa cita.Tal vez se amaron antes de la definitiva llamada.Tal vez hicieron juntos el solitario proyecto del camino hacia el lago,pero considerando lo otro:la pavorosa atracción de su voz de sirena que te llevaba al agua,apretadas las dos monedas en tu puño.En la marea angosta sumergiste tus pies.Tus ojos huecos como sombra por un momento se extrañaron.Pero ella te empujaba suavemente,y tu coraje de siempre rodócomo el cobre que apretabas."¿Nunca más veré la mañana?""¿Nunca más tendré la mirada de mis hijos?""¿Dónde está el sonido de la voz lejana de mi madre?""¿No hay entre mis fantasmas alguno que me salve?" Despojado,dijiste:"Me llamo Juan Dichoso,pero la dicha fue para mí un mantel cerradoen el antojo de los otros,y ahora , yo, Juan, empiezo a entregar la simpleza de mi nombre breve."     
Destino de Juan
Autor: Guillermo Capece  428 Lecturas
Detrás de mi garganta un destello juega a morirse.Lo busco y es corvatura de páramo; lo mantengo entre mis dedos.A veces me sorprende porque mi llamado es su llamado,y entre los dos,imaginamos un bálsamo en la siesta.Pero lo definitivo rueda al pie de los recuerdos que todavía subsisten.A veces sobrevivo cuando imagino bañado por rocío aquello que alguna vez fue:la luz que perduraba en melancolía al enfrentarme con manifiestos, dudas, sobresaltos,que amenguaban mis labios en el azar de un beso. Si yo fuera otra vez el que recorrió las espinas y sus sombras,enmancipando los colores de la lluvia,el que viendo morirse al fuego entregó  su violenta mano a la devoración;el que existió sobre relámpagos y los apagó para la locura del amor.  Pero se acerca mi remoto mar transformado en vegetaciones inventadas por la suerte.Solamente mi asombro me conduce al inefable juego del olvido:el tiempo o la resignación, me llaman. G.C.   
                                          A Leonor García Hernando, poeta argentina (1955-2001)  Delgada como un camello que unta su hocico en la nieveloca y verazcual la frase purpúrea que acompaña siempre los recovecos del instintoasíbajo unos versos con caricias agónicas,me conmueve tu fugura ausente,Leonor. Quiero quererte pero ya estás muertaaunque más viva que aquellosque miraban descascarándose sus trajes. Eras la "arboleda que divaga"(1)  el llanto que nutre lejanola leche de los árboles de higo. Quise quererte pero el tiempo obró muecas en silencio.Enterraste tu cuerpo prestamentete hundiste en la cueva sin pudoresestabas apurada por saber quién eras. Eras la princesa de aquellos tangosel ladrillo cerúleo"adiós adióssoy la que se retira sin experiencia del desastre" (1)Adiós, Leonor"no hay buenas palabras"(2)no hay palabras. Los hijos de los pájaros vuelven a otorgarnos dolores   estrellas húmedas como nosotros,la mansedumbre del pájaro muerto. G.C. Nota: (1) de " Tangos del Orfelinato. Tangos del Asesinato"         (2) de " La enagua cuelga de un clavo en la pared"  
 Ah, ni tu vida ni tu hermosa muerte,sed de sal y angustiado pensamiento,podrán borrar lo que en el alma siento,más  cercano a mí mismo que tu suerte. Ahora que descansas toda inerte,que lloras sobre el agua y sobre el viento,iré a tí, y con suave movimiento,he de sacarte de ese sueño fuerte. Y te diré despacio y quedamente:no me viste señero, duro, ardiente,a solas con el alma dolorida? Y de repente el corazón vencido,vacío de impiedad y estremecido,ha de volcarse al fondo de tu vida.  G.C. Proximamente, el 25 de octubre de 2014, se cumplirán 76 años de su muerte en Mar del Plata. 
                                     Soy el que comienza a no existir                                    y el que solloza todavía.                                                          Antonio Gamoneda (español, contemporáneo) Para descansar, mi corazóndeja de latir de a ratos.pienso, mido su locura, le reprocho.entoncesvuelven los golpes asustadosa mi pecho. De un largo descanso interminable he de morir un día. G.C.                                        
Confesión
Autor: Guillermo Capece  516 Lecturas
 Dejo transcurrir mis noches entre locos que buscan su pasado como quien sostiene un molino de piedra azotado por el viento.El miedo grita mientras se agota entre los labios, y envejece. No somos dioses. No somos dioses.Apenas hombres que dudan al amar, y las preguntas caen como palabras que pasan cumpliendo plazos, escondidas en el desencanto de pertenecer a un idioma extraño. Sé que el deseo contribuye a la muerte:como abrir un juego de espejos y encontrar la terrible imágen del Maléfico, seduciendo, invitando a escuchar los ruidos de las porcelanas que al bajar a su reino despiden la extraña luz que dejan las manzanas cuando son partidas. La lluvia amanece y es el aniversario de la última gota que cae. GuillermoO.  Direc.Nac.del Derecho de autor 
la brisa me convierte en pájarola hora de la tardeayuda a pensarque estoy soñandoy cerca de mi tumbaen duermevela   los cazadorescolocados alrededor del vinocantan cazadores y pájaros lo mismoel dibujo gris de mi ventanahabla a mi memoriacomo si yo fueraun pájaro que sueña   
  1De todos estos inefables actos,y también de esta huella perseguida,no ha quedado más que un repartirme entre noches.Tocando bocas errabundas entraré a profesar la miseria.Acaso un colosal pedido de auxiliosea como un rayo que termine candente en medio de mi pecho. 2Se busca un lugar donde el humo sea recuerdo verde.El sabor, muchas horas en la vida. Se buscaun principio para la libertad y la risa.Se buscanpequeñosbálsamostardíos.  GuillermoD.N.de autores 
Miedo de mí
Autor: Guillermo Capece  650 Lecturas
  el vampiro sueña contralos infelices cristos mi primer amorfue el de las calandriasque vuelan preguntándose a dónde ir el trabajo lítico de los muertoses el dejar lloro e inquietuden todo el silencio de los vivos es música la piel del loboen la insensatezde los instantescomo perros cantandoen lo estelarde la noche. todo no me perteneceháblame de tu voz.  GuillermoOD.N.del Derecho de autor       
sobreabundancia
Autor: Guillermo Capece  583 Lecturas
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